-Paradoja-

Capítulo 7. El manuscrito


Se quedó mirando a Videl en todo momento mientras se marchaba. Meditó en varias ocasiones si debía llamarla o detenerla de algún modo, yendo detrás de ella incluso. Finalmente, llegó a la conclusión de que lo mejor era darle su propio espacio para que asimilara lo que acababa de suceder.

No podía negar que se sentía inmensamente feliz, pero aquel impulso había acabado en un arrepentimiento por parte de Videl que lo estaba empezando a desconcertar. Fue ella la que le acarició la mano con delicadeza, la que hizo posible aquellos besos pausados de dos adolescentes tardíos que parecían empezar a amar.

Todavía le hormigueaban los labios, sentía su calidez en la piel de las manos, su respiración entrecortada en su mejilla, sus ojos azules escudriñando su alma entera con solo una mirada sincera.

Se tumbó en la hierba del jardín de su casa, posándose las manos detrás de la cabeza, sintió la frescura del pasto rodeándolo y miró las estrellas con fijeza. El corazón al fin estaba empezando a desacelerar los latidos presurosos que la emoción de ese acercamiento le había provocado.

Lo que acababa de pasar probablemente era un error. Videl lo había evidenciado con su actitud esquiva y su abandono, y él sabía bien que no podía estar con una esclava en una sociedad tan férrea y anticuada como la de aquel planeta. Pero su padre mismo se lo había dicho; tenía que luchar por lo que deseaba. Y su deseo más profundo en ese momento —y llevaba siéndolo algún tiempo, de hecho— era volver a repetir aquellas caricias pausadas, sentir el calor que el cuerpo de Videl emanaba contra su pecho, tenerla cerca.

La relación con Videl había estado llena de altibajos constantes en todo momento, desde que ella llegó a su casa. La primera vez que escuchó hablando a su abuelo sobre una esclava que venía para ayudar a su madre no consideró que fuera mala idea.

En cualquier otro contexto, la esclavitud que se seguía perpetuando en ese planeta y en otros le parecía a Gohan una aberración. Sin embargo, sabía que en su casa, junto a Chichi, no habría problema. Su madre era una mujer dulce y entregada, a la que no le costaba en absoluto amar a los demás. Además, necesitaba esa ayuda. No tenía la misma fortaleza ni juventud que antaño, se encarga de todo ella sola, a pesar de que él colaboraba en todo lo que podía, pero se la veía exhausta constantemente.

Jamás imaginó que la esclava que su abuelo había comprado fuera una humana, es decir, alguien perteneciente a la misma raza que su madre, ni que fuera tan desorbitantemente bella.

Le había atraído desde el primer instante en el que la había visto, con su piel lechosa y casi brillante, su cabello liso y oscuro, como el de los saiyajin, y aquellos ojos vibrantemente potentes que destilaban carácter y furia, pero que podían brillar también con bondad.

Ya no se la podía sacar de la cabeza un instante y sabía bien que tampoco del corazón. No había vuelta atrás; Gohan se había enamorado profundamente de Videl y sabía que eso no podría cambiarlo. Lo atestiguaban sus escritos describiéndola a ella y sus sentimientos, sus pensamientos constantes sobre aquella mujer que ahora lo ocupaba todo en su vida, sus deseos irrefrenables, la forma en la que le sudaban las manos y le latía el corazón incluso en ese momento, en el que ella ya se había marchado y lo había dejado allí solo.

Era un acercamiento importante. Al principio de su extraña y más que fluctuante relación, Gohan jamás pudo imaginar que tuviera ni la más mínima oportunidad de que tuviera lugar un suceso similar. Sin embargo, todo aquello había sido real. Se habían besado, no solo una vez, se habían mirado a los ojos con fervor y una creciente pasión que ninguno podía esconder, se habían tomado de las manos con una dulzura que no pensaba que pudiera existir en las caricias de aquella mujer que se le antojó en su día tan feroz.

Gohan no era idiota. Sabía bien que a Videl le iba a costar mucho procesar sus sentimientos, que no podría aguantar al principio la idea de que le gustara un ser perteneciente a la raza que le había arrebatado la felicidad hacía años y que la había convertido en un objeto que deambulaba por el universo, pasando de dueño en dueño.

Pero tenía esperanza. Quería creer que lo aceptaría, a él y a sus sentimientos. Porque era más que obvio que Videl no estaba enamorada de Gohan. Era posible que le atrajese, que le gustara, que sintiera algo que no sabía bien identificar, pero no se podía comparar con aquel cosquilleo que Gohan sentía en el pecho cada vez que la miraba, aunque fuera desde lejos y sin que ella se diera cuenta.

Por el momento, tocaba esperar a que las aguas bravas en las que se habían convertido las emociones de Videl se calmaran. Al día siguiente, trataría de buscarla para hablar sobre el tema, aunque sabía que se avecinaba una conversación complicada. Pero por ella estaba dispuesto a todo, así que sabía que lograría hacerla entender que también lo estaba empezando a querer.


El agua corriendo se convirtió en un ruido de fondo. Miraba los azulejos de la cocina casi sin parpadear, sin ser apenas consciente de qué le estaba pasando o de dónde estaba. No había dormido demasiado la noche anterior y el cansancio le estaba pasando factura. Apenas podía concentrarse o moverse con soltura, así que todo le costaba el doble que un día en el que había descansado con normalidad.

Le pareció escuchar una voz en la lejanía, pero no pudo moverse. Siguió con la vista clavada en la pared, pensando en lo que había pasado entre Gohan y ella durante la noche anterior.

¿Se arrepentía de lo que había sucedido? El verdadero problema era que no estaba segura del todo. Le había gustado sentir sus labios tersos sobre su boca, la forma en la que su lengua se iba colando tímidamente en los sucesivos besos que se dieron y sus caricias en general. Lo recordaba y se le erizaba todo el vello del cuerpo.

Sin embargo, se sentía culpable al pensar que le había entregado sus primeros besos a un saiyajin, a un miembro de la raza que masacró y esclavizó a la población humana entera.

Gohan no era como aquellos extraterrestres que un día arrasaron toda la Tierra. Era cálido, era dulce y bueno, se preocupaba siempre por los demás, hacía cosas sin esperar nada a cambio, sonreía como ella ya no podía hacerlo, amaba a su familia profundamente y era capaz de poner su vida en riesgo por defenderla.

Si ella era consciente de todas sus virtudes, ¿por qué no podía entregarse a su afecto? Su subconsciente no se apagaba ni un instante y le mostraba sin cesar las imágenes de su padre muriendo de forma cruel y sangrienta o de ella misma siendo golpeada, violada por individuos de múltiples razas, tratada como un trozo de carne que cualquiera puede vender y comprar.

—Videl, cariño, ¿es que no me oyes?

Respingó al sentir a Chichi tan cerca, volteó la cabeza bruscamente y un ligero mareo la golpeó, aunque ni siquiera fue perceptible para la madre de Gohan, que aun así la miró con cierta preocupación.

—¿Qué?

—El agua.

La chica volvió a mirar hacia el fregadero. El grifo estaba abierto, el agua corría y se perdía por el sumidero y ella ya había acabado de lavar todos los trastes. Estaba tan enajenada, tan absorta en sus dudas y pensamientos, tan cansada que ni siquiera se había dado cuenta.

Cerró el paso del agua enseguida, se disculpó con Chichi por su torpeza y cogió un cesto grande y repleto de ropa limpia para tenderla. Le comunicó a la mujer que saldría al jardín a hacerlo, pues en esa casa las prendas se secaban en la calle, con la brisa, como a ella le gustaba.

Antes de salir por la cristalera que conectaba la cocina con el jardín, Chichi le habló.

—¿Te pasa algo?

—No, no. Nada. Perdona que esté tan distraída. Sigo con mis cosas.

Videl salió al jardín y cerró la cristalera para darle la espalda a Chichi, a la que apenas podía aguantar la mirada. ¿Qué pensaría esa mujer al saber que había besado a su hijo, en su casa, cuando hacía pocas semanas le había dicho directamente que pensaba que era un monstruo?

Porque sí, había sido Videl quien había besado a Gohan y no al revés. Él, con su prudencia infinita, jamás habría sido capaz de dar aquel importante paso. Había sido ella —y sus impulsos y sus deseos— quien había dejado de creer en sus ideales, quien había tirado a la basura su rencor, su tristeza y su furia para dar rienda suelta a la pasión culpable que ese chico desataba en su interior.

Ese era el eje de todos sus arrepentimientos; parecía que se estaba traicionando a sí misma y a la memoria de su padre, y eso le dolía de forma inconmensurable. Por eso tenía que procurar que algo igual nunca más volviera a suceder entre los dos. Aunque se muriera de ganas de repetirlo y supiera a ciencia cierta que a Gohan le estaba ocurriendo exactamente lo mismo, no podía permitir que pasara de nuevo.

Tendió toda la ropa que tenía en el cesto con tranquilidad. No tenía ganas de interactuar con nadie, mucho menos con Chichi. Le tenía mucho cariño y normalmente le gustaba pasar tiempo a su lado, pero era alguien que solía sonsacarle la información fácilmente. Como era lógico, no iba a hablar de sus problemas con ella.

Sus sentimientos encontrados, la vergüenza exorbitante que sentía al pensar en el beso y sus propias contradicciones la tenían realmente bloqueada.

Ensimismada como estaba en sus pensamientos, no notó que alguien se le acercaba hasta que se dio la vuelta y vio la pequeña figura enfrente suya, con las manos detrás de la espalda y balanceándose sobre los pies.

—¿Me estabas espiando? —le preguntó Videl a Goten tras recuperarse del pequeño susto inicial.

El niño se sonrojó ligeramente, se rio mostrándole todos los dientes mientras cerraba los ojos y se rascó la nuca con torpeza, como su padre y su hermano siempre hacían. Se le antojó un gesto adorable, aunque cuando al principio lo veía en Gohan la exasperaba. Le resultaba curioso haberse acostumbrado al gesto y cambiar tan radicalmente de percepción sobre él, aunque suponía que se debía a que también había cambiado su opinión sobre toda la familia en general.

—No. Quería ver qué estabas haciendo.

—Estaba tendiendo, pero ya he acabado.

—¿Entonces ahora puedes venir a jugar conmigo?

Sus ojos se iluminaron y Videl no pudo evitar acariciarle el pelo para revolvérselo ligeramente. Cogió el cesto y negó con la cabeza.

—No puedo, Goten. Tengo cosas que hacer.

—Jo, antes jugabas más conmigo…

—Es que ahora ayudo a tu madre por la tarde también. Ella no puede con todo. Tú también deberías ayudarla de vez en cuando, enano.

—Ya. Es que pronto voy a empezar a entrenar con mi abuelo, entonces estoy aprovechando para jugar todo lo que puedo.

Su gesto se ensombreció por completo y a Videl se le sobrecogió el corazón al ver que la tristeza y la impotencia se apoderaban de todo su ser. No era justo que un niño tan pequeño fuera entrenado para matar y torturar a otros para robarles sus tierras en contra de su voluntad.

Se le pasó por la cabeza por un momento hablar con Gohan, por si él podía hacer algo para evitar aquella nefasta situación, con todas las consecuencias que conllevaba. Pero luego recordó el beso, su huida y el distanciamiento que quería imponer entre ambos. Además, se notaba que a Gohan le gustaba entrenar. No estaba segura de que fuera a interceder por Goten y además convencer a alguien tan obstinado y arraigado a las costumbres como Bardock debía ser muy difícil.

Videl soltó el cesto en el que había llevado la ropa, se agachó para estar a la altura de Goten y le acarició la mejilla. Observó sus ojos negros, de color idéntico a los de su familia, pero que no le recordaban concretamente a nadie. Le volvió a pasar la mano sobre el cabello.

—Vamos a hacer una cosa. Tú me ayudas a mí con las tareas de la casa, acabamos antes porque lo haremos más rápido y luego nos vamos a jugar hasta la hora de cenar. ¿Te parece?

—¡Sí! ¡Gracias, Videl, eres la mejor!

Fue el niño el que recogió el cesto del suelo y entró corriendo en la cocina, donde su madre ya no se encontraba.

La joven sonrió con alegría. Por un momento, sus preocupaciones se esfumaron, así que decidió centrarse en pasar la tarde con Goten y olvidarse de todo lo demás.


Iba caminando por el pasillo de la casa cuando se cruzó con su abuelo. Lo saludó con su típica sonrisa amable, a pesar de su último encontronazo con él en la sala de entrenamiento. Bardock le contestó solo alzando las cejas, así que Gohan supuso que no estaba de ánimo para intercambiar ni una sola palabra.

Pasó por su lado para continuar con su camino, pero entonces su abuelo lo detuvo. Le indicó solo con un gesto de la cabeza que pasara a la sala junto a él y Gohan obedeció sin rechistar, como siempre hacía cuando recibía sus órdenes.

Bardock cerró la puerta y se puso de pie enfrente de él. Ni siquiera hizo el ademán de sentarse, así que iba a ser seguramente algo rápido. Por un momento, creyó que había sido testigo de su beso con Videl. Si había sido así, sería un gran problema.

Ya le había advertido su abuelo que no podía acercarse a Videl por su condición de esclava, ya que la ley saiyajin no permitía uniones de seres libres con aquellos que no lo eran, así que, si se había enterado de que algo había pasado entre ellos, estaba convencido de que no le habría hecho ninguna gracia.

Bardock era alguien serio, enigmático y opaco. Nunca sabía qué pasaba por su mente o cómo iba a actuar. Solo con su abuela, cuando ella vivía, parecía comportarse de una manera distinta. Desde su muerte, se había vuelto aún más seco e inexpresivo.

—Gohan, no puedes ir diciendo lo que se te pasa por la cabeza en cualquier sitio.

—¿Qué? —le preguntó el chico con algo de desconcierto.

—El otro día empezaste a decir idioteces en la sala de entrenamiento. No podemos saber si allí nos graban o no.

—Ah, eso.

—¿Cómo que «ah, eso», joder? Que podrían ejecutarte públicamente si te escuchan.

—Lo siento, abuelo.

Bardock enarcó una ceja, probablemente porque no comprendía su reacción despreocupada ante una situación que podría ponerle seriamente en peligro.

—Eres igual que tu padre.

—Los genes no se pueden ocultar.

Gohan le sonrió. Le posó la mano en el hombro y se lo apretó con afecto.

Cualquier persona que hubiese recibido ese gesto cariñoso le habría contestado igual, le habría sonreído o le habría dicho algo. Bardock, en cambio, le dedicó una cara de pocos amigos, así que Gohan lo soltó enseguida.

Bajó la mirada, titubeó unos instantes y, ante un carraspeo procedente de su abuelo, lo volvió a mirar.

—Estás muy contento, ¿no?

Gohan tragó saliva. Su abuelo tenía buena intuición y era cierto que él, desde que Videl llegó a su vida, estaba distante, distraído e incluso triste en algunas ocasiones.

—Pues… lo normal.

—Ya, lo normal —le dijo, con cierta ironía—. En fin, lo dicho, no digas cualquier cosa fuera de casa, ¿entendido?

—Sí. —Gohan suspiró, se tranquilizó y le cambió de tema—. Abuelo, ¿has pensado en lo que te dije sobre Goten?

—No voy a hablar más de ese tema.

—Es un niño pequeño.

—Gohan, no está en mi mano tomar estas decisiones. Lo sabes. Si quieres ayudarle, deja de insistir en que Goten no entrene e instrúyelo antes de que empiece conmigo. Tú tienes más paciencia y lo conoces mejor.

Bardock se fue, dejándole con la palabra en la boca. Tal vez, su abuelo tenía razón y lo mejor que podía hacer era concienciarse de que el destino tenía que seguir su curso y de que él no podía hacer nada para impedir que, poco a poco, Goten se fuera adentrando en el mundo de los adultos.


Cuando acabó de cenar, se fue al jardín con el anhelo de ver a Videl allí, pero no estaba. Se sentó en el pasto para esperarla. Tenía la mínima esperanza de que fuera a acompañarlo para charlar un rato, como habían hecho durante las últimas semanas y justo hasta el día de antes.

Pasaron unos veinte minutos y Videl no apareció por allí. No le extrañaba. En todo el día, no se habían cruzado y sabía que había sido porque ella lo había evitado de forma consciente. Él había estado entrenando y Videl había comido y cenado a destiempo para no tener que verlo.

Se levantó y se adentró en la cocina. Se sentó un minuto a la mesa. La casa estaba en completo silencio. Parecía que su madre, que muchas veces era su único consuelo, se había acostado temprano, así que no podría charlar con ella ni siquiera un rato antes de irse a dormir.

Salió de la estancia finalmente. Desde el pasillo, se veía que la luz de la habitación de Videl estaba aún encendida. Se quedó mirando la superficie de la puerta, la rayas de luz que se escapaban por las rendijas. Se la imaginó tumbada en la cama, leyendo y con los labios apretados ligeramente, como siempre hacía cuando se concentraba.

Se encaminó hacia su habitación. Sin embargo, cuando ya estaba dentro, se arrepintió de no hacer nada de nuevo. No pudo hacer nada para cumplir el sueño de su madre de volver a la Tierra, no podía hacer nada para librar a Goten de unos entrenamientos para los que no estaba preparado y también se había convencido de que no podía hacer nada con respecto a Videl.

Salió de la habitación, fue hacia la de Videl y tocó la puerta. Recibió un leve «adelante» que aceptó sin dudar. Su ki tuvo una fluctuación violenta al verlo allí, junto a la puerta. Ella no supo ni qué decirle. Parecía que no se imaginaba que fuera Gohan el que hubiera ido a buscarla en mitad de la noche a su propia habitación.

Observó un poco el cuarto. La cama estaba deshecha, había un libro entreabierto sobre el colchón, pero todo estaba recogido. Videl estaba a punto de irse a dormir y él la había interrumpido. En otro punto de su relación, le habría dado una vergüenza indescriptible molestarla a esas horas, en la intimidad de su propio espacio. Sin embargo, ya no le importaba nada. Necesitaba resolver aquella situación que se le presentaba como si fuera un limbo, un hueco, una brecha entre los dos.

—¿Qué haces aquí, Gohan?

—Estaba esperándote en el jardín. Esta noche no has venido.

—No, ya no voy a ir más.

Videl agachó la cabeza un poco. No se la veía molesta, como en otras ocasiones, ni altanera ni agresiva, sino triste. Pero tampoco estaba triste como cuando le hablaba de su pasado, de su vida en la Tierra. Era un desconsuelo diferente que él no sabía descifrar.

—¿Por qué?

—Porque no quiero hacerlo.

—Si es por lo que pasó ayer…

—Vamos a hacer como que ayer no pasó nada, Gohan —le interrumpió Videl—. No puede ser.

El semisaiyajin se acercó un poco a Videl, pero ella le volvió a rehuir la mirada. Estaba tensa, algo avergonzada y su lenguaje corporal y su ki le indicaban que estaba muy nerviosa.

Solo le decía que no podía ser, no que no quisiera que sucediera, y él necesitaba agarrarse al único resquicio de posibilidad con ella que tenía.

—No paras de decirme que no puedes tener algo conmigo, pero no sé lo que quieres todavía.

Le sorprendió haber usado esas palabras de forma tan firme, con tanta seguridad. Gohan no se caracterizaba por ser directo en sus interacciones, pero el amor que sentía por Videl y las ganas que tenía de estar con ella lo impulsaban a comportarse de maneras que no creía posibles.

Videl apretó los labios con firmeza, pero le tembló un poco la barbilla también. Después, Gohan pudo ver algunas lágrimas escapándosele de los ojos con premura. Quiso quitárselas, acariciándole las mejillas con suavidad, pero, al alzar la mano para hacerlo, ella se apartó.

—No se puede y ya está. Traicionaría la memoria de mi padre, todos mis valores. No puedo denigrarme de esa forma. No es justo.

—Pero Videl…

—Pero nada, Gohan. Te agradecería que te fueras de mi habitación. Quiero descansar.

Abrió la boca para decirle algo, para suplicarle que se replanteara la situación, pero tenerla enfrente, desconsolada como estaba y asegurándole que no podía siquiera plantearse intentar tener algo juntos, fue suficiente para desistir.

Aunque la valentía se había apoderado de su cuerpo y de sus palabras durante un pequeño rato, Gohan era un chico inseguro, negativo por lo general y que no podía ver a la gente que amaba sufrir. Si apartarse de Videl era lo que la tendría tranquila, no le quedaba de otra que hacerlo.

Al salir del cuarto de la joven sin mirarla casi y tras cerrar la puerta, escuchó unos tenues sollozos que le destrozaron el corazón. Decidió dar por perdida su oportunidad, pero recordó que le debía algo, así que, al menos, se lo daría.

Sería el cierre definitivo a su intermitente, inestable y extraña relación.


La claridad del día se coló por entre las cortinas, que se movían con la brisa fresca de la mañana. El Planeta Vegeta no era demasiado cálido, pero en las noches no solían bajar mucho las temperaturas, así que Chichi siempre dejaba una rendija de la ventana abierta y las persianas subidas, porque así sabía cuándo levantarse, es decir, cuando el sol comenzara a aclarar el cielo.

Siempre había sido una mujer enérgica, incluso cuando era muy pequeña. Su madre murió por ese entonces, cuando apenas tenía cuatro años, y tuvo que hacerse cargo de su casa y de su padre.

Cuando se casó, le resultó algo natural ocuparse de su marido y de la pequeña casa que compartían en la Tierra, esa que estaba justo al lado de la de Son Gohan, el anciano que cobijó a su esposo como si fuera de su sangre.

Echaba de menos esos días continuamente. Vivían encima de una colina, en una zona apartada y tranquila. Goku se encargaba de pescar, vender leña que él mismo cortaba y recolectaba, arar algunos campos de los vecinos y otros menesteres propios de las zonas rurales.

No le pagaban mucho, pero ellos eran felices con muy poco. Porque se tenían el uno al otro y se querían con una intensidad desgarradora que los llevó a tener una convivencia fluida y pacífica en tan solo unos días.

Descubrir la intimidad les fue difícil, porque Chichi conocía la teoría pero no sabía nada sobre la práctica y Goku se movía más bien por instinto. Sin embargo, todo llegó. Pronto, Chichi se quedó embarazada de su primer hijo y, cuando pensaban que no habría más felicidad por alcanzar, Bardock apareció en sus vidas y lo arruinó todo.

Sus principios en el Planeta Vegeta no fueron nada sencillos, pero tuvo a Gine para apoyarla, para animarla y para enseñarle cómo funcionaban allí las cosas y a lidiar con su marido, que era un tipo difícil que se ablandaba impresionantemente a su lado.

Por eso, cuando conoció a Videl y la vio indefensa ante la adversidad de enfrentarse a una familia saiyajin y a sus costumbres, la acogió como si fuese su propia hija sin pensárselo dos veces. Siempre había querido tener una niña, así que no le costó nada volcarse en ella.

Videl parecía una chica enfadada con la vida —y ella entendía bien el porqué—, pero Chichi sabía leer bien a las personas, conocía sus templanzas y despuntes, y sabía que lo que le pasaba a esa joven con cara seria y que era bastante contestona era que su existencia estaba sumida en un profundo dolor.

Todo estaba enredado por los sentimientos que Gohan parecía profesarle a la chica, pero no quería meterse demasiado en eso. Había mandado a su marido a hablar con su hijo mayor, pero no sabía si lo habría hecho. Goku era una persona olvidadiza que además odiaba las conversaciones intensas, pero confiaba en él.

Se movió en la cama, dentro de las sábanas, y observó el rostro dormido y tranquilo de su esposo. Le acarició el brazo despacio, indicándole así que el día tenía que comenzar. Él abrió un solo ojo, no hizo mueca alguna y lo volvió a cerrar. Cuando Chichi le iba a recriminar, le pasó el brazo por encima, le sujetó la cintura con firmeza y escondió el rostro en su pecho mientras ella también lo abrazaba.

—¿Sabes que tenemos que levantarnos?

—Vamos a quedarnos un poquito más así…

Chichi se quedó en silencio. Su esposo no era alguien cariñoso en exceso, por eso debía aprovechar aquellos gestos esporádicos pero hermosos que tenía. Ella lo amaba por cómo era, no quería cambiarlo, no le pedía más. Si cambiara, ya no sería el saiyajin atolondrado y bondadoso del que se había enamorado hacía más de dos décadas atrás.

Tras unos minutos, Goku cortó el abrazo con su esposa, le dio un casto beso en los labios y se sentó en la cama. Chichi se levantó directamente, corrió las cortinas para que la luz entrara por completo en la habitación y se miró en el espejo. Su cabello seguía siendo largo y negro, pero se veía más mayor, más cansada. En cambio, su esposo parecía nunca envejecer. A veces, se sentía algo acomplejada. Parecía que en ese planeta solo por ella pasaba el tiempo.

Se recogió el pelo en un moño medio deshecho y escuchó a su esposo metiéndose en la ducha. Cuando salió, ya vestido, ella le dio la mano y se sentaron de nuevo en la cama para hablar.

—Goku-sa, ¿hablaste con Gohan?

—¿Sobre qué?

Chichi resopló y frunció el ceño. Esperaba que solo fuera un despiste porque se acababa de despertar.

—¿Cómo que de qué? Te dije que investigaras porque no estaba bien.

—Ah, sí… Eso. Es una conversación privada entre padre e hijo. Lo siento, Chichi, no te lo puedo contar.

Goku soltó la mano de su esposa e hizo un gesto de resignación con los hombros. Ella, al principio, lo miró molesta. Pensó en recriminarle, porque Gohan era su hijo y quería saber si estaba bien. Pero entonces su marido le sonrió y supo que él había podido abrirse por fin con su padre y que había hablado aunque fuera un poco sobre cómo se sentía.

—No te preocupes. Estará bien.

Chichi asintió y se levantó de la cama, pero Goku no dejó que se alejara. Le tiró de la mano suavemente, la colocó a su lado, estando ella de pie, y le abrazó la cintura de nuevo. Se besaron brevemente y la mujer lo miró durante unos segundos a los ojos.

—Voy a ir a ducharme y así vamos a la cocina a preparar el desayuno, que sé que tienes hambre.

Goku asintió enérgicamente, se marchó de la habitación y Chichi se fue al baño.

No parecía que fuera a ser un mala mañana, pues de momento la iba a comenzar con una sonrisa en los labios.


Aquel día se le había hecho especialmente largo. Desde que trabajaba en la casa junto a Chichi por las tardes, siempre estaba entretenida, pero también era cierto que más cansada. Llegaba a la cama y se dormía en pocos minutos, aunque las últimas noches habían sido un tanto más difíciles.

Gohan había captado a la perfección que ella no quería siquiera pensar en tener algo con él. O más bien, como le había dicho en varias ocasiones, no podía hacerlo. Habían pasado unos días, se habían distanciado notablemente, pero parecía que Chichi no lo había percibido, pues solía ser muy insistente cuando quería enterarse de algo y no le había preguntado nada.

Podría deberse a que Gohan había pasado los últimos días en la sala de entrenamiento. Normalmente, estaba por allí unas horas durante la mañana y otras por la tarde, pero, desde su última conversación, apenas aparecía por la casa para comer y dormir.

Le daba pena la situación. Además de lo que podría sentir por Gohan —que todavía no lo tenía claro en absoluto—, se llevaban bien. Ciertamente, echaba de menos sus charlas, algunas distendidas y otras, más serias, su compañía y la pasión que le ponía a las palabras cuando le hablaba de literatura.

Lo había echado todo a perder, pero sabía que las cosas, a partir de ese momento, irían a mejor. Gohan la olvidaría para siempre, porque la distancia trae consigo también el olvido, incluso algunas veces la indiferencia, de manera completamente inevitable.

Se dio cuenta en ese instante de que le dolía imaginar un futuro en el que él no formara parte de su vida. Sin embargo, sabía que iba por el camino correcto.

Recorrió el pasillo desde el baño hasta su habitación. Al entrar, se terminó de secar el cabello con una toalla y la dejó en el cesto de la ropa sucia que tenía en su cuarto, porque Chichi se lo había dado hacía unos días.

La casa estaba más tranquila desde que Raditz se había marchado. Tras su encontronazo y ser rescatada por Bardock casi cuando la situación no tenía remedio, solo había vuelto a aparecer por allí para recoger algunas cosas y marcharse inmediatamente. Según había escuchado, se había ido de nuevo de misión. Nadie sabía cuánto tiempo tardaría en volver, porque, al formar parte del escuadrón del Príncipe Vegeta, sus misiones podían ser muy complejas y alargarse de más sin que estuviera programado.

Eso la aliviaba tremendamente. Ella respiraba tranquila de nuevo en la casa, todos estaban menos tensos, incluido Bardock, y Goten, que temblaba solo con escuchar sus pasos acercándose a donde él se encontraba, había recuperado su sonrisa.

Miró el reloj de pared y comprobó que era un poco tarde, así que decidió que sería buena idea acostarse para al día siguiente poder rendir con normalidad. Sin embargo, cuando iba a apartar las sábanas para hacerlo, encontró unos cuadernillos rudimentarios, hechos claramente a mano.

Se sentó en la cama con cautela, sin comprender bien qué estaba pasando. Eran cuatro montones de folios unidos con cuerdas, como cosidos. El resultado no era el mejor, pero era efectivo.

Abrió el primer manuscrito. Era un cuento escabroso, de terror, que le puso los vellos de punta. Su misterio impregnaba perfectamente todas las palabras, creando una sensación de angustia en el lector muy intensa e interesante.

Esos eran, sin duda alguna, los escritos de Gohan. Le dijo que cuando los terminara se los enseñaría y él había cumplido su promesa. Las hojas estaban un poco arrugadas y algo emborronadas según qué partes. Era un chico meticuloso, se notaba mucho, y debía obtener siempre la perfección. No había pasado nada a limpio, se podía percibir que estaban recién corregidos.

El siguiente cuadernillo narraba una historia de aventuras. No era el género que más le gustaba a Videl, pero también era bueno. El tercero era el principio de una novela. No creía que pudiera identificar el género con solo leer dos capítulos, pero la protagonista, que parecía que sería compleja, acababa de llegar a un lugar nuevo en el que estaba sola.

Los tres manuscritos le parecieron excelentes. Si Gohan se hubiese criado en la Tierra, se podría haber dedicado a ser escritor sin problema alguno. Los apartó a un lado de la cama y abrió el último. La primera hoja tenía escrita en la parte superior una fecha. Parecía un diario, aunque no sabía si sería ficticio o real. Comenzó a leer.

Hoy ha llegado la chica que va a ayudar a mamá con las tareas de la casa. Me alegro, porque la veo siempre agotada. Ella, a pesar de que es una esclava, no será tratada aquí como tal.

Se llama Videl, es humana y es preciosa. Goten ha ido a molestarla y yo he titubeado como un idiota cuando le he dicho tan solo un par de frases. Me ha mirado con cara de asco, pero supongo que es normal. Debe odiar a todos y cada uno de los saiyajin que hay dentro y fuera de este planeta.

Videl abrió los ojos con sorpresa. Cerró el diario y lo apartó. No le parecía bien leer las intimidades de Gohan. Se ruborizó un poco al recordar su halago. Se mordió los labios y, presa de la curiosidad, lo cogió y lo abrió para continuar leyendo. De todas formas, había sido él quien había dejado esas páginas en su habitación para que ella las leyera.

¡Hoy he descubierto que a Videl le gusta leer! Bueno, no exactamente… Pero me ha pedido algunos libros prestados. Me encantaría acercarme a ella. Se nota que es inteligente y alguien interesante, aunque aún no me lo ha mostrado.

Todavía no la he visto sonreír. Me encantaría ver su sonrisa; estoy seguro de que es igual de hermosa que sus ojos, su cabello, sus manos… toda ella. Sigue sin soportarme, pero a mí cada día me gusta más. No sé qué voy a hacer.

La siguiente entrada tenía una fecha bastante posterior y era algo más corta.

Videl se ha ido hoy de casa. Está bien, finalmente. Pero el miedo que he pasado no lo había sentido nunca antes. No puedo permitirme perderla. Ella sabe que me gusta. Se lo he dicho. Pero, en realidad, le he mentido.

Estoy enamorado de Videl.

Su corazón empezó a acelerarse hasta llegar a un ritmo que rozaba lo absurdo. Leyó las demás entradas. En todas la elogiaba, le dedicaba palabras que jamás imaginó que podrían ir dirigidas a ella.

La visión que tenía Gohan de Videl era completamente distinta a la que tenía de sí misma. Nunca nadie había dicho cosas tan bonitas sobre ella. Hacía demasiado tiempo que nadie le profesaba un amor tan grande y puro.

Hace unos días Videl y yo nos besamos. No he sentido una felicidad igual en toda mi existencia. Es la mujer de mis sueños, pero no puede ser. Ojalá en otra vida podamos estar juntos.

Esa era la última entrada del diario. Se le cayeron las lágrimas mientras lo terminaba de leer. No eran lágrimas de tristeza, sino de emoción, aunque también de miedo.

Su vida y sus percepciones habían cambiado mucho en los últimos meses. Si se negaba a sí misma y a sus sentimientos, también estaría negando sus valores. Tal vez, esa era una nueva Videl, que había nacido a raíz de la convivencia con esa familia. A raíz, también, del amor que Gohan le tenía.

Era una Videl que le gustaba. Le recordaba a su época adolescente, cuando aún vivía en la Tierra y no conocía la desdicha. Las circunstancias, sin embargo, eran muy distintas. Pero quería intentar ser feliz, necesitaba encontrar cierta calma y a alguien en quien pudiera confiar.

Se levantó de la cama, salió de su cuarto con sigilo, porque era tarde y no quería despertar a nadie, y recorrió el pasillo hasta llegar a la habitación de Gohan.

Una vez allí, no le costó en absoluto tocar a la puerta y esperar a que le abriera. Él la miró extrañado y Videl se fijó en sus ojos azabaches, apacibles y serenos, como nunca antes. Le transmitían tanta devoción y bondad que no entendía no haberse dado cuenta de lo que le estaba pasando.

—Gohan —susurró despacio, sin nerviosismo—, ¿puedo entrar?


Continuará...


Nota de la autora:

Volví con nuevo capítulo de esta historia. Ha sido un poquito más tranquilo porque es una especie de unión con la fase siguiente de la historia, pero creo que el último fue tan intenso que necesitábamos descansar un poquito.

¿Ahora voy a ser una escritora Gochi? Pues no jaja, solo me gusta probarme un poco. Es difícil hacerlo, eh, no os creáis que no, pero me gusta salirme algunas veces de la zona de confort.

No me queda mucho por comentar, eso prefiero leerlo de vosotros y vosotras, pero sí que tengo que agradecer y dar la bienvenida a las nuevas personas que le han dado fav y han seguido la historia últimamente. Gracias gigantes, enormes e incondicionales a los que me dejáis reviews; me hacen muy feliz, en serio.

Y, por último, pero no menos importante, me gustaría mandarles un abrazo enorme a mis queridos amigos venezolanos, que no están pasando ahora mismo por un buen momento. Tened mucho cuidado, ante todo. Venezuela será libre, que no os quepa ni la menor duda.

¡Muchas gracias por todo, siempre!

Nos estamos leyendo.