-Paradoja-
Capítulo 8. El paso definitivo
La cara de Gohan fue un poema cuando, aquella noche que preveía normal y solitaria, como todas las demás, Videl fue a su habitación a preguntarle entre susurros quedos si podía pasar. No comprendía bien qué estaba sucediendo, pero ella allí estaba, enfrente de él, sosteniéndole la mirada y con el gesto completamente relajado.
Gohan sacó un poco la cabeza por la puerta de su cuarto, miró a los lados para comprobar que nadie presenciaría que la esclava humana que su abuelo había comprado hacía unos meses se metía dentro en plena noche cerrada y, cuando pudo asegurarse de que nadie los vería, la asió por el antebrazo y Videl se dejó hacer sin sorpresa alguna.
No creía que ella fuera consciente del peligro que entrañaba que alguien fuese testigo de que estaban juntos en esas circunstancias. Era evidente que, en esa casa, ningún miembro de su familia los iba a delatar, pero a su abuelo no le haría gracia alguna que estuvieran a solas, a esas horas y en su cuarto, aunque se fuera a hacer unas ideas erróneas que nunca iban a suceder.
Cerró la puerta y se dio la vuelta con cierta curiosidad. No entendía bien qué hacía Videl allí. La veía tan serena y su aura desprendía tal tranquilidad y decisión que lo tenía descolocado por completo.
Ella se quedó de pie, cerca de su escritorio. La vio posando la vista en sus cuadernos cerrados, en los lápices y plumas que usaba para escribir, y entonces recordó que probablemente Videl había leído ya todos los escritos que le había dejado encima de la cama.
Sintió algo de vergüenza, pero no lo exteriorizó. Quería dejarla tomarse su tiempo para empezar a hablar, pues él era un muchacho paciente y no le corría prisa ninguna. Sentía temor, porque no quería enfadarla ni que pensara que la estaba atosigando, pero no notaba que estuviera molesta. Estaba sosegada, analizando su rincón de trabajo. Pasaba, de vez en cuando, las yemas de los dedos por los lomos limpios de sus libros, aquellos que aún no había leído.
Entonces, Videl se volteó a mirarlo. El azul filoso de sus ojos pareció cortarle la piel. Era tan directa, tan resuelta, tan especial… Y él se sentía un cobarde, un paria que había abandonado una de las pocas metas que se había propuesto en la vida.
La sociedad saiyajin tenía como objetivo formar individuos que no dieran problemas, sin capacidad de raciocinio y que no cuestionaran órdenes de sus superiores. Así, se mantenía la jerarquía que sostenía ese mundo injusto, sangriento y cruel.
Gohan empezó a cuestionarse su modo de vida después de pasarse varios años entrenando. El acceso que tenía a la lectura también le ayudó a crear un pensamiento crítico e independiente, y a cuestionarse dogmas de aquella sociedad que eran irrefutables y que comenzó a percibir como un sinsentido.
La fisura de sus ideales saiyajin se profundizó cuando Videl llegó a su vida. Gohan era un simple soldado de clase baja y, aun así, jamás podría estar con ella, porque otros saiyajin habían decidido que debía ser una esclava.
Ningún ser vivo merecía ser comprado y vendido de aquella manera tan inhumana y cruel, como si fuera una simple mercancía, y mucho menos Videl, que era alguien que, a pesar de su carácter, derrochaba bondad y calidez, aunque le hubiese costado muchísimo descubrirlo.
A partir de ese momento, todo se agrietó sin remedio y los principios que pensaba que debía salvaguardar le empezaron a parecer estúpidos e insustanciales.
No quería unirse a una hembra fuerte que le atrajese sexualmente solo para engendrar hijos y perpetuar la especie —tenía el ejemplo de sus padres y sus abuelos, que habían estado juntos y tenido descendencia desde el consenso y el amor—; no quería que su hermano pequeño se convirtiera en un asesino, a pesar de que él mismo disfrutaba entrenando y peleando; no sería capaz de soportar la idea de no poder estar con Videl.
Tuvo que resignarse porque ella no quería ceder, aunque sabía que sentía algo por él —lo había demostrado besándolo—, pero jamás la obligaría a hacer algo que no quisiera o de lo que no estuviera totalmente segura.
Sin embargo, ahora ahí estaba, había ido a buscarlo expresamente, aunque aún no entendía muy bien la razón.
Tragó saliva con un poco de incomodidad. Por fin parecía que iba a hablar, así que continuó callado, esperando escuchar lo que tenía que decirle.
—He leído todos los escritos que dejaste encima de mi cama. Son muy buenos.
Gohan respiró profundamente. Temía que la voz le saliese entrecortada por los nervios y la vergüenza, pero finalmente aquello no sucedió.
—Me alegra que te hayan gustado.
—¿Por qué me has dejado leerlos?
Videl estaba seria, aunque no parecía enfadada. Sin embargo, Gohan se sintió minúsculo a su lado, al comprobar su carácter inquebrantable y la forma loable y digna que tenía de encarar las situaciones difíciles o que podían resultarle incluso incómodas.
Él no era así. Siempre había sido comedido y demasiado responsable y prudente, algo que le llevaba de forma irremediable a tratar de esquivar conflictos que no tuvieran que ver con la fuerza.
La admiraba. No solo por su actitud, sino por su instinto de supervivencia, por ser capaz de querer luchar en un mundo de miseria y en el que todo estaba en su contra. Por haber podido salir de un profundo pozo de sufrimiento y haber sonreído de nuevo con el tiempo, aunque le hubiera costado hacerlo.
—Porque te lo prometí.
La vio asintiendo. Una sonrisa tenue se dibujó en su rostro, otorgándole un aire melancólico y pensativo que no duró demasiado. Le desvió la mirada y comenzó a tocar el escritorio con lentitud.
—Estoy segura de que nadie ha pensado así sobre mí en mucho tiempo —le dijo, mencionando directamente su diario.
Gohan trató de evitar sonrojarse, pero no lo logró por completo. Después de todo, era la primera vez que se abría de esa forma tan visceral delante de otro. Ni siquiera lo había hecho con su madre, que era la persona con la que más confianza tenía.
Carraspeó ligeramente, tratando de no errar en sus palabras. Tenía que ser más resolutivo, como ella. Se lo debía.
—No quería incomodarte, en serio que no. Solo quería cumplir mi promesa.
Videl lo volvió a mirar. Negó con la cabeza y se acercó a él. Le tomó las manos entre las suyas y se las miró con franqueza mientras le acariciaba las palmas con suavidad. Él, atónito ante aquel acercamiento tan inesperado, pareció quedarse mudo. No fue ningún problema, pues fue ella la que continuó hablando.
—No me ha incomodado en absoluto —explicó Videl—. ¿De verdad estás enamorado de mí, Gohan?
La chica alzó el rostro mientras seguía tocándole las manos con precisa ternura. Gohan palideció ante aquella pregunta tan directa, formulada sin ningún tipo de reparo, como si estuvieran hablando de cualquier asunto trivial, pero en la que residía un nivel de intimidad y confianza máximo.
No sabía qué contestar. Era obvio que aquella afirmación era cierta. Él lo había escrito hacía un tiempo; ella lo había leído apenas algunos minutos atrás. Incluso se había atrevido a preguntarle en el pasado si le gustaba y el semisaiyajin, sin reparo alguno, le había dicho que sí. ¿Por qué le costaba tanto ahora afirmar la realidad de sus sentimientos?
Pudiera ser que fuera por el matiz de las palabras. Que le gustara podría sonar infantil, transitorio, fugaz. Pero hablar de su enamoramiento, de amor, aquella palabra tan grande y que a tantos asusta, era más serio.
Y no era que Gohan no estuviera seguro de lo que sentía en sus adentros ni que le produjera temor aceptarlo, pero no quería que Videl se asustara ante la inmensidad de sus sentimientos y alejarla aún más, si es que aquello era posible.
Asintió con un deje de duda, con las pupilas temblándole con nerviosismo y pudor. Lo importante era que había sido capaz de constatar la realidad aunque fuera mediante un simple gesto, algo que provocó acciones de parte de Videl que se le antojaban inverosímiles solo algunas horas atrás.
Sintió sus manos desplazándose hasta su cuello y después, Videl se alzó un poco sobre sus pequeños pies y lo besó ante su atónita mirada. Fue un beso mucho más pausado que el primero que se dieron aquella noche en el jardín y que parecía realmente una caricia propia de dos amantes inexpertos. Después de todo, lo eran ambos, por un motivo u otro.
El beso llegó muy pronto a su fin y Gohan, cuando se separaron, observó concienzudamente la forma de sus labios, sus comisuras y su brillo.
—No tenemos que hacer esto si no quieres.
—Es que ese es el problema, Gohan, que sí que quiero hacerlo.
A Gohan le palpitó el corazón con fuerza. Quería asegurarse de que Videl estuviera convencida de dar aquellos pasos, y que en efecto así fuera le hizo tremendamente feliz.
Se agachó, debido a la diferencia de altura, en un movimiento ágil y la besó de nuevo. Su lengua invadió la boca de Videl, ya sin vergüenza ninguna. Se movía sin pensar, solo dejándose llevar por aquel impulso inmenso de su corazón, que le gritaba a sus entrañas que no podía dejar escapar aquella oportunidad.
Videl lo abrazó, le siguió el ritmo rápidamente, y él le rodeó la cintura con los brazos y la arrinconó sin quererlo contra el escritorio sin parar de besarla un solo instante.
El choque de su cuerpo con el mueble detuvo el contacto. Se miraron algo avergonzados por la fiereza de aquellas caricias intensas. Gohan se apartó, dejando una distancia prudente entre los dos. Era demasiado pronto para dar un paso más, aunque el deseo ardiente se manifestara ya en su cuerpo. Pero quería respetarla, no apresurar demasiado las cosas. Que todo entre ellos tuviera su propio tiempo.
—Será mejor que me vaya ya a dormir. Es tarde —susurró Videl.
Nunca la había visto con aquella actitud tan tímida y pausada, pero le gustó descubrir una faceta más de su personalidad.
—Sí… —le contestó Gohan.
Antes de marcharse, la joven se le acercó de nuevo, le plantó un beso más inocente en los labios y le agradeció, aunque él no llegó a comprender del todo la magnitud de aquella palabra en ese momento.
El chasquido de la puerta cerrándose fue como un clic en su cerebro que lo despertó. Sin embargo, era consciente de que no había sido un sueño.
Se tumbó en la cama, sonriendo, esperanzado y con ilusión. Jamás en sus veintidós años de vida había sentido un fervor y un júbilo igual, ni siquiera cuando leía, escribía o luchaba.
Esa era la grandeza que provocaba Videl en él, que lo hacía mejor… y ahora que lo había experimentado, estaba seguro de que no querría volver nunca más atrás.
Se movía grácilmente, como hacía un buen tiempo que no sucedía. Esquivó algunos golpes con facilidad, con buen ritmo y un movimiento excelente de pies. Su postura parecía más erguida, sus músculos, más fuertes y su decisión era admirable.
Ese era el Gohan en quien había visto potencial cuando era un preadolescente y ese era el hombre fuerte y capaz en el que lo había convertido con entrenamientos llenos de exigencia y constancia.
Hacía meses que su nieto no estaba tan avispado en un entrenamiento. No quería pensar que lo había desobedecido y el motivo de su concentración y vivacidad era que la humana finalmente le había terminado haciendo caso. Aunque no tenía mucho sentido, por otra parte. No conocía todos los detalles de su historia, pero según había escuchado, Videl tenía cierta reticencia a involucrarse de más con los saiyajin.
Eso lo aliviaba sobremanera. Bardock tenía una fachada distante y fría, pero amaba a su familia. Gohan era su primer nieto, alguien con un potencial guerrero imponente, que escuchaba sus deseos y tenía el raciocinio suficiente para actuar conociendo su entorno.
Le costaba admitirlo, pero era el hijo que siempre había querido tener. Raditz era demasiado independiente y su malicia y falta de empatía le asqueaban, y Kakarotto parecía ni siquiera ser perteneciente a su raza.
Gohan era la mezcla perfecta entre templanza y actitud, entre frialdad y sensibilidad. Jamás lo admitiría en voz alta, pero siempre que podía inclinaba la balanza hacia su favor. Goten se había criado bajo las faldas de su madre sobreprotectora, que era astuta y había aprendido de sus errores del pasado, cuando permitió a su primogénito acercarse de más a él.
—Vale, descansamos.
Bardock se quitó las vendas de las manos mientras miraba de soslayo a su nieto. Había recibido pocos ataques y, por lo tanto, sus heridas eran superficiales, incluso nimias. Bebía agua y se secaba el sudor con una toalla, nada más. Ni siquiera parecía estar demasiado cansado.
—Estás mejorando mucho últimamente.
—Gracias, abuelo —le contestó con una amplia sonrisa en el rostro.
—¿Has estado entrenando sin mí?
—No, qué va. Es solo que creo que estoy más tranquilo y eso me hace concentrarme mejor.
Enarcó una ceja y sus miradas se cruzaron. No era alguien que se abstuviera de preguntar lo que le apetecía saber, así que lo hizo.
—¿Hay algún motivo en particular por el que estés más tranquilo?
—Claro que no.
Gohan le contestó con tanta seguridad que le creyó. Lo conocía bien. Desde que era pequeño, su nieto balbuceaba ligeramente cuando mentía porque se ponía muy nervioso. Se le daba fatal. Además, sabía bien que él era su principal figura de autoridad. Lo respetaba demasiado como para engañarle.
No entraba en juego la posibilidad de que hubiera aprendido a mentir en tan poco tiempo… O eso quería creer.
En cualquier caso, su progreso siempre le alegraba. Era cierto que hacía mucho tiempo que las misiones de conquista no le agradaban, pero a fin de cuentas era un saiyajin; le gustaba que su estirpe fuera fuerte.
Sin embargo, y por muy orgulloso que estuviera de Gohan, había algo que le faltaba: descendencia. Ya había alcanzado la edad adulta y no quería que le sucediera igual que a Raditz, que era tan exigente que pensaba que ninguna hembra a su alcance era digna de parir a sus crías.
Los saiyajin tenían ciertos compromisos con su especie y uno de ellos era el de perpetuar el linaje de su familia. Nunca había tenido aquella conversación con Gohan, pero creía que ya había llegado el momento.
—Gohan, ven un segundo.
El chico se acercó, dando solo unos pocos pasos. Su abuelo le informó de que debían hablar, lo instó a que se sentara en el suelo de la sala de entrenamiento y él así lo hizo. Bardock lo acompañó. Se sentó con las piernas cruzadas, apoyando los codos en los muslos.
—Si es por Goten, no te preocupes. Tengo pensado decirle esta semana que empiece a entrenar ya conmigo.
—Me parece bien —razonó Bardock, entornando ligeramente los ojos—. Pero no es por Goten. Es sobre ti.
—¿Sobre mí? —le preguntó con bastante curiosidad.
—Este año has cumplido veintidós.
—Eh… Sí, así es —respondió el joven, sin comprender a qué venía esa afirmación.
—Es una edad suficiente como para que te plantees emparejarte con alguien.
Gohan desvió la mirada hacia el suelo. Pudo ver su disconformidad de forma instantánea. Pudo vislumbrar en el brillo de su oscura mirada que la razón por la que no quería ni siquiera oír hablar de una hembra era porque ya había alguien en quien estaba interesado. Y él sabía bien de quién se trataba.
—Abuelo, no quiero hablar de esto…
Hizo el amago de levantarse, pero Bardock le sujetó por el antebrazo y lo fulminó con una mirada agresiva y demandante. Se volvió a acomodar. Se le notaba incómodo, pero le daba igual. Él nunca eludía sus responsabilidades y tenía la obligación de recordarle a Gohan las suyas.
—Tienes que buscar a una hembra fértil y fuerte. Alguien válida. Cualquiera que te guste. Con el nivel de poder que tienes ahora mismo, no creo que te rechace prácticamente ninguna. Ni siquiera tendrán en cuenta que eres mestizo.
—No voy a hacerlo —le espetó con una inusual seguridad.
No le disgustó el tono de la respuesta, aunque sí su contenido. Le gustaba poder reconocer algo de carácter en su nieto, que solía ser bastante sumiso.
—Es tu deber. Algún día tendrás que tener hijos.
—No es lo que quiero ahora mismo en mi vida.
—¿Crees que puedes elegir?
—¿Por qué no? —Gohan se levantó, desafiante, y su abuelo lo imitó. Se encararon—. Mi padre lo hizo. Escogió a alguien que ni siquiera es de este planeta y tú lo permitiste.
—Porque no pude remediarlo. Cuando lo descubrí, tu madre ya estaba embarazada.
—¿Y tú?
—Yo soy el mejor ejemplo de cómo deben hacerse las cosas.
—Dio la casualidad de que con el tiempo la abuela y tú os llegasteis a querer, pero pudo no haber sido así. Y los dos sabemos, además, que si eso hubiera sucedido te habrías largado.
Bardock sujetó con fuerza el cuello de la camiseta azul de entrenamiento de Gohan. Estaba furioso. No le gustaba que hablaran de Gine, que le reprocharan nada, que alguien que le debía todo se le sublevara.
—Prohibido hablar de ella.
En un movimiento inesperado, Gohan chocó la frente con la de su abuelo con fuerza. Se notaba la ira que le recorría todo el cuerpo, que exteriorizó enseguida, ante su más inmensa sorpresa.
—¿No te da vergüenza deshonrar continuamente su memoria? Era la mejor de todos nosotros y ni siquiera podemos mencionarla.
Bardock reprimió el impulso de asestarle un puñetazo a Gohan. Se separó de él, le soltó el agarre de la camiseta con brusquedad y se alejó, dándole la espalda. La sangre le hervía, furiosa, por su atrevimiento, pero no quería comenzar un enfrentamiento familiar.
—Espero que toda esta mierda de discurso no sea por la humana, porque te juro que si te veo mínimamente cerca de ella, las cosas no se van a quedar en algo tan simple como lo que acaba de pasar.
Abandonó la sala de entrenamiento sin mirar atrás. Tras caminar hasta su casa, logró calmarse. Si lo pensaba fríamente, todavía había tiempo para que Gohan recapacitase y decidiera centrarse. Solo debía tenerlo vigilado para evitar lo que él no sabía que era ya inevitable.
Llegó a casa cansado, pero no física sino mentalmente. La charla y aquel encaramiento con su abuelo lo habían dejado exhausto. Tiró la ropa de entrenamiento en el suelo del baño y se metió en la ducha.
Jamás pensó que sería capaz de enfrentarse a quien más respetaba, y con diferencia. En otros tiempos, estaba seguro de que se habría callado y habría acatado sus órdenes sin más, sin tener en cuenta sus propios deseos.
Pero nada ni nadie podría interponerse entre Videl y él, no ahora que había conseguido que ella aceptara que quería tenerlo a su lado.
Sabía que deberían llevar su historia en secreto, al menos por un tiempo, porque los planes de Gohan eran claros: escaparían del Planeta Vegeta.
Pertenecer a los altos cargos del ejército dotaba a sus integrantes de cierta información. Él era un simple soldado de clase baja con mucho potencial, que pronto escalaría posiciones sin duda, pero estaba siempre atento. Había escuchado en algunas ocasiones que había planetas lejanos, que el radar de los saiyajin no podía captar.
Cuando consiguiera ascender, obtendría más información de las coordenadas de esos planetas y escaparía con Videl, la llevaría a la libertad soñada, para estar con ella para siempre, para que, por fin, no fuera propiedad de nadie, sino dueña de su propia vida, destino y decisiones.
Le daba pena pensar que pasaría muchísimo tiempo —tal vez, toda la vida— sin ver a su familia, pero era lo que el corazón y su amor por Videl le pedían hacer.
Lo que más le dolía era distanciarse de su madre y de su hermano, pues sabía que serían los que peor llevarían aquella noticia, su ausencia, pero en aquel planeta no había futuro para los dos, para construir un proyecto de vida juntos.
Debía ser más prudente que nunca en su actuar, aunque sus pensamientos se proyectaran en el futuro porque le resultaba inevitable imaginarlo todo junto a Videl. Para lograr su objetivo, tenía claro que debería sortear múltiples obstáculos y dificultades, pero tenía la determinación necesaria para hacerlo.
Salió de la ducha, en la que había estado muy poco rato, se secó con una toalla y se vistió con una ropa más cómoda. No volvería ese día a entrenar, porque su abuelo tenía otros asuntos que atender, no habían quedado en muy buenos términos y quería avanzar con su novela.
Limpió el vaho del espejo con la mano, se miró en su reflejo empañado y peinó algunos mechones de pelo suelto que le caían en la frente.
Fue directamente a la cocina a preguntarle a su madre qué iban a comer, pero a medio camino se encontró con Goten, que parecía haber estado buscándolo.
Al niño se le iluminó la cara con solo verlo. Goten era muy curioso y enérgico, podría parecer que incluso travieso, pero la realidad era que era todo corazón y bondad. A pesar de tener la apariencia de su abuelo y de su padre, sus ojos eran idénticos a los de Gine y miraban con ilusión y comprensión a todo el mundo, justo como les sucedía a los de ella.
Mirarlo a los ojos era, en cierta medida, sentirla cerca. Gohan sospechaba que ese era el motivo por el cual a Bardock no le gustaba estar con él demasiado, además de su clara preferencia por su madre y la evidente animadversión que ella le profesaba, algo que, por otro lado, se había ganado a pulso.
A veces no comprendía a su abuelo. Entendía que había sufrido mucho la pérdida de su esposa, que la amaba profundamente y que se la arrebataran de ese modo tan injusto le había abierto una herida irrecuperable que nunca dejaría de sangrar, pero era excesivo que hubiera hecho desaparecer todos sus retratos y que ni siquiera su familia pudiera hablar de ella.
Tenía el recuerdo de su sonrisa impregnado en la memoria. Su calidez, la forma en la que escuchaba a los demás y lo abrazaba eran especiales y únicas. Se llevaba bien con todos, porque recordaba que en esa época su tío Raditz no se había radicalizado aún, y era un apoyo incondicional para Chichi.
—Hermano —saludó el pequeño.
—Ey, enano, ¿qué haces?
Le revolvió el pelo y le sonrió, pero lo encontró también más serio que de costumbre.
—Te estaba buscando.
—¿Ah, sí?
—Sí. Es que quiero pedirte un favor —explicó.
—A ver, dime.
—Me gustaría empezar a entrenar contigo antes de hacerlo con el abuelo.
Gohan se sorprendió mucho ante la petición de su hermano pequeño. La última vez que había mencionado algo sobre entrenamientos delante de él, el niño simplemente le había ignorado, aunque no le extrañaba en absoluto.
Su relación con Bardock no era tan estrecha como la que él tenía y estaba seguro de que su madre le había transmitido cierto miedo sobre esa actividad. No le resultaba raro; Chichi lo pasó muy mal cuando Gohan comenzó a entrenar, hacía ya muchos años atrás, así que él jamás le hablaba a ella sobre sus misiones ni sobre el ejército.
—¿Estás seguro, Goten?
El niño asintió con decisión. Era cierto que había sido Gohan quien se había planteado la idea de entrenarlo, animado por su abuelo, antes de que se lo pidiera, pero le resultaba algo fuera de lugar que ese acontecimiento se le presentara tan próximo y real.
Le volvió a acariciar el pelo, esta vez con más suavidad, y después le dijo que fueran a la cocina para comprobar si estaba la comida lista.
Al entrar, se dio de bruces con la mirada de Videl. Pensaba que se la apartaría sin más, que querría fingir cierta distancia al menos en público, pero se equivocó, porque le sonrió dulcemente, sin decir una sola palabra, se escondió un mechón de pelo detrás de la oreja y continuó con sus quehaceres.
Gohan, totalmente avergonzado, desvió sus ojos al suelo, se rascó la nuca y carraspeó. Su madre lo observó de soslayo, enarcando una ceja con curiosidad, y su gesto no pasó en absoluto desapercibido.
Solo esperaba que su interrogatorio no fuera muy duro, pues estaba claro que Chichi se había dado cuenta de que entre ellos dos algo había cambiado.
Terminó de comerse la poca carne que había alrededor del hueso de aquel espécimen extraño que habían cazado hacía algunos minutos atrás y lo arrojó al fuego con desdén. Miró las chispas, la leña crepitante y después a su izquierda.
El Príncipe Vegeta había terminado de comer hacía bastante rato, de forma mucho más recatada que los demás por supuesto, y se había quedado mirando algunos registros de la misión que estaba por comenzar. Esa vez llevaría más tiempo de lo que cualquier misión estándar requería.
El heredero al trono del Planeta Vegeta había cambiado mucho en los últimos años, todo debido a la humana que lo engatusó. Era padre de un niño de doce años, que decían que era un prodigio, pero que ni siquiera había adoptado sus rasgos saiyajin, sino los humanos de su madre y su familia.
Cuando el crío nació, hubo un debate enorme alrededor de si era aceptable que un híbrido que apenas compartía rasgos con los demás saiyajin —solo la cola— reinara el planeta y tuviera súbditos, pero el Rey Vegeta lo acabó pronto, ya que todo el que cuestionó el derecho al trono del hijo del príncipe y la humana científica, llamado Trunks, fue ejecutado sin miramientos.
El Príncipe Vegeta siempre fue solitario, antipático y violento. Y realmente lo seguía siendo, pero Raditz llevaba muchos años formando parte de su escuadrón y sabía que algo se había transformado en su interior.
Aquella mujer humana que comenzó a formar parte de su equipo científico antes de la invasión de la Tierra se acercó de más a él y la acabó dejando embarazada. Y, claro, como no se podía permitir tener un bastardo en aquel planeta, tuvo que anunciar su unión oficial con la madre de la criatura.
Al principio, se notaba que lo hicieron por intereses por ambas partes, pero con el tiempo parecía que se había forjado un vínculo importante entre los dos. Vegeta, además, se ocupaba del entrenamiento de su hijo personalmente, y hacer algo así, entre los saiyajin de clase alta, era considerado ser un padre cercano.
Además, le molestaba pasar mucho tiempo en misiones fuera, cuando hacía años le encantaba. A él, en cambio, le ocurría completamente lo opuesto. No había encontrado a una hembra adecuada para que tuviera a su descendencia, así que seguía soltero, y disfrutaba conquistando planetas y sometiendo a los demás.
Su madre siempre le decía que era un buen chico, que no se corrompiera por el entorno, pero no era cierto. Nunca fue bueno en realidad, solo que ella sacaba su parte buena. Desde que murió, aquella dimensión de su ser pereció con ella.
Su hermano, su cuñada y sus sobrinos no le importaban en absoluto y su padre cada día se mostraba más débil, así que estaba empezando a aborrecerlo. Pero no podía negar que físicamente seguía siendo el mejor de la familia, y él, a pesar de sus progresos y su posición, no podía igualarlo.
No le agradaba que fuera tan comprensivo. El mundo y la vida eran arduos, su entorno no era tampoco el más propicio para tener piedad de los demás. Tener esclavos era algo habitual y hacer con ellos lo que se quisiera también. Todavía no le entraba en la cabeza que hubiera evitado que se divirtiera un rato con aquella humana que había comprado.
Además, lo había ridiculizado delante de ella y eso lo tuvo enfadado mucho tiempo. Fue una suerte que lo reclamaran para misiones continuamente desde ese día, porque no quería tener que pasar por aquella casa que cada vez sentía más ajena.
Sin embargo, tenía cuentas pendientes, porque era bastante cuadriculado y no le gustaba que le prohibieran hacer lo que le apetecía.
—Raditz, recoge y apaga el fuego. Yo me voy a dormir ya. No tardes en acostarte, que mañana hay que madrugar.
Raditz asintió y se levantó a la vez que lo hacía el príncipe. Una vez que entró a su tienda, se volvió a sentar, observó un rato más el fuego y después lo apagó.
El día siguiente sería bastante largo y cansado, así que dejaría otros pensamientos no relativos a la misión para más adelante.
Le pareció escuchar un ruido en la distancia, pero supuso que había sido un sueño o producto de su imaginación y se dio la vuelta entre las sábanas para seguir durmiendo.
Sin embargo, a los pocos segundos, lo volvió a oír. Se empezó a preocupar. Encendió la luz, se asomó sigilosamente desplazando la cortina y miró a través del cristal de la ventana. Suspiró cuando comprobó que se trataba de Gohan, que la llamaba desde el exterior de la casa. Finalmente, abrió la ventana.
—¿Qué haces aquí a estas horas?
—Perdona que te haya despertado. ¿Quieres venirte a dar un paseo?
Videl dudó unos instantes. Era tarde, tenía el pijama puesto y además era un tanto peligroso recorrer aquellas calles a esas horas. Pero iba con Gohan, así que realmente no pasaría nada.
Se quitó la sábana completamente de encima y abrió del todo la ventana. Gohan la ayudó a salir, le sonrió cuando estuvo fuera y le dio la mano para que comenzaran a caminar.
El trayecto fue silencioso, lo que provocó que Videl se detuviera a analizar la situación por primera vez, porque desde que Gohan y ella se besaron en su habitación, ni siquiera había podido reflexionar sobre aquellos hechos. Había estado viviendo un poco en piloto automático, sin ser consciente de que todo en su vida iba a empezar a ser muy diferente.
Ya no podía seguir reprimiendo sus sentimientos y anhelos. Quería cambiar, quería ser feliz y sentir que podía tomar alguna decisión al menos. Y ella, por convicción propia, había decidido entregarse al único ser vivo en el universo que había visto sus virtudes, a pesar de que se había empeñado en esconderlas de forma constante.
Hacía mucho tiempo que no se sentía amada. Probablemente, desde que su padre murió nadie la había querido tanto y eso hacía que se sintiera rara, fuera de su propia piel, pero también tranquila, como hacía años que no le sucedía.
Desde que había llegado a aquel planeta, su vida había estado llena de altibajos emocionales y por primera vez sentía que su alma estaba en paz. Que al lado de Gohan, podía estarlo.
Conocía los impedimentos de su relación, que debía ser secreta y que no era racional llevarla a cabo, pero no le importaba.
Necesitaba sentirse deseada de la forma en que lo hacía cuando Gohan la besaba o la acariciaba. Creía que, tras su nefasta relación con el género masculino de cualquier raza que había conocido, jamás sería capaz de sentirse atraída por alguien, pero el semisaiyajin le había demostrado que aquello no era cierto.
Trataba de no pensar demasiado, ni en el futuro ni en su padre, aunque probablemente a él le gustaría verla a salvo y cuidada. Le costaba aún aceptarlo, así que intentaba disfrutar del presente en exclusividad.
Era una chica joven, que estaba empezando a enamorarse de alguien de su misma edad y que la trataba bien, y en realidad, algo así le habría sucedido en la Tierra también, si su vida hubiese llevado el curso correcto de los acontecimientos.
Estar con Gohan era lo más parecido que había experimentado a su vida sin esclavitud, así que le estaba agradecida. Él había tenido que insistir mucho, pero nunca se había alejado, había aguantado todos sus desplantes sin rendirse y eso la hacía sentirse especial.
Llegaron a la cima de una colina pequeña, desierta. La brisa era agradable, así que se sentaron en la hierba azulada que bañaba todo el suelo, que le recordaba incluso al mar.
Se besaron sin mediar palabra, se tumbaron juntos, muy cerca para sentir su calor, para refugiarse en los brazos del otro. Se abrazaron, acariciándose el cuerpo sin cesar, y cuando tuvieron que separarse para tomar algo de aire, Videl se rio sin remedio, contagiando también a Gohan.
—No deberíamos exponernos tanto —advirtió Videl con cautela mientras le acariciaba el mentón.
—¿Por qué dices eso?
—Tu madre me ha contado muchas cosas. Sobre cómo funciona la sociedad aquí, también. No puede vernos nadie juntos, ¿verdad?
Gohan negó con la cabeza. Su gesto se volvió triste por un momento y Videl pensó que era una verdadera pena que ese régimen autoritario incluso impusiera normas a sus ciudadanos sobre a quién podían amar.
Le acarició el rostro con cariño, lo abrazó de nuevo. Le habría gustado decirle muchísimas más cosas sobre su situación, sobre lo que pensaba de él y sobre lo que estaba comenzando a sentir, pero aún no era capaz de hacerlo. No le salían las palabras, así que, de momento, se comunicaría con gestos y caricias.
Se separaron. Se tumbaron bocarriba sobre la hierba, mirando al cielo. Las estrellas lo inundaban y los dos satélites que orbitaban el planeta otorgaban al suelo cierta luz resplandeciente que le gustaba a Videl. No solía salir de noche, así que aún no había podido observar el paisaje cuando el sol se ocultaba.
Aquel planeta era hermoso.
Cada día estaba más segura de que no todos los saiyajin eran conquistadores por naturaleza, sino que era probable que estuvieran enajenados, que no conocieran otro modo de vida. Aquella sociedad necesitaba un cambio urgente, que debía llegar en masa desde el pueblo o desde la rebelión de algún alto cargo que entendiera que no podían seguir viviendo de esa manera.
Suspiró, porque no quería pensar más en ello. Quería concentrarse en ese momento y en el brillo de las estrellas. Gohan alcanzó su mano, la estrechó y se volvió a relajar.
—¿Cómo son las noches en la Tierra?
Videl giró el rostro. Gohan no la miraba, así que le apretó el agarre de la mano con comprensión.
—Depende. Si estás en la ciudad, el cielo se contamina con su luz y es difícil ver estrellas. Pero en el campo todo es más tranquilo. Las noches allí son cerradas como esta, con miles de estrellas. Te encantaría.
—Lo sé.
Lo escuchó suspirando y ella se quedó en silencio.
Estuvieron una media hora allí, observando el cielo y su noche, mientras Videl se convencía cada vez más de que dejaría que sus sentimientos por Gohan fluyeran por su piel y todo su cuerpo hasta adentrarse en su corazón.
Continuará...
Respuesta a los reviews anónimos:
Guest: ¡Muchísimas gracias por leer y comentar! Espero que este también te haya gustado, aquí lo tienes ya, así que se acabó la ansiedad jaja.
Como siempre, respondo los comentarios de usuarios registrados por privado, los anónimos por aquí, así que si queréis animaros, ya sabéis.
Nota de la autora:
Estoy contentísima porque he sido capaz de escribir dos capítulos en el mismo mes, ay. Creo que la historia está tomando buen rumbo y en serio que me encanta. Me acuerdo de que cuando la empecé a planificar pensaba que me saldrían unos diez capítulos y voy por el ocho y aún me quedan bastantes cosas que contar, así que esto se va a alargar.
Videl por fin ha aceptado que se siente atraída por Gohan y por fin quiere intentar ser feliz, así que le va a dar una oportunidad, aunque con dificultades. En los próximos capítulos descubriremos más cosas de su pasado y de su vida como esclava y veremos ese acercamiento aún más próximo con Gohan. Son dos chicos jóvenes, en fin, pasará lo que tenga que pasar jaja. Pero habrá problemas también.
Ya he introducido la meta de Gohan en esta historia, que es liberar a Videl. Ya veremos si lo consigue, pero me alegra haber llegado ya hasta aquí. Hay que seguir profundizando en la idea y en las distintas tramas de la historia. Por ahí hemos visto a Raditz otra vez, Chichi tiene que aparecer pronto y, por supuesto, Goten y Bardock y sus conflictos individuales y, bueno, empezaran a relacionarse entre ellos, así que veremos por donde sale la cosa.
Me encanta haber llegado a este punto del fic porque al fin puedo escribir Godel en sí, ellos dos queriéndose y siendo felices en medio de todo el embrollo que supone esta relación.
Muchísimas gracias por los comentarios tan hermosos en el último capítulo, me encantan y me inspiran muchísimo, además de animarme a seguir. También he notado que hubo gente nueva que siguió y/o dio fav a la historia. Bienvenidos y espero que la disfrutéis.
Y nada más, mil millones de besos para todas y todos.
Nos seguimos leyendo.
