El balance orgánico
Era la hora del descanso en la escuela y tenían su rutina bien definida después de un mes y medio de haberse vuelto estudiantes de secundaria superior. El primer año era relativamente sencillo sin la presión de ir pensando en carreras, delegar clubes o ir preparándose para un examen complicado que definiría el futuro de un montón de chicos que estaban aprendiendo apenas de la vida. Por el momento habían optado por ir a la cafetería a recoger su desayuno y comer en el jardín trasero de la escuela dado que era el menos frecuentado por los estudiantes y los tres tenían planeado sacar el tema que habían dejado pendiente en los días anteriores, asunto que debía permanecer estrictamente secreto. Megumi había anunciado en el chat grupal que tenían que había conseguido la información que tanta curiosidad les había despertado desde hace un tiempo atrás, así que tanto Nobara como Yuuji estaban ansiosos, especialmente el último ya que tenía todo que ver con él. Tenía tanta urgencia por encontrar la verdad detrás de tanto misterio que ni siquiera tenía hambre después de estarse llenando de golosinas a escondidas durante la clase por tanta ansiedad. Habían sido meses extraños para él y, aunque quería encontrar algo de luz que le diera una explicación a todo, temía encontrar algo que le hiciera arrepentirse.
—Estoy pensando en que quizá estamos exagerando, ¿no creen? —les decía apenas se sentaron en la banca, colocando sus bandejas en la mesa—, después de todo, es su vida privada.
—Mira, sé que no es mi asunto, pero desde que Megumi sacó el tema no quiero perderme un segundo de mi telenovela favorita —rezongó Nobara abriendo su bebida para dar un trago, llevaba ya un tiempo bromeando divertida sobre la desastrosa vida de Yuuji como si de un show televisivo se tratara.
—Déjame desayunar primero —advirtió Megumi mirando a los dos chicos amenazadoramente—. No quiero comer con mal sabor de boca.
—¡¿Tan malo es?!, ¡¿ves?! Tal vez debería dejar las cosas así —pese a sus palabras, era más que evidente que no quería quedarse sin saber lo prometido, quería dormir una noche sin preocuparse por que su existencia fuera una carga, aunque dentro de él existía ese deseo secreto por tener una conexión más profunda con esa persona que se había vuelto tan vital para él.
—Maldita sea, sólo déjame terminar… —vio los ojos llorosos de su amigo y supo que no tendría calma, dio un par de bocados grandes y un trago a su bebida antes de empezar su discurso— Nunca tuvo algo en tu contra —explicó Megumi—. Todo empezó como un simple malentendido.
—¿Eh? —ambos chicos dejaron a un lado todo y miraron atentamente al chico de desordenados cabellos oscuros, la curiosidad era más poderosa que antes.
—Intentaré ser breve, pero esto puede explicarse así: ¿recuerdas que dijo que su padre tuvo un romance con tu madre? —Yuuji asintió— Resulta que su padre era un bastardo abusivo que tenía varias amantes y al parecer tu madre era una de ellas.
—Puede ser, pero aun así, ¡no tenemos ningún parentesco!
—Lo sé, pero hay algo más… ¿te ha mencionado a sus hermanos?
—No, bueno, no él, pero sí escuché sobre eso en casa y en el estudio… Fumi mencionó que tiene varios hermanos.
—Los tiene, todos son menores que él, pero ¿has visto que alguno de ellos viva con él? —negó con la cabeza—. Eso es por sus tíos. Ellos no le permiten verlos… parece ser que hay un problema con la herencia de sus padres. Sus tíos están usándote para vengarse por los asuntos de la herencia.
—No lo dejan ver a sus hermanos, pero lo hacen vivir con el hijo de la amante…—contestó Nobara con una expresión de asco en el rostro—, ¡lo sabía, es como una novela trágica!
—Así es —se mofó Megumi—, y por lo visto, él era muy apegado a su madre, así que debe ser una ofensa, pero eso no es todo… —dio otro sorbo y tomó aire—, sus tíos creen que eres un delincuente o algo por el estilo. Así que cuando le anunciaron que vivirías con él, le advirtieron mucho que debía vigilar que no avergonzaras a la familia por tu pasado delincuencial.
—Ay no… —Yuuji sintió que la vergüenza lo carcomía, podía imaginar de dónde venía esa suposición, pero ya era inevitable alejar ese pasado de él.
—Te podrás imaginar entonces que no sólo le recuerdas el daño a su madre —remarcó con seriedad, Megumi— sino que teme que seas una persona peligrosa que sus tíos están usando para alejar a sus hermanos.
—¡Seguramente creía que te compraron para que aceptaras vivir con él! —añadió Nobara entre risas, aunque accidentalmente adivinando lo que estaba ocurriendo— Yo pensaría eso.
Yuuji abrió los ojos y la boca con una impresión profunda. Las cosas ahora tenían sentido, muchas de las cosas que había visto y escuchado por aquí y por allá mientras intentaba encontrar respuestas, al fin se habían enlazado. Ahora entendía bien lo que debía hacer. Ya no jugaría más a hacerse el inocente, daría ese gran paso que había resistido hasta ese momento, por el bienestar de Choso y el suyo.
—Pero no entiendo ¿por qué creyeron que eras un delincuente?
—Ah… quizá es porque no tengo padres, es… es muy común que los huérfanos terminen mal.
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Dos vidas tan diferentes, pero compartiendo mismos padres. Lo que debía ser un mismo estilo de vida, se había torcido hasta volverse como el día y la noche. Eran hermanos mellizos, bastante parecidos, casi idénticos en un inicio, a menos que uno observara con atención. Se podía notar las diferencias más allá de las personalidades.
Habían vivido en plenitud y tranquilidad, con una infancia agradable y llena de cariño por parte de sus padres Kaori y Jin Itadori. Jin era un esposo y padre maravilloso, dedicado en cuerpo y alma a su familia. Amaba a su mujer con devoción y cuidaba a sus hijos con esmero, estaba hecho para ser padre sin lugar a dudas. Recientemente había conseguido un empleo nuevo que se veía prometedor y que les había llevado a vivir con una mejor calidad de vida. Por otro lado, Kaori anhelaba poder disfrutar de su tiempo libre y dedicarse más a sí misma después de una larga maternidad con un par de chicos tan demandantes. Para su mala suerte, seis meses después de que su esposo tuviera ese ascenso, se percató de que estaba embarazada. Tras haber pasado los últimos meses quejándose con su marido sobre lo mucho que deseaba ya no tener que cuidar bebés, aun así ella se aferro a tenerlo con una gran sonrisa.
Sukuna y Yuuji eran ya estudiantes de escuela primaria, tenían seis años y ambos eran un par de niños buenos. Sukuna era un niño tranquilo, no solía ser muy sociable, pero tampoco era difícil de cuidar; era un chico que su madre podía dejar a solas y confiar en que no haría un desastre en la casa, ni siquiera había batallado para hacerlo dormir en su propia cama; era un hermano dominante, y desde que había dejado los pañales, Kaori decía que nunca más había vuelto a llorar. Mientras que Yuuji era lo contrario: juguetón, sociable, cariñoso, y miedoso; era demandante en cuanto a buscar a sus padres por amor y aprobación, además si uno lo descuidaba, así fuera por un par de minutos, era seguro que se encontraría con alguna travesura. Al ser un niño de corazón tierno, solía llorar con más facilidad y Jin, no logrando resistirse a sus lágrimas, de inmediato lo cargaba en sus brazos y lo consolaba ante la incredulidad de su madre y su hermano mayor.
La noticia del nuevo hermano fue tomada de modos distintos por parte de los mellizos. Para Sukuna no fue un asunto relevante, escuchó el anuncio, se dio la vuelta y volvió a su suyo como si nada hubiera ocurrido, mientras que Yuuji quedó fascinado, se la pasaba hablando de lo muy feliz que estaba por volverse al fin un hermano mayor, alegando que sería mejor hermano de lo que Sukuna jamás había sido con él.
Desde el inicio del embarazo se les había advertido que era un riesgo demasiado elevado para la vida de la madre y del futuro bebé. El ginecólogo le había aconsejado a Kaori que era mejor, para su salud, realizarse un aborto. Le había explicado que la posibilidad de concretar el embarazo era muy bajo y en caso de continuar tendría que pasar el resto de los meses en cama, sin ninguna garantía de por medio. Aun así, ella se negó a detenerlo, se escudaba en su «inmenso deseo por darle otro hijo a su esposo», eso mismo había dicho cuando el abuelo —padre de Jin— cuestionó sus motivos para poner su vida en riesgo.
—Yo fui hija única —explicó— mis padres fallecieron ya, y Jin también fue hijo único. Una familia grande es algo que siempre hemos querido tener. Sukuna y Yuuji son buenos chicos, un hermano menor les servirá para dejar de ser tan mimados.
Kaori provenía de una familia acomodada que cayó en desgracia cuando ella estaba en su adolescencia. Había pasado de estudiar en los colegios más prestigiosos del país, asistiendo a los clubes más exclusivos y conviviendo con la clase más alta, a ir perdiendo todo poco a poco, hasta quedar sin nada. Sus padres se habían suicidado cuando perdieron la última propiedad debido a las deudas, y el resto de la familia le había repudiado como si de una maldición se tratase, y debido a que justo acababa de cumplir la mayoría de edad, no tuvo opción más que valerse por sus propios medios.
Empezó a tomar diversos trabajos de medio tiempo, maldiciendo por no poder disfrutar de su juventud, hasta que en una ocasión, mientras trabajaba en una cafetería, conoció a Jin. Un joven que vivía con su padre en un barrio agradable, no eran ricos, pero tampoco vivían en la miseria. El abuelo Itadori tenía una pequeña, pero modesta propiedad que dejaría a su hijo en cuanto se retirara a vivir a un asilo pagado con la pensión que había estado ahorrando a lo largo de su carrera.
Jin y Kaori quedaron enamorados en poco tiempo y empezaron a salir. Jin, al escuchar la historia y ser testigo del estilo tan precario de vida de la joven, se sintió conmovido y admirado al ver que pese a todo, ella no se había rendido. No pudo evitar ver en ella a una persona especial, con una belleza impresionante y decidió esforzarse para ser un hombre que llenara de orgullo a su amada. Unos cuantos años después se habían casado y habían tenido a los mellizos.
En ese tiempo, Jin comenzó a trabajar como investigador en una farmacéutica prestigiosa con un excelente sueldo y se hicieron de una casa amplía y cómoda en dónde criar a sus dos pequeños. Kaori dejó de trabajar en cuanto los gemelos nacieron y se había dedicado a los labores del hogar, aunque era caprichosa y renegaba de su vida como ama de casa; extrañaba los lujos, viajes y la ropa de marca, y trataba de explicarle a su marido las metas que ella deseaba para sí misma, pero todos esos objetivos aun no eran posibles con los medios que poseían.
Kaori no era precisamente una buena madre ni ama de casa. Podía cocinar y limpiar, pero no todo el tiempo lo hacía y la casa terminaba siendo un desastre entre juguetes, ropa sucia y comida chatarra regada. A veces olvidaba su maternidad, solía descuidar a los pequeños alegando que se sentía mal, y no les daba de comer apropiadamente, por lo que los niños terminaban comiendo dulces o comida rápida que ella solía ordenar. También les dejaba jugar sin fijarse que terminaban haciendo desastres difíciles de limpiar así que se enojaba y utilizaba esa ira para excusarse de sus responsabilidades.
Jin era paciente y comprensivo —rayando en lo patológico—, justificando todas sus conductas cuando alguien le cuestionaba por tolerar el abandono a los niños o el descuido del hogar.
«Ha pasado por un terrible trauma, necesita más paciencia», se le escuchaba decir como si con eso se arreglara el problema.
Cuando los maltrataba, gritándoles, insultándolos por no tener más madurez o los castigaba por llorar, tendía a ser cruel. Afirmaba que fingían estar tristes para manipularla, que si los consolaban o les seguían el juego se volverían niños terribles.
«Tiene depresión por el embarazo, cuidar a los niños, sin tener una vida social como adulta le ha hecho mucho daño». Siempre había un motivo para disculpar cada error y desastre en su vida. Uno fácilmente podía creer que ella lo tenía manipulado a un grado que ya no le era posible ver las cosas con claridad.
Para suerte de Kaori, Sukuna se había vuelto un niño serio; no lloraba, no se quejaba, se guardaba todo para él. Era difícil que el pequeño aceptara recibir abrazos o expresara un poco de cariño hacia cualquier miembro de la familia. Tanto Jin como Wasuke, habían adoptado la estrategia de ser más demostrativos con los niños porque no querían estuvieran siempre rodeados de hostilidad, pero con Sukuna era imposible encontrar el camino a su corazón. En cambio Yuuji se mantuvo siendo un niño dócil, cariñoso y tierno; desafortunadamente trataba de ganar la aprobación de sus padres, especialmente de su madre. Cuando ella le gritaba, él la perseguía pidiendo perdón, prometiendo ser mejor y trataba con todas sus fuerzas hacerla feliz. Para su mal, en ocasiones parecía lograrlo, a veces ella lo amaba, le daba galletas y jugaba con él, con ambos niños. Entonces Yuuji, tan pequeño e inocente, terminaba por creer que aun no lograba descifrar qué era lo que necesitaba para que su mamá siempre fuera así con ellos. Era una conducta nociva y violenta para un niño que de verdad amaba a sus padres.
—No le creas, está mintiendo —le decía Sukuna cuando lo escuchaba hablar así antes de dormir— ella sólo quiere que papá crea que nosotros somos los malos.
A Yuuji le rompía el corazón que Sukuna pensara así de su madre, le daba miedo darle la razón y descubrir que estaba esforzándose por nada.
Era imposible decir que Sukuna se equivocaba. Cada que Jin se encontraba en la casa, Kaori se trasformaba en el amor en persona. Los abrazaba a ambos —incluso cuando Sukuna se resistía— los llenaba de besos, y palabras dulces. Entonces Yuuji veía a su padre como su héroe; quería ser como él, fuerte y de buen corazón. Era demasiado apegado a su padre y procuraba darle cosas positivas de qué hablar. Le hacía dibujos y trataba de tener buenos reportes en la escuela primaria para que le felicitara, y así ganara su atención.
Sukuna intentaba constantemente hacerle ver a su hermano que no debía ser así. Le irritaba que fuera tan amable, pero al carecer de herramientas sanas que le ayudaran a guiar a su hermano menor, no tenía idea de lo que debía hacer, así que lo maltrataba, lo insultaba y peleaba seguido con él. Yuuji no comprendía por qué su hermano era tan malo cuando él no se metía en sus asuntos. Trataba de tener una buena relación, pero sólo duraba cortos ratos en los que Sukuna y él podían jugar juntos hasta que Yuuji decía algo sobre sus padres, sus amigos o su escuela, que sacaban de quicio al mayor y terminaba recibiendo algún insulto o golpe.
Sukuna no tenía amigos, tenía seguidores. Era un niño extremamente brillante, así lo describían las maestras en la escuela. Le aburrían las clases porque siempre estaba un paso adelante; captaba rápidamente las instrucciones y terminaba sin problemas todos sus ejercicios. Duraba más tiempo explicando a su hermano menor lo que tenía que hacer, que haciéndolo todo. No obstante, carecía de habilidades interpersonales, no sabía pedir las cosas con educación, era impaciente y violento, desconfiaba de todos —especialmente de los adultos— y, cosa que Yuuji desconocía, era en extremo celoso con su hermano. No le gustaba que nadie se juntara con él, por eso peleaba constantemente con todos, pero Yuuji no lo entendía porque estaba tan habituado a esto, que no le parecía relevante ver a Sukuna pelear por algo. Sukuna sólo confiaba en Yuuji, podía insultarlo y pelearlo, pero apenas él se ponía firme, su hermano mayor no podía resistirse a sus peticiones. Cuando los maestros u otros compañeros requerían que Sukuna hiciera algo o dejara de pelear, tenían que usar al pequeño Yuuji para controlarlo. Nunca fallaba.
—Sukuna, no seas malo, déjalo jugar. Papá se va a enojar con nosotros —le decía, y bastaba que le viera un momento para soltar a quién sea que estaba sometiendo.
Sukuna y Yuuji se entendían a pesar de sus diferencias, vivían las mismas desgracias, pero las enfrentaban de manera diferente. Poco tiempo después del anuncio del embarazo de su madre, Yuuji empezó a tener pesadillas. Eran tan intensas que se levantaba hecho un mar de lágrimas, pero nunca podía contar lo que soñaba. Desvariaba narrando historias de batallas extrañas, con poderes y seres de otros mundos, peleas en las que morían sus amigos, y al cabo de unos minutos lo olvidaba y volvía a dormir como si nada hubiese ocurrido. Así que solía levantarse por las noches a buscar refugio con sus padres tras tener alguna pesadilla. Jin siempre lo recibía de brazos abiertos, con cariño y consuelo. El pequeño Yuuji se acurrucaba a su lado y dormía el resto de la noche ahí, ante los reproches de su madre que todas las mañanas le decía que era un niño mimado y que ya estaba grande como para llorar por un simple sueño.
Se volvió un mal hábito. A veces parecía que Yuuji estaba intentando llamar la atención porque estaba a punto de tener un hermanito bebé, pero ya tenía edad para comprender su papel, además no era hijo único como para que actuara como si no entendiera lo que era tener un hermano. La rutina de las noches se terminó cuando, una triste madrugada, el pequeño se levantó entre lágrimas y temblores, balbuceando algo que no se entendía y se levantó de su cama, dispuesto a correr por el pasillo hasta llegar al cuarto de sus padres. Poco antes de salir, mientras sostenía la perilla, Sukuna le advirtió que su madre no lo tomaría bien, que debía parar de llorar y quedarse ahí en la cama, pero Yuuji lo ignoró, enfocado en buscar el amor de su padre. Jin se despertó tras escuchar las voces de sus hijos a lo lejos, tenía el sueño ligero a pesar de cansancio, se sentó en la cama cuidadoso de no despertar a su mujer y estaba a punto de abrir la puerta para evitar el escándalo, cuando vio la figura sombreada de su adorado niño entrando.
—¡Papá, tengo miedo! —lloró enfocando su mirada al hombre que se había puesto de pie para recibirlo.
—Aquí estoy, mi tigresito, ven con papá —pese a que estaba cansado y debía ir a trabajar, resistió para llenarse de energía y atender al niño, pero un bufido de enfado le hizo pasar saliva. Su mujer estaba cada día más irritable, y culpaba a las hormonas por ello.
—¡Otra vez aquí! —gritó la mujer—, ¿no estás viendo que estoy embarazada y no me dejas dormir?
Yuuji quedó de paralizado, entre el llanto por la pesadilla y el miedo de ver a su madre enojada.
—Tranquila, amor, yo me haré cargo. Tú duerme.
—¡No! —lo detuvo para que no se atreviera a colocar al niño entre ellos— ¡Ya fue suficiente con este niño!, para ti es fácil porque sólo tienes que lidiar con él un rato cuando regresas a casa, pero yo tengo que soportar que sea tan mimado y llorón todo el maldito día. Yuuji, ve a tu cama y deja de molestar a tu padre.
—P-pero mamá…
—¡A tú cama!
Jin sabía que ella estaba delicada, era un embarazo difícil y, aunado con su usual mal carácter, era una bomba que explotaba fácilmente. Jin intentaba ser complaciente con sus hijos y su esposa, pero era duro verla actuar fuera de sí cuando el pequeño más sensible era flanco de sus arranques. Se estaban acabando sus estrategias para mediar entre ellos y no podía ya ocultar el hecho de que estaba comenzando a temer dejar a sus hijos a solas con alguien tan negligente.
—Mami, lo siento —lloriqueaba, se apretaba el pecho con dolor y su papá sintió mucha pena por verlo así, tan frágil e inocente.
—Kaori, es sólo un niño…
—¡Deja de llorar! Maldita sea, siempre es… —una punzada de dolor en su vientre hizo que detuviera sus palabras— ¡ah, Jin, Jin… me duele, me duele mucho! —empezó a quejarse.
Había sentido una ligera sensación de molestia en el vientre, y había pensando en utilizar esa molestia para desviar la atención de su marido, y hacerlo reflexionar sobre darle más importancia a sus necesidades, pero en cuestión de segundos el dolor empezó a intensificares. Lo que había empezado como una mala actuación se había vuelto una alarma real.
Yuuji se quedó en silencio, miraba a su mamá, paralizado por sus emociones. Jin le había vuelto a colocar en el suelo para apresurarse a mirar a su mujer. Los ojos de ambos reflejaban miedo, sin darse cuenta eso mismo le trasmitían al menor que sentía que debía hacer algo para ayudarlos.
—Mami, ¿estás bien?
—¡Es tú culpa! ¡Te dije que te callaras!
—Kaori, mi amor, vamos... vamos al hospital. Le llamaré a mi papá de camino para que venga por los niños.
Jin se horrorizó cuando notó que Kaori había dejado una mancha de sangre en la cama. De pronto dejó de pensar en cualquier otra cosa que no fuera socorrerla. Le ayudó a levantarse con suavidad y la cargó llevándola a la calle, para subirla al auto rumbo al hospital. Ni siquiera pensó en llamar a emergencias, cuando lo que más deseaba era que su esposa recibiera atención lo más pronto posible.
El llanto de su pequeño hijo le hizo reaccionar. Estaba a punto de salir sin decir una palabra más, pero su deber como padre le hizo frenarse un poco. Se dio la vuelta para consolarle, aún con Kaori en sus brazos, sangrando, asustada y aferrada a su playera.
—Te quiero Yuuji, no lo olvides, ¿de acuerdo? Ya volveremos —vio que Sukuna se había levantado y miraba lo ocurrido desde la puerta de su cuarto, en silencio—. Sukuna, mi niño grande, cuida a Yuuji. Llevaré a tu mamá al hospital y volveremos más tarde. Los quiero mis niños.
Era bastante común para los adultos pedirle a Sukuna que se hiciera cargo de su hermano, el niño aparentaba mayor madurez y por tanto se solía asumir que sería capaz de tener una responsabilidad por el estilo. Sukuna asintió y tomó a Yuuji del brazo para retenerlo, conocía a su hermano y sabía que correría detrás de sus padres si le soltaba. Tuvo que presionarlo y recordarle que debían esperar al abuelo para ver si les llevaría a la escuela o se quedarían en casa con él.
Aquella despedida fue la última de todas, no volverían a ver a su padre con vida. En el camino rumbo al hospital, el carro había fallado a mitad de un cruce de calles. Una camioneta impactó por el lado del conductor y tuvieron un choque aparatoso. Kaori alcanzó a ver a su marido con vida, mientras él se preocupaba por ella, por su bienestar. Ella también estaba cubierta de sangre por los vidrios que habían volado y cortado en diferentes partes de su cuerpo. Miró al hombre que tanto se había sacrificado por ella, tenía heridas importantes en la cabeza, pecho y abdomen, no podía distinguir lo que le había atravesado debido a que ella misma había quedado desorientada en el accidente.
—Cuida de mis niños, cuida de ellos. Te amo.
Había sido todo, su luz se apagó. Ese mismo día ella perdió a su bebé y a su marido. Ahora sería una madre soltera con deudas, desempleada, sin más familia que el abuelo de los chicos, el cual era casi un jubilado que apenas podía ver por sí mismo. Su corazón se llenó de amargura, lo había perdido todo y en lugar de ver las cosas como una persona adulta, optó por dirigir su rencor hacía el ser más inocente de todos.
—Por tu culpa tu padre y tu hermano menor murieron —comenzó a decirle a Yuuji cada que se enfadaba con él por cualquier cosa que el niño hiciera, y así lo hacía llorar. Se sentía superior cada que lo hacía, se decía a sí misma que así le quitaría lo «amanerado» porque para ella, ese niño era sólo un mocoso débil que debía aprender a ser responsable de sus actos. Era más sencillo y liberador para ella señalarlo hasta hacerlo llorar que aceptar su vida y seguir adelante.
Yuuji creía en sus palabras, empezó a asumir ese accidente como algo que él había provocado por no saber controlar sus caprichos, por ser un egoísta insoportable. Así que empezó a enfrascarse en sí mismo, buscando maneras de agradar a su mamá y a su hermano, tratando así de conseguir la redención. A su vez se odiaba a sí mismo, de modo que cada vez que su madre o su hermano lo insultaban no se defendía, sólo se quedaba pensando en todo lo que había hecho mal y cuánta razón tenían en verlo de mala manera.
La empresa en la que Jin trabajaba había cubierto los gastos funerarios y hospitalarios como una muestra de buena voluntad. Jin había dejado un seguro de vida que había servido para cubrir algunas deudas pendientes que tenían como familia y para garantizar su bienestar por un tiempo. La deuda de la casa, por un seguro durante el proceso de adquisición había sido cubierta con el fallecimiento, si tan sólo hubieran sabido administrar correctamente el dinero con el que contaban, hubieran podido sobrevivir por unos años sin necesidad de un ingreso extra, pero con las malas costumbres de Kaori por gastar sin medida, duró menos tiempo del esperado.
Con la pérdida dolorosa de su hijo, Wasuke optó por jubilarse para poder aislarse en sus propios sentimientos y lidiar con todo su sufrimiento a su modo. Trataba de visitar a sus nietos tan seguido como podía, pero costearse los viajes para ir a verles se le dificultaba tanto que procuraba sólo llamar cada que su nuera estaba disponible. Kaori había decidido vender la casa para mudarse a Tokio, a un modesto departamento argumentando que vivir en esa casa le traía recuerdos tristes y dolorosos, cosa que Wasuke respetaba. Y dado que había conseguido un empleo como recepcionista en un hotel bastante popular en el que se ocupaba la mayor parte del día, era difícil que permitiera a sus hijos conversar con su abuelo.
Kaori todo este tiempo había mantenido un secreto importante, uno por el que había peleando por mantener en secreto por meses, había tenido una aventura con un empresario muy importante, uno de los hombres más ricos del país —o quizá del mundo—, dueño de una farmacéutica, la misma en la que Jin trabajaba. De hecho, ese empleo lo había conseguido gracias a que ella había intercedido. Ella conocía al dueño desde que estaba en secundaria, cuando su familia estaba en una mejor posición social. Así que, aprovechando que su marido tenía cualidades y educación que empataba con una posición importante en ese rubro, le escribió al empresario. El hombre le había respondido favorablemente, añadiendo que la «extrañaba y la deseaba ver», a lo que ella accedió sin ningún problema.
Mantuvieron una relación relativamente secreta, ya que los amoríos del hombre eran abiertamente conocidos en sus círculos sociales y con sus empleados cercanos, pero no era nada oficial ni público. Se la vivían viéndose en hoteles de lujo y eventos privados muy llamativos; la llenaba de regalos, y falsas promesas. Después de todo, era un hombre casado que no pretendía divorciarse. Al poco tiempo de empezar la relación, ella quedó embarazada de él y lo había hecho pasar como hijo de su marido, mientras negociaba con su amante las condiciones para su nuevo estatus. Lo cierto es que, aunque en su momento, el doctor le había advertido sobre lo delicado del embarazo, ella se había negado a abortar porque veía a ese bebé como un boleto de salida de la pobreza.
Durante ese periodo, el coraje en contra de sus hijos creció porque los veía como limitantes en su búsqueda por una vida mejor, y le preocupaba que su amante no aceptara a los niños. Una vez que su esposo murió, optó por irse a Tokio, lugar en el que residía su amante. Al principio pensó en dejar a sus hijos con el abuelo, pero se dio cuenta de que eso la haría ver desesperada frente a su amante, el cual era consciente de la existencia de sus mellizos y del aborto que había sufrido, además de que su suegro la juzgaría por sus acciones. Ella no toleraba ser vista de mala manera, así fue que le propuso a Wasuke que se hiciera cargo de Yuuji en lo que ella se establecía en Tokio, no obstante el hombre la rechazó, la avergonzó por querer abandonar a uno de sus hijos con un anciano desempleado que estaba viviendo en un asilo. Además ella sabía que Sukuna no le perdonaría dejar a Yuuji y a eso le temía más que al escarnio. No tuvo opción alguna más que aceptar llevarse a ambos niños.
Sukuna empezó a estudiar en un colegio privado de buena calidad que consiguió gracias a favores y contactos que ella tenía, mientras que Yuuji iba a una escuela pública que correspondía según su locación. Sukuna asistía a clases de artes marciales y de inglés al salir de la escuela, participaba en un club privado deportivo al que su madre lo había inscrito, así que contaba con actividades extra al salir de la escuela y Yuuji, en cambio, su madre lo obligaba a realizar todos los labores del hogar, incluido cocinar. Era aun un niño, tenía alrededor de siete años cuando empezó a tomar responsabilidades familiares. Su madre constantemente lo criticaba y castigaba por sus errores, y Yuuji se vio en la necesidad de volverse más quisquilloso con todas sus responsabilidades.
Kaori lo forzaba a cocinar para todos, y cuando no le gustaba la comida o la limpieza —lo que ocurría casi todos los días debido a su falta de experiencia— lo castigaba de diversas formas, incluso sin comer. Yuuji nunca se quejaba de su vida, temía que si su hermano lo escuchaba, provocara una de esas terribles peleas que el rebelde niño solía iniciar a la primer provocación, pero la falta de alimentación y el estrés en el que vivía empezaron a reflejarse en su aspecto físico. Se le notaba más delgado, ojeroso y la piel empezaba verse opaca al igual que sus cabellos.
—¿Por qué no estás comiendo? —le cuestionó cuando notó que el chico volvía a dejar un espacio vacío en la mesa mientras su madre y él se disponían a cenar.
—No tiene permitido comer, hasta que haga las cosas bien —respondió Kaori sin rastro de vergüenza.
—Estoy bien Suku…
—¡Vete al carajo! ¡¿Por qué le haces eso al imbécil este?! —comenzaba a pelear, no sabía controlar su ira hacia los adultos, pero con su madre era particularmente agresivo.
—¡No me hables así!
—¡Estás viendo que el idiota apenas puede pasar las materias y tu lo dejas sin comer! ¡Eres una inútil, zorra desvergonzada!
Yuuji odiaba que pelearan, pero ellos lo hacían bastante seguido y le sorprendía que en cada ocasión, sin falta, Kaori terminaba llorando y rogando el perdón de su querido hijo. Le angustiaba que las peleas llegaran a un punto en el que ella dejara de pedir perdón para volverse cruel con su hermano, él no deseaba que Sukuna experimentara el mismo grado de rechazo que él vivía, su felicidad se había enlazado al bienestar de su hermano. Mientras fuera capaz de ver a Sukuna vivir bien, él se sentiría bien, se convencería a sí mismo de que todo estaba en el lugar correcto.
Sukuna comenzó a asistir a una clase especial porque se le había reconocido como un genio. Estaba ganando premios con sus actividades deportivas, recibía un par de becas por su desempeño académico y todavía ganaba competencias escolares a las que era invitado por sus talentos. Kaori sabía que en unos años más, ese niño sería una fuente de ingresos y reconocimiento que tanto anhelaba. Estaba segura que su amante estaría más que fascinado por tener a ese pequeño genio en su vida, por eso se aseguraba de que tuviera todas las herramientas adecuadas para su bienestar, quería que Sukuna un día le agradeciera por todo su esfuerzo.
Yuuji también se esmeraba por tener un buen desempeño escolar, aunque las cosas era diferentes dado que sus condiciones de vida afectaban profundamente sus capacidades cognitivas. La institución le daba alimentos, así que por suerte no moría de hambre gracias a ellos, y sobresalía en todas las actividades que implicaran manualidades, como la cocina y la organización, entre otras. Sus compañeros y maestros le querían bastante por su buen carácter y su personalidad servicial. De algún modo siempre había alguien que le tendiera la mano para estudiar y revisar sus tareas, aunque no destacaba particularmente en los estudios, sí lo hacía en los deportes, pero esto era algo que no sabían en casa porque Kaori jamás asistía a sus eventos escolares, y Yuuji no hablaba de eso con ella ni con Sukuna.
Yuuji sabía que Sukuna lo quería, pero su amor siempre había sido duro, lleno de regaños y reclamos. Sukuna tenía la idea firme de que debía tener mano dura con él para ayudarlo a dejar sus hábitos «débiles» y Yuuji tan sólo no quería dejar de ser así porque era la única herramienta de supervivencia y porque era el ejemplo de su padre, de todo lo que recordaba de él. Prefería mantenerse peleando con su hermano, pero no cambiar esos aspectos, era parte de su naturaleza que no negociaría con nadie.
Llegó el tiempo en que el dinero del seguro de vida empezó a escasear y Kaori sólo contaba con un sueldo que a duras penas le serviría para lo básico, para colmo, su amante dejó de contestar sus mensajes hasta volverse un fantasma en su vida. Entonces tuvo la necesidad de hacerse de nuevos hombres que estuvieran dispuestos a solventar sus gastos, y pronto conoció a un hombre joven, que pertenecía a una mafia y que aparentaba un interés fijo en ella. El tipo había escuchado su triste historia y mostrado compasión por su forma de vida.
Apenas habían comenzado a salir y el tipo aprovechaba con cada cita para darle regalos para ella y sus hijos, le llevaba a lugares exclusivos, le daba grandes sumas de dinero cuando ella decía que quería ir de compras y la trataba como si fuera la mujer más valiosa del mundo. Eso bastó para que ella se aferrara a él con uñas y dientes. Temía que su nueva aventura la abandonara por sus hijos, así que constantemente se quejaba y lamentaba por su maternidad, pero el tipo no daba señales de incomodarse con el tema, al contrario, daba la impresión de que tenía la intención de ser el padre de los chicos. Así fue como Kaori empezó a involucrarlo en su educación y le fue mostrando ese desprecio que sentía por el menor de los mellizos, para sorpresa de ella, este hombre no le contradecía en nada de lo que ella le mostrara, incluso parecía disfrutar con sus ideas retorcidas con sus hijos y empezó a ensañarse con Yuuji, metiéndole ideas a Kaori para agravar las cosas.
—Sobre tu hijo Yuuji, ¿has pensando en ponerlo a trabajar?
—Ja, ¿de qué?, no serviría de nada, no ganaría lo suficiente para pagar ni sus propios gastos.
—No, no, yo conozco un trabajo que podría hacer y que es bastante redituable.
—Sukuna es más inteligente, lo sabes —lo miró perpleja, pensó por un momento que si había un empleo bueno para un niño, era preferible que el crédito se lo llevara su favorito.
—No creo que quieras que tu niño de oro trabaje en algo así.
—¿De que trata?
—Sólo son ventas, atender clientes en un bar. Le daremos entrenamiento la primer semana y después de eso sólo verás buenas ganancias…
Es de saber que, a las madres solteras las buscan toda clase de hombres, algunas veces son hombres que realmente se interesan en ellas, y otras veces son personas malvadas que están en busca de algo más allá de las madres, más bien en los hijos que llevan con ellas y que son más vulnerables al no contar con más cuidados que los de su madre la cual queda enganchada a lo que sus parejas les dan y aceptan toda clase de barbaridades con tal de no sentirse solas.
—¿No me meteré en problemas, verdad?
Ella podía no tener un vínculo con su pequeño niño, pero entendía que estaba exponiéndolo a peligros importantes que podrían arriesgar su libertad.
—¡No, cómo crees! ¿No te he ayudado todos estos meses? ¿No soy digno de confianza?
La respuesta era evidente, ese hombre le daba la satisfacción con la que tanto soñaba, Kaori era una simple mujer con deseos de ser amada y deseada. Se veía a futuro con él, con una vida grandiosa, dejando a los niños con niñeras y olvidando todo su pasado. Si para alcanzar el éxito tenía que cerrar los ojos para ganarse la devoción de su novio, lo haría.
—A partir de mañana comenzarás a trabajar —anunció por la noche, durante la cena. Yuuji la miró confundido. Apenas había cumplido ocho años y la palabra «trabajar» era algo que estaba fuera de su vocabulario.
—¿C-cómo?, ¿En qué voy a trabajar? —tenía miedo de preguntar porque ella era capaz de enojarse por cualquier cosa, pero no pudo evitar indagar.
—En un salón de fiestas, atenderás clientes… mañana Jogo vendrá por ti y te enseñará tu trabajo. Yuuji, esto es lo mejor para todos —sonreía amable, ella sabía perfectamente cómo tocar el corazón de su hijo y se aprovechaba de ello.
Yuuji se emocionó, pensaba que al fin tendría una oportunidad para ganarse el amor de su madre, podía ya empezar con sus fantasías de éxito y de ser al fin bien recibido en su familia. En cambio Sukuna no decía nada, encontraba desagradable la actitud débil de su hermano, y más nefasta la de su madre, pero a veces prefería sólo observar en silencio mientras analizaba con recelo las cosas.
—Sabes que últimamente nos hemos estado quedando sin dinero, pero si haces esto bien, al fin saldremos de nuestros problemas, ¿puedo confiar en ti?
—¡Sí, mamá!
Al día siguiente, justo después de que regresó de la escuela, el hombre llegó por él. Yuuji al fin se sentía libre de la carga del hogar. No tendría que hacer la comida ni la limpieza, su madre se lo había dicho, que se centrara en su trabajo hasta que se acostumbrara a su nuevo horario, y él estaba más que listo para esforzarse.
Kaori le había advertido que su niño no podía llegar demasiado tarde por la noche, tampoco podía faltar a clases ni hacer nada que pudiera atraer la atención negativa, era la única condición que le había puesto a Jogo para que ella colaborara en su plan. Esa misma noche Jogo regresó, consciente de que el chico tenía que hacer la tarea y ducharse para ir a la escuela al día siguiente, si no la escuela notaría si el niño no estaba en buen estado.
Yuuji entró a la casa, seguido del novio de su madre, entro sin hablar ni mirar a nadie, fue directamente al baño y se encerró ahí. El sonido del agua indicaba que estaba tomando un baño. Sukuna se extrañó, esperaba tener que aguantar a un emocionado Yuuji contando sus aventuras en el trabajo y presumiendo ser todo un funcional para su madre.
—¿Qué tal le fue? —preguntó Kaori.
—Tiene mucho que aprender, tuve que regañarlo constantemente, es muy rebelde.
—Te lo dije —se burló— ¿crees poder con él?
—Sólo un par de días más y lo tendrá dominado.
Yuuji no quería salir del baño, escuchar la voz de ese hombre conversando con su madre le provocaba nauseas. Se enfocaba en el sonido del agua cayendo al suelo y en vapor envolviendo y humedeciendo las paredes. Las risas estruendosas le sacaron de su concentración y el escalofrío regresó. Por más tiempo que hiciera bajo el agua ese hombre no daba señales de querer marcharse. Hasta que escuchó que golpeaban violentamente a la puerta seguido de unos gritos que le hicieron sobresaltarse.
—¡Estás gastando mucha agua, ya sal! —era su madre.
Habían pasado casi cuarenta minutos y él no se había percatado. Sus piernas temblaron, no quería salir. Apretó los puños e intentó pensar en algo que justificara su tardanza.
—¡Recuerda descansar Yuu-chan, vendré por ti mañana! ¡No olvides lo que hablamos! —dijo Jogo con mucha tranquilidad, en un tono amigable, pero era una amenaza que le hizo perder el control de sus emociones.
Las lágrimas brotaban mientras cerraba el flujo del agua para que su madre dejara de regañarlo. Salió arrastrando los pies, se había colocado la pijama en el baño, tratando de hacer tiempo para evitar al novio de su madre. Kaori seguía hablando, pero no podía prestar atención por todas las cosas que cruzaban por su mente.
—Me dijeron que te portaste muy mal. Sabes que necesitamos el dinero, más te vale comportarte…
Fue lo único que alcanzó a escuchar cuando salió del baño. La mujer seguía ahí de pie y Jogo ya no estaba presente, lo que era un alivio. Asintió con la cabeza sin mirarla a la cara, sus lágrimas lejos de provocarle preocupación se volvían una invitación a su acoso. Camino rumbo al refrigerador, sacó un par de hielos que envolvió en una servilleta de tela y se los colocó en el ojo. Su mirada vacía, el semblante pálido, e inexpresivo a pesar de las gotas que resbalaban por sus mejillas.
Lo habían golpeado, una paliza que le había dejado un ojo morado y el labio reventado, había sido injusto más allá de lo razonable. Varios hombres adultos, fuertes, contra un indefenso niño que se resistía por su propia dignidad. Le preocupaba la imagen que daría al día siguiente durante sus clases; no había comido, pero no tenía hambre, ni siquiera le cruzó por la cabeza buscar algo en la cocina a pesar de haber pasado en medio de ella. Tan sólo se sentó en la mesa con el corazón roto, mirando a la nada, sintiéndose la persona más sola del mundo.
Sukuna pasó, buscando un aperitivo nocturno y miró a su hermano con su mano sosteniendo una servilleta mientras colocaba el frio contra su piel. Estaba claro que algo malo le había ocurrido.
—¡¿Y a ti qué te pasó?! —preguntó mirándolo con burla.
Cualquiera que no conociera a los hermanos pensaría que ellos tenían una muy buena relación, como la de cualquier par de mellizos que crecieron apegados, pero ellos dos no eran tan cercanos del todo. Esta distancia se había marcado más a partir de la muerte de su padre, cuando Yuuji empezó a ser atormentado por su madre y Sukuna no tomaba postura ante los abusos. Kaori se había encargado de separarlos con sus manipulaciones, favoreciendo exageradamente al mayor, adulándolo y haciendo todo para que su hijo se viera comprometido a ponerse de su lado, y entre tanto se quejaba de Yuuji con él, metiéndole ideas sobre lo imperfecto que era, la carga que provocaba y envolviéndolo en una situación en la que Sukuna prefería ignorar a Yuuji y a su madre, para centrarse en su propia vida.
Sukuna era todavía un niño, aunque uno muy inteligente, no obstante en estos aspectos era muy torpe e incapaz de razonar con empatía. Sí, intuía que la situación no era aceptable, y no le parecía bien lo que su madre hacía con su hermano menor, pero para él era más sencillo acusarlo de ser débil y esperar que sus charlas llenas de insultos le abrieran los ojos a su hermano para que se defendiera por sí mismo. Sukuna tenía una personalidad demandante y violenta, no permitía que nadie lo pisoteara ni le dijera lo que debía hacer. Cuando Kaori lo regañaba, se enredaba en una discusión larga con ella, debatiendo hasta que la madre se hartaba y terminaba por dejar la conversación. Peleaba constantemente en clases, con sus compañeros, con sus maestros y demás autoridades. No confiaba en nadie porque veía que Yuuji lo hacía y las cosas siempre le salían mal, pero pensaba que la forma más adecuada para que Yuuji aprendiera a ser fuerte, era tratarlo con crueldad, imaginaba que así un día entendería que su problema radicaba en su sensibilidad y su excesiva confianza en las personas.
—Me caí en el trabajo —sonrió y una lágrima se coló por su mejilla.
—¡Vaya que eres torpe! —no creía ni por asomo en su respuesta, pero no iba a ponerse a interrogarlo dado que no lo consideraba relevante— Se van a burlar de ti en la escuela si te ven así.
—Está bien, no importa —trató de reír, pero le dolía el labio y volvió a llorar.
—Si ya vas a empezar con tu drama, mejor me voy…
Se dio la vuelta, tomó un puñado de galletas y se fue. Yuuji sintió que su pecho dolía ante las palabras de su hermano. No tenía a nadie, ni podía contar con nadie. Tampoco quería decirle a Sukuna nada, porque suponía que lo primero que haría sería hacer burla de su «debilidad y sensibilidad», y la verdad no quería escuchar más insultos cuando en su «trabajo» había sido bastante humillado ya.
Kaori pasó por la cocina y lo vio ahí sosteniendo el hielo contra su ojo adolorido. Pensaba sólo pasar a atender sus propios asuntos e ignorar al pequeño que parecía sumido en una oscuridad inalcanzable, pero la voz del menor le hizo frenarse.
—Mamá —la llamó con voz suave y temblorosa—, e-ese trabajo me da miedo, hay gente que…
—Sí, sí, ya sé, de todo te quejas —resopló girando los ojos con fastidio.
Yuuji pasó saliva, todo ese tiempo había pensado que quizá su madre lo estaba enviando a un empleo que ella misma desconocía y que, si le confesaba la verdad, tenía la esperanza en que ella viera lo delicado de la situación y le protegiera como tanto añoraba. Anhelaba encontrar un refugio en algún lugar o con alguna persona que le diera la familia que tanto necesitaba.
—Escúchame Yuuji —respiró hondo. Aunque no apreciaba a su hijo, de vez en cuando se recordaba a sí misma que se trataba de un niño pequeño, y debía disimular su rencor—: el dinero que tu padre nos dejó ya se está agotando. No te pediría esto si no fuera por eso mismo. La escuela de Sukuna es muy costosa, tenemos que pagar la hipoteca de la casa, y los gastos aquí son bastante elevados… mi trabajo no es suficiente y tú, te recuerdo, te encargaste de matar a la única persona que podía trabajar decentemente para sostener a la familia.
Siempre esa carga, esa tragedia volvía a sus recuerdos como una daga que le corrompía con culpa venenosa impregnada en su filo. De tantas veces que le habían dicho que él era el villano en esa historia, se había creído su papel, pero no quería estar en su propio bando, prefería estar del lado de su madre y su hermano, y tratarse con odio a sí mismo para así no sentirse tan sólo. Su padre y su hermano-no-nacido habían muerto por su culpa, lo tenía en claro y lo reconocía como el pecado más grande en su vida. Recordó entonces por qué estaba así, por qué se esforzaba tanto por agradar a su mamá y llevar las cosas con calma en casa, sin dar problemas a nadie, sin pelear con Sukuna por más malo que fuera con él. Este era otro sacrificio que debía hacer por la familia. Se los debía.
—Entiendo —susurró, pero no podía contener su llanto.
—Ahora si me dices que no quieres, simplemente sacaré a Sukuna y lo pondré a trabajar, estoy segura de que él sí lo haría bien…
—¡No! —gritó asustado. La sola idea imaginaria de su hermano compartiendo ese destino terrible le heló la sangre. Soltó la servilleta para ponerse de pie y mostrarle a su madre su determinación— yo puedo, lo haré mejor, me esforzaré mamá.
Kaori sonrió, se despidió del niño y se fue a dormir con la excusa de que tendría que trabajar muy temprano. Yuuji se inclinó para recoger la servilleta que había dejado caer en ese movimiento brusco, estaba empapada ahora y los hielos ya se habían deshecho. Fue al lavadero, la exprimió y la dejó secándose en una silla. Por más que luchaba por contener sus lágrimas, le era imposible, y su nariz era un desastre, no podía respirar bien. Tomó un trozo de papel del baño y se limpió, evitando mirarse al espejo que estaba al lado del baño. Decidió que era momento de dormir, no tenía cabeza ni para hacer sus deberes escolares.
Entró al cuarto que compartía con su hermano intentado actuar con naturalidad. Miró a Sukuna que yacía en su cama mientras observaba su celular, era mejor así, no quería volver a tener una conversación con él. Subió a su cama, la que consistía era una litera y él debía dormir en la cama superior. Intentaría dormir aunque sea un rato, pero las imágenes de su día aparecían en forma de pesadillas y despertaba alarmando tratando de encontrar consuelo en sus almohadas. Al recordar que al día siguiente volvería a ese lugar, le hacía desear escapar de todo, huir de casa y desaparecer, pero ¿qué haría? No tenía idea de qué hacer en caso de huir. No conocía las calles, Tokio era inmenso, le daba miedo encontrar gente como Jogo ahí afuera. Luego estaba ese temor, la amenaza de su madre de usar a Sukuna, él no era capaz de hacerle algo así a su amado hermano. Lamentaba su mala suerte, pero despejaba sus ideas negativas al imaginar que su sacrificio ayudaría a la economía de la familia y a la protección de su hermano.
Kaori pretendía no tener interés en el supuesto trabajo de su hijo, sólo se enfocaba en los beneficios que eso podía traer. Su novio le había aconsejado permanecer así en la ignorancia para evitar cualquier implicación y riesgos, le había dicho que existía la posibilidad de que ella se arrepintiera de sus decisiones si se enteraba de los detalles, por tanto era mejor para ella hacerse a un lado vivir una vida tranquila con las manos llenas.
No obstante el terror de Yuuji iba incrementando. Los primeros días se había resistido con todas sus fuerzas para preservación de su dignidad pisoteada, sabía que estaba mal lo que le hacían, que no debía permitir que otras personas tocaran su cuerpo, pero tras varias palizas fue comprendiendo que su resistencia sólo lo conduciría al camino del dolor. Era demasiado para un niño, su capacidad no podía contra la de un grupo de adultos que le sometían con crueldad; sin el más mínimo remordimiento eran capaces de molerlo a golpes con tal de hacerle entender que debía ceder su voluntad. De todos modos, Yuuji conservaba una pequeña llama de valor, incluso en momentos más angustiantes tenía destellos en los que era capaz de pelear y demostrar que no sería fácil destruirlo, pero la brutal fuerza de los hombres que contaban con herramientas adecuadas para controlarlo le traían a la realidad y se dejaba vencer.
La escuela no ignoró los golpes. Yuuji aparecía cada día con algo nuevo que encendía las alertas de la maestra, y siguiendo el protocolo de la institución, se acercó al chico para intentar preguntarle sin verse muy intrusiva, era importante no asustarlo, además cabía la posibilidad de que el niño estuviera realizando actividades peligrosas como subir árboles o juegos bruscos con sus compañeros, así que no era recomendable hacer un escándalo si no tenían evidencia de algún suceso importante. Yuuji, sin embargo, se negó a responder. Contestaba que eran cosas de su trabajo, que su mamá ya estaba al tanto o inventaba alguna historia fantasiosa que a todas luces no podía ser tomada con seriedad. La maestra, temerosa de que se tratara de un caso de acoso escolar, decidió enviar notas a la madre para solicitar su presencia, pero jamás hubo respuesta en todos sus intentos de contacto. Inclusive envió mensajes de texto e intentó llamarla a sus números de teléfono, pero Kaori no daba ninguna señal de vida, y en el empleo de la mujer no la comunicaban, sólo pedían que dejara un mensaje y era todo. Por tanto, angustiada por el estado del menor, dejó una nota en el área de trabajo social de la escuela para pedir apoyo y conseguir un permiso para ir a visitar la casa de la familia Itadori.
Yuuji había establecido una rutina para esconderse de la mirada de Sukuna en casa. Temía que al ver que cada día tenía más moretones y heridas, el iracundo chico lo insultara o amenazara como solía hacer. Apenas llegaba con Jogo corría a su cuarto, tomaba su mochila y ropa, y se encerraba en el baño; se duchaba, cambiaba y hacía la tarea ahí dentro. Sólo salía cuando alguien le reclamaba su tardanza, entonces salía a toda prisa y se escondía bajo las cobijas de su cama. Todo ante la mirada incrédula de Sukuna que, incluso sin buscarlo, había notado el mal estado del chico, pero era tan evidente que Yuuji le rehuía que prefería no indagar demasiado en su ridícula conducta.
Yuuji había resistido el dolor, la agonía de ver su cuerpo lastimado y siendo vulgarmente «enseñado» a dar atención a los futuros clientes, pero aun no habían llegado demasiado lejos con los abusos, sólo eran tocamientos y felaciones forzadas que le hacían tener dolor en la mandíbula por horas. Jogo le había advertido que, si no obedecía, le drogarían para que aprendiera la lección, y le había llevado a ver lo que le hacían a otros. Aquella espeluznante imagen le provocaba náuseas de sólo recordarlo. En diferentes habitaciones separadas por paredes de tabla roca, en camas sucias y frías, había visto niños igual que él, tirados como bultos, incapaces de defenderse, fuera de sí mientras eran torturados en modos cada vez más horrendos. Víctimas de trata, adictos a sustancias que les hacían permanecer en ese estado mientras eran abusados por otras personas una y otra vez. Sus ojos apagados, heridas sin tratar pululando, incoherentes e incapaces de vivir.
Era fin de semana cuando Yuuji recibió la noticia de que tocaba aprender otros modos de complacer a sus clientes. La descripción de los aberrantes actos, seguidos de las advertencias de siempre, le hicieron entrar en crisis. Quería pelear, quería destruir todo y olvidarse de su propia vida. Prefería morir antes que llegar a ese extremo.
Fue entonces que Yogo, en compañía de sus otros secuaces, lo habían sometido y le habían drogado. Yuuji había gritado y suplicado piedad, pero nadie le escuchó. A ninguno ahí le importó sus lágrimas y ruegos, y su consciencia se apagó. De pronto reaccionaba, veía lo que le hacían y lloraba, pero de nuevo se perdía. Parecía que habían pasado años, que el tiempo era un bucle infinito de dolor y agonía. Hasta que poco a poco fue despertando, se sentía débil, no podía moverse y tenía nauseas. Comprendió que era ya de noche cuando Jogo lo tomó en brazos y lo llevó a la casa.
