-Paradoja-
Capítulo 4. El reflejo del pasado
Gohan, como de costumbre, se despertó aquel día temprano. Solía hacerlo porque debía entrenar. Así lo dictaminaba el mandato de su raza, sus costumbres, su sangre. Sin embargo, en los últimos días había empezado a preguntarse si aquella sistemática violencia que su cultura predicaba sin cesar no le estaría robando el alma.
Se imaginó, sentado al borde de la cama, cómo sería su vida si se hubiera criado en el planeta natal de su madre, la Tierra. Le daba curiosidad todo lo que tenía que ver con aquel sitio. Su olor, el tacto del suelo, las plantas que crecían allí, la gente, los miles de idiomas que se hablaban en toda su superficie, todas las culturas que había y que no se basaban en la sed de sangre. Había leído tanto sobre aquel planeta que le parecía que lo había visitado incluso y que lo conocía a la perfección. Sin embargo, sabía que era muy tarde para explorar su verdadera esencia.
Hacía años que aquel planeta era solo una sombra, un rastro de lo que fue. Conquistado por completo por sus compatriotas, por el ejército saiyajin, era una colonia más del Rey Vegeta y la usaba a su antojo. Estaba seguro de que incluso habría cambiado la disposición misma del planeta, sus cualidades y su espíritu.
Recordaba que, cuando era pequeño, su madre le prometía entre dulces caricias en su cabello oscuro que algún día volverían. Que Gohan viviría allí, bajo aquel cielo azul pacífico y tranquilo y que nunca más tendría que acabar sus días limpiándose las manchas de los rastros de sangre propios y de sus contrincantes del uniforme de batalla y de la piel.
En sus recuerdos de esa época, su madre lucía increíblemente joven. Su piel de porcelana era tersa y sus ojos oscuros, idénticos a los suyos, irradiaban unas ganas de vivir que jamás había presenciado en los orbes de los saiyajin. Con el tiempo, aunque era cierto que Chichi no había envejecido demasiado si se tenía en cuenta que era completamente humana y no tenía la misma fortaleza en los genes que, por ejemplo, su padre, su semblante comenzó a desgastarse. Sus ganas se esfumaron, así como sus esperanzas también. Sus ojos ya no brillaban con la ilusión de antaño, pues bien sabía que su hogar había sido asediado, destruido y conquistado, y nunca más tendría la posibilidad de volver. Jamás podría alejar a sus hijos de la barbarie que reinaba en esa sociedad de la que formaba parte casi por obligación.
El sacrificio de su madre le daba mucha pena. Chichi solo vivía allí por amor a Goku y a su familia. Conocía el carácter de su padre y sus pensamientos y costumbres, pero a veces le reprochaba internamente —nunca se había atrevido a decírselo directamente— que no le hubiera plantado cara a Bardock para defender los intereses de su esposa y de sus hijos, ya que todos podrían haber llevado la vida pacífica con la que siempre habían soñado si él hubiese antepuesto a su familia como su absoluta prioridad.
No obstante, si acaso podrían salvar a Goten, pues ya era demasiado tarde para él. Aunque le gustaba leer y escribir o relacionarse con los demás de una manera en la que los saiyajin no solían hacer, también le apasionaban los combates. Nada era igualable a la sensación, llena de adrenalina, que le recorría la espina dorsal cuando veía la sangre de sus contrincantes brotar, salpicándose por todas partes, cuando sentía la fuerza apoderándose de su cuerpo o cuando su mente solo se centraba en la aniquilación de la persona que tenía enfrente.
En esos momentos, la mente se le cegaba, la fuerza lo sobrecogía y mataba su raciocinio y él se sentía poderoso, indestructible y capaz de cualquier cosa. Sentía de otra manera completamente distinta y, en consecuencia, no medía las palabras.
Suspiró despacio mientras se restregaba el rostro con las manos. Ese había sido el gran problema con Videl. Quiso defenderla de la violencia de las calles sin saber que él mismo estaba contaminado de esa violencia. La reclamó como si fuera un objeto, una propiedad de su familia y ella, tras provocarle tanto desgaste y sufrimiento aquella raza que tanto detestaba, no era capaz de perdonarlo. Ni siquiera podía mirarlo a la cara o dirigirle la palabra. Era lógico, por otra parte.
Hacía un par de noches, había tenido un sueño tan placentero que se había sentido tremendamente frustrado al despertar. Él era un joven adolescente que se había criado en la Tierra y que había conocido a Videl en un contexto completamente distinto. Ambos iban juntos a aquella institución de la que tanto le había hablado su madre y que servía para educar a las personas llamada instituto. Allí se habían aproximado irremediablemente, habían conectado y se habían enamorado.
Pero aquello era solo un sueño que se esfumó en cuanto Gohan abrió los ojos y se dio de bruces con su verdadera realidad. Videl lo odiaba. Y él, a pesar de estar desarrollando unos sentimientos que cada vez le calaban más hondo en el pecho, provocándole en ocasiones incluso una angustia que lo desconcertaba y hasta lo llegaba a asustar, no sería capaz de conquistarla jamás.
Cuando Videl y él comenzaron a acercarse a través de la lectura, un rayo de esperanza se alzó, haciéndole creer que sería posible que la joven, algún día, se interesara por él. Pero el semisaiyajin había sido justamente el que se había encargado de destrozar aquella posibilidad con su furia, así que todo aquel mundo quedaba atrás.
Había sido un retroceso enorme para sus interacciones con toda la familia. Videl volvía a estar recluida en su habitación, salía únicamente por necesidad u obligación y comía de nuevo a solas en la cocina cuando no había nadie por allí. Ya ni siquiera hablaba casi con Chichi, con la que antes compartía mucho. Él se había encargado de destrozarle la vida y comprendía completamente que lo detestara. Así que no haría ningún movimiento de proximidad más con ella.
Salió por fin de la habitación. Se duchó rápidamente y decidió pasar por la cocina para comer algo ligero e irse a entrenar. Era muy temprano, así que supuso que no habría nadie allí, pero se equivocó. Pensó en marcharse cuando cruzó el umbral de la puerta y vio a Videl junto al fregadero, lavando algunos platos, pero no quería acobardarse de más, así que entró, cogió la comida que buscaba y la saludó con un tenue «buenos días» que jamás obtuvo respuesta. La chica ni siquiera se inmutó, ni siquiera se giró para mirarlo de soslayo con desdén como hacía cuando llegó.
Él, completamente abatido por la situación, abandonó la estancia, comió de camino a la salida de la casa y abrió la puerta que daba a la calle. La mañana estaba más fría que de costumbre, pero no le molestaba demasiado. Aquella sensación gélida lo terminaría de despertar. Cerró la puerta al salir.
En la pared de la fachada, esperándolo, se encontraba su abuelo apoyado, con los ojos cerrados y los brazos cruzados. Lo miró apenas de reojo, con el semblante serio y lleno de reprobación.
—Llevo diez minutos esperándote. Otra vez llegando tarde.
—Lo siento, abuelo.
—Eres igual de vago que tu padre. Pero desde luego que esto es mi culpa, por no apretaros más las tuercas.
Gohan, aprovechando que su abuelo había comenzado a caminar y lo había dejado unos pasos por detrás, rodó los ojos con hastío. Qué difícil era comunicarse con ese hombre. Lo respetaba y lo quería, por supuesto, pero estaba demasiado arraigado a sus raíces y jamás le veía algo malo a su cultura.
Ambos se dirigieron entonces al centro de entrenamiento. Aún no era completamente de día, pero sabía que no volverían a casa hasta bien pasado el atardecer. Sentía los músculos pesados, pues llevaba unos ocho días entrenando sin excepción, pero se motivó pensando que al día siguiente por fin podría descansar, ya que tenía el día libre.
Se colocó al lado de su abuelo. Aun tratando de ser positivo, su rostro reflejaba cierta tristeza que no pasó desapercibida para Bardock. Sin medias tintas, el saiyajin quiso indagar para conocer su estado.
—Tienes la cara hasta el suelo. ¿Qué te pasa?
Gohan dudó un segundo. Nunca había hablado de sus sentimientos o percepciones con su abuelo. No creía que fuera a darle consejos. Era cierto que él, en el pasado, había sido un hombre muy enamorado que no se permitía mostrar sus sentimientos a los demás. Se acordaba muy poco de su abuela, pero casi nunca podía preguntar por ella, porque ese tema estaba completamente vetado en la familia.
—Nada. Solo estoy cansado.
—No me mientas, Gohan. Estás así desde que la humana te dejó de hablar. ¿Te crees que no me doy cuenta de las cosas?
—Se llama Videl, abuelo.
—Como sea. ¿Estás así solo porque te la quieres follar? Pues busca a otra. No sé qué manía hay en esta familia con las humanas. Si sigues así, no te concentrarás en los entrenamientos.
Gohan enrojeció completo, de ira y vergüenza a partes iguales, pero no podía mostrar el primer sentimiento con su abuelo, pues era la principal figura de autoridad que tenía. No se reducía solo a un sentimiento de atracción sexual. Si él ni siquiera había estado nunca con una mujer, fuera humana o saiyajin, ¡por dios! Con Videl era distinto. Sentía que el pecho le ardía cuando estaban cerca y su aroma impregnaba cada estancia de la casa, así que se le hacía mucho más difícil estar allí.
Decir que estaba enamorado era una palabra demasiado grande, pero era cierto que en su pensamiento todo lo inundaba Videl. Quería estar con ella, eso lo tenía claro. No sabía cómo sacársela de la cabeza, no había forma posible si todos los días la tenía a su lado, aunque ni siquiera le hablara.
—No se trata de eso… —musitó con pudor tras algunos minutos de silencio.
—Gohan, esa chica es una esclava. Espero que no se te olvide.
Gohan agachó la mirada un instante. Era cierto. Aunque ella quisiera, jamás iban a estar juntos porque las leyes saiyajin prohibían terminantemente las uniones con esclavos. Solo se permitían entre iguales o con entes pertenecientes a otras razas, pero que fueran sujetos libres. Aquella relación, que nunca había iniciado y que no tenía posibilidades de construirse, estaba abocada al fracaso sin siquiera existir.
—¿Tienes pensado venderla en algún momento?
—No. Trabaja bien y ayuda mucho a tu madre. Tiene carácter y eso me gusta. Además, así le ahorramos que tenga que pasar por situaciones delicadas.
Qué eufemismo tan ligero había usado su abuelo. «Situaciones delicadas» no significaba otra cosa que violaciones. Gohan sabía bien lo que les hacían a las esclavas y Videl destacaba mucho. Además de tener una fisionomía similar a la de los saiyajin, era hermosa y sus ojos de color azul llamaban mucho la atención. Quién sabía lo que podían llegar a hacerle si acababa en manos de otra familia saiyajin.
Miró de soslayo a su abuelo. En el fondo, era bueno. A cualquier otro, le hubiese dado exactamente igual lo que le pasara a una humana que además tenía condición de esclava. Pero él quería protegerla y eso le honraba.
Era cierto que la presencia de Videl le hacía mal, que su corazón no podía soportar la carga que le producía su desidia, su desprecio y su desamor, pero sabía que ella estaría a salvo bajo su protección, le gustara o no. Y, a fin de cuentas y aunque no le agradara en absoluto, en eso también consiste el amor.
Tal y como Gohan lo había previsto, regresaron después del atardecer. Bardock dejó a su nieto hablando con su madre en la cocina y se fue al baño. Sentía su cuerpo completamente agotado. A pesar de entrenar religiosamente a diario y sentir que todavía podía seguir haciéndolo, la edad, la soledad y el cansancio le pesaban.
Se desnudó en silencio mientras la bañera se llenaba. Observó en el reflejo del espejo las marcas de su abdomen, la de su rostro y una que tenía cerca de la axila. Demostraban que había dedicado toda su vida a luchar, a mejorar como guerrero y eso hacía que sintiera orgullo.
Sin embargo, por las noches se encontraba solo en una cama que se le antojaba enorme y que estaba helada. Hacía demasiados años que no veía a su mujer y su falta hacía demasiada mella en su estado de ánimo.
Se metió en la bañera, se sentó despacio y sintió el agua caliente relajándole los músculos, que estaban completamente agarrotados por el esfuerzo del entrenamiento. Sacó los brazos de la bañera y se echó hacia atrás. Exhaló algo de aire y el silencio lo abrumó.
Cerró los ojos, tratando de viajar a sus recuerdos. Su esposa estaba sentada con la cabeza apoyada sobre su pecho, tan desnuda como él, y recibía sus caricias pausadas mientras el silencio los acompaña y no los engullía, como le sucedía a él en la actualidad.
Abrió los ojos y observó los azulejos empañados y su soledad. Gine no estaba allí. No volvería a estar jamás.
Cuando se casaron, lo hizo porque no le quedaba más remedio. Bardock era un soldado de clase baja que no podía aspirar a mucho más. Aquella hembra no servía para luchar. Solo cocinaba, limpiaba la casa y tenía un puesto de carne en el mercado. Los primeros meses trató de ignorarla. Su propósito sería simplemente procrear, continuar con el linaje de su padre y de la raza saiyajin.
Sin embargo, siempre que intentaba tocar a su esposa, recibía negativas furiosas. Ella le plantaba cara con coraje, a pesar de que sabía que él la podría matar en menos de lo que dura un pestañeo. Le llamaba la atención su carácter, pero claro, aunque no tuviera fuerza, seguía perteneciendo a su raza y no se dejaría amedrentar. No sería sumisa jamás.
Con el tiempo, fue tomándole cierto respeto. Su comida era deliciosa, llevaba su propio dinero a casa e incluso habían comenzado a conversar. A ella tampoco le gustaba en un principio su compañía, pero con el transcurso de los meses y su acercamiento, comenzó a notar un cambio.
Una madrugada fría de invierno, ella se coló en su cama —porque hasta ese entonces dormían en habitaciones separadas— y le acarició la cicatriz del rostro despacio. Le preguntó qué le había sucedido, él se lo contó y después, sin previo aviso, Gine lo besó. Ninguna batalla le había producido aquel placer sin igual.
Hicieron el amor por primera vez, bajo la luz de la luna que se colaba a través de la ventana abierta de la habitación. Cuando se encontró a sí mismo abrazando su cintura desnuda y respirando profundamente el aroma que desprendía su pelo negro, supo que no había vuelta atrás. Que su corazón le pertenecería para siempre.
Tuvieron dos hijos, vivieron juntos y felices durante muchísimos años. Bardock, aunque no lo reconociera, estuvo muy enamorado de su esposa. Lo seguía estando, de hecho. Pero se la arrebataron de repente.
Aquellos tipos creyeron que por ser un soldado de clase baja no se cobraría su venganza, pero, por supuesto, se equivocaron. Porque los despedazó a todos tras aquel incidente y, desde ese día, era uno de los saiyajin más temidos y valorados en la zona. Todos los demás sabían que nadie podía meterse con Bardock o con su familia.
Desde que Gine fue asesinada, su vida carecía de sentido. Solo le quedaba refugiarse en sus hijos, en sus nietos y en su nuera, porque sabía que era lo único que le quedaba. Porque aquella noche sangrienta en la que Bardock despertó una fuerza desconocida y superior para asesinar a los cinco saiyajin que mataron a su mujer, un pedazo de su alma también pereció.
Ese momento marcó un antes y un después en su vida. Fingió que quemó todas las fotos de su esposa, aunque en realidad las guardó para sumirse cada día más en su propia miseria al observar su belleza, que había sido completamente opacada por la maldad. Prohibió a todos los integrantes de su familia pronunciar el nombre de Gine o hablar siquiera de ella, con todo el dolor que eso conllevaba para los demás. Pero era lo que él necesitaba para no desmoronarse.
Salió de la bañera, secó su cuerpo y se vistió con la ropa más cómoda que encontró para dirigirse a su habitación a acostarse. Una vez tumbado en la cama, observando la oscuridad del techo, pensó en su nieto mayor.
Comprendía que aquella joven humana le gustara. Era bella, muy exótica y lo más importante, tenía un carácter explosivo y que sabía que era la perdición de los hombres de su familia. Ya le había sucedido a él. Le había sucedido también su hijo menor, que había arriesgado todo para estar junto a una humana. Y Gohan no había podido evitar caer rendido ante una muchacha que no servía para luchar, pero cuyo coraje y valentía superaban con creces a los de los miembros de su propia raza.
Pero Videl era una esclava y era muy difícil que pudiera librarse de esa condición. Incluso él, que era su dueño legal, no podía darle la libertad tan fácilmente. Gohan sabía a la perfección que jamás podría tener nada con ella, pero él era consciente por experiencia propia de las locuras que se pueden llegar a hacer por amor.
Solo esperaba que aquella chica que compró con la intención de que su nuera no tuviera tanta carga de trabajo no acabara por convertirse en la perdición de su nieto mayor.
Videl se puso el delantal y comenzó a lavar los platos del almuerzo. Estaba por fin sola e incluso le había dado tiempo a comer. No podía negar que la comida que Chichi preparaba era exquisita, pero ya ni siquiera le sabía igual.
Habían pasado más de tres semanas desde que aquel incidente se produjo y todavía no era capaz de mirar a Gohan a la cara. Lo había intentado con todas sus fuerzas, pero simplemente no podía hacerlo.
Él le caía muy bien. Su parte más humana lo hacía, más bien. Era dulce, atento y bueno, pero no podía olvidar cuál era su verdadera esencia. El recuerdo de sus ojos vacíos y sus palabras demandantes no la dejaban. Sentía hasta miedo cuando pensaba en él, incluso a sabiendas de que jamás sería capaz de hacerle nada malo.
Goten había tratado de seguir acercándosele, pero ella había decidido poner tierra de por medio con todos los integrantes de esa familia. Le había cogido un cariño especial al chico, pero no podía dejar de pensar que, en tan solo unos años o incluso pocos meses, empezarían a instruirlo para que fuera un salvaje. No quería tener nada que ver con alguien que podía matar a todo un vecindario entero si se le antojaba.
Ya ni siquiera podía hablar con tranquilidad con Chichi, que había sido su máximo apoyo desde que había llegado a aquel planeta que le era tan hostil. Ella trataba de indagar, quería saber qué le pasaba, pero Videl no quería hablar. Sospechaba que Gohan ya le había contado algo y que quería conocer su versión, pero no se la pretendía proporcionar.
Con respecto a su relación con Goku y Bardock, nada había cambiado demasiado. De por sí, no tenía confianza con ellos, así que simplemente se había alejado aún más de ambos porque sabía bien que no recibiría reproches de ninguno de los dos.
Su vida era una auténtica pesadilla. No quería estar en ese lugar ni compartir tiempo con esa familia que parecía buena, pero que la tenía engañada y que sabía que la podía traicionar en cualquier momento. Se sentía sola, hacía demasiados días que no mantenía una conversación normal y estaba a punto de estallar.
Se concentró en continuar con su labor para dejar de pensar, pero entonces entró Chichi en la cocina y se puso a su lado.
—¿Te ayudo, cielo? —le preguntó como si no notara su distanciamiento.
Videl encogió los hombros, mostrándole que le daba igual, pero no abrió la boca. La madre de Gohan comenzó a secar los platos que ella iba fregando para colocarlos. Estuvieron en silencio durante todo el proceso. Se sentía tremendamente incómoda, así que, en cuanto terminó, amagó con largarse de allí lo más pronto posible.
Chichi no la dejó. Sujetó su antebrazo con delicadeza y la invitó a tomarse una taza de té con ella. Su amabilidad no dejó que rechazara el ofrecimiento, así que se sentó a la mesa. La mujer fue hacia donde estaba la hornilla, puso agua en la tetera y preparó dos tazas de té rápidamente. Las puso encima de la mesa y se sentó también, colocándose enfrente de Videl.
Aquella mujer no se caracterizaba por ser alguien prudente y ella lo sabía bien, así que cuando la notó inclinándose sobre la mesa para sujetarle las manos con afecto, supo de inmediato que le iba a preguntar por su distanciamiento con toda la familia.
—Videl, me gustaría que me contaras qué ha pasado.
La chica sopesó la situación. Pensó que lo mejor era decirle que no quería hablar de aquello, que se sentía mal y que se quería marchar a su habitación. Pero esa mujer había sido buena con ella, sentía que su aura maternal la protegía constantemente y, en el fondo, estaba cansada de ignorarla deliberadamente.
—¿No te lo ha contado ya tu hijo?
Chichi dudó un instante. Pudo verlo en sus ojos negros, pero finalmente le contó la verdad.
—Sí, algo me ha contado. Pero quiero escucharte a ti también y ver si puedo hacer algo para solucionar este embrollo.
—No lo creo —contestó ella con rotundidad.
—¿Por qué no? Yo te tengo mucho cariño, Videl. No quiero que nos alejemos. Estabas integrándote por fin en la familia y…
Videl frunció el ceño al escuchar aquellas palabras y apartó las manos de la mesa repentinamente para que no se las pudiera acariciar más, haciendo que Chichi se quedara sin habla por lo abrupto de su actuar.
—Ese ha sido el problema. Que se me ha pasado por la cabeza por un pequeño instante que podía estar aquí en paz. Pero no puedo. Este pueblo es el responsable de la muerte de mi padre. No puedo permitirme el lujo de tratarlos bien.
—Sé que voy a sonar dura, pero mi familia no es responsable de nada de eso. Ninguno de ellos estuvo en la misión de colonización de la Tierra.
—¿Colonización, Chichi? Fue una masacre. Todavía puedo percibir el hedor de los cadáveres calcinados y escuchar los gritos de la gente que suplicaba por su vida —gritó desesperada mientras se levantaba—. ¿Sabes cuántas veces han abusado de mí? Ni siquiera yo las recuerdo todas.
Chichi agachó la cabeza durante unos segundos, pero luego la miró y volvió a hablar.
—Y no sabes cuánto lo siento. Sé que nunca te voy a comprender lo suficiente y que mis palabras de consuelo nunca te van a llegar. Pero mis hijos son buenos chicos.
—A los que preparan para matar a los demás. Este planeta lo corrompe todo, Chichi. Con Gohan ya lo ha hecho y con Goten también lo hará. —Videl se dio la vuelta para marcharse, pero decidió que le haría saber su versión—. Si me quiero mantener alejada de vosotros es porque Gohan piensa que soy una propiedad más. Tengo que reconocer que fui una ilusa al creer que podría salir sola. Alguien quiso asaltarme y él lo vio. Y me trató como si fuera un objeto sin más. No quiero perder mi humanidad. Es lo único que me queda.
—Estoy segura de que él se habrá disculpado contigo.
—No me sirve. Es un monstruo. No quiero tener que ver nada con él.
Videl no esperaba que sus palabras hicieran que Chichi se levantara como un resorte de la silla y se pusiera enfrente de ella para encararla.
—Entiendo tu enfado, pero no te atrevas a decir eso de mi hijo nunca más.
La joven la miró desafiante. Era lo que pensaba realmente y no lo iba a esconder, ni siquiera porque ella fuera su madre y, como en realidad comprendía, le doliera. Ella también debía saber que su descendencia se convertiría en seres sin escrúpulos capaces de hacer cualquier cosa por conquistar tierras que no les pertenecían.
Sin cruzar otra palabra, Videl se marchó a su habitación. Se tumbó en la cama y observó el techo durante mucho rato. Las lágrimas se le acumularon en los ojos y las dejó escapar sin vergüenza alguna. No podía soportar esa situación ni un segundo más.
Se levantó de la cama, recogió las pocas pertenencias que tenía, las metió en una bolsa y, cuando dejó de escuchar movimiento en la casa, se marchó sin mirar atrás.
Gohan estaba a punto de acostarse, pero pasó primero por la cocina. En la mesa había una bandeja con comida y enseguida supo para quién era. Videl se había encerrado en su cuarto durante toda la tarde y no había salido a cenar. Nadie le había insistido tampoco, pero sabía que su madre no podía consentir que alguien que vivía bajo su techo se saltara una comida.
—Es para Videl, ¿no? —preguntó el chico mientras le sonreía a su madre.
Ella le asintió.
—Quiero llevársela y pedirle perdón. Creo que todo está tan tenso que no he sabido medir mis palabras. Es una joven extraordinaria, que ha pasado por mucho y no quiero que también aquí se sienta mal.
Gohan volvió a sonreír y le dio un beso en la frente a su madre. Pensó en preguntarle si quería que la acompañara, pero si Videl lo veía tan cerca de su espacio vital, se cerraría en banda y le negaría la posibilidad a su madre de hablar.
Se quedó sentado a la mesa en la cocina. Sintió algo de tranquilidad por primera vez en semanas, pero esa calma pasajera se esfumó en cuanto vio regresando a su madre con la bandeja en las manos y el semblante lleno de preocupación.
Soltó la bandeja. Los dedos le temblaban. Le preguntó qué sucedía y Chichi, con lágrimas pendiendo de sus ojos y la voz trémula, le contestó:
—Videl no está.
—¿Qué? —dijo Gohan mientras se levantaba.
—No está en su habitación. He entrado porque no me contestaba y no oía ningún ruido y no está.
Gohan salió de la cocina. Recorrió la pequeña casa. Todas y cada una de las estancias fueron revisadas con rápida minuciosidad. Incluso fue a su dormitorio. Lo observó más vacío de lo normal. Un miedo indescriptible le recorrió todo el cuerpo. Videl se había marchado. Lo había hecho por su culpa. No tenía ni idea de dónde estaba, cualquiera podía atacarla amparado por la oscuridad de la noche y no habría otro responsable que no fuera él si aquello sucedía.
Se dirigió a la puerta de la casa para salir a buscarla. Su madre lo siguió, así que tuvo que detenerse a darle explicaciones.
—Videl se ha ido de casa. Voy a salir a buscarla.
—Cariño, ten cuidado.
Gohan aflojó su ceño fruncido, miró a su madre a los ojos y le acarició la mejilla, asegurándole sin palabras que todo iría bien y que traería a Videl de vuelta a casa sana y salva.
La espesura de la oscuridad sería un problema para otros, pero no para él. La rutina de entrenamientos de su abuelo era ardua, pero podía ver los resultados fácilmente y se alegraba de que lo sometiera a esa disciplina.
Recorrió varias calles tratando de sentir la energía vital de Videl, pero no podía. Debía haber salido hacía mucho rato, porque no había ni rastro de ella. O tal vez, estaba tan lejos porque alguien se la había llevado. Sacudió la cabeza con decisión. No quería que los pensamientos negativos le nublaran el juicio.
La buscó por el centro de la ciudad, pero no la encontró, así que decidió ir a los suburbios. Sabía que allí las cosas se le pondrían más difíciles, pero no vaciló en ningún momento. Si Videl estaba allí, eso significaba que estaba metida en problemas.
Tras sobrevolar varias calles, por fin fue capaz de sentirla cerca. Aumentó la velocidad y aterrizó a una distancia prudente. Suprimió su energía vital para que nadie se percatara de su presencia. Se asomó a través de un callejón y la vio. Estaba maniatada, pero no tenía la cara magullada. Algunos saiyajin de clase baja la rodeaban. Podía ver el reflejo de las llamas de la hoguera en sus ojos. No tenía ni una pizca de miedo y se notaba. Imaginó que habría tenido que lidiar con tantas situaciones de ese tipo que ya solo le producían repulsión, pero no temor.
Uno de ellos, el que parecía más fuerte y que tenía una melena frondosa que le llegaba por encima de los hombros, se acercó a Videl. Le acarició el mentón, le alzó el rostro y ella lo miró desafiante. Le escupió en la cara y él se enfadó, así que la abofeteó y la tiró al suelo. Le dio un tirón a su camiseta y la rajó.
Gohan, que había estado pensando alguna estrategia para actuar, ya que sabía que iba en desventaja porque ellos eran más, salió rápidamente de su escondite, presa de la furia que la imagen le había provocado.
Le asestó un potente puñetazo al saiyajin que quería sobrepasarse con Videl, haciéndolo volar y estrellarse contra una pared cercana. Todos los demás se pusieron en guardia. No le dio tiempo siquiera a preguntarle a Videl cómo se encontraba, pues comenzó una intensa trifulca.
—¿Qué cojones te pasa? Nosotros la hemos visto primero.
—No voy a permitir que le pongáis un solo dedo encima —masculló Gohan con rabia.
Aumentó su ki y se deshizo rápidamente de tres contrincantes; los más débiles. Videl le miró la espalda. Era violento, eso no lo podía negar. Pero si no fuera por él, ya habría sido ultrajada en ese planeta en dos ocasiones. Incluso podría haber sido posible que la hubieran matado.
Se sintió culpable de haberlo tratado mal. A él y a toda su familia en realidad. Era cierto que no le había gustado cómo se había referido a ella durante su pelea con el saiyajin en las calles paralelas al mercado, pero todo lo que había hecho era para salvaguardar su bienestar. Se estaba jugando la vida exclusivamente por ella.
Algún rato después, que a Videl se le hizo eterno, Gohan noqueó a todos sus contrincantes. Ella había evitado mirar la pelea, pero alzó el rostro cuando escuchó el silencio acompañado de la respiración agitada de Gohan.
Lo vio acercándose, agachándose para llegar a su altura. Tenía el rostro seriamente herido. Al menos el labio y la ceja los tenía partidos y no dejaban de manar sangre. En ningún momento dejó de mirarle el rostro con devoción, a pesar de que un saiyajin le había rajado la camiseta, dejando expuesto uno de sus pechos casi al completo.
—¿Te encuentras bien?
Videl solo asintió. Se vio a sí misma perdida en la profundidad oscura de sus ojos y se asustó al verse allí, anclada a su protección y a su bondad.
Gohan se levantó, se quitó la camiseta y se la dio para que se cubriera. Ella lo hizo rápidamente, mientras él se giraba para no incomodarla. Estaba acostumbrada a esas situaciones, pero no a que alguien la salvara y mucho menos la cuidara de esa forma tan visceral.
—Vayámonos a casa —dijo Gohan.
Ella, en sepulcral silencio, lo siguió. Iba algunos pasos por detrás de él y podía observar un serio hematoma que cubría parte de su costado. Aun así, no parecía fatigado en absoluto. Pero debían dolerle aquellas heridas, solo que su orgullo guerrero no le dejaba mostrarlo.
Se había abalanzado sobre seis salvajes sin siquiera pensarlo solo para que estuviera bien. No la había reclamado como si fuera su propiedad ni había hecho referencia a que era una esclava de Bardock. No le había reprochado por huir en la noche, con todos los peligros que eso entrañaba. No se había aprovechado de la situación para mirarla ni para sobrepasarse con ella.
Estaba desconcertada. No entendía que, si él era un monstruo, la tratara con tanta delicadeza. Sus sentimientos comenzaron a asustarla de nuevo, así que aceleró el paso para ponerse a su lado, llegar más rápido a la casa y así sumirse en un profundo sueño que la ayudara a dejar de pensar.
Cuando estaban a punto de llegar, Gohan trastabilló por las heridas y el cansancio. Videl, como pudo, se echó su brazo alrededor de los hombros para ayudarlo a caminar.
—Lo siento.
—No te disculpes. Ha sido culpa mía por haber tenido este ataque de histeria tan estúpido.
—Eso no es así. Estaba fundamentado.
—No es excusa. Gracias por salvarme —dijo y sintió el corazón bombeándole con insistencia dentro del pecho.
Por el camino que daba a la casa de la familia de Gohan, pudieron ver a su madre en la puerta esperándolos. Al observar el estado de su hijo, fue corriendo hacia donde los dos jóvenes se encontraban.
—Cariño, ¿estás bien?
—Sí, mamá. Son apenas dos rasguños.
—¡Pero si apenas te puedes mantener en pie! —le recriminó Chichi. Posó los ojos negros en la mirada cerúlea de Videl, tratando de buscar apoyo, pero la chica lo interpretó como una acusación.
—Perdóname, Chichi. No debí irme. No sé en qué estaba pensando.
—No digas eso, cielo. Estoy muy aliviada de que hayas vuelto con nosotros —aseguró y después le acarició la mejilla suavemente—. Gohan, deberías ir a un tanque de recuperación inmediatamente.
—No es necesario, mamá. Solo quiero descansar. Me iré a mi habitación y mañana me encontraré mejor.
—¡¿Con esas heridas?!
Videl sujetó el antebrazo de la mujer, ante la atónita sorpresa de los dos, y en un tono de voz suave, dijo:
—No te preocupes. Yo le curaré. Es lo mínimo que puedo hacer.
Chichi finalmente accedió. Entraron en la casa, le dio el botiquín a Videl y ambos se encerraron en su habitación.
Gohan se sentó en la cama, acompañando sus movimientos con un pesado suspiro de dolor. Probablemente tendría alguna costilla rota, pero no parecía importarle demasiado. Videl, tras muchos días sin hacerlo, lo miró. Supo que su gesto imperturbable lo abrumó, pues él agachó la cabeza enseguida.
Se hizo hueco como pudo entre sus piernas y se agachó un poco para curarle las heridas del rostro. Le vendó el abdomen con dedicación. Él no era capaz siquiera de mirarla a la cara por la vergüenza que le suponía su proximidad.
—Creo que ya está. Mañana lavaré la camiseta y te la devolveré.
—Como quieras, pero no tengo prisa.
—Vale.
La joven pensó que era momento de marcharse. Realmente lo quería dejar descansar. Pero no pudo evitar que una pregunta curiosa se escapara de sus labios. En ningún momento se arrepintió de su atrevimiento, porque realmente necesitaba saber la verdad. No era normal la forma en la que Gohan la miraba ni tampoco cómo se preocupaba por su bienestar.
—Gohan, ¿puedo preguntarte algo?
El semisaiyajin, aún sentado en el borde de la cama y sintiendo el escozor de las heridas fresco, alzó la vista. La tenía justo enfrente, de pie, observándolo, ya no de forma acusatoria.
—Claro.
—¿Yo… te gusto?
Videl sabía que Gohan nunca imaginaría que le preguntaría algo así. De hecho, pensaba que ni siquiera le llegaría a contestar. Sin embargo, se equivocó.
—Sí. Me gustas mucho, Videl.
Ella, algo desconcertada por ese arranque de arrojo y sinceridad, solo agachó la mirada, se dirigió hacia la puerta y, antes de marcharse para dejarlo dormir, aclaró la situación entre ellos.
—No hay posibilidad de que suceda nada entre nosotros dos, Gohan. Lo siento.
La puerta se cerró con un chirrido leve y Videl se marchó enseguida a su habitación. Se tumbó en la cama al llegar, estrujó la tela de la camiseta que Gohan le había dado y sintió cómo un vacío de profundidades inenarrables se instalaba en el centro de su corazón.
Continuará...
Nota de la autora:
Buah, han pasado dos años desde la última vez que actualicé esta historia. Incluso leí por ahí en una nota de autora anterior que mi intención era acabarla a lo largo de 2022. ¡De 2022! Madre mía, cómo pasa el tiempo... En fin, por una cosa y por otra, este ha sido el momento en el que me ha salido el capítulo. Ya no pondré más fechas ni plazos, porque sé que no los voy a cumplir. Me limitaré a escribir y ya. Porque, como he dicho en muchas ocasiones, la historia la pienso acabar. Gracias por la paciencia infinita que me tenéis, en serio.
Puede que no os acordéis mucho de qué iba esto, pero resumiendo: Videl es esclava en el Planeta Vegeta y la compra la familia de Bardock. Si, aquí sigue vivo y Goku ha asentado a su familia en su planeta natal. También están Chichi, Goten y saldrá Raditz en el futuro.
Pero a lo que vamos. Estábamos en un punto complejo, porque Videl se había acercado un poco a la familia y Gohan se había puesto un tanto violento con un saiyajin. El distanciamiento tenía que ser obvio, así que lo he plasmado así. Y también he empezado a contar un poco más sobre la trama del pasado de Bardock, del que se sabrán todos los detalles en los siguientes capítulos.
Como podéis ver, la relación entre Gohan y Videl se queda en un punto muerto. Seguirá avanzando, por supuesto, veremos por qué derroteros.
Por mi parte, me despido aquí. Yo he tenido que releer la historia para continuarla (aunque sé perfectamente cómo quiero que siga), así que no me extrañaría nada que vosotras y vosotros tengáis que hacer lo mismo para recordar un poco el hilo de esto. Gracias por el apoyo incondicional que siempre siento en este fandom, en serio lo digo. Espero centrarme y que no tengan que pasar dos años para leernos de nuevo.
¡Hasta la próxima!
