Capítulo 9: Epidemia en la Niebla.
La mañana después de la tormenta trajo un cielo cubierto de nubes grises y pesadas, tan bajas que parecían rozar las copas de los árboles. El aire estaba cargado de humedad, un velo frío que se adhería a la piel y olía a tierra mojada con un dejo metálico de lluvia reciente. Sakura y Sarada avanzaban por un sendero serpenteante hacia un pequeño pueblo en las colinas, un lugar remoto que había sucumbido a una epidemia feroz. Su misión era clara: tratar a los infectados, contener el brote y traer alivio a una comunidad al borde de la desesperación.
Pero el peso de la noche anterior las seguía como una sombra invisible, un torbellino de emociones que aún resonaba en sus corazones tras la confesión de Sarada y el beso inesperado.
El sendero era un desafío en sí mismo, un camino embarrado que serpenteaba entre árboles desnudos y rocas cubiertas de musgo. Los charcos reflejaban el cielo opaco como espejos rotos, y las raíces expuestas obligaban a cada paso a ser calculado. Sakura iba adelante, su figura esbelta envuelta en una capa de viaje, el rostro tenso pero firme mientras ajustaba el equipo médico en su mochila con movimientos precisos.
La confesión de Sarada había sido un golpe inesperado, y el beso —tan intenso, tan real— había abierto una grieta en las certezas que había construido durante años. "¿Qué significa todo esto para mí?" pensó, sus ojos fijos en el horizonte donde el pueblo comenzaba a delinearse entre la bruma. "He pasado tanto tiempo aferrada a Sasuke, a la idea de él, pero ese beso con Sarada… fue como si algo dentro de mí despertara. ¿Es posible que lo que sentía por él no fuera tan absoluto como creía? ¿Y si hay una parte de mí que nunca quise ver? ¿Podría ser que las mujeres me atraigan… que yo… sea lesbiana? No, eso no tiene sentido… ¿o sí?"
Sarada caminaba unos pasos detrás, sus botas hundiéndose en el barro con un sonido húmedo que rompía el silencio del bosque. Su cabello negro se adhería a su frente por la humedad, y sus manos apretaban las correas de su mochila como si fueran un ancla. En su mente, la misión y su madre se entrelazaban en un nudo imposible de deshacer. "Estoy aquí para ayudar a estos aldeanos, para demostrar que puedo ser útil," reflexionó, "pero no puedo ignorar cómo me duele esta distancia con mamá. Ese beso… lo sentí tan profundo, y ahora no sé cómo mirarla sin que mi corazón se acelere. ¿Cómo sigo adelante con esto?"
El pueblo emergió ante ellas como una visión sombría: casas humildes de madera y adobe alineadas en calles estrechas, algunas con techos hundidos por el abandono, otras con puertas entreabiertas que dejaban escapar gemidos débiles. El silencio era opresivo, roto solo por el crujir de las ramas desnudas agitadas por el viento y el eco lejano de una tos seca. Los pocos aldeanos visibles se movían como fantasmas, sus rostros pálidos y ojerosos, sus cuerpos encorvados bajo el peso de la enfermedad. La epidemia había drenado la vida de este lugar, dejando tras de sí un aire de derrota que golpeó a Sakura y Sarada con una fuerza casi física.
—Esto es peor de lo que esperaba —dijo Sakura en voz baja, deteniéndose en el borde del pueblo para absorber la escena. Su tono era firme, pero un temblor sutil revelaba la magnitud de lo que enfrentaban.
Sarada se acercó a su lado, ajustando su mochila con un movimiento rápido. —Tenemos que actuar rápido, Sakura. Si no controlamos esto, podría extenderse más allá del pueblo —respondió, esforzándose por sonar práctica mientras su mente gritaba: "Mamá está tan preocupada… quiero ayudarla, pero no sé cómo cerrar esta brecha entre nosotras."
Sin más palabras, se adentraron en el pueblo. Sakura tomó la delantera, dirigiéndose hacia una casa que los aldeanos habían convertido en una clínica improvisada. El interior era un caos controlado: el aire estaba cargado de un olor acre a sudor, hierbas quemadas y enfermedad, un hedor que se pegaba a la garganta. Filas de camas rudimentarias —tablas con mantas raídas— albergaban a los pacientes más graves. Algunos temblaban de fiebre, sus cuerpos envueltos en sudores fríos; otros yacían inmóviles, sus rostros hundidos y sus respiraciones apenas audibles.
Sakura se arrodilló junto a un hombre mayor, su piel arrugada tensa por la fiebre, y comenzó a examinarlo con manos expertas, palpando su frente ardiente y midiendo el pulso débil en su muñeca. —Fiebre alta, pulso débil… esto parece una infección respiratoria avanzada —diagnosticó, su voz baja pero precisa mientras sacaba un frasco de antídoto de su mochila. Con movimientos fluidos, vertió el líquido en un pequeño cuenco y lo acercó a los labios del hombre, sosteniendo su cabeza con suavidad.
Mientras el líquido hacía efecto, sus pensamientos se desviaron. "Estoy aquí para salvarlos, pero mi mente no me deja en paz. Ese beso con Sarada… no fue solo un impulso. Sentí algo tan vivo, tan diferente a lo que imaginé con Sasuke. ¿Qué significa eso para mí? ¿Quién soy realmente? ¿Y si siempre he estado ciega a lo que mi corazón podría querer… a las mujeres, no solo a los hombres?"
Sarada, mientras tanto, se instaló en el centro del pueblo, donde un grupo de aldeanos había improvisado un punto de distribución bajo un toldo desgastado. Mesas destartaladas sostenían cajas de medicinas, frascos de vidrio oscuro y rollos de vendas manchadas por el uso. Un puñado de voluntarios locales —mujeres y hombres agotados, con ojeras profundas pero ojos decididos— esperaban instrucciones. Sarada asumió el control con una eficiencia que parecía instintiva, su voz cortando el aire húmedo mientras organizaba a los voluntarios en equipos.
—Ustedes tres, distribuyan antídotos puerta a puerta en el norte —ordenó, señalando a un grupo—. Tú, lleva agua limpia al sur y asegúrate de que cada casa tenga suficiente. Y ustedes, registren a los enfermos aquí, necesitamos un conteo exacto.
Su tono era firme, pero en su interior, el caos rugía. "Esto es lo que sé hacer," pensó, "poner orden en medio del desastre. Pero mi corazón está fuera de control. Mamá está tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Ese beso sigue quemándome, y no sé cómo mirarla sin que todo se desborde."
Las horas se deslizaron en un torbellino de actividad. Sakura se movía entre los pacientes más graves en la clínica, administrando tratamientos con una precisión que solo años de experiencia podían otorgar. Suturó heridas infectadas, aplicó cataplasmas de hierbas en pechos congestionados y calmó a los familiares con palabras suaves pero firmes. Cada caso era un recordatorio de su propósito, pero también una puerta a sus dudas.
Mientras limpiaba la frente sudorosa de una niña pequeña, cuyos ojos febriles la miraban con una mezcla de miedo y esperanza, sus pensamientos se desviaron hacia Sasuke —su figura distante, sus silencios que una vez llenó de promesas— y luego a Sarada, tan presente y vibrante en ese momento. "Siempre creí que mi amor por Sasuke era mi verdad," pensó, "pero ahora… lo que sentí con Sarada no fue un error. Fue real, y me asusta. ¿Y si estoy descubriendo algo sobre mí que nunca quise enfrentar?"
Sarada, por su parte, recorría las calles del pueblo, coordinando esfuerzos y revisando a los enfermos menos graves. En una casa al sur, encontró a una mujer joven tosiendo violentamente, su rostro pálido cubierto de sudor, sus manos temblando mientras intentaba sostener una taza vacía. Sarada se arrodilló a su lado, ofreciendo un antídoto y agua fresca, sosteniendo su mano mientras el líquido aliviaba la tos.
—Vas a estar bien —le dijo con suavidad, pero en su mente, las palabras resonaban con un eco personal: "Tengo que estar bien. No puedo dejar que mi amor por mamá me rompa, no cuando estas personas me necesitan."
El trabajo era agotador, y la tensión entre ellas no facilitaba las cosas. Cada vez que sus caminos se cruzaban —cuando Sarada llevaba más suministros a la clínica o Sakura pedía un informe sobre el progreso—, sus miradas se evitaban, sus palabras eran cortas y prácticas. Pero en un momento de pausa, mientras el sol comenzaba a hundirse detrás de las colinas y el cielo se teñía de un gris más oscuro, Sakura se acercó a Sarada con una taza de té improvisada hecha con hierbas locales recolectadas por los aldeanos. El vapor se alzaba en el aire fresco, y el gesto era un intento silencioso de tender un puente sobre el abismo que las separaba.
—Sakura, ¿cómo te va? —preguntó Sarada, tomando la taza con cuidado, sus dedos rozando los de su madre por un instante. El contacto envió una chispa inesperada por su piel, un recordatorio de la noche anterior que la hizo tragar saliva. "Mamá está tan cerca… ¿por qué esto sigue afectándome tanto?"
Sakura se sentó a su lado en un banco improvisado frente a la clínica, su postura rígida por el cansancio. —Bien, creo. Estamos avanzando, pero hay muchos casos en el sur que necesitan atención urgente —respondió, su voz firme pero teñida de agotamiento. "Sarada está haciendo tanto… quiero acercarme, pero no sé cómo. Ese beso sigue rondándome."
El silencio entre ellas era pesado, pero no incómodo del todo. Finalmente, Sakura habló, su tono más suave, casi vulnerable. —Sarada, ¿alguna vez te has preguntado si hay algo más en tus sentimientos? No solo por mí, sino… en general.
Sarada levantó la vista, sorprendida por la pregunta. —¿A qué te refieres? —respondió, su corazón acelerándose ligeramente. "¿Mamá está tratando de entender lo que pasó? ¿Qué significa esto?"
Sakura dudó, mirando la taza vacía en sus manos como si contuviera respuestas. —Solo… me pregunto si lo que sentí anoche fue más que un impulso. Siempre pensé que mi vida estaba definida por Sasuke, pero ese beso… me hizo cuestionar quién soy realmente. No sé si estoy lista para esas respuestas, pero no puedo dejar de pensar en ello.
Sarada la miró fijamente, procesando sus palabras. "No esperaba que mamá hablara así. Esto es un paso, pero también me asusta. ¿Qué significa para nosotras en el futuro?" —Sakura, entiendo que estés confundida. Lo que sientes es válido, sea lo que sea. No tienes que resolverlo todo ahora —dijo con calma, aunque su interior era un torbellino.
Sakura sonrió débilmente, agradecida por la comprensión, pero la conversación dejó un nuevo nudo en su estómago. Antes de que pudiera responder, Sarada decidió arriesgarse con una pregunta que había estado rondando su mente desde la noche anterior. —¿Y tú, Sakura? ¿Alguna vez te has preguntado si podrías tener interés en las mujeres?
La pregunta cayó como un trueno silencioso. Sakura se quedó inmóvil, sus ojos abriéndose ligeramente mientras procesaba las palabras. "¿Interés en las mujeres? Nunca lo consideré antes, pero ahora… ese beso con Sarada. ¿Y si hay algo en mí que no he querido ver? ¿Podría ser lesbiana? ¿O es solo ella, solo este momento? No sé si estoy lista para esa palabra, pero… algo en mí se sintió tan vivo con ella." —No estoy segura —admitió finalmente, su voz temblorosa—. Siempre pensé que mi corazón estaba con Sasuke, pero lo que pasó contigo… fue diferente. Confuso, pero real. No sé si soy… si podría ser… No sé cómo encajar esto.
Sarada sintió una mezcla de tristeza y esperanza. —No tienes que tener todas las respuestas ahora —respondió con empatía—. A veces, solo necesitamos tiempo para entenderlo. "Mamá está tan perdida como yo. Quiero ayudarla, pero no sé cómo sin que mi corazón se rompa más."
El momento fue interrumpido por un aldeano que corrió hacia ellas, jadeando, su rostro pálido por el pánico. —¡Por favor, vengan rápido! Hay un brote nuevo en el este. Una familia entera está cayendo enferma.
Sakura y Sarada intercambiaron una mirada, dejando sus emociones a un lado por la urgencia del momento. Corrieron hacia el este del pueblo, atravesando calles estrechas donde la niebla comenzaba a espesarse, difuminando las siluetas de las casas. Llegaron a una vivienda humilde rodeada de vecinos preocupados, sus voces un murmullo ansioso. Dentro, cinco personas —dos adultos y tres niños— yacían en camas improvisadas hechas de tablas y mantas raídas. Los adultos temblaban de fiebre, sus respiraciones roncas llenando el aire, mientras los niños lloriqueaban débilmente, sus rostros enrojecidos y sudorosos.
Sakura se arrodilló junto al menor de los niños, un pequeño de apenas cuatro años con el cabello pegado a la frente por el sudor. Sacó un antídoto de su mochila y lo administró con cuidado, sosteniendo su cabecita frágil mientras el líquido bajaba por su garganta. —Aguanta, pequeño —susurró, su voz suave pero firme. Sarada, meanwhile, revisaba a los adultos, sus manos rápidas mientras aplicaba compresas frías y medía sus pulsos acelerados.
—Necesitamos más suministros aquí —dijo Sarada, su voz cortante por la urgencia—. Y agua limpia, ahora.
Sakura asintió, trabajando con rapidez mientras su mente seguía girando. "Esto es lo que importa ahora. Salvar vidas. Pero no puedo escapar de lo que siento por Sarada. ¿Y si esto que siento no es solo confusión? ¿Y si es una parte de mí que siempre estuvo ahí, esperando a ser reconocida?"
Juntas, estabilizaron a la familia, administrando antídotos, ajustando mantas y calmando a los vecinos con instrucciones claras. El esfuerzo las dejó agotadas, sus cuerpos temblando por el cansancio acumulado. Cuando el último paciente estuvo fuera de peligro, el sol ya había desaparecido, y una niebla espesa descendió sobre el pueblo, envolviéndolo en un manto gris que parecía reflejar su estado emocional.
De regreso al campamento, se detuvieron en un claro al borde del pueblo para revisar el progreso general. El aire estaba frío, cargado de un olor a humedad y madera húmeda, y la niebla difuminaba las luces tenues de las casas cercanas. Sarada rompió el silencio con un informe práctico, su voz cortando la quietud. —Hemos tratado a más de la mitad de los casos graves, pero necesitamos vigilar los brotes nuevos. Si no reforzamos los suministros mañana, podríamos perder el progreso.
Sakura asintió, sus ojos fijos en el horizonte cubierto de niebla. "El camino hacia el futuro no solo incluye enfrentar la epidemia, sino también resolver el caos emocional que ahora domina mi vida. ¿Cómo seguimos adelante si nuestras emociones están tan enredadas?" —Tienes razón, Sarada. Mañana pediremos refuerzos a Konoha. Pero por ahora… buen trabajo. No sé qué haría sin ti aquí.
Sarada sintió un calor en el pecho ante las palabras, pero también una punzada de tristeza por la distancia que aún las separaba. —Gracias, Sakura. Solo quiero ayudar —respondió, su voz más suave de lo que pretendía. "Mamá me necesita aquí, pero este vacío entre nosotras… ¿cómo lo lleno sin perder lo que soy?"
La noche cayó sobre el campamento, y las estrellas luchaban por brillar a través de la niebla, apenas visibles como puntos débiles en el cielo gris. Sakura y Sarada se instalaron en una tienda improvisada hecha de lona y ramas, compartiendo un espacio pequeño que amplificaba el silencio entre ellas. Mientras preparaban sus equipos para el día siguiente, el sonido de la niebla moviéndose entre los árboles llenaba el aire, un susurro inquietante que parecía resonar con sus pensamientos.
Sakura revisaba sus frascos de medicinas, etiquetándolos con precisión, mientras Sarada afilaba un kunai con movimientos lentos, casi meditativos. —Sakura, ¿crees que podremos controlar esto mañana? —preguntó Sarada, rompiendo el silencio mientras guardaba el kunai en su funda.
Sakura levantó la vista, sus manos deteniéndose por un momento. —Si los refuerzos llegan a tiempo, sí. Pero depende de cuánto podamos hacer antes de que el brote se extienda más —respondió, su tono práctico pero cargado de una leve incertidumbre. "Sarada está tan comprometida… quiero protegerla de todo esto, pero no sé cómo protegerla de mí misma. ¿Y si lo que siento por ella es más que confusión? ¿Y si es una verdad que nunca supe nombrar?"
Sarada asintió, apoyando la espalda contra la lona de la tienda. "Mamá tiene razón. Esto es más grande que nosotras, pero juntas… juntas podemos hacer algo bueno. Aunque no sé si puedo seguir fingiendo que no siento esto por ella." La tensión seguía siendo palpable, un hilo invisible que las unía y separaba al mismo tiempo.
Mientras la niebla se espesaba alrededor del campamento, envolviéndolo en un velo gris que parecía aislarlo del mundo, ambas se acomodaron para descansar, conscientes de que el camino adelante sería tan desafiante en lo práctico como en lo emocional.
El sueño llegó lentamente, interrumpido por el crujir ocasional de las ramas fuera de la tienda y el leve zumbido de los insectos nocturnos. Sakura se quedó mirando el techo de lona, sus pensamientos girando entre la epidemia y el torbellino de su corazón. "¿Qué estoy haciendo?" pensó. "Estoy aquí para sanar, pero no puedo sanarme a mí misma. Sarada… ella merece más que esta confusión. Pero ese beso… ¿y si no fue solo un momento? ¿Y si soy alguien que puede amar más allá de lo que siempre creí?"
Sarada, a su lado, miraba la niebla a través de una rendija en la lona, sus ojos perdidos en la oscuridad. "Mamá está tan cerca, pero siento que la estoy perdiendo," reflexionó. "Esta misión es lo primero, pero mi corazón… mi corazón no me deja en paz."
La noche avanzó, y el pueblo permaneció envuelto en la niebla, un silencio roto solo por el eco lejano de una tos o el susurro del viento. La epidemia seguía siendo una amenaza, pero para Sakura y Sarada, el verdadero desafío estaba en enfrentar lo que había entre ellas —un amor confuso, una identidad en duda, y un futuro que se sentía más incierto que nunca.
