-Paradoja-

Capítulo 9. A corazón abierto


—¿Empezamos?

Gohan miró a su hermano con duda. El niño estaba risueño, contento, con ánimo. Podía comprenderlo, pues aquellos entrenamientos significaban pasar más tiempo juntos.

Goten adoraba a su hermano mayor. Nunca lo decía porque era demasiado pequeño para llegar a aquella conclusión, pero lo admiraba profundamente. Y nada tenía que ver su fuerza de combate o lo destacado que era en los entrenamientos, porque a él no le interesaba nada que tuviera que ver con la fuerza de los saiyajin. Lo admiraba por su grandeza, por su templanza y por su bondad. Por aquella manera tan pura y serena que tenía de resolver situaciones complejas. Era su referente, su modelo a seguir y le encantaba pasar tiempo con él.

Comenzarían con entrenamientos sencillos. Goten tenía que entrenar primero los músculos y ciertos movimientos que le servirían para pelear. Más tarde vendrían los golpes y los simulacros de peleas, que tendrían que hacer entre los dos. Estaba seguro de que entonces no le gustarían tanto los entrenamientos y mucho menos cuando esas luchas se produjeran con su abuelo.

De momento, no le quitaría la ilusión. Goten dejaría de ser un niño muy pronto. En cuanto se adentrara en el mundo de los entrenamientos y se alejara progresivamente de su madre —no había más remedio—, su inocencia infantil se perdería para siempre. Así que Gohan quería que aprovechara todo el tiempo que tenía mientras ignorara la realidad del mundo bélico de los adultos.

Una de las razones por las cuales era tan enérgico era que no tenía amigos de su edad. La educación, en la sociedad saiyajin, se impartía en casa, de la forma que la familia considerara más correcta.

Bardock se había encargado de enseñarles a leer y escribir a los dos, a hacer cuentas básicas y a interpretar los comandos de las naves. Los conocimientos impartidos eran de nivel principiante, pues al llegar al ejército esos saberes se ampliaban e instrumentalizaban para las batallas.

Si Gohan había desarrollado un gusto por la lectura y la escritura había sido por su madre, que le leía cuentos cuando era pequeño antes de dormirse. Hubo un día en el que quiso que las palabras que su madre recitaba en voz alta estuvieran dentro de su cabeza, porque Chichi solo tenía tiempo de leerle por las noches y él necesitaba más.

Bardock nunca comprendió ese pasatiempo y se lo dijo en varias ocasiones, pero siempre le traía un libro nuevo tras alguno de sus viajes. Tenía fachada de hombre duro sin sentimientos, pero en el fondo, Gohan sabía que se reblandecía con la gente con la que tenía una conexión especial. Le pasaba con su abuela, con él mismo y estaba completamente seguro de que, tras aproximarse a Goten, le acabaría sucediendo también.

Los dos hermanos habían tenido infancias muy distintas. Después de todo se llevaban once años. El recuerdo de Gohan de su familia era muy distinto del que Goten podía tener. En la memoria del mayor de los hermanos, su madre era una joven hermosa con ganas de todo, con ilusión y esperanza, porque el horizonte de sus expectativas era volver a su hogar. Además, Gine vivía, la apoyaba en todo y a Gohan lo consentía mucho. Su tío estaba más estabilizado y su abuelo, muchísimo más feliz.

Sin embargo, el presente, tras la muerte de Gine, era completamente distinto. Chichi seguía siendo una madre incansable y amorosa, pero el brillo de sus ojos oscuros había desaparecido para siempre. Ya no tenía esperanza de escapar de un planeta hostil que convertiría a sus hijos en conquistadores. Bardock había endurecido mucho su carácter por la pérdida y Raditz se había alejado hasta tal punto de ellos que parecía un extraño.

El que menos había cambiado era Goku. O al menos, no lo aparentaba. Su personalidad sosegada y apacible seguía intacta. Para mantener los problemas alejados, su relación con Bardock era distante, porque él siempre le recriminaba que no fuera más estricto con sus hijos.

Goten estaba muy apegado a su padre, con el que pasaba mucho tiempo en el jardín de su casa, jugando, hablando, explorando. Se parecían un poco, aunque Goten era más analítico con su entorno en general.

La relación de Chichi con los dos hermanos tampoco era igual, porque había aprendido la lección. Inevitablemente, se fue convirtiendo en una madre sobreprotectora, porque no quería que su hijo pequeño le fuera arrebatado tan pronto, pero finalmente no podría hacer nada, porque ese planeta todo lo corrompía.

Confiaba mucho en Gohan, quien era más independiente, y estaba más encima de Goten, más atolondrado y descuidado. Amaba a los dos por igual, pero el tiempo no pasa en vano para nadie y la experiencia que se adquiere como madre varía la crianza de los hijos.

En cualquier caso, Gohan siempre quería que su madre estuviera tranquila. Sabía que no era totalmente feliz y que tampoco podría serlo bajo esas circunstancias, pero procuraría que un sosiego estable la acompañara de forma permanente.

Por eso le había parecido buena idea entrenar primero él a Goten. No solo por el niño en sí, porque no cambiara su percepción de la realidad de golpe, sino también para que su madre fuera adaptándose lentamente a aquella nueva etapa ineludible de su hijo pequeño.

Goten asintió con energía. Se pusieron uno enfrente del otro, a unos cuantos pasos, y Gohan se enroscó la cola alrededor de la cintura mientras el pequeño lo miraba con curiosidad.

—Es lo primero que tienes que hacer. La cola de los saiyajin es muy sensible, ya lo sabes, ¿verdad? —El niño asintió de nuevo—. Es nuestro principal punto débil en la batalla. Por eso siempre tiene que ir alrededor de la cintura.

Tras algunos intentos, Goten consiguió hacerlo. Nunca se había tenido que preocupar de su cola, así que apenas tenía fuerza en ella. Cuando Gohan empezó a enseñarle algunos movimientos que le serían útiles, olvidaba por completo el asunto de la cola.

Era lo más difícil de controlar, pero no se le estaba dando mal del todo. Gohan lo corregía y él, que era muy disciplinado y obediente, hacía todo lo que su hermano mayor le decía sin demora y sin rechistar.

Estuvieron un par de horas entrenando, sobre todo poses y movimientos, además de afianzar el recuerdo cognitivo de la posición de la cola. Se sentaron en un banco del jardín al acabar. Chichi les llevó limonada para que repusieran fuerzas. Fingió una sonrisa comprensiva que no pasó desapercibida para Gohan, pues la conocía bien. Trataría más tarde de hablar con ella.

Goten se tomó el vaso de limonada de un trago casi. Esa bebida era lo más cercano que tenía al planeta de su madre, pues habían importado aquella fruta tras la invasión de la Tierra. Era una de las pocas compatibles con la calidad del suelo del Planeta Vegeta.

Chichi hacía limonada al menos una vez por semana. Cogía los limones del limonero que tenían en el jardín y los exprimía a mano. A ella ni siquiera le gustaba, pero era una forma de sentirse en casa.

—Hermano, ¿lo he hecho bien?

Gohan sonrió. Le revolvió el cabello espeso sin cuidado alguno y observó su sonrisa radiante, el brillo afable de sus ojos y su rostro lleno de alegría.

—Sí. Faltan cosas por pulir, pero tenemos tiempo. El abuelo se quedará impresionado cuando vea tus progresos.

—¿Tú crees? —preguntó con entusiasmo.

—Claro que sí.

Le volvió a acariciar el pelo y Goten lo abrazó con ahínco. Solo quería encajar, verse aceptado por Bardock, que le resultaba el miembro de su familia más distante y alejado.

Sin embargo, Gohan sabía que solo era cuestión de tiempo que su relación cambiara, pues Goten era un niño lleno de luz, que siempre contagiaba a los demás con su optimismo y calidez.

Era justo lo que le hacía falta a su abuelo en ese momento de su vida.


Chichi cerró la cristalera que conectaba la cocina con el jardín tras llevarle un vaso de limonada a cada uno de sus hijos. Quería dejarles algo de privacidad, pero se quedó mirándolos desde allí, en silencio. No podía escucharlos, pero le gustaba observarlos en la distancia.

Sus hijos se llevaban bien. Desde el momento en el que Gohan supo que iba a tener un hermano pequeño, su aura cambió y un instinto de protección despertó de forma irremediable en él. Cuando Goten nació, se abrió un período de júbilo y alegría en una casa marchitada por la muerte de Gine. Fue como una aire nuevo y fresco para la familia, que hizo que, tras unos años difíciles, sus lazos comenzaran a apretarse de nuevo.

Goten siempre había sido un niño atento, cariñoso y muy curioso. Sin embargo, nunca había podido explorar todo lo que había querido, pues Chichi tenía miedo de lo que pudiera sucederle si salía de casa solo.

Nunca le había gustado el ambiente que se respiraba en las calles de ese lugar, ni siquiera en su propio vecindario. Ella salía siempre acompañada por Gine cuando llegó, que fue quien le enseñó las rutas seguras y los sitios donde no debía ir sola. Aun así, tomaba todas las precauciones que podía al salir y no solía hacerlo porque le aterraba que pudiera sucederle algo.

Tras la muerte de su suegra, las cosas cambiaron. El rumor de la forma tan sangrienta en la que Bardock se había cobrado venganza por el asesinato de su esposa se extendió como la pólvora y pronto su nombre adquirió fama por todo el vecindario y también en los colindantes. Nadie se atrevía a meterse ni con Bardock ni con ningún miembro de su familia. Chichi, como tenía que seguir con su vida de ama de casa, decidió empezar a salir sola.

Solía ir al mercado y por calles seguras. Nunca había tenido ningún problema. Incluso la miraban con miedo. Con el tiempo, Chichi empezó a sacar su carácter en público, a veces incluso olvidando que cualquiera de esos individuos podía matarla con una facilidad asombrosa.

Sabía que nadie le haría nada. No solo por Bardock, sino porque su marido entrenaba mucho a diario. No salía a misiones pero todo el mundo conocía su fuerza. También estaba Gohan, que era la estrella y gran promesa del ejército saiyajin, por mucho que a ella le pesara.

Suspiró con tristeza. No tenía ni idea de qué hacía su hijo mayor en las misiones ni en los entrenamientos. Él no le contaba y ella nunca preguntaba. No sabía a cuánta gente había matado ni cuántos planetas había conquistado. Acababa de empezar, pero los saiyajin siempre iban con todo, así que sabía que había tenido que cometer actos atroces.

Le entró un escalofrío en la espalda. No quería desconocer a su hijo, así que jamás permitiría que alguien le diera información sobre lo que hacía fuera de su casa. Ni siquiera podía imaginárselo. Porque él estaba ahí, sentado en el banco del jardín de su casa, tomando limonada con su hermano mientras hablaban, sonreían y le acariciaba el cabello con amor.

Le dolía pensar que Goten comenzaría a entrenarse pronto para llegar a ese objetivo. Pronto tendría dos hijos con dos lados opuestos, y ella nunca conocería sus lados saiyajin, porque le aterraba la idea de adentrarse en un mundo del que no quería saber nada.

Pensaba que no sería necesario. Había logrado que Goten estuviera más apegada a ella y menos a su abuelo. No le gustaban los combates, las peleas, nunca lo vio interesado en nada que no fuera jugar y explorar. De manera ilusa, creyó que podría alejarlo de ese mundo.

Por ese motivo, cuando Bardock le comunicó que, en pocos meses, Goten debería empezar su entrenamiento, Chichi entró en cólera. Tuvieron una discusión tan fuerte que desde ese día apenas se hablaban, solo para lo imprescindible. Nunca se habían llevado especialmente bien, pero aquello fue la gota que colmó el vaso.

Finalmente no pudo hacer nada. Goku la tranquilizó, la hizo entender que, si Goten no empezaba su entrenamiento, sería forzado por las malas y no estaría bajo la tutela de Bardock, sino de alguien que lo trataría con violencia y que lo haría sufrir.

No le quedó más remedio que aceptar la situación, pero pensar en que su hijo tendría que participar de esas actividades que ella tanto reprobaba le rompía el alma.

Ahora que veía el momento cada vez más cerca, la invadía una tristeza y un temor insondables, además de la gran impotencia que llevaba teniendo atorada en la garganta durante más de veinte años.

Vio a Gohan soltando los vasos en la mesita blanca de al lado del banco. Se puso de pie y Goten lo imitó. Los dos se ataron la cola a la cintura y continuaron con su entrenamiento.

Chichi sintió dos lágrimas recorriéndole las mejillas. Se cruzó de brazos, se apoyó contra la pared y continuó observándolos. Escuchó la puerta de la cocina abriéndose, pero no se giró, porque sabía quién era.

—Chichi, ¿qué vamos a comer hoy?

No le respondió. Sabía que el llanto no la dejaría, pero también que él le insistiría y descubriría su estado. Notó la mano de su esposo en su hombro, así que giró el rostro y se dio de bruces con su gesto relajado, que pronto, al verla, se llenó por completo de preocupación.

—¿Qué te pasa? —le preguntó en un susurro alarmado.

Siguió sin hablar. Solo giró la cara, miró a sus hijos y supo que Goku la comprendió, pues no le dijo nada. Se apartó las lágrimas con una mano, se enderezó y se dio la vuelta para marcharse, porque no le apetecía estar con nadie, ni siquiera con su esposo.

Se detuvo debajo del quicio de la puerta y sin darse la vuelta, le dijo:

—Goku-sa, no quiero seguir viviendo aquí.

Más que una petición o un reclamo, fue un pensamiento en alto. Sabía que ninguno de los dos podía hacer nada para cambiar su situación, pero estaba claro que Chichi necesitaba exteriorizar ese sentimiento de no pertenencia que tenía con ese lugar.

Se marchó de la cocina y se fue a su habitación. Se tumbó en la cama y los ojos se le anegaron de lágrimas, que fueron escurriéndose lentamente por sus mejillas sin control.

Únicamente necesitaba unos segundos para ella sola, para sacar toda la tristeza y la rabia que albergaba su corazón. Después ya volvería a ser la madre incansable que lucha y hace todo por todos, pero necesitaba, aunque fuera por un breve instante, sentir que la vulnerabilidad también formaba parte de su ser.

La puerta de la habitación se abrió y ella se sentó en la cama. Le iba a decir a su esposo que quería estar sola, pero no pudo, porque él, en un movimiento ágil y veloz, la abrazó sin mediar palabra.

—Lo siento… —musitó Goku cerca de su oído.

Chichi negó con la cabeza. No era su culpa, no era culpa de nadie. Le respondió el abrazo para que así lo creyera.

Solo le quedaba aceptar la situación, apoyarse en su familia e imaginar un futuro distinto y mejor, muy lejos de allí, que no sabía con certeza si algún día podría convertirse en una realidad.


Tras tranquilizarse, Chichi y Goku estuvieron hablando un rato en su habitación. Se tomaría esa fase como lo que su esposo le había dicho: una etapa del crecimiento de Goten. No le quedaba más remedio.

Volvió a la cocina, terminó de preparar el almuerzo y todos se sentaron a la mesa del comedor. Todos menos Videl, que desde que había ocurrido aquel accidente, hacía ya bastante tiempo, le había comunicado que prefería comer sola.

Siempre le insistía, porque verdaderamente ella era una parte más de la familia, pero Videl se negaba una y otra vez. Sin malos gestos ni palabras, siempre le decía que no sentía que aquel fuera su lugar, así que comía sola en la cocina, a veces mientras ellos lo hacían en la sala y otras, después.

No sabía si la situación cambiaría ahora. No sabía qué había pasado exactamente, pero había notado unos cruces de miradas muy intensos por parte de Videl y su hijo. También estaban las sonrisas cómodas que ella le dedicaba y las reacciones tímidas de Gohan, que le indicaban que el distanciamiento entre los dos había llegado a su fin.

Chichi tenía claro que a Gohan le gustaba Videl, pero también pensaba que ella jamás le correspondería. Le tenía verdadera animadversión a los saiyajin —y no le extrañaba—, así que pensaba que no sería posible que tuvieran algo juntos. No estaba segura, podría ser que simplemente hubieran decidido ser amigos, pero ambas posibilidades le agradaban.

Videl era una chica buena, con mucho carácter pero dulce. No exageraba cuando decía que la quería como si fuese su hija. Le recordaba un poco a ella cuando llegó al planeta, ahora que estaba mucho más calmada. Quería protegerla, que estuviera en las mejores condiciones posibles. Y Gohan era simplemente un chico especial. No lo pensaba porque fuera su hijo; solo saltaba a la vista. Tratar mínimamente con él significaba encariñarse de su espíritu para siempre.

Aprovecharía para preguntarle cuando se quedaran solos, aunque sospechaba que no le contaría nada. Daba igual, sus gestos lo delatarían.

Gohan la ayudó a quitar la mesa y también a recoger la cocina. Videl estaba en sus horas de descanso —que Chichi le había impuesto— y normalmente no aceptaba ayuda de nadie, pero ese día sí lo hizo.

Se colocaron juntos enfrente del fregadero. Mientras ella lavaba los platos, él los secaba y los colocaba en el mueble. Videl ya no estaba por allí, así que sería más fácil tener una pequeña charla con su hijo.

Lo veía un poco distraído. Era cierto que entrenaba mucho con su abuelo, que visitaba el cuartel algunos días por semana y ahora se le sumaba lo de Goten. Casi todo el tiempo que pasaba en casa estaba en su dormitorio, pero sabía que no estaba descansando. Probablemente leía. Aunque era alguien bastante enfocado, así que supuso que tenía la cabeza en las nubes por Videl.

—¿Has visto hoy a Videl?

—¿A Videl? —le preguntó, algo extrañado. Chichi asintió—. No, no he podido verla. He estado entrenando y después con Goten en el jardín. No quería meterlo directamente en una sala de entrenamiento, espero que no te moleste que lo hagamos aquí.

—No te preocupes por eso, creo que es buena idea.

—Genial. Pero ¿por qué me dices lo de Videl? ¿Le ha pasado algo?

Chichi sonrió y él se sonrojó al verse expuesto. Siguió secando platos y cubiertos.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Sí, bueno… Yo… —balbuceó, nervioso.

—¿Ha pasado algo entre ella y tú?

Gohan apretó los labios, miró a su madre de soslayo y se mantuvo unos instantes en silencio. Sabía que estaba meditando las palabras, porque no quería engañarla pero tampoco contarle demasiados detalles.

Le gustaría saber de su relación, pero entendía que la situación era compleja. Además de que Videl era una esclava y no podía tener uniones con ciudadanos libres en ese planeta, al fin y al cabo, era su madre. Hay ciertas cosas que los hijos no cuentan por pudor, intimidad o vergüenza, y lo entendía.

—Somos más cercanos ahora —le comentó finalmente. Chichi volvió a sonreírle, se secó las manos y se apoyó en la encimera. Gohan la imitó—. No le preguntes a ella nada, por favor. No quiero agobiarla y que se vuelva a alejar de mí.

—Está bien. No quedaré de madre chismosa, te lo prometo.

—Gracias —le dijo con cierto alivio.

Gohan iba a volver a la faena, pero Chichi se lo impidió. Lo sujetó del brazo para que la mirara de nuevo.

—Lo único que me importa es que tú estés bien.

—Mamá, creo que no he sido tan feliz en toda mi vida.

Se sonrieron mutuamente y Gohan la abrazó. Hacía mucho tiempo que Gohan era más alto que ella, pero sintió que abrazaba a aquel niño que arrancaba las flores moradas del jardín para dárselas como regalo todas las semanas.

Estaba orgullosa de él, a pesar de todo. Y muy contenta, pues le encantaba ver a Gohan enamorado. Tenía un brillo especial en la mirada, una templanza como nunca antes. Sonreía constantemente y, aunque estaba un poco distraído, se le notaba en paz.

El enamoramiento es un estadio hermoso, aunque lleno de altibajos emocionales, y las circunstancias entre los jóvenes no eran las mejores, así que los ayudaría a normalizar la situación y, sobre todo, a que Bardock no se enterara de nada.

Conocía a su suegro, pondría el grito en el cielo porque las reglas se estaban rompiendo, porque Gohan se estaba poniendo en peligro y era demasiado sobreprotector. Sería incluso capaz de vender a Videl en un momento de furia, así que era mejor que no se enterase de nada.

A ella misma también le daba miedo la situación, pero su hijo mayor era adulto. Su matrimonio había peligrado cuando Bardock lo descubrió, sabía lo que era sentir el temor de que la separaran de quien amaba, y no estaba dispuesta a dejar que Gohan tuviera que pasar por eso. Merecía, más que nadie en ese mundo adverso, ser feliz.

Cuando terminaron con los platos, Chichi preparó té y se sentaron a la mesa a tomárselo y a charlar. Hablaron todo el rato de Goten sin mencionar demasiado su futuro. Gohan le contó que estaba entusiasmado por pasar más tiempo con él, que progresaba rápido y que, de momento al menos, se lo estaba tomando como un juego más. Era mejor que su primera toma de contacto fuera así.

Chichi decidió centrarse en el presente, dejar de agobiarse por el futuro, aunque le resultara inminente, y disfrutar de su familia.


Soltó la pila de libros en el escritorio de Gohan y comenzó a colocarlos en su sitio. Recordaba bien de dónde había seleccionado él cada uno y, como sabía que era un maniático del orden, los estaba dejando todos en su lugar, porque estaba segura de que no le molestaría ni se lo diría, pero se pondría a ordenarlos en cuanto se fuera.

Gohan estaba sentado en la cama de su habitación, en silencio. Era de noche y, aunque relativamente temprano, todos estaban durmiendo ya. Goten estaba agotado por los entrenamientos, que había repetido casi a diario durante más de una semana, y en general en esa familia no se solía trasnochar.

Videl y Gohan aprovechaban siempre para verse de noche, aunque normalmente lo hacían en el jardín, en la oscuridad de su propio espacio, que, aunque no era el más privado, les daba cierta sensación de seguridad.

No se solían ver en alguno de sus dormitorios, simplemente por miedo a que alguien los descubriera. Sería demasiado sospechoso, pero esa noche, Videl había ido a devolverle todos los libros que le había ido prestando, y se habían quedado allí.

Normalmente, cuando salían al jardín, hablaban al menos durante una hora. Se contaban cómo les había ido el día, qué habían hecho —aunque Gohan nunca entraba en detalles sobre las cosas de las que ella no quería saber— y sobre los libros que estaban leyendo. Había un momento en el que la conversación se acababa y entonces empezaban a besarse. Los primeros días no habían pasado de besos y abrazos, pero pronto habían empezado a acariciarse tan intensamente que siempre se quedaban con ganas de más.

No había habido oportunidad de profundizar más en ese asunto y Videl no creía que fuera a pasar pronto. Era peligroso bajar tanto la guardia. Pero lo más importante para ella era que le apetecía hacerlo, que Gohan la excitaba cuando siempre había pensado que su libido jamás podría despertar.

Quería reconciliarse con esa parte de su vida también. Siempre había considerado el sexo como algo que hacía por obligación, violento y repugnante, pero tenía el presentimiento de que Gohan podía lograr que sintiera placer.

Continuó ordenando los libros, tratando de quitarse esos pensamientos de la cabeza. Era tarde, se iría pronto, así que era mejor no darle alas a su imaginación.

—Ven aquí un rato conmigo, ¿no?

Videl se giró. Dejó cuatro libros encima del escritorio y fue a sentarse en la cama con Gohan. Entendía que necesitaba un poco de su compañía diaria, porque a ella le pasaba igual, pero no sentía que estuvieran al mismo nivel.

A veces, le daba miedo que él estuviera tan visceralmente enamorado y ella solo se encontrara en las primeras fases del enamoramiento. No quería hacerle daño. Pero se dejaba arrastrar por sus sentimientos continuamente, ya sin ataduras, porque, más que dar cariño, necesitaba sentir que alguien la quería.

Se lo pasaba bien con él, tenían una conexión potente y, a pesar de que no tenían una relación de pareja convencional, le gustaba aquel vínculo indefinido que se estaba forjando entre los dos.

Nunca pensaba en el futuro. No podía soñar con una boda vestida de blanco, ni tampoco con un jardín amplio en el que sus hijos corretearan mientras Gohan escribía y ella tomaba el té. Por eso, jamás se imaginaba qué pasaría después. Solo pensaba en que le gustaba estar con Gohan, que no imaginaba que sentiría nunca las emociones que estaba experimentando con él.

Se sentó a su lado y Gohan le acarició la pierna. Le encantaba el contacto físico, incluso cuando solo hablaban.

—¿Qué tal va Goten?

—Bien, al menos de momento.

—¿De momento?

Gohan suspiró. Se le notaba preocupado.

—Se lo está tomando como si fuera un juego. No sé cómo hacer para que la transición hacia los entrenamientos de verdad sea sencilla. Tal vez no sirva para esto.

—Claro que sirves —le comentó ella, después le sujetó el rostro—. Le hará bien estar contigo antes de entrenar con tu abuelo. ¿Quieres que hable yo con él?

—Te lo agradezco, pero no es necesario. Lo haré yo.

—Está bien.

Videl asintió, le dio un beso en los labios y se levantó de la cama. Esa noche no habían pasado tanto rato juntos, pero no quería que se le hiciera tarde y alguien la viera saliendo de allí.

Se dirigió hacia el escritorio, comenzó a colocar los libros en la estantería de nuevo y, al soltar el último, notó los brazos de Gohan en su cintura.

—¿Es que no me has echado ni un poco de menos?

Su voz se volvió más grave de repente. La abrazó por la espalda, le apartó el pelo y le besó el cuello. Notó su erección. Subió las manos y le tocó los pechos por encima de la ropa, haciéndola jadear.

Aquel no era el lugar más adecuado, pero no pudo evitar cerrar los ojos y apoyar la cabeza sobre su hombro. Gohan continuó con sus caricias.

Podía ser muy intenso si se lo proponía. Y no es que aquello estuviera mal, pero cada vez le costaba más cortar la situación para que no llegara a más. Tal vez ese era el problema, que ninguno de los dos quería detenerla y se obligaban a hacerlo noche tras otra.

Se dio la vuelta. En sus ojos pudo ver tal determinación que se envalentonó y lo besó con fiereza. Tenía las manos posadas en sus hombros, pero Gohan se las subió para colocarlas en su cuello. La distancia entre sus cuerpos se suprimió totalmente.

Podía sentir su excitación directamente contra la parte baja de su estómago, así que dio un paso más. Se quitó la camiseta al separarse un momento de Gohan. Esperaba que reaccionara con cierta timidez, pero sucedió lo contrario. La sujetó por la espalda, enroscó sus piernas en su cintura y la besó mientras la apoyaba contra la pared de la habitación.

Le quitó el sujetador en un movimiento ágil. Se quedó observando sus senos, que no eran demasiado grandes, pero parecieron gustarle, porque los tocó justo como antes, pero sin las restricciones de la ropa.

Gimió quedamente, tratando de que los sonidos no se escaparan de esas cuatro paredes. Notó la dureza entre sus piernas, suspiró y se meció contra él. Gohan le besaba el cuello, los labios, las mejillas, hasta que bajó un poco y besó uno de sus pechos, haciendo que ella se sujetara aún más a su cuerpo.

Se detuvo, Videl puso los pies en el suelo y se miraron. Le quitó la camiseta y cada uno se encargó de la parte inferior de su propia ropa.

Completamente desnudos, se abrazaron en el centro de la habitación. Gohan la volvió a besar, esta vez con más delicadeza, mientras le acariciaba con una mano el pelo y con la otra, la cintura.

La miraba de vez en cuando, como si no existiera nadie más en el mundo, como si todo se resumiera en esa habitación, en sus ojos encendidos por la pasión, en aquel momento eterno que se convertiría en uno de los mejores recuerdos para los dos.

Videl miró hacia la cama y Gohan entendió. Sin embargo, antes de ir hacia allí, lo notó de repente un poco nervioso. No quería presionarlo ni que se dejara llevar por las ganas. Estaría bien si no quería continuar, así que se aseguraría de que todo iba bien.

—¿Qué te pasa?

—Nada, nada.

—Gohan, no me mientas.

Miró al suelo con vergüenza, el abrazo se acabó y se rascó la nuca.

—Es que yo… Hay ciertas cosas que no sé hacer bien, porque yo…

—No me digas que eres virgen.

Videl fue demasiado brusca. No supo cuánto hasta que lo vio sonrojado hasta las orejas. Pero aquel comentario tan directo no fue una mofa, sino más bien un producto de la sorpresa. Gohan era un chico joven y objetivamente guapo. La sociedad saiyajin podía ser algo hermética, pero no creía que entre los jóvenes no ocurrieran ciertos encuentros sexuales esporádicos.

Estaba claro que no era el caso de Gohan. Sintió cierta presión, porque él le iba a entregar su primera vez, así que decidió que, si continuaban, aminoraría un poco el ritmo. Le acarició el brazo, el pecho y después posó la mano en su mejilla. Gohan asintió con recelo, pero también puso la mano encima de la suya, que seguía sobre su rostro.

—No es algo por lo que tengas que avergonzarte. Disculpa que te haya hablado así.

—No pasa nada —respondió él enseguida, probablemente para que no se sintiera mal.

—Yo te guío, ¿vale? Confía en mí.

Gohan asintió sin titubeos y la abrazó. A pesar de su fuerza, era un chico tan vulnerable, tan sensible y expuesto, que Videl sintió un latido intenso y fulgoroso al notar sus brazos alrededor de su cuerpo.

Se volvieron a besar durante unos instantes, con más pausa. Videl sujetó su mano, tiró un poco de ella y se fueron hacia la cama. Se tumbó e hizo que él se pusiera de rodillas a su lado.

Gohan la miraba con atención, queriendo grabarse cada movimiento, cada aprendizaje, para no tener que dejarse guiar más. Videl era consciente de que le gustaba tenerlo todo bajo control, así que, en cierto modo, le agradaba ser ella la que llevara las riendas de la situación.

Cogió su mano y la condujo hacia su intimidad. Sujetó dos de sus dedos y le enseñó a moverlos con sus propios movimientos, variando el ritmo y la intensidad, mostrándole qué lugares le gustaban más.

Pronto, Gohan aprendió. Ella apartó su mano, agarró la almohada y simplemente se centró en disfrutar. Al notar un cambio en la velocidad, cerró los ojos, frunció el ceño y entreabrió los labios, aunque sin emitir apenas sonidos.

Gohan se inclinó sobre su cuerpo y besó uno de sus senos mientras seguía tocándola. Ella le abrazó el cuello, le acarició después el pelo y, tras algunos movimientos más, llegó al orgasmo. Él no dejó de mover sus dedos hasta que Videl le sujetó la muñeca, indicándole que ya podía parar.

Mientras recuperaba el aliento, Gohan se colocó de rodillas entre sus piernas entreabiertas.

—¿Estás listo? —le preguntó, algo agitada aún. Gohan solo asintió. Le sujetó el rostro para que la mirara y, sobre todo, la escuchara bien—. Es importante que no termines dentro, ¿de acuerdo?

Volvió a asentir con decisión. Los humanos y los saiyajin eran compatibles para procrear y no podían permitirse por nada del mundo un embarazo.

Al comprobar que lo había entendido, Videl alzó las caderas para facilitarle la entrada. La unión se produjo acompañada de un suspiro de placer por parte de los dos. Ella abrió más las piernas, sintió la fricción que comenzaba y se sujetó a la espalda de Gohan, que pronto se adaptó bien al ritmo que ambos necesitaban.

La besaba con tanta dulzura y se movía con tanto cuidado que Videl sentía que le iba a explotar el corazón de felicidad dentro del pecho. Sentirse cuidada en esa situación en la que siempre había sido tratada como un mero objeto era hermoso.

Le hizo gracia su reacción inicial, su sorpresa al saber que Gohan no tenía experiencia alguna, pues realmente ella tampoco. Esa era la primera vez en la que hacía el amor y se alegraba de que fuera con alguien tan especial como él.

Gohan se siguió moviendo, acompañado también por Videl, hasta que ella experimentó otro orgasmo y él rompió la unión para, como le había dicho, acabar fuera. Lo hizo en una sábana que después tiró al suelo. Volvió a la cama, se tumbó prácticamente encima de ella, temblando pero no de miedo o de nervios, sino de pura y genuina felicidad.

Videl le acarició el cabello oscuro, lo cobijó entre sus brazos y sintió besos esporádicos sobre su pecho.

Se quedaron en silencio durante mucho rato, hasta que Gohan movió la mano hacia la parte baja de su vientre y acarició la gran cicatriz que tenía. No le extrañaba que la hubiese notado; era enorme. Sin embargo, había tenido la consideración de no quedarse mirándola directamente. El instinto le había llevado a tocarla, porque quería protegerla.

—¿Quieres saber de qué es?

Gohan alzó el rostro. Sus ojos destilaban curiosidad.

—No es necesario que me lo cuentes si no quieres.

—No te preocupes, sí quiero —aseveró con firmeza—. Hace cuatro años, me quedé embarazada. En este tiempo, han abusado muchas veces de mí, así que supongo que es algo que tenía que pasar.

Las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero no las reprimió. Gohan la miraba con compasión y arrepentimiento, probablemente por haber hecho que recordara esos malos momentos.

—Lo siento.

—No digas eso, no es tu culpa. —Gohan le besó la clavícula y ella continuó, con la voz ligeramente entrecortada—. Todos los días deseaba que aquella cosa se muriera. Pero no sucedió. El día del parto, no dilaté lo suficiente y me lo tuvieron que sacar. Me rajaron el vientre completo y solo cuando estuve a punto de desangrarme me cosieron. Únicamente alcancé a verlo entre delirios. Tenía la piel azul y el cabello blanco. Al final se murió y no te puedes imaginar lo aliviada que me sentí.

Gohan le apartó las lágrimas, le besó las mejillas y se abrazó con más fuerza a su cuerpo. No le dijo nada y era comprensible. ¿Qué le podía decir ante tanto horror? Nada podría consolarla, pero al menos se podía refugiar en su cariño y aquello le quitaba la incertidumbre que envolvía constantemente su existencia.

No recordaba haber llorado tanto como cuando descubrió que estaba embarazada. Había algunas razas compatibles con los humanos y su dueño de entonces y ella lo eran. En esa ocasión estuvo al borde de la muerte, pero sobrevivió. No tuvo la misma suerte la cría. El individuo que la había comprado la vendió en cuanto se recuperó, porque no quería exponerse a engendrar más hijos con ella, porque ya la había usado durante demasiado tiempo y no le servía más.

Era la primera vez que contaba una de las experiencias más traumáticas de su vida. Lo había vivido, lo había sufrido, pero nunca lo había verbalizado. Fue como liberarse, como quitarse una carga de dimensiones inenarrables de encima de los hombros.

—Te voy a sacar de aquí, Videl. Te prometo que serás libre.

Videl asintió, le acarició la espalda. No le creyó. Pensó que eran palabras de consuelo, no mentiras en sí, sino más bien promesas inintencionadamente vacías porque eran imposibles de cumplir.

Tras unos minutos más de caricias, Gohan se durmió. Su respiración tranquila la calmó.

No podía quedarse a pasar toda la noche, porque era demasiado peligroso salir de allí de día, pero se permitiría al menos observarlo un rato, cuidarlo como él siempre hacía con ella, para estirar un poco más ese momento efímero y frágil que, aunque salpicado por recuerdos amargos que Videl necesitaba expulsar de sus entrañas, había sido maravilloso.


Continuará...


Nota de la autora:

Qué ganas tenía de llegar a este capítulo. Me ha dado la sensación de que ha habido ritmos distintos en las tramas, pero creo que así está bien.

Goten tiene que ir poco a poco, amoldarse a su nueva vida, y es lógico que Chichi sufra al ver que su hijo se hace mayor, con todo lo que conlleva dejar la niñez en ese planeta. Por otra parte, era obvio que tenía que pasar esto entre Gohan y Videl. Son chicos jóvenes, es algo natural y no veía necesario alargarlo más.

Sobre las actualizaciones de la historia, espero poder continuar con una mensual, pero no sé si podré. Voy a dejar el trabajo por fin, un trabajo con un ambiente horrible y que me hacía inmensamente infeliz, y voy a empezar a estudiar. Así que puede que tarde un poco más en pasar por aquí, y me da mucha rabia porque había cogido un buen ritmo, pero hay que darle prioridad en la vida a las cosas que la tienen. Intentaré que gran parte de mi escaso tiempo libre sea dedicado a esta historia, porque desde que me reencontré con ella me hace muy feliz escribirla.

Muchísimas gracias por leer y sobre todo, como siempre digo, a los que comentan. En serio, mil millones de gracias por hacer que me sienta tan querida.

Aquí me despido, espero vuestras impresiones y opiniones del capítulo y que os haya gustado mucho.

¡Hasta pronto!