El aire en el Ministerio de Magia estaba pesado, viciado por la agotadora jornada. No podía evitar frotarme los ojos mientras caminaba por los pasillos, mis pasos resonando en el mármol frío. El viaje de vuelta desde Azkaban había sido extenuante. Todo ese asunto con los dementores, el archivo de Sirius Black, la sensación de estar rodeado de sombras… todo eso había dejado una carga en mi pecho, como si la oscuridad de la prisión aún estuviera pegada a mi piel. Pero nada de eso importaba ahora. Estaba de vuelta, y tenía un trabajo que hacer.

Me dirigí a mi oficina con la cabeza llena de pensamientos dispersos. El robo del expediente de Sirius Black. ¿Cómo había sucedido? ¿Quién lo había hecho? Y lo más importante, ¿por qué? Había estado recorriendo los fríos y solitarios pasillos de Azkaban, buscando respuestas en sus archivos olvidados, sin saber bien qué esperaba encontrar. Ahora, con una carpeta bajo el brazo, estaba de vuelta en el Ministerio, nuevamente atrapado en ese laberinto de papeles y preguntas sin respuesta.

Entré en mi despacho y me dejé caer en la silla con un suspiro. La tenue luz de las lámparas exteriores se filtraba por la ventana, iluminando ligeramente el caos que reinaba sobre mi escritorio. Papeles desordenados, plumas dispersas, tazas de café vacías. Tomé una respiración profunda y comencé a revisar los documentos que había traído conmigo, los papeles del archivo de Azkaban. Sabía que no serían de gran ayuda, pero era lo único que podía hacer por el momento.

Saqué una hoja de la carpeta y la extendí sobre la mesa. Era la lista de personas que habían consultado los fondos en Azkaban durante el último mes. El archivo estaba etiquetado con nombres, fechas, horas exactas. Sabía que el robo del expediente se había producido en ese mismo período, y ahora solo quedaba una cuestión: ¿quién había sido?

Miré rápidamente la lista. Nombres y más nombres, cada uno acompañado de una fecha y de una hora. Había cosas que no tenían mucho sentido, personas que se repetían, otras que parecían fuera de lugar, pero nada destacaba particularmente. Hasta que llegué al final de la lista, justo en una de las últimas páginas. Un espacio vacío. Un espacio que destacaba entre todos los demás. Un hueco en blanco.

Me quedé mirando la página durante un largo momento. El vacío era palpable. No había nombre, ningún detalle, nada que pudiera darme una pista. En un mundo donde cada movimiento se registraba, donde cada consulta, cada palabra, cada documento tenía un sello de tiempo y un nombre, el hecho de que alguien hubiera accedido al archivo y dejado su entrada en blanco me inquietó. Era una omisión deliberada, una forma de ocultar algo sin dejar rastro, sin dejar huella.

Sabía lo que eso significaba. No hacía falta que pusieran un nombre en el hueco. No necesitaba un identificador, un apellido o una firma. Ese espacio vacío era suficiente para mí. Era claro como el agua: la persona que había robado el expediente de Sirius Black no quería ser vista, no quería ser conocida, ni siquiera registrada. Su huella quedaba suspendida en el silencio de la nada. Pero aunque no tuviera un nombre, había algo que podía determinar con certeza: el cuándo.

El cuándo era todo lo que necesitaba saber por ahora.

Me incliné hacia adelante y estudié la página con más detenimiento. Las otras fechas eran claras, pero la ausencia en esa línea mostraba algo más. Había algo, en la fecha de la consulta, que marcaba la diferencia. Era reciente, solo unos días antes de que se diera la alarma sobre el robo. Estaba allí, en la lista, entre las consultas rutinarias y las verificaciones que se hacían habitualmente. Pero esa, esa había sido diferente.

Volví a repasar la lista, mi mente nublada por la fatiga, pero el hueco seguía allí. Un vacío inquebrantable, imposible de ignorar. Era el único que no encajaba, el único que no debía estar allí. Una parte de mi cerebro ya sabía lo que iba a hacer con esa información, aunque en ese momento me sentía agotado, sin fuerzas para hacer más. Solo necesitaba un descanso.

Sin embargo, al final, una punzada de ira me atravesó el pecho. El Ministerio había fallado en su vigilancia. Había demasiados huecos, demasiadas fallas en el sistema. El hecho de que alguien pudiera robar algo tan importante, tan delicado, sin dejar rastro de su identidad, solo confirmaba lo que ya sabía: no podía confiar completamente en nadie. Especialmente no en aquellos que se encargaban de la seguridad de la información que debía ser resguardada con más celo.

Tomé una pluma y empecé a trazar círculos alrededor del hueco, como si pudiera hacer que esa ausencia se llenara de sentido. Pero no lo hacía. La ira, la frustración y la impotencia solo creaban más nubes en mi mente. No podía dejar que esto quedara en el aire. No podía dejar que se escurriera de nuevo entre mis dedos como tantas otras veces. El expediente de Sirius Black debía regresar a su lugar, debía saberse qué había pasado con él, quién lo había robado, y qué significaba todo aquello.

El cuándo estaba claro, pero el quién, el por qué… aún quedaban preguntas que no podía responder.

Dejé los papeles sobre la mesa y me recosté en mi silla, mirando por la ventana, tratando de despejar mi mente. A lo lejos, podía ver los pasillos del Ministerio, bañados por luz artificial de las lámparas. La noche comenzaba a caer, y con ella, la sensación de que algo más oscuro acechaba en las sombras.

Sabía que ese vacío no sería fácil de llenar. Pero estaba decidido a encontrar la respuesta. Sabía que, aunque no supiera quién había robado el expediente, la verdad no tardaría en salir a la luz. Porque siempre había algo más, algo oculto bajo la superficie, y yo estaba acostumbrado a cavar hasta encontrarlo.

Al final, el vacío en la lista era solo el primer paso. El primer indicio de lo que vendría. Y aunque el quién seguía siendo un misterio, el cuándo era todo lo que necesitaba para empezar a buscar, para dar el siguiente paso.

Y este, este sería el más importante de todos.