El aire en la habitación era espeso, cargado con la tensión palpable de lo que estaba por venir. El brillo de las luces fluorescentes sobre mi cabeza hacía que todo se sintiera más sombrío, más frío. Mi mente estaba en una constante tormenta de pensamientos, pero no dejaba que mi rostro traicionara nada. No iba a darles la satisfacción de verme débil. La agente que me había acompañado frenó mi paso justo al lado de la silla y rebuscó en uno de sus bolsillos para sacar la pequeña llave que acabó aflojando el metal de mis muñecas. Un suspiro de alivio se escapó de mis labios y tuve la inercia de acariciar mis muñecas enrojecidas.
Jodie me miraba desde su lugar al otro lado de la mesa. Su expresión era seria, aunque a veces dejaba ver un destello de frustración, como si esperara que todo esto fuera más fácil de lo que realmente era. Shuichi Akai, sin embargo, estaba más allá de cualquier tipo de expresión visible. El mismo rostro impasible, los mismos ojos fríos que parecían no mostrar emoción, solo cálculo. La incomodidad estaba tan presente que podría olerse si se pudiese.
Alcé por primera vez la mirada para observar a cada una de las personas que ocupaban la sala, dispuestas a analizar y juzgar detenidamente cada pestañeo y suspiro que emitiese desde que había cruzado esa puerta. Podía notar el disgusto en sus miradas e incluso la superioridad egocentrista que creían derrochar. Tuve que contenerme para no rodar los ojos.
—Señorita Miyano — dijo el mismo hombre que recordaba como James Black. Sabía que ocupaba un cargo superior dentro del FBI, pero era unapersona con la que nunca había tratado. Señaló la silla que habían enfrente de ellos para indicarme que ocupase su lugar.
La silla chirrió al arrastrarla para sentarme y el ceño fruncido que formaron a causa de la molestia del sonido instaló una sonrisa divertida en mi cara, pero no permaneció mucho tiempo, ya que una mirada azul cobalto se cruzó en mi campo de visión para recordarme cada uno de mis errores, para recordarme todos los caminos que no decidí tomar.
—¿Miyano? —dijo uno de los agentes llamando mi atención.
Aparté mis pensamientos para mirar al hombre canoso, que obviamente esperaba una respuesta de una pregunta que ni siquiera había escuchado. Lo noté molesto cuando se acomodó las gafas para repetir la pregunta.
—Tu colaboración es muy dudosa en los informes y las declaraciones de los testigos, contradictorias. Quiero que seas consciente de que estás detenida por varios cargos, sin embargo tu situación puede cambiar si tú colaboración facilita la investigación, ¿lo has entendido? —preguntó mirando por encima de las gafas, con una linea recta en los labios —¿Quieres añadir algo al informe?
Tragué saliva a la vez que cruzaba los brazos, se suponía que esa era la oportunidad de ponerme de rodillas para intentar librarme de cualquier pecado, de tratar de lavar cada uno de mis delitos. Pero ya hacía demasiado tiempo que había asimilado el peso de la "justicia" que debía cargar. La libertad era algo que nunca había estado en mis manos, pero me dolía más ver el daño colateral de los que habían estado a mi alrededor, la mirada que captaba de reojo de Kudo, la simpatía con la que tiempos atrás me había abrazado Ayumi o el amor fraternal de Agasa que nunca había merecido.
La vida castigaba, pero también me había entregado pequeños regalos como esos. Y lo agradecía, pero tarde o temprano llegaba la realidad y mi realidad estaba en una linea paralela a la suya, podían seguir un mismo camino recto, pero nunca se encontrarían ni se cruzarían.
Era una realidad, no iba a hacer un drama de ello, hay gente que nace en cuna de barro, otras en cunas de oro, y yo, había nacido en una cuna que parecía ser el atrezo de una película de Tarantino. ¿Qué pretendían todos ellos que escupiese por la boca? Solo querían conseguir dar con esas piezas de puzzle que le faltaban para poder completar los misterios que acumulaban como si tachasen productos en la lista de la compra. El dolor que había causado la organización era más que evidente, pero en esta sala, solo estaba yo de las decenas de miembros que formaba esa élite oscura. Sólo era un títere que siempre había sido una mandada. No pretendía darle el gusto a nadie de desnudar mi vida, estaba ahí para acatar consecuencias, no para escupir secretos que ni me pertenecían. Ya iba a pagar por ello, cualquier pregunta de más, sobraba.
Negué con la cabeza dando a entender que no había palabra que añadir y la decepción creció algo más en la mirada de Kudo, parecía nervioso, pero yo no lo estaba. Tenía activado el modo piloto y el de supervivencia, cualquier otra emoción no servía de nada aquí dentro.
—Tengo derecho a no declarar —dije sintiendo que mi voz no se notaba tan firme como hubiese preferido.
—Siempre te ha creído más inteligente que esto —intervino Akai levantándose de al silla para ponerse al lado de James.
—Shu…—dijo Jodie tratando de calmar las futuras palabras de Akai, pero James Black lo miró un par de segundos antes de dar un paso atrás para dejarle continuar.
—¿Sabes qué es lo que no entiendo, Miyano? —Akai dijo con voz grave, sin disimular su irritación. No había ninguna pizca de cortesía en su tono, solo desdén. — conseguiste alejarte de la organización. Trabajaste con Kudo, e incluso ayudaste al FBI. Pero lo que no entra en mi cabeza, es cómo pudiste volver a caer. ¿En qué momento se torció todo? ¿Qué diablos pasó para que volvieras con ese asesino? ¿Qué fue lo que hizo que lo aceptaras de nuevo en tu vida después de todo lo que hizo?
La rabia en sus palabras era palpable. Akai no se molestaba en esconder lo mucho que odiaba a Gin. Y yo pensé en que sería cuestión de tiempo que empezase a odiarme a mí por estar conectada a él de esa forma. Era evidente que cualquier respuesta que diera sería insuficiente para calmar la furia que sentía por el hombre que había arruinado su vida.
—No quiero declarar, Akai —repetí con mucha más seguridad.
—No hace falta que hables, está bien, porque yo sé lo que pasó. Sé perfectamente cómo te ha transformado Gin…y tú fuiste lo suficientemente estúpida como para volver.
La rabia se acumulaba en su voz, y lo peor de todo era que no le importaba lo que yo pensara. Hacía tiempo que habían dejado de verme como una víctima, era uno de ellos, una traidora. Alguien que se había entregado de nuevo al monstruo.
Me costaba mantener la calma, pero mantuve la cabeza alta. Sabía que trataba de tocar mi fibra sensible, tratando de rasgar las cicatrices que aún llevaban la marca de Gin, la marca de un hombre que había sido el peor error de mi vida y que, sin embargo, seguía teniendo una influencia que ni yo misma podía entender completamente.
Pero sus preguntas me dejaron pensando un momento e intenté recordar en mi mente cual fue el instante en que empezó a torcerse todo, ¿Cuándo nos conocimos? ¿En el momento en que mató a Akemi? ¿O el momento en el que empezamos a tener pensamientos poco leales con la organización? No lo recordaba bien, solo se me venía a la cabeza aquella tarde en aquel callejón de Tokio en el que me encontré con su mirada fría y su beretta apoyada en la frente. Recordaba su sonrisa fría y la sensación de adrenalina recorrer cada vaso sanguíneo de mi cuerpo.
(Dos años atrás)
— Estaba deseando verte, cariño. Se ha acabado eso de jugar al escondite.
Mis piernas temblaron, su mirada me perforó paralizando cada músculo de mi cuerpo, y la beretta que él tanto apreciaba, se sentía fría contra mi frente. No fue una sorpresa que diese conmigo, hacía unas semanas que habíamos tomado el antídoto y él llevaba demasiado tiempo dándome caza como para no conseguir finalmente su objetivo. Era algo inevitable que todos sabíamos que iba a suceder tarde o temprano, pero tampoco estaba dispuesta a que me viese flaquear con la facilidad que él esperaba.
—Todo esto habrá sido humillante para alguien como tú ¿no? Que la científica que no parecía más que una mosquita muerta se escapase como si se hubiese transformado en humo y acabase escurriéndose de tus garras cada una de las veces que intentas atraparla —escupí entre dientes recibiendo un golpe de su culata como propina. Un gemido de dolor se escapó de mi boca al notar el sabor a sangre con la lengua y acaricié el labio caliente intentando aliviar el dolor.
—Sigues teniendo la lengua muy larga, pero no te preocupes, esta vez no habrá disparos de advertencia. —Especificó cargando la pistola sin desviar la mirada —. Camina —ordenó agarrándome fuerte del brazo para voltearme y guiarme por el callejón.
Suspiré intentando resistirme, pero solo conseguí que su agarre envolviese mi brazo con más fuerza. Sus dedos se clavaban en mi carne de una manera en la que sabía que aparecerían futuros cardenales. Acompañada de él, no estaba segura de llegar a ver el siguiente amanecer, pero si de algo estaba agradecida, era de no haberme topado con el pelo platino viviendo en el cuerpo de Haibara o rodeada de los niños y el culo inquieto de Kudo. Sin embargo, a la vez también era consciente de que el profesor no tardaría en preocuparse cuando observase la hora y vise que no aparecía nadie después de prometer que no tardaría más de media hora en comprar las cosas que necesitaba para preparar la cena.
Visualicé el Porsche negro al final del callejón, lo cubría una pequeña capa de nieve, aun así, la silueta de la carrocería era muy característica y no había manera de que no pudiese reconocer ese vehículo se encontrase donde se encontrase. Las luces de las farolas me dejaron apreciar la calle solitaria, no había nadie más que nosotros y un pequeño gato blanco que paseaba en la otra acera buscando un rincón caliente donde poder pasar esa noche. Noté el frío y la humedad de la nieve en la mejilla caliente cuando Gin me apretó contra la carrocería para abrir la puerta y obligarme a entrar. Puede que me hubiese salido el instinto de resistirme al inicio del reencuentro, pero no pretendía ser rebelde, conocía lo suficiente a Gin como para saber que no me dejaría ninguna vía para marchar y no iba a provocar ninguna muerte innecesaria por un arrebato.
El coche arrancó chirriando rueda y él se encendió un cigarro nada más activar los bloqueos de las puertas. Movimiento inteligente. Los nudillos de su mano derecha estaban blanquecinos de apretar el volante y la tensión que nos rodeaba se podía cortar con un cuchillo. No nos habíamos vuelto a ver desde que recibí sus disparos en aquella terraza nevada, y de eso ya hacía prácticamente un año. —¿A dónde me llevas?
Gin permaneció en silencio, apretando más el agarre de su volante a la vez que aceleraba ligeramente la velocidad. Sabía que mis palabras le molestaban y que tenía pocas intenciones de contestar, pero el silencio que nunca me sobraba, esta vez hacía que mi mente explotase de suposiciones. A los veinte minutos estábamos cruzando el puente Rainbow, dejando atrás el corazón de Tokio. El cielo estaba negro, despejado y se veía a la lejanía centenas de luces provenientes de aquellos edificios tan altos de la ciudad. La calefacción estaba puesta, pero yo seguía sintiendo frío, y la tranquilidad que intentaba aparentar Gin, empezaba a ponerme nerviosa.
—¿A que viene este paseito? ¿Vas a alejarte de la civilización para dejarme tirada en una cuneta con un tiro en la sien? —pregunté atreviéndome a cortar el silencio pasado un rato, pero él seguía ignorando mis palabras, agarrando el teléfono para hacer una llamada como si yo no estuviese presente.
La llamada finalizó sin éxito y lo vi fruncir el ceño guardando el teléfono en su gabardina, que era de las cosas que no habían cambiado en él durante estos años. No entendía como podía conservarla tan bien cuando no se desprendía de ella, ni podía enumerar las veces que la había visto ensuciada de pólvora y sangre.
El coche se desvió de la carretera general cerca de Ichihara y acabó aparcando delante de un hotel después de pasar un par de campos de arroz y un balneario con un aspecto bastante ruinoso. Gin paró el motor y salió del coche, pero yo no me moví y su enfado aumentó cuando abrió la puerta y me agarró de nuevo del brazo para arrastrare al exterior.
Entramos por lo que supuse que era la entrada trasera y subimos las escaleras hasta el tercer piso antes de entrar a la habitación que había al final del pasillo. No era el sitio más glamuroso en el que había estado, pero el parqué parecía caro y el mobiliario casi olía a nuevo.
La habitación estaba fría, oscura y silenciosa, suspiré algo aliviada suponiendo de que no habría nadie más ahí, seguíamos solos y esa era la mejor de todas las malas noticias. No sabía que era peor, si estar a solas con él o no, pero al menos, Gin se trataba de un enemigo conocido. Lo oí suspirar al encender las luces y soltó mi agarre antes de caminar hacia uno de los sillones para sentarse con lentitud sin dejar de mirarme, posando otro cigarro en sus labios con la mirada bien afilada a la vez que colocaba bien su sombrero con la mano libre.
—Los dos sabemos que lo más fácil hubiese sido dispararte en ese sucio callejón y acabar de una vez por todas este estúpido juego del gato y el ratón. —Habló por primera vez en mucho rato—. Sin embargo, creo que después de todo tenemos alguna que otra cosa de que hablar y nunca me han gustado las opciones fáciles. Ya me conoces —dijo gesticulando con la beretta.
No abrí la boca, me quedé devolviéndole la mirada con toda la seguridad que era capaz de demostrar, me había visto débil tantas veces en el pasado, que esta vez quise enseñarle la otra cara de la moneda. La cara de aquella científica que ya no era una niña, que ya no la controlaba el miedo y que no iba a dejar pisarse con tanta facilidad. Supongo que se hace más fácil actuar y pensar así cuando dejas de tener familiares. Y él, era el culpable de la muerte de Akemi.
Gin se quedó un rato estudiándome antes de decidir levantarse y acercarse a mí mucho más cerca de lo que me gustaría. Soltó el humo lentamente haciendo que chocase en mi cara y yo reprimí las ganas de toser y de apartarle la cara. No me gustaba su mirada, pero no pensé en desviar la mía.
—Te ves cambiada. —comentó para mi sorpresa a la vez que acercaba su mano a mi pelo para enredar un pequeño rizo en su dedo.
—No me toques. —dije con un tono que no le gustó nada.
—…Y más bocazas. —añadió soltando mi pelo para agarrar con fuerza mi barbilla, sin miedo de marcar sus yemas.
—¿Qué quieres de mí, Gin? —pregunté sin querer entrar en su juego.
—Solo quiero que hablemos. —dijo esbozando una sonrisa que no me gustaba nada—. Tengo curiosidad. Me gustaría saber como ha sido tu experiencia después de estar escondida todo este tiempo en el cuerpo de una niña pequeña.
Mi sangre se heló y su sonrisa creció a la vez que mi sorpresa.
—¿Creías que no llegaría a descubrir tu secreto? —preguntó soltando el agarre de mi cara como si le queamara.
Gin se giró a la vez que sacaba algo del bolsillo izquierdo de su gabardina y se giraba para lanzarme a la cara un puñado de fotografías. Di un pequeño salto cuando una de ellas golpeó mi mejilla y bajé la cabeza avergonzada. Sabía que mi secreto no iba a ser eterno, pero no era una agradable sensación la de ser cazada. Una de ellas se había quedado posada en mi pie derecho y sonreí tristemente al reconocer a Conan y a los niños en esa imagen, me agaché para cogerla mientras intentaba recordar que día se había capturado. Todo apuntaba que lo tenía vigilándome desde poco antes que recuperase mi identidad, Gin siempre había sido demasiado astuto.
—He de admitir que de primeras es difícil creer que es posible el hecho de rejuvenecer, pero las dudas desaparecen después de ver esas imágenes. ¿No crees? —preguntó con los dientes apretados. Su paso era algo más inquieto que de costumbre y el cigarro de sus labios se consumía tras caladas rápidas. Estaba enfadado— ¿Acaso pesabas que era un imbécil?
Su rabia crecía a cada palabra que emitía y yo me había quedado muda empezando a echar de menos los minutos de silencio que habíamos pasado minutos atrás.
—¿De qué te extraña que intentase huir o desaparecer? —me atreví a preguntar, tratando de controlar el temblor de mi voz.
Gin me arrebató la fotografía que sostenía en mis manos con un movimiento brusco e hizo una pelota de papel con ella mientras apretaba el puño con fuerza. Él ya conocía cada una de las cosas que anhelaba mientras fui un miembro en esa organización, me conocía demasiado bien, y por esa misma razón, debía saber lo mucho que deseaba tener la oportunidad de vivir una vida normal, la oportunidad de no tener que vivir bajo un alias, una beretta bajo la almohada y el miedo constante de la amenaza.
Al menos tuve que intentarlo.
Mi intento de hacerle comprender solo consiguió enfurecerlo más y no tardó en tenerme de nuevo bajo su agarre al enredar los dedos de su mano izquierda en mi cuello, con la fuerza necesaria como para no privarme del aire, pero con mi respiración a su meced.
—¿Eres consciente de la cantidad de gente que vendería su alma por conseguir la calidad de vida que tenías con la mera responsabilidad de dirigir un laboratorio? ¿O las muchas más que matarían por conseguir una vez en la vida el dinero que tú ganabas en menos de un año? —preguntó recordándome el estatus que ofrecía la organización al que conseguía ser un miembro de provecho—. Siempre has sido una caprichosa.
—¿Caprichosa? ¿Por no querer ese estatus y desear la vida de un ciudadano promedio? ¿Por no querer tener sangre en las manos? ¿O lo que te molesta es que ahora fuese capaz de vivir una vida en la que tú no estabas incluido? —pregunté empezando a molestarme yo también—. El chasco, supongo que fue darte cuenta de que ya no perdía el culo por ti, por que te empecé a odiar, y poco después, empezaste a hacerlo tú. Pero yo también te conozco y no iba a regalarte el privilegio de quitarme la vida, por eso me envenené, porque no tengo intención de darte ninguna satisfacción más. Nunca.
Mis palabras fueron la chispa que hizo el fuego arder y sus dedos se apretaron a mi cuello con demasiada fuerza a la vez que su mirada se opacaba. No podía respirar. Debí morderme la lengua y dejarle desahogarse, pero si algo se nos había dado bien siempre, era pelearnos.
