Mente tóxica Parte 7
—¿Y ahora qué?
Mientras tanto, en la mente de Lusine, el cielo ennegrecido comenzó a cubrirse de densas nubes, cargadas de relámpagos rojos que serpenteaban entre ellas como venas inflamadas. Las nubes se retorcieron hasta formar una silueta humana, alta y espectral. Luz sintió el estómago encogerse cuando reconoció la figura completa de su hermano Luis, con su rostro distorsionado por la tormenta, su mirada vacía y una sonrisa torcida que no parecía suya. Sus manos se movían de una forma repetitiva y perturbadora, lo que hizo que Luz apartara la mirada con una sensación de asco creciente.
Un trueno rugió con fuerza, y entonces, la primera gota cayó sobre la mejilla derecha de la jóven Noceda.
Instintivamente, arrugó la nariz al percibir un olor extraño, pesado y desagradablemente familiar. Frunció el ceño, llevándose un dedo a la mejilla para recoger la gota y llevárselo a la boca.
Apenas la probó, sacó la lengua con una mueca de asco.
—¡Puaj, salado!
Su expresión se tensó de inmediato al procesar la textura y el regusto en su lengua. Un escalofrío le recorrió la espalda.
—Villana Lucy, que no sea lo que creo que es, por favor.
No tuvo tiempo de analizarlo más. De golpe, la lluvia comenzó a caer con furia, y Camille reaccionó al instante. Moviendo ambas manos con precisión, trazó un gran círculo mágico en el aire. De inmediato, una barrera de energía azulada se expandió a su alrededor, envolviendo a Luz y a Manazar en un resguardo brillante. Las gotas resbalaron por la superficie de la burbuja sin tocarlos, pero el suelo a su alrededor chisporroteaba y se ennegrecía bajo el contacto de la extraña lluvia.
Entonces, los hongos comenzaron a marchitarse y retorcerse.
—¡No, nooo! —chillaron las criaturas fúngicas, sus voces agudas vibrando en el aire como un coro de desesperación—. ¡Nos necesitas! ¡No puedes vivir sin nosotros!
Uno de los hongos, con la forma grotesca de Angmar, alzó una extremidad amorfa y gimió:
—¡No puedes huir de lo que…!
Pero antes de que pudiera terminar la frase, su cuerpo se desmoronó en cenizas.
Las raíces que antes asfixiaban el suelo se retorcieron como si agonizaran y se deshicieron en un polvo negro y amargo. Los troncos ennegrecidos de los árboles temblaron y comenzaron a recuperar su color natural. Entre las grietas de su corteza, pequeños brotes verdes emergieron tímidamente, y en cuestión de segundos, las primeras hojas frescas se desplegaron como si despertaran de un letargo eterno.
Camille observó la escena con el ceño fruncido, su mirada llena de desconcierto.
—¿La mente tóxica de mi niña… sanándose? —murmuró, casi sin creerlo—. Pero ¿cómo?
Manazar recorrió el paisaje con la vista, y tras un instante de asombro, una sonrisa de alivio se dibujó en su rostro.
—Ella está luchando —susurró con orgullo—. Y por primera vez, parece que quiere ganar.
Cuando la lluvia finalmente cesó y los últimos vestigios de los hongos se desvanecieron en el aire, el sol comenzó a asomarse entre las nubes, bañando el paisaje con una luz cálida y dorada. Un arcoíris vibrante se extendió sobre el cielo despejado, reflejándose en la hierba húmeda y en las hojas brillantes de las plantas recién brotadas.
Camille entrecerró los ojos, observando con atención el cambio drástico a su alrededor. Entonces, frunció el ceño levemente, como si acabara de comprender algo crucial.
—No puede ser... —susurró, más para sí misma que para los demás.
Mientras tanto, Luz, aún asimilando la transformación del lugar, se agachó y tomó entre sus dedos una hoja verde y crujiente.
—¿Lechuga?
Un zumbido en su bolsillo la arrancó de su asombro. Sintió la vibración y, sin pensar, dejó caer la hoja de lechuga mientras sacaba rápidamente su celular. En la pantalla, el nombre de Luis parpadeaba con una videollamada entrante, acompañado del insistente tono que rompía la quietud del paisaje recién transformado.
Al aceptar, la imagen de su hermano apareció de inmediato. Luz notó un leve moretón en su mejilla, pero antes de poder decir algo, él habló con firmeza:
—Nutria, las sacaremos de ahí.
Una sonrisa de alivio se dibujó en su rostro. Con renovada determinación, giró la cámara hacia Manazar y Camille para asegurarse de que Luis los viera con claridad.
—Genial, pero antes... saluda a mamá y papá.
—Hola, hijo —saludaron ambos al unísono, sonriendo y agitando la mano.
Luis los observó en silencio por un instante antes de resoplar.
—Ja, ja. Muy graciosa.
Pero en lugar de discutir, su expresión se endureció.
—Prepárense. Diez.
Luz sintió el estómago tensarse.
—Nueve.
Camille tomó las manos de Manazar, aferrándose a él con dulzura y melancolía.
—Ocho.
—Ahora tienes una segunda oportunidad con ella —susurró Manazar, esbozando una sonrisa serena.
—Siete.
Camille deslizó los dedos por su mejilla, como si quisiera memorizar cada línea de su rostro, cada surco de su piel.
—Seis.
—Esta vez no fallaré —respondió ella, su voz quebrándose apenas.
—Cinco.
Manazar le besó la frente con ternura, sosteniéndola por un instante más.
—Cuatro.
—Hazlo bien —murmuró él.
—Tres.
Camille cerró los ojos, conteniendo las lágrimas que amenazaban con escapar.
—Dos.
Luz bajó ligeramente el celular sin soltarlo y apretó con firmeza la mano de Camille.
—Uno.
Camille miró a Manazar por última vez.
—Es hora.
Un destello de luz amarilla las rodeó, y en un parpadeo, Luz y Camille se desvanecieron.
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Desde las ventanas, rendijas y hasta los más diminutos orificios en las paredes de la Casa Búho, una luz amarilla brotaba con intensidad cegadora, latiendo como un corazón agitado.
En el centro de la sala, sobre la alfombra, un glifo de transportación resplandecía con líneas vibrantes, irradiando un fulgor dorado que vibraba en el aire.
Entonces, un humo verdeagua descendió del techo, serpenteando en suaves espirales sobre el glifo. Era denso y etéreo a la vez, como si la bruma de un pantano hubiera invadido la casa. Se arremolinó en el aire unos instantes hasta que, poco a poco, dos figuras emergieron de su interior, tomadas de la mano.
Luz y Camille aparecieron entre la niebla, sus siluetas desdibujadas por un instante antes de materializarse por completo. Sus pies tocaron la alfombra, y la bruma se disipó en un último susurro de magia agotada.
Lusine se acercó a Camille y, con indiferencia, le dijo:
—Quiero ir a casa.
Camille solo le sonrió y asintió, feliz de ver que su hija estaba bien, aunque seguía siendo la misma de siempre.
—Y...
Para sorpresa de Camille, Lusine esbozó una dulce sonrisa de oreja a oreja.
—Si quieres enviarme al refugio del Fénix...
Cerró los ojos y levantó el pulgar derecho.
—Sería lo correcto.
Sin poder contenerse, Camille abrazó a su hija, con lágrimas asomándose en sus ojos.
—Oh, mi niña.
Igual de conmovida, Luz se secó las mejillas, pero antes de que pudiera decir algo, Luis se acercó y la envolvió en un fuerte abrazo.
—Me alegra que estés a salvo, Nutria.
Sin previo aviso, comenzó a llenarle la mejilla izquierda de besos ruidosos. Luz, que al principio estaba demasiado sorprendida para reaccionar, terminó con el rostro completamente rojo y una expresión que parecía más propia de alguien besado por su crush que por su propio hermano.
—Oook… esto es...
Cuando Luis finalmente se apartó, la miró con total indiferencia.
—Ahora dame mis compras.
Luz dejó escapar una risita divertida antes de extenderle la bolsa.
—Aquí tienes, mi amor.
Luis tomó la bolsa sin perder tiempo y comenzó a revisar su contenido. La expresión de Luz pasó rápidamente de una sonrisa alegre a una ligera mueca de incredulidad cuando él preguntó sin rodeos:
—¿Y las lágrimas de bruma?
Antes de que Luz pudiera responder, Camille giró su índice izquierdo en el aire. Con un destello de magia, una caja de lágrimas de bruma apareció sobre la bolsa y cayó suavemente dentro.
—Cortesía de la casa —dijo con una sonrisa afable.
Luis esbozó una leve sonrisa antes de responder:
—Gracias, "mamá" —Luego miró a Lusine y añadió con una sonrisa burlona—. Y tú, eres una copiona.
—Cállate, asesino —replicó Lusine, entre seria y juguetona.
Matt dio un paso adelante, con la mirada baja y el peso de la culpa sobre sus hombros.
—Señora Nocelum, yo...
Camille le dedicó una sonrisa serena, mientras acariciaba el cabello de Lusine con su mano derecha.
—No te preocupes, Matt —dijo con suavidad—. No voy a despedirte.
Matt exhaló un suspiro profundo, dejando que el alivio lo invadiera, mientras una sensación de gratitud se apoderaba de él.
—Entonces... las esperaré en la carreta —dijo, con una sonrisa genuina, y salió por la puerta de la Casa Búho.
Luis se acercó al gran sofá, dejó su bolsa de compras a un lado y se hundió en el asiento, apoyando la nuca en el respaldo.
Cerró los ojos y soltó un resoplido.
—¡Qué nochecón, loco!
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Camille y Lusine salieron al exterior, donde Matt las esperaba junto a la carreta, estacionada cerca de la puerta. Eda y Luz las siguieron, caminando en silencio, pero el alivio flotaba en el aire, palpable entre todos. La brisa fresca de la noche les brindaba un respiro, como si les ofreciera una tregua después de la tensión vivida dentro de la casa.
Cuando Camille subió a la carreta, se sentó junto a su hija y, mirando a Eda, le dirigió una sonrisa tímida.
—Gracias por todo, Dama Búho —dijo, con una ligera vergüenza—. Y lamento las molestias.
Eda, sin perder su calma característica, asintió con una sonrisa despreocupada.
—No es nada —respondió, con un tono relajado que dejaba claro que no había resentimientos.
Luz observó a Lusine con curiosidad, sin poder contener la pregunta que rondaba en su mente.
—Entonces... ¿ella irá al refugio del Fénix? —Su voz tenía un matiz de inquietud.
Camille respondió con una calma que casi sonaba a certeza.
—Ya no hace falta.
Lusine le dedicó a su doble humana una sonrisa relajada.
—Gracias al Luminalis, podré cambiar mi vida sin necesidad de eso.
Los ojos de Luz brillaron con emoción.
—Hermana...
Pero la expresión de Lusine se endureció al instante, su ceño frunciéndose levemente mientras su sonrisa desaparecía.
—No lo arruines.
Luego, Camille miró a Eda con una expresión intrigada.
—Eso me recuerda... ¿cómo conseguiste Luminalis, Dama Búho? Tengo entendido que desapareció hace tiempo… —preguntó, frunciendo el ceño, como si algo no cuadrara.
La pregunta hizo que Eda se pusiera algo tensa, y un leve rubor apareció en su rostro.
—Uh… —dijo, intentando disimular—. Solo fue... ensalada de lechuga con un "ingrediente secreto".
Lusine, que estaba recostada junto a su madre, soltó un gran bostezo y se estiró, acomodándose mejor.
—¿Podemos irnos ya? —dijo, acomodando su cabeza sobre el regazo de Camille, cerrando los ojos en busca de descanso—. Estoy cansada
Camille, sonriendo con ternura, acarició suavemente la cabeza de su hija.
—Claro, mi niña, claro —respondió, feliz de tenerla cerca nuevamente.
Luz, con una sonrisa traviesa, se giró hacia Camille y comentó:
—Fue un divertido juego de roles.
Camille le devolvió una sonrisa ligera, asintiendo con complicidad.
—Sí, claro que sí —respondió, con una chispa en los ojos.
Al escuchar el suave crujido del gusano ratón comenzando a moverse, Camille miró a Matt, quien estaba al frente de la carreta, y le dijo en voz baja:
—En marcha, Matty.
El gusano ratón comenzó a avanzar lentamente, arrastrando la carreta, mientras todos se acomodaban en sus lugares. Luz agitó su mano derecha en dirección a la carreta.
—Buenas noches, "mamá".
—Buenas noches, mija —respondió Camille, con una sonrisa cálida.
Mientras la carreta comenzaba a alejarse, Luz se acercó a Eda, aún con dudas sobre el "ingrediente secreto" del Luminalis.
—Y... ¿qué era ese "ingrediente secreto" que tenía la ensalada?
Eda, con una sonrisa maligna, se inclinó un poco hacia Luz y, en un susurro bajo, le dijo algo al oído. Luz se quedó muda por un momento, con los ojos bien abiertos en sorpresa. Luego, hizo una mueca de asco, entrecerrando los ojos.
Finalmente, dio un giro brusco y regresó a la Casa Búho, con Eda pisándole los talones. Y cuando la puerta se cerró tras ellas...
—¿Qué pasa, Nutria? —preguntó la voz de Luis.
—¡Cochino degenerado!
¡SPLAP!
