-Paradoja-
Capítulo 5. La llegada
Miró, una vez más, el techo blanco de su habitación. En realidad, más que blanco, era grisáceo, opaco, como si llevara sin pintarse mucho tiempo. Cerró los ojos unos instantes, los abrió de nuevo y volvió a repetir el proceso un par de veces. Giró el rostro cuando se cansó, miró la ventana mientras parpadeaba. Incluso el abrir y cerrar los ojos se le hacía increíblemente lento, aunque no le extrañaba en absoluto. El tiempo, cuando sientes que tu vida es un auténtico desastre, parece no avanzar.
Sin embargo, Videl bien sabía que estaba equivocada. Que su percepción del tiempo estaba adulterada, que estaba aburrida porque no quería detenerse a pensar en los acontecimientos de los que había sido protagonista en las últimas semanas.
Suspiró con pesadez, se tapó la cara con las dos manos y en un instante lo dejó de hacer. Se sentó al borde de la cama y allí se quedó, completamente inmóvil, observando con fijeza las baldas rectas de la estantería.
Aunque no quería, su cerebro comenzó de nuevo a funcionar. Y de forma irremediable y completamente fastidiosa, a su parecer, pensó de nuevo en Gohan. Sin darse apenas cuenta, apretó la colcha ligeramente con las manos, formando algunas minúsculas arrugas en sus pliegues.
Gohan se había recuperado pronto tras el ataque que sufrió a manos de los captores de Videl. Era un chico joven, sano y fuerte, y por supuesto sirvió de ayuda usar uno de aquellos tanques de recuperación que tenían los saiyajin y cuya función era curar heridas de forma veloz.
Desde el día en el que la salvó de las garras de esos sujetos que estaban dispuestos a pasar un buen rato a su costa y sin su consentimiento, Gohan cambió radicalmente su actitud para con ella. Ya no intentaba acercarse, no le hablaba de libros, intentaba constantemente construir una barrera imaginaria y potente que los mantuviera lo más lejos posible, aunque ambos conocían bien la dificultad de aquello, pues vivían bajo el mismo techo.
Videl sabía bien que el semisaiyajin no quería poner distancia entre ellos por haber tenido que salvarla en dos ocasiones en muy poco tiempo, porque fuera rebelde por naturaleza y hubiera intentado huir de su casa aun siendo consciente de su condición de esclava o porque alguna de sus figuras de autoridad se lo hubiera ordenado, porque, en el fondo, todos sabían que ella no le hacía bien. No era nada de eso, en realidad, sino que Gohan había querido protegerse de sus sentimientos.
Llevaba mucho tiempo preguntándose por qué el joven la trataba con tanta delicadeza, la miraba a hurtadillas a todas horas o le sonreía constantemente. No le llevó mucho tiempo adivinar que había empezado a desarrollar por ella unos sentimientos románticos que no lo iban a llevar a ningún lado. Sin embargo, nunca había imaginado que ella preguntaría y él, siendo tan tímido por naturaleza, le contestaría con semejante franqueza.
La situación lo propició, aunque Videl no podía imaginar ningún escenario en el que indagara en sus sentimientos en un principio, pero la pregunta simplemente brotó de sus labios con facilidad, con curiosidad, porque no entendía que un chico que hasta hacía apenas unos meses no la conocía hubiera arriesgado su integridad de modo tan genuino y visceral para salvaguardar su seguridad.
Al menos, tenía que agradecerle que hubiese sido sincero con ella. Le habría parecido terriblemente patético que hubiese intentado ocultarlo, porque no tenía sentido alguno. ¿Esconderlo para qué? ¿Para que no dejaran de ser amigos? De todas formas, no lo eran. Nunca lo serían. Y Videl cada día estaba más convencida de que, si ella le gustaba a Gohan, lo mejor que podría suceder entre ambos era esa distancia que él mismo estaba imponiendo.
Los saiyajin eran seres que le producían repulsión en general, pero no podía negar que Gohan, a pesar de sus encontronazos por no saber medir las palabras, era el miembro de esa raza infame que más la había respetado. Que la había tratado de entretener, de cuidar, de hacer sonreír en varias ocasiones, aunque no lo había logrado, pero apreciaba sinceramente el gesto.
En las profundidades más ocultas de su alma, Videl era consciente de que lo echaba de menos. No, no es que fueran amigos, nunca podrían serlo, pero era la persona con la que más hablaba y con quien más tiempo pasaba en esa casa. Sobre todo, en la época en la que se habían acercado a través de la lectura.
En el presente, sus interacciones se reducían a saludos escuetos y educados que parecían propios de dos personas desconocidas. Pero, sin duda alguna, esa situación era lo mejor para los dos. Ella nunca podría corresponderle, jamás podría estar enamorada de alguien por cuyas venas fluía la sangre impregnada de barbarie de los saiyajin. Estar con Gohan significaría traicionar a su raza, a su padre, a sus principios, a su dignidad. Todas las mañanas se intentaba convencer de que la distancia lo hacía todo mejor, de que su vida ahora era más simple pero más fácil, aunque no podía contener el vacío insalvable que se ahuecaba en su pecho cada noche al darse cuenta de que se sentía tremendamente sola.
Goku entró en su casa tras pasarse toda la mañana entrenando. Se quitó las pesadas hombreras, los protectores y los zapatos en la entrada. Fue directo a la cocina, de la cual procedía un aroma demasiado tentador como para no acudir directamente a su llamado.
Vio la espalda incansable de su esposa, que se encontraba junto a la hornilla cocinando, y se acercó por detrás, sabiendo que ella lo había oído entrar. Apoyó la barbilla en su hombro, aspiró el olor de la deliciosa comida, que se estaba terminando de hacer en el fuego, y luego pegó su rostro al de Chichi y le dio un casto beso en la mejilla.
Ella se giró para verlo. Aunque al principio le sonrió con dulzura, pronto su gesto se transformó en uno de más que evidente molestia. Lo miró de arriba abajo. Sus ojos oscuros lo acusaron con solo un destello y, antes de que comenzara a hablar, Goku sabía que la reprimenda iba a ser intensa.
—¡Goku-sa, ¿esas pintas qué son?!
Goku giró su rostro, fingiendo que no la entendía. Incluso se rascó la nuca en su particular gesto que decía que no se estaba enterando muy bien de qué estaba sucediendo. Aunque, por supuesto, tenía una ligera sospecha de lo que pasaba.
—¿Ahora qué he hecho?
—Acabas de volver de entrenar, ¿verdad? —Goku solo asintió mientras la miraba con atención—. Pues primero báñate y después vienes a la cocina. No puede ser que esté todo el día detrás de ti.
El saiyajin sonrió con arrepentimiento, asintió ligeramente avergonzado y se dio la vuelta para ir directo al baño. Sin embargo, su mujer se dirigió a él una vez más antes de que saliera; por supuesto, para regañarlo de nuevo.
—¡Y ni se te ocurra dejar la armadura o los zapatos en medio del recibidor!
Goku salió deprisa de la cocina, fue al recibidor a recogerlo todo y se fue al baño. No quería hacer enfadar a Chichi. La quería mucho, le debía aún más, pero era una mujer temible, mucho más que todas las hembras saiyajin que había conocido en todos sus años de vida.
Sonrió de forma irremediable al pensarlo. Kakarotto, hijo de Bardock, sometido por una mujer. Encima, una mujer que ni siquiera pertenecía a su raza, sino que era una débil y simple humana. Una criatura que podría aplastar cualquiera en ese planeta con un solo dedo, pero que se hacía respetar y que infundía un miedo inexplicable, pero muy eficaz.
Chichi era una mujer increíble. No solo era buena, amorosa y leal, sino que había sacrificado su vida entera por él, por su matrimonio y su amor; por su familia. Cada día que pasaba se arrepentía un poco más de haberle fallado.
Kakarotto era un saiyajin que nunca había encajado en la sociedad. Su personalidad risueña y despreocupada nada tenía que ver con la de sus compatriotas, pero él estaba orgulloso de tener un carácter más templado, como el de su madre.
En una de sus primeras incursiones por el espacio, acabó en un planeta lejano, perdido y con la nave rota. Allí aprendió que la vida era algo extraordinario y que no quería arrebatársela a nadie, nunca más, a pesar de que apenas había asesinado a dos individuos que lo habían atacado en primer lugar.
Le gustaba luchar, eso lo tenía claro. Pero no quería seguir los pasos sanguinarios de su raza, así que, cuando quedó atrapado en ese planeta sin posibilidad aparente de volver, se sintió aliviado como nunca.
Conoció a un hombre que lo ayudó en todo lo que pudo, que incluso lo bautizó como Son Goku y le dio la bienvenida a su planeta. Decidió que se quedaría allí por siempre, en ese lugar idílico y pacífico que tan acorde iba con su forma de ser.
Si alguna vez tuvo alguna pequeña duda de si debía volver a su planeta natal, se disipó completamente cuando Chichi apareció en su vida. Nunca había tenido un verdadero interés en las mujeres, pero con ella todo era distinto. Era como un torbellino; nunca paraba quieta. Sin embargo, también era cálida, dulce y sus ojos eran los más brillantes y llenos de vida que había podido presenciar, aun cuando tenían el mismo color que los de las hembras de su raza.
Se enamoraron poco tiempo después de conocerse, se casaron y tuvieron a Gohan, pero su felicidad no duró demasiado. En cuanto su padre los localizó, el sueño se resquebrajó para siempre, y su familia no tuvo más remedio que mudarse al Planeta Vegeta con la promesa de que regresarían, juntos, algún día a la Tierra.
Pero aquello jamás sucedió. El capricho del Rey Vegeta llevó al planeta que tanto amaba a la sumisión, al control. Chichi nunca le reprochó nada, pero sabía que sufría en silencio al pensar en que sus familiares y amigos habían sido sometidos o incluso podrían estar muertos. Y él siempre se arrepentiría de no haber sido capaz de plantarle cara a su padre con firmeza, de no defender los derechos de su familia y de no volver al lugar donde pertenecían, a su verdadero hogar.
Goku cerró la llave de paso del agua mientras seguía mortificándose por sus errores y arrepentimientos del pasado, pero quiso olvidarse del fantasma de su mediocridad, así que se vistió y fue de nuevo a la cocina, junto a su mujer.
Ella lo esperaba sentada a la mesa, tomando una taza de té y mirando por la cristalera que daba al patio. En cuanto lo vio, su ceño fruncido y preocupado se esfumó y una sonrisa tenue pero hermosa apareció en sus labios. Goku la acompañó, ella le preguntó si quería té, pero él le dijo que no le apetecía. Pronto, su semblante triste volvió y, con él, sus ojos cansados se dirigieron de nuevo a la cristalera.
Así que, guiado por la curiosidad, dirigió su mirada oscura al mismo sitio donde estaba posada la de su esposa. A través de la cristalera de la cocina, se podía ver a la chica humana que vivía con ellos desde hacía unos meses. Estaba tendiendo algunas sábanas para que se secaran al aire. Estaba seria, como siempre, así que no entendía bien por qué Chichi la miraba con tal preocupación.
Alargó sus manos hasta las de su mujer, las estrechó y ella lo miró sin decir nada, así que Goku decidió hablar para conocer los motivos por los cuales se la veía tan afligida.
—¿Qué te pasa?
Chichi suspiró con pesadez. Le devolvió la caricia.
—Tu hijo tiene problemas.
—¿Eh? ¿Goten? Ya sé que en seis meses empezará a entrenar con mi padre, pero no creo que sea para tanto. Aunque es cierto que está un poco mimado y tal vez le cueste al principio.
Chichi frunció el ceño. Suspiró de nuevo, tratando de no perder la paciencia.
—No, Goku-sa, no me refiero a Goten —dijo ella con tono conciliador, explicándose—, sino a Gohan.
El rostro de Goku compuso un gesto de gran sorpresa. No es que él fuera el más observador, pero no había visto que la rutina de su hijo mayor hubiera cambiado. Entrenaba religiosamente con su padre, comía bien, dormía, en fin… lo normal. Y atrás habían quedado esos incidentes en los que había tenido que salvar a Videl, así que no podía imaginarse qué podía estar sucediendo en la vida de su hijo para que tuviera problemas.
—¿Y qué le pasa?
—Creo que… Gohan se está enamorando de Videl.
Giró el cuello para mirar por la cristalera de forma instintiva. Videl seguía con su tarea, seguía seria y ensimismada en que las sábanas quedaran perfectas en el tendedero. Si se detenía a observarla y aunque no le interesara otra mujer que no fuera su esposa, podía ver que la chica tenía una belleza potente e inusual, además de mucho carácter. No era extraño que le atrajera a Gohan. Pero eso entrañaba un gran dilema. Las leyes saiyajin eran muy claras con respecto a las uniones entre esclavos y personas libres: estaban terminantemente prohibidas y se castigaban duramente.
Así que sí, definitivamente, Gohan tenía problemas.
—¿Pero él te lo ha dicho? ¿Estás segura?
—Claro que no me lo ha dicho. Es igual de comunicativo que su padre —lo acusó Chichi, y Goku sonrió de medio lado con incomodidad—. Pero soy su madre. Lo conozco. Y sé que es así. Desde que la rescató cuando intentó irse de casa, no hablan apenas. Lo noto muy triste.
—Gohan es un chico inteligente. Sabrá lo que le conviene.
—¿Por qué no hablas con él?
—¿Yo? —dijo Goku, sorprendido, mientras cortaba el agarre de las manos de su esposa con las suyas y se señalaba el pecho con el dedo. Chichi solo asintió—. Es que, bueno, sabes que no se me dan muy bien las palabras.
—Me da igual. Gohan necesita a su padre. También ha vuelto de entrenar hace un rato, así que ve a hablar con él antes de comer. Está en su habitación.
—Pero, Chichi…
—Nada de peros —interrumpió la mujer con decisión—. Por favor, Goku-sa… De verdad que estoy muy preocupada.
Goku acarició el rostro apagado de su mujer y le asintió. Era cierto que no era nada bueno con las palabras, pero su hijo le importaba mucho. Quería que estuviera bien, quería tener una relación más comunicativa con él y, sobre todo, no quería defraudar más a su mujer.
Terminó de leer la última frase que había escrito y enseguida la borró. El papel se emborronó de nuevo, incluso se arrugó un poco, así que, como el párrafo en general le había quedado horrible, rompió el folio que estaba usando y lo tiró a la papelera tras suspirar con hastío. Hacía algunos días que no le salía ni una sola línea decente.
Gohan se había dado cuenta de que le gustaba escribir hacía algunos años, cuando la lectura dejó de ser suficiente y necesitó que las palabras que le desbordaban el cerebro quedaran plasmadas en algún lugar de forma física.
Tenía casi todos los manuscritos que había ido redactando en esos últimos años guardados en su habitación. Algunos eran mejores, otros dejaban mucho que desear, pero nunca le había enseñado ninguno a nadie.
Solo había considerado hacerlo con Videl. Pero, claro, aquello no tenía sentido. Sus escritos más decentes eran también los más recientes y todos ellos, absolutamente todos, la tenían como protagonista. Nunca mencionaba su nombre directamente en aquellas páginas, pero sí imaginaba la suavidad de su cabello oscuro, describía con una precisión que rozaba lo enfermizo los distintos tonos de azul que sus ojos tenían, hablaba de la blancura de su piel, de la forma esbelta de sus caderas, de las ganas que tenía de besarla, de tocarla. Había llegado a un punto en el que consideraba que se estaba empezando a obsesionar y ese fue uno de los detonantes que lo llevaron a poner cierta distancia.
Al principio, Videl era en su vida una chica de su edad, hermosa, que venía a ayudar a su madre. Casi no le podía quitar los ojos de encima de lo atractiva que le parecía, pero sabía bien que él se fijaba más en las personas por su carácter. Sin embargo, cuando descubrió que la joven que lo trataba con cierta indiferencia era alguien tan interesante, supo que no había vuelta atrás.
No le costó demasiado procesar que Videl le gustaba y, aunque no podía decir aún que estuviese enamorado de ella, sabía que, si seguían aproximándose, terminaría amándola con vehemencia y eso solo lo llevaría a sufrir.
Gohan sabía bien que no tenía posibilidades con ella. Pertenecía a la raza que más odiaba del universo, aquella que le había arrebatado su hogar, sus amistades, a su padre. Aunque en las últimas semanas había podido notar cierta simpatía de su parte —antes de su primer encontronazo, por supuesto—, era consciente de que la joven nunca se rebajaría a estar con alguien como él.
El segundo momento que le había hecho darse cuenta de que lo mejor sería no relacionarse más con Videl fue aquella noche en la que ella escapó, él la rescató y resultó herido. Aún recordaba la suavidad con la que la chica había tratado sus heridas, la delicadeza con la que le había hablado tras reconocer su error. No se esperaba que ella indagara sobre sus sentimientos, pero, cuando lo hizo, Gohan no tuvo más remedio que contarle la verdad. Y, aunque le daba una vergüenza abismal reconocer que en efecto, se sentía muy atraído por ella, sintió una ligereza desconcertante al materializar sus sentimientos en palabras.
Esa noche, Videl se encargó de destrozar las mínimas ilusiones que tenía de poder alcanzarla, así que no tenía sentido seguir alimentando un sentimiento que estaba abocado al fracaso.
No podía negar, sin embargo, que la extrañaba. A pesar de que era una persona que había llegado hacía muy pocos meses a su vida, se había acostumbrado a verla sonriéndole a su madre, jugando con su hermano o simplemente a pasar tiempo con ella, a hablar con ella.
Resopló con cansancio. Darle vueltas a un imposible no iba a cambiar su condición inaccesible, así que se puso a recoger sus manuscritos y el escritorio para despejarse, para entretenerse en algo que no fuera pensar con ansia desmedida en Videl.
Fue interrumpido por un suave toque en la puerta. Enseguida contestó, diciéndole a la persona que esperaba por una respuesta que podía pasar. Era su padre. Se extrañó un poco, porque su progenitor no solía ir a su habitación casi nunca, así que enarcó una ceja con sorpresa, mueca que enseguida se convirtió en una sonrisa.
—¿Me puedo sentar? —preguntó Goku una vez estaba en el interior del cuarto.
Gohan asintió y observó cómo se sentaba en el borde de la cama, con las piernas abiertas de forma desenfadada. Giró la silla para ponerse enfrente de él. Seguía sin entender demasiado bien qué estaba haciendo allí y mucho menos por qué su gesto componía aquella mueca de compasión tan inusual de ver en alguien tan atolondrado como era él.
No es que no respetara a Goku, pero era cierto que su principal figura de autoridad era su abuelo, siempre tan serio y dictatorial. Él, en cambio, era más como un amigo con el que pasar el rato o un hermano mayor que te consiente.
—¿Necesitas algo, papá?
—Te he notado algo raro estas últimas semanas.
—¿Tú me has notado raro? —preguntó con asombro.
—Bueno, me lo ha dicho tu madre. Que estás raro. Está preocupada.
Gohan sonrió con resignación. Eso sí tenía mucha más lógica. Probablemente, Chichi, que era inteligente y observadora, había notado cierta apatía en sus ademanes y le había dicho a Goku que fuera a hablar con él. Su padre no tenía iniciativa propia como para tratar de levantarle el ánimo.
Sabía bien que su carácter era así, que era despistado por naturaleza y que no sabía ver bien cuando los demás necesitaban ayuda. Nunca le había reprochado nada. No todos los saiyajin eran comprensivos ni tan buenos como él —de hecho, casi ninguno lo era—, así que no se sentía con el derecho de exigir su atención. Pero a veces le gustaría que fuera él quien se preocupara por sus hijos y que no tuviera que ser su madre quien lo dirigiera constantemente.
Sin embargo, apreciaba aunque fuera el intento. Gohan era un chico sensible, posiblemente porque tenía sangre humana, así que empatizaba mucho con los demás. Le afectaba su entorno, pero también lo comprendía. Y con su padre le sucedía de esa forma.
—Se me pasará —le dijo, sin tratar de fingir que estaba bien. No le gustaba mentir.
—Es por la chica que ayuda a tu madre... Videl, ¿no?
Gohan movió afirmativamente la cabeza. Después, la sacudió y sonrió. Se levantó de la silla, sabiendo que su padre no sabía lidiar con ese tipo de conversaciones y que le agradecería enormemente que la terminara antes casi de empezar.
—De todas formas da igual. ¿Vamos a comer? Tengo hambre.
—Siéntate, Gohan. Estamos hablando.
El semisayajin obedeció enseguida, sin cuestionamiento alguno, aunque no pudo evitar el asombro que apareció en su semblante automáticamente. Goku nunca había usado unas palabras tan directas con él. Aquello captó rápidamente su atención, así que lo miró fijamente, esperando que continuara hablando.
—¿Qué es lo que pasa con ella?
—Yo… Papá, hablar de esto me da mucha vergüenza.
—Vamos, que soy yo. No voy a exagerar las cosas como tu madre ni a darte un sermón como tu abuelo.
Gohan se rio. El ambiente se destensó bastante, mucho más cuando su padre se inclinó y apoyó la mano en su hombro mientras lo apretaba ligeramente con afecto.
—Tienes razón —admitió con una sonrisa en los labios, que se esfumó en cuanto comenzó a tratar el tema con seriedad—. Me gusta Videl, papá. Me gusta mucho. Pero no puede ser, así que he decidido que lo mejor es que nos distanciemos.
—¿Por qué no puede ser? ¿Porque es una esclava?
—Aparte de eso, ella nunca estaría con un saiyajin.
—Tú no eres un saiyajin puro.
—Da igual. Videl nunca compartiría su vida con alguien relacionado con la raza que le arruinó la vida.
Su gesto se ensombreció al pronunciar esas palabras. Lo supo porque su padre le apretó de nuevo el hombro para tratar de consolarlo.
—Cuando tu abuelo descubrió que me había casado en la Tierra con tu madre, también dijo que era imposible lo nuestro. Y míranos; llevamos más de veinte años juntos.
—No es el mismo caso.
—No lo es —reconoció—, pero sufrimos mucho para llegar hasta aquí. No te puedes imaginar cuánto.
—Lo sé…
—Lo que te quiero decir, hijo, es que merece la pena luchar por algo que verdaderamente quieres. —Goku se levantó, le dio una palmada en la espalda a su hijo y se encaminó hacia la puerta—. Y ahora sí, vamos a comer. Yo también me muero de hambre.
Gohan siguió sus pasos tras sonreírle. Nunca se había sentido tan aliviado tras mantener una conversación con su padre.
Tenía que meditar muy bien sus consejos, pero, al menos, había conseguido que no se sintiera tan mal.
Era de madrugada. No miró la hora en el reloj siquiera, pues al escuchar algunos ruidos procedentes de la puerta, el instinto lo llevó directamente hacia allí.
Bardock era de sueño ligero desde siempre. Era escuchar un mínimo sonido y alertarse, más si se tenía en cuenta el clima hostil constante del planeta. En esa ocasión, estaban intentando entrar en su casa, así que no le hizo falta más preparación que ir al recibidor. Avisar a su hijo o su nieto sería una pérdida de tiempo y podría darle alguna ventaja al enemigo, así que fue solo. Preparó una considerable cantidad de energía en la palma de su mano y se escondió detrás de la puerta.
Sin embargo, escuchó después los ruidos de un manojo de llaves. Frunció el ceño, hizo desaparecer el ataque y se quedó enfrente de la puerta, con los brazos cruzados y el gesto serio. Una de las llaves se introdujo en la cerradura y, con un par de movimientos, la puerta se abrió despacio.
Su hijo mayor había heredado el mismo gesto serio que él. Era más alto, su cabello era mucho más largo, como el de su abuelo paterno, pero se parecían considerablemente. Más bien, Raditz se parecía al saiyajin despiadado que Bardock era antes de que Gine cambiara su vida. Para su desgracia, su primogénito no había tenido nunca una compañera que lo hubiese ayudado a cambiar su carácter, aunque en ese planeta era lo normal. Los inusuales, los que estaban fuera de la norma, realmente era el resto de la familia.
Raditz formaba parte del escuadrón del príncipe heredero de los saiyajin, así que pasaba temporadas muy largas en misiones, normalmente de conquista de otros planetas. Él se había alejado de ese mundo desde hacía mucho tiempo, alegando que su edad no le permitía realizar sus obligaciones como correspondía, a pesar de que seguía siendo uno de los sujetos más fuertes y con más destreza del planeta. Estaba retirado oficialmente, aunque seguía entrenando casi a diario.
Seguía recibiendo a su hijo en su hogar porque era de su sangre y no quería dejar de verlo, pero el ambiente cuando estaba en la casa se enrarecía mucho. Chichi no lo podía soportar y apenas se hablaban, Kakarotto, aunque había intentado por todos los medios estrechar la relación entre hermanos, había fallado estrepitosamente y no eran cercanos, y apenas tenía trato con Gohan y Goten, especialmente con el pequeño, al que asustaba con solo mirarlo.
Con la humana en la casa, sabía que la situación se complicaría aún más. Raditz era de esos saiyajin que consideraban que los esclavos eran meros objetos, que él podía hacer con ellos lo que quisiera y cuando quisiera si eran de su propiedad. Era alguien violento y Bardock se preocupó entonces de que le hiciera algo o intentara sobrepasarse con ella.
Por suerte, no solía pasar mucho tiempo en casa ni tampoco Videl era de su propiedad. La ley saiyajin establecía que el dueño de un esclavo podía hacer lo que quisiera con este, pero no sus familiares. Eso lo aliviaba bastante. Además, no quería que se produjera un conflicto entre Gohan, que parecía no superar a la chica, y Raditz. Las fuerzas de ambos eran descomunales en ese punto, en el que su nieto mayor había mejorado muchísimo debido a su entrenamiento. No quería que se produjera una tragedia familiar.
—Padre —le dijo él a modo de saludo.
—¿Qué tal, hijo?
—Bien. La última misión ha sido un éxito. Cinco planetas conquistados en tan solo cuatro meses.
Bardock asintió con desgana. Ese era el tema que menos le gustaba tratar, pero no quería apartar a su hijo de su vida y bien sabía que Raditz vivía por y para las misiones de conquista. Así que de vez en cuando tenía que escuchar sus «hazañas». Tenía suerte de que no era demasiado hablador.
Cuando le iba a decir que podía soltar las cosas en su habitación, que seguía intacta porque ni siquiera albergaba demasiadas pertenencias, y darse un baño, escucharon una puerta abriéndose. Era precisamente la puerta del baño, que se veía desde el pasillo y de la que Videl se escabulló para volver a su habitación.
Bardock pudo observar claramente cómo sus miradas, las de la chica y su hijo, se cruzaban. La de ella proyectaba un odio indescriptible y la de él, una lujuria que lo desconcertó y le preocupó terriblemente.
—¿Quién es? —preguntó Raditz cuando la puerta del fondo del pasillo se cerró.
—Es una chica que he comprado para que ayude a la mujer de tu hermano con las tareas domésticas.
—Una esclava.
—Sí —aceptó con pesar.
—Bien —dijo Raditz mientras se dirigía a su cuarto—. Esta vez me quedaré más tiempo.
Las palabras se perdieron en el silencio de la noche por el pasillo.
Bardock volvió a su habitación, se tumbó en la cama, pero no fue capaz de volver a conciliar el sueño.
Se avecinaba una temporada convulsa en su familia, pero tendría vigilado a su hijo, porque no permitiría que nada ni nadie echara por la borda todos los esfuerzos que había hecho para mantener un sólido hogar.
Se levantó temprano. Apenas había podido dormir pensando en el saiyajin que había visto en la entrada de la casa durante la noche anterior acompañando a Bardock. No sabía si el saiyajin tenía negocios turbios y tampoco le importaba demasiado, pero no quería tener que soportar a otro espécimen de esa raza rondando la casa.
No estaba segura, pero le había parecido ver que llevaba un ligero equipaje. No quería indagar demasiado, pero tal vez le preguntaría a Chichi sobre su identidad.
Pasó buena parte de la mañana con ella, pero no encontró el momento oportuno para sacar el tema. Cuando acabaron de hacerlo todo, Videl se preparó para irse a su habitación. No solía estar en la cocina cuando Chichi preparaba la comida porque no la dejaba ayudar. Era demasiado meticulosa con ese asunto. Sin embargo, ese día y para su sorpresa, le pidió que la acompañara.
—Claro —le dijo Videl, tratando de esconder su entusiasmo. No sabía por qué, pero le hacía especial ilusión que Chichi volviera a tratarla con la misma calidez que antes.
Cuando todos los ingredientes estuvieron cocinándose dentro de la olla, Chichi la invitó a sentarse a la mesa con ella y Videl aceptó. Preparó el té como la mujer le había enseñado y lo sirvió. Chichi lo probó y sonrió.
—Te ha quedado genial, cielo.
—Gracias.
Videl se ruborizó un poco por el cumplido y también se sorprendió, porque no recordaba bien cuál había sido la última vez que se había sentido de esa manera.
—¿Quieres cocinar conmigo más días? Como has podido ver, tengo que hacer mucha cantidad de comida y no doy abasto.
—Sí, claro, yo te echaré una mano. Así aprendo.
—Gracias, cariño.
—De nada. —Videl guardó silencio durante un instante. Ese momento le resultó propicio para preguntarle a Chichi quién era el saiyajin que había visto la noche anterior—. Chichi, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Sí.
—Anoche, de madrugada, vi a alguien con Bardock en el recibidor de la casa. ¿Quién es?
Chichi suspiró y su gesto se tornó serio de repente.
—Es el hermano de mi marido. No suele pasar demasiado tiempo por aquí, así que, con suerte, se marchará pronto.
Videl asintió levemente. Recordaba que, cuando fue comprada, se le informó de que su dueño tenía dos hijos varones adultos, pero con el paso del tiempo, se le olvidó aquel al que no había conocido.
—Veo que no te cae muy bien.
—No lo puedo soportar.
Videl se rio. Chichi era alguien implacable, pero su dualidad hacía que tratara siempre a las personas con cariño, aparte de querer disciplinarlas constantemente. Era la primera vez que la escuchaba hablando así de alguien, así que le hizo mucha gracia.
Al darse cuenta de que su cuerpo había producido aquella reacción que tanto tiempo llevaba sin experimentar, el corazón le latió con fuerza. Sabía que si tenía que sonreír, reír o sentir ganas de abrazar a alguien, le sucedería primero con Chichi, pero no se imaginaba que fuera tan pronto. Se sintió algo abrumada, pero decidió intentar ignorarlo.
—Eso es raro.
—Imagina cómo es. Mantente todo lo alejada que puedas de él, ¿vale, cielo?
La chica volvió a asentir. Un leve escalofrío le recorrió el cuerpo. Chichi se dio cuenta de su malestar y le sujetó las manos. Ella, por primera vez desde que llegó y aunque había recibido esa caricia amorosa en varias ocasiones de su parte, le respondió al gesto, dándole un ligero apretón que logró calmarlas a las dos.
Gohan era alguien que le daba muchas vueltas a las cosas en su cabeza. En ese aspecto, sabía que su parte más racional la había heredado de su madre, de su sangre humana. Jamás había visto a un saiyajin usando mucho la lógica, ellos eran más propensos a usar la fuerza, a actuar antes de pensar.
Las palabras de su padre le taladraban el cerebro con insistencia. Apenas habían transcurrido cuatro días desde que las escuchó, pero las había almacenado en su mente con una precisión absurda y su cabeza, sin hacerle demasiado caso, se las reproducía una y otra vez, sin detenerse un solo instante.
Que luchara por lo que quería. Básicamente, que si quería estar con Videl, que luchara por ella. Aunque fuera una humana que detestaba a los de su planeta, aunque fuera esclava, que fuera capaz de hacerle frente a todo y todos si eso era lo que anhelaba.
Recorrió la estantería con la vista. Allí, en el filo del mueble, descansaba un libro que acababa de leer. Su abuelo se lo había traído hacía pocos días. Por lo visto, lo había comprado en el mercado a un precio irrisorio si se tenía en cuenta su calidad.
Lo había devorado en apenas un par de días, le había encantado y se moría de ganas por que Videl lo leyera y pudiera compartir su opinión con él.
En cierto modo, tenía que reconocer que el distanciamiento que se empecinaba en edificar entre ambos era una tontería. Videl le había dejado claro que no podría existir un lazo romántico entre ambos, pero eso no significaba que no pudieran ser amigos.
La había visto mucho más relajada en casa, con su familia —excepto con su tío, que había llegado hacía poco y al que apenas miraba en los cortos ratos que no estaba fuera—, así que su cambio de actitud era más que evidente. Tal vez, podrían permitirse llevarse bien de nuevo.
Gohan no quería hacerse falsas esperanzas. Que Videl sintiera algo más que cierta cordialidad por él era prácticamente imposible. Pero eso no significaba que no pudieran hablarse nunca más.
Agarró con decisión el libro, salió de su habitación y, tras cerrar la puerta, se encaminó hacia la de Videl. Era por la tarde, así que debía estar ya descansando. Su madre no paraba de hacer tareas de la casa durante todo el día, pero Videl solo la ayudaba por las mañanas, porque así ella lo quería.
Suspiró en un par de ocasiones antes de llamar a la puerta, intentando que todo el coraje y el arrojo que se apoderaban de su cuerpo antes de las batallas o en los entrenamientos se manifestaran en ese preciso momento. Se secó las manos contra los pantalones. Le sudaban. Estaba tan nervioso que no sabía si sería capaz de balbucear algunas palabras.
Sin embargo, antes de armar un discurso coherente en su cabeza, su cuerpo fue más rápido y dio dos toques en la puerta. Escuchó los pasos aproximándose a él y su ritmo cardíaco aumentó ligeramente.
Videl le abrió la puerta. Lo miró con sorpresa y, sin decir nada, se hizo a un lado para que pasara, así que lo hizo, sin siquiera saludarla. Tras algunos días en los que ni siquiera le había dirigido demasiado la mirada, la observó con detenimiento.
Era una chica hermosa. Cada día que pasaba lo estaba más. Cuando llegó a su casa, presentaba claros síntomas de desnutrición, tenía el pelo cortado asimétricamente y la piel en muy malas condiciones. Con los cuidados de su madre, su aspecto físico había mejorado aún más. Había engordado un poco, sabía de primera mano que Chichi le había cortado el cabello y le daba champús y cremas buenos para que se cuidara.
Sus ojos azules lo tenían completamente cautivado. Se quedó mirándolos unos instantes y pudo comprobar que irradiaban un brillo tranquilo que jamás había observado en ellos.
Apretó ligeramente el libro entre sus manos y Videl lo miró, dándole pie a calmarse un poco y por fin hablar.
—Hola, Videl.
—Hola.
—He pensado que tal vez no tenías nada nuevo para leer, así que te he traído este libro. Me lo compró mi abuelo en el mercado. Es muy bueno.
—Me apetece leerlo —dijo, haciendo un gesto con las manos para aceptarlo. Gohan se lo dio—. Te lo agradezco mucho, Gohan.
El semisaiyajin asintió. Pensó que sería mejor marcharse. Ya había cumplido su cometido, así que poco más podía hacer allí. Había visto a Videl receptiva y eso era bueno, significaba que había una pequeña posibilidad de que al menos fueran amigos.
—Bueno, ya te dejo tranquila. No quiero molestar.
—¿Por qué no te quedas un rato? O podemos ir al patio si quieres. Es que estoy aburrida.
La miró de arriba abajo con sorpresa. No esperaba esa propuesta, pero tampoco la iba a desaprovechar.
—Sí, vamos. No tengo nada que hacer esta tarde.
Juntos, se dirigieron al pequeño patio que tenía la casa de Bardock. Daba a la cocina, así que seguramente su madre los vería. Sin embargo, al contrario de lo que pensaba, Chichi solo se limitó a sacarles dos tazas de té. Ni siquiera se quedó en la cocina para darles cierta privacidad y Gohan lo agradeció enormemente.
Se sentaron en un banco que había al lado de los tendederos, donde algunas sábanas blancas se secaban. Olía a fresco, a limpio, y se sintió relajado al percibir aquella tranquilidad, aquel sosiego que sentía al lado de Videl. Era tal el sentimiento que ni siquiera estaba incómodo compartiendo silencios junto a ella.
—Cuando lea el libro, lo podemos comentar. Si quieres, claro.
—Sí, por supuesto. Ya me dirás si te gusta.
Videl asintió. La vio entrelazando los dedos con algo de nerviosismo. Se alarmó al ver aquellos gestos.
—Gohan, ¿puedo preguntarte algo?
El chico tragó saliva. Le costó incluso pasarla por la garganta. La última vez que le había dicho si le podía preguntar algo, aquello derivó en la confesión de sus sentimientos. Por suerte, esta vez, la cosa no iba en esa dirección.
—¿Se quedará mucho más tiempo tu tío?
—No creo. No suele pasar mucho tiempo aquí. Seguro que pronto tiene que ir a alguna misión importante.
—Menos mal —susurró con alivio.
—¿Te hace sentir incómoda?
—Sí. No es como vosotros. Ni siquiera me siento así con tu abuelo, que es más serio.
—Lo sé. No somos una familia demasiado convencional.
—Desde luego.
Gohan asintió y Videl, por primera vez desde que la conocía, le sonrió. Tenía una sonrisa preciosa, que le hizo quedarse embelesado mirándole la boca. El corazón le latió desbocado dentro del pecho. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para desviar su atención del gesto y seguir hablando.
—Solo ignóralo.
—Eso haré. Gracias, Gohan. —Videl se levantó. Se notó que su agradecimiento fue genuino. Él se quedó mirándola intensamente, como no había podido dejar de hacer en el rato que llevaban juntos—. Deberíamos volver adentro. Pronto será la hora de comenzar a preparar la cena.
Gohan la acompañó al interior de la casa. Intercambiaron algunas palabras más, Videl se quedó en la cocina a esperar a Chichi y él se fue a su habitación hasta que llegara la hora de cenar.
Al llegar, se tumbó en la cama, sonrió y se prometió a sí mismo que lucharía con todas sus fuerzas para conseguir que apareciera la sonrisa de Videl de nuevo; para lograr que lo que más anhelaba en su vida se convirtiera en una realidad.
Continuará...
Nota de la autora:
Esta vez tardé poquito en actualizar y espero que pueda hacerlo cada unos cuantos meses. Me siento orgullosa de haber podido hacerlo tan pronto y de que los capítulos me estén quedando así de largos.
Como veis, ha aparecido Raditz. Tendrá un papel importante en la historia, ya veréis de qué forma.
Videl está afianzando su relación con Chichi y Gohan ha decidido aproximarse a ella de nuevo. Poco a poco, que así salen mejor las cosas.
En un comentario me preguntaron que si habría flashback de Goku y Chichi, de su historia, pero no sé. De momento, he intentado hacer una pequeña interacción entre ellos, a ver cómo va saliendo, para ver si soy capaz de hacerlo. Lo veremos en el futuro.
Usé la forma original en la que Chichi llama a Goku, "Goku-sa", porque me parece muy característico entre ellos y dulce, así que no lo quería cambiar. Estuve investigando un poco y por lo visto, usar -sa en lugar de -san proviene de una variante del japonés de la región de Hokkaido. En toda la historia seguirá siendo así, por supuesto.
Con esto me despido por hoy. Muchísimas gracias por los comentarios y la paciencia. Vuestro cariño me pone el corazón muy calentito.
Nos seguimos leyendo, espero que pronto.
