Este es el segundo fic que hice a los 18, y ahora que lo veo creo que me sobrepase con los detalles, en ese entonces estaba muy intrigado leyendo algunos libros como el Conde de Montecristo y Código Da Vínci. También después de leer el fic de Dark Pikachu de nombre "Keeping It Even" se me ocurrió hacer algo parecido en escribir un one shot que pareciese tener más capítulos. Realmente no tengo planes para estos fics, como dije no pretendo convertirme en escritor de fanfics. Así que si alguien quiere continuar la historia, o tomar la idea o cualquier cosa, por mi esta bien.


El Valor En Lo Simple

La noche avanzaba con una lentitud casi palpable en la modesta habitación de Nabiki. La lámpara de escritorio, bañada en un cálido tono ámbar, arrojaba un halo suave que delineaba con delicadeza cada objeto sobre la mesa. Los libros, de tapas gastadas y páginas amarillentas, reposaban junto a cuadernos dispersos, cada uno contando su propia historia en trazos y palabras olvidadas, mientras las sombras jugaban al compás del tenue parpadeo de la luz.

El ambiente estaba impregnado de una atmósfera melancólica; la penumbra parecía abrazar cada rincón, transformando la estancia en un refugio silencioso y lleno de secretos. Afuera, el viento que barría Nerima se colaba por la ventana entreabierta, llevando consigo un murmullo lejano que hablaba de la vida agitada de la ciudad. Ese susurro, casi imperceptible, se mezclaba con el aroma a tierra húmeda y hojas caídas, creando un eco sutil de historias pasadas y sueños dispersos en la brisa nocturna.

Ranma estaba sentado rígidamente frente a Nabiki, con el ceño profundamente fruncido y el lápiz girando sin cesar entre sus dedos. Cada vuelta del instrumento parecía marcar el paso de un tiempo que se extendía interminablemente, mientras sus ojos se concentraban en la hoja de papel en la que el problema matemático se mostraba como un verdadero desafío a sus ojos.

La tensión en su rostro se hacía evidente con cada minuto que pasaba; la línea de su mandíbula se tensaba y pequeñas arrugas comenzaban a formarse en su frente, reflejando la lucha interna entre la lógica y la frustración. Había estado batallando con el mismo problema durante más de diez minutos, y ese prolongado esfuerzo se traducía en una mirada mezcla de determinación y desánimo. La frustración se dibujaba en cada gesto: sus labios se apretaban casi imperceptiblemente, que oscilaban entre el rastro de una solución inminente y la sensación de impotencia ante un desafío que parecía realmente estar fuera de su alcance.

—Tch… esto es una estupidez —murmuró Ranma con una voz cargada de frustración, dejando escapar la exasperación mientras apoyaba con desgana la frente contra la superficie fría y dura de la mesa. Mostrando claramente su rendición contra lo que parecía ser un obstáculo impenetrable.

Nabiki, sentada con los brazos cruzados de forma deliberada, lo observaba con una mezcla de diversión y sutil ironía. Su mirada, aguda y divertida, recorría cada gesto de Ranma, encontrando hilarante ver cómo su sereno semblante se transformaba en un cuadro de derrota ante un mero ejercicio matemático. Para ella, la situación resultaba cómica: el orgullo y la determinación que tanto caracterizaban a Ranma se desvanecían ante la insignificancia del problema, convirtiendo su frustración en una pequeña tragedia que ella, en silencio, disfrutaba con evidente diversión.

—Vaya, nunca pensé que el gran Ranma Saotome pudiera ser vencido por un conjunto de números y letras. ¿No se supone que eres un genio en el combate? ¿El mismo chico que exclama constantemente de que ningún problema puede con el?—ironizó, inclinándose sobre la mesa.

Ranma soltó un bufido.

—Sí, bueno… los números no me lanzan patadas voladoras.

Nabiki esbozó una sonrisa llena de picardía, aquella que surgía de disfrutar cada oportunidad de provocar a Ranma. Para ella, esos instantes eran el bálsamo perfecto tras un día ajetreado, cansado, un pequeño respiro en el que su diversión se basaba en jugar con la cabeza de uno de los artistas marciales más poderosos del mundo. Con naturalidad, se recargó contra el respaldo de su silla, dejando que su postura relajada contrastara con la tensión que había llenado el ambiente hasta ese momento.

Mientras la luz tenue de la habitación delineaba sus rasgos, Nabiki dejó escapar una risa contenida y, con una sonrisa traviesa que se dibujaba en sus labios, inclinó ligeramente la cabeza hacia Ranma. En tono casual, casi como si la pregunta emergiera de la nada, soltó con una voz que combinaba ironía y diversión:

—Ahora que lo pienso, Saotome… ¿qué es lo divertido de ir a los tejados cada noche? ¿O acaso piensas en Akane y es tu único lugar para tus 'necesidades físicas'?

Ranma se atragantó con su propia saliva y se puso rojo en un instante.

—¡¿Q-qué?! ¡N-no digas estupideces, Nabiki! ¡No es nada de eso!

Ella se rió, disfrutando de su reacción.

—Tranquilo, tranquilo, solo bromeaba —dijo Nabiki con una sonrisa satisfecha, la cual se dibujaba en sus labios con una mezcla de picardía y confianza. "Deja de alterarte con tanta facilidad, Saotome, mejor volvamos a…"

"—Es que…" Su voz temblaba ligeramente, Con un gesto casi imperceptible, dejó caer el lápiz sobre la mesa. Durante ese breve instante, sus ojos se abrieron en una mezcla de duda y anhelo de expresar algo más, pero la inseguridad lo mantenía en un silencio forzado.

Nabiki, al ver la repentina transformación en la expresión de Ranma, frunció el ceño y lo miró con intensidad. Su mirada, aguda y penetrante, parecía exigir una explicación inmediata. "—¿Qué cosa, Saotome?"

Ranma dudó, titubeando mientras trataba de juntar el valor para continuar. "Em…bueno, yo… es que suena tonto si lo digo", murmuró, sus palabras saliendo de manera entrecortada y acompañadas de un leve rubor que se dibujaba en sus mejillas.

Nabiki replicó: "—Ya suéltalo, lo que vayas a decir ahora no hará que mi percepción de lo idiota que eres cambie."

—Que amable eres, Nabiki— Mientras una gota de sudor se escapaba de su frente.

Finalmente, con la impaciencia evidente en cada fibra de su ser, Nabiki insistió: "Ya dilo, Saotome."

Ranma solo pudo suspirar, dudo por un momento, pero ya había decidido que no tenía nada que perder, continuó, tropezando un poco con sus palabras—. Es que…bueno…¿Recuerdas que antes viajaba con el viejo? Pues la verdad era…algo frecuente que después de un largo día, antes de ir a dormir mirara hacia arriba…el cielo.

Su voz bajó un poco, como si estuviera recordando algo lejano. Nabiki dejó de sonreír.

— ¿Eh? ¿El cielo? —preguntó con escepticismo.

Ranma asintió y su mirada se perdió en algún punto sobre la mesa.

—Sí, ciertos días eran…em… difíciles, asi que me mantenía a flote mirando las estrellas en el cielo, digamos que lograba mantenerme en calma en varios momentos, y eso se mantuvo durante años hasta el día de hoy. Supongo que al pasar tanto tiempo sin tener nada, aprendí a ver lo bonito de las cosas en lo poco.

Nabiki permaneció en silencio, su mirada fija en un punto indefinido, mientras una corriente de emociones casi imperceptible recorría su interior. Aunque sus labios no se movieron, el modo en que sus ojos se estremecían y la leve tensión en sus manos delataban un torbellino de sentimientos. Algo en el tono pausado y calculado de Ranma, en la forma precisa y a la vez enigmática en que pronunciaba cada palabra, logró despertar en ella una sensación extraña en el pecho, traer recuerdos consigo sobre una época diferente a la que ella jamás se había permitido recordar.

A pesar de la atmósfera cargada de emociones no expresadas, Ranma continuó hablando con naturalidad, sumido en sus propias ideas y ajeno al sutil cambio en la expresión de Nabiki.

—Cuando llegué a Nerima… se me mostro un monton de cosas que jamás habia visto o experimentado. De pronto tenía cosas que nunca antes había tenido. Una cama que siempre estaba ahí cuando la necesitaba. Desayunar y saber que habría comida al día siguiente. Escuchar voces familiares cada mañana…disfrutar de un buen helado después de clases… No sé, son cosas pequeñas que para los demás son tan obvias y dan por sentado… pero para mí fueron…son… increíbles. Supongo que… la vida no siempre es justa, pero si te detienes a mirar bien, siempre hay algo pequeño que vale la pena.

Silencio.

Nabiki sintió un escalofrío recorrer su espalda. No era solo lo que había dicho… era la forma en que lo había dicho. Con torpeza, sí, pero con una claridad que no esperaba de alguien tonto como él. Y lo peor de todo…

Era algo que su madre le había dicho una vez.

Sus dedos se cerraron inconscientemente sobre el bolígrafo que tenía en la mano. Un recuerdo vago, casi olvidado, cruzó su mente. Su madre, con su sonrisa suave, hablándole en una tarde cualquiera…

"Siempre hay algo pequeño que vale la pena hechar un vistazo, el valor de las cosas no siempre esta sujeta a cuanto es lo que vale segun su precio, las cosas mas pequeñas y sencillas Nabs, pueden realmente significar algo muy importante, y la sencillez en las cosas, es lo que hace que la vida sea valiosa. Solo tienes que mirar bien."

Nabiki sintió una extraña opresión en el pecho.

Sacudió la cabeza, tratando de quitarse esa sensación de encima. No, no podía ser. Era solo una coincidencia. Ranma no tenía idea de lo que su madre había dicho alguna vez. Y aun así, por alguna razón, no pudo mirarlo directamente a los ojos.

—Hmph… quién diría que detrás de todo ese músculo había un filósofo frustrado —murmuró, tratando de recuperar su tono usual.

Ranma rió levemente, como si no hubiera notado el cambio en ella.

—¿Yo? Nah…em…en realidad solo digo lo que pienso. Aunque probablemente suene tonto.

Nabiki bajó la mirada.

—No, no lo es…

Su propia voz sonó más baja de lo normal.

Ranma la miró con curiosidad, pero ella rápidamente desvió la vista y se aclaró la garganta.

—Bueno, suficiente charla. A ver si logras resolver ese problema antes del amanecer, Saotome.

Él gruñó y volvió a mirar su cuaderno, sin notar la forma en que Nabiki se quedó viéndolo por un instante más.

Porque, aunque se negaba a admitirlo incluso para sí misma, en lo más profundo algo se había estremecido. Durante años había mantenido sus emociones en un silencio casi absoluto, escondiéndolas tras una coraza que le impidió reconocer incluso sus más sutiles anhelos. Pero en ese instante, algo se movió en su interior de forma inesperada, despertando sentimientos largamente adormecidos. Era como si una corriente silenciosa hubiera irrumpido en el estanque de su ser, alterando la quietud que tanto se había esforzado por conservar.

Aquella sensación, tan perturbadora como fascinante, insinuaba la posibilidad de un cambio irreversible. Y mientras luchaba por comprender lo que estaba ocurriendo, un horrible presentimiento se apoderó de ella: intuía que este despertar interno no sería un hecho aislado, sino el inicio de una serie de transformaciones que alterarían su vida. La certeza de que no sería la última vez que se verían sacudidas esas profundidades emocionales por aquel chico de la trenza, se mezclaba con el miedo y la incertidumbre, dejando en su pecho la marca indeleble de lo que estaba por venir.