La Revolución de Mestionora
El abuelo musculoso y el bautizo de la Santa
Cuando al fin despertó del jureve descubrió que estuvo sumergida por más de dos semanas. El Sumo Obispo, con ella todavía en brazos, se lo explicó. Si bien la ayudó a salir de la tina, le hizo un waschen y luego la cubrió con una capa pequeña para sentarse a conversar bajo su ventana, no hizo ademán alguno de sacarla de la habitación.
Poco después, Heidemarie estaba ahí deshaciéndose en abrazos para con ella antes de guiarla a qué la asearan en tanto Lord Ferdinand supervisaba que su bañera fuera drenada y colocaran el círculo médico.
Esta vez la vistieron toda de blanco con un diseño que dejaba descubierta su espalda antes de dejarla pasar a su habitación oculta sin sus calcetas.
–Este sería un diseño muy útil para examinación de enfermos –comentó Heidemarie antes de agacharse para encender el círculo, dejando los conductos de maná de Myneira a la vista.
–Tienes razón. El diseño parece descarado y provocativo a primera vista, pero sería más que útil para revisar la salud de otros a profundidad.
La niña sonrió de pronto, calculando costos de materia prima, mano de obra y transportación.
–¿Estaría bien vender de estos? –preguntó de pronto–. Es un diseño bastante sencillo, podría usarse incluso como ropa interior. Creo que podría diseñar una camisa con la misma abertura para hombre, ¿cuánto estarían dispuestos a pagar por uno de estos?
A su espalda, el Sumo Obispo soltó un suspiro de desesperación y su hermana un par de risillas divertidas. Que no vieran el valor comercial de esto le iba a dar algo.
'¿Los nobles no tienen idea de los beneficios que se pueden hacer por dar a las cosas un precio acorde o es solo porque no parecen ser pobres?'
Myneira tuvo que hacer de lado sus pensamientos cuando ambos sanadores comentaron sobre cuánto habían disminuido sus cúmulos. Si bien quería hacer dinero y buscar nuevas formas de que su familia consiguiera los fondos para mudarse al norte, si no tenía salud y moría, nadie más vería por sus padres y sus hermanos.
–Los tres que tenía de este lado desaparecieron por completo –musitó Heidemarie.
–Y el que está arraigado a su órgano de mana parece haber disminuido de manera considerable… los cúmulos que tenía en esta área tampoco están.
Sonrió recordando como lo último que recordaba antes de despertar era el apacible paisaje en qué estuvo deshaciendo piedras con su regadera de agua rosada, felicitándose a sí misma por un trabajo bien hecho.
–¿Qué opinas, Heidemarie?
–Hmm… quizás con dos tratamientos más de la misma calidad… aunque no estoy del todo segura. Puede que necesite menos tiempo.
–Estoy de acuerdo contigo. Habrá que sumergirla dos veces más. Es posible que la segunda dure menos tiempo. Posiblemente una semana. Deberíamos programar entonces una sesión más durante el primer mes del verano y la segunda sesión para el tercer mes.
–Entiendo. En ese caso, la estaríamos bautizando en Fuego medio. Es una excelente idea, milord.
Las líneas rojas desaparecieron entonces y ella se apresuró a meterse detrás de su biombo para comenzar a colocarse las calcetas y los ligueros experimentales de correa en tanto los dos adultos seguían afinando detalles.
Para cuando Heidemarie la alcanzó para ayudarla a colocarse la túnica azul notó que su hermana se veía contenta.
–Hermana… ¿Cuándo van a casarse tú y Eckhart?
–Supongo que no te lo han explicado aún debido a que no has sido bautizada, Myneira. Cómo Suma Sacerdotisa deberías estar informada, de todos modos.
A continuación, Heidemarie comenzó a explicarle los pormenores del Enlace Estelar que se llevaba a cabo al atardecer y la subsecuente socialización que se realizaba por parte de los solteros. Ese día, al volver a su casa y sostener un libro grueso frente a Kamil, sus padres le recordaron sobre los festejos y los juegos con agua llevados a cabo con frutas de Taue por todos los solteros durante el Festival de las Estrellas y del verdadero significado de dicha celebración.
–¡Los niños del orfanato se divertirían bastante jugando así! –comentó Myne cerrando el libro para guardarlo antes de cargar a Kamil y llevarlo con su madre, un poco cansada de que su hermano menor siguiera llorando cada vez que ella lo cargaba.
–¿Tenías hambre, Kamil? –preguntó su madre, sonriendo luego de retirarse la mitad de la blusa para amamantar al bebé, el cual se prendió de inmediato a su pecho.
–Sospecho que no le agrado –suspiró Myne sosteniendo su cabeza entre sus manos, con los codos en la mesa y dejando sus pies balancearse bajo el banco sin dejar de mirar–. Le leo libros, le saco el aire, le cambió el pañal, le canto… ¿Por qué sigue llorando cuando lo cargo?
Tuuri y su padre se rieron de ella desde el otro lado de la habitación, cada cual sin dejar lo que hacían en ese momento.
–Es solo un bebé, Myne –le sonrió Tuuri–, no puede ser que le desagrades.
–¡Contigo no llora! –reclamó la peliazul haciendo un puchero.
En realidad, no entendía que pasaba. Ni los hijos de Shuu, ni sus hijos, ni sus nietos se comportaban así con ella. Por supuesto no todo eran hermosas risas de bebé, en especial con su hija que tenía un temperamento más fuerte que el de ella o el de Tetsuo… aun así.
–No le des tantas vueltas, Myne –intentó consolarla su padre–. En este momento es un bebé muy pequeño. Conforme crezca y se dé cuenta de que tiene un par de hermosas hermanas mayores, y que una de ellas le hace esos bonitos libros que cada día mira con más atención, dejará de llorar contigo. Solo ten paciencia.
–Supongo que le rezaré entonces a Duldsetzen para que me ayude a esperar hasta que Kamil deje de llorar cuando me ve.
Algo en que se dejara caer sobre la mesa como si se estuviera escurriendo o en su mueca debió ser muy gracioso por qué sus padres comenzaron a reír de inmediato. Ella solo suspiró. En ocasiones como esas era liberador recordar que solo tenía siete años.
–Por cierto, el Sumo Obispo y Heidemarie decidieron cuando me meterán de nuevo en jureve. El siguiente parece que será tan largo como este, esperarán un mes y luego volverán a meterme. El Sumo Obispo cree que el último durará un poco más de una semana.
Cuando terminó de hablar, notó que solo escuchaba el crepitar de la hornilla, obligándose a levantar la cabeza y notarlos a todos mirándola como si se hubiera convertido en un mapache o en un panda rojo.
–¿Eso… eso qué significa? –preguntó su padre sin moverse o dejar de mirarla.
–Que seré una niña sana cuando llegue el otoño.
El cuchillo de su padre y el juguete de madera quedaron relegados al olvido, así como las verduras que Tuuri había estado pelando. Ambos la abrazaban ahora. Su padre parecía sollozar sobre su hombro y su hermana sonreía sin soltarla.
–¡Es una gran noticia, Myne! –exclamó Tuuri.
–¡Es la mejor noticia que pudieron darnos! ¡Mi preciosa Myne podrá disfrutar de estar sana!
Sonrió tratando de devolverles el abrazo a ambos, mirando a dónde se encontraba su madre, la cual la veía con una cálida sonrisa, limpiando sus ojos con su ropa.
–¡Es un alivio! ¡Podremos verte crecer! ¡Podrás tener tu propia familia, Myne!
Ella solo sonrió más, regodeándose en el calor y el afecto esa noche, antes de ir a dormir.
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Con el fin de semana llegó su visita semanal a la casa de los Linkberg. Para ese momento estaba tan habituada como lo había estado a ir a trabajar a la biblioteca de la universidad.
Cómo cada fin de semana, tomó el almuerzo con Heidemarie y la familia de Eckhart. Practicó el harspiel con los chicos y luego estudiaron juntos por una campanada, usando los materiales experimentales que recién fueron fabricados según sus instrucciones.
Un mapa de madera de Ehrenfest que podía desarmarse en zonas Giebe y la capital. Flashcards sobre personajes históricos, un memorama de dioses e instrumentos divinos. Una larga línea del tiempo en papel plegable donde iban colocando anotaciones e imágenes de los sucesos importantes del Ducado debajo de la línea del tiempo y los del país por encima de la misma.
Para ayudar a Lamprecht y a Cornelius con sus números podían jugar 21 con las cartas o un basta numérico que trajera operaciones sugeridas por el profesor.
Cuando terminaron su sesión de juegos y estudios, sus futuros tíos parecían bastante felices de haberle ganado algunas galletas en varios juegos. Entonces pasó algo que no se esperaba de modo alguno.
–¡Karstedt! ¡¿Qué significa esto?! –bramó un hombre musculoso y de aspecto similar a Lord Karstedt aunque parecía varios años mayor–. ¡¿Desde cuándo tienes una hija y porque no se me informó de esto?! ¡¿Es que acaso me odias?! ¡Sabes cuánto tiempo llevo esperando por una linda niña entre mis descendientes y me la escondes!
Myneira miró a un lado y a otro antes de señalarse a sí misma, aterrada, notando como Lamprecht y luego Cornelius se pusieron de pie frente a ella, como escudándola del aterrador viejo.
–¡Abuelo, ella no es nuestra hermana! –reclamó Cornelius de inmediato.
–¿Qué no es tu hermana? Eso significa que no es hija de Elvira… ¿Entonces… es hija de Rozemary? ¡Esa víbora con piel de shumil te dio una hija, ¿y no me informaste de nada, Karstedt?!
Myneira tenía los ojos muy abiertos por aquel arrebato de furia. Los otros Linkberg rodearon al hombre para tratar de calmarlo. Incluso Eckhart estaba ahí tratando de explicar la situación cuando Elvira y Heidemarie entraron detrás de ambos y ella hizo lo único que parecía tener lógica para que el ruidoso viejo se dignara escuchar… fingió estar llorando y corrió a esconderse tras las faldas de Heidemarie.
–¡Hermana, auxilio! ¡Tengo mucho, mucho miedo! ¡Buaaaaa!
El acto fue tan bueno… o tan malo, que todo pareció congelarse en tanto ella seguía llorando con todas sus fuerzas, evocando en su mente la frustración de que a pesar de haber pasado casi una temporada, Kamil solo llorara con ella y se riera con Tuuri. ¡Cuan injusta podía ser la vida!
–¡Oh, dioses! ¡Suegro, asustó a Myneira! –regañó Lady Elvira sacando una piedra de su saco en la cadera para presionarlo contra la frente de la pequeña–. ¿Cuándo aprenderá a escuchar antes de empezar a gritar y hacer rabietas como un bruto dunkelfergiano?
Lady Elvira y Heidemarie estaban ahora de pie junto a ella haciendo de escudo. Heidemarie incluso comenzó a palmearle en la cabeza con afecto, dejándola permanecer escondida un momento más.
–Lord Bonifatius, lamento mucho la confusión. Esta es mi hermanita menor, Myneira, a quien mi madre me pidió esconder en la ciudad baja y que ahora permanece oculta en el templo. Eckhart y yo vamos a bautizarla a mediados del verano.
Lady Elvira le dio un par de palmaditas en el hombro y ella se limpió los ojos y la nariz con el pañuelo que le estaban ofreciendo. En realidad, quería llorar más por su desgracia como hermana mayor, pero eso era imposible. Su pequeño momento de desahogo se terminó, según parecía.
–Tranquila, Myneira. Todo está bien ahora –la consoló Lady Elvira arrodillada a su lado–. Limpia bien tu rostro y preséntate como te hemos enseñado. El hombre que entró gritando insensateces es el padre de Karstedt, Lord Bonifatius. No te hará daño. Lo prometo.
Ella solo asintió, guardando su frustración como guardaba su maná y se calmó lo mejor que pudo, esperando a que Heidemarie curara sus ojos para poder salir de entre ambas mujeres y contemplar al enorme gorila en armadura salido solo los dioses sabían de dónde.
Si bien estaba teniendo dificultades para acercarse y arrodillarse no era debido a que fuera tímida o a qué necesitara cerca a Heidemarie… solo estaba preguntándose si no tendría que ofrecerle primero papayas y plátanos al hombretón aquel que no dejaba de mirarla como si planeara usarla para golpearse el pecho.
Tomando aire y cerrando los ojos para desechar aquellas estúpidas ideas dio el largo y tedioso saludo de primer encuentro que le estuvieron taladrando desde que fue adoptada por Heidemarie hacía tres temporadas. Cuando el intercambio casi estilo Ent concluyó, se puso de nuevo en pie, sosteniendo sus manos y mirando al hombre, asegurándose de parecer asustada todavía, con la esperanza de no terminar estampada cuál calcomanía en alguna pared. El hombre la observó con atención, arrodillándose frente a ella y luego agachándose como si quisiera hacerse tan pequeño como ella. Una tarea casi imposible.
–Entonces, ¿dices que es tu hermana menor, Heidemarie?
–Así es, milord.
–¿Y tú y Eckhart van a bautizarla?
–¡Por supuesto, abuelo! –respondió ahora Eckhart a su espalda, como si intentara respaldarlas a las dos–. Ya que la cabeza de mi familia será Heidemarie, Myneira no tendrá que perder el nombre de su casa.
–¿Están seguros de que es una buena idea? –preguntó el hombre rascando su barba sin dejar de mirarla a ella y a Heidemarie
–¡Abuelo! –se quejaron Eckhart y Cornelius a la vez, cosa que la desconcertó bastante.
–No estoy hablando contigo, Eckhart, sino con tu prometida –ladró el gorila castaño ignorando de forma olímpica a Cornelius–. Tu madre y luego tu padre murieron. Tu casa la controla una diosa del agua veronicana que está a nada de acabarse hasta el último cobre de valor de los Liljaliv y ahora resulta que tienes una hermana pequeña que ha tenido que ser ocultada en la ciudad baja… y luego en el templo.
El modo en que el hombre escupió las dos ubicaciones no le gustó nada. Su pequeño acto de niña asustada se desvaneció en ese momento y alguien de los adultos a su espalda debió notarlo porque sentía con claridad una mano apretando su hombro como un recordatorio de que debía calmarse. La expresión del viejo solo se agudizó.
–Veo que tiene agallas, pero eso no será suficiente para mantenerla a salvo –murmuró el hombre con un brillo repentino en los ojos antes de mirar a los adultos tras ella–. ¿Por qué no dejan que yo la bautice?
–Padre, piense un poc…
–¡Seguirá siendo parte de tu familia, y yo las protegeré a las dos! ¿Qué tendrían que perder? –insistió el hombre de pronto, regalándole una enorme sonrisa bonachona que, suponía, intentaba calmarla y ponerla de su lado.
–Lord Boni…
–¡Incluso podemos cambiarle el nombre para ocultarla! –continuó el hombre ignorando ahora a Heidemarie como si ella no fuera quien tuviera que decidir.
'Sigo sin entender de dónde salió este gorila en armadura, pero algo me dice que ya lo perdimos' pensó Myneira sin saber cómo actuar ahora, volteando atrás para pedir ayuda. El mensaje debió ser recibido porque tanto Eckhart como Heidemarie se plantaron entre ella y el gigante raro y gritón.
–¡Lord Bonifatius, le agradezco mucho su intención, pero…
–ADEMÁS, una pareja de recién casados no tiene ni idea de cómo criar a un niño. Deberían estar ocupados rezando a Entrinduge con ayuda de Bremwärme y Beischmacht en lugar de estar cuidando de una niña de cinco años… ¿Cuándo dijeron que van a bautizarla?
En serio no entendía que demonios estaba sucediendo y necesitaba un traductor de eufemismos con urgencia para comprender porque su hermana y su futuro padre bautismal se habían tensado y ahora parecían tener un error de procesamiento.
'¡¿Y se supone que estos son los nobles más confiables que me podía conseguir como padres, Lord Ferdinand?! ¡Me siento tan decepcionada que no sé ni cómo actuar!'
La siguiente media campanada se les fue en discutir con el hombre sobre porque no podían dejarlo bautizar a la niña, a lo que luego vino la comida… junto con un montón de explicaciones, preguntas y halagos por parte del hombre. Al menos era un alivio saber que no vivía a base de plátanos, papayas y mangos porque no estaba segura de en donde conseguir las últimas dos frutas.
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–¿Qué haces?
La segunda campanada tenía rato de haber sonado en la lejanía. Myneira estaba por terminar con su sesión de yoga
–Ejercito –respondió con calma luego de elongar hacia el otro lado en la postura del guerrero con su "ropa de montar" como llamaban todos a la túnica que la obligaban a colocarse.
–Ese es un ejercicio muy curioso. Nunca lo había visto. ¿Para qué sirve?
–Me ayuda con mi equilibrio, elasticidad y concentración –dijo en un respiro antes de deshacer la postura y comenzar con sus ejercicios de radio calestenia.
–Estos si los conozco, pero no te harán más fuerte. No si quieres ser una mujer caballero.
Estaba por responder cuando notó que Lord Bonifatius la estaba imitando ahora con bastante facilidad. Decidió ignorarlo y seguir un poco más.
–No quiero ser una mujer caballero. Seré una erudita como mi hermana y Lord Ferdinand.
–Ferdinand solía ser el Lord Comandante, ¿sabías? No es solo un erudito.
–Lo sé –respondió con calma–. Fue él quien me puso esta rutina.
–¿También los movimientos de hace rato?
–No. Esos los hago yo desde hace más de un año. Antes era tan enfermiza, que no podía salir por mucho tiempo de la cama. Mi hermana dice que es porque mamá murió poco después de que yo nací.
–Eso es posible –le respondió el hombre de inmediato, mirándola de nuevo sin dejar de imitarla–. Esto te fortalecerá un poco, pero no lo suficiente para protegerte. Su madrastra podría intentar cazarte si cree que tenerte le dará algún beneficio extra.
–Mi hermana dice que nuestros abuelos murieron. No quedan más Liljaliv que nosotras y el otro hijo de papá. El que vive en la finca.
El hombre gruñó una afirmación y ella dio gracias a qué Heidemarie se empeñara en contarle la historia de su familia cada noche de fin de semana desde que empezaron a montar el circo aquel. Myneira se sabía tantos detalles y datos curiosos de los Liljaliv, que estaba más que tranquila hablando con el padre de Lord Karstedt.
–Así que… has estado sobreviviendo oculta entre plebeyos. ¿Te hicieron algo esas ratas?
Se detuvo en ese momento, mirando con desprecio al hombre que seguía todavía con los ejercicios.
–Los plebeyos NO SON ratas. De no ser por la familia que me acogió, yo habría muerto muchos años atrás.
Bonifatius se detuvo también, mirándola con el ceño fruncido y una ceja levantada. Ella lo imitó en el acto, cruzándose de brazos y torciendo la boca en una obvia mueca de fastidio. King Kong no la iba a intimidar solo por hacerle una mueca.
–Bien. Te creeré si estás tan dispuesta a defenderlos. De todas maneras, no debieron dejarte con ellos… de hecho, no deberían dejarte en el templo justo ahora, deberías estar aquí con tu hermana, rodeada de caballeros archinobles que pueden protegerte.
–Mi hermana dice que no es apropiado que yo también viva aquí por el momento, además, Lord Ferdinand se está haciendo cargo de mi educación como mi guardián provisional. Tener al anterior Lord Comandante protegiéndome no puede ser poca cosa.
Por un momento temió haber hecho enfadar al abuelo de Eckhart, sin embargo, el hombre pronto estalló en carcajadas, doblándose sobre sí mismo antes de arrodillarse de nuevo para mirarla a los ojos.
–Bendecida por Angriff y Mestionora además de por Cuococalura según puedo ver. Serías una excelente hija de caballeros archiducales si me dejas adoptarte.
–Gracias, pero no gracias. Estoy feliz de poder seguir al lado de mi hermana mayor hasta alcanzar la adultez.
–¡Y obstinada también! Hermelinda estaría más que feliz de adoptarte.
–¿Quién es Hermelinda?
–Mi segunda esposa. La madre de Karstedt murió, sin embargo, Hermelinda le tiene tanto aprecio como a nuestro otro hijo, Caspian. Siempre quisimos una hija, pero los dioses solo nos concedieron varones. Esperaba que alguno de ellos me daría una hermosa nieta a la cual mimar, pero los dioses se nos resistieron de nuevo. Karstedt solo ha producido varones, y lo mismo pasa con Caspian y su esposa. Solo un niño.
Lo pensó un momento antes de sonreír de pronto, tratando de adoptar un aire adorable y acercándose un paso a él.
–Bueno, dado que Eckhart será mi padre bautismal… ¿eso no lo convierte a usted en mi bisabuelo, Lord Bonifatius?
Ya fuera por su táctica ladina o por las ansias de este hombre de tener descendientes femeninas, no importaba. El rostro de Bonifatius se cruzó de carmín en ese momento y sus ojos volvieron a chispear.
–¡Y como bisnieta de la casa Linkberg debo protegerte, Myneira!
Este hombre era un tanto frustrante y bastante terco.
Cómo bibliotecaria y madre de dos había lidiado con hombres como él toda su vida. Peor aún, estuvo casada con uno… o sea, amaba a Tetsuo con locura, pero no podía negar que el hombre solía ser bastante terco en ocasiones.
Pensando en esto, la pequeña sonrió para esconder un diminuto suspiro. Hacía un tiempo que logró hacer las paces con la idea de que tal vez no podría encontrar a Tetsuo en esa vida, ¡pero eso no significaba que además de atraer bichos raros quisiera rodearse también de bisabuelos musculosos y tercos!
–Querido bisabuelo –dijo tratando de imitar el aire refinado y elegante de Elvira, viendo como eso daba por completo en el blanco–, agradezco mucho su preocupación, pero me sentiría mal si tuviera que abandonar tan de repente a mi hermana mayor. Lo entiende, ¿verdad?
Era una suerte que no estuvieran en el Templo ni Lord Ferdinand a su alrededor o ya le estarían jalando las mejillas por ser "tan desvergonzada".
'En mi defensa, debo usar las armas a mi disposición. Soy pequeña y tierna por tener siete años. Lo siento, pero lo tenía que hacer, algo me dice que un abrazo suyo me rompería las vértebras y su furia me dejaría hecha pomada.'
–Entiendo… de verdad entiendo… –murmuró el hombre antes de soltar un suspiro y mirarla de nuevo–. Bien. Dejaré que ellos te bauticen y te eduquen, pero si no me gusta cómo se dan las cosas, te adoptaré en invierno. ¿Estás de acuerdo?
'¡No! ¡Solo tengo siete años! ¿Cómo porque me está proponiendo esto? ¿Estamos en una corte de divorcios o algo así?'
–Querido bisabuelo, temo que eso debería hablarlo con mi hermana mayor y con Eckhart, no conmigo. Apenas van a bautizarme.
El hombre se cruzó de brazos, soltando un largo suspiro con los ojos cerrados.
Para su sorpresa, después de ese día, Bonifatius se aparecía para comer cada fin de semana.
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La primavera llegó a su fin. Con el inicio del verano llegaron los bautizos de los plebeyos, el festival de las estrellas y el enlace estelar de su hermana y Eckhart.
Si bien por la mañana los niños del orfanato se divirtieron lanzándose taues como los niños plebeyos, también descubrieron que esas semillas absorbían mana y brotaban trombes.
Aunque Myne seguía asustada por esas terribles plantas come maná, también era cierto que tenía curiosidad por saber qué tipo de papel saldría de utilizar las ramas y troncos menudos que brotaron del suelo. Cuando la actividad terminó, solicitó a Fran que reuniera a algunos asistentes grises del orfanato para remover todas las raíces que quedaron y recolocaran las baldosas del suelo. Sería peligroso si alguno de los niños corría o transportaba algo por el patio y tropezaba debido al desperfecto.
Por la tarde asistió al Sumo Obispo para aprender sobre el enlace estelar y presenciar la unión de su hermana y de Eckhart. Al principio se sorprendió mucho de que las parejas se vistieran en diferentes colores y no en blanco, crema o rojo… después comprendió que, para esa cultura, la temporada de nacimiento era tan importante que por eso todos se bautizaban, festejaban la mayoría de edad y se casaban portando los colores de su estación. Era una forma de agradecer al Dios del que tomaban influencia y buscar su beneficencia… o al menos eso era lo que pensaba.
La mayoría no creía en los dioses, aún si los nobles obtenían respuesta inmediata al rezar. Incluso el Sumo Obispo se mostraba huraño al respecto.
Ese fin de semana no fue a la finca Linkberg. Se quedó en casa con su familia y por primera vez, Kamil sonrió en sus brazos, haciéndola sentir que no era una hermana mayor fallida.
A la semana siguiente se despidió de sus padres y sus hermanos antes de retirarse al barrio noble por dos o tres semanas. Que el ruidoso abuelo de Eckhart estuviera ahí fue solo un poco desconcertante. Al menos ese día Lord Ferdinand la acompañó desde el Templo en lugar de su hermana para sumergirla en jureve.
–¡Ferdinand! ¡¿Cómo tuviste el descaro de evitar que viera a mí preciosa bisnieta la semana pasada?! ¡¿Tienes idea de cuánta ilusión me hacía verla?!
El Sumo Obispo soltó un suspiro, pellizcando un poco el puente de su nariz y ella lo imitó. ¿Por qué lo primero que salía de la boca del viejo caballero era un reclamo?
–Heidemarie y Eckhart estaban ocupados con su propio vínculo como para imponerles la estancia de Myneira, Bonifatius. Además, yo no la retuve, se habló y acordó esto con su hermana de antemano.
–¡Pudiste traerla de todas formas para que socializara con el resto de su familia! ¡¿No pensaste que querríamos verla?!
Los otros hombres Linkberg intervinieron de inmediato para tratar de controlar a Bonifatius. Myneira miró a Lady Elvira y a Heidemarie, las cuales parecían un poco fastidiadas a pesar de estar sonriendo. Myneira casi podía adivinar que el hombre estuvo acosándolos toda la semana. Si era sincera, llevaba algún tiempo tratando de comprender al hombre, cosa difícil ya que ella tuvo un hijo y una hija, incluso con sus nietos tuvo de todo.
–Sumo Obispo, por favor recuerde que para todos aquí solo tengo siete años. –advirtió en japonés, notando la mirada de Lord Ferdinand cargada de curiosidad sobre ella en tanto daba algunos pasos cautelosos al frente.
Tomando aire, Myneira sonrió lo mejor que pudo imitando a su nieta cuando era pequeña y hacia lo que le venía en gana con el pobre de Tetsuo. Siempre era divertido burlarse del genio que corría en círculos alrededor del meñique de su nieta sin siquiera darse cuenta de ello. Podía parecer algo ladino, pero era el modo más rápido de tranquilizar al hombre que intentaba un vínculo de familia con ella por todos los medios.
–Abuelo Bonifatius, por favor, por favor no estés enojado con el Sumo Obispo.
Los hombres Linkberg dejaron de forcejear en ese momento, ya que Bonifatius los lanzó a todos lejos antes de acortar la distancia y arrodillarse frente a ella.
–¡Pero él…!
–El Sumo Obispo es mi guardián, querido abuelo. Cuando se hicieron los arreglos sobre la semana pasada yo aún no había conocido a mi maravilloso futuro bisabuelo Bon. No sabía que te extrañaría tanto, abuelito. ¡Pero ya estoy aquí! ¿Podrías perdonar al Sumo Obispo y a mi hermana Heidemarie? Ellos solo deseaban mantenerme a salvo.
A lo largo de todo su discurso hizo algunos pucheros para enfatizar, sonrió e incluso tomó las manos del hombre con cuidado de no soltar ni un poco de maná a pesar de estar nerviosa. Bonifatius solo quería una nieta que lo quisiera y ella podía ayudar con eso. ¿No se había propuesto mejorar la vida de todos?
En cuanto a Lord Bonifatius, el hombre estaba conmovido. Por un momento pensó que no había alcanzado a escuchar su súplica de no enfadarse con sus guardianes, sin embargo, el hombre solo sonrió, encerrando con cuidado las manitas de ella al colocar una mano gigantesca sobre ambas y haciéndole difícil suprimir un ligero temblor. ¿Era su imaginación o las manos del hombre eran tan grandes que bien podrían aplastar su cabeza como un huevo si no tenía cuidado?
–Mi linda Myneira, tienes toda la razón. Ellos solo trataban de cuidarte. No te pongas triste. Tu abuelo no les guarda rencor alguno.
Ella sonrió con tanta inocencia como pudo antes de sacar sus manos de dónde estaban atrapadas para abrazarse con rapidez al enorme brazo de Bonifatius para luego alejarse un par de pasos, como si acabara de recordar que ese tipo de contacto era inapropiado, notando al hombre mirándola con un enorme sonrojo y sus ojos cristalizados y brillantes. La misma reacción que Tetsuo. Bien, si actuar como su propia nieta hacía feliz a este hombre, ella encantada.
–Ahm, querida hermana, ¿alguien le ha explicado a mi futuro bisabuelo que haré hoy?
Todos salieron de su estupor. Lady Elvira y Heidemarie se adelantaron para comentar sobre el jureve y Myneira regresó a su lugar al lado de Lord Ferdinand sin dejar de sostener la sonrisa ingenua que estaba fingiendo, aceptando de inmediato la herramienta antiescuchas que el muchacho a su lado le deslizó.
–¿Qué, en el nombre de todo lo sagrado, fue eso?
–Mi actuación como la nieta perfecta. Si actúo como siempre, su deseo de tener una linda y tierna nietecita jamás se hará realidad. Estaré imitando a mi propia nieta para él. Lord Bonifatius será feliz y ustedes también porque el hombre estará tranquilo con la experiencia.
–Es demasiado desvergonzado… pero supongo que, en este caso, el fin justifica los medios.
–Sobre eso… sospecho que tendremos que retrasar un par de campanadas mi tratamiento. Una vez que me pongan a dormir no podrá interactuar conmigo y mi querido bisabuelo no parece una persona muy paciente.
Lord Ferdinand comenzó a darse algunos golpes en la sien antes de asentir, recuperando su herramienta antiescuchas sin dejar de mirar con atención al problemático jubilado que parecía demasiado lleno de vida en ese momento.
–Asegúrate de aplacar a tu "querido" y "maravilloso" abuelo. Te meteremos en jureve a la quinta.
–Un placer ser su sacrificio humano, por cierto, Lord Bonifatius quiere adoptarme, esforcémonos por hacerlo sentirse tranquilo con la idea de que usted, Eckhart y Heidemarie van a educarme.
–¡Espera un momento! ¿Cómo que quiere…?
–¡Mi linda nietecita no sería capaz de saludarme solo para meterse en una habitación oculta por más de dos semanas! –gritó Bonifatius de pronto, mirándola y suavizando su tono–. ¿Tengo razón, Myneira?
–Sería impensable, querido bisabuelo. ¿Me acompañarás a hacer mis ejercicios? El Sumo Obispo me puso unos ejercicios nuevos la semana pasada que podrías ayudarme a perfeccionar. Después podríamos leer algún libro en la sala de libros y…
En realidad, prefería enfrentarse a ese gigante bonachón antes que soportar que Lord Ferdinand tirara de sus mejillas con singular alegría solo porque nadie le dijo que el retirado Comandante de Caballeros estaba buscando el modo de adoptarla o algo así. Y si era sincera, en realidad disfrutaba jugar a ser su nieta ya que ella no tenía recuerdo de sus abuelos como Urano o como Myne. Si conseguía un poco de calma para todos pasando un poco de tiempo con él, ¿por qué no hacerlo? Lamprecht y Cornelius ya habían corrido a su lado para resguardarla de todos modos.
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A diferencia de su intento de bautizo como Myne, su bautizo como Myneira era… quizás demasiado.
Para empezar, Heidemarie y Lady Elvira no lograron elegir un solo vestido, así que le mandaron a hacer dos, blancos con detalles en azul oscuro… y azul celeste. No sabía de dónde habían salido esas decoraciones en azul celeste, pero se veían bien. Le gustaba el contraste.
A una señal del Sumo Obispo, salió a una sala en la mansión Linkberg llena de gente que no conocía y de gente que sí, sintiéndose de alguna manera, incómoda.
'Una reunión pequeña, por supuesto, ¿de dónde demonios sacan que una reunión de trescientas o quinientas personas es pequeña? ¿Qué es esto?'
Por suerte el trabajo de un año enseñándola a controlar sus reacciones dentro y fuera del templo parecieron dar frutos porque siguió sonriendo de algún modo mientras caminaba junto a Eckhart y Heidemarie.
El Sumo Obispo, Lord Ferdinand dijo algunas palabras, la presentó y Heidemarie le entregó un anillo azul similar al que usara el año anterior para la ceremonia posterior al exterminio del trombe y para sanar a la pequeña Lili y a su hermana.
Siguiendo las indicaciones de Lord Ferdinand, dio una bendición a todos los que estaban ahí reunidos, sorprendiéndose al ver la escandalosa cantidad de luces que escaparon de su anillo, comprendiendo que algo estaba de veras mal con ella cuando empezó a escuchar murmullos por toda la sala tras el silencio inicial.
–¡Esa es mi bisnieta para ustedes! –exclamó Lord Bonifatius de inmediato, mirando a una mujer de aspecto frágil que intentaba sonreír y que tenía ojos dorados y cabello púrpura–, mi esposa y yo estamos considerando con seriedad adoptarla, así que espero que NADIE se atreva a ponerle un solo dedo encima.
En realidad, no entendía de dónde había salido eso último. ¿Por qué alguien querría dañarla? ¡Ella no era más que una niña de "siete años" que acababa de ser bautizada, ¿verdad?!
–Myneira, ¿por qué no vamos a cambiarte de ropa? –dijo Heidemarie con apuro y una sonrisa nerviosa y un poco torcida en su rostro.
–Es una excelente idea, Heidemarie –comentó Eckhart de inmediato–, yo iré a hablar con mi abuelo para ver qué se le metió ahora.
En verdad que no entendía nada de lo que estaba pasando, así que solo se dejó conducir con docilidad a una habitación lateral donde su ahora abuela Elvira y varias asistentes, la esperaban con enormes sonrisas y ojos cargados de antelación.
–¡Por todos los dioses, Myneira! Esa fue una hermosa bendición –premió Elvira agachándose para tomarla de ambas manos, luciendo nerviosa de algún modo–. Vamos a cambiarte ahora y… ¿estás, estás segura de que quieres tocar ese enorme instrumento que han traído desde el Templo?
Ella solo ladeó la cabeza sin comprender el nivel del alboroto, pero segura de su decisión.
–De nada sirve inventar un piano si nadie lo compra. Por no hablar de componer música para el piano o hacer arreglos de canciones tradicionales para interpretarlo. Prometí a mis socios que me encargaría de aprovechar este día para hacer promoción sobre el instrumento.
Tanto su nueva madre bautismal como su abuela se miraron a los ojos antes de mirarla y sonreír.
–Yo ya he encargado uno para esta casa, Myneira –aseguró su hermana con un ligero sonrojo–, me gustaría que los demás te escuchen cuando vienes a casa, pero…
–¿Hice algo malo?
Eso pareció tomar a ambas mujeres desprevenidas. Las dos se apresuraron a negarlo, tratando de calmarla, haciéndola pensar que estaban hablando muy fuerte porque necesitaban calmarse ellas mismas. Al final, le cambiaron la ropa y el peinado, manteniendo el mismo adorno de flores tejidas que Tuuri hizo para ella como obsequio de su segundo bautizo.
Cuando volvió a entrar a la sala, su piano había sido instalado en la enorme sala donde acababan de bautizarla y el Sumo Obispo ya no lucía sus ropas ceremoniales, sino ropas que no le había visto antes… a juego con su propia ropa.
No estaba muy segura de como tomar aquello. Los mismos tonos de azul cubrían los pantalones y la túnica del hombre en tanto ropa blanca sobresalía del cuello y los brazos del muchacho.
–¿Y esa ropa? –susurró ella en japonés, caminando al lado de su guardián, quién parecía guiarla al piano en lo que Lord Karstedt, su actual abuelo, hacía la presentación del instrumento y de Rossina, quién estaría acompañándola con el harspiel.
–Un obsequio de tus "padres". ¿Entiendes ahora porque te pido que tengas cuidado con las cosas que dices?
Una mirada rápida y notó que las puntas de las orejas del antiguo Comandante asomaban entre sus cabellos en un tono rosado. Suprimir la risa fue difícil, pero lo logró, sentándose entonces y esperando a que Hanna le acomodara la partitura de la primer pieza que tocaría en tanto Rossina la anunciaba como una Oda a Kunstzeal.
'No me dejaron ponerle "Himno a la Alegría", pero ya qué.'
Myneira miró a su acompañante en el harspiel, ambas movieron la cabeza tres veces en el mismo ritmo y luego de una respiración, comenzaron a tocar a dueto.
Cuando la pieza terminó, temió por un segundo o dos que la pieza no hubiera sido del agrado de nadie, sin embargo, apenas voltear se dio cuenta de que, en lugar de aplausos, todos los asistentes tenían varitas levantadas en alto, iluminadas en su punta.
'¡Es verdad! Ahora vivo en un mundo de magia y fantasía. Solo espero que no haya dementores ni mortifagos aquí.'
Tras pararse y agradecer, Myneira comentó sobre el piano y su versatilidad a pesar de ser un instrumento tan grande. Presentó también a su socio comercial en ese ramo, el jefe del gremio de lauderos, el señor Horace, con quién estaba planeando introducir poco a poco más instrumentos nuevos. Luego de esto, Rossina y ella volvieron a acomodarse en tanto Hanna se posicionaba frente al aparato amplificador de voz para cantar una versión editada del Ave María, ahora dedicada a Geduldh, la Diosa de la tierra y madre de los nobles según la biblia.
Para finalizar, las dos doncellas del templo se despidieron y quedó ella sola para tocar "Para Elisa" de Beethoven, ahora renombrada como "La danza de Bluanfah" y finalmente, el "Canon" de Pachelbel al cual tuvo que rebautizar también como "Oda a Mestionora", la cual estaba tocando a cuatro manos con Lord Ferdinand, quién en algún punto había mostrado tanto interés en el nuevo instrumento, que pronto lo encontró haciéndose de media campanada diaria para practicar. Ni siquiera Rossina tenía el nivel que el hombre adquirió luego de estar practicando por casi dos temporadas.
Cuando su pequeño recital de piano concluyó, muchos nobles parecían interesados en hacerse de un piano.
En realidad, de pronto ya no le importaba si su hermana y Eckhart, en su fanatismo, la habían hecho vestirse a juego con el Sumo Obispo, si lo pensaba, la mayor parte del tiempo iban a juego debido a la ropa del Templo.
–¿No es mi bisnieta una verdadera joya? –rio Bonifatius caminando hacia ella cuando la mayor parte de los nobles terminaron de acercarse a felicitarla y conocerla.
–Lo es –comentó un hombre con ropa elaborada, cabello índigo atado a la espalda y un aire de bromista difícil de ignorar, así como el hecho de que el Sumo Obispo se tensara un poco–, hasta parece haber ablandado al gruñón de Ferdinand, ¡solo míralo!
El bisabuelo Bon les dedicó una mirada a ambos y luego se agachó un poco frente a ella.
–Myneira, lo hiciste muy bien. Ya he hablado con tu abuela y con tu socio para ordenar un piano para tener en mi casa. Espero que puedas visitar a este pobre viejo para que toques algo para él.
'¡¿Ah?! ¿De dónde saca la idea de que es un pobre viejo? ¡Tiene más energía y mejor semblante que Tetsuo y yo cuando éramos jóvenes!'
–Abuelo, tú no eres nada viejo. –dijo emulando de nuevo a su antigua nieta para sincerarse un poco, viendo como el hombre volvía a reír de manera escandalosa, sonrojándose un poco.
–¡Es tan adorable y pequeña! No me sorprendería que cualquiera intentara robársela –pareció bromear el viejo caballero lanzando una mirada de lo más venenosa al Sumo Obispo–. Bendecida por Mestionora, Kunstzeal, Cuococalura, Greifechan y Seheweit. No dudaría que Efflorelume y Geduldh la carguen de bendiciones cuando alcance la mayoría de edad.
–¿En verdad? ¿Tantas bendiciones? –dijo el tipo misterioso que acompañaba a su bisabuelo, observándola como tasando ganancias.
–Sylvester, ¿dónde está Florencia? –habló Lord Ferdinand ahora, haciéndola notar que había cierta familiaridad entre ambos.
–Está por allá felicitando a Heidemarie y organizando una fiesta de té con Elvira. Algo sobre, practicar con Myneira.
Por alguna razón, no le agradaba como la estaba mirando ese hombre… y al parecer, al Sumo Obispo tampoco.
–Por cierto, Ferdinand, ¿crees que podrías ayudarme con la contabilidad de…?
–¿No tienes suficientes eruditos en el castillo, querido sobrino? –interrumpió Bonifatius en lo que ella miraba de un lado a otro confundida.
–Bueno, yo…
–Sylvester, guarda silencio. Este no es el lugar.
Las presentaciones continuaron, luego un pequeño banquete en su honor tuvo lugar y después tuvo que despedir a todos los invitados, saltando aturdida cuando un pelirrojo de la edad de Cornelius se aproximó a ella, mirándola como si fuera… una santa o algo así.
–Mi nombre es Harmuth. No puedo creer que seas la sobrina de Cornelius. Debo admitir que has llenado toda la sala de luz no solo con tu singular parecido con Mestionora, la diosa del conocimiento, sino además con ese despliegue de ingenio en honor a Kunstzeal y la hermosa bendición derramada para todos nosotros, simples mortales y…
–¡Harmuth, por favor! –intervino un hombre igual de pelirrojo, pero con el cabello liso y corto–, es de mala educación lo que estás haciendo, jovencito.
–¡Pero quiero servirla!
–¡Harmuth! –llamó la atención la mujer que iba del brazo del hombre pelirrojo y el chico pareció tragarse una rabieta antes de mirarla de nuevo de un modo incómodo.
–En ese caso, espero con ansias que Dregarnuhr, la diosa del tiempo, teja con ayuda de Steiferise para que nuestros hilos se entrecrucen con fuerza bajo el duro juicio de Ewigeliebe y que la diosa tenga a bien no volver a separarlos aún si Liebeskuhilfe, Sterrat o Gebotordnung no llegan a anudarlos.
–¡Harmuth! –gritaron los padres del chico y Cornelius en el mismo tono de advertencia.
El niño solo los ignoró, arrodillándose sin dejar de sonreírle para luego ponerse en pie y salir junto a su familia, los cuales se disculparon por su conducta extraña antes de irse.
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Esa noche, luego de que todos se fueran, incluido el Sumo Obispo y el bisabuelo Bonifatius, Myneira al fin pudo preguntar a Heidemarie, que exactamente había sucedido ese día, sintiéndose extraña al enterarse de que el sujeto llamado Sylvester era en realidad el Archiduque, el cual había expresado interés en adoptarla él mismo luego de la bendición colosal que había dado, convenciéndose aún más cuando la escuchó tocar el piano y que esto había desencadenado una especie de discusión con Bonifatius. Sin olvidar que el niño llamado Harmuth técnicamente había rogado por ser su esposo, su amante, su asistente o lo que ella deseara siempre y cuando le permitiera servirla.
Myneira nunca se había sentido tan perdida, ni en esa vida, ni en la anterior.
¿Lo peor del caso?
Solo se levantaron tres pedidos para el piano. Apenas enterarse de que los únicos músicos capaces de enseñar a los nobles como tocar dicho instrumento se encontraban en el templo, nadie más que su familia y el Archiduque se atrevieron a comprar uno.
'¡Pero que gente tan clasista! ¡El Templo es la casa de los Dioses! ¿Por qué evitarla?'
Para cuando Myneira volvió al Templo, el Sumo Obispo tiró de sus mejillas con singular alegría por más tiempo del usual en su habitación oculta sin dejar de sonreír de esa forma macabra y radiante que le veía a veces. Que el hombre terminara confesando por accidente que estaban llevando la contabilidad del archiduque y que el tipo les envío algunos documentos más, solo la hizo enfadar.
'¡Pero me voy a cobrar esta!' pensó la niña '¡Que sea la calculadora del Templo no significa que puedan usarme todos para sacar sus cuentas! ¿Y porque se desquita de mi si llamé mucho la atención con esa bendición! ¡Fue él quien me dijo que diera una bendición a todos los asistentes! ¡Aghhhh! ¡Estúpido mocoso!'
