«Y estoy abrazado a ti

sin preguntarte, de miedo

a que no sea verdad

que tú vives y me quieres.

Y estoy abrazado a ti

sin mirar y sin tocarte.

No vaya a ser que descubra

con preguntas, con caricias,

esa soledad inmensa

de quererte sólo yo.»

La voz a ti debida, Pedro Salinas.


-Paradoja-

Capítulo 10. Oasis


Era ya de día cuando se despertó. Lo hizo despacio, como si quisiera quedarse anclado en un sueño que había sido en efecto la realidad. Antes de abrir los ojos, movió la mano por dentro de las sábanas, queriendo acariciar la calidez del cuerpo de Videl, aunque sabía que era probable que no estuviera. Así fue. Las sábanas estaban frías, así que la joven no habría pasado con él ni siquiera unas horas durante la noche. Era casi seguro que, en cuanto él se durmió, Videl se habría marchado sigilosamente de su habitación. Gohan no la había escuchado, no había notado que se había ido de su lado.

Abrió los ojos al fin y posó la vista en el techo mustio de su habitación. Tenía una lámpara vieja, pero estaba cuidada al menos. La luz natural se colaba por entre las cortinas finas, blancas, pero no lo hacía el viento, pues la ventana permanecía cerrada.

Notó que seguía desnudo y, por mero pudor y por no estar acostumbrado a dormir sin ropa, se sentó al borde de la cama, alcanzó solo su ropa interior y se la puso. Se volvió a sentar, se restregó la cara, porque aún la incredulidad no se había ido de su cuerpo. Las ganas, la alegría, la emoción y el amor desbordante, tampoco. Se tumbó con los brazos abiertos y los pies apoyados en el suelo frío. Sonreía como un idiota, lo sabía, pero es que no podía evitar sentir una felicidad única e inusual. Aunque, realmente, era habitual desde que Videl le había correspondido.

Los recuerdos de la noche anterior, de lo que había sucedido entre los dos, eran tan nítidos que incluso lo asustaban. Videl gimiendo entre el silencio, despacio y con cautela, debajo, al lado de él. Videl tocándolo, besándolo, marcándole el camino y enseñándole lo que tenía que hacer. Videl cobijándolo entre sus brazos con tanta fuerza que le dio la sensación de que su vida misma dependía de ello.

La desnudez de su cuerpo le sorprendió. Sabía que iba a ser hermosa, pero no se la imaginaba tan delicada, tan perfecta. Todas sus curvas y todos los recovecos de su cuerpo lo eran, de hecho. Incluso la cicatriz de su vientre le parecía especial, porque la hacía única, pero no imaginaba que procedería de una herida tan dolorosa.

No podía negar que, al verla, Gohan sintió curiosidad. Videl no era alguien que se abriera con facilidad ante los demás, pero le había contado sin rodeos lo que le había sucedido. Le dio la sensación de que necesitaba contárselo a alguien y se sintió afortunado por desprender ese aura de confianza que la animara a hacerlo. Sintió una rabia indescriptible al escuchar aquel relato, al ver sus lágrimas recorriéndole las mejillas, al escuchar su voz entrecortada mientras lo narraba con pesar. Imaginaba que habría sido una experiencia horrible, pero sabía que, por mucha empatía que pudiera tener, jamás podría sentir el abismo que Videl debió experimentar durante ese proceso. Por eso no fue capaz de contestarle. Solo pudo darle consuelo, hacerle saber y sentir que estaba a su lado, que lo estaría para siempre, porque la amaba.

La amaba. La amaba tanto que no entendía cómo era posible sentir de esa manera tan vehemente y visceral. Le daba miedo incluso amarla así. Pero sentía, también, que ese amor era parte de su ser, que él había nacido con el único y exclusivo propósito de encontrar a Videl, de proporcionarle algo de paz, de amarla para siempre. Que Videl, en definitiva, lo había completado a él.

Por eso la hizo partícipe de sus planes de escape. Gohan estaba convencido de liberarla, de llegar hasta las últimas consecuencias, porque se le rompía el alma al pensar que ella aún sufría. Estaba convencido de que no le había creído. A lo mejor había pensado que aquel comentario era un sinsentido, un deseo más que una afirmación. No insistiría de momento en la idea, no al menos hasta que tuviera un plan más logrado. Tendría que esperar aún unos meses, pues en ese momento debía concentrarse en los entrenamientos de su hermano y en acceder a la facción del ejército apropiada para conseguir la información sobre las coordenadas de los planetas que escapaban a los radares de los saiyajin.

Suspiró, preocupado. Sería complicado y muy peligroso, lo sabía, pero también que haría cualquier cosa para lograr que Videl fuera feliz, y con eso bastaba para convencerse, para que ese arrojo que algunos podrían considerar estupidez se afianzara en sus adentros. Su determinación era única. Le sucedía como a su padre y a su abuelo; cuando se le metía una idea en la cabeza perseveraba hasta lograr su objetivo. En esta ocasión, no sería menos.

Se levantó de la cama por fin, quitó las sábanas y recogió la del suelo, y las llevó a lavar. Se encargó de quitar la mancha que no quería que viera su madre, porque si la descubría se moriría de vergüenza. Fue a ducharse, relajado, porque como tenía que entrenar con Goten, el horario era mucho más flexible. Por las tardes, se encerraba con su abuelo en la sala de entrenamiento de turno, aunque la relación entre ellos no era en ese momento la mejor.

El encontronazo que habían tenido había sido fuerte. Bardock no era alguien que se disculpara ante sus errores y Gohan no consideraba que mereciera que lo tratara con normalidad. No estaba dispuesto a ceder a sus presiones, mucho menos en una etapa en la que no podía fijar sus ojos en otra mujer que no fuera Videl. Tal vez, si le hubiese propuesto la idea de emparejarse con una hembra saiyajin cuando aún la joven no había llegado a su vida, la habría aceptado por mera obediencia a su abuelo y a las normas, pero la situación había cambiado radicalmente y no estaba dispuesto a arrojar por la borda su propia felicidad.

Además, el semisaiyajin estaba cansado de fingir que no le importaba la prohibición que había impuesto Bardock de no mencionar siquiera a Gine. Quería poder contar anécdotas sobre su abuela delante de toda la familia, quería simplemente recordarla en voz alta, porque lo que le había dicho era la verdad: Gine era la mejor de todos ellos, así que no era justo que su recuerdo cayera en el olvido. Quizás, debería tratar el tema seriamente con su abuelo, sin reproches, sino haciéndole entender que lo que estaba haciendo no estaba bien. Debería dejar la idea para el futuro de todas formas, porque todo entre ellos estaba demasiado tenso como para que esa conversación llegara a buen puerto.

Salió de la ducha, se secó y se vistió con ropa cómoda. Aún no quería darle la ropa de entrenamiento a Goten, quería ir por fases, paulatinamente, así que él no se ponía su uniforme tampoco. Lo reservaría para cuando cambiara el jardín por la sala de entrenamiento. Tras vestirse, miró el espejo. Estaba empañado, así que pasó la mano por la superficie y vio su borroso reflejo. Se pasó la toalla por el pelo para secarlo con cierta fuerza. Se vio feliz, como nunca antes, así que sonrió con tranquilidad.

Salió del baño y fue hacia el jardín, donde estaba Goten esperándolo ya. La brisa tenue le acarició el rostro. Le sonrió a su hermano, se acercó y le revolvió el cabello ante su fingida queja.

Sin embargo, al mirar hacia el tendedero, se percató de que Videl también estaba allí. Le clavó sin querer los ojos en la espalda y ella pareció notar su insistencia. Se giró mientras estiraba una de las sábanas blancas que estaba colocando sobre el tendedero. Cuando terminó, cogió el cesto del suelo y al pasar por su lado, se recogió un mechón de pelo, lo saludó y le sonrió con tanta genuinidad y pureza que él no pudo hacer otra cosa que quedarse completamente embelesado durante unos segundos. Goten incluso tuvo que llamarlo en un par de ocasiones para que se centrara.

Lo intentó, pero Videl salió de nuevo, se puso a tender más sábanas y, cuando definitivamente acabó, sus miradas se engarzaron. La brisa se arremolinó sobre su cabello negro, ella se lo echó hacia un lado y volvió a sonreírle desde la distancia. Gohan se detuvo, le sonrió y se reafirmó que era alguien tremendamente afortunado por haber logrado que una mujer tan maravillosa como Videl se hubiese fijado en él.


Cerró la cristalera y llevó uno de los cestos a la despensa donde Chichi guardaba todos los utensilios de la colada. Se sacudió las manos, se las limpió en el delantal blanco que llevaba puesto y después se recogió el pelo. Lo tenía bastante largo ya y tal vez sería práctico cortarlo un poco. Podría pedirle a Chichi que la ayudara con eso, pues sabía cortar el cabello y ya se lo había emparejado al poco tiempo de llegar a aquella casa, pero siempre le daba cierto pudor pedirle favores.

Chichi era una mujer buena, entregada y generosa, pero siempre estaba estresada y muy, muy ocupada. No quería darle demasiados quebraderos de cabeza y, de hecho, su propósito era quitarle toda la carga de trabajo que pudiera, aunque a veces ella incluso se resistía.

Estaba esperándola para que comenzaran a cocinar juntas. Chichi se había ido a recoger los cuartos y mientras tanto ella había tendido alguna ropa fuera, para que se secara de forma natural. Estaba tardando un poco más de lo normal, así que se apoyó en la encimera y se quedó mirando el jardín a través de la enorme cristalera que lo conectaba con la casa.

Fijó sus ojos azules en la espalda de Gohan, que previsiblemente se había dado la vuelta para no mirarla y así no desconcentrarse. Sonrió sin remedio. Le había sorprendido verlo aparecer por el jardín tan tarde, pues solía madrugar a diario, pero parecía que esa mañana se le habían pegado las sábanas.

A ella, sin embargo, le había sucedido al revés. Tras estar la noche anterior algunos minutos junto a él en la cama, cuando comprobó que su sueño era profundo, Videl se levantó sin hacer mucho ruido, se vistió en la penumbra de la noche, prácticamente haciéndolo todo a tientas, y se marchó a su habitación. Antes de irse, tapó el cuerpo desnudo de Gohan con una sábana y le acarició el cabello, pues el flequillo le caía encima de la cara y parecía molestarle.

Cuando llegó a su cuarto, se tumbó en la cama, pero su cerebro no podía parar de funcionar, así que no se relajó y no consiguió dormirse hasta altas horas de la madrugada. Igualmente, se había levantado temprano.

Se sentía liberada, mucho más en paz consigo misma. Gohan no la juzgó ni un instante al escuchar sobre su pasado, nunca lo hacía, por eso sabía que era alguien idóneo para sacar a la luz ese trauma que tanto la perseguía. Sabía que no podría olvidarlo, aquello era completamente imposible, pero sentía sosiego al saber que él la apoyaba con sinceridad.

Se dio la vuelta mientras seguía sonriendo. No se dio cuenta de que Chichi había entrado en la cocina hasta que la tuvo al lado.

—Qué contenta te veo hoy.

Videl parpadeó en un par de ocasiones, el rostro se le sonrojó sin quererlo. Con una bayeta que tenía al lado, empezó a fregar la encimera con ahínco, sin mirarla.

—¿Ah, sí? —le contestó entre titubeos que odió en cuanto salieron de su boca.

—Sí —dijo Chichi, tranquila, y se acercó para acariciarle el hombro con cariño. Videl se detuvo entonces—. Y no sabes cuánto me alegro.

Le sonrió, contagiándole el gesto. Su mirada cómplice la abrumó. Hacía muchos años que había perdido a su madre y tener a esa mujer de su lado era especial. Era la única figura maternal directa que había tenido en mucho tiempo. A veces, le entraban unas ganas inmensas de abrazarla, de darle las gracias por preocuparse por ella, por todo lo que había hecho en esos meses, porque en muchas ocasiones ni siquiera lo merecía. Sin embargo, nunca lo hacía. Videl había aprendido con los años y debido a su condición a ser prudente, a ser distante. Eso la había mantenido con vida.

Se pusieron pronto a preparar la comida. Ese día, Chichi quería hacer un guiso que tardaba mucho en cocinarse, así que Videl le ofreció su ayuda y ella la aceptó. Al terminar y dejar los ingredientes cociéndose en la olla, se sentaron a la mesa, junto a unas tazas de té, como hacían todos los días.

—Ya verás qué bueno está. Tiene mucho trabajo, pero a todos en la familia nos encanta. La receta no es mía, pero la he perfeccionado con el tiempo.

—¿De quién es? —le preguntó Videl con genuina curiosidad, pues llevaba ingredientes propios de ese planeta, así que no podría haberla aprendido en la Tierra.

—De mi suegra.

—Se llamaba Gine, ¿verdad?

Chichi asintió. Sus ojos brillaron con tristeza al recordarla. Debía ser duro sentirse sola e incomprendida en un mundo de hombres, sin tener un solo contacto femenino en años más allá que las saiyajin que pudiera encontrar en las calles o en el mercado.

La vio levantándose, rebuscando en una alacena. De allí sacó una caja metálica, la posó sobre la mesa, la abrió y la revolvió. En el fondo había algo que parecía ser una especie de fotografía. La sacó y se la ofreció para que la viera.

Videl sujetó el retrato entre sus manos. En él, se veían a dos mujeres y a un niño pequeño, de unos tres años. Una de las mujeres era Chichi. Lucía increíblemente bella, más joven y con otro peinado. Sonreía con timidez, algo no muy propio de su personalidad. A su lado estaba la otra mujer. Llevaba un atuendo saiyajin, el pelo alborotado y sus ojos transmitían una simpatía desbordante incluso en aquella instantánea inanimada. Sujetaba en sus brazos a un niño, que seguramente era Gohan. Parecía algo asustado, pero miraba al objetivo con curiosidad.

—¿Es ella? —Chichi solo asintió—. Qué guapa.

—Lo era. Pero lo mejor de Gine no era su belleza, era su bondad.

—Me habría encantado conocerla —afirmó con rotundidad, para su sorpresa. Jamás imaginó que diría aquello sobre un miembro de la raza saiyajin, incluso aunque fuera una hembra.

—Te habría querido mucho. Como ella tuvo dos hijos, quería que Gohan fuera una niña. Pero bueno, no pudo ser. Igualmente, a él lo quería mucho también. —Chichi entrelazó los dedos. La oscuridad densa de sus ojos refulgió con melancolía—. Me ayudaba tanto… No habría aprendido jamás a vivir aquí sin ella. Ni siquiera Goku-sa hizo en esa época tanto por mí. Cuando necesitaba algo, siempre me lo conseguía, aunque tuviera que ir al mercado negro. Se lo pedía a Bardock a veces, pero sé que ella también iba. Y lo hacía solo por mí. Me costó mucho aceptar que no podría volver a verla. A día de hoy, la sigo echando mucho de menos.

Videl, por primera vez en todos los meses que llevaba viviendo en esa casa, acarició la mano de Chichi. Nunca había iniciado ella el contacto, así que no fue raro que la mujer la mirara con desconcierto. Pronto, su rostro reflejó gratitud.

Se quedó pensando en sus palabras. No sabía qué podría necesitar Chichi del mercado negro hasta que pensó en el número de hijos que tenía. En esos meses, había podido observar la estructura de las familias de los saiyajin. El mínimo de hijos que tenían era de unos cinco o seis, porque era importante para ellos perpetuar el linaje de su raza. Gine también había tenido solo dos hijos, así que estaba claro que sabía dónde conseguir anticonceptivos. Si no le fallaban los cálculos, Chichi todavía estaba en edad fértil, así que alguien debía de proporcionárselos aún.

—¿Y… qué haces ahora para conseguir algo del mercado negro cuando lo necesitas?

Chichi suspiró, se encogió de hombros con resignación.

—Se lo pido a Bardock. Es un cascarrabias y no me gusta hacerlo, pero no me queda más remedio. El mercado negro es un lugar demasiado peligroso para mí y tampoco quiero que mi esposo lo frecuente. Bardock está acostumbrado a moverse por allí y lo conocen bien.

Videl se mordió los labios con nerviosismo. Si seguía manteniendo relaciones sexuales con Gohan, aun de la forma en la que lo hacían, había un mínimo riesgo de que se quedase embarazada. No podía permitir que algo así sucediera, porque tenía una ligera idea de lo que les hacían a los hijos de los esclavos en ese planeta. Porque no estaba dispuesta a pasar por lo mismo otra vez. Pero tampoco quería dejar expuesta su privacidad y le daba vergüenza hablar sobre algo tan íntimo con Chichi, que a fin de cuentas era la madre de la persona con la que se acostaba y que ataría cabos rápidamente y los descubriría.

—Videl, si alguna vez necesitas algo que creas que se puede conseguir en el mercado negro, dímelo. Yo se lo pediré a Bardock.

La joven asintió. Tal vez no le quedaría más remedio en el futuro, pero de momento no le diría nada, aun exponiéndose. Volvió a mirar la foto. Sin darse cuenta, acarició el rostro de Gohan con el pulgar.

—Gohan era un niño muy bonito, ¿verdad?

—Sí —coincidió Videl, aunque un sonrojo tenue acompañó sus palabras.

Le ofreció de nuevo la fotografía a Chichi. No quería hablar demasiado con ella sobre Gohan, así que no insistió en la idea.

Chichi volvió a esconder cuidadosamente el retrato en la caja metálica, debajo de otros utensilios que nadie aparte de ella usaba en esa casa. La guardó en la alacena, se acercó a la olla y movió su interior. El aroma inundó la estancia, haciéndola sentir que ese era su hogar, y la llevó a imaginar una vida tranquila y pacífica en la que esa mujer buena y entregada era su suegra y le enseñaba a cocinar.

—Por favor, no le cuentes a nadie que tengo esa foto guardada. Es la única de Gine que pude conservar —solicitó Chichi, más como si fuera una súplica y no le estuviera pidiendo un simple favor.

—Claro, no te preocupes —le dijo enseguida Videl para tranquilizarla ante la urgencia de sus palabras, aunque no entendió tanto secretismo por tan solo una foto de un ser querido por todos los miembros de esa familia.

Le intrigaba mucho todo lo que tenía que ver con Gine. Chichi le iba dando algunas pinceladas, pero no contaba demasiados detalles, posiblemente porque le resultaba aún y a pesar de los años un tema doloroso de abordar. Quizá le preguntaría a Gohan por ella, pero más adelante, cuando la relación se asentase un poco más y no tuviera la sensación de que se estaba entrometiendo demasiado.

Pasaron un par de horas más y Chichi comenzó a servir la comida. Videl la ayudó y al terminar se sentó a la mesa de la cocina. Esperaría a que la familia terminara para almorzar sola, como hacía a diario. A pesar de todo, no se sentía parte de aquel núcleo familiar. No quería forzar las cosas y hacer algo con lo que no estuviera conforme del todo.

Gohan entró entonces en la cocina. Goten le seguía de cerca, pero, tras saludarla escuetamente, se fue enseguida a bañarse.

—Gohan, ve tú también. Vamos a comer ya, en cuanto llame a tu padre y a tu abuelo —le dijo Chichi, que también estaba por allí.

—Mamá, hoy voy a comer un poco más tarde, así que no me esperéis.

Chichi enarcó una ceja con el gesto serio. Se encogió de hombros y se marchó a la sala, dejándolos solos.

—No le ha gustado mucho esa idea —le dijo Videl mientras apoyaba el codo en la mesa y el rostro en su mano.

—Me da igual. Hoy me apetece comer contigo.

No dijo nada más y se fue. Cuando todos habían acabado de comer y Chichi había recogido la cocina, Gohan volvió. Fue él quien se encargó de servir los dos platos de comida, de poner la mesa y de hacerlo absolutamente todo, aunque Videl le había insistido en ayudarle.

Se notaba que quería cuidarla, pero no podían bajar la guardia tampoco. Hacer aquello un día podría pasar desapercibido, pero si se convertía en algo sistemático, su abuelo podría sospechar.

Comenzaron a comer en silencio. Sin embargo, no estuvo incómoda en ningún momento. Parecía que llevaban toda la vida compartiendo una cotidianeidad juntos, pero tenía que dejarle claro que no podían convertir aquello en una costumbre.

—No deberías estar aquí.

—¿Por qué?

Videl soltó la cuchara, se secó la boca con una servilleta e irguió la espalda. Él la imitó. No sabía si era falsa ingenuidad o si de verdad estaba perdiendo la cabeza y ya le daba igual todo.

—Si nos ve tu abuelo, sospechará. De hecho, ya has visto la cara que ha puesto tu madre.

—Mi madre es muy familiar y no le gusta que no comamos todos juntos a diario. No hay otra razón.

—¿Y tu abuelo? —le preguntó con recelo.

—No creo que venga por aquí. Tiene que ir a una misión en un par de días y debe preparar algunas cosas. Además, por una vez no pasa nada. Si viene, le diré que me apetecía comer más tarde y que ha dado la casualidad de que estabas aquí y me he unido a ti.

El rostro de Videl se ensombreció y Gohan lo notó. No le gustaba que se mencionaran las misiones delante de ella. Le recordaba el lugar en el que estaba, la hacía desconectarse de su idílico remanso de paz.

—Entiendo.

—Mi abuelo solo hace misiones de reconocimiento y de instrucción para los jóvenes. Está parcialmente retirado —le aclaró él.

Videl se sorprendió. Continuó comiendo en silencio. Que un saiyajin tan rudo como Bardock ya no conquistara planetas se le hizo raro. Estaba en plena forma aún, a pesar de que seguramente tenía más de sesenta años. Por alguna extraña razón que no comprendía, los miembros de esa raza parecían no envejecer. En la foto que le había mostrado Chichi, ella tendría más o menos unos veinte años. Era probable que Gine le doblara la edad y aun así parecían las dos igual de jóvenes.

Era curioso sin duda. El contraste se notaba en la diferencia de apariencia entre Chichi y su esposo, y eso que ella no se conservaba nada mal. ¿Les sucedería a Gohan y a ella igual, aunque él fuera mestizo? Realmente, si se detenía a meditarlo, formularse aquella pregunta no tenía sentido alguno. A pesar de su acercamiento, Videl seguía teniendo la misma condición de esclava y eso no se le podía olvidar.

Terminaron de comer y entre los dos fregaron los platos. La situación se le antojó un poco extraña, pero a la vez reconfortante. Durante el día no podían pasar demasiado tiempo juntos, así que compartir pequeños ratos era siempre motivo de alegría.

—Vete ya si quieres y yo termino de colocar los platos. Te estará esperando tu abuelo.

—Que espere.

—Gohan… —le reprochó ella, girándose para mirarlo.

—Es que me encanta estar contigo, Videl.

La chica sonrió. Se puso enfrente de él, le acarició el cuello, a pesar de que estaban en un lugar de paso como era la cocina, en el que cualquiera podría verlos. En ese momento y sin saber por qué, no le importó demasiado.

—Ya lo sé —susurró despacio. El contacto cesó—. Pero te tienes que ir. Nos veremos esta noche.

Gohan asintió con energía, se despidieron sin toda la efusividad que les hubiese gustado expresar a ambos y se marchó.

Videl, por su parte, se quedó en la cocina acabando de colocarlo todo. Pronto apareció Chichi y volvió a centrarse en las tareas domésticas, aunque no pudo evitar que su mente no dejara de contar las horas que quedaban para volver a ver a Gohan.


Completamente exhausto, Gohan se tiró en el suelo blanco de la sala de entrenamiento con las piernas y los brazos abiertos. Jadeaba con insistencia por el cansancio. Cerró los ojos un instante y, al siguiente, vio la silueta característica del cabello de los hombres de su familia, que él no había heredado. Aunque esta era una versión más pequeña, por supuesto.

—Hermano, ¿ya estás cansado?

Gohan asintió y se rio. Parecía mentira que solo hubiese pasado un mes y medio desde que habían empezado los entrenamientos en el jardín de su casa.

Hacía dos semanas que había decidido instruir a Goten en técnicas y golpes. El niño era mucho más avispado y resuelto de lo que se imaginaba, mucho más de lo que él mismo lo era con su edad. A pesar de haber estado siempre bajo el manto protector de su madre, era un prodigio. Su abuelo se sorprendería mucho cuando lo viera sin duda alguna.

El mayor problema de Goten era que no sabía medir la fuerza de los ataques. En uno de sus entrenamientos matutinos, había destrozado la mesa del jardín, que había volado unos metros hasta llevarse por delante el muro de la fachada trasera de la casa.

Chichi, como es lógico, entró en cólera al observar todo ese desastre, así que les prohibió los entrenamientos en casa. Gohan optó por pasar de una vez a la sala de entrenamiento. Ya le había dado a Goten su traje especial, el del ejército saiyajin, aunque uno de talla pequeña, de los que se daban a los principiantes. El entrenamiento tenía múltiples fases y duraba años, pero si ese era su desempeño con tan solo un mes y medio no se quería imaginar lo fuerte que sería al dar el estirón con quince años.

—Sé que tú también lo estás. Anda, échate aquí conmigo.

Goten se rio con energía, se puso al lado de su hermano en la misma postura. Observaron en silencio el techo blanco de la habitación. Gohan no pudo escuchar la respiración desacompasada de su hermano, a pesar de que llevaban tres horas entrenando sin parar. Estaba seguro de que, cuando Bardock descubriera sus capacidades, entrenarían los tres juntos.

Por una parte, le apetecía. Su abuelo no había vuelto a mencionarle el tema del emparejamiento y los hijos afortunadamente y su relación se había ido recomponiendo con el paso de las semanas, aunque el saiyajin de la cicatriz no se había dignado a pronunciar siquiera un atisbo de disculpa. Era demasiado orgulloso como para rebajarse a reconocer sus propios errores, así que Gohan decidió ir tratándolo con normalidad de nuevo para que no se acabaran distanciando.

La vida y los días seguían su curso. Estaba muy ocupado últimamente además. Los entrenamientos con Goten lo dejaban muy cansado, aunque aún no había sacado toda su fuerza en el intercambio de golpes porque no quería lastimarlo de más. La primera vez que le dio un puñetazo, le partió la ceja. Goten lloró con desconsuelo, pero pudo calmarlo. Lo curó en su cuarto, porque quería acostumbrarlo a no usar el tanque de recuperación, pues no creía que su abuelo se lo permitiese en sus primeras sesiones. Aunque no estaba seguro, tal vez se ablandaba un poco al ser testigo de su potencial y al pasar más tiempo con él. Porque a pesar de sus logros, Goten seguía siendo el niño risueño, curioso y tiernamente atolondrado que siempre había sido.

Por las tardes, seguía entrenando con Bardock, aunque solo lo hacía tres veces en semana. Los otros días, iba al cuartel. Había rellenado la solicitud para la facción Z del ejército, donde se investigaban tecnologías alternativas para las naves, los tanques de recuperación y otros artefactos tecnológicos que estaban en vías de desarrollo. Estaba convencido de que ahí podría consolidar su plan.

Había hecho una serie de exámenes de ingreso. En los distintos escuadrones del ejército saiyajin había pruebas. Solían ser todas físicas, pero ese departamento necesitaba mentes capaces, así que combinaban exámenes teóricos y prácticos. La última prueba era una misión de tres semanas, aunque para su alivio no era de conquista, sino de saqueo. Sustraerían materia prima interesante de algunos planetas, pero intentando no entrar en reyertas peligrosas, pues los ejércitos eran potentes y podrían hacerles frente. El Rey Vegeta lo último que quería era una invasión, así que las directrices eran claras. La misión serviría como prueba final, para comprobar la fuerza y la astucia de los aspirantes.

No veía demasiado a Videl. Se reunían algunas noches cuando el cansancio se lo permitía. Cuando su abuelo no estaba en casa, se permitía compartir la mesa con ella. Su madre lo terminó aceptando incluso, aunque consideraba una estupidez que Videl no se sentara con todos en la sala a comer en ausencia de Bardock.

Chichi estaba siendo muy discreta. No le preguntaba por su relación nunca, les tapaba los mínimos descuidos que pudieran tener y Videl le había confirmado que su relación era idéntica, si no mejor incluso. Suponía que le había contado a su padre sobre sus avances, pero él no era alguien que se inmiscuyera en esos asuntos. Tal vez en un tiempo le podría contar que su consejo había sido decisivo para lograr su propósito. De momento, el silencio era su mejor arma, porque quien no podía saber nada sin duda era Bardock.

Sobre Goten… no estaba demasiado seguro de que se hubiera percatado de que su hermano mayor y la chica que ayudaba a su madre tenían algo. Goten era inocente como su padre, pero no lo veía tan distraído, así que podría saberlo ya.

—Te estás adaptando muy bien, Goten.

—¿Crees que el abuelo estará contento cuando empecemos a entrenar juntos?

El niño se sentó con las piernas cruzadas, así que Gohan lo acompañó. Le revolvió el cabello con efusividad.

—¡Pues claro! Eres mucho mejor que yo. Con tu edad, estaba todo el día lloriqueando.

—A mí también me entran ganas de llorar a veces… pero me aguanto. Porque esto es algo que tengo que hacer, ¿verdad? Además, quiero que el abuelo esté orgulloso de mí.

Gohan le sonrió con tristeza. Qué injusto el mundo, que obligaba a luchar a un niño que era todo corazón y bondad. Ojalá poder llevárselo con él al destino que eligiese para pasar el resto de sus días con Videl.

Aunque le doliera profundamente, ella iba primero. Cuando estuvieran a salvo, intentaría que su familia se fuera con ellos para poder estar tranquilos. Estaba seguro de que sus padres y su hermano querrían irse con él y si Bardock decidía quedarse en el Planeta Vegeta… Bueno, ese era su problema. Lo quería y lo respetaba profundamente, pero no podía seguir anclado a unas tradiciones y un modelo de vida que no le parecía justo y tampoco le hacía feliz.

—Lo estará, no te preocupes más por eso.

—¡Vale! —exclamó Goten con total confianza. Nunca dudaba de su hermano mayor—. Oye, hermano, ¿si te pregunto algo, me prometes que no te vas a enfadar?

Gohan torció la boca y se rascó la nuca. Eran contadas las ocasiones en las que se enfadaba con su hermano pequeño, así que no sabía a qué venía esa pregunta. Nunca había sido como su abuelo, así que siempre le hablaba a Goten de Gine. No tenían prácticamente secretos ni temas vetados o prohibidos.

—¿Por qué me iba a enfadar? Venga, dime.

Goten, como había hecho anteriormente su hermano mayor, se rascó la nuca. Hizo la pregunta rápido, sin pausas, por los nervios.

—¿Videl y tú sois novios?

Se sorprendió mucho al escuchar el interrogante de su hermano. No parecía tan despierto como para haber llegado él solo a esa conclusión.

—¿A qué viene esa pregunta?

—A ver… El otro día, bueno… ¡Fue sin querer, eh! Estaba en el jardín y tú estabas con Videl en la cocina y vi que la besabas en la boca, como papá y mamá hacen cuando piensan que nadie más los está viendo.

Gohan frunció el ceño. Menos mal que el testigo de aquel descuido había sido Goten. No podía permitirse relajarse así nunca más. Pero era tan difícil… porque se moría por besar a Videl a todas horas y si compartían poco tiempo juntos tenía que aprovecharlo. Como fuera, no volvería a bajar tanto la guardia. Era demasiado peligroso.

Relajó el gesto al ver a su hermano algo asustado. Se encogió de hombros.

—No sé si se podría decir que somos novios…

—¡Pues yo diría que sí que lo sois!

Goten comenzó a reírse a carcajadas y Gohan le dio un ligero codazo en el hombro mientras sonreía.

—Trae la merienda, anda —ordenó. Goten, de buena gana, se levantó a por la merienda que ese día les había preparado su madre.

Se la comieron juntos y descansaron algún rato más. Les quedaba poco tiempo en la sala de entrenamiento, así que decidieron seguir hasta que se agotara por completo. Pero antes de retomar la sesión, Gohan le pidió un favor a su hermano pequeño.

—Goten, es importante que no comentes con nadie lo que viste en la cocina, ¿vale?

—¿Por qué? —preguntó el niño sin entender qué tenía de malo que dos personas se quisieran.

—Es muy complicado de explicar, pero me tienes que hacer ese favor. Confío en ti, enano.

Gohan le revolvió de nuevo el cabello, el niño asintió y sonrió, y volvieron al entrenamiento hasta que el tiempo reservado en la sala expiró y se marcharon a casa.


El sol, ese día, brillaba con fuerza por suerte. Gohan tenía medio día de descanso, pues su abuelo se lo había permitido antes de que empezara su misión, y había decidido llevar a Videl a uno de sus sitios favoritos.

A tan solo tres kilómetros de su casa, había un lago grande, de aguas cristalinas pero que se veía rosáceo en la distancia por el reflejo del cielo. Sabía que el lugar le encantaría a Videl y además era seguro.

Como le había explicado por el camino, los saiyajin no tenían tiempo de ocio, así que parajes naturales de ese tipo estaban siempre desiertos. Por sus padres, sabía que los terrícolas, en sitios así, se dedicaban a pasar el día pescando, que hacían picnics y se reunían con sus familiares y amigos en días señalados. Era una parte bonita de su cultura, que Gohan adoraba y que quería compartir con Videl.

En esa ocasión, no llevaron nada, pero pasarían la tarde allí juntos, con la única compañía del otro. Habían sido semanas intensas y apenas se habían podido ver, así que necesitaba ese tiempo a solas.

Cuando llegaron, se sentaron sobre la hierba. Hacía algo de calor, así que se colocaron debajo de un árbol grande que hacía suficiente sombra para que cupieran los dos.

—Es un lugar precioso de verdad —afirmó Videl mientras miraba al horizonte—. ¿En serio que nadie viene nunca por aquí?

—Nadie. Yo tampoco lo entiendo. Desde que era pequeño, cuando quiero estar un rato solo, me vengo aquí.

—Gracias por compartir esto conmigo, Gohan —le dijo con sinceridad. Le estrechó la mano.

Había descubierto que Videl era alguien bastante cariñosa. Le gustaba que fuera así, que siempre buscara su tacto, que se estuviera entregando por fin a lo que sentía.

Dudaba que sus sentimientos fueran tan intensos como el amor que él sentía, pero no le importaba que estuvieran en distintos niveles. A fin de cuentas, el tiempo lo estabilizaría todo y si no lo hacía, le daba igual. Era feliz entregándole todo cuanto pudiera de él. Cada pedazo de su alma ya le pertenecía por completo, pero no se sentía vacío en absoluto, por más extraño que pudiera parecer.

—Me alegro de que te guste.

Videl recortó la distancia entre sus cuerpos y lo besó. Llevaban un tiempo sin poder estar así de juntos, así que lo echaba de menos. Sin embargo, no quería dejarse llevar sin contarle antes a Videl sobre su ausencia.

Se separó de ella y le dio la sensación de que se había quedado con ganas de más. Solo esperaba que no se lo tomara demasiado mal y así poder retomarlo después de la conversación.

—Tengo que decirte algo. —Videl hizo un gesto con la cabeza en silencio para que hablara—. En unos días me iré de misión.

La joven irguió la espalda. Carraspeó ligeramente y su aura entera pareció cambiar.

—Oh.

—No es una misión de conquista —se apresuró él a decir.

—No me tienes que dar explicaciones sobre nada, Gohan.

—Pero quiero hacerlo —le aseguró con convicción—. No es una misión de conquista —repitió para que le quedara totalmente claro, porque no quería decepcionarla.

Videl se relajó. Le acarició el rostro mientras lo miraba tan fijamente que pensó que con sus ojos azules podía atravesarle incluso el alma. No era una mala sensación.

—¿Es muy larga?

—Tres semanas.

Lo besó de nuevo. Gohan le acarició la cintura, la atrajo a su cuerpo y, cuando parecía que por fin iban a ir un poco más allá, Videl se separó de él y se levantó. La vio mirando hacia el cielo.

—Hace calor hoy.

Gohan asintió, pero no esperaba para nada lo que Videl estaba a punto de hacer. Fue hacia el lago mientras él se quedaba sentado, observando sus pasos. Casi en la orilla, se dio la vuelta, para asegurarse de que él la viera. Empezó a desnudarse tan lentamente que le pareció una tortura estar tan lejos y no poderla tocar. Dejó la ropa en la hierba, sin cuidado alguno, y una vez que estaba completamente desnuda, le hizo un gesto con los dedos para que la acompañara.

No se lo pensó dos veces. Se levantó enseguida, se acercó a la orilla y se desnudó. Videl ya se había metido en el agua, así que la alcanzó. La sujetó de la cintura, la aproximó a su cuerpo, la besó. Quería sentirla todo lo cerca que pudiera, así que incluso le rodeó la cintura con su cola sin querer. Pero a ella no le molestó, pues al sentirlo lo besó con más fiereza aún.

Tras algunas caricias intensas, Gohan le enroscó las piernas en su cintura con algo de impaciencia. Justo antes de concretar la unión, Videl le susurró al oído:

—No te olvides de…

—… no acabar dentro. No te preocupes —la interrumpió Gohan para que se sintiera segura.

Siempre que compartían intimidad, Videl le recordaba esa directriz. A él no le molestaba en absoluto, pues sabía que confiaba en él, pero entendía que necesitaba que no se le olvidara bajo ningún concepto.

Ella asintió, posó el rostro sobre su mejilla. El vaivén por fin comenzó, Gohan afianzó el agarre de su cuerpo y pensó en ese momento que ojalá toda su vida se resumiera en ese lago, en ese instante y en el amor tan intenso que le profesaba a Videl.


Continuará...


Respuesta a los reviews anónimos:

Any-Chan: ¡muchísimas gracias por leer y comentar! Es que Videl y Gohan son una pareja muy buena, no me extraña nada que estén en tu top. Me alegra muchísimo que te esté gustando la historia, de verdad. Espero que este capítulo también te guste. Muchas, muchas gracias de nuevo. :D

Como sabéis, los reviews de usuarios registrados los contesto por privado y si alguien más los quiere dejar en anónimo, pues los agradezco infinito y los seguiré contestando por aquí. Mil gracias.


Nota de la autora:

Pues aquí estoy escribiendo sobre amor y más amor, ay, me encanta. Aunque claro, las cosas en algún momento se tienen que poner difíciles, creo que todas y todos somos conscientes de ello.

¿Estáis viendo Dragon Ball Daima, por cierto? A mí me está gustando mucho, creo que es un bonito tributo a Toriyama, se nota que está hecho con cuidado y amor. Me gustó que dijeran lo de que los saiyajin dan el estirón a los quince años, así que hice un pequeño guiño aquí.

En fin, espero que os haya gustado el capítulo. Quedo a expensas de vuestras impresiones y comentarios, porque yo no tengo mucho más que decir, aparte de, por supuesto, daros siempre las gracias, porque sois el motivo que le da sentido a esta historia.

Nos leemos, espero que muy pronto.