CAPÍTULO 11

Aquel callejón apartado, escondido de la vista de cualquier transeúnte o vehículo que circulara por las calles principales, era uno de los tantos puntos de reunión de ese tipo de personas; humanos y alienígenas que la mayoría prefería no saber siquiera que existían. Los indigentes, los pobres, los huérfanos, y todo aquel que no encajaba por completo en la pulcra y prospera imagen que las publicidades y reportajes intentaban pintar de Newtech City.

La ciudad tenía bastante a su favor, siendo la meca de la integración alienígena en la Tierra, sede la embajada oficial de diferentes planetas aliados, y por supuesto de la S.P.D. en la Tierra. La tecnología de punta se asomaba en cada esquina, en sus transportes, en sus hogares y oficinas. Era la ciudad del futuro y de las oportunidades, en un planeta que ya de por sí representaba la gran esperanza de muchos en el universo.

Pero también tenía sus lados no tan brillantes. Ya que, como suele ocurrir, donde existe mucha riqueza y prosperidad, tienda a existir también mucha pobreza y decadencia. La única diferencia era que aprendían a esconderla mejor, en espacios como el de ese callejón sucio y oculto, poblado por una gran cantidad de individuos de ropajes gastados y viejos, algunos enfermos o con hambre, que intentaban calentarse y alimentarse con lo que pudieran tener a la mano.

Pero no siempre eran ignorados por todo el mundo, pues en ocasiones había personas que estaban más que dispuestas a tenderles una mano amiga cuando les era posible. Y dos de esas personas, muy conocidas y respetadas en aquella comunidad, eran Jack y Z.

Nadie sabía mucho de ellos, sólo que eran dos jóvenes humanos recién iniciados en sus veintes, que habían llegado a la ciudad hacía cinco y pico de años. Los dos eran muy hábiles peleadores y atletas, muy inteligentes y astutos, además de poseer habilidades meta humanas muy inusuales. Pero, por encima de todo eso, eran conocidos por su gran corazón. Cada cierto tiempo se paraban en ese callejón, y en otros parecidos, para repartir comida y ropa para los necesitados. En cuanto los veían llegar en su camioneta cargada, la gente lo sabía, y se acercaban para ver qué era lo que compartirían ese día. Y nunca los decepcionaban.

Ese día, traían un poco de todo: ropa de invierno, principalmente chamarras y abrigos; y comida para repartir, en especial pan, jamón y queso. La gente se congregó entorno a su vehículo, mientras los dos jóvenes repartían lo más equitativamente los víveres.

Y claro, aunque nadie lo dijera en voz alta, por supuesto muchos se preguntaban lo mismo: ¿de dónde sacaban estos dos jóvenes todo lo que les regalaban? Algunos tenían sus sospechas, que de hecho rozaban bastante cerca de una certeza. Pero igualmente, nadie lo decía directamente. Preferían no confirmarlo, y de todas formas no les importaba. La necesidad que tenían podía más que una pequeñez como la procedencia legal de aquella ropa y la comida.

Pero sin importar qué acto estuvieran cometiendo, aun así la gente quería y respetaba a Jack y Z por lo que hacían. Eran parte de ellos, de los proscritos de esa sociedad moderna. Y entre todos se debían cuidar.

A media tarde, los dos chicos ya estaban terminando su repartición de ese día.

—Gracias, jovencito —pronunció profundamente agradecido un alienígena anciano de piel azulada y largos bigotes grises, luego de que Jack le entregara una caja con unos gruesos zapatos; mucho mejores que los agujerados que el hombre traía puestos.

—No hay de qué —le respondió Jack, esbozando una sonrisa—. Cuídense, por favor.

El hombre asintió, y se alejó renqueando por el callejón.

—Muchas gracias —pronunció una niña de rostro ovalado y piel rosada, luego de que Z le entregara un emparedado y una gaseosa. Sus facciones no eran del todo claras, pero pareció de alguna forma sonreír, por lo que Z le sonrió de regreso con gentileza.

La niña se alejó corriendo por el callejón con su merienda bien aferrada en sus manos. Ella fue la última, y ya todos se habían esparcido dejando a los dos chicos solos. Y menos mal, pues ya no les quedaba más.

—Eso fue lo último —pronunció Jack con entusiasmo, revisando las cajas vacías atrás de la camioneta—. Qué suerte, ¿verdad? Todos recibieron algo, nadie se…

Al girarse a ver a su compañera, la miró con los brazos cruzados, apoyada contra un lado de la puerta de la camioneta. Y, a diferencia de él, su expresión no parecía tan optimista y alegre. Y, de hecho, tenía una mirada severa bien fija en él como dos cuchillos.

—Por favor, no me mires otra vez así —exclamó Jack con ligera molestia, mientras cerraba las puertas de la camioneta.

—¿Así como? —cuestionó Z, un tanto perpleja.

—Así, con esa mirada de: "Jack, ¿en serio quieres seguir haciendo esto toda tu vida?"

—Yo nunca he dicho eso —replicó Z, defensiva. Aguardó unos segundos, su pie se movió un poco inquieto contra el suelo, y luego lo dijo al fin—: Pero Jack, ¿en serio quieres seguir haciendo esto toda tu vida?

—¿Lo ves? —exclamó el chico, señalándola con expresión de acusación.

Jack terminó de cerrar la camioneta, e instintivamente dio un paso intentando alejarse de su amiga, posiblemente rehuyendo por reflejo de un enfrentamiento con ella. Pero Z tenía otros planes.

—Hey, ven —pronunció al tiempo que se apresuraba a alcanzarlo. Lo tomó con gentileza del brazo y lo giró hacia ella—. Siéntate un momento, ¿quieres? —le pidió, extendiendo una mano hacia dos cajas de madera a un costado del callejón. No es que hubiera muchas otras opciones de asiento por ahí, en realidad.

Jack pareció bastante reticente al inicio, pero al final cedió y se sentó de malagana en una de las cajas, mientras Z hacía lo mismo en la otra.

—Escucha, ¿hace cuánto que nos conocemos? —le preguntó la muchacha con voz calmada.

—¿Cinco o seis años? —respondió Jack, encogiéndose de hombros.

—Y en ese tiempo siempre nos hemos cuidado el uno al otro, ¿cierto? Eres como mi hermano, Jack, y te entiendo completamente. Entiendo por qué haces todo esto. Yo mejor que nadie comparto tu deseo de hacer el mundo un lugar mejor. Pero… ¿en serio crees que lo lograrás jugando a Robin Hood?

—Esto no es un juego, Z —exclamó Jack con dejo defensivo.

—Claro que no lo es. Pero ya hasta incluso la S.P.D. nos tiene en la mira.

Jack bufó y se giró hacia otro lado.

No necesitaba que le recordara lo sucedido más temprano en el Mercado Parkington. Tres sujetos, dos hombres y una mujer, los habían interceptado a mitad de su robo, identificándose no sólo como oficiales de policía, sino como oficiales de la S.P.D. Por lo que Jack sabía de esa organización, se dedicaban a, se supone, perseguir extraterrestres rebeldes y peligrosos; criminales intergalácticos, terroristas y pandilleros realmente peligrosos. Pero al parecer habían decidido que dos simples ladronzuelos como ellos se encontraban al mismo nivel de amenaza.

Una muestra más que no se podía confiar en las grandes instituciones.

—Y esos no eran policías normales —prosiguió Z—, tenían poderes también. ¿Y si mandan a más como ellos detrás de nosotros? En esta ocasión pudimos tomarlos por sorpresa, ¿pero crees que tendremos tanta suerte la siguiente vez?

—¿Crees que me asustan los S.P.D.? —masculló Jack, sonriendo confiado—. Barrimos el piso con ellos, y lo volveremos a hacer si se atreven a meterse con nosotros de nuevo.

—¿Escuchas lo que dices…?

Z estaba por recalcarle lo peligrosa de la situación en la que se encontraban, pero por suerte para Jack, alguien los interrumpió primero.

Mientras ambos discutían, una anciana alienígena se les acercó con paso renqueante. Tenía la piel escamosa y un pico que sobresalía de su rostro. Usaba ropas gastadas y viejas, y se apoyaba en un bastón improvisado hecho con piezas rotas posiblemente encontradas en la basura. Temblaba un poco con cada paso, por el frío o quizás por la propia debilidad de su cuerpo. La anciana se paró a lado de ellos, cabizbaja. No dijo nada, pero balbuceó con lamento, extendiendo una mano tímida hacia ellos.

—Yo… Lo siento mucho, no nos queda nada —se disculpó Jack, parándose de la caja—. Quizás mañana.

La anciana agachó la mirada, apenada y triste, pero pareció aceptar sus palabras. Se dio media vuelta y comenzó a retirarse con el mismo paso lento con el que había llegado.

—Espere, espere —pronunció Jack en alto. La anciana se detuvo y se giró a mirarlo. Jack se retiró rápidamente la chaqueta que llevaba puesta, y se la extendió—. Tome. Las noches se ponen frías últimamente. Cuídese.

La anciana aceptó la chaqueta. Agradeció el gesto con un asentimiento de su cabeza, y un sonido gutural difícil de interpretar, pero que también parecía reflejar gratitud a su manera. Recibido aquel obsequio, se giró sobre sus pies y se alejó caminando como había sido su intención original.

Jack la observó, con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Ésta menguó un poco, sin embargo, al girarse de nuevo hacia Z y notar que ésta lo miraba a él con los brazos cruzados, y una expresión de marcada desaprobación en el rostro.

—¿Qué? —pronunció Jack, confundido. Z sólo siguió mirándolo, en silencio—. Oye, se veía que lo necesitaba. Quizás su esposo, o su hijo.

—A eso me refiero, Jack —recalcó Z—. Por más que quieras cambiar las cosas, un poco de comida y ropa no harán la diferencia.

—Hacen la diferencia para una persona, por un día. Y con eso me basta.

—¿Pero por qué conformarnos con ayudar a una persona a la vez cuando podríamos hacer mucho más? Hacer un verdadero cambio, siendo parte de algo más grande.

—¿Más grande? —exclamó Jack, incrédulo, como si aquellas palabras le resultaran de alguna forma desconocidas—. Z, míralos —exigió Jack, extendido una mano hacia el resto del callejón, bastante concurrido aún. Z giró su rostro hacia otro lado—. Míralos —insistió Jack.

Z suspiró con pesadez, y se giró en la dirección que Jack señalaba. En el callejón había en esos momentos varios indigentes, en su mayoría alienígenas refugiados. Todos vestían ropas gastadas y viejas, salvo los afortunados que recibieron ropa nueva ese día. Estaban sentados o recostados en el suelo, congregados alrededor de hogueras en barriles metálicos, o hurgando en los contenedores de basura. En el aire había una extraña combinación de abatimiento y apatía, pero también cierta alegría que sólo podía obtenerse de la camaradería y solidaridad que nacía entre esas comunidades necesitadas en dónde, al igual que Jack y Z, se cuidaban el uno al otro sin importar qué.

—Todos estos refugiados llegaron huyendo de sus mundos por culpa de invasiones y guerras —indicó Jack con voz firme y severa—. Vinieron aquí buscando una vida mejor, y en su lugar la realidad no hace más que patearlos. ¿Crees que los "grandes" los voltean a ver siquiera? ¿Quién se preocupa por ellos? ¿Quién los cuida en realidad? ¿Es justo que haya gente muriéndose de frío mientras las empresas venden esta ropa al triple o más de su precio real? ¿Gente muriéndose de hambre cuándo restaurantes de lujo utilizan apenas el 60% de su comida y lo demás lo desechan? ¿Esos son los grandes de los que me hablas? ¿O crees que a esos estirados de la S.P.D., como los que nos persiguieron esta mañana, les importa esta gente? Sólo están ahí para cuidar a los ricos y acomodados, y sólo bajan a nuestro nivel para agredir y culpar a alguna de estas personas, cuando la realidad es que no les queda más remedio que delinquir para sobrevivir. A ellos no les importan sus circunstancias.

—Estás siendo muy prejuicioso —le recriminó Z con severidad—. No eres la única persona en el mundo que se preocupa por los necesitados, ni tus métodos son los únicos que valen.

Jack no parecía más dispuesto a seguir discutiendo al respecto, e hizo el ademán de querer alejarse de nuevo

—Escúchame, por favor —insistió Z, adelantándose para tomarlo del brazo para detenerlo—. Si quieres mejorar las cosas, si las quieres mejorar de verdad, no puedes seguir haciendo sólo esto. Necesitamos ser parte de algo mejor. Yo necesito ser parte de algo mejor.

Z se detuvo un momento, respiró hondo por su nariz, y exhaló por la boca. Su rostro se contrajo en una expresión parecida al dolor; como si lo que estaba por decir en efecto le causara dicha sensación física.

—Y si tú no estás de acuerdo —añadió—, quizás deberíamos considerar sepa…

—Hey, hey —le cortó Jack de golpe, alarmado, antes de que terminara la frase—. No tomemos decisiones apresuradas, ¿quieres?

La sola insinuación de lo que Z estaba por sugerir, pareció suficiente para que Jack cambiara su actitud. Se tomó unos momentos para serenarse, y dejar toda su actitud beligerante a un lado.

—De acuerdo, está bien —aceptó Jack al fin, un tanto resignado—. Cuando encuentres algo mejor, algo en verdad mejor, dímelo. Y te prometo considerarlo. Y si no me convence, y aun así tú quieres tomar otro camino…

Jack hizo una pequeña pausa, dejando escapar un pequeño suspiro.

—Yo lo respetaré, y te apoyaré. ¿Prometido?

Lanzada aquella declaración, extendió su mano derecha hacia su amiga, con el meñique extendido. Z sonrió con entusiasmo.

—Prometido —le respondió al tiempo que entrelazaba su meñique con el de Jack, sellando de esa forma su promesa.

—Mientras tanto —comentó abruptamente el muchacho—, tengo un golpe más para esta noche.

—¡Jack! —exclamó Z inconforme, soltando de inmediato su meñique.

—Oye, dije que lo consideraría cuando encontraras algo mejor. Y eso no va a llegar de la noche a la mañana a golpearnos a la cara, ¿o sí?

La muchacha se cruzó de brazos, y se giró hacia otro lado, claramente nada contenta.

—Vamos, Z —insistió Jack, ahora con actitud bastante más relajada—. Un trabajo más, sólo uno. Hazlo por mí. ¿Qué es lo peor que puede pasar?


Lo peor que podía pasar, al parecer, era que justo al día siguiente de aquel "último" trabajo, y luego de hacer de nuevo la repartición de la mercancía entre la gente, los mismos oficiales de la S.P.D. terminaran interceptándolos de nuevo, ahora bastante más confiados y decididos que la vez anterior.

La repentina intervención de un numeroso y desconocido grupo de robos luchadores les había dado una oportunidad para huir, pero… Bueno, una cosa llevó a la otra, y ahora Jack y Z se encontraban sentados uno al lado del otro en una celda para criminales retenidos de la base central de la S.P.D. Y si eso no fuera suficiente, a ambos les habían colocado unas pulseras negras que se apretaban firmemente a sus muñecas. La función de éstas resultó bastante evidente en el momento en el que Jack intentó atravesar los barrotes de la celda usando su metapoder, y terminó estrellándose de narices contra estos. Su compañera decidió ni siquiera intentar multiplicarse.

—Tiene que ser una broma —masculló Z con irritación—. Gracias, Jack —añadió con voz áspera, seguida después por un codazo que clavó con fuerza contra el costado de su compañero de celda. Jack se dobló, soltando un agudo quejido de dolor por el golpe.

—¿Yo? ¿Yo qué hice?

—¡Te dije que ya no quería hacer esto! —espetó Z con fuerza—. Pero no, tú querías tu "último golpe", ¿no?

—Eso no tuvo nada que ver con esto —se defendió Jack con firmeza.

—¿Cómo qué no? Te dije que esos oficiales de la S.P.D. nos estaban siguiendo los pasos. Te aseguro que así fue como nos encontraron de nuevo. Y, oh sorpresa, no eran sólo oficiales: ¡eran Power Rangers! ¡Power Rangers, Jack!

—Lo sé, qué locura —masculló el muchacho, pensativo. Se paró de su asiento y avanzó hacia los barrotes mientras hablaba—. ¿Quién envía Power Rangers a arrestar a dos inofensivos ladrones de ropa y comida? ¡Esa es una muestra más de cómo esta gente no tiene reparó en usar la fuerza bruta para aplastar a los oprimidos! —pronunció la última frase con fuerza ya frente a los barrotes, intentando hacerse escuchar por cualquiera que estuviera lo suficientemente cerca.

—¿Quieres ahorrarte un segundo tus declaraciones sociales? —le reprendió Z.

—¿Cómo quieres que me quede callado ante estas injusticias? Mira esto —señaló, al tiempo que con sus dedos intentaba retirarse la esposa inhibidora de metapoderes de su muñeca, pero estaba tan aferrada a él como lo estaba hace dos minutos cuando también intentó quitársela—. Estoy seguro que estás cosas violan alguna ley internacional, universal, o lo que sea.

Z suspiró y se talló su cara con frustración.

—¿Sabes qué no entiendo? —pronunció Z con voz irónica—. Si tanto odias a "esta gente", ¿por qué quisiste volver para ayudarlos con esos robots cuando ya nos habíamos librado de ellos?

Jack enmudeció, y se giró a mirar de nuevo hacia los barrotes. Cuando esos robots extraños aparecieron, rodearon a los tres oficiales, y eso les dio una ventana para huir. Ya se habían alejado lo suficiente, ya se habían librado del peligro… cuando a Jack, al parecer, le entro el remordimiento. Se detuvo, señaló que los robots eran bastante más que los oficiales, y regresó sobre sus pasos para ayudarlos. Y con el apoyo de Jack y Z, lograron destruir a algunos de esos robots, y los demás huyeron. ¿Y cómo le agradecieron los Rangers su ayuda? Metiéndolos en esa celda, por supuesto.

En retrospectiva parecía haber sido una muy mala idea. Sin embargo, ni siquiera así Jack se arrepentía de su decisión.

—Quizás no me agrade lo que hacen, pero eso no quiere decir que me parezca correcto que salgan lastimados por hacer su trabajo —declaró Jack con inamovible convicción—. Además, esos robots se veían bastante peligrosos. ¿Qué rayos eran?

—¿Y yo qué voy a saber? —respondió Z, exasperada.

Los dos se quedaron en silencio. Tras unos segundos, Jack volvió a retomar sus intentos de quitase esa molesta pulsera inhibidora.

—¿Quieres dejar eso? —suspiró Z con voz cansada—. Te vas a lastimar.

A pesar de su sugerencia, Jack siguió insistiendo, pero de nuevo no fue capaz de mover la esposa ni un milímetro.

—¿Cuánto tiempo nos van a tener aquí esperando? —espetó frustrado, incluso golpeando los barrotes con una mano para hacer más ruido—. ¡Hey! ¡Quiero mi llamada! ¿Me oyen?

—¿Y a quién rayos llamarías exactamente? —cuestionó Z, sonando incluso divertida al hacerlo.

—No lo sé todavía. Pero es mi derecho, así que: ¡quiero mi llamada! —gritó Jack, volviendo a golpear los barrotes.

Nadie acudió de momento a su llamado.


Desde un monitor en la Sala de Mando, Kat observaba con curiosidad la imagen de la cámara presente en la celda de retención 2; la celda la cual los ladrones callejeros del Mercado Parkington eran sus más recientes huéspedes. Kat sabía que terminarían ahí de alguna forma, pero aún así le causaba cierta impresión ver a los hijos de dos de sus antiguos compañeros ahí sentados tras las rejas. Y, de alguna forma, se sentía responsable por ello.

Mientras ella observaba atenta el monitor, el Comandante Cruger ingresó en sala, y se aproximó hacia la doctora con paso firme. Se paró a su lado, y no tardó en posar su atención en lo mismo que ella.

—Veo que nuestros dos invitados se están poniendo cómodos —señaló Cruger con cierta ironía acompañando sus palabras.

—Por decirlo de alguna forma —respondió Kat—. ¿Ahora qué sigue?

—Como dijimos, darles la oportunidad de tomar la decisión más importante de sus vidas.

—Seguiremos adelante con esto, entonces.

—¿No estás de acuerdo?

Kat no respondió. Ciertamente no estaba aún segura cuál era su sentir final al respecto de ese plan. Pero había aceptado apoyar al Comandante en esta idea, así como él la había apoyado a ella. Por lo que sólo quedaba ver hacia donde los llevaba todo eso, y esperar que la supervivencia del planeta entero no fuera el precio que tendrían que pagar al final.

Fijó de nuevo su atención en el monitor, observando atentamente a los dos chicos en ellos, que parecían seguir discutiendo. Incluso sin audio, Kat pudo percibir que no era una discusión precisamente violenta, sino simplemente como discutirían dos hermanos en desacuerdo; o al menos como Kat suponía que debían discutir dos hermanos.

Aún le parecía fascinante que de todas las personas en el mundo, ambos se hayan encontrado el uno al otro. Y de todas las ciudades posibles, hubieran terminado justo en esa. De otra forma, quizás nunca los hubiera vuelto a ver.

—En verdad han crecido mucho —indicó Kat, soltándolo como un simple pensamiento al aire.

—¿Deseas hablar tú con ellos? —le preguntó Cruger con curiosidad. La propuesta la sobresaltó un poco, como una punzada de miedo en el pecho.

—No, mejor no —respondió rápidamente, y al instante extendió una mano al frente, haciendo que el monitor ya no mostrara más la vista de la celda—. No sabría qué decirles, en realidad.

—Tarde o temprano tendrás que contarles la verdad sobre la relación entre sus padres y tú.

—Sí, es cierto —suspiró Kat, resignada—. Pero, mientras tanto, creo que les impresionará más hablar con el grandioso Comandante Anubis Cruger. Puedes ser más intimidante y persuasivo que yo.

—Lo tomaré como un cumplido —masculló Cruger con seriedad, y Kat le dio un par de palmadas juguetonas en su brazo.

Las puertas de la Sala de Mando se abrieron a sus espaldas en ese momento, y por ellas ingresaron los chicos del momento: Sky, Syd y Bridge, que volvían victoriosos (al fin) de su primera misión. Aunque no sin algunas sorpresas.

Los tres avanzaron, tomaron sus posiciones y se pararon firmes uno al lado del otro.

—Señor, el Escuadrón B, reportándose —indicó Sky con firmeza en la voz.

—Cadetes, buen trabajo —pronunció Cruger, girándose hacia ellos—. Aprehendieron a los criminales, y nos trajeron unos interesantes regalos.

Detrás de los nuevos Rangers, ingresó después Boom, empujando un carrito del taller, cargado en ese momento con varias piezas mecánicas amontonadas. Pero no eran piezas cualesquiera: pertenecían a dos robots, parte del misterioso grupo que había atacado al Escuadrón B esa tarde.

—Sí, sobre esto… —murmuró Syd, señalando con una mano hacia el carrito y las piezas en él—. ¿Qué son exactamente?

Kat se aproximó al carrito, se paró a lado de él y tomó entre sus manos la cabeza de uno de esos robots, sujetándola delante de su rostro. La cabeza era redonda, de color plateado, con grandes agujeros negros en el rostro, como si fuera algún tipo de bola de boliche.

Echó un vistazo al resto de las piezas; brazos, torso y piernas, de colores negros, siguiendo un patrón en su construcción y diseño muy distintivo. Desde antes de verlos de cerca ya lo había intuido. Pero una vez que los tuvo ahí frente a ella, los reconoció de inmediato de las bases de datos de inteligencia de la S.P.D.

—Krybots —pronunció en voz baja y severa.

—¿Krybots? —pronunciaron los tres cadetes al mismo tiempo.

Kat miró a Cruger. El rostro del Comandante se había ensombrecido. Por supuesto, él también los había reconocido.

—Son robots de combate del ejército Troobiano —informó Cruger con seriedad.

—¿Troobiano? —exclamó Sky, atónito—. ¿Troobiano como… el Imperio Troobiano?

—¿Conocen algún otro? —respondió Cruger con sequedad.

—Ah, ¿qué es el Imperio Troobiano? —preguntó Bridge, confundido. Dicha pregunta le ganó una marcada mirada de desaprobación por parte de Sky.

—¿Hablas en serio? —le cuestionó incrédulo. Bridge simplemente se encogió de hombros.

Kat dejó la cabeza de nuevo en el carrito, y se giró hacia los tres cadetes.

—¿Cuántos eran?

—Varios —respondió Sky—. Diría entre veinte y veinticinco de estos negros, y además uno azul.

—¿Un Testa Azul? —exclamó Cruger, alarmado. Kat y él intercambiaron una mirada inquisitiva y, aparentemente, preocupada.

La líder científica tomó de inmediato su tableta, y movió sus dedos presurosos por ella. Cruger se paró a su lado, observando la tableta por encima de su hombro. Los demás, por su parte, se miraban entre ellos, y aguardaban; bastante confundidos, en realidad.

—¿Alguna señal detectada por la boyas? —preguntó Cruger, apremiante.

—Negativo —respondió Kat—. Incluso con los puntos ciegos ocasionales, una cantidad como ésta definitivamente hubiera accionado los sensores de al menos una.

—Entonces, ¿cómo pudo Grumm introducir tantos de sus robots al planeta sin que nos diéramos cuenta?

Kat negó lentamente con la cabeza. Ciertamente, no tenía cómo responder a esa pregunta. No aún, al menos.

—Ah, disculpen —intervino Syd, alzando la voz para hacerse escuchar—. ¿Alguien nos puede explicar qué está pasando?

—Esa será una plática para otra ocasión —respondió Cruger con voz ausente.

—Pero… —comenzó a pronunciar Bridge, pero el Comandante volvió a hablar primero.

—Por ahora, pueden retirarse. Descansen, Rangers.

Los tres no parecieron muy convencidos, pero decidieron hacer justo lo que les pedían. Syd y Bridge se fueron primero, pero Sky permaneció un poco más, pues había otro tema que le urgía discutir.

—Ah, señor —murmuró el cadete en voz baja, aproximándose hacia el Comandante—. Creo que hubo un error, me dieron el Morpher del Blue Ranger, y debería haber sido…

—No hubo ningún error, cadete Tate —le respondió Cruger, un tanto cortante—. Se le asignó el puesto de Blue Ranger, y de segundo al mando del Escuadrón B.

—Pero… eso… —balbuceó Sky, visiblemente confundido, sin poder articular fácilmente palabras—. Yo… Ah… ¿Y quién será entonces el Red Ranger?

—Eso aún está por decidirse.

—¿Por decidirse? Pero…

—Puede retirarse, cadete Tate —recalcó Cruger, con una pequeña dosis adicional de severidad en su voz.

Sky vaciló unos segundos, incapaz aún de recuperarse de la fuerte impresión. Al final logró sobreponerse lo más posible para ofrecerle el saludo al Comandante, y dirigirse a la salida junto con sus otros dos compañeros.

Kat había estado observando en silencio todo aquello, con un ojo en su tableta, y otro en Sky.

—No le agradó para nada —masculló en voz baja.

—Sobrevivirá —indicó Cruger.

—Deberá también explicarles pronto a qué nos estamos enfrentando. Merecen saberlo.

—Y lo haré. Pero primero quisiera tener toda la información disponible, para yo mismo comprender el nivel de la amenaza.

Cruger fijó su atención en los resto de Krybots en el carrito.

—¿Crees poder descubrir de estos restos cómo Grumm introdujo sus robots al planeta bajo nuestras narices?

Kat suspiró.

—No lo sé, pero haré el intento.

—Como sea que haya sido, me temo que esto sólo muestra que Grumm está más cerca de lo que temíamos.

Su comentario cubrió la sala entera de un aire pesado y denso. La amenaza del Imperio Troobiano se sentía cada vez más cerca de sus cabezas.

—Vamos, Boom —le indicó Kat a su asistente—. Llevemos todo esto al laboratorio, y empecemos a revisarlos.

Boom tomó presuroso el carrito, y comenzó a empujarlo hacia la puerta. Kat lo siguió unos pasos detrás.

Por su parte, una vez que Kat y Boom se fueran, Cruger se giró de nuevo al monitor que estaban observando hasta hace poco, y lo volvió a encender. La imagen de sus dos nuevos prisioneros sentados en su celda se volvió a proyectar.

Él también tenía trabajo que hacer.

Notas del Autor:

Al fin tenemos en escena a Jack y a Z. En esta versión amplié un poco esa misma conversación que tienen en el Episodio 1, intentando profundizar un poco más en la manera de pensar de ambos. Jack quizás se sienta un poco más "rebelde" de lo que recordamos, pero al menos en los primeros episodios siempre me pareció que algo de eso había en él, incluyendo su desconfianza en las instituciones como la S.P.D. Pero como todos los demás Ranger, con el tiempo fue aprendiendo y cambiando su manera de pensar y comportarse.

Y por cierto, lo de las pulseras inhibidoras me lo inventé, ya que en realidad no recuerdo que hayan dado un motivo de por qué Jack simplemente no usó su poder para salir de la celda en la que lo tenían. Pero serán un recurso a la mano que posiblemente volveremos a utilizar en el futuro.