-Paradoja-

Capítulo 11. Con los pies sobre el suelo


Aquella mañana justo tras despertarse, sintió un dolor intenso y prolongado en la parte del bajo vientre. Se retiró la sábana de encima, se levantó de la cama velozmente y salió de la habitación para dirigirse al baño. Tras sentarse en el inodoro, bajarse la ropa interior y observar la mancha de sangre espesa que impregnaba la tela, Videl se echó a llorar con desconsuelo.

Había tenido un retraso de únicamente tres días, pero estaba desesperada. Su regla siempre era regular y la única vez que recordaba que se le había retrasado fue cuando se quedó embarazada. Estaba atemorizada, porque lo último que quería era tener un hijo en ese momento de su vida, en esas condiciones.

Un día en el mercado, cuando Chichi y ella se detuvieron en un puesto a comprar algunas frutas, escuchó la conversación de dos mujeres saiyajin. Una de ellas había comprado una esclava hacía tres años y se había quedado embarazada de su sobrino, que vivía en su casa. Aquella esclava había disimulado perfectamente el embarazo para que nadie se enterara, había parido en un cuarto de baño que la familia tenía en el patio para ella, lo había limpiado todo y había huido. Pero había dejado demasiados rastros, además de su evidente desaparición, y al descubrirla con un hijo de un saiyajin libre entre los brazos se lo habían arrebatado y lo habían desmembrado entre los cabecillas macho de la familia delante de ella.

La conclusión que Videl sacó de esa conversación que le erizó todo el vello del cuerpo fue que no había escapatoria, que de ese lugar horrible no podría salir jamás. Prácticamente se le había olvidado ese relato. Sin embargo, en el primer día de su retraso, comenzó a darle vueltas a esa historia, a obsesionarse tanto que estuvo dos noches casi sin dormir. Si se quedaba embarazada y lo descubrían, la obligarían a abortar —de una manera que estaba convencida que sería completamente invasiva con su cuerpo y que no le garantizaría ciertas condiciones de salubridad, bienestar y seguridad— y si llegaba a tener un hijo de Gohan lo asesinarían de la forma más cruel que podía imaginar.

Los miembros de esa raza no tenían escrúpulos, eso lo sabía Videl desde el primer día que pisaron la Tierra, pero viviendo en el Planeta Vegeta se había dado cuenta de que muchos de ellos también carecían de alma. Que eran materia física, con músculos y una determinada apariencia, pero por dentro estaban huecos. En las últimas semanas, de hecho, estaba empezando a comprender la suerte que había tenido con la familia saiyajin que le había tocado.

No entendía que una especie que lo que más valoraba era la prevalencia de su estirpe tratara a descendientes de su raza de ese modo tan espantoso. Sí, esos niños eran mestizos, pero ese no era el problema realmente. Gohan y Goten lo eran y nunca habían sido repudiados —probablemente por su apariencia idéntica a la de los saiyajin puros—, pero también había visto algunos mestizos con distintos colores de piel, cabello y ojos paseándose por las calles sin problema alguno, aunque imaginaba que habrían sufrido algún tipo de discriminación por ser diferentes a lo largo de su vida, pues eso incluso en la Tierra sucedía. Pero en realidad, lo que más importaba a los saiyajin era la fuerza, la capacidad física extraordinaria que poseían, el margen de mejora constante que tenían.

El problema con los hijos de los esclavos era, en efecto, que habían sido engendrados por un esclavo. Poco importaba que tuvieran también genes de la conocida como raza más fuerte del universo, pues en ese planeta los esclavos eran menos que un objeto. Eran la nada. Eran un complemento, seres inferiores supeditados a las órdenes constantes de sus dueños. Soportaban palizas, vejaciones e insultos diarios, algunos estaban visiblemente desnutridos y sucios. No eran seres, en realidad. No sabía lo que eran.

Videl los había visto en ocasiones. A veces los sacaban encadenados a las plazas, los castigaban en la puerta de sus casas a latigazos por nimiedades, incluso los asesinaban públicamente sin consecuencias, porque eran propiedad de sus dueños; nada más.

En varias ocasiones, al principio a Chichi le preguntaron si esa chica era una pariente suya que se había mudado con ellos. Ella nunca aclaraba su situación, pero fue cuestión de tiempo que todos se enteraran de que Bardock había comprado una esclava humana. Algunos saiyajin la miraban con asco y la mayoría de los esclavos con los que se cruzaba lo hacía con rabia y una envidia desorbitada, y lo comprendía absolutamente, porque a pesar de tener la misma condición legal, no podía considerarse como una de ellos.

Casi todos los hijos de esclavos y ciudadanos libres que nacían tenían una madre esclava de otra raza y un padre saiyajin y eran producto de una violación. Si se descubría el embarazo a tiempo, se interrumpía sin dudarlo. Algunas mujeres morían, otras sobrevivían y por lo general eran vendidas, porque representaban una vergüenza para la familia. Pero la culpa nunca recaía sobre los machos, que a fin de cuentas eran los responsables de todos esos asesinatos.

Los nacimientos de niños de esclavos no eran frecuentes en la sociedad saiyajin, pero sí muy sonados cuando se producían, porque la ejecución de la cría —incluso a veces de la madre— era pública. Para que sirviera de advertencia, solían decir.

Videl no había visto ningún caso y no creía que pudiera soportarlo, pero Chichi hablaba con ella sin tapujos, para que comprendiera los peligros que entrañaba ese lugar para alguien tan físicamente indefensa y débil como lo era ella.

La madre de Gohan también le contó que en una ocasión, uno de esos niños nació de un macho esclavo y de una hembra saiyajin que se enamoraron y quisieron escapar. Sin embargo, los descubrieron y los mataron a todos.

Con toda la información que tenía, Videl no se podía creer que no hubiese sido mucho más precavida. Sobre todo sabiendo que podía conseguir anticonceptivos de manera medianamente fácil y rápida. El susto desde luego le serviría de escarmiento.

Por otro lado, aunque Videl le tenía mucho cariño a Gohan, no podía afirmar categóricamente que estuviera enamorada de él, y ella siempre había pensado que una nueva vida debe surgir de dos individuos que compartan un vínculo potente y especial. Además, imaginarse dando a luz a un hijo saiyajin hacía que se estremeciera. Tenía una pseudorrelación con Gohan, se llevaba bien con su hermano, su padre le parecía majo y respetaba a su abuelo, pero los demás saiyajin le producían repugnancia, porque tenían un modo de vivir que no entendía y no parecía haber indicios de que se lo cuestionaran siquiera.

Le daba escalofríos pensar en una criatura que compartiera esos genes y que saliera de ella, que le viera a diario la cola en la parte baja de la espalda y le recordara a los especímenes que mataron a su padre y que tanto la habían hecho sufrir.

No era viable y aun así había permitido que hubiera una posibilidad, por ínfima que fuera, de que algo así sucediera. Nunca había visto preocupado a Gohan por usar ningún método anticonceptivo, pero no creía que hubiera mucha conciencia social sobre el tema ni educación sexual y además los hombres por lo general, en múltiples razas y culturas, estaban criados de manera que nada fuera su culpa ni su responsabilidad. Así que era consciente de que ella era quien se tenía que cuidar.

Tenía la suerte de compartir un baño exclusivamente con Chichi, así que allí había productos de higiene femenina siempre. Eran rudimentarios, fabricados por ella misma y reutilizables, nada comparado con los que se vendían en cualquier supermercado de la Tierra, pero efectivos, y eso era lo que verdaderamente importaba. En muchas ocasiones no había tenido posibilidad de usar ninguno, así que se había tenido que tirar de imaginación con los pocos recursos que tenía en ese momento o incluso estar manchada durante días.

Tras conseguir calmarse un poco, lavó la ropa interior a mano y se metió en la ducha. Solía tener algunas mudas en el cuarto de baño, así que en ese aspecto no tendría ningún problema. Se duchó rápido, salió y se secó el cuerpo. Se vistió, se peinó y se dejó el cabello húmedo. Se observó en el espejo; lo tenía bastante largo ya.

Recogió el baño, llevó la ropa al cesto y se fue a la cocina, donde sabía que Chichi estaba ya. En efecto, al entrar la esperaba con una sonrisa adornándole los labios y dos tazas de té caliente sobre la mesa. Era temprano, pero esa mujer solía madrugar a diario. Era incansable realmente. Se alegraba de tenerla a ella como apoyo incondicional, de saber que la entendía en cierta medida y que la protegería y la ayudaría en todo lo que pudiera.

—Buenos días, cariño.

—Buenos días, Chichi —la saludó ella afectuosamente y se sentó a su lado.

Comenzaron a beber el té en silencio. No sabía si debía tener primero una conversación cotidiana, más trivial, antes de abordar la situación. No podía negar que le daba mucha vergüenza pedirle a la madre de Gohan que la ayudara a tomar medidas contra un embarazado no deseado, pero no le quedaba de otra. Chichi no era tonta en absoluto, se daba cuenta de las cosas aunque callaba y lógicamente se iba a percatar de que Videl se acostaba con su hijo, pero no podía posponer esa conversación más. No quería llevarse ese susto de nuevo.

Decidió que atajaría el tema de forma más o menos directa.

—Chichi, necesito algunas cosas.

—Claro, dime el qué.

Videl se mordió el interior de la mejilla con nerviosismo. Ella la miraba como siempre, sin notar su creciente pudor, su vergüenza. Comenzaría por las cosas más simples que en efecto necesitaba.

—Me ha bajado la regla, así que necesito repuestos. Mi cepillo del pelo está algo desgastado, ¿me podrías conseguir otro? No hace falta que esté sin estrenar, con uno tuyo viejo me conformo.

—¿Qué dices, mujer? Claro que será nuevo. Hay un puesto en el mercado en el que venden, de hecho. Mañana te lo compro, que tengo que salir.

—Gracias.

—De nada, cielo. ¿Algo más?

—Sí —afirmó Videl con decisión. Si lo decía como cualquier otra cosa más le restaría importancia y no se pondría tan nerviosa al hacerlo—. Necesito anticonceptivos.

Vio a Chichi arqueando una ceja, moviendo la cabeza en un gesto brusco e involuntario para escrutarla con la mirada. Se notaba que estaba sorprendida y no era para menos. Podría sospechar que Gohan y ella se habían acercado, pero no que mantuvieran relaciones sexuales, porque el semisaiyajin tenía apariencia de alguien retraído y tímido, aunque no lo era tanto como lo parecía.

Recuperó la compostura pronto. Movió la mano para estrecharle la suya, pero pronto se arrepintió, tal vez para restarle importancia al asunto.

—Le pediré a Bardock que consiga para un año y lo repartimos entre las dos, así que tendremos para seis meses para cada una. De todas formas ya me hacen falta a mí también. ¿Te viene bien?

—Sí, claro.

—Estupendo.

—Chichi, no te estoy poniendo en ningún compromiso pidiéndote esto, ¿verdad?

—Por supuesto que no. Yo también los necesito, ya te lo he dicho.

—Pero si le pides a Bardock anticonceptivos para un año y resulta que a los seis meses necesitas más, ¿no sospechará?

Chichi se rio enérgicamente y le quitó un poco de tensión al asunto.

—¡Pues claro que no, cielo! ¿Tú crees que algún hombre, sea de la Tierra, saiyajin o de cualquier raza de este inmenso universo, se va a preocupar por ese tipo de cosas? No lleva las cuentas. Le podría pedir cada mes y no lo notaría.

Videl sonrió. Obviamente aquello era una exageración con la que Chichi trataba de quitarle hierro al tema. Tal vez la había visto nerviosa, porque lo estaba y mucho, y quería que se relajara. Pero confiaba en ella.

Durante los tres días en los que estuvo desesperada por el retraso de su menstruación, se le pasó por la cabeza en muchas ocasiones dejar de ver a Gohan, al menos de aquella forma tan íntima. Pero no quería hacerlo. Debía ser honesta consigo misma; Gohan le proporcionaba mucha paz, y sus caricias, sus abrazos y la forma en la que la tocaba y lo sentía la hacían experimentar que aún seguía viva.


Bardock tan solo necesitó tres días para conseguirle a Chichi los blísteres de pastillas anticonceptivas que le había pedido. Hacía bastante tiempo que le había contado a Videl que se comunicaban únicamente por necesidad y de hecho no recordaba haberlos visto hablando jamás.

Era curioso que el cabeza de familia, que era un saiyajin tradicional y arraigado a sus costumbres y en general a muchas de las de su raza, permitiera que su nuera tuviera ese tipo de control. Tenía sentido, porque era su cuerpo, eran sus propias decisiones, pero en ese planeta no se actuaba según lo que dictaba la lógica.

Si se detenía a pensar, Bardock y Gine solo habían tenido dos hijos en más de veinte años de unión, según le había contado Chichi, y Videl se había dado cuenta hacía mucho tiempo que ellos mismos habían sido los que habían decidido que no querían tener más. Era un pensamiento bastante trasgresor para una familia saiyajin de clase baja y le sorprendía que incluso Bardock lo tuviera.

Estaba segura de que si ella pudiera estar libremente con Gohan y le pidiera las pastillas, él accedería y se las proporcionaría sin más miramientos. Pero bajo sus peculiares circunstancias, no se lo podía permitir. Si se enteraba de que tenía algo con su nieto sería incluso capaz de venderla y bastante le había costado llegar a un lugar en el que pudiera sentirse un ser humano de nuevo como para desaprovechar su beneficiosa situación actual.

Chichi le explicó que debía tener cuidado igualmente, pues las pastillas no tenían un cien por cien de efectividad, así que le aconsejó que procurara no correr riesgos innecesarios. Lo acataría al pie de la letra sin dudar.

Por su parte, Gohan llevaba dos semanas de misión, así que le quedaba una para volver. No podía negar que lo echaba de menos. Además de sus encuentros íntimos, hablaban mucho sobre distintos temas, ella recordaba su antigua vida gracias a sus preguntas y se sentía acogida en cierto modo por la nostalgia.

Su confianza con Chichi iba en aumento, pero hacía algún tiempo que veía poco a Goten. En ausencia de Gohan y sin estar todavía preparado para los entrenamientos con Bardock, su padre se ocupó de su instrucción, aunque estaba segura de que no era tan estricto como Gohan y mucho menos como el saiyajin de la cicatriz.

Ese mismo día, tras terminar de recoger los platos, lo vio en el pasillo. Iba vestido con el uniforme de entrenamiento del ejército saiyajin y parecía haber crecido al menos un par de centímetros, aunque Gohan ya le había explicado que era normal su apariencia aniñada y que daría el estirón definitivo a los quince años, porque a todos les sucedía igual.

Se sintió aliviada al ver que sus ojos no habían cambiado, pues seguían irradiando simpatía y bondad. Se detuvo con él un instante, antes de salir al jardín a tender. Le acarició el pelo y él le sonrió ampliamente.

—¿Cómo estás, enano?

—Bien, Videl. Ocupado siempre y un poco cansado.

La madurez de su tono y sus palabras la sorprendió. Goten seguía teniendo la misma apariencia, pero había cambiado. Se había ido mentalizando a base de golpes de que su vida ya no era la misma, de que nada jamás sería igual, porque había dejado de ser un niño a pesar de seguir teniendo una cara infantil y una estatura pequeña. Su cuerpo incluso estaba ya algo musculado. Le dio pena confirmar una realidad que sabía bien que acabaría sucediendo. Pero no podía hacer nada para cambiarlo. Solo esperaba que Goten pudiera seguir conservando algo de su inocencia algún tiempo más, pues le constaba que de momento solo había tenido combates de entrenamiento con miembros de su familia.

—Bueno, trata de descansar cuando puedas.

—Al menos hasta que vuelva mi hermano —dijo riendo, rascándose la nuca con torpeza mientras cerraba los ojos momentáneamente.

Videl sonrió. Ese se parecía más al Goten travieso que había entrado sin permiso en su habitación para presentarse el primer día que llegó, a pesar de que ella le había dedicado la más absoluta indiferencia.

—Gohan es exigente, ¿eh?

—Más que mi padre, pero seguro que mucho menos que mi abuelo.

El niño sonrió con un poco de tristeza. No era un secreto ya para Videl que Goten y Bardock no tenían una relación estrecha. No entendía bien el motivo, pero siempre que los había visto interactuando había notado que se creaba una atmósfera pesada y extraña entre los dos. No sabía si era por la predilección que tenía por Gohan, porque sus personalidades no congeniaban o por otro motivo, pero que Bardock lo ignorara de esa forma a Videl le daba rabia, pues se estaba perdiendo la infancia de un niño lleno de dulzura que además era de su sangre.

—¿Empiezas pronto con él?

—En algunos meses, pero mi hermano me dijo que pronto se va a pasar a vernos entrenando y que podría adelantarlo si le gusta lo que ve.

No lo dijo con alegría, sino más bien con resignación. Videl le revolvió un poco el pelo para darle algo de consuelo y después le dio un beso en la frente que Goten claramente no se esperaba, porque se quedó serio y quieto, muy rígido. Videl se rio quedamente. Vio aparecer a Goku al otro lado del pasillo. Llamó a su hijo pequeño y él enseguida se despidió de ella para reunirse con su padre.

Goku la miró, le sonrió y la saludó con la mano y Videl imitó el gesto. El padre de Gohan le resultaba el miembro más enigmático de toda la familia. Los demás eran más directos, más viscerales, se podía entrever en todo momento su personalidad, sus pensamientos, sus posibles actuaciones. Sin embargo, a Goku no podía leerlo. Porque tenía una apariencia atolondrada, pero sabía bien que podía ser más avispado si se lo proponía. Nunca lo había visto enfadado, por otro lado, pero también estaba segura de que su ira debía ser estremecedora, aunque todavía no sabía qué podía desencadenarla y sinceramente prefería no saber.


La nave era inmensa y albergaba a varios escuadrones que volvían de distintas misiones al Planeta Vegeta. Los habían ido recogiendo en distintos sitios del universo. Gohan había ido apuntando los planetas en los que paraban para saber cuáles estaban dentro del alcance del radar saiyajin.

Por fin habían concluido las tres semanas de la misión y, aunque le quedaban unas siete horas de viaje, ya se visualizaba en su casa, comiendo la deliciosa comida de su madre, entrenando con su hermano y su abuelo, charlando de cualquier cosa sin importancia con su padre y, sobre todo, estando junto a Videl.

Ni siquiera la primera misión que hizo se le había hecho tan dura como esta. Todas las noches pensaba que le encantaría estar en su cama junto a ella, sintiendo su calor en los labios o sus brazos rodeando su cuerpo hasta que el sueño lo vencía, porque ella siempre solía quedarse hasta que se dormía, antes de marcharse de su habitación en mitad de la madrugada para que nadie los descubriera.

Por suerte, todo había salido bien. Había sido decisivo para el desarrollo de la misión, habían podido infiltrarse en dos planetas para robar artefactos tecnológicos que estaban más avanzados que los que la facción técnico-científica del ejército saiyajin tenía y podrían estudiarlos en profundidad, y además no habían sido descubiertos en ningún momento y no había habido ninguna baja, ni de un bando ni de otro.

La inteligencia de Gohan tenía encandilados a sus superiores. Los saiyajin se caracterizaban por actuar por instinto, por hacer alarde de su fuerza constantemente, así que tener a uno de ellos que se detuviera a analizar la situación y que actuara de forma lógica y precavida no era nada usual. Incluso uno de ellos le había ofrecido que fuera líder en la siguiente misión, delatando con esa información que su baremo era el máximo y que obtendría el puesto.

Era perfecto. Todo estaba saliendo tan bien que Gohan estaba en alerta siempre, porque le parecía que un plan tan arriesgado no podía no tener ni una sola dificultad, ni una sola fisura. De momento, continuaría entretejiendo aquella red que los llevaría a él y a Videl fuera del planeta. Aún le faltaba mucha información, pero una vez dentro de la facción Z tendría acceso a informes, a planos de naves, a historiales de diversa índole y a muchos datos que le serían necesarios para escapar.

Estaba herido y exhausto. Uno de sus compañeros se había precipitado al vacío en el paso de un acantilado mientras huían y lo había salvado. Era un chico mucho más listo que él, pero su fuerza era irrisoria y todavía no entendía cómo había llegado tan lejos en el proceso de selección. Ni siquiera volaba bien y eso que tenía veinte años ya. Gohan tuvo que sacrificar un corte profundo en el hombro por ayudarlo, algo que sabía que le daría aún más puntos para el examen.

Le habían hecho una cura provisional, pero el vendaje no se cambiaba con tanta frecuencia como necesitaba, así que probablemente se le estaba infectando la herida. Notaba que le habían subido al menos un par de décimas de fiebre, pero eso no suponía que se sintiera enfermo por su genética saiyajin.

Seguramente su madre trataría de convencerlo para que fuera a un tanque de recuperación en cuanto llegara, pero no lo haría. Se podía curar él, ponerse desinfectante y vendas limpias y nuevas. No había problema. Llegaría casi de noche, así que solo podía pensar en encerrarse en su habitación con Videl y hacerle el amor sin parar. Ni siquiera tenía hambre, pero sí estaba muy cansado, así que aprovecharía para dormirse. Se echó hacia atrás, apoyó la cabeza sobre la fría y dura superficie de la nave y se quedó dormido en pocos segundos.

Cuando se despertó, se fijó en la cuenta atrás que había en uno de los paneles superiores de la nave, que les informaba a los soldados con grandes números rojos de cuánto tiempo faltaba para llegar al destino que los mandos del aparato tenían programado. Aún quedaban dos horas. Suspiró, se movió un poco y notó un intenso dolor en el hombro. Le había subido la fiebre más. Se encontraba un poco fatigado. Decidió comprobar el estado de la herida. Se intentó retirar la venda, pero estaba pegada a la carne. Salió bastante pus y sangre con el movimiento y Gohan irguió la espalda.

El chico al que había salvado, que estaba cerca de él, se dio cuenta de su estado y se le acercó. Ni siquiera se acordaba de su nombre, pero quería ser amable con él, porque era alguien considerado y muy agradecido. Le había caído bien y eso era raro porque los saiyajin tenían un carácter duro que no solía compaginar con la personalidad más tranquila de Gohan, siempre en un contexto en el que no estuvieran inmersos en una batalla, claro.

—Compañero, ¿te encuentras bien?

—Sí, no te preocupes —le dijo Gohan, rezando para que se fuera y lo dejara en paz. No fue posible.

—Pero no se te ve muy bien, ¿aviso a alguien?

—No, ni se te ocurra. Estoy bien —sentenció Gohan, esta vez más cortante.

El joven pareció asustarse un poco, así que Gohan suavizó su gesto. Si algún superior lo veía en mal estado, lo mandarían directamente al tanque de recuperación de la nave o lo obligarían a acudir a uno en el cuartel y ambas opciones significarían retrasar su vuelta a casa y, por lo tanto, su reencuentro con Videl.

—¿Te echo una mano? Puedo curarte yo —le ofreció el muchacho.

Gohan asintió, le sonrió con desgana y se incorporó. Lo vio alejándose a por un botiquín que llevaba entre sus pertenencias. Al menos, era previsor. Tal vez eso le había premiado y le había permitido llegar hasta esa misión.

—Te lo agradezco mucho. ¿Cómo te llamabas? Perdona, se me ha olvidado.

—No te preocupes, soy alguien muy olvidable —le dijo el chico con voz cansada—. Me llamo Zucch.

Zucch se puso unos guantes, cogió unas pinzas y le despegó la tela de la venda de la herida con sumo cuidado. Gohan sintió un dolor profundo que le llegó al estómago, pero no se quejó. La herida estaba muy infectada, pero podría haber sido peor si se la hubiera curado alguien que fuera menos delicado.

Tras limpiar bien la brecha y ponerle algunos ungüentos y desinfectantes, le vendó el hombro y le dijo que debía ir a un tanque de recuperación cuando pudiera o curarse cada cinco horas. Si la cosa se le complicaba, podría incluso perder el brazo.

Para pesar de Gohan, Zucch se le sentó al lado. Estaba tan cansado que no creía ser capaz de hablar, pero no quería ser antipático con alguien que le había ayudado. Incluso notaba que se sentía un poco mejor; ya no le escocía la herida y parecía que la fiebre había empezado a bajarle poco a poco.

—No tuve la oportunidad de decírtelo cuando sucedió, así que muchísimas gracias por haberme salvado la vida. No me esperaba que alguien de aquí me ayudara.

Gohan lo miró de reojo. El chico desprendía un aura trémula y vacilante. Le daba pena, porque estaba seguro de que si seguía empeñado en salir a misiones acabaría muriendo y puede que en otra partida nadie se arriesgara para salvarlo.

—No hay de qué. Zucch —lo llamó y con algo de dificultad se movió para verlo mejor—, ¿por qué estás aquí?

Lo preguntó por genuina curiosidad, pero se arrepintió al hacerlo, pues la mirada oscura del chico se ensombreció. Lo escuchó suspirar.

—No tiene sentido, ¿verdad? Soy un alfeñique, así que esta es la única oportunidad que tengo de ganarme la vida en otro lugar que no sea el mercado. Tampoco sirvo para las batallas ni para las misiones de conquista. Si paso este examen, me podré dedicar a algo que me gusta y que no ponga en peligro a nadie.

No entendió por qué le estaba contando eso. Era cierto que había sido Gohan quien le había preguntado, pero había sido más bien un pensamiento en voz alta, pronunciado por el delirio provocado por su estado febril y débil. Ese chico no llegaría muy lejos en un entorno tan hostil como era el Planeta Vegeta, donde la supervivencia era para los fuertes y poderosos. Era demasiado confiado, pues le estaba contando aspectos de su vida privada que Gohan podría usar en su contra en cualquier contexto durante los exámenes y el proceso de selección en general. Al final, solo quedaban los mejores.

Gohan no era malo. La malicia no era una característica inherente a su personalidad, pero si tenía que aprovechar las oportunidades y usar la información que tuviera para obtener aquella plaza y poder sacar a Videl de ese lugar que solo le traía desdicha, lo haría sin duda.

—Mucha suerte —le deseó Gohan con sinceridad, aunque sabía que tenía muy pocas posibilidades de superar las pruebas.

—No creo que tenga mucho que hacer —le dijo él, como si le hubiera leído el pensamiento—. Tú seguro que entras. No hay otro más listo ni fuerte en el grupo. Y encima te has sacrificado para que yo volviera entero.

—No es nada del otro mundo. Cualquiera lo habría hecho.

—No. Cualquiera no.

Gohan le observó el gesto triste. Asintió levemente. Era cierto, no cualquiera lo habría hecho. Es más, probablemente nadie se hubiese arriesgado de esa forma para salvar a un compañero que apenas conocía. Pero ese tipo de actitudes a Gohan le salían solas. Era como un impulso, una necesidad que tenía de proteger a los demás.

Esa era verdaderamente su fortaleza; haber sido capaz de albergar bondad en su corazón aun viviendo en un mundo lúgubre y lleno de tinieblas. Y paradójicamente, también era su mayor flaqueza y debilidad.


Por fin la nave aterrizó en la pista de aterrizaje número cinco. Todos los saiyajin que estaban dentro recogieron sus pertenencias y fueron saliendo ordenadamente. Pasaron por sus respectivos cuarteles para firmar una serie de documentos y dar fe de que habían vuelto con vida. Los líderes de las misiones informaron de las bajas y tras aquella exasperante burocracia que a Gohan se le hizo eterna, los dejaron marcharse a su casa. Los resultados de las pruebas y las admisiones a los distintos departamentos del ejército saiyajin saldrían en una semana, así que tenía unos días para descansar, aunque sabía bien que su abuelo no le daría demasiado margen.

Se encontraba mejor en general, pero sabía que tenía que cuidarse la herida. Zucch y él caminaron juntos hasta la bifurcación que el camino hacía a sus casas, y el joven se encargó de darle algunas pautas y consejos para que pudiera curarse sin necesidad de entrar a un tanque de recuperación.

—Gracias. Tal vez deberías plantearte ser médico. No hay muchos y los iremos necesitando cada vez más.

—Tal vez me lo piense, aunque es más difícil acceder a esos puestos. Gracias por todo, Gohan.

Se despidieron rápidamente y cada uno se marchó hacia su casa. Estaba atardeciendo y una especie de ansiedad profunda se le arremolinó a Gohan en la garganta. Aceleró el paso y al ver su casa al fondo del sendero sintió un alivio indescriptible y que jamás había experimentado tras la vuelta de una misión.

Entró en su casa enseguida, dejó una bolsa que llevaba en la entrada y se dirigió hacia la cocina, donde sabía que estarían su madre y previsiblemente Videl también. No se equivocó. Cuando Chichi lo vio, se levantó como un resorte de la silla en la que estaba sentada y se abalanzó sobre él para abrazarlo. Sabía que su madre lo pasaba muy mal cuando salía de misión y que no se quedaba tranquila hasta que lo veía cruzando la puerta.

La abrazó con fuerza, cerró los ojos y suspiró. Al abrirlos, se encontró de bruces con la mirada enigmática de Videl, que también se había levantado para recibirlo. Estaba seria, hasta que de pronto el azul de sus ojos brilló intensamente y le sonrió. A Gohan el corazón se le encogió al observarla tan distante, pero el nudo en la garganta despareció en cuanto vio aquella hermosa curvatura de sus labios.

Chichi se separó un poco, lo miró de arriba abajo. Frunció el ceño, le tocó alrededor de la herida del hombro e hizo una mueca de desaprobación con la boca.

—¿No vas al tanque de recuperación?

—No, mamá. Estoy bien.

Ella pareció convencida, seguramente por el buen estado del vendaje, pero le advirtió que recogiera lo que había dejado en la entrada y que se diera una ducha para quitarse la suciedad y ponerse ropa limpia.

Gohan le asintió en silencio, pero antes de marcharse se dirigió a Videl.

—Hola, Videl —la saludó simplemente, sonriéndole con algo de vergüenza por la presencia de su madre.

—Bienvenido, Gohan.

Chichi los miró un momento a cada uno, él lo pudo notar. Tras algunos segundos de silencio, su madre le empujó suavemente la espalda para que fuera a hacer lo que le había pedido.

—Venga, va. Haz lo que te he dicho y mientras Videl y yo acabaremos de preparar la cena. Seguramente estés cansado y te quieras acostar pronto.

El semisaiyajin salió de la cocina, recogió sus pertenencias y se fue al baño, donde se duchó con rapidez y se curó de nuevo la herida para ponerse vendas nuevas. Tenía incluso mejor aspecto.

Cenó con sus padres, su hermano pequeño y su abuelo. Goten se puso muy contento al verlo, Goku lo recibió cariñosamente y aunque su abuelo no quiso mostrarlo, supo que también se había alegrado de verlo tras las tres semanas de ausencia.

Se fue a su habitación. Ni aunque lo intentara podría quedarse dormido, pero igualmente no quería hacerlo. Sabía que Videl iría a verlo justo esa noche, lo había notado en la forma en la que lo había mirado en la cocina cuando entró.

Tras una hora de espera, seguramente para asegurarse de que todos se durmieran, Videl se escurrió hasta el interior de su habitación. Abrió la puerta sin pedir permiso, la cerró despacio para no hacer ruido y Gohan se levantó de la cama y la abrazó sin mediar palabra. Aspiró el aroma de su cabello, sintió la calidez de su cuerpo y sus brazos rodeándole la espalda con fuerza. Ninguna sensación era comparable a tenerla cerca.

—No te puedes imaginar cuánto te he echado de menos —susurró en su oído.

Gohan procuraba no ser demasiado intenso con Videl, porque no quería abrumarla, pero no pudo evitar que esas palabras se deslizaran de entre sus labios. No podía callárselo. Necesitaba que Videl fuera consciente de que le hacía falta, de que la amaba con una intensidad fuera de lo normal, y no le importaba en absoluto que ella no fuera a contestarle.

La joven cortó el abrazo, lo miró a los ojos alzando el rostro, le acarició el mentón y Gohan, completamente atónito, sintió que en su corazón no podía caber ni una pizca más del amor que sentía por ella.

Lo besó despacio, como queriendo imprimirle los labios sobre los suyos para dejarle una huella profunda en la piel. Pero ya la tenía. La tenía prácticamente desde que la conoció, aunque en esa época Videl lo detestaba con una profundidad abismal.

No esperaba que le dijera nada, no se lo reprocharía tampoco, porque su sentir era altruista y genuino, pero no pudo evitar experimentar una emoción diferente cuando la escuchó hablar.

—Yo también te he echado de menos, Gohan.

A pesar de que era una frase normal para decir entre dos personas que comparten cierto cariño y que están un tiempo sin verse, para Gohan fueron las palabras más dulces que había escuchado jamás pronunciar.

La tomó de la cintura, la acercó a su cuerpo y la besó con fiereza, siendo consciente de que ese momento marcaría un antes y un después en su vida y en la relación.

Más que nunca se convenció de que debía cumplir su objetivo, escapar con Videl del planeta y darle la vida de felicidad y tranquilidad que se merecía. Que ambos merecían, estando juntos.


Continuará...


Nota de la autora:

Volví por aquí, que he estado algo desaparecida ya. Más o menos escribo un capítulo al mes, pero el mes pasado tenía un capítulo de otro fandom pendiente y no me fue posible actualizar esta historia. Ya la tenemos por aquí de nuevo.

Estamos en medio de todo, más o menos. Así que imagino que sabréis que tanta felicidad no es posible y que esto debe explotar de algún modo. Pero quería abordar la relación de Gohan y Videl en algunos capítulos, y la forma progresiva en la que ella se va enamorando, porque ya sabemos que él lo está hasta las trancas y desde hace mucho. Y bueno, abordar el tema de los anticonceptivos, la regla y demás asuntos creo que es importante y que hace que la historia quede más orgánica, porque es imposible contar una historia sin tratar temas de la cotidianidad.

Sé que este capítulo ha sido un poco más paradito, pero necesito que sea así, que las cosas se vayan desarrollando despacio para llegar al punto que quiero. Espero que se entienda lo que quiero decir con tan solo esta poca información, porque tampoco puedo decir mucho más jaja. Todavía no sé número de capítulos ni nada, pero nos meteremos en 2025 con la publicación de este fanfic sin remedio. Gracias en serio por la paciencia y por seguir acompañándome.

Este será el último capítulo del año, así que os deseo felices fiestas y toda la prosperidad posible para el año que viene.

Gracias por seguir por aquí conmigo.

Nos leemos pronto.