Lavellan

Lavellan abrió la boca, sorprendida cuando Rook desapareció en la nada, dejando al Lobo Terrible con la palabra en la boca.

No se había atrevido a hacer eso. No la había dejado en la estancada. ¿No, verdad?

En ese momento, Solas apretó el puño, furioso, cerrando la boca de golpe con un ruido.

Delltash —maldijo en élfico, haciendo que Lavellan dejase caer la mandíbula de golpe.

Ostras. Ostras. Solas insultando. Eso realmente se estaba acercando a un sueño húmedo muy suyo, se dijo, abanicándose mientras se sonrojaba ligeramente.

Maldito libido desbocada. ¿Había que recordarte que Solas te traicionó varias veces, eh? Discutió, consigo misma.

Pero también pinto murales de vosotros dos, le contestó, maliciosamente, su propia cabeza. Lavellan apretó la mandíbula ante ese pensamiento, que tuvo la decencia de ignorar.

Solas, con un suspiro, se agachó, quedándose en cuclillas, acariciándose la cabeza, molesto, casi con un puchero en sus labios.

—Dichose niñe —murmuró, tapándose la boca ligeramente con un brazo.

Lavellan empezó a creer que iba a tener que recoger la mandíbula del suelo, porque entre lo de Rook y que nunca había visto a Solas así de desesperado, no sabía cómo no había caído redonda de la sorpresa.

Ay, madre. Le iba a dar un infarto en esta dimensión, y nadie sabría que fue por culpa de un elfo de miles de años adorable.

Solas volvió a suspirar, con la tristeza alojándose en su rostro.

—¿Estarás bien, Ma'arlath? No he sabido de ti en tanto tiempo, solo en susurros, en rumores no fundamentados... —murmuró, apoyando la cabeza en su brazo, mientras cerraba los ojos, apenado.

Una tristeza se alojó en su rostro, profunda, cuando la llamó "Mi amor". Por una vez, pensó Lavellan, estaba viendo el verdadero rostro del tan temido Lobo Terrible. Y que Mythal la bendijese, le estaba gustando. Se acercó a él, curiosa, sin cruzar aún a su lado del abismo, mientras se sumía en sus propios pensamientos.

Era sencillo por qué Solas no sabía nada de ella, hoy en día. No había dejado que los espías de Solas se acercasen a Feudo Celestial, simplemente, porque no había dejado que nadie, salvo Morrigan y algunos amigos más, que solo iban en momentos puntuales que ella designaba, para ir a pocos sitios o para traerle algunas cosas.

No había dejado que nadie se acercase enteramente a Feudo, alimentando las protecciones del castillo ella misma.

Solas volvió a suspirar, apoyando la cabeza en uno de sus puños.

—Si solo tuviese una oportunidad más de verla...—Solas negó, con ese movimiento de cabeza tan característico suyo, mientras sonreía, con amargura—. A quién intentas engañar, Solas. La abandonaste y la traicionaste. Atente a las consecuencias de tu orgullo— se recriminó, burlonamente, a sí mismo.

Lavellan saltó el abismo con facilidad, nerviosa por esas palabras. En este mundo, parecía ser más ligera de lo normal, aunque quizás era su corazón que había empezado a latir más rápido. Se colocó a su lado, agachándose, queriendo estar más cerca de él. Era increíble, se dijo, clavándose las unas ligeramente en las palmas de su mano. Él también la había echado de menos, aunque sea un poco, se dijo, mientras su corazón pegaba un salto en su pecho. Sus mejillas se sonrojaron un poco, ligeramente.

Eso indicaba que le había importado algo a Solas. Y eso la hacía feliz, aunque fuese solo unos resquicios de lo que ella sentía por él. Los murales, estas palabras, todo hacía que su esperanza bailase una vez más en su pecho, sin poder evitarlo, haciendo que suspirase, deslizándose por sus labios antes de que pudiera contenerlo, flotando en el aire con ese sentimiento que no se atrevía a decir en voz alta, ni en su propia cabeza.

Súbitamente, Solas desvió la mirada hacia ella, haciendo que Lavellan frunciese el ceño.

Qué raro. Su mirada parecía fija en ella. Se giró, curiosa de lo que se supone que estaba viendo a su espalda. Solas soltó una risilla.

—No hace falta que te gires. Te estoy viendo a ti, espíritu desconocido.

Lavellan casi, y solo casi, se cae por el barranco de la sorpresa. Sus buenos reflejos, después de tantos años de entrenamiento, la salvaron de despeñarse por poco. Sus ojos se abrieron de par en par, fijos en Solas, frente a ella. Su respiración quedó atrapada en su garganta, como si sus pulmones se hubiesen olvidado de como respirar. Por un instante, no pudo ni parpadear, mientras clavaba la vista en el elfo, quién había mantenido una sonrisilla ante su silencio.

—¿Qué demonios? ¿Me estás viendo? — le preguntó Lavellan, sin aire, mientras empezaba a temblar ligeramente.

Solas inclinó la cabeza hacia ella, curioso ante el temblor de su voz.

—Te veo, sí. Pero no eres más que una bruma y un susurro en el viento, espíritu. No veo realmente como eres, y tu voz se difumina en cada palabra—se inclinó ligeramente hacia ella, haciendo que Lavellan tragase saliva— ¿Qué haces aquí, en esta prisión? No deberías estar aquí.

Lavellan tuvo que agitar las manos para calmar su nerviosismo. Se levantó, lo que hizo que Solas lo hiciese a su vez, acercándose a ella en un ligero paso, con la curiosidad en su expresión. La elfa dio un paso atrás, intentando evitarlo.

Cosa que no debería haber hecho.

Su pie quedó en el vacío, haciendo que su cuerpo empezase a caer sin remedio. Con un gritito, intento mantener el equilibrio, sin éxito.

Oh, por Mythal, pensó, mientras caía. Esperaba que al menos hubiese un fondo donde estrellarse. La famosa Inquisidora, derrotada por su propia estupidez.

Le venía como anillo al dedo.

Justo entonces, unas manos la agarraron de súbito por la cadera impidiendo que se cayese. Su calidez se transmitió por todo el cuerpo de la Inquisidora, que había cerrado los ojos ante la inevitabilidad, pero eso hizo que los abriese, de golpe. Su corazón empezó a latir fervientemente cuando unos ojos violetas se clavaron en los suyos, haciendo que esa misma calidez se esparciese por todo su cuerpo.

—Cuidado— Solas la retuvo en sus brazos con el ceño fruncido, impidiendo que cayese más mientras la giraba hacia un lado, cogiéndola ligeramente en peso, evitando el barranco.

Lavellan sintió que el mundo se tambaleaba, mientras veía como el cielo empezaba a girar, ligeramente.

—¡Y encima me puedes tocar...! —emitió en un gritito Lavellan, estupefacta, quieta como una halla deslumbrada. Estaba a un tris del desmayo por falta de aire, pensó súbitamente, mientras no apartaba la mirada de ese rostro que tanto llego a conocer, analizándolo de cerca.

Tenía más ojeras de las que había podido ver el día del ritual fallido. Sus pecas habían aumentado un poco, recorriéndole más el rostro. Y tenía más cicatrices pequeñas alrededor de la cara, cicatrices en las que nunca se había llegado a fijar del todo. Sus labios parecían más gruesos, ligeramente, pero su nariz, algo torcida, era igualita a antes, sin cambiar un ápice. Había algunas arrugas más alrededor de sus ojos, que sí que seguían igual, con ese violeta tan bonito, pero quizás más opacado, más sombrío, más cansado.

Por Mythal, ese día no había podido fijarse en lo atractivo que estaba, ahora que incluso parecía más mayor. O quizás era simplemente que había dejado de fingir, desvelando cómo era realmente, reflejándose incluso físicamente. Había dejado de fingir una estatura menor, había dejado de ser una sombra, para desvelarse como el depredador que era.

Pero quizás no es eso en lo que debía pensar ahora mismo, no.

Sino en que Solas la estaba tocando, con esas manos tan amplias rodeando su cintura, transmitiendo una calidez equivocada. Le estaba hablando, con esa voz tan ronca cerca suya, que hacía que sus orejas puntiagudas se moviesen ligeramente, queriendo oír más. La oía jadear, mientras fruncía ese ceño, haciéndole unas arrugas que ella deseaba quitar con una caricia de sus dedos.

Pero él se creía que era un espíritu perdido. Un jodido espíritu perdido, sin ni siquiera poder visualizarla correctamente.

Se apartó bruscamente, pero sin soltarse de él, aun. Esta vez, al posar sus manos en el pecho de él intentando apartarlo, sintió su calidez de debajo de la ropa, haciendo que un sonrojo acudiese a sus mejillas y que sus orejas empezasen a aletear levemente. Quitó las manos de golpe también, y dio, uno, dos, tres pasos hacia detrás, mientras se tocaba el rostro con ambas manos. Empezó a hiperventilar un poco de la sorpresa, con los ojos como platos.

Mythal'enaste. Qué el Hacedor me lleve. Harak'mar, Luthan'shal —maldijo, en todos los idiomas que conocía, desde élfico a enano y, si supiese maldecir en Qunlat, daba por seguro que lo hubiese hecho. Se llevó una mano al pecho, como si intentar calmar su corazón desbocado fuera lo único que podía hacer ahora mismo, sin éxito.

Una risa profunda le llegó a los oídos, haciendo que alzase la vista. Solas estaba riendo a carcajadas, sin poder evitarlo, mientras se tapaba ligeramente la boca. Sus ojos se clavaron en ella, brillando con diversión, haciendo que su violeta se aclarase ligeramente, mientras la miraba.

—¿Acabas de maldecir en casi todos los idiomas posibles? — le preguntó entre risas, incrédulo. Lavellan se le quedó mirando, estupefacta.

Le estaba dando una embolia. Era lo único que podía explicar este suceso extraño. Solas riendo a carcajadas era algo que pensó que nunca vería en su vida y ahí estaba, como un sueño lúcido, como un milagro que había caído dentro de esta prisión entre mundos. Se quedo en silencio, analizando si iba a caerse muerta, cuando Solas se recuperó cogiendo aire, limpiándose las lágrimas de las comisuras de sus ojos. Negó ligeramente con la cabeza, y la miró, esta vez su sonrisa llena de tristeza. Su postura transmitía cansancio, y algo de soledad, manteniendo una distancia con ella, como si no quisiese volver a acercarse mucho a Lavellan.

—Al final, como siempre, sois vosotros quiénes me acompañáis, viejos amigos —murmuró, con tristeza, sin perder esa sonrisa, que hacía que se le formase un pequeño hoyuelo tímido.

No. No, no y no. No podía seguir con esto. Era demasiado para su corazón, era demasiado para su cuerpo, para su alma, que no dejaba de aumentar su esperanza ante algo que era falso.

No era a ella a quién le dirigía esas sonrisas. No era a ella quien le había provocado esas risas.

No, era un espíritu que él creía falso, un amigo del más allá que no existía realmente. Lavellan negó con la cabeza, apartándose un paso, dos, tres, los que hiciera falta para poner distancia entre el elfo y ella. Eso hizo que Solas perdiese poco a poco la sonrisa, confuso ante su reacción silenciosa, ante esa distancia que ella misma había decidido tomar. Solas dio un paso hacia ella, olvidándose de que él mismo había retrocedido antes unos pasos para apartarse de Lavellan.

—Me tengo que ir. Me voy. Lo siento. Lo siento. Yo...—Lavellan retrocedió, asustada, sin saber que decir, queriendo mantener el silencio que sabía que la iba a salvar de confesarle que era ella, que era Lavellan la que estaba delante de él.

Que era su amiga, su amor, su corazón quien le estaba hablando, no un espíritu cualquiera.

Pero no podía. No quería. No debía decírselo.

Solas levantó una mano, intentando detenerla, torciendo el gesto de la confusión que tenía, incluso con algo de miedo, como si temiese que ella se fuese para siempre.

Cosa que ella, en su más profundo interior, no quería que fuese así.

—Espera... —suspiró, alcanzándola levemente, su mano rozando la de Lavellan, ligeramente.

Pero La Inquisidora se desvaneció en un suspiro, con el corazón a mil por hora, dejando que la bruma la envolviese, una vez más, quedándose solo con esa mirada violeta, llena de incredulidad y miedo.


Lavellan despertó abruptamente, sin aire. Se levantó, posando una mano en su pecho, agarrando el vestido y tirando de él, ligeramente, como si necesitase que el aire corriese por todo su cuerpo, que estaba sudando, acalorado por los nervios. Se puso de pie, intentando soltar todos esos nervios que la atenazaban, sin remedio. Su corazón latía sin parar, sintiendo aún el ligero toque de calor en los dedos que habían rozado la mano de Solas, en su intento de detenerla.

Caminó de un lado a otro, ignorando los murales, intentando no dejarse llevar por el pánico que estaba empezando a atenazarla.

¿Qué demonios había pasado en la prisión? ¿No le dijo Rook que no era más que una "conexión temporal"?

Temporal, una mierda.

Lavellan se apartó el pelo de la cara, pensativa, mientras enredaba sus dedos en los mechones.

Es cierto que se había ido a dormir, queriendo despejarse de ese dolor que la había atenazado al descubrir su... nueva habitación. Había querido envolverse en el sueño, como hacia siempre que no quería afrontar algo directamente, en este caso, su corazón roto. Pero como si el destino no hubiese terminado de torturarla aun, daba la casualidad de que justo Rook se había ido a meditar, para poder hablar con el elfo, para poder sonsacarle algo de información. Y Lavellan había sido arrastrada, sin remedio, como si la prisión quisiese que ella también estuviese presente para torturarla, como un ser vivo que disfrutaba del dolor de los demás, como estaba haciéndolo con Solas en todo ese tiempo.

Se quedó quieta en medo de la sala, fijándose distraídamente en un piano que había en el centro de la sala, en el que antes no se había fijado, con toda la sorpresa que la había asaltado sin remedio. Apoyó la mano en la madera pulida y barnizada, acariciándola levemente, mientras se sumía en sus pensamientos, intentando alcanzar la lógica que su cabeza necesitaba para calmarse.

Tenía que empezar a trazar los puntos, para entenderlo todo. Y, para eso, debía empezar por el principio, siguiendo los puntos desde el ritual.

Solas se había enlazado a Rook, utilizando magia de sangre, para poder hablar con ella a través de los sueños. Lo que nunca predijo es que ella también asaltaría el ritual, sangrando en el proceso también. Pero, de alguna manera que no sabía, Solas no se había dado cuenta que el hechizo la había enlazado a ella también, como si realmente no supiese de su presencia.

Pero ella había estado ahí. Y él la había visto. Aunque es cierto, pensó Lavellan, frunciendo el ceño, que su rostro había mostrado una expresión que casi parecía que había visto un fantasma.

¿Y si, de alguna manera, él pensase que era una aparición provocada por la magia? Viniendo de Solas, podría ser posible. Y más si no había tenido información de ella en años, como le había confirmado a Rook. Quizás hasta creyese que había muerto, o que había desaparecido de alguna manera, aunque no lo creía.

Al final, los rumores sobre que ella seguía ejerciendo como Inquisidora nunca desaparecieron. Y Lavellan había asistido a varias reuniones y fiestas, a su pesar. Ahí debía haberla visto aunque sea algunos de sus espías. Lo que se contradecía un poco con esa afirmación de que no sabía nada de ella, pero a lo mejor, se refería a verdadera información. A su estado de salud, a sus actividades.

A sus posibles amantes.

El siguiente punto era la prisión. Cuando Rook estaba con Solas, él no podía verla ni escucharla. Es como si fuese totalmente invisible a sus ojos. Y Lavellan solo podía interactuar con Rook, transmitiendo sus pensamientos y sus sentimientos, controlándola como si fuese un títere, cosa que había descubierto casi sin querer. Pero, ay, cuando ya no estaba la pelirrosa, era otro tema.

Recordó aquella vez, la primera vez que se había quedado a solas con el elfo. Lo había podido besar ligeramente, incluso, pero ella pensó que había sido una alucinación de su pobre mente, al tener tan cerca a Solas, que aún no había podido verla ni ahí. Pero el beso había sido, de cierta manera, real.

Y la segunda vez él ya había podido verla, pero no había relacionado esas dos situaciones. La pregunta era, ¿por qué la primera vez no pudo verla y la segunda si, incluso hasta tocarla físicamente?

¿Un fallo del hechizo, a lo mejor? O quizás es que aún se había estado adecuando a ella. La magia de sangre, cuanto menos, era voluble, inesperada, casi tenía propia vida.

Lavellan votaba a que había pasado eso mismo. Pero otra cosa le vino a la cabeza, mientras tamborileaba los dedos en la madera.

El Lobo Terrible no sabía quién era, le había dicho. No podía ver más que una bruma y el sonido amortiguado de su voz, le había informado casi con pesar, como si tuviese curiosidad de quién era ella. Lavellan se llevó una mano a la barbilla, pensativa.

¿Debería creer las palabras del Dios de las Mentiras? se preguntó, dudosa. Aunque, realmente, podría ser en cierta manera una pregunta tonta, porque ella había visto su rostro cuando pensaba que no había nadie, escondida tras las paredes, sin querer molestarlo muchas veces en la Inquisición, pensando que no era más que una molestia para el sabio elfo.

La cara que había puesto cuando aún no se había dado cuenta de su presencia había sido totalmente sincera, quizás pensando en sus amigos espíritus, mientras esbozaba una ligera sonrisa, que hacía que apareciese ese pequeño hoyuelo. Y no solo eso. Solas, anteriormente, siempre le había dicho que con los espíritus era con quien más cómodo estaba, con quién había compartido sus secretos, sus miedos y sus problemas, incluso antes de conocer a Lavellan.

Lo que en cierta manera se traducía en que ya hablaba con espíritus hace miles de años, incluso.

Sí. Solas, el Dios de las Mentiras, la Traición y la Rebelión en ese momento había sido sincero. Y ella se iba a aprovechar de eso, precisamente.

Se apartó del piano, mirando a través de la ventana, cerca de la mesita donde se encontraba el antiguo orbe de Corifeus. Se acercó, agarrando la rama de su lado, mientras la giraba entre sus dedos y clavaba la mirada en el horizonte, en una de las ruinas flotantes.

No podía decírselo a Rook, pensó, rodando la rama con cuidado, sin querer estropearla. Esta era su oportunidad para convencer a Solas de no realizar el ritual, escondida tras una apariencia que no era la suya, para que el dios confiase en ella. Y debía aprovechar más aún si a sus ojos era un espíritu inocente.

Era su oportunidad y solo la suya. Nadie más debía saberlo; no, porque iban a querer interferir o detenerla y eso no iba a permitirlo en ninguna circunstancia.

Y, como decía el dicho, Fen'Harel ma ghilana.

El Lobo Terrible te guía. Y vaya que si lo iba a hacer, pensó, mientras se acercaba la rama a los labios, con un brillo de determinación cruzando sus ojos rosados y azulados una sonrisa maliciosa se instalaba en su rostro, haciendo que el negro de sus labios brillase.

Solas iba a sufrir en sus propias carnes lo que era sentirse engañado. Y parte de ella lo iba a disfrutar, sin ninguna duda.