La lluvia caía incesante, como si el cielo estuviera llorando por nosotros.

El sonido de las gotas golpeando los paraguas era lo único que rompía el silencio, y aun así, parecía que no había ruido suficiente para llenar el vacío que sentía dentro de mí.

El aire era pesado, cargado de una tristeza que no entendía del todo, pero que me oprimía el pecho.

Recuerdo que todo a mi alrededor se sentía grande, más allá de mi comprensión. Me mantenía bajo un pequeño paraguas, mis zapatos apenas tocaban el suelo, y las gotas resbalaban por mi abrigo.

Frente a mí, en el centro de todo, estaba el ataúd de mamá. No entendía por qué estaba allí, no entendía por qué no podía hablar con ella o verla sonreír. Solo sabía que todos estaban tristes, y algo en mí también lo estaba.

Miré a papá. Él siempre era fuerte, siempre inquebrantable, pero ese día, parecía aún más distante, como si estuviera en otro lugar, lejos de todos.

Su rostro estaba oculto tras esas gafas oscuras, y aunque lo intentaba, no podía ver sus ojos.

Quería tomar su mano, quería que me abrazara y me dijera que todo estaría bien.

Pero él se mantenía inmóvil, su cuerpo rígido y sus manos tensas junto al féretro. No me miraba, ni a mí ni a nadie.

Intenté acercarme más a él, deseando encontrar consuelo en su cercanía. Pero cuando finalmente estiré mi mano para tocar la suya, él no se movió, ni siquiera pareció darse cuenta de mi presencia.

Mis dedos temblaron y, por un instante, sentí que también estaba sola bajo la lluvia, aunque había decenas de personas alrededor.

Los amigos de mamá, esos seres que parecían venir de otro mundo, se mantenían de pie en silencio, rodeando el féretro.

Vestían de manera extraña, con ropas que brillaban incluso bajo la lluvia, como si la tristeza no pudiera tocarlos.

Me preguntaba quiénes eran, por qué no me decían nada, por qué nadie me explicaba lo que estaba pasando. Los observaba, con curiosidad, pero también con miedo.

El cielo continuaba llorando, y yo, con apenas tres años, no sabía por qué sentía ese nudo en el estómago ni por qué todos se veían tan tristes.

Quería entender, pero las respuestas estaban más allá de lo que mi mente podía procesar.

Mis ojos, grandes y llenos de preguntas, volvieron a buscar a papá, pero él seguía siendo una estatua, impasible bajo la lluvia. No había consuelo en él, no había respuestas. Solo esa distancia que parecía un abismo imposible de cruzar.

Las flores que cubrían el féretro de mamá ya no tenían el mismo brillo; bajo el agua se veían marchitas, apagadas, como si ellas también estuvieran diciendo adiós.

El suelo bajo mis pies se volvía fangoso, y con cada paso que daba, sentía que me hundía un poco más en la tristeza que nos envolvía a todos.

El llanto de las personas alrededor se mezclaba con el sonido de las gotas de lluvia, creando una sinfonía de dolor que me oprimía el pecho.

Observaba cómo los amigos de mamá, esos seres que parecían casi irreales, comenzaban a elevarse en el aire, desvaneciéndose uno por uno en el cielo gris.

Dejaban tras de sí un rastro de luz dorada, como si estuvieran llevando consigo lo más puro de mamá, como si fueran los guardianes de sus recuerdos y su espíritu.

Algo dentro de mí se revolvía con esa imagen; sentía que cada uno de ellos se llevaba un pedazo de ella, alejándola aún más de mí.

Entonces, papá, que hasta ese momento había estado como una estatua, finalmente apartó la mirada del féretro.

Sentí su mirada sobre mí, y cuando nuestros ojos se encontraron, por primera vez, noté algo distinto en él.

Algo en su máscara de frialdad parecía haberse roto.

Bajó la sombrilla que lo cubría y, aunque aún no me hablaba, vi en sus ojos algo que nunca antes había visto: vulnerabilidad. Era como si, por un instante, fuera capaz de sentir lo mismo que yo.

-P-Papá... -Mi voz salió pequeña, apenas un susurro, mientras señalaba el féretro con el dedo.-¿Por qué mamá sigue dormida en esa caja? T-Tenemos que irnos ya...-

Mis palabras se quedaron en el aire, flotando entre nosotros.

Quería que me dijera algo, cualquier cosa, algo que pudiera explicarme por qué mamá no estaba despierta, por qué no podíamos llevarla con nosotros.

Pero lo único que recibí fue el sonido de la lluvia cayendo, y la sensación de que algo estaba terriblemente mal.

-Ring-ring... -Su voz sonó más grave de lo habitual, como si estuviera conteniéndose.-Tu madre... ella no volverá con nosotros.-

-¿¡E-Eh!? -Mi corazón dio un vuelco, el miedo y la incomprensión se apoderaron de mí.-¿¡P-Por qué no!? ¡No puede ser!-

Lo miré con desesperación, esperando que de alguna manera, en cualquier momento, me dijera que estaba equivocada, que mamá volvería.

Pero él no me miraba. No dijo nada más, y eso me enfureció.

¡No podía simplemente ignorarme!

¡No podía dejarme así, sin respuestas!

-¡Papá! -Grité, mi voz quebrándose con cada palabra.-¡Dime! ¿¡Por qué mamá no volverá!?-

Tiré de su abrigo con desesperación, queriendo que reaccionara, que me viera, que me dijera algo, pero él siguió impasible.

Y entonces, cuando vi cómo la tierra comenzaba a cubrir el ataúd de mamá, algo dentro de mí se rompió. Ya no podía contenerlo.

-¡N-No! -Grité mientras soltaba el abrigo de papá y corría hacia el féretro.-¡Mamá está ahí! ¡No pueden cubrirla, ella no podrá regresar conmigo si lo hacen!-

El miedo se transformó en pánico puro, y corrí lo más rápido que pude, sin pensar, solo quería detener lo que estaba pasando. Pero antes de que pudiera llegar, sentí unas manos firmes que me detuvieron.

-¡Señorita Ring-ring, contrólese! -La voz de Fyah sonaba distante, casi ahogada por el ruido de mis propios sollozos.

-¡No! ¡Déjame! -Me retorcí en su agarre, luchando con todas mis fuerzas mientras las lágrimas corrían por mis mejillas sin parar.-¡Mamá! ¡Por favor, mamá!-

El dolor en mi pecho era insoportable.

Veía cómo la caja en la que estaba mamá se hundía cada vez más bajo la tierra, hasta que desapareció por completo.

Todo lo que quedaba era un montículo adornado con flores.

Me quedé paralizada, mi cuerpo temblando, y mis piernas finalmente cedieron.

Caí de rodillas, el frío fango empapando mi ropa, pero no me importaba.

Nada importaba.

Las lágrimas brotaban sin cesar mientras la realidad me golpeaba con toda su fuerza.

Mamá se había ido, y no importaba cuánto gritara o cuánto luchara, ella no volvería conmigo.

La lluvia caía implacable, convirtiendo el mundo en una sinfonía gris y triste. Las gotas de agua se deslizaban por mi rostro, mezclándose con mis lágrimas, pero yo apenas podía diferenciarlas.

Todo era un torbellino de emociones que no entendía.

No entendía por qué mamá no estaba aquí, ni por qué papá estaba tan distante, ni por qué el dolor en mi pecho crecía con cada segundo que pasaba.

Miré hacia arriba, buscando respuestas en el cielo oscuro, pero solo encontré más lluvia.

Entonces, escuché los pasos de papá acercándose.

Mi corazón dio un pequeño salto. Tal vez esta vez me abrazaría, pensé. Tal vez esta vez me diría que todo estaría bien.

-P-Papá... -

Papá se inclinó un poco, y por un momento creí que mis deseos se harían realidad. Pero en lugar de un abrazo cálido, sentí el frío de su mano en mi mejilla. Una sensación extraña, distante.

-Ring-ring... -Su voz era baja, pero dura.-No estoy nada contento con tu comportamiento... Deja de llorar.-

Sus palabras cayeron sobre mí como un golpe.

El nudo en mi garganta se apretó más, y mis labios temblaron mientras trataba de contener un sollozo.

No entendía por qué estaba tan molesto conmigo.

¿Acaso no estaba sufriendo también?

¿No veía cuánto dolor tenía?

-L-Lo siento, papá... -Murmuré, bajando la cabeza, sintiéndome pequeña, insignificante.

Lo observé acercarse a la tumba de mamá, dejando un ramo de flores antes de soltar un suspiro pesado.

Luego, sin mirar atrás, comenzó a caminar hacia el coche.

Yo lo seguí, sintiendo una herida en mi corazón, una herida que ardía con cada paso que daba.

Sabía, aunque no lo comprendía del todo, que algo importante se había ido para siempre.

Algo que jamás regresaría.

Más tarde, esa misma noche, intenté salir de mi habitación en silencio.

Mi corazón latía rápido, llena de una necesidad que no podía explicar.

Quizá, si lo encontraba solo, papá me hablaría de verdad.

Quizá, esta vez, me diría algo que me ayudara a entender.

Me detuve cuando lo vi en una de las grandes habitaciones de la mansión.

Las paredes estaban adornadas con pinturas y tapices que me recordaban a mamá, llenas de colores y escenas de naturaleza.

Papá estaba ahí, solo, de pie frente a una de esas pinturas, su expresión inmersa en algo que no alcanzaba a comprender.

El silencio lo envolvía, pesado, y por un momento vi algo en él que no había notado antes: una tristeza profunda, casi insoportable.

Entonces, sin previo aviso, una luz tenue llenó la habitación.

Contuve la respiración mientras dos figuras etéreas se materializaban ante él.

Eran el Maestro Kang y Sondeok, amigos de mamá.

Sabía quiénes eran porque mamá me había hablado de ellos, con cariño y respeto.

El Maestro Kang fue el primero en hablar, con una calma que llenaba la habitación.

-Dong... comprendemos tu dolor en este momento difícil...-Su voz era serena, pero sus palabras parecían atravesar las paredes.-Estamos aquí para ofrecer nuestro apoyo y cuidado a Ring-ring.-

-Ming era una amiga querida -Sondeok, que se mantenía un paso detrás, asintió con tristeza.-Prometimos velar por su hija si algo llegaba a ocurrirle...Y estamos aquí, listos para cumplir esa promesa.-

Mi corazón latió más rápido.

¿Iban a cuidar de mí?

Pero papá levantó la mirada, y su expresión se volvió de piedra. No había agradecimiento en sus ojos, solo una dureza que no lograba entender.

-Agradezco su intención, pero no necesito su ayuda ni la de nadie más para cuidar de mi hija.-Su voz era fría, cortante.- Puedo hacerlo perfectamente por mi cuenta.

Con esa declaración, papá se reincorporó y caminó hacia una mesa cercana, donde se sirvió una copa de whisky, sin siquiera dignarse a mirar a los amigos de mamá de nuevo.

La habitación se llenó de un silencio incómodo, y el dolor en mi pecho se hizo aún más profundo.

Sabía que papá estaba sufriendo, pero al mismo tiempo, no podía evitar sentirme más sola que nunca.

Los seres etéreos intercambiaron miradas, y aunque no dijeron nada más, su tristeza era palpable. Sabían que papá estaba cerrado al mundo, y quizá yo también lo estaría si las cosas seguían así.

-Dong, comprendemos que eres su padre, pero las circunstancias son especiales... -El Maestro Kang frunció el ceño, su tono impregnado de respeto pero también de advertencia.

Mis ojos se agrandaron al escuchar su nombre en esa conversación.

Sentía que hablaban de mí, pero no sabía por qué.

¿Qué circunstancias?

¿Por qué el Maestro Kang parecía tan serio?

-Es cierto...-Añadió Sondeok con esa suavidad que siempre la caracterizaba.-La pequeña Ring-ring podría manifestar habilidades y poderes divinos, al igual que su madre, Nosotros sabemos cómo manejar esas situaciones.-

Mi padre levantó la mano en un gesto brusco, cortando el aire entre ellos.

-Ella aún no ha presentado ninguno de esos "síntomas", y ustedes solo harán que se asuste. -Su voz era fría, casi afilada.

Ese tono me hizo estremecer, era el mismo que usaba conmigo cuando no estaba "contento" con mi comportamiento.

Desde mi escondite, sentí que mi corazón latía más rápido.

¿De qué estaban hablando?

¿De qué "síntomas"?

Nunca había oído a papá hablar de mí de esa forma.

Y el tono con el que lo hacía... me dolía.

-Ring-ring ha pasado tiempo con nosotros y conoce nuestro cariño y cuidado.-Sondeok, siempre tan paciente, dio un paso adelante.-No sería traumático para ella que la ayudáramos en este momento. -Había algo cálido en su mirada, pero mi padre no parecía receptivo a ese afecto.

Entonces, mi padre soltó un periódico sobre la mesa, con una fuerza que hizo eco en toda la habitación.

Mis ojos, todavía húmedos por las lágrimas de antes, se fijaron en las palabras impresas en grandes letras:

"Ataque brutal entre los clanes Sanada y Taek: ni un sobreviviente".

-Miren lo que sucedió hace poco...-La voz de papá era baja, pero cargada de rabia contenida.-Los Sanada fueron atacados brutalmente en su propio hogar, Y... aparentemente, no quedó ni un sobreviviente.-

Kang y Sondeok intercambiaron miradas llenas de angustia, como si ese fuera solo uno de los muchos eventos terribles que habían visto ese año.

Pero yo no podía procesarlo.

Solo sabía que la tensión en la habitación crecía, y con ella, mi miedo.

-La tierra no es un lugar seguro para ella... -Mi padre hablo con una determinación que me asustaba aún más.

-¿No estarás pensando en...?-El Maestro Kang lo miró, desconcertado.

-Ring-ring vendrá al espacio conmigo.-Mi padre lo interrumpió con una voz firme, como si ya hubiera tomado la decisión.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.

¿Espacio?

¿Llevarme al espacio?

-Pero, Dong... ella es solo una niña. -El tono de Sondeok era casi suplicante.-¡Eso no es algo que a Ming le hubiese gustado!-

Vi cómo el rostro de papá se endurecía al escuchar el nombre de mamá.

Era como si cada vez que la mencionaban, una parte de él se rompiera un poco más.

Vi sus puños apretarse a los costados mientras respiraba profundamente.

-Ya tomé mi decisión...-Respondió con voz baja, pero firme.

El Maestro Kang lo observó, su semblante tranquilo, pero lleno de una sabiduría que parecía atravesar las paredes.

-Dong King, comprendemos que quieras proteger a tu hija, pero no puedes mantenerla enclaustrada para siempre...Desde que ella era pequeña, ha permanecido aquí y no es para nada justo que ahora te la lleves al espacio...Ella merece conocer el mundo, tener experiencias... -Kang hablaba con una calma que intentaba apaciguar la tormenta que crecía dentro de papá.

-Ring-ring es una joven talentosa. -Añadió Sondeok, asintiendo.-Debería poder explorar su potencial y seguir sus sueños.-

Mi corazón latía con fuerza mientras intentaba comprender lo que decían.

¿De qué sueños hablaban?

Nunca había tenido la oportunidad de soñar, no sabía lo que eso significaba.

Solo conocía esta casa, estos muros, la presencia distante de papá... y el vacío que mamá había dejado.

-Ella no necesita nada más que lo que tiene aquí.-Papá frunció el ceño, sin ceder.-Esta mansión tiene todo lo que una persona pueda desear y mi nave está equipada con todas las comodidades...No tardará en acostumbrarse. -Su voz era cortante, como si quisiera terminar la conversación de una vez por todas.

-Dong, eso no es vida para una niña.-El Maestro Kang soltó un suspiro pesado, visiblemente frustrado.-¡Ella necesita amigos, el contacto con el mundo exterior! ¡No puedes retenerla para siempre!-

-¡No estoy dispuesto a debatir más sobre esto!-La voz de mi padre, retumbó en la sala-Pronto la llevaré conmigo al espacio...Allí estará a salvo, porque sé que es lo mejor para ella.-

Con esas palabras, papá se dio la vuelta y salió de la habitación, dejándolos allí, y a mí, más sola de lo que nunca me había sentido.

Kang y Sondeok se quedaron inmóviles por un momento, intercambiando miradas preocupadas.

El silencio era espeso, lleno de lo que no podían decir en voz alta.

Sabían que papá no iba a cambiar de opinión... pero yo, escondida en la sombra, me di cuenta de algo más.

No quería irme al espacio.

No quería dejar este lugar, por más doloroso que fuera.

Quería entender lo que había pasado con mamá, quería respuestas.

Y sobre todo... quería que papá volviera a ser el hombre que recordaba.

Pero en ese instante, supe que eso quizás nunca ocurriría.

~Ring-ring Pov's off~

En lo más profundo de Shangri-La, un lugar donde el tiempo parecía suspenderse, el aire estaba impregnado de una paz ancestral.

Allí, donde las montañas rozaban los cielos y las aguas cristalinas reflejaban el brillo de las estrellas, el Maestro Kang y Sondeok se reunieron con otros amigos de la difunta Ming.

Estos no eran seres comunes; eran deidades, portadoras de sabiduría milenaria y poderes que trascendían los límites del entendimiento humano.

El eco del propósito de aquella reunión reverberaba en sus corazones: cumplir una de las últimas voluntades de Ming, la diosa de la naturaleza.

Kang, con su semblante sereno y mirada penetrante, levantó una mano en señal de que era momento de empezar.

Las deidades se unieron en un círculo alrededor de una mesa de madera que había sido testigo de incontables rituales sagrados.

La madera, antigua y llena de secretos, estaba tallada con símbolos que brillaban suavemente bajo la luz de los rayos divinos, iluminando el ambiente con un resplandor cálido y etéreo.

Sondeok, delicada pero firme en su misión, había traído consigo materiales sagrados: hojas de papel creadas a partir de pétalos de flores inmortales y plumas de aves mágicas.

Con manos cuidadosas, comenzó a escribir.

Cada trazo plasmaba la sabiduría que la naturaleza le había enseñado, la importancia de la armonía entre los seres vivos y el mundo que los rodeaba.

Su pluma se movía con la gracia de quien entiende los secretos del cosmos.

A su alrededor, los demás amigos de Ming también contribuían con sus dones únicos.

Una deidad tallaba runas sagradas en los márgenes de los libros, símbolos que contenían poderosas bendiciones.

Otros de sus compañeros ilustraban con magia, creando dibujos que, al mirarlos, parecían cobrar vida, danzando entre las páginas como reflejos de la misma naturaleza. Algunos escribían palabras de sabiduría tan profunda que sus letras vibraban con energía divina.

La sala se impregnó de una vibrante energía mística, el aire cargado de un poder que solo se podía experimentar en el reino de las deidades.

A medida que los amigos de Ming trabajaban en sincronía, los libros tomaban forma, cada página un despliegue de misticismo y conocimiento divino.

Había en ellas no solo sabiduría, sino también el amor y la devoción que habían compartido con Ming, una ofrenda a su hija, Ring-ring, para guiarla en los difíciles caminos que la esperaban.

-Ming siempre quiso lo mejor para Ring-ring -Kang murmuró, recordando la dulzura de su amiga y su férreo deseo que su hija creciera comprendiendo su verdadero poder.

-No es solo el conocimiento lo que plasmamos aquí -Park añadió con una sonrisa nostálgica.-Es el legado de Ming, su luz.-

A lo largo de los días, mientras trabajaban en armonía, compartieron historias de su tiempo en la Tierra junto a Ming.

Rememoraron los momentos más dulces, las pruebas más duras y las innumerables lecciones que Ming les había enseñado.

Rieron y lloraron, sabiendo que, aunque ella no estuviera físicamente presente, su espíritu vivía en cada una de esas páginas.

Cuando los libros estuvieron finalmente completos, el ambiente en la sala cambió.

Un profundo silencio reverencial cayó sobre ellos, y las deidades se miraron con satisfacción.

Habían cumplido con la promesa de su amiga, y los libros ahora eran una manifestación tangible de la guía y el amor que Ming quería dejarle a su hija.

Los volúmenes brillaban con un suave resplandor dorado, pero de pronto, sin advertencia, esa luz comenzó a intensificarse.

Una extraña energía envolvió los libros. Todos los presentes retrocedieron ligeramente, sorprendidos por lo que ocurría. La luz se expandió, envolviendo la sala entera en un dorado radiante.

Las páginas de los libros, que hasta ese momento habían estado llenas de las enseñanzas divinas, empezaron a vaciarse. Las palabras, los dibujos, todo comenzó a desvanecerse como si nunca hubiera existido.

El pánico se apoderó de los corazones de las deidades.

¿Habían fallado?

¿Todo el trabajo, la sabiduría y el amor que habían puesto en esos libros, desaparecido en un instante?

Justo cuando la desesperación parecía apoderarse de ellos, las páginas, ahora aparentemente vacías, comenzaron a brillar con un resplandor dorado aún más intenso.

La luz no solo envolvía los libros, sino que emergía desde dentro de ellos, como si una nueva esencia estuviera cobrando vida.

El resplandor dorado de los libros no solo iluminaba la estancia, sino que parecía impregnar el aire con una calidez indescriptible, como si Ming misma se manifestara en cada destello.

Los amigos de la difunta diosa, aún atónitos por lo que habían presenciado, intercambiaron miradas cargadas de emoción.

Lo que había ocurrido era algo más allá de su entendimiento, un milagro que traspasaba las barreras del tiempo y la muerte. Ming había dejado algo más que enseñanzas: había infundido su esencia, su amor y sus recuerdos más profundos en esas páginas.

-Ella siempre supo cómo sorprendernos... incluso ahora, desde el más allá...-Park murmuró, con la voz entrecortada, su mirada aún fija en los libros que flotaban suavemente frente a ellos.

-Ming ha dejado más que conocimiento aquí -Añadió el Maestro Kang, su era voz baja pero cargada de reverencia.-Ha dejado su corazón.-

Las palabras en los libros, aunque invisibles para los ojos mortales, estaban ahí, aguardando.

Los recuerdos de Ming, sus pensamientos, sus emociones, todo latía en esas páginas como si estuvieran vivos, esperando el momento en que Ring-ring estuviera preparada para comprenderlos.

La energía que fluía de los libros parecía vibrar en sintonía con los sentimientos de su madre, resonando con una claridad divina que estremecía a todos los presentes.

-No podemos ver lo que ha escrito... -dijo uno de los amigos de Ming, mirando las páginas en blanco que irradiaban una luz dorada.- Pero podemos sentirlo...Es como si cada palabra estuviera oculta hasta que Ring-ring esté lista para descubrirlas por sí misma.-

El grupo de deidades asintió en silencio, sintiendo la misma verdad. Los libros no solo eran un testimonio de la sabiduría de Ming, sino un legado vivo, uno que solo se revelaría cuando su hija estuviera preparada, cuando su corazón y su espíritu estuvieran en sintonía con los mensajes que aguardaban pacientemente.

Sin perder tiempo, los amigos de Ming tomaron los libros entre sus manos, con un cuidado reverencial, y comenzaron su viaje hacia la mansión de Dong King.

Sabían que el destino de esos libros estaba entrelazado con el de Ring-ring, y estaban decididos a entregárselos a la niña que tanto significaba para su madre.

A medida que avanzaban, el paisaje de Shangri-La, con sus montañas etéreas y cielos infinitos, parecía inclinarse en reverencia hacia ellos, como si el mundo mismo comprendiera la magnitud de lo que llevaban.

Sin embargo, al llegar a la majestuosa mansión, fueron recibidos con una noticia que cayó sobre ellos como una pesada losa.

-Ring-ring... -Sondeok susurró, incrédula.-¿Se ha ido?-

-Sí...El señor Dong King la ha llevado al espacio...-Un sirviente, con una expresión apesadumbrada, confirmó lo que temían.-No sabemos cuándo regresarán.-

El silencio que siguió fue abrumador.

El grupo de amigos de Ming se miró, compartiendo una sensación de impotencia.

Los libros, tan llenos de promesas, de sabiduría y amor, ahora parecían más pesados en sus manos. Ring-ring ya no estaba allí para recibirlos. El destino había decidido que la joven se alejase justo cuando el legado de su madre estaba listo para llegar a ella.

-¿Qué haremos ahora? -

El Maestro Kang cerró los ojos un momento, concentrándose en la energía que aún vibraba en los libros.

Era cierto que Ring-ring no estaba presente, pero sentía en su corazón que estos textos sagrados no se habían creado en vano.

El tiempo, al igual que las enseñanzas divinas, debía ser respetado. Había una razón para todo, incluso para las ausencias.

-Guardaremos estos libros... -Kang asintió.-Los mantendremos a salvo hasta que Ring-ring regrese, estos libros están destinados a ella, y algún día encontrará en sus páginas el consuelo y la guía que necesita.-

Sondeok asintió lentamente, sus ojos aún fijos en los textos que emanaban ese suave resplandor dorado.

Podía sentirlo también. Ming, de algún modo, sabía que este momento llegaría.

Había infundido sus palabras y recuerdos con una paciencia eterna, porque sabía que su hija los necesitaría, no ahora, sino en algún momento del futuro.

-Es lo correcto. -Sondeok murmuró, acariciando con delicadeza las tapas de uno de los volúmenes.-Cuando Ring-ring esté lista, cuando su corazón esté abierto, estas páginas la llamarán.-

En el silencio de la imponente mansión vacía, los libros emitieron un leve destello, un brillo dorado que parecía un susurro.

Los amigos de Ming lo sintieron, como si la propia Ming estuviera allí, con ellos, asegurándoles que todo estaba en su lugar, que el destino de Ring-ring no podía ser apresurado ni forzado. Los libros esperarían pacientemente, tal como una madre esperaría a su hija.

-Esperarán por ella... -Kang miro el cielo, donde las estrellas brillaban con una intensidad renovada.-Y cuando llegue el momento, las palabras invisibles de Ming la guiarán en su verdadero viaje.-

Así, con una mezcla de pesar y esperanza, los amigos de Ming decidieron guardar los libros sagrados en un lugar seguro, donde el tiempo no pudiera tocarlos, donde la luz de su madre pudiera seguir velando por su hija hasta el día en que regresara a la Tierra.

La espera sería larga, pero el amor de Ming, como siempre, era eterno.

Los volúmenes, envueltos en ese dorado celestial, quedaron guardados en las profundidades de la biblioteca de Shangri-La, entre montañas y valles que cantarían historias antiguas.

Allí, en la quietud del tiempo detenido, aguardaban. Aguardaban el regreso de Ring-ring, la hija de la diosa que algún día encontraría en esas páginas no solo el legado de su madre, sino también el camino hacia su propio destino.

~Ring-ring Pov's on~

En la nave espacial, todo a mi alrededor gritaba perfección, disciplina y control. Era un colosal vehículo intergaláctico, tan avanzado que casi parecía tener vida propia.

Sin embargo, a pesar de lo impresionante que era, para mí no era más que una prisión brillante y fría.

Mis días transcurrían entre las paredes metálicas, donde los monótonos zumbidos de los sistemas eran mis únicos compañeros.

Mi vida giraba en torno a las lecciones interminables que se transmitían directamente a mi mente: matemáticas, ciencias, literatura...

No importaba qué tan agotada me sintiera, siempre había algo más que aprender.

Mi padre, no aceptaba menos que la excelencia.

Y Yo... Yo siempre me esforzaba por alcanzarla, aunque sentía que nunca sería suficiente.

Él era un gigante en el mundo de los negocios, ambicioso y distante.

La mayoría del tiempo lo pasaba en su despacho, en su propia esfera de poder y control, dirigiendo su imperio.

Sus visitas a mi sala de estudio eran breves, casi formales.

Revisaba mi progreso con ojos que no dejaban espacio para errores.

La aprobación en su rostro era rara, como un regalo que parecía imposible de conseguir.

Pero eso no me detenía; seguía buscando esa pequeña chispa de orgullo en sus ojos, por pequeña que fuera.

La soledad era mi única compañera constante.

No había niños en la nave.

No tenía amigos, ni alguien con quien jugar o simplemente hablar.

A veces me preguntaba si todos los niños vivían así, tan solos.

¿También se despertaban cada mañana con esa sensación de vacío, de no pertenecer a ningún lugar?

Y luego estaban los poderes.

Aquellos heredé de mamá. Al principio, cuando comenzaron a manifestarse, no entendía qué me estaba pasando.

El viento que de repente empezaba a arremolinarse a mi alrededor, los objetos que se movían solos... todo eso me aterrorizaba.

Sabía que papá lo veía como una debilidad. Para él, cada vez que algo en mí se descontrolaba, era una mancha en la perfección que él había planeado.

Recuerdo cómo sentía esa presión constante.

"No muestres emociones", me decía a mí misma.

No podía permitirme reír demasiado fuerte, ni llorar, ni enfadarme.

Todo lo que sentía debía ser reprimido.

Si me permitía sentir algo, aunque fuera por un segundo, temía que esos poderes incontrolables se manifestaran de nuevo.

Así que mi vida se convirtió en una máscara.

Una máscara de perfección, donde no había espacio para ser humana, para ser una niña.

Pero aun así, me esforzaba.

Siempre intentando complacerlo.

Siempre intentando ser la hija perfecta que él quería.

Durante algunos años la nave espacial se había convertido en mi mundo.

Un entorno frío, rígido, donde cada día seguía el mismo patrón, donde las emociones eran tratadas como enemigos a erradicar.

Para mi padre, la excelencia era la única opción, y yo era la heredera de esa expectativa imposible.

Me senté, como siempre, frente a las pantallas que proyectaban mi siguiente lección.

Esta vez, el tema era "Cultura Humana".

Nunca me había importado mucho antes.

Para mí, era solo información que debía retener y recitar cuando fuera necesario.

Pero ese día... algo fue diferente.

Las pantallas mostraron imágenes de diseñadores, modelos, pasarelas.

El brillo y los colores capturaron mi atención de una manera que no podía explicar. Los trajes, los cortes, los detalles... todo parecía tan vivo, tan lleno de expresión.

Mis ojos brillaron, aunque intenté ocultarlo.

Sabía que no debía mostrar emoción, sabía que debía seguir siendo la niña perfecta que mi padre esperaba.

Pero por dentro, algo despertaba.

Un fuego que no sabía que tenía.

Cada imagen que desfilaba ante mis ojos era un nuevo destello de algo que anhelaba.

La moda no era solo ropa, era arte, una forma de decir lo que no se podía con palabras.

Y, por primera vez, supe lo que quería.

Quería ser parte de ese mundo, aunque fuera imposible, aunque mi vida en la nave nunca lo permitiera.

Después de esa clase, en lugar de olvidar el tema como solía hacer, me obsesioné.

En secreto, exploraba las bibliotecas digitales de la nave, buscando más y más sobre moda.

Bocetos, desfiles, historias de diseñadores que habían cambiado el mundo con su visión.

Creé una galería virtual de imágenes, modelos, trajes que me inspiraban, escondida, como si fuera algo prohibido.

Dibujaba mis propios diseños, aunque mis manos no siempre lograban plasmar lo que veía en mi mente.

Pero cada garabato era una promesa a mí misma de que algún día... algún día haría más.

Recuerdo haber visto un anuncio de un kit de diseño para muñecas.

Era un comercial, algo banal para cualquiera, pero para mí... ese kit representaba un sueño imposible.

Sabía que nunca lo tendría.

No celebrábamos cumpleaños, ni festividades como esa llamada "Navidad".

Mi vida no tenía lugar para esos pequeños deseos.

Y aun así, no podía evitarlo.

Cada diseño que creaba, cada revista que leía en secreto, me alejaba un poco más del camino que mi padre había trazado para mí.

Pero también me hacía sentir viva.

Hasta que, como siempre, él intervino.

Las exigencias crecieron.

Los estudios se intensificaron.

Y mi pequeño mundo de moda, ese rincón secreto donde podía ser yo misma, se desvaneció.

Las revistas fueron archivadas, los bocetos abandonados.

Pero no olvidados.

La presión familiar era una sombra constante que se cernía sobre mí, aplastante, ineludible.

Mis sueños, aquellos fugaces destellos de libertad donde diseñaba y modelaba mis creaciones, quedaron atrás, enterrados bajo el peso de las expectativas de mi padre.

Con el tiempo, olvidé esos momentos de belleza que alguna vez fueron mi refugio.

Pero no mi corazón.

No del todo.

Un día, todo se salió de control.

La nave se sacudió violentamente, y el aire se volvió denso, casi irrespirable.

Mi poder... Mi poder, siempre tan reprimido, siempre tan sofocado, finalmente explotó.

Estaba en mi habitación, intentando, como siempre, mantener la calma.

Pero no pude.

No esta vez.

Las emociones, aquellas emociones que mi padre me había enseñado a sofocar, se alzaron como un vendaval imparable dentro de mí. La frustración, el enojo, la tristeza... todo brotó de golpe, como una presa rota.

De repente, los objetos a mi alrededor flotaron sin control, girando en una danza caótica.

El viento, generado por mi propia ira, azotaba la habitación con una furia que no reconocía.

Era una tormenta, una que llevaba demasiado tiempo esperando salir.

Intenté detenerlo, intenté contenerlo, pero cuanto más luchaba, más se desataba.

Desde la sala de control, la voz de mi padre resonó a través de los altavoces, fría y cortante.

Él lo estaba viendo todo.

Cada segundo de mi debilidad.

-¡Ring-ring, necesitas calmarte! ¡Estás poniendo a la nave en peligro! -Su voz retumbaba, pero lo que más dolía no era su volumen, sino su falta de comprensión.

Las lágrimas me ardían en los ojos.

No era el miedo a la nave, no era siquiera la furia de mi padre lo que me desgarraba por dentro.

Era la sensación de que, una vez más, le había fallado.

Todo lo que quería era gritar, pero solo logré balbucear, entre sollozos.

-¡N-No puedo controlarlo! ¡No lo hago a propósito! -Mi voz se quebró, como yo misma, mientras mis palabras salían desesperadas, inútiles.

-¡Ring-ring, debes controlarte! Esto no puede seguir así...-Desde los altavoces, la respuesta de mi padre llegó como un latigazo.

Esas palabras, tan frías, tan distantes, eran como un cuchillo hundiéndose en mi pecho.

La perfección.

Siempre la perfección.

Mi respiración se hizo pesada, forzada, mientras mi mente repetía, como un mantra desesperado:

-S-Soy perfecta...no me enojo... No me enojo...Soy perfecta...no... me... enojo...-

El caos alrededor de mí empezó a disminuir, pero no porque hubiera encontrado calma.

No.

Era el agotamiento, el colapso de todo.

Los objetos flotantes cayeron lentamente de nuevo a sus posiciones, y el viento se desvaneció.

Yo quedé ahí, de pie en medio de mi habitación, con el cuerpo temblando, los ojos hinchados y el alma hecha pedazos.

Finalmente, la tormenta terminó, pero lo que más dolía no era el desastre que había causado.

Lo que dolía era la mirada de mi padre, que me observaba a través de las cámaras.

No había compasión.

Solo desdén.

Más tarde, en la imponente oficina de mi padre, me quedé de pie frente a su escritorio, con la mirada fija en el suelo.

Sentía su presencia, su mirada, fría como siempre, penetrando mi ser.

Había aprendido a temer esos momentos, esos silencios antes de sus palabras, porque sabía que lo que venía después solo traería más dolor.

-Ring-ring, esto no puede seguir así -su voz resonó, carente de calidez, tan calculadora como siempre.-Tus poderes... son un defecto, me pones en peligro constantemente, te has vuelto una carga.-

Cada palabra fue como una daga.

"Una carga."

¿Eso era lo que pensaba de mí?

Sentí que el aire me faltaba, pero aun así intenté defenderme.

-P-Pero padre... no puedo controlarlo siempre. No es justo culparme por algo que no entiendo... -Mi voz era apenas un murmullo.

Quería gritarle, pero sabía que no serviría de nada.

-¡Tu comportamiento es inaceptable! -Su tono fue un látigo, tajante.- Tomaré las medidas necesarias para contrarrestar esto. Debes aprender a ser perfecta.-

Perfecta...

Siempre esa palabra, la misma que llevaba toda mi vida persiguiendo sin lograr alcanzar.

-S-Si, padre... -Las palabras salieron vacías, casi automáticas.

No había otro camino, no había opción.

Yo... yo no podía ser más que su decepción.

Él se levantó, con la misma indiferencia de siempre, y se marchó sin mirar atrás.

Yo me quedé sola en esa habitación, un frío distinto a cualquier otro recorriendo mi piel.

El silencio que quedó después de su partida fue abrumador, como un eco de lo que siempre he sabido: no soy suficiente.

Miré hacia la gran ventana que mostraba el vasto vacío del espacio, como si pudiera encontrar en esa oscuridad la respuesta a mis preguntas.

Pero lo único que sentía era el peso de su desaprobación, un vacío aún más grande dentro de mí.

Podría gritar, llorar, pero ¿qué cambiaría?

¿Qué importaría?

Estaba dispuesta a hacer lo que fuera, lo que fuera, para ser la hija que él quería, la hija que necesitaba.

Pero no sabía cuánto más podría soportar.

Horas más tarde, mi padre me llamó nuevamente.

Su tono fue tan frío como la última vez.

Esta vez me esperaba en la sala de control, su rostro impasible, su mirada calculadora, como siempre.

No me atrevía a hablar, mi mente estaba llena de preguntas, pero sabía que no debía hacer ninguna.

-He tomado una decisión muy importante, Ring-ring -Empezó, sin preámbulos ni tacto.- Tu comportamiento últimamente ha sido problemático y no puedo permitirlo más.-

Mi corazón empezó a acelerarse. ¿Qué significaba eso? Intenté hablar, pero el miedo me mantuvo en silencio.

-Te enviaré a la Tierra -Soltó sin emoción, como si estuviera hablando de un objeto cualquiera.-Hay un lugar llamado Sooga, es remoto y adecuado, allí aprenderás a controlar tus poderes sin representar una amenaza para mí ni para la nave.-

Sus palabras me golpearon como un trueno. La Tierra. Me estaba enviando lejos.

Quería gritarle, decirle que no me abandonara así, pero su mirada helada me dejó paralizada.

-¡Pero... padre! -Exclamé, mi voz se quebraba poco a poco.

No podía creer lo que estaba oyendo.

Me estaba desechando, como si fuera un problema que simplemente podía apartar.

-Ya tomé mi decisión, Ring-ring, no me causes más problemas.-

Quise gritarle, suplicarle que cambiara de opinión, pero sabía que de nada serviría.

Él ya había cerrado esa puerta.

-S-Si... -Murmuré, derrotada.

¿Qué más podía hacer?

No podía luchar contra su voluntad.

Nunca había podido.

-Ve a empacar...Te marchas en un par de días.-

Asentí, mis piernas pesadas como si caminara bajo el agua, pero antes de salir, me giré una última vez.

-¿Es...Es un lugar seguro? -

-Es prácticamente inofensivo, una aldea llena de pueblerinos... -La voz de mi padre era un eco distante, pero la frialdad que destilaba me golpeaba como un manto helado.

-¿P-pueblerinos? -Mi confusión era evidente.

Nunca había oído esa palabra en sus labios antes, pero su tono despectivo me puso en alerta.

-Exacto, querida.-Él asintió, con la misma indiferencia de siempre.-No es necesario que interactúes con ellos...No son como nosotros.-Se acercó a su escritorio, con sus movimientos calculados, y continuó hablando como si aquellos seres fueran poco más que hormigas bajo sus pies.-Son...pobres-

"¿Pobres?"

La palabra revoloteó en mi mente como un insecto molesto, pero no me atreví a cuestionarla.

Mis ojos se clavaron en el suelo, mientras intentaba procesar todo.

"Pobre" no era una palabra que yo entendiera por completo.

¿Cómo sería vivir de esa manera?

-Son inferiores a ti. -Su voz fue un látigo invisible, cortante, desprovista de toda empatía.-Ellos agradecerán que alguien como tú se mude a su pequeño pueblo.-

-Y-Ya veo... -Murmuré, aún sin saber qué pensar de todo esto.

-Y recuerda... nada de perder el control. -Su mirada se endureció, atravesándome.-Siempre debes ser perfecta.-

Ese recordatorio cayó sobre mí con el peso de mil cadenas.

La perfección... siempre la perfección.

Asentí automáticamente, porque sabía que no había espacio para otra respuesta.

-S-Si, padre. -Me despedí con una pequeña reverencia, mi cuerpo actuando por inercia mientras me alejaba de su oficina.

Pero, mientras caminaba por los fríos pasillos de la nave, una pequeña chispa comenzó a encenderse en mi interior.

Tal vez... solo tal vez... estar a miles de kilómetros de distancia de él podría ser lo que necesitaba.

Una oportunidad para escapar de las expectativas opresivas que me sofocaban.

Quizá en ese lugar, tan lejano y diferente, pudiera encontrar algo que siempre había anhelado pero nunca había sido capaz de nombrar.

Los días pasaron en un borrón silencioso, y cuando finalmente la nave aterrizó en Sooga, me sentí envuelta por una mezcla de curiosidad y nerviosismo.

No había imaginado que todo sucedería tan rápido.

No había imaginado cómo sería este lugar... Pero ahí estaba, bajo el cielo azul y vasto de la Tierra, rodeada por colinas verdes y un aire fresco que contrastaba violentamente con la atmósfera estéril de la nave.

Lo primero que noté fue la multitud que me esperaba.

Mi llegada había causado una gran expectación, y pronto, me vi rodeada de habitantes que me miraban con una mezcla de curiosidad y admiración.

Me sentía como un objeto raro, una joya brillante en medio de un paisaje gris.

Ellos no me conocían, no sabían quién era yo realmente, pero sus ojos me decían que esperaban algo de mí.

Sooga... era diferente a todo lo que había conocido.

Las casas eran humildes, modestas comparadas con lo que estaba acostumbrada, pero había algo en el ambiente, en el modo en que las personas se movían, que me llamó la atención.

Eran felices, o al menos, eso parecía.

No parecían vivir bajo el peso aplastante de las expectativas como yo lo hacía.

Por supuesto, mi padre se había asegurado de que yo tuviera una casa lujosa, completamente equipada con todo lo que necesitaba.

Mientras caminaba por los pasillos de mi nueva morada, una parte de mí se sintió aliviada.

Las comodidades de siempre: comida exquisita, ropa de diseñador, y la última tecnología me rodeaban, como si mi padre hubiese querido asegurarse de que no olvidara quién era.

Pero otra parte de mí se sentía fuera de lugar, desconectada de este entorno, y más atraída por el bullicio del pueblo que se escuchaba a lo lejos.

Los habitantes de Sooga me trataban como si fuera una celebridad. Me miraban con asombro y reverencia, y cada gesto que hacía parecía importarles.

Pero, mientras los días pasaban, esa atención comenzó a sentirse vacía. Las sonrisas que recibía, la admiración en sus ojos... todo me hacía sentir como si estuviera viviendo en una burbuja.

Algo estaba mal.

Había algo que faltaba, pero no sabía qué era.

Y entonces, mientras observaba el atardecer desde mi ventana, comprendí lo que me faltaba.

Libertad.

Mi vida aquí era tan controlada como lo había sido en la nave, solo que esta vez, la prisión era más bonita, más brillante.

Me asomé por la ventana y vi a los aldeanos reír, jugar, ser ellos mismos, y me pregunté: ¿Cómo sería ser verdaderamente libre?

El aire de Sooga era diferente, lleno de una tranquilidad extraña que contrastaba con el ambiente tenso de mi vida en la nave.

Así que, en un impulso, decidí aventurarme por las calles de la aldea.

Quizás, si exploraba un poco, podría entender por qué mi padre pensaba que este lugar era perfecto para mí.

Lo primero que noté fue la sencillez de las construcciones.

Pequeñas casas de madera, puestos de mercado, y caminos de tierra que parecían invitar a una vida despreocupada.

Sin embargo, estaba segura de que detrás de esa fachada simple había algo más... algo que no lograba identificar.

Mi primer encuentro fue con una chica que me dejó completamente desconcertada. Ching, dijeron que se llamaba. Una joven que practicaba artes marciales de manera poco ortodoxa, y que llevaba, con total naturalidad, una gallina sobre la cabeza.

Una gallina, ¿En serio? La miré con incredulidad, preguntándome cómo alguien podía pensar que era apropiado caminar con un animal encima.

Ching me miró un instante, como si fuera lo más normal del mundo.

Yo, por supuesto, decidí mantenerme a una distancia prudente.

No quería que esa extraña mezcla de sudor y plumas me contagiara de su... extrañeza.

Siguió mi paseo, y me encontré con otro espécimen peculiar.

Abyo. Lo reconocí por la forma en que se pavoneaba, como si el mundo entero existiera solo para verlo.

El chico estaba coqueteando descaradamente con todas las chicas que encontraba a su paso, haciendo piruetas y mostrando su abdomen como si fuera un trofeo.

Su sonrisa encantadora y sus poses ridículas no me impresionaron en lo más mínimo.

-¿Un casanova barato?-Pensé , y me aparté de su camino sin más interés.

No necesitaba a otro egocéntrico en mi vida.

Con uno, mi padre, ya era suficiente.

Mi siguiente parada fue el mercado local, donde un grupo de jóvenes llamó mi atención.

Los reconocí de inmediato.

Los Ninjas Vagabundos, o al menos eso parecía, liderados por una chica llamada Chief, quien, a pesar de su apariencia desafiante, no pudo haber sido más torpe.

Mientras la observaba intentar, sin éxito, robar un par de cosas, me di cuenta de que este grupo no era más que un desastre en potencia.

Su torpeza y falta de organización me resultaron patéticos.

Definitivamente no eran el tipo de personas con las que me relacionaría. Observé con desdén su intento fallido de ser algo que claramente no eran, y seguí mi camino.

Pero fue cuando lo vi que algo en mí titubeó.

Un joven de cabello oscuro y ojos serios pasó junto a mí, sin siquiera notar mi presencia. Lo había escuchado mencionar entre los aldeanos.

Garu, decían.

Otro recién llegado, al igual que yo, y, según escuché, un ninja.

Mi mirada lo siguió mientras desaparecía entre las calles.

Había algo en él... algo intrigante, pero me sacudí el pensamiento de inmediato.

No era mi prioridad conocer a un chico que, aparentemente, prefería vivir en su propio mundo.

Y entonces, ocurrió el encuentro más caótico de todos.

Mientras caminaba por un sendero cercano, algo pasó volando por encima de mí.

Me detuve, confundida, solo para ver cómo alguien de quien apenas había escuchado vagamente aterrizaba justo frente a mí.

Garu, el chico que había visto antes, lo había lanzado como si fuera un saco de arroz, y Tobe aterrizó de manera estrepitosa.

Mi primer pensamiento fue que este lugar estaba lleno de lunáticos.

Tobe se levantó de un salto, sacudiéndose el polvo y actuando como si acabara de realizar una hazaña increíble.

Para mi sorpresa y disgusto, su pandilla de ninjas lo ovacionaba como si hubiese hecho algo digno de admiración.

¿Acaso todos aquí estaban locos?

Mi paciencia se agotaba rápidamente mientras observaba a Tobe comportarse de manera ruidosa y molesta, sin siquiera prestar atención al desastre que había causado.

Escandaloso.

Torpe.

Molesto.

Esas fueron las tres palabras que cruzaron mi mente mientras lo observaba.

Definitivamente, no tenía ningún interés en relacionarme con alguien como él, o su grupo de ninjas ridículos.

Con un suspiro exasperado, me giré y me alejé de la escena.

Si algo tenía claro, era que mantendría la mayor distancia posible de ese lunático.

Este pueblo estaba lleno de personajes peculiares, pero Tobe, sin duda, se llevaba el premio al más molesto de todos.

Explorar Sooga había sido un choque con la realidad que nunca imaginé.

Al principio, me dije que mi padre tenía razón, que yo era mejor que todos esos pueblerinos que vivían en una aldea tan patética y pobre.

Lo que no esperaba era que esa vida sencilla y caótica, de alguna manera, comenzara a influir en mí.

Día tras día, mientras paseaba por las calles y me cruzaba con sus habitantes, notaba algo que me desconcertaba.

Ellos no me miraban con miedo o desdén, como en la nave.

Cuando accidentalmente dejé escapar mis poderes por primera vez, sentí pánico. Pensé que todos me señalarían, me condenarían por ser un fenómeno.

Pero... no fue así.

-¡Qué increíble!-Gritaron con entusiasmo.

-¡Mira lo que puede hacer!- Sus ojos brillaban de asombro, no de rechazo.

Me celebraban.

Me tomó un momento comprenderlo: por primera vez, no tenía que ocultar lo que era.

Sooga me aceptaba.

¿Cómo podía ser eso?

¿Cómo este pequeño y absurdo pueblo podía ofrecerme algo que ni siquiera mi padre me dio jamás?

"Soy perfecta, no me enojo..."

Las palabras de mi padre resonaban en mi mente, como un mantra grabado en lo más profundo de mi ser.

Pero, ¿de qué servía la perfección si eso solo significaba esconder lo que realmente soy?

Claro, mis poderes eran un defecto, algo que él despreciaba.

Pero aquí, en Sooga, ese "defecto" era admirado, algo que incluso me hacía destacar.

¿Por qué nunca había indagado más en mis propios poderes?

Tal vez porque había pasado mi vida intentando no ser vista, no fallar, no descontrolarme.

Y, sin embargo, aquí me estaban invitando a liberarme, a mostrar lo que podía hacer.

Pronto, todo cambió.

La atención, las miradas, los regalos.

Se volvieron parte de mi día a día.

Convertirme en la niña más popular de Sooga fue casi como un sueño, una fantasía que nunca había anticipado.

Me gustaba.

Me gustaba mucho.

Era algo completamente diferente de lo que había conocido, después de años de aislamiento en la nave.

Las sonrisas, los gestos amables, las pequeñas ofrendas que me hacían... me daban un sentido de pertenencia que jamás había experimentado.

Pero, en el fondo, la voz de mi padre aún me susurraba: "No te enojes. Debes ser perfecta."

Y aunque fingía no escucharla, siempre estaba allí, recordándome que esa popularidad, ese cariño, era solo superficial.

Con esa emoción de aceptación a flor de piel, decidí hacer algo grande.

Mi cumpleaños.

Nunca antes lo había celebrado con nadie.

Siempre fue solo otro día, un recordatorio de las expectativas imposibles de mi padre.

Pero esta vez sería diferente.

Sería el centro de atención, y todos en Sooga sabrían lo grandiosa que podía ser.

Una fiesta espectacular, pensé.

Decoraciones vibrantes que llenarían la aldea, un pastel que dejaría a todos boquiabiertos y entretenimiento que los pueblerinos no olvidarían jamás.

Lo planifiqué todo al detalle.

Me aseguré de que cada rincón estuviera adornado a la perfección, de que la música fuera cautivadora, de que mi vestido brillara más que el sol.

Estaba lista para impresionar.

Para mostrarle a todos lo maravillosa que era, lo afortunados que eran de tenerme entre ellos.

Pero... llegó el día, y mientras el sol se ponía en el horizonte, algo comenzó a hacer eco en mi pecho.

Nadie vino.

Me quedé sola, rodeada de las decoraciones coloridas que de repente se sentían vacías.

El gran pastel, que debía ser el centro de atención, permanecía intacto.

El entretenimiento que tanto había planeado, sin un alma que lo disfrutara.

El silencio llenaba el espacio donde debería haber risas y celebración.

Una sensación sofocante se apoderó de mí.

El aire se sentía pesado, como si el mundo entero estuviera aplastándome.

¿Por qué?

¿Qué hice mal?

Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos, pero no podía permitir que cayeran.

No debía mostrar debilidad, no ahora.

Soy perfecta, no lloro.

Pero esa frase, que tanto me había atormentado, ahora se sentía como una mentira ridícula.

Porque allí estaba, de pie en el centro de la nada, rodeada de todo lo que debería haber sido un triunfo, pero que ahora no era más que un fracaso solitario.

Mi corazón dolía de una manera que no podía explicar.

La soledad que creía haber dejado atrás en la nave, me había alcanzado aquí también.

No me rendiría, jamás.

Mi fiesta de cumpleaños fallida había sido un golpe bajo, pero no lo suficiente para doblegarme.

Continué mi vida en Sooga, esperando el momento adecuado para volver a brillar, y, curiosamente, fue casi un año después cuando encontré esa oportunidad bajo la fachada de una "fiesta de verano".

Nadie supo que, en realidad, celebraba mi cumpleaños.

Aun así, mi corazón seguía herido.

La atención que antes disfrutaba con tanto fervor se estaba desvaneciendo lentamente, y cada día me sentía más desplazada en este pequeño y caótico pueblo.

Fue entonces cuando llegó el rumor: un nuevo restaurante, "Goh-Rong", abriría sus puertas.

El pueblo entero se llenó de emoción, y aunque me costaba admitirlo, yo también quería ver de qué se trataba.

El día de la inauguración, decidí ir. No iba a quedarme atrás.

Después de todo, si había algo que sabía bien era cómo destacar.

Al entrar, Goh-Rong me dejó impresionada.

Las decoraciones eran hermosas, los aromas que llenaban el aire eran deliciosos, y el ambiente... acogedor.

Se notaba que este lugar estaba destinado a convertirse en el nuevo corazón de Sooga.

Tomé asiento, sintiendo la necesidad de examinarlo todo.

Este restaurante podría ser una amenaza o una oportunidad, todavía no lo tenía claro.

Pero mientras esperaba, algo se me hizo evidente.

Las miradas no estaban en mí.

Los murmullos emocionados de los pueblerinos no eran sobre la decoración ni sobre la comida.

Eran sobre ella.

La pequeña Pucca.

¿Quién hubiera imaginado que una niña tan... simple pudiera captar tanta atención?

Pero allí estaba, sonriendo con esa aura carismática, corriendo por el restaurante como si fuera su propio mundo.

Cada gesto suyo hacía que los demás sonrieran, reían con ella, y yo... yo no podía evitarlo.

Me sentí invisible.

Los días de ser la niña más popular de Sooga parecían estar desvaneciéndose.

Todo había cambiado. Ya no eran mis poderes lo que los maravillaba, ni mis atuendos ni mi estatus.

Ahora, todos los ojos estaban en Pucca.

Esa niña adorable había robado la escena, y ni siquiera se esforzaba en hacerlo. Se había convertido en el centro de atención, sin buscarlo.

No podía evitarlo.

Un atisbo de celos se enredó en mi corazón, creciendo poco a poco.

Había trabajado tanto para convertirme en alguien aquí, para no ser olvidada ni menospreciada, y de repente, Pucca estaba robándome todo eso sin siquiera intentarlo.

Cada día que pasaba, su popularidad crecía, y la gente no dejaba de hablar del Goh-Rong, de la comida y, por supuesto, de Pucca.

Por un momento, sentí cómo la tristeza empezaba a hundirse en mi pecho. Me pregunté si tal vez... si tal vez siempre había sido un poco insignificante, incluso cuando creía ser la estrella.

¿Y si todo lo que logré fue temporal, algo que desaparece en cuanto llega alguien más brillante?

Pero no.

No iba a permitírselo.

La envidia que sentía no era solo por la atención. Era el desafío, la sensación de que si yo no hacía algo, sería olvidada para siempre. No podía dejar que eso sucediera. Así que, en lugar de rendirme a esos sentimientos oscuros, decidí enfrentarlos. Si Sooga estaba tan encantada con Pucca, entonces haría que mi presencia fuera imposible de ignorar.

Me autoproclamé su rival.

Sí, Pucca se había ganado a Sooga con su sonrisa y su encanto, pero yo no iba a ceder mi lugar tan fácilmente.

Iba a superarla, de una forma u otra.

Los pueblerinos se habían encariñado con ella, pero no conocían mi verdadero poder. No sabían de lo que era capaz cuando me proponía algo. Ya no se trataba solo de atención, se trataba de demostrar que nadie podía opacarme.

Y si eso significaba enfrentarme a Pucca, lo haría sin dudar.

Mis ojos brillaban con determinación. Había un nuevo objetivo en mi vida, una nueva meta que me empujaría a superar mis propios límites.

Sería perfecta, sí, pero no por seguir las reglas de mi padre, no por ocultar mi verdadero ser. Sería perfecta porque no permitiría que Pucca, ni nadie, me hiciera sombra.

La rivalidad entre nosotras acababa de comenzar, y en mi mente, la victoria era la única opción.

No podía soportarlo.

Ver a Pucca siempre en el centro de atención, con esa sonrisa tonta y su encanto natural.

¿Qué había hecho para merecerlo?

Durante años, me había esmerado por ser perfecta, la niña más admirada, y ahora, todo eso se desmoronaba frente a mí.

Los pueblerinos la adoraban, como si fuera alguna especie de heroína, pero yo sabía la verdad: ella no era mejor que yo.

No podía ser mejor que yo.

Estaba decidida.

No me iban a olvidar.

No podía permitir que esa niña pequeña y su absurda ternura eclipsaran todo lo que había construido en Sooga.

Así que comencé a planear, a mover mis piezas.

Mi primera idea fue simple: mostrarles a todos lo insignificante que Pucca realmente era. Sabía que podía hacerlo.

Después de todo, yo siempre había sido la mejor, y nadie me superaba. O al menos, eso pensaba.

Pero Pucca era... diferente.

Cada vez que intentaba derrotarla, siempre encontraba una manera de superarme.

En combate, me hacía sentir pequeña, impotente.

No importaba cuánta energía usara, no importaba cuán furiosa o determinada estuviera, ella lograba girar la situación a su favor.

Y lo peor de todo, lo hacía con esa sonrisa.

Era insoportable.

Mis ataques, que alguna vez habían deslumbrado a los habitantes de Sooga, comenzaron a generar miedo. Poco a poco, sus miradas de admiración se convirtieron en miradas de preocupación, incluso de terror. Y cada vez que veía esos ojos llenos de pavor, mi rabia crecía más. No era justo. Yo solo quería recuperar lo que me pertenecía. ¿Por qué me estaban castigando por eso?

Mi obsesión por ser la mejor me consumió. Pasaba horas pensando en maneras de arruinar a Pucca, de hacerle ver a todo el mundo que yo era la verdadera estrella de Sooga. Intenté de todo: sabotear sus fiestas, coquetear con Garu solo para ver si lograba distraerla, ganar cada concurso... pero nada funcionaba.

Cada plan terminaba en desastre, y con cada fracaso, mi frustración crecía.

Y entonces, Dada. Ese chico rubio tan torpe y desesperado por atención.

Lo vi como una oportunidad.

Él estaba perdidamente enamorado de mí, así que podía utilizarlo para mis planes de vez en cuando, aunque admito que su "intensidad" me llegaba a incomodar demasiado.

No estoy obligada a corresponder sus sentimientos.

Pero incluso con su ayuda, mis planes siempre se desmoronaban.

Cada intento era otro golpe a mi orgullo.

Cada derrota, un recordatorio de que, por alguna razón, Pucca seguía siendo invencible.

Con el tiempo, mis poderes, los mismos que alguna vez me habían hecho sentir tan especial, se convirtieron en mi prisión.

Ya no eran algo que los demás admiraban.

Ahora, cuando los utilizaba, veía cómo la gente retrocedía. Las mismas personas que antes me seguían, que me aplaudían, ahora me miraban con miedo. Y aunque intentaba ignorarlo, esa soledad empezaba a carcomerme.

Lo peor de todo no era la derrota, no era perder ante Pucca en cada enfrentamiento. Lo peor era sentir que, por más que lo intentara, nunca sería suficiente. Había construido mi vida alrededor de la perfección, de ser la mejor, y ahora todo se desmoronaba. Cada día que pasaba, sentía cómo la aldea, las personas, incluso mi propia identidad, se escapaban de mis manos.

Pero no podía detenerme. No sabía cómo hacerlo.

Ser perfecta era todo lo que conocía.

Y si no podía ser la más fuerte, la más admirada, entonces... ¿Quién era yo?

Un día mientras caminaba por las calles de Sooga, perdida en mis pensamientos, como solía hacer últimamente. La sensación de soledad y frustración me acompañaba como una sombra que no podía sacudirme. Pero aquel día, algo diferente sucedió. Entre la brisa suave y las hojas que crujían bajo mis pies, una pequeña criatura peluda captó mi atención. Al principio, casi no la vi, pero su mirada... esos ojos grandes y suplicantes parecían pedir auxilio.

Una pequeña Shih Tzu, desaliñada y sin collar, deambulaba sola, perdida.

Me detuve frente a ella y, sin pensarlo, me agaché. El calor que emanaba su cuerpecito era casi reconfortante, como si ambas compartiéramos esa soledad que a veces me aplastaba.

¿Cómo era posible que una criatura tan indefensa vagara sola, sin nadie que la cuidara?

Sentí un nudo en la garganta, y antes de darme cuenta, la recogí en mis brazos. La perrita se acurrucó contra mí, confiada, y en ese momento supe que no podía dejarla ahí.

Quizá ella me necesitaba tanto como yo a ella.

La llamé Junny, un nombre que surgió sin pensarlo mucho, pero que le quedaba perfecto.

A partir de ese día, mi vida cambió en formas que no esperaba. Junny no era solo una mascota, era mi compañera. En esos momentos en los que me sentía insignificante, cuando el mundo entero parecía volverse en mi contra, ella estaba ahí. Me daba una sensación de paz, algo que ni siquiera el estatus o la popularidad en Sooga habían logrado. Junny me seguía a todas partes, sus patitas diminutas resonaban tras de mí, y su lealtad se volvió mi refugio.

Ya no estaba sola. Cada día con Junny era un recordatorio de que no necesitaba el reconocimiento de todos para sentirme completa.

A veces, la felicidad residía en las cosas más simples: una mirada amorosa, el calor de un amigo fiel. Con ella, los días eran más llevaderos, más livianos. Juntas, caminábamos por el pueblo, y aunque el eco de mi rivalidad con Pucca seguía rondando en el aire, ya no me afectaba tanto. Junny me hacía sentir que no todo era una competición.

Pero, justo cuando empezaba a encontrar ese tenue equilibrio, llegó el día de mi cumpleaños número catorce. Estaba inmersa en uno de mis planes para, una vez más, tratar de superar a Pucca, cuando mi teléfono sonó. Al ver el nombre en la pantalla, mi corazón se detuvo por un segundo.

Dong King.

Mi padre.

Era raro que me llamara. Su rostro apareció en la pantalla, y algo en su expresión me hizo estremecer. Estaba serio, más de lo habitual.

-Ring-ring -Su voz resonó firme, casi cortante.- A partir de este momento, dejarás de vivir en Sooga.-

El suelo se desmoronó bajo mis pies.

¿Qué?

No podía procesar lo que había dicho. Dejé que el silencio llenara el espacio entre nosotros mientras mi mente trataba de entender. Sooga... era mi hogar. ¿Cómo podía pedirme que me fuera, así, de repente?

Abrí la boca para protestar, para suplicarle que no me apartara de todo lo que conocía, pero las palabras no salían. Sentía un nudo en la garganta, uno tan grande que ni siquiera Junny podía aliviar.

-He decidido enviarte a Seúl...-El continuó, su tono firme y sin espacio para la discusión.

-¿Seúl? -Mi voz apenas y salió en un susurro.- ¿Por qué? No entiendo, papá... ¿por qué ahora?-

-Tienes que retomar tus estudios. Pronto te harás cargo de las franquicias del "Dong King" en la Tierra.-Sus palabras cayeron como una sentencia.

Mi mente giraba.

¿Franquicias?

¿Estudios?

No podía creerlo.

Esto era demasiado.

No era el trabajo que imaginaba para mí, al menos no ahora. Lo único que me venía a la mente era todo lo que perdería si me iba. Sooga, Junny, incluso la absurda lucha con Pucca... Era mi vida. Y él quería arrebatarme eso.

-¡Pero creí que ese era el trabajo de...-Empecé a decir, pero me interrumpió de inmediato.

-Ya no más, A partir de este momento, tú eres la jefa.-

Las palabras de mi padre resonaron en mi cabeza como un eco distante, pero contundente.

La jefa.

Esa frase se deslizó por mis labios en un susurro, como si al repetirla pudiera encontrarle algún sentido, pero todo se sentía ajeno, extraño.

¿Jefa de qué?

¿De un futuro que no había pedido?

-Ya he preparado todo para tu viaje -El continuó, como si fuera lo más natural del mundo.- Partirás mañana por la mañana.-

-¿T-Tan pronto? -Mi voz salió más débil de lo que esperaba.

-Por supuesto...-Respondió sin titubear.-Asistirás a uno de los mejores internados del país, exclusivamente para señoritas.-

Mis dedos acariciaban distraídamente a Junny, sintiendo su suave pelaje bajo mis manos.

Tal vez no era una mala idea.

Después de todo, estaba harta de Sooga, de sus habitantes que habían dejado de mirarme con la admiración de antes, de mis fracasos, de siempre quedar a la sombra de Pucca.

Tal vez... tal vez Seúl me ofreciera algo mejor.

Pero aun así, había algo que me preocupaba, algo que no podía ignorar.

-¿Y qué pasará con Junny? -Trate de mantener la compostura, sabiendo de antemano que la respuesta no sería buena.

-¿Qué es un "Junny"? -La confusión en su tono me irritó más de lo que debería.

Claro, ¿Cómo iba a recordar?

-Mi perrita, papá...Te conté sobre ella hace meses... -Intenté mantener la calma, aunque la desesperación empezaba a surgir.

-¡Ah, claro! -Respondió con ese falso tono de interés que siempre utilizaba.-Bueno, querida... me temo que ella no puede acompañarte.-

Mi corazón se detuvo por un instante.

¿Qué?

¿Cómo podía siquiera sugerir algo así?

-¡¿Qué?! ¿Por qué no? -La urgencia en mi voz era palpable, pero él seguía hablando con esa frialdad habitual.

-No es un internado donde se admitan mascotas, Ring-ring.-

No. No podía hacerme esto. Junny era lo único que me quedaba, lo único que había llenado el vacío que se había formado dentro de mí desde hacía tanto tiempo. La miré, su pequeño cuerpo temblando a mi lado, como si ella también supiera lo que estaba en juego.

-P-pero... -Intenté protestar, mi mente buscando desesperadamente una solución.

-No te preocupes, me haré cargo personalmente de ella...-Me interrumpió.

¿Él? Casi me reí, aunque no había nada gracioso en la situación.

Mi padre, tan ausente y distante, pretendía cuidar a mi Junny. Qué absurdo.

-¿D-de verdad? -

No, no era verdad. Él no tenía tiempo para esas cosas.

-Tu uniforme y todo lo que necesitas estará en el avión mañana -Continuó como si ya todo estuviera resuelto.- Fyah te recogerá a primera hora...-

Y la llamada terminó.

Me quedé mirando la pantalla del teléfono por un largo rato, incapaz de moverme, de procesar lo que acababa de suceder. Todo cambiaría. La presión en mi pecho era tan fuerte que tuve que dejarme caer en el suelo, junto a Junny, abrazándola como si eso pudiera evitar lo inevitable.

Sentí sus pequeños ojos sobre mí, como si también supiera que algo estaba por cambiar.

Demasiado.

Esa noche, mientras hacía mis maletas, no podía dejar de pensar en cómo había llegado hasta aquí.

Todo lo que había construido en Sooga, todo por lo que había luchado, parecía insignificante ahora. Incluso mi rivalidad con Pucca, algo que una vez había llenado cada rincón de mi vida, se sentía distante.

¿Valió la pena?

Aún no tenía la respuesta, pero una cosa era cierta: Sooga ya no me pertenecía.

Cuando el sol comenzó a asomar por el horizonte, la despedida fue más dolorosa de lo que había anticipado. Me arrodillé frente a Junny, abrazándola con fuerza, como si al hacerlo pudiera llevármela conmigo. Sus ojos grandes y tristes me miraron con esa devoción que solo un perro puede mostrar, pero también con una tristeza profunda. Ella lo sabía. Sabía que nos estábamos despidiendo, aunque no entendía por qué.

-Lo siento, Junny... -Susurré , mis palabras atrapadas en un nudo en mi garganta.

¿Cómo podía dejarla atrás?

Cuando subí al avión, mis manos aún temblaban. El sonido de los motores rugiendo a mi alrededor era ensordecedor, pero nada podía acallar el eco de esa despedida. Miré por la ventana mientras Sooga se iba haciendo cada vez más pequeña, hasta desaparecer en la distancia. Nadie sabía que me iba. Nadie se daría cuenta hasta que fuera demasiado tarde.

Quizá llorarían, suplicarían mi regreso.

Quizá no.

De una cosa estaba segura: no extrañaría ese lugar. Ni a sus habitantes. Ni a sus desdichas. Dejaba atrás todo eso, como si fuera una sombra más en el pasado.

El primer día en el Instituto Estelar de Seúl fue una mezcla desconcertante de emociones.

Aunque esperaba un nuevo comienzo, la sensación de vacío y pérdida seguía presente en el fondo de mi mente.

Junny... Cada vez que pensaba en ella, algo dentro de mí se encogía, como si una parte esencial de mí se hubiera quedado atrás en Sooga.

Intenté preguntar por ella, pero las respuestas de mi padre siempre eran esquivas, su tono impersonal, como si Junny nunca hubiera sido importante.

"No te preocupes por eso ahora", decía, como si fuera fácil olvidar.

Pero olvidar era lo último que podía hacer.

Llegué al instituto con una mezcla de esperanza y nervios. Las paredes eran altísimas, de un blanco impecable, y los jardines, llenos de flores perfectamente alineadas, parecían más una obra de arte que algo natural.

Todo aquí gritaba perfección.

Sin embargo, el lujo del lugar no lograba apaciguar la inquietud que sentía en mi pecho.

Al caminar por los pasillos, sentí todas las miradas sobre mí. Mis compañeros, chicas elegantes y perfectamente uniformadas, me miraban de reojo.

A primera vista, supe que este no sería un lugar fácil. Mi cabello, ese brillante tono celeste, resaltaba entre el mar de cabelleras oscuras.

Lo sabía.

Sabía que atraería atención, pero no de la forma en que lo hizo.

Justo antes de la primera clase, una mujer de rostro severo, con el porte de una reina de hielo, me detuvo en seco. Era la directora, su mirada tan afilada que sentí un escalofrío recorrerme la espalda. No había ni rastro de calidez en ella, y cuando se dirigió a mí, su voz era tan fría como su expresión.

-¡Señorita! ¿¡Qué cree que está haciendo!? -Su tono hizo eco en el pasillo.

Me quedé helada.

-¿D-Disculpe? -Logré articular, aunque las palabras se sentían pesadas en mi lengua.

Con un gesto brusco, la directora me tomó un mechón de cabello. Su tacto, aunque breve, era lo suficientemente intimidante para hacerme retroceder instintivamente.

-En nuestra institución es inaceptable que te presentes con este tono de cabello tan... llamativo.-Su voz era firme, sin dejar espacio a la negociación.-¿Te has teñido el cabello para destacar? ¿Es algún tipo de rebelión juvenil?-

¿Rebelión?

Todo en su tono sugería que yo era una intrusa, alguien que rompía con la estricta uniformidad de este lugar.

Tragué saliva, sintiendo mi corazón latir con fuerza en el pecho.

-¿T-Tiene algo de malo? -Hable tímidamente, llevando una mano a mi cabello, como si de alguna forma pudiera ocultar el color que siempre había sido parte de mí.

La directora me lanzó una mirada que podía congelar el aire.

-Está estrictamente prohibido que las alumnas se tiñan el cabello con colores tan... extravagantes.-Declaró, cada palabra más punzante que la anterior.

Intenté hablar, pero el miedo me tenía paralizada. En ese momento, no era la chica decidida de antes, la que había luchado por su lugar en Sooga.

No, aquí era solo una más, una chica que intentaba encajar.

-O-Oh, pero... este es el tono natural de mi cabello. ¡P-puedo probarlo! -Balbuceé apresuradamente, con las manos temblorosas.

Tomé mi teléfono, buscando desesperadamente la foto que necesitaba, aquella en la que aparecía de bebé en los brazos de mi padre.

Encontrarla fue un alivio.

Mostré la pantalla a la directora, mis manos aún temblorosas.

Ella se inclinó hacia la pantalla, sus ojos escudriñando la imagen con precisión quirúrgica.

El silencio que siguió fue sofocante, cada segundo se sentía eterno. Mi corazón latía tan rápido que temí que se pudiera escuchar en todo el pasillo.

Finalmente, la directora se enderezó, aunque su expresión no cambió ni un ápice.

-Parece que no mientes...-Admitió, aunque sin rastro de disculpa en su tono.

Me quedé inmóvil, sin saber si eso era suficiente.

El peso de su mirada aún caía sobre mí, como si estar en este lugar con mi cabello azul fuera una afrenta personal.

-E-Entonces... ¿Está todo bien? -Pregunté, con la esperanza de que ese "problema" del que insinuaba no fuera tan grave.

La directora se tomó un momento, como si estuviera disfrutando prolongar mi incomodidad, y luego soltó la sentencia con la misma frialdad que al principio.

-Me temo que no, señorita King. Deberás teñir tu cabello de un tono más oscuro para no destacar de esta manera. -

Sentí como si un balde de agua helada cayera sobre mí.

-¿¡Qué!? -Mi voz se quebró antes de poder contenerla.

¿Teñir mi cabello?

Era algo tan mío, tan natural.

¿Por qué tenía que cambiar algo que ni siquiera había sido un problema en Sooga?

La directora no se molestó en mirarme cuando continuó, como si mi desconcierto no fuera más que una molestia menor.

-Este es un internado prestigioso, y debes cumplir con nuestras normas, no querrás que informemos a tu padre acerca de tu rebeldía, ¿Verdad?-

Ese último comentario fue como una daga.

El solo pensar en que mi padre recibiera alguna queja me hizo sentir un nudo en el estómago.

Mi padre.

Todo lo que siempre he hecho ha sido para no decepcionarlo, para no darle razones de pensar que no soy la hija perfecta.

Rápidamente me puse de pie, el miedo reflejado en mi rostro.

-¡N-No hace falta! -Solté apresurada.-Me aseguraré de solucionar este problema cuanto antes.-

La directora esbozó una sonrisa satisfecha, aunque apenas fue un gesto leve, más como si acabara de ganar una pequeña batalla.

-Eso espero, señorita King -Respondió.-Usted se convertirá en la líder de su familia algún día, y deberá comportarse como tal.-

Otra vez esas palabras.

El peso de esas expectativas se volvió a sentir, como un ancla que me arrastraba más y más hacia el fondo.

Esa noche, me encerré en mi dormitorio, con la soledad como mi única compañía. Me acerqué al espejo y observé mi reflejo con tristeza. Mis dedos tocaron mi cabello, ese tono azul que siempre había sido parte de mí. Parte de quién soy.

¿Por qué tenía que cambiar algo tan natural en mí?

En Sooga, mi cabello nunca fue un problema. Allí, la gente me aceptaba tal como era. Pero aquí, en este frío internado, parecía que todo en mí estaba mal, que no encajaba, que no era lo suficientemente perfecta para sus estándares.

La imagen de mi padre cruzó mi mente de nuevo. Él nunca lo entendería. Para él, todo era cuestión de poder, de apariencia, de control. Sabía que lo único que le importaba era que cumpliera con lo que esperaba de mí, que fuera esa futura líder impecable que él soñaba, sin un solo error que pudiera desmerecer su nombre.

Suspiré, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza.

No podía permitir que esto me derrotara. No podía permitir que mi cabello definiera quién era en este lugar, aunque en el fondo supiera que era una parte de mi identidad. No podía ser débil. No aquí.

Decidida, abrí el pequeño armario donde guardaba las cosas que traje conmigo y tomé un tinte oscuro que había conseguido.

Mis manos temblaban un poco mientras lo abría y lo aplicaba meticulosamente en mi cabello, viendo cómo cada pincelada oscurecía poco a poco el azul que había sido parte de mí durante tanto tiempo.

Con cada trazo sentía que una parte de mí se desvanecía.

Era como si, con cada movimiento, estuviera borrando algo importante, algo que me hacía sentir conectada conmigo misma. Pero sabía que era necesario.

Para encajar.

Para sobrevivir aquí.

Para no darle a la directora ni a mi padre ninguna razón para señalarme.

El tinte caía lentamente por mis dedos mientras veía cómo mi cabello azul se transformaba en algo más oscuro, algo que no era yo.

Cuando terminé, me miré al espejo. El reflejo que vi me era extraño, ajeno. Ya no era yo. Pero tenía que serlo. Me lo repetí a mí misma como un mantra. Esto era solo un paso más en el camino que me habían trazado.

Ser perfecta.

Siempre perfecta.

Esa noche, mientras me acostaba en la cama, cerré los ojos y dejé que una única lágrima escapara. No podía permitirme más que eso.

A la mañana siguiente, no pude reconocerme en el espejo.

Cabello negro azabache. Me observaba, esperando encontrar algún rastro de la chica que solía ser.

¿Dónde había quedado la chica de cabello celeste que un día brillaba con su propia luz?

Ahora solo era una más, una pieza en el engranaje perfecto que este internado exigía. El dolor palpitaba en algún lugar profundo, pero lo había enterrado tanto que, a veces, casi olvidaba que seguía ahí.

Cuando entré al salón de clases con mi nuevo cabello, me sentí como una extraña. Las miradas de las demás chicas eran frías, y a pesar de la sonrisa satisfecha de la directora, yo sabía que algo en mí había cambiado para siempre.

No era yo.

No del todo.

Con el paso de los meses, me transformé en lo que todos querían ver. La alumna perfecta. El modelo de lo que debería ser una hija de Dong King. Estudiaba sin descanso, me uní al equipo de porristas, asistía a cada evento social, y me aseguraba de ser la mejor en todo. No porque realmente lo deseara, sino porque sabía que mi padre esperaba nada menos que la perfección. Y eso... eso era todo lo que importaba.

Presión.

Expectativas.

Éxito.

Todo se mezclaba en mi vida diaria. Cada logro era solo un nuevo estándar que debía superar. Pero, ¿A qué costo? Mi sonrisa era amplia y radiante, pero cada vez que me miraba al espejo, sentía que esa chispa en mis ojos se apagaba un poco más.

Mis compañeras de escuela no ayudaban. Celos. Lo veía en sus miradas. Al principio, se conformaban con lanzarme insultos al pasar.

Luego, comenzaron las malas pasadas. Mis libros desaparecían, mi ropa tenía manchas misteriosas, y más de una vez encontré mi cama desordenada, como si alguien se hubiera divertido a mis expensas.

Dolía.

No lo mostraba, pero cada burla, cada mirada despectiva, me hacía preguntarme si todo esto valía la pena.

Ser perfecta para qué... si al final nadie realmente me veía. A veces, sentía que incluso mi propio reflejo en el espejo se apartaba de mí.

Pero, un día, todo cambió.

Mi apellido.

Esa era la razón.

Mi padre, Dong King, era más que un hombre poderoso; era una influencia que todos querían tener cerca. Cuando las chicas se enteraron de quién era mi familia, todo el odio se transformó en algo peor: una falsa simpatía. De ser la paria, me convertí en la chica que todos querían conocer.

-¡Ring-ring! ¿Te gustaría venir a mi casa este fin de semana?-

-¡Eres increíble, Ring-ring! Deberíamos estudiar juntas.-

Las mismas chicas que me habían hecho la vida imposible, ahora me rodeaban con sonrisas falsas.

Era dolorosamente obvio lo que querían: que sus padres se acercaran al mío. Querían favores, conexiones, y estaban dispuestas a fingir cualquier tipo de amistad para obtenerlo.

No importaba que sus palabras fueran vacías, ni que sus intenciones estuvieran contaminadas por intereses.

¿Era tan malo querer sentirme parte de algo, aunque fuera una mentira?

Al menos, por primera vez en mucho tiempo, no estaba sola.

Me convertí en la abeja reina del internado, el centro de atención, y aunque sabía que sus intenciones no eran genuinas, disfruté de la sensación, aunque solo fuera por un momento

Cada sonrisa falsa, cada invitación cargada de segundas intenciones, me recordaba lo que en realidad estaba perdiendo.

La amistad, la verdadera amistad, no estaba en esas chicas. Pero a veces me permitía olvidar. Me permitía sentir que, aunque fuera por un instante, pertenecía a algo.

La verdad es que me sentía atrapada. No podía escapar de ser la hija de Dong King, de las expectativas de perfección, de la necesidad de destacar. Y disfrutaba del poder que eso me daba en el internado. Pero a veces, fingir ser alguien más era más fácil que enfrentarse al vacío que sentía por dentro.

Así continué, una reina en un trono de mentiras, esperando que, en algún momento, pudiera encontrar algo verdadero en medio de todo ese teatro.

El tiempo había pasado tan rápido que el recuerdo de Sooga se había desvanecido como un sueño lejano, casi irreal.

La vida que una vez tuve allí, rodeada de simplicidad y sin las pesadas cadenas de las expectativas, parecía algo de otro mundo. Después de mi graduación anticipada en la universidad, algo que no fue más que un trofeo en la interminable lista de logros que mi padre esperaba de mí, todo cambió.

Mi intelecto, mi disciplina, todo había sido moldeado para este momento. Ahora, mi padre, Dong King, me involucraba cada vez más en el negocio familiar.

Pero esta noche, algo era diferente. Había una tensión palpable en el aire, y aunque todo el lujo que nos rodeaba, las lámparas de araña centelleantes, las mesas cubiertas con vajilla de porcelana fina, intentaba encubrirlo, yo lo sentía en cada fibra de mi ser.

Los ecos de los tacones resonaban sobre el suelo de mármol mientras los invitados, importantes socios y empleados de la empresa de mi padre, tomaban sus asientos. Todos ellos me lanzaban miradas curiosas, como si intuyeran lo que estaba por suceder. Yo permanecía en silencio, oculta en la sombra de mi padre, un lugar en el que me había acostumbrado a estar.

-Entonces, señor King...-Hablo uno de los socios con tono adulador.-¿Es cierto que hay franquicias de su restaurante por todo el mundo?-

El orgullo en el rostro de mi padre era evidente, y no pude evitar sentir una punzada en el estómago al verlo disfrutar de la admiración de los demás.

-Efectivamente -Respondió con su usual seguridad.-Mi imperio se expande cada vez más.-

Los murmullos de asombro recorrieron la mesa. Como siempre, todos a sus pies.

-¡Qué magnífico! -Exclamó otro, y los halagos continuaron como si se hubieran puesto de acuerdo en glorificar a mi padre.

Pero entonces, alguien lanzó una pregunta más arriesgada.

-Aunque, ¿No es muy extenuante hacerse cargo de su empresa y de todas esas franquicias?-

Por un momento, todos guardaron silencio, esperando la respuesta de Dong King. Él apenas arqueó una ceja antes de dar un sorbo a su copa.

-Para nada...Puedo llevar a cabo la dirección de todo a la perfección -Hablo, con esa frialdad que lo caracterizaba, esa frialdad que siempre me había congelado también a mí.

Excepto que hoy algo cambiaría.

-Aunque me temo que eso está por cambiar...-

La confusión fue inmediata. Los socios lo miraron perplejos, algunos incluso con una leve preocupación reflejada en sus ojos. Nadie osaba decir nada, pero el murmullo inquieto comenzaba a crecer.

-¿¡Eh!? -Exclamó uno de los más cercanos a mi padre.-¿¡Por qué!?-

En ese instante, sentí la mirada de mi padre sobre mí. El momento que había temido durante semanas estaba aquí, y no había forma de evitarlo.

-Ring-ring... -Mi padre con una voz tan firme que sentí un escalofrío recorrerme.-Hoy es un día importante...-Me miró fijamente.-Como saben, he estado fuera durante un tiempo, he decidido que es hora de presentar a mi sucesora.-

Mi corazón dio un vuelco. Sabía lo que venía, pero escuchar esas palabras me hizo sentir como si una enorme ola me estuviera arrastrando hacia el abismo.

-Mi hija, Ring-ring, asumirá el cargo de jefa de la empresa a partir de hoy.-

De pronto, todas las miradas se clavaron en mí.

El murmullo de aprobación recorrió la sala como un suave zumbido, pero lo único que podía oír era el acelerado latido de mi propio corazón.

Era mi turno.

Sabía que tenía que mantener la compostura, que no podía mostrar ningún signo de debilidad. Así que me levanté lentamente, respirando hondo, tratando de ignorar cómo mis piernas temblaban bajo el elegante traje de negocios que llevaba.

Cada paso que daba hacia la mesa principal se sentía como una batalla.

Sonreí, una sonrisa perfectamente ensayada, mientras inclinaba la cabeza levemente en saludo a los invitados. Mis manos estaban frías, y aunque por fuera aparentaba confianza, por dentro me sentía como si estuviera al borde de un precipicio.

¿Cómo podía ser esto real?

Había pasado de ser una niña en una nave espacial, deseando un poco de libertad, a estar aquí, en una sala llena de extraños, asumiendo el control de un imperio.

No era lo que quería.

Nunca lo fue.

Pero, como siempre, no había opción. Mi padre lo había decidido, y yo debía cumplir con su visión de perfección. La presión de las expectativas me envolvía como una niebla sofocante.

-Gracias a todos por estar aquí...-Hable con una voz más firme de lo que me sentía.-Es un honor asumir esta responsabilidad y continuar con el legado de mi padre...-

Pero entonces los susurros comenzaron.

-¿Una mujer al mando?-

-Es apenas una niña...-

Sus voces eran cuchillos.

Los comentarios de los socios resonaban en mis oídos, cargados de desprecio.

Traté de concentrarme en no romper la sonrisa, pero sentía cómo cada palabra se clavaba en mi pecho. Podía sentir la mirada de mi padre sobre mí, aunque no hacía nada. Era como si mi presencia fuera solo un trámite en su perfecta velada.

Sabía que cualquier reacción mía sería mal vista.

Cualquier señal de debilidad o enojo arruinaría su "gran anuncio". Él estaba tranquilo, sabiendo que yo lo soportaría todo en silencio.

Y luego, las mujeres.

Ellas eran aún peores. Las palabras salían de sus bocas como veneno disimulado tras sonrisas falsas y miradas despectivas.

-Debería hacer algo con su apariencia si quiere ser tomada en serio...-

-¿Subió de peso?-

-Probablemente ella ya pasó por algunos quirófanos...-

Mis puños se cerraron bajo la mesa.

No importaba cuántos logros académicos, cuántas horas de trabajo duro. Lo único que parecía importarles era mi aspecto, mi cabello, mi ropa. Ellas no veían a una persona, solo veían a una marioneta que podían criticar y moldear a su gusto.

Y mientras sus cuchicheos seguían, mi sonrisa comenzaba a quebrarse.

Me sentía atrapada en un papel que nunca quise interpretar. Los ojos se clavaban en mí, examinando cada detalle de mi rostro, de mi cuerpo, de mi presencia.

Todo lo que había logrado, todo lo que había sacrificado, reducido a burdas observaciones sobre mi imagen.

Quería gritar, quería levantarme de esa mesa y decirles que yo no era su objeto, que no tenía que cambiarme para cumplir con sus expectativas.

Pero en lugar de eso, tomé un sorbo de mi copa, esperando que el vino amargo apagase el nudo que comenzaba a formarse en mi garganta.

Y mi padre, "mi gran protector", no dijo una palabra. No se molestó en callarlos, ni siquiera les lanzó una mirada de desaprobación. Era como si sus comentarios no le importaran, como si yo, la persona que había criado para tomar las riendas de su imperio, fuera solo una extensión de su propio poder. Me sentía sola, completamente sola, a pesar de estar rodeada de personas.

Sola, bajo la luz cegadora de las lámparas de araña, mientras todos me observaban y me despedazaban con sus comentarios.

Cada bocado que tomaba era una tortura.

Sentía que todo el mundo me observaba, esperando que cometiera un error.

¿Tomaba demasiado rápido?

¿Demasiado lento?

¿Me veía insegura?

¿Qué pensaría mi padre si notaba algo fuera de lugar?

El peso de sus expectativas me ahogaba. Mi mente se debatía entre el deseo de huir y la obligación de permanecer, de mantener esa fachada perfecta que mi padre tanto valoraba.

No podía llorar. No aquí. No en frente de ellos.

Pero por dentro, me estaba desmoronando.

Los halagos continuaban, falsos y vacíos, mientras mi padre recibía las felicitaciones por su "gran decisión".

Nadie realmente me felicitaba a mí. No importaba cuánto me esforzara, siempre sería "La hija de Dong King".

Y mientras las risas llenaban el salón, sentía cómo la soledad se apoderaba de cada rincón de mi ser.

Más tarde el eco del silencio llenaba el departamento cuando entré a mi habitación, mis pasos apenas audibles en el suelo pulido.

Cerré la puerta detrás de mí con un suave clic, como si quisiera sellar el mundo exterior lejos, aunque sabía que los comentarios seguían resonando en mi cabeza, rebotando como ecos crueles. Me planté frente al espejo, incapaz de evitarlo, y me miré a los ojos.

Ahí estaba yo.

La "sucesora".

La "hija perfecta".

La que debía estar lista para asumir un imperio.

Pero cuanto más me miraba, más me veía diminuta, apagada bajo el peso de las expectativas de mi padre y de los demás. Mis ojos recorrieron mi reflejo. El traje impecable, el maquillaje cuidadosamente aplicado, mi cabello teñido de un azul vibrante que siempre había amado, pero que ahora parecía artificial, una capa más de la fachada que había construido para todos, menos para mí misma.

-Quizás tienen razón...-Susurré, apenas audible, pero el espejo me devolvió la mirada como si las palabras hubieran resonado con más fuerza.

Tal vez no era suficiente.

Tal vez nunca lo sería.

Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza, más rápidos, más hirientes. Me veía en el espejo, y todo lo que veía eran los defectos que esas mujeres habían señalado:

¿Mi peso? Insuficiente.

¿Mi aspecto? Inadecuado.

Cada crítica se clavaba como una daga, profundizando las inseguridades que trataba de esconder bajo capas de éxito y sonrisas forzadas.

Antes de darme cuenta, ya estaba arrodillada frente al inodoro. Mis dedos se hundieron en mi garganta como un reflejo automático, y el dolor familiar, tanto físico como emocional, recorrió mi cuerpo mientras vomitaba la cena que apenas había probado.

Este no era el primer encuentro con mi reflejo en este lugar.

Lo había hecho muchas veces antes, pero esta vez fue diferente.

Esta vez sentía que cada comentario de esa cena me había arrancado algo dentro, algo más profundo que mi autoestima.

Tiré de la palanca y me quedé en el suelo, apoyada contra la pared fría, con el cuerpo temblando y las lágrimas que me resistía a dejar caer luchando por salir.

Apreté los puños con fuerza, cerrando los ojos mientras la marea de emociones me envolvía. Había esperado esa clase de comentarios. Sabía que vendrían. Pero no sabía que dolerían tanto.

Estaba bajo tanta presión, tanta carga. Mi vida entera era un constante equilibrio entre las expectativas de mi padre y mis propios demonios.

Y purgar... purgar era lo único que sentía que podía controlar. Todo lo demás escapaba de mis manos.

Respiré hondo y me levanté, apoyando las manos en el borde del lavabo. Me miré de nuevo en el espejo. Los ojos hinchados, el maquillaje ligeramente corrido. Pero lo que más me molestaba era la sensación de derrota que se reflejaba en mis pupilas. Eso no podía ser yo.

Esa no podía ser mi historia.

De repente, algo dentro de mí cambió. Un destello de determinación recorrió mi cuerpo, y sentí un calor naciendo en mi pecho, un fuego que no había sentido en mucho tiempo. Sin pensarlo dos veces, abrí el gabinete del baño, mis manos temblando de pura adrenalina.

Saqué un frasco de removedor de tinte para el cabello y lo sostuve frente a mí.

Observé mi reflejo una vez más, pero esta vez, no con tristeza, sino con una rabia contenida, una decisión inquebrantable.

-Ya basta...-Murmuré, y sin más, vertí el líquido sobre mi cabeza.

El tinte, ese que había sido una parte de mí durante tanto tiempo, comenzó a correr en hilos de color hacia el lavamanos. Lo veía descender, mezclándose en una masa caótica de grises, desvaneciéndose poco a poco, como si con él se fuera parte de esa máscara que había llevado puesta todo este tiempo.

Sentí una extraña liberación mientras el líquido caía.

Mis manos, cubiertas de tinte, se aferraban al borde del lavamanos como si mi vida dependiera de ello, pero esta vez no era por miedo.

Era por algo más grande, más profundo.

Mi cabello, ahora descolorido, caía en mechones apagados alrededor de mi rostro. Pero no importaba.

Lo que importaba era lo que veía en mis ojos:

Fuego.

Determinación.

Coraje.

En ese momento, me prometí a mí misma que esto sería un nuevo comienzo. Que no dejaría que las palabras de otros definieran mi valor. Me reconstruiría, pieza por pieza, y lo haría a mi manera.

Porque tal vez no sería suficiente para ellos.

Pero para mí...Comenzaría a serlo.

Y demostraría mi valía no solo para mi padre, sino para mí misma, desde cero.

Esta vez, la versión de mí que se levantaría sería más fuerte que nunca.

El tiempo parecía volar mientras los días se transformaban en semanas, y las semanas en meses.

La empresa que alguna vez había sido el reflejo de la ambición de mi padre, ahora llevaba mi sello personal. Era como si cada decisión que tomaba fuera una pincelada más en una obra maestra que se iba revelando poco a poco ante el mundo.

Las gráficas de ventas, siempre presentes en las reuniones, habían dejado de ser simples números para convertirse en una sinfonía visual de éxito. Las líneas ascendentes, los porcentajes de crecimiento... cada cifra era un recordatorio tangible de lo lejos que había llegado.

Las franquicias alrededor del mundo, antes solo una promesa, ahora eran una realidad vibrante.

No importaba en qué ciudad te encontrabas: Londres, Nueva York, Tokio o París.

Mi nombre estaba en la boca de todos, no solo como la heredera de un imperio culinario, sino como la visionaria que lo había elevado a nuevas alturas.

Los comensales hacían fila, ansiosos por probar cada plato, cada innovación que nacía de nuestras cocinas.

Y los críticos, siempre escépticos, no tenían más opción que rendirse ante la calidad. Era casi surrealista ver cómo lo que alguna vez había sido un sueño vago en la mente de mi padre ahora se erguía como un monumento, y yo, al frente de todo, era el rostro de ese éxito.

Recuerdo el día que apareció mi primera portada.

Estaba sentada en la oficina, inmersa en documentos y planes de expansión, cuando mi asistente entró con un ejemplar fresco de una de las revistas más importantes del país.

Al principio, no lo entendí del todo.

Ahí estaba yo, en la portada, vestida impecablemente, mi rostro proyectando seguridad y determinación.

Pero lo que más me impactó no fue la imagen, sino las palabras.

"El nuevo símbolo de éxito y ambición."

Eran ellas, esas palabras, las que resonaban en mi mente. Eran un eco de lo que había estado buscando, una validación que, por fin, llegaba.

Poco después, las invitaciones empezaron a llover.

Programas de entrevistas, eventos, galas... No era solo la empresaria que había salvado una compañía; me convertía, de algún modo, en una figura pública.

Al principio, las cámaras me incomodaban, y los halagos me sonaban huecos.

Pero conforme el tiempo pasaba, comencé a disfrutarlo.

Cada entrevista era una oportunidad para mostrar mi visión, para compartir mis ideas y, en cierto modo, para demostrar que había dejado atrás la sombra de mi padre.

Las redes sociales no tardaron en explotar con fotos de mí junto a celebridades y figuras de renombre.

Me invitaban a lanzamientos exclusivos, a pasarelas donde conocía a los íconos de la moda que tanto había admirado en secreto.

De niña, mi amor por la moda siempre había sido un placer culpable, algo que escondía para no distraerme de las expectativas empresariales.

Pero ahora, sin la mirada vigilante de mi padre, pude dejar que esa pasión floreciera. Las telas, los colores, las formas... Eran arte puro.

Cada vestido, cada prenda, me hablaba de manera profunda, como si cada costura estuviera diseñada para contar una historia.

De hecho, me di cuenta de que la moda y la empresa no eran tan diferentes. Ambas requerían creatividad, disciplina y, sobre todo, visión.

Y aunque las miradas ajenas seguían posándose sobre mí, juzgando cada paso que daba, ya no me importaba.

Cuando asistía a esas pasarelas, no solo era la "cara de la empresa".

Era Ring-ring, la mujer que apreciaba el arte detrás de cada prenda, que se dejaba cautivar por los detalles.

Y no solo me quedaba en admirar.

A veces, cuando tenía un momento libre, tomaba mis propias prendas y las transformaba.

Los ajustes eran mínimos, pero precisos.

Sabía exactamente cómo debía caer una tela sobre mi cuerpo, cómo un simple cambio podía convertir una pieza ordinaria en algo sublime.

Lo hacía por mí, no por la aprobación de otros, y en cada transformación sentía que recuperaba una parte de mí misma, algo que había perdido en medio de las expectativas de todos los demás.

Las miradas de admiración ya no me incomodaban. Las cámaras que antes me ponían nerviosa, ahora eran algo natural.

Esto era lo que significaba ser libre, ser quien quería ser sin restricciones.

A veces, incluso ganaba concursos de belleza locales, aunque esa nunca había sido mi meta. Las ofertas empezaron a llegar, y una en particular me tomó por sorpresa: Miss Universo.

Era tentador, lo admito. La idea de competir en un escenario global, de ser reconocida no solo por mi inteligencia y éxito, sino por mi belleza, era seductora.

Pero sabía que no era el momento. Mi vida estaba inmersa en el trabajo, y aunque el título de "Miss Universo" era tentador, lo rechacé, por el momento.

Sin embargo, esa decisión marcó algo más grande.

La prensa comenzó a llamarme "La soltera más codiciada".

Al principio, era un chiste.

Pero conforme las semanas pasaban, el título se repetía en titulares y artículos.

"La mujer que lo tiene todo."

"La heredera que rechaza el amor por el éxito."

Era extraño, como si mi vida personal se convirtiera en un tema de discusión pública.

Mi padre siempre fue claro con sus reglas:

"Nada de distracciones, Ring-ring. Las relaciones son una pérdida de tiempo. Céntrate en tu trabajo", repetía cada vez que el tema surgía, como una sentencia grabada en mi mente.

Para él, mi éxito era lo único que importaba, y cualquier otra cosa que se interpusiera en ese camino, simplemente no tenía cabida en mi vida.

Y aunque con el tiempo aprendí a seguir ese mandato, el peso de esa expectativa se hacía cada vez más difícil de soportar.

Los medios se encargaron de añadirle otra capa a mi jaula dorada: "La soltera más codiciada".

Al principio, lo ignoraba con una sonrisa falsa, pero con cada titular, cada artículo que mencionaba mi "independencia" como un logro admirable, el título se convertía en una etiqueta humillante.

No era solo la "exitosa" heredera, también era la mujer que, a ojos de la sociedad, carecía de algo tan esencial como el amor.

Lo que más dolía era que, en lo más profundo de mí, anhelaba ese tipo de conexión.

Sabía que detrás de mi fachada de seguridad y control había un deseo silenciado de ser amada, de encontrar a alguien con quien compartir mi vida.

Pero Seúl no era una ciudad indulgente.

Aquí, los rumores se extendían como incendios forestales, y un simple noviazgo podía desatar escándalos que destrozarían mi imagen, mi empresa... mi vida.

Y eso era lo último que quería.

Así que, aunque las invitaciones llegaban, una tras otra, de jóvenes adinerados, bien conectados, y por supuesto, deslumbrados por mi éxito, siempre me mantuve a la defensiva.

A la mayoría les faltaba algo que no se podía comprar ni con todo el dinero del mundo: autenticidad. Se veían bien en el papel, pero no eran más que sombras detrás de sus apellidos. Mi estándar estaba muy por encima de lo que ellos podían ofrecer.

Y entonces llegó Christopher Singer.

Lo conocí en una de esas interminables reuniones de negocios. Acompañaba a su hermana, Charlie, en la firma de unos contratos. Al principio, lo vi como otro joven magnate, rodeado de poder y privilegio, acostumbrado a obtener lo que quería. Pero había algo en él que captó mi atención. Era carismático, seguro, y sus ojos parecían estar más interesados en mí que en los papeles sobre la mesa. No sé si fue el ambiente o el ritmo lento de la reunión, pero comenzamos a hablar, primero con comentarios ligeros, bromas sutiles.

Y antes de darme cuenta, ya estábamos coqueteando.

Su enfoque era distinto. No era uno de esos hombres que simplemente se impresionaban con mi estatus. Christopher sabía quién era y lo que quería, y parecía fascinado por descubrir más de mí.

Me invitó a salir, y poco a poco, nuestras cenas y salidas a los clubes nocturnos más exclusivos de la ciudad se convirtieron en un escape.

Todo era un secreto, lejos de las miradas de los paparazzi, lejos de mi padre y su control. Por primera vez, me permití disfrutar. Era la vida que siempre había querido, sin restricciones. No me importaba esconder nuestra relación; de hecho, el misterio lo hacía más emocionante.

Finalmente, llegó el día de celebrar nuestros "100 días", un hito simbólico en cualquier relación.

Christopher me invitó a su apartamento, y aunque algo en mí titubeaba, lo descarté como nervios de la ocasión. Me decía a mí misma que, por fin, había encontrado a alguien con quien podría ser feliz sin que las expectativas de mi padre interfirieran.

Pero ese día fue el principio del fin.

Al llegar, todo parecía normal, pero algo en su actitud era distinto.

Sus gestos, su mirada... todo se sentía más forzado, más oscuro.

Cuando intentó besarme, lo rechacé suavemente, pero él no lo tomó bien.

Su insistencia se volvió incomoda, y luego, peligrosa.

Lo que había sido un juego de seducción se tornó en algo retorcido.

Mis "no" se volvieron más fuertes, pero él seguía.

Cada vez más agresivo, más seguro de que conseguiría lo que quería.

El miedo comenzó a crecer en mí, pero no podía mostrarlo. Sabía que cualquier signo de debilidad sería aprovechado.

Tenía que salir de ahí.

Mis manos temblaban, mi respiración se volvía más rápida, pero traté de mantener la calma.

Y entonces, cuando sus manos se volvieron más invasivas, cuando ya no podía más, mi cuerpo reaccionó antes que mi mente.

Sin pensarlo, le propiné un golpe directo en el rostro.

El sonido del impacto resonó en la habitación, y él cayó, sorprendido, sangrando por la nariz.

No esperé a ver su reacción.

Mi instinto de supervivencia se activó, y salí corriendo de su apartamento sin mirar atrás.

Las calles de Seúl me parecían inmensas, pero me sentía tan pequeña, vulnerable, como si en cualquier momento fuera a romperme.

Corrí hasta que mis piernas no pudieron más. No podía dejar de temblar, no podía creer lo que había pasado.

Mis sentimientos eran una mezcla de furia, tristeza y miedo.

Me había permitido bajar la guardia, confiar en alguien, y ahora estaba más perdida que nunca.

Más tarde, mi habitación se sentía pequeña, asfixiante, como si las paredes se cerraran a mi alrededor.

Me quedé sola, envuelta en una tormenta de pensamientos que no dejaban de golpearme.

¿Cómo había llegado todo a esto?

Las imágenes de lo ocurrido con Christopher seguían atormentándome, y aunque en lo más profundo sabía que no había sido mi culpa, algo en mí insistía en cuestionarlo.

Quizás lo malinterprete.

Quizás me había equivocado, había reaccionado de forma exagerada.

¿Y si él no quiso hacerme daño? ¿Si solo fue un malentendido?

La duda comenzó a deslizarse en mi mente, envenenando cada uno de mis pensamientos.

Fui yo... Yo lo arruiné todo.

Pero incluso mientras esa culpa me pesaba, otra parte de mí gritaba que eso no era verdad.

Sabía lo que sentí en ese momento: el miedo, la opresión, el pánico.

Sabía que no estaba equivocada. Aun así, la idea de perder a alguien que pensé que era especial, alguien que me había hecho sentir viva por un momento, me desgarraba.

Tenía que hablar con él.

Me levanté de la cama con determinación, aunque mis piernas temblaban.

Tengo que arreglar esto.

Si pudiera aclarar lo que sucedió, si pudiera disculparme... quizás todo volvería a ser como antes.

A través de algunos amigos en común, descubrí dónde estaba Christopher: un club nocturno, sumido en las luces y la música ensordecedora.

El corazón me latía desbocado mientras caminaba hacia allí, mi mente entrelazando pensamientos de reconciliación y arrepentimiento.

Voy a disculparme...

Todo puede arreglarse...

Cuando entré al club, el ambiente me golpeó de inmediato.

Las luces parpadeaban en un caos de colores, la música resonaba tan fuerte que vibraba en mi pecho, pero mi enfoque era solo uno: encontrar a Christopher.

Finalmente, lo vi en un rincón, rodeado de amigos y... chicas.

Un nudo se formó en mi estómago al verlo sonreír, como si nada hubiera pasado.

Como si yo no importara.

Pero aun así, respiré hondo y me acerqué, decidida a hablar. Sin embargo, lo que escuché me dejó paralizada en el sitio, como si el suelo se hubiera desvanecido bajo mis pies.

-¿¡Cómo que no te acostaste con ella!? ¡Dijiste que lo harías! - Uno de sus amigos lo miraba, incrédulo, y las palabras resonaron en mis oídos como una bofetada.

Me detuve en seco.

¿Qué?

Mis ojos se ampliaron mientras mi cuerpo se paralizaba.

-¿Qué esperaban? Esa muñeca está loca, miren cómo me dejó... - Christopher se tocó el rostro, mostrando el moretón y el labio roto, y la forma en que lo hizo, tan despreocupada, tan arrogante, me hizo sentir como si todo mi mundo se desmoronara.

Mi respiración se volvió entrecortada, y las lágrimas comenzaron a amenazar con brotar, pero me obligué a mantenerme firme.

Esto no puede estar pasando...

Él no es así...

Pero cada palabra que seguía saliendo de su boca era como un golpe directo a mi corazón.

-Era de esperarse... Después de todo, Ring-ring es el trofeo que todos esperamos conseguir algún día... -Rio otro de sus amigos, y sentí náuseas.

¿Trofeo? ¿Eso soy?

Mis pensamientos se nublaban de rabia y dolor. No podía creer lo que estaba escuchando. Cada vez que hablaban, se sentía como si clavaran un cuchillo más profundo.

-Si todo hubiese salido a la perfección, créanme que yo hubiese sido el vencedor... - Christopher sonrió con suficiencia, bebiendo de su copa como si estuviera celebrando algo.

¿Vencedor?

¿Qué soy para él?

¿Un juego?

El calor subía por mi cuerpo, mi piel ardiendo de rabia mientras trataba de mantenerme entera.

Pero sus palabras seguían hiriendo, cada vez más.

-Nunca podrás lograrlo...-

-¡JA! ¿Eso creen? -Christopher soltó una leve risa, mirando a sus amigos. -La tengo comiendo de la palma de mi mano, llevare a cabo mi plan... Será cuestión de tiempo. Y cuando lo haga, les mostraré cómo me llevé esa victoria... - Su voz, tan fría, tan segura, me desgarraba por dentro.

¡Dios! ¡Qué ingenua fui!

El dolor era insoportable.

Creí que él era diferente. Creí que... era especial.

Pero ahí estaba, revelando cada detalle de su plan como si yo fuera un simple objeto, una herramienta para conseguir su maldita "victoria".

-Es algo mojigata, pero puede que consiga tomar algunas buenas fotografías para ustedes... -Agregó con una sonrisa burlona, y entonces todo dentro de mí se rompió.

Fotografías...

Mis manos temblaban, no de miedo, sino de ira.

La traición, el asco, la vergüenza... todo se mezclaba en un torrente de emociones que me hacían sentir como si estuviera a punto de explotar.

¿Así es como me ve?

Podía huir. Podía darme la vuelta y marcharme, con el corazón roto, fingiendo que nada había sucedido, dejando que él siguiera creyendo que tenía el control. Pero ya no podía seguir siendo la chica sumisa y controlada, la que siempre hacía lo que los demás esperaban de ella.

No.

No esta vez.

Tenía dos opciones: salir de allí con el corazón destrozado, o enseñarle a ese grupo de idiotas quién era yo realmente.

La elección fue obvia. Sentí la furia arder en mi pecho, cada paso que daba hacia ellos era un recordatorio de todo lo que habían dicho, de cómo me habían menospreciado.

No volvería a permitir que nadie me tratara así.

No volvería a ser la víctima.

Llegué hasta su grupo, y sin pensarlo dos veces, agarré la primera bebida que vi sobre la mesa y la arrojé con todas mis fuerzas.

El líquido se esparció por el aire y cayó sobre Christopher y sus amigos, empapándolos de pies a cabeza.

-¡Oye! ¿¡Qué demonios te pasa!? - Uno de los chicos me miró, furioso, mientras se sacudía la bebida de la camisa.

Pero entonces, me reconocieron.

Sus miradas pasaron del enojo a la incredulidad en cuestión de segundos. Nadie se atrevió a decir una palabra más.

-Así que soy "un trofeo", ¿Eh? -Hable con una sonrisa cargada de desprecio. El tono de mi voz frío y sarcástico, resonó en sus cabezas como una sentencia que los hizo temblar.-Qué decepción que en este lugar solo haya perdedores incapaces de ganar algo real.-

Antes de que pudiera reaccionar, agarré la camisa de Christopher con ambas manos.

Su fragancia, la misma que antes me hacía sonreír, ahora me provocaba repulsión.

Lo levanté con una fuerza que ni yo sabía que tenía, sintiendo cómo su cuerpo temblaba de miedo.

-R-Ring-ring, puedo explicarlo... -El tartamudeó, su tono lleno de desesperación, como si al final supiera que había jugado con la persona equivocada.

-¿Explicar qué? - Mi voz era un cuchillo afilado. -¿Que te creíste lo suficientemente bueno para mí? -Me incliné un poco, mirándolo directo a los ojos.

Esos ojos, que alguna vez pensé que me veían con cariño, solo reflejaban ahora puro miedo.

Le sonreí, pero no era una sonrisa amable. Era fría, cargada de desdén.

Y entonces, lo lancé con fuerza contra una mesa cercana.

El sonido de la madera partiéndose bajo su peso fue satisfactorio. El crujido, el caos. Así se sentía mi corazón destrozado, pero en ese momento, yo tenía el control.

-¡Chris! - Gritaron sus amigos, corriendo hacia él, atónitos, como si no pudieran creer lo que acababa de suceder.

Me enderecé, mirando a todos los presentes. La música del club, antes ensordecedora, ahora parecía lejana.

Todo lo que importaba era el silencio que se había apoderado del grupo. Nadie se atrevía a moverse, a decir nada. Sabían exactamente con quién estaban tratando.

-Que les quede muy claro...-Hablé con firmeza, asegurándome de que cada uno de ellos me escuchara. -No ninguno de ustedes será lo suficiente bueno para mí...-

Me di la vuelta y comencé a alejarme, sintiendo el peso de la mirada de todos en mi espalda.

Había demostrado mi punto.

Había ganado... ¿o no?

Al salir del club, una sensación de liberación me invadió, pero fue efímera. La adrenalina aún corría por mis venas, pero tras cada latido, una nueva inquietud empezaba a nacer.

El triunfo se desvanecía mientras el eco de lo que había hecho comenzaba a golpearme.

No era solo un ataque impulsivo, me recordé. Había sido necesario. Había defendido mi dignidad, mi orgullo.

Pero mientras caminaba por las calles vacías de la ciudad, el eco de esa victoria comenzó a perder fuerza. El peso de lo que había hecho caía sobre mis hombros como una carga pesada e ineludible. Sabía que las consecuencias vendrían, y no tardarían en hacerlo.

No tardaron.

-¿¡Cómo te atreves a hacer algo tan inmaduro!? - La voz de mi padre retumbaba en mi mente incluso antes de entrar en la casa.

Su rostro estaba rojo de ira, con los ojos clavados en mí. Cada palabra suya era un golpe directo a mi orgullo recién inflado.

-Papá, ellos...-Intenté hablar, pero me interrumpió con un gesto tajante.

-¿¡Tienes idea de cuántos socios podríamos haber perdido por esto!? -Su tono era frío, pero no tanto como el hielo en sus ojos.

Siempre temí su desdén, pero esta vez se sentía más real que nunca.

-P-pero, ellos se lo buscaron... -Intenté justificarme, aunque la furia aún quemaba en mi interior.

-¡No me importa! -Gritó, su rostro mostraba una mezcla de decepción y rabia. -¿¡Sabes lo avergonzado que me haces sentir!? Esto no es solo sobre ti, es sobre la empresa ¡Todo lo que he construido podría venirse abajo por tus impulsos!-

Su mirada era tan dura que tuve que apartar los ojos. La niña que alguna vez quiso complacer a su padre estaba de vuelta, pequeña e indefensa ante él.

-Lo arreglaré. -Mi voz salió más débil de lo que esperaba. -Puedo hacer un comunicado...Hablar con la prensa, asumir la culpa...-

-No. - La respuesta fue inmediata, firme. Como si ya hubiera tomado una decisión sin mí. -Lo mejor será que te mantengas alejada de las cámaras, alejada de la ciudad...-

-¡¿Qué?! - Mi voz salió en un grito ahogado. -¡No puedes pedirme que me vaya! ¡No fue mi culpa!-

Pero antes de que pudiera continuar, él soltó la bomba que me dejó congelada.

-Fyah está en camino a Sooga.-

Sooga...

El nombre cayó como una piedra en mi estómago.

Sabía lo que eso significaba.

Sabía lo que mi padre quería.

-¿S-Sooga? - Mi voz tembló, cargada de incredulidad y rabia contenida.

No podía estar hablando en serio.

No después de todo lo que acababa de pasar.

El holograma de mi padre brillaba con la misma frialdad que su voz.

-Creo que lo más conveniente es que tengas una estadía en ese lugar durante un tiempo. - Su tono era cortante, como si fuera una orden disfrazada de sugerencia.

Lo miré fijamente, esperando que retrocediera, pero sabía que eso nunca sucedería.

-¿¡Qué!? ¡No quiero! - La furia explotó de mí como una chispa en pólvora.

¿Sooga? ¡Ni en un millón de años volvería allí!

El holograma titiló por un segundo, como si mi protesta hubiera sacudido momentáneamente su calma.

-¡Tienes que obedecer! -Su voz resonó como un trueno, severa, inamovible. -¡No quiero escuchar otra queja! ¡Podríamos perder millones si sigues así!-

Mis manos se apretaron en puños, el calor de la rabia bullía bajo mi piel. Él lo reducía todo a números. Millones. Siempre eran los millones. Pero, ¿qué pasaba con mi dignidad? ¿Mi vida?

-¡Pero, Padre! - Traté de decir algo, de defenderme, pero él no me dejó terminar.

-¡No más excusa!- Y sin más, cortó la comunicación.

La imagen de su rostro desapareció en un destello frío, dejándome sola, atrapada en el eco de su desaprobación.

Me quedé mirando el lugar donde el holograma había estado, respirando con dificultad, sintiendo cómo mi rabia se mezclaba con la impotencia.

Sooga.

Volver a esa aldea pueblerina.

-¡Ni loca! -Murmuré entre dientes, paseándome por la habitación como un león enjaulado.

Esa aldea pequeña y rústica no era para mí.

No más.

Yo ya era parte de la ciudad, de la vida rápida, del lujo.

¿Cómo pretendía que volviera a un lugar tan... tan básico?

Pero claro, no tenía opción.

Mi padre lo había decidido, y yo sabía bien que, cuando él tomaba una decisión, no había vuelta atrás.

A regañadientes, acepté mi destino, aunque en el fondo ya comenzaba a maquinar cómo haría mi estadía lo más corta posible.

El regreso a Sooga no tenía nada que ver con la imagen que me había forjado en mi mente.

Lo había visualizado tantas veces como un regreso triunfal, una entrada gloriosa.

Pero la realidad... era otra cosa.

Para empezar, Fyah, con quien había confiado ciegamente para coordinar mi llegada, apenas me dio indicaciones.

Lo último que escuché de su parte antes de que la señal se cortara fueron gritos, como si estuviera en medio de su propio caos.

¿De verdad?

¿Tenía que lidiar con esto también?

Aterrizar en el espeso bosque no estaba en mis planes.

No en lo absoluto.

El impacto sacudió mi cuerpo, y cuando me di cuenta, estaba atrapada en una telaraña gigante.

Justo lo que necesitaba para completar la humillación.

Lo peor de todo, no estaba sola.

Atrapada junto a mí estaba un completo desconocido, un hombre que no parecía ni mínimamente afectado por la situación.

Su silencio era irritante, como si la incomodidad de la situación no le importara.

Estaba inmóvil, inexpresivo, y la calma con la que aceptaba nuestro destino solo intensificaba mi frustración.

¿Cómo podía estar tan tranquilo? Sentía cómo la ira comenzaba a hervir bajo mi piel, pero logré contenerme.

Al menos por un rato.

Pero cuando finalmente cayó la telaraña y rodamos colina abajo, mi paciencia se evaporó. La suciedad cubría mi ropa, mis uñas rotas me recordaban lo frágil que era en medio de esta pesadilla, y el barro me envolvía como una burla de la elegancia que había tratado de mantener.

¿Hasta cuándo tendría que soportar esto?

-¡Esto es ridículo! -Grité, mi voz resonando entre los árboles mientras el dolor en mi cuerpo apenas podía contener la furia interna que estaba desatando.

Las marcas en mi rostro, esas que siempre trataba de ocultar, comenzaron a aparecer, reflejando mi estado de ánimo.

Ya no me importaba.

Si estaba molesta, el mundo lo iba a saber.

Destrocé todo a mi paso, arrancando ramas y derribando arbustos con una fuerza que no era mía. Mis movimientos eran casi automáticos, pero al ver a mi compañero, todavía inexpresivo, todavía tan insoportablemente calmado, sentí que mi enojo se intensificaba aún más.

¿Acaso no le importaba nada?

Y justo cuando creía que las cosas no podían ir peor, una roca gigantesca comenzó a rodar detrás de nosotros, el retumbar ensordecedor resonando en mis oídos.

¿En serio?

Me giré para ver, no solo la roca, sino una silueta que nos perseguía, oscura y amenazante.

Todo mi ser gritaba que esto era una locura.

-¡Corre! -Grité, aunque mi compañero ya lo estaba haciendo, claro, sin perder esa calma que me exasperaba.

Bajamos la colina a toda velocidad, pero el terreno no era nuestro aliado. Mis pies resbalaban sobre la tierra húmeda, y cada paso era una batalla contra la gravedad que finalmente perdí.

Tropecé, sintiendo cómo el suelo se desvanecía debajo de mí, y en cuestión de segundos caíamos por un acantilado.

Mi corazón se aceleró.

¿Así iba a terminar?

No.

No iba a terminar así.

No yo.

No ahora.

Con lo último de mi energía, me transformé. La sensación de poder fluyendo por mi cuerpo, cambiando cada fibra de mi ser, era como encender una chispa en medio de la oscuridad.

Mis manos agarraron el borde de la roca, y en un giro rápido, nos salvé a ambos de una caída mortal.

Sentí el peso de su cuerpo junto al mío, pero no me detuve. Lo levanté con la misma fuerza con la que había desatado mi furia momentos antes.

Cuando finalmente estuvimos a salvo el silencio volvió, roto solo por el murmullo lejano del bosque.

Sin embargo, la silueta aún nos perseguía, su presencia oscura respirando sobre nuestra nuca.

Casi podía sentir su mirada fija en nosotros, como un depredador acechando su presa.

Cada paso mío resonaba con el eco del peligro que nos seguía.

Justo cuando creía que las cosas no podían empeorar, el enigmático compañero que había estado a mi lado decidió trepar a un árbol de un salto ágil.

No supe si era un intento de escapar o de confrontar al perseguidor, pero lo que sí supe fue que esa decisión estúpida hizo que la tensión en la telaraña donde estábamos enredados se descontrolara.

-¡¿Qué haces?! - Grité, sintiendo cómo el hilo que aún nos unía se tensaba y me catapultaba hacia el aire.

Me despedí del suelo, girando sin control. No había forma de calcular el impacto. Iba a estrellarme.

Cerré los ojos, preparándome para lo peor.

Pero, contra todo pronóstico, el impacto no llegó.

En lugar de tierra firme y huesos rotos, aterricé en algo cálido y fuerte.

Un par de brazos.

Mis ojos se abrieron, incrédula. Estaba en los brazos de mi compañero.

-¿Quién demonios eres...? -Murmuré, pero la pregunta se ahogó cuando nuestros ojos se cruzaron.

Ese rostro.

No.

No podía ser...

Garu.

El mundo pareció detenerse.

Estaba allí, frente a mí, sosteniéndome como si fuera lo más normal del mundo.

Pero este no era el Garu que recordaba.

El niño tímido y callado que conocí de niña había desaparecido, y en su lugar estaba... este hombre.

Atractivo.

Silencioso.

Irresistible.

Aplastantemente imponente.

Su rostro era serio, esculpido en ángulos que parecían haber sido diseñados para cautivar.

Cada facción, cada línea, irradiaba un magnetismo oscuro.

¿Cómo era posible que hubiera cambiado tanto?

Siempre lo había encontrado lindo, un chico más, pero ahora... ahora no podía apartar los ojos de él.

Era imposible ignorar la transformación que había sufrido.

Garu se había convertido en alguien que destacaba de cualquier hombre que hubiera conocido en Seúl.

Ni Christopher, ni los hombres de las fiestas exclusivas, ni siquiera los empresarios más poderosos de la ciudad podían compararse.

Había algo en su presencia... algo primitivo, innegable, que me hacía sentir pequeña.

Sus ojos, profundos y azules, me atravesaban como un enigma.

Un enigma que, de pronto, quise resolver.

Sentí cómo mi corazón se aceleraba, mi pecho apretándose en una confusión vertiginosa.

¿Qué estaba pasando?

¿Cómo podía alguien provocar esto en mí tan solo con una mirada?

Y entonces, sin previo aviso, él me soltó.

Me dejó caer al suelo como si no fuera más que una carga insignificante.

El golpe me sacudió, pero no fue tanto la caída lo que dolió.

Fue la indiferencia.

-¿Qué demonios...? - Murmuré, intentando levantarme, sintiendo el frío del suelo contrastar con el calor que aún quemaba mi piel.

Antes de que pudiera procesar del todo lo que acababa de pasar, unas manos fuertes me ayudaron a reincorporarme.

-¿Eh...? - Susurré, sacudiendo la cabeza, intentando recuperar el equilibrio y el control de la situación.

Mis ojos tardaron un segundo en ajustar la imagen frente a mí, y cuando lo hicieron, se me congeló el aliento.

-¿¡P-Pucca!? - Mi voz salió rota, completamente paralizada por la sorpresa.

Mi eterna rival.

La niña que siempre había estado detrás de Garu, como una sombra que jamás desaparecía.

No había forma de que olvidara su rostro.

Ni una posibilidad.

Para mi sorpresa,

Pucca no me atacó ni me lanzó una de sus miradas venenosas.

En cambio, me abrazó.

¡¿Qué demonios estaba pasando?!

-¿Qué... qué haces? - Logré articular, pero ella sonreía.

Esa sonrisa amplia y brillante que siempre la había caracterizado.

¡Era como si no me guardara rencor por nada de lo que había pasado entre nosotras!

Quise apartarme, pero mi cuerpo no reaccionaba como esperaba. Había demasiada confusión, demasiados sentimientos contradictorios.

¿Por qué estaba siendo amable conmigo?

Garu, descendió del árbol en silencio, tan ágil como un felino. Sus movimientos eran casi imperceptibles, pero en cuanto tocó el suelo, me observó con brevedad, una mirada fugaz que no duró más que un segundo.

No supe qué hacer. Lo único que deseaba era que me mirara más, que dijera algo, que reconociera mi presencia.

¿Por qué no reaccionaba?

¿Era posible que... que no me recordara?

Pero Garu no dijo nada.

Ni una palabra.

Su atención se desvió hacia Pucca, su mirada fijándose en ella de una manera que me hizo hervir por dentro.

Una conexión entre ellos que no necesitaba palabras.

Antes de que pudiera abrir la boca para decir algo, se dio la vuelta y siguió caminando.

Así, simplemente, siguió su camino, dejándome ahí, confundida, frustrada... y tal vez un poco herida.

-¿Qué rayos está pasando aquí...? - Susurré para mí misma, viendo cómo se alejaba sin siquiera voltear.

Pero había algo más detrás de esa indiferencia. Algo que me estaba retando, desafiándome a descubrirlo.

Y lo peor de todo... yo quería hacerlo.

Esa indiferencia de Garu solo encendió más mi deseo.

Sentí cómo mi corazón latía con más fuerza, como si cada paso suyo lejos de mí fuera un desafío directo, un reto que me hacía querer luchar más.

¿Cómo podía alguien ser tan impenetrable?

Era como si él no viera a nadie más, como si mi presencia no significara nada.

Y eso... eso me enfurecía y me fascinaba a partes iguales.

Cuando Pucca corrió tras él, dejándome atrás sin siquiera una palabra, algo se encendió en mi interior.

Pucca.

Otra vez ella, siempre ella.

¿Qué le veía?

¿Por qué siempre tenía que arrebatármelo todo, siempre en el camino de lo que quiero?

Mi mandíbula se apretó.

-Esto no va a quedar así. -Susurré para mí misma, sintiendo una oleada de determinación fluir por mis venas.

Esta vez, no me rendiría. Garu no era simplemente un capricho pasajero o un juego. Era perfecto.

El chico ideal que había estado buscando sin saberlo.

Y no iba a permitir que Pucca, con su sonrisa ingenua y su afecto empalagoso, lo acaparara para siempre.

Tenía una razón para quedarme en Sooga ahora. Una razón que era mucho más emocionante que cualquier negocio o franquicia.

Garu sería mío. No importaba cuánto tiempo me tomara, cuántas veces tuviera que enfrentarme a Pucca o las adversidades que aparecieran en mi camino. Este juego de conquista apenas comenzaba, y yo estaba más que preparada para jugarlo.

Minutos después, encontré a Fyah. Estaba dando vueltas, nervioso y confuso, como si todo el peso del mundo estuviera sobre sus hombros. Obviamente no sabía lo que hacía. Verlo así solo incrementaba mi frustración.

-¡Fyah! -Lo llamé, haciendo que se sobresaltara. -¿Todavía no has encontrado el lugar adecuado? -Mi paciencia estaba colgando de un hilo.

-Lo siento, señorita Ring-ring... es que... hay tantas opciones y... -Empezó a balbucear.

No tenía tiempo para sus inseguridades. Le arrebaté la lata sin dudarlo.

-Déjamelo a mí. -Dije con determinación, y sin más preámbulos, presioné el botón.

De la lata emergió un restaurante, pero no cualquier restaurante.

Era una maravilla.

Un monumento de elegancia y modernidad.

Las paredes de cristal reflectante brillaban bajo la luz del sol, y las líneas minimalistas del diseño daban una sensación de sofisticación que superaba incluso a muchos de los locales de Seúl.

La iluminación suave, las mesas de diseño exclusivo, los muebles perfectamente alineados...Todo estaba en su lugar, cada detalle meticulosamente calculado para irradiar lujo y exclusividad.

-El restaurante "DK" ya está listo. -Anuncié con una sonrisa satisfecha.

Esto no solo era mi entrada de vuelta a Sooga, era mi primera victoria.

Con un lugar así, no habría nadie en este pueblo que pudiera resistirse. Los pueblerinos caerían rendidos, impresionados por el glamour y el éxito que ahora representaba.

Pero el éxito del restaurante no era mi única prioridad. No, esto era solo el primer paso.

El verdadero reto estaba en conquistar el corazón de Garu.

Y no fallaría.

Cuando la noticia de mi regreso llegó a los oídos de los habitantes de Sooga, el revuelo fue instantáneo.

Mi reputación, mis hazañas en Seúl, todo lo que había logrado... ya habían llegado antes que yo.

La gente estaba emocionada, ansiosa por conocerme, por ver lo que había traído conmigo desde la gran ciudad.

Para ellos, yo ya era alguien importante, alguien que había logrado lo que pocos en esta aldea podrían soñar.

Sin embargo, al caminar por las calles de Sooga, algo me sorprendió.

La aldea que una vez conocí no era la misma.

Había cambiado, y no solo un poco. Las calles ahora estaban pavimentadas, con modernos edificios que se levantaban donde antes había casas tradicionales.

Las señales de tráfico, los dispositivos electrónicos y la tecnología habían llegado, transformando este pequeño rincón del mundo en algo más contemporáneo, más en sintonía con el mundo exterior.

Una parte de mí sonrió ante esto. La modernización de Sooga significaba que ya no estaba atrapada en el pasado.

Este nuevo Sooga era el lugar perfecto para mi conquista, tanto en los negocios como en el amor.

-Así que, Sooga... -Murmuré para mí misma, mirando a mi alrededor. -Prepárate...Porque esta vez, no pienso perder.-

A pesar de los cambios evidentes, Sooga seguía siendo un lugar impregnado de misterio y magia.

El tiempo en Sooga pasó más rápido de lo que esperaba.

Mi "castigo" se revocó antes de lo previsto, pero para entonces, ya había decidido quedarme un poco más.

Volvía a Seúl ocasionalmente para ocuparme de asuntos de la empresa, pero mi corazón ya estaba enraizado aquí.

Sooga había dejado de ser una obligación y se había convertido en un lugar donde realmente quería estar.

Y no estaba sola en esta nueva etapa.

Eiyo, mi nuevo asistente y cómplice en todas mis locuras, se había convertido en una presencia constante a mi lado.

Las aventuras con él eran emocionantes, llenas de momentos inesperados que me mantenían siempre alerta y con una sonrisa en el rostro.

Pero entre todas esas aventuras, una en particular cambió mi vida para siempre.

El día que mi padre apareció en Sooga, el aire se sintió más pesado.

Su llegada siempre traía consigo caos y drama, pero lo que sucedió entonces fue algo que jamás hubiera podido prever.

El magnate imbatible, retó a los chefs del Goh-Rong a un duelo culinario.

La noticia recorrió la aldea como un incendio forestal, y todos se reunieron para presenciar el enfrentamiento.

Al principio, todo parecía un juego de poder típico de mi padre, una demostración más de su ego desmedido.

Pero lo que vino después me dejó paralizada.

En medio del duelo, mi padre reveló algo que hizo que mi mundo se tambaleara.

Manipuló a Garu, el chico de mis sueños, haciéndole creer que era su padre biológico.

Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.

¿Garu... mi hermano?

Mi mente se negó a aceptarlo.

La posibilidad era simplemente insoportable.

Todos mis sueños, mis deseos, todo lo que había construido en mi cabeza sobre él, se desmoronaba en un instante.

Pero el golpe más duro no fue la revelación en sí, sino el hecho de que mi propio padre me había ocultado algo tan crucial.

Mi padre, siempre tan controlador, tan calculador, había usado esa información para manipularnos a todos.

¿Por qué?

¿Cuál era su objetivo?

Fue entonces cuando decidí que no me quedaría de brazos cruzados.

Sabía que algo no estaba bien.

Confiaba en mi instinto, y esa intuición me llevó a descubrir la verdad.

La supuesta relación de sangre entre Garu y mi padre no era más que una mentira cuidadosamente construida.

Él había manipulado fotos y documentos con Photoshop para engañar a Garu, una jugada maestra de manipulación emocional.

Desenmascararlo fue liberador, pero la tensión no se disipó del todo.

Garu, Pucca, Ching y Abyo unieron fuerzas para desafiar a mi padre a un nuevo duelo culinario, un enfrentamiento definitivo que decidiría el destino del Goh-Rong.

Mi padre, conocido como el mejor chef del mundo, no retrocedió.

Sabía que el desafío no sería fácil, pero confiaba en que nadie podría superarlo en la cocina.

Sin embargo, Garu tenía otros planes.

Su enfoque, su precisión y su destreza en la cocina demostraron ser superiores. El duelo fue intenso, lleno de tensión, con cada plato que salía de las cocinas siendo una obra maestra.

Al final, el equipo del Goh-Rong salió victorioso.

Mi padre, derrotado, no tuvo más remedio que aceptar su pérdida.

Con su habitual orgullo, decidió regresar al espacio, donde, según él, su verdadero destino lo esperaba.

Sin embargo, el vacío que dejó su partida no se disipó fácilmente. No comprendía del todo los motivos detrás de su manipulación, y quizá nunca lo haría.

Antes de irse, me dejó una última orden, como si nada de lo sucedido hubiera importado realmente: continuar encargándome de las franquicias y la empresa. Su legado seguía en mis manos.

Con el tiempo el éxito de la franquicia superaba incluso mis propias expectativas.

Las mesas del restaurante siempre estaban ocupadas, las reservas agotadas, y el lugar se había convertido en uno de los sitios más codiciado de Sooga.

Sin embargo, Fyah no dejaba de insistir en la necesidad de delegar responsabilidades, su voz siempre presente como un murmullo en mi cabeza.

Al principio, me negué, confiando solo en mí misma.

Pero, con el tiempo, las peticiones de Fyah comenzaron a desgastarme.

Finalmente cedí, agotada por su insistencia, y le autoricé que contratar más personal. Lo que no esperaba era la desagradable sorpresa que vendría con su elección.

Tobe.

Ese...irritante samurái y su séquito de torpes ninjas.

¿¡En qué demonios estaba pensando Fyah!?

Mi sangre hervía solo de pensarlo.

En nuestra primera reunión, el aire estaba cargado de tensión, como si cada palabra pudiera encender una chispa peligrosa.

Cuando nuestras miradas se encontraron, el desprecio era palpable.

Tobe... él seguía siendo esa espina en mi costado, ese arrogante samurái que nunca había sabido su lugar.

No había cambiado mucho en apariencia, salvo que tal vez se veía un poco más fuerte, un poco más experimentado.

Pero seguía con esa máscara ridícula y su actitud prepotente.

Definitivamente, no era Garu.

Garu era todo lo que Tobe no era: sereno, disciplinado, misterioso, perfecto.

No me malinterpreten, no sentía ningún tipo de admiración por Tobe.

Su presencia me irritaba, y su carácter no hacía más que ponerme los nervios de punta.

Nuestra historia de tensiones y choques de ego nos precedía.

No necesitaba verlo más de lo estrictamente necesario.

Era irrelevante para mí, una pieza más en el rompecabezas del éxito de la franquicia, nada más.

Acordamos no meternos en los asuntos del otro.

Si podíamos coexistir sin mayores conflictos, todo estaría bien.

Pero eso no significaba que bajara la guardia.

Sus miradas desafiantes, esas pequeñas sonrisas burlonas... Siempre las sentía, aunque fingiera no prestarles atención.

El juego de poder entre nosotros era constante, incluso si no lo admitíamos.

Mientras tanto, mi foco estaba claro: Garu.

Cada intento por ganarme su corazón se sentía más desesperado, pero no me rendiría.

Una de esas veces, pensando que quizás un gran gesto le haría cambiar de opinión, le ofrecí una fiesta para celebrar su reciente recuperación del honor.

Mi regalo era perfecto, estaba segura de ello.

Una fiesta en su nombre, digna de un guerrero honorable como él.

Pero su respuesta fue... cortés, pero fría.

Garu, como siempre, me agradeció con su típica elegancia.

-Te lo agradezco, Ring-ring, pero ya hemos organizado nuestra propia celebración en el Goh-Rong.-

Su rechazo fue como una bofetada silenciosa, aunque él lo expresara con esas pocas palabras suaves.

La popularidad de Garu y Pucca no dejaba de crecer.

Era irritante ver cómo la gente en Sooga idolatraba cada pequeño gesto de Pucca.

"La hermosa y angelical voz de Pucca"

Esa frase se repetía en todas partes. Y para mí, no había nada más molesto.

Su constante parloteo me sacaba de quicio, y no podía entender cómo otros lo veían encantador.

Garu, en cambio, era una obra de arte en movimiento.

Incluso ahora que hablaba, su elegancia y misterio seguían intactos.

Su voz, siempre medida y cautivadora, podía transformar cualquier situación en algo profundo e inolvidable.

Cada vez que decía algo, la gente se quedaba embelesada, y eso solo alimentaba más mi convicción de que él debía ser mío.

Era el chico perfecto.

Sabía que el destino nos uniría tarde o temprano.

Garu era demasiado perfecto para que no estuviéramos juntos.

Yo lo veía, lo sentía en cada mirada que intercambiábamos, incluso si él no lo hacía aún.

Pero, claro, la vida no es tan simple como los sueños que construimos.

Y entonces llegó el día que cambió todo.

Un grupo de ninjas había irrumpido en la reunión, el pánico me envolvía, apretando mi pecho como una garra fría, y en un abrir y cerrar de ojos, mi mundo había pasado de la seguridad de los negocios a un caos absoluto. Las dagas volaban, y todo lo que podía hacer era buscar desesperadamente una salida, alguien que me protegiera.

¿Dónde estaba mi padre en todo esto?

No podía contar con él.

Su indiferencia me asfixiaba.

A pesar de la gravedad de la situación, parecía demasiado absorto en sus propios asuntos como para preocuparse por mi seguridad.

-Ring-ring, ¿Te has portado mal últimamente? -Hablo con prepotencia que me hervía la sangre.

No, no era una exageración.

Era una cuestión de vida o muerte.

Necesitaba ayuda.

Y solo un nombre vino a mi mente: Garu.

Él era mi única esperanza. Sabía que si alguien podía salvarme, era él. Estaba convencida de que mis sentimientos hacia él eran correspondidos, que en el fondo, Garu sentía algo por mí.

Tal vez no lo había demostrado aún, pero en un momento de crisis, como este, me salvaría.

Corrí hacia el bosque de bambú, con el corazón latiendo con fuerza en mis oídos, las ramas rasgando mi ropa y mi piel. Cada paso que daba, cada respiración entrecortada, me acercaba más a la esperanza de encontrarlo.

Todo se detendría una vez que Garu apareciera y me ofreciera su protección. Lo sabía.

Pero cuando lo encontré, el aire se me escapó de los pulmones.

Allí estaba él, pero no como lo había imaginado.

Garu estaba con Pucca.

Mi mundo se detuvo.

Lo que vi me dejó clavada al suelo, incapaz de moverme.

Sus manos, esas manos que tanto anhelaba sentir en mi piel, acariciaban el rostro de Pucca con una suavidad que rompía mi corazón.

La forma en que él la miraba... Esa ternura en sus ojos, ese brillo que nunca había visto cuando me miraba a mí.

Sus manos acariciaban su rostro con una suavidad que parecía inalcanzable.

Y luego, como si todo el universo quisiera reírse de mí, le dio un beso.

No un beso casual, ni un beso robado.

Fue un beso lleno de amor.

Amor verdadero.

Ese beso, sin duda, estaba reservado solo para ella.

Me quedé petrificada.

Ese beso... ese maldito beso.

Sentí que algo dentro de mí se quebraba en mil pedazos.

No era justo.

¡No podía ser justo!

Mientras ellos disfrutaban de su amor bajo el bosque de bambú, yo estaba sola, desesperada, huyendo por mi vida, deseando que alguien me viera, que alguien se preocupara.

El dolor me quemaba el pecho.

No era solo el peligro inmediato de los ninjas o la indiferencia de mi padre.

Era la injusticia.

¿Por qué Pucca?

¿Por qué ella tenía todo lo que yo siempre había deseado?

No merecía a Garu.

Yo sí.

Pero, en ese momento, mi soledad se volvió más tangible que nunca.

El frío del rechazo se apoderó de mí, y el peso de la impotencia me aplastó.

Antes de darme cuenta, mis manos estaban sobre mi teléfono. No pensaba con claridad, solo quería que todos sintieran mi dolor. Así que lo hice.

Difundí la relación secreta de Pucca y Garu.

No pensé en las consecuencias. No me importaban.

Si yo no podía ser feliz, ¿Por qué ellos sí?

La relación entre Pucca y Garu había sido un secreto cuidadosamente guardado, y mi acción lo destruyó todo en un instante.

La noticia del noviazgo no tardó en extenderse, causando un revuelo en Sooga.

Todos hablaban de lo "perfectos" que eran juntos, de cómo Pucca y Garu estaban destinados el uno para el otro.

¿Y yo?

Yo no era más que una sombra en esa historia de amor.

No pude soportarlo más.

Así que, como muchas otras veces, busqué consuelo en lo único que me daba algún tipo de alivio temporal: el alcohol.

Me refugié en el bar, con la esperanza de ahogar mis penas en vasos de licor, esperando que el alcohol pudiera amortiguar el dolor en mi pecho.

Pero la suerte no estaba de mi lado.

Como si el destino se burlara de mí, me encontré con Tobe.

Nos miramos, y en su rostro no había más que burla.

La conversación no tardó en degenerar en su habitual tono sarcástico y punzante.

Tobe sabía cómo empujar mis botones.

Cada palabra que salía de su boca era como una daga afilada.

Al parecer el disfrutaba viéndome perder el control, lo sabía.

Intenté ignorarlo, intenté terminar con esa conversación cuanto antes, pero la situación solo se volvió más insostenible.

Los insultos volaban, como siempre.

Lo que no esperaba era que mi día, ya arruinado, estuviera a punto de empeorar aún más.

Cuando pensé que las humillaciones habían terminado, el sin ninguna clase de delicadeza simplemente menciono que tuvo un "Ascenso"

Un ascenso, Un maldito ascenso.

Para Tobe.

Mi corazón se detuvo al oírlo.

Ahora Tobe sería mi guardaespaldas.

¿¡Cómo era posible que mi padre, después de todo, me hiciera esto!?

El hombre que me había ignorado durante todo este caos ahora ponía al hombre que más me irritaba a mi lado.

La noticia de que Tobe sería mi guardaespaldas cayó como un balde de agua fría.

Era la gota que colmaba el vaso, una bofetada directa a mí ya frágil sentido de control.

¿Cómo había llegado a este punto?

¿Cómo había permitido que la situación se deslizara entre mis dedos hasta quedar bajo el cuidado del hombre que más detestaba?

No era una elección.

Mi padre lo había decidido, y cuando él tomaba decisiones, no había espacio para la discusión.

La autoridad en su voz era impenetrable, y yo no tenía más opción que acatar, aunque cada fibra de mi ser gritaba en contra.

Tobe y Garu.

No podría haber dos hombres más distintos.

Garu era la calma en medio de la tormenta, un enigma envuelto en una elegancia tan natural que parecía irreal.

Siempre tan reservado, con esa mirada profunda que hablaba más que cualquier palabra.

Cada gesto suyo era medido, perfecto.

Él era el hombre que encajaba en mi mundo, en la visión que había construido de lo que era la perfección.

Amabilidad, misterio, control.

Garu era todo eso, y más.

Pero Tobe...

Tobe era el caos encarnado.

Explosivo, brusco, molesto.

Un patán que disfrutaba de irritarme con su mera presencia.

Su máscara, su actitud arrogante...

Era todo lo que detestaba.

¿Cómo se suponía que iba a soportar tenerlo a mi lado?

¿A lidiar con sus constantes desplantes y su aire de superioridad?

Lo peor era que sabía que no era algo temporal.

Aunque traté de consolarme con la idea de que los ataques cesarían y que no tendría que lidiar con él por mucho tiempo, la realidad pronto me golpeó.

Los ataques no solo no cesaron, sino que se volvieron más frecuentes, más peligrosos.

Cada paso fuera de la seguridad de mi hogar era un riesgo, y aunque lo odiara, Tobe había estado ahí, más de una vez, para salvarme.

No podía soportar admitirlo, pero sus habilidades eran innegables.

Cada vez que me encontraba en una situación de peligro, ahí estaba él, firme y letal, deteniendo a mis atacantes con una precisión escalofriante.

Con el tiempo, algo cambió.

La dinámica entre nosotros comenzó a transformarse.

A pesar de nuestras constantes peleas y miradas asesinas, empecé a ver algo más en él.

No era solo un samurái molesto; había algo en su determinación, en su habilidad para mantenerse siempre un paso adelante.

Por más que me resistiera, Tobe no era tan irrelevante como me había obligado a creer.

Y lo peor de todo... empezaba a darme cuenta de que, en algunos aspectos, éramos más parecidos de lo que me gustaría admitir.

Ambos éramos perfeccionistas, ambos teníamos estándares elevados y, aunque su personalidad chocaba frontalmente con la mía, compartíamos una sed similar de lograr nuestros objetivos.

Entonces ocurrió lo inesperado. Durante una de nuestras habituales discusiones, en las que yo, como siempre, trataba de hacerlo sentir inferior, él me lanzó una propuesta que me dejó sin palabras.

-Sabes...tienes potencial, tus habilidades son como...un diamante, solo necesitas pulirlas. -Tobe coloco su mano sobre mi hombro, sus ojos me atravesaron, como si realmente creyera en lo que estaba diciendo.

Mi primer instinto fue rechazarlo, decirle que no necesitaba su ayuda, que estaba perfectamente bien tal como era.

Pero algo en su mirada, una seriedad que no había visto antes, me hizo dudar.

Tobe no me tenía miedo.

A diferencia de todos los demás que me rodeaban, que temían mis transformaciones, él parecía genuinamente fascinado.

Incluso se había atrevido a decir que mis habilidades eran algo digno de admirar.

Era la primera vez en mucho tiempo que alguien no me veía como un simple problema a resolver o como la hija perfecta de un magnate.

Tobe me veía como alguien con un poder que podía ser aprovechado.

Su interés por mis poderes comenzó a contagiarme.

Empecé a ver en mí misma un potencial que no había reconocido antes.

Tal vez, solo tal vez, mi vida no tenía que girar en torno a mi trabajo o a mi obsesión con Garu.

Había más en mí, más de lo que había permitido que saliera a la luz.

Los entrenamientos con Tobe se volvieron algo que esperaba con ansias, aunque nunca lo admitiría en voz alta.

Cada sesión era intensa, llena de tensión, pero también de crecimiento. Él sabía cómo llevarme al límite, cómo hacer que me enfrentara a mis debilidades, pero también cómo superarlas.

Y en medio de todo eso, algo más empezó a cambiar.

La línea entre el odio y el respeto comenzó a desdibujarse.

No podía seguir viendo a Tobe solo como un patán molesto.

Había mucho más detrás de esa máscara, detrás de esa arrogancia.

Y aunque mi corazón aún se aferraba a la imagen de Garu como el ideal, mi mente empezaba a ver a Tobe de una manera que nunca antes había considerado.

Sin quererlo, nos habíamos convertido en aliados, dos fuerzas opuestas dispuestas a ayudarse mutuamente a lograr sus sueños. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que tal vez, solo tal vez, no estaba tan sola como había creído.

Con el paso del tiempo, las barreras entre Tobe y yo comenzaron a desmoronarse, de formas tan sutiles que apenas me di cuenta al principio.

Nuestra relación, que inicialmente se había forzado, comenzó a expandirse más allá de los entrenamientos y las tensiones.

Nos atrevimos a hacer cosas que jamás habríamos imaginado juntos, cosas que antes parecían impensables.

Recuerdo aquella noche de Halloween.

Nunca había sentido la adrenalina de romper las reglas, siempre me había movido dentro de los límites estrictos impuestos por mi padre.

Pero esa noche, con Tobe a mi lado, algo en mí se liberó.

Salimos a causar un caos divertido en Sooga, y por primera vez en mucho tiempo, sentí algo parecido a la libertad.

Reímos juntos, corriendo entre las sombras, disfrazados y dejando tras nosotros un rastro de confusión.

Fue liberador, una bocanada de aire fresco en una vida que siempre había sido tan calculada.

Pero no todo era tan simple entre nosotros. Tobe, por alguna razón que no entendía, seguía empeñado en unir a Garu conmigo, como si no fuera evidente que eso era imposible.

Cada vez que lo intentaba, terminaba en situaciones que solo me recordaban lo lejos que estaba de mi objetivo.

Una de esas ocasiones fue cuando me convenció para participar en una sesión de modelaje.

Me aseguraba que esta vez Garu estaría allí, que posaríamos juntos, que finalmente tendríamos esa imagen perfecta que tanto anhelaba.

Pero, para mi humillación, dijeron que no nos veíamos bien juntos.

En su lugar, Pucca apareció a su lado, y la complicidad entre ellos era insoportable.

Al final, me vi en las fotos con Tobe, algo que jamás habría esperado.

Fue un desastre, pero él, con esa actitud despreocupada, solo se encogió de hombros, como si no le importara.

-Nos vemos mucho mejor que esos dos...- Comentó con una sonrisa burlona, haciendo que quisiera golpearlo en ese momento.

La Navidad fue otro punto álgido en nuestra relación.

Me quedé varada, sin poder llegar a Seúl.

Estaba furiosa, frustrada por mi incapacidad para salir de Sooga.

Y claro, Tobe disfrutaba mi tormento, o al menos eso parecía. Pero al final de ese día infernal, me sorprendió con algo completamente inesperado.

Un set de diseño de modas.

Algo que había querido desde que era niña, algo que nunca pensé que él supiera. Lo miré, sin palabras.

El menciono que no fue nada, pero ambos sabíamos que era más que eso.

Con el tiempo, descubrí un lado de Tobe que nunca habría imaginado.

Tras esa fachada de dureza y arrogancia, había algo más.

Lo vi en la forma en que cuidaba de sus ninjas, casi como una madre soltera.

Los trataba con una mezcla de firmeza y compasión, asegurándose de que estuvieran siempre bien, aunque rara vez lo demostrara abiertamente.

Era algo que jamás hubiera esperado ver en él.

A medida que lo conocía mejor, mi percepción de Tobe empezó a cambiar.

No era solo el hombre molesto que había conocido.

Había una capa más profunda, una compasión oculta que comenzaba a revelarse ante mis ojos.

Y mientras más tiempo pasábamos juntos, más me daba cuenta de que lo valoraba.

Para Año Nuevo, sorprendentemente, mi lista de propósitos lo incluía a él.

Sin darme cuenta, ya lo consideraba un buen amigo.

Alguien que estaba ahí para mí, de una forma que no había anticipado.

El aprecio que comencé a sentir por él se hizo más evidente cuando descubrí los orígenes de mis poderes.

Fue Tobe quien me ayudó a encontrar aquellos valiosos libros que mi madre había dejado para mí, libros que contenían secretos sobre mi herencia y el control de mis habilidades.

Fue como recibir un regalo de mi madre, un vínculo perdido que me conectaba con mi pasado.

Tobe estaba allí para ayudarme, guiándome en mi entrenamiento, y gracias a él, descubrí no solo más sobre mis poderes, sino también sobre mí misma.

Juntos, fuimos creando recuerdos, historias que, para mi sorpresa, comenzaron a llenarse de diversión.

Inventamos rumores sobre un matrimonio secreto entre Pucca y Garu, solo para ver cómo reaccionaba la gente.

Era irónico, pero en esos momentos nos sentíamos más cercanos, unidos en una especie de alianza traviesa contra nuestros rivales.

También, hubo momentos extrañamente divertidos, como cuando organizamos la boda de Miran y Lazlo.

Durante ese tiempo, mis poderes crecieron aún más, descubriendo habilidades relacionadas con el hielo, algo que jamás habría imaginado.

Y luego, estaba esa vez en el restaurante.

Nos confundieron con Ching y Abyo, el personal creyó que estábamos celebrando nuestro aniversario.

Al principio, quería corregirles, pero Tobe, con una sonrisa maliciosa, me convenció de seguirles la corriente. Nos sirvieron champán y todo el evento se volvió surrealista, pero lo disfruté de una manera extraña.

Fue él quien me llevó a conocer a Smella, una diseñadora que me ayudó a abrir puertas en ese mundo.

Nunca pensé que él fuera el que me impulsaría hacia mis sueños.

Al final, me di cuenta de que el vínculo entre nosotros se había fortalecido más de lo que podría haber anticipado.

Aunque todavía chocábamos y discutíamos, había un entendimiento tácito, una conexión que nos había unido en nuestras diferencias.

Tobe había pasado de ser una molestia a ser una presencia constante, alguien que, de alguna manera, se había ganado un lugar en mi vida, y, aunque me costara admitirlo, me alegraba que estuviera allí.

Mi vida había sido una montaña rusa de emociones.

Siempre rodeada de expectativas, siempre cargando el peso de ser la "hija perfecta", una presión que me había moldeado desde que podía recordar.

Todo lo que hacía estaba sujeto a un escrutinio constante, y cada error, por mínimo que fuera, se sentía como un fracaso monumental.

Mi mundo era un laberinto de órdenes y reglas, y mi única manera de mantener el control había sido abrazar esa búsqueda de perfección que me consumía lentamente.

Tobe irrumpió en mi vida como un huracán, arrastrando consigo caos y un tipo de libertad que no sabía que anhelaba.

Su presencia me obligaba a cuestionar cada parte de ese ideal que había construido durante años, ese pedestal inalcanzable en el que me había subido para demostrar que era digna de la atención y el afecto de los demás.

Había encontrado en él algo que nunca supe que necesitaba: una compañía constante, alguien que, por extraño que pareciera, parecía entenderme mejor que nadie.

Pero con ese entendimiento, también llegaron las dudas, las preocupaciones sobre qué significaba realmente nuestra relación.

Todo esto llegó a un punto crítico durante mi fiesta de verano.

Por primera vez, alguien me prestaba una atención sincera.

Era una sensación extraña, casi desconcertante, pero profundamente anhelada.

Desde siempre, había buscado ser vista, valorada, y ahí estaba él, celebrando mi cumpleaños conmigo, algo que jamás había experimentado antes.

Su presencia me hizo sentir, de una manera que no podía negar, que era importante para alguien.

Pero con esa nueva sensación vinieron también las dudas.

¿Qué significaba todo esto?

¿Y por qué, en lugar de disfrutarlo plenamente, sentía un temor profundo de lo que esto podía implicar?

-Así que pensé en esto: si no pasamos tiempo juntos, esos rumores desaparecerán...- Se lo dije sin pensarlo demasiado, casi como una reacción a ese miedo que me empezaba a consumir.

Necesitaba distancia, o al menos eso creía.

Quería tiempo para mí, para pensar, para estar con mis amigas sin su constante presencia. Y aunque intenté convencerme de que eso era lo que necesitaba, la verdad era que el tiempo sin él se sentía vacío. .

Lo intenté.

Intenté disfrutar esos momentos con mis amigas, intenté enfocarme en mi trabajo con Smella, en las colaboraciones que había comenzado a forjar en el mundo de la moda.

Pero no podía dejar de pensar en Tobe.

Me sorprendía cuánto lo extrañaba, cuánto deseaba volver a escuchar su risa burlona, ver esa sonrisa ladina que me ponía de los nervios, y sentir esa extraña pero reconfortante presencia suya a mi lado.

Fue entonces cuando ocurrió algo que jamás había previsto.

En un momento de debilidad, de confusión, sentí un impulso incontrolable de besarlo.

No sabía de dónde venía esa necesidad, no sabía por qué, pero de repente, estaba ahí, en mi mente, casi lista para cruzar una línea que jamás habría imaginado.

Todo era un desastre. Entre las demandas de Smella, las presiones de mi padre y mis propias inseguridades, me sentía atrapada, ahogada por decisiones que no quería tomar.

Solo Tobe parecía entender lo que estaba pasando dentro de mí, la confianza entre nosotros aumentaba día con día, pero ¿Estaba realmente lista para aceptar lo que eso significaba?

Y luego, todo cambió.

La fiesta de aniversario de la empresa de mi padre fue un punto de inflexión.

Fue en ese evento, entre la multitud, bajo las luces y la opulencia que tanto me habían asfixiado durante años, que algo dentro de mí finalmente se rompió.

O quizás, finalmente se liberó.

Decidí que ya no podía vivir bajo las reglas de otros.

No más perfección, no más imposiciones.

Necesitaba tomar las riendas de mi vida, y fue en ese momento, en ese acto de decisión, que todo se volvió más claro.

El caos se desvaneció, y por primera vez, vi con claridad.

Tobe había sido parte de ese cambio, de esa transformación.

De alguna manera, él había ayudado a sacarme del abismo en el que me encontraba, aunque probablemente nunca lo admitiría en voz alta.

Había pasado tanto tiempo buscando la perfección, tratando de llenar un vacío imposible, que me había olvidado de lo que realmente importaba.

Siempre me había comparado con los demás, con personas como Pucca, como Garu, buscando una validación externa que nunca llegaba.

Y en el proceso, me perdí a mí misma.

Pero Tobe, con su caos, su irreverencia y su incapacidad de seguir las reglas, había llegado como un torbellino en mi vida perfecta y la había destruido de la mejor manera posible.

Ahora, ya no buscaba ser perfecta para otros. Ahora quería ser perfecta para mí misma.

Y, sin embargo, aquí estaba yo, en medio de esa tormenta, descubriendo que quizás, solo quizás, ese caos era lo que necesitaba para encontrar mi propio orden.

.Al principio, no podía soportar la sola presencia de Tobe.

Su actitud arrogante y su indiferencia hacia todo lo que yo valoraba eran como una bofetada constante.

Él parecía disfrutar de todo lo que yo evitaba: el caos, la falta de estructura, el desafío constante a la autoridad. Yo lo veía como un bueno para nada, un obstáculo en mi camino hacia la perfección.

Mientras yo me esforzaba por mantenerme firme en mis estándares, él se paseaba despreocupado, como si las reglas no significaran nada.

Pero algo empezó a cambiar. Lentamente, casi sin darme cuenta, empecé a ver más allá de esa fachada insolente.

Sus gestos, aunque a veces sutiles, estaban llenos de una especie de amabilidad torpe.

Era como si, a su manera, intentara mostrarme que no todo tenía que ser tan rígido, que podía relajarme, soltar un poco esa constante presión por ser impecable.

Tobe me hacía reír, y no una risa forzada o educada, sino una risa auténtica, un estallido de alivio que hacía que por un momento olvidara las expectativas que siempre pesaban sobre mis hombros.

¿Cuándo cambió todo?

Ni siquiera lo sé.

Tal vez fue cuando se presentó sin que yo lo pidiera en uno de los días más difíciles de mi vida, simplemente para estar ahí, sin hacer preguntas.

O quizás fue la forma en que siempre parecía encontrar la manera de hacerme sentir cómoda en mi propia piel, algo que nunca había logrado con nadie más.

Tobe, con todos sus defectos y su personalidad explosiva, era genuino.

No intentaba ser perfecto, y en eso, había una especie de libertad que me cautivaba. Su autenticidad me hizo darme cuenta de lo agotador que era vivir bajo una fachada de perfección.

Todo lo que yo había perseguido durante años, esa imagen impecable que proyectaba al mundo, se desmoronaba poco a poco cada vez que estaba con él.

Con Tobe, me di cuenta de que no necesitaba ser perfecta para ser amada.

No necesitaba alcanzar un estándar imposible para ser digna de cariño.

Él me aceptaba tal como era, con mis inseguridades, mis miedos y mis defectos, y esa aceptación incondicional fue como un bálsamo para mis heridas.

-¿Sabes que eres insoportable a veces, verdad?-Le decía entre risas, pero en el fondo, sentía algo más.

Algo profundo que iba creciendo en mi interior, una revelación que me aterraba admitir.

Y entonces, me di cuenta de que Tobe había robado descaradamente mi corazón.

Ese hombre, al que había despreciado en un principio, ahora ocupaba un lugar que durante tanto tiempo había estado vacío.

Tobe, con todas sus imperfecciones, con sus bromas pesadas y su risa burlona, se había convertido en alguien esencial en mi vida.

Con él, me sentía libre de ser yo misma. No había necesidad de actuar, de fingir ser algo que no era.

La presión de cumplir con expectativas irreales desaparecía cuando estaba a su lado. En su lugar, solo quedaba una extraña paz, una calma que no había experimentado en años. Había encontrado a alguien que no intentaba cambiarme, que no esperaba que fuera perfecta.

Y eso, de alguna manera, era más valioso que cualquier otra cosa que hubiera conocido.

Pero ahora, en medio de todos esos sentimientos confusos, me sentía atrapada.

Paralizada por el miedo.

Los sentimientos que tenía por Tobe habían empezado a cambiar, a intensificarse, y me aterraba lo que eso significaba.

¿Y si esto lo arruinaba todo?

Nuestra amistad se había convertido en mi refugio, el único lugar donde me sentía a salvo. Si cruzaba esa línea, si me atrevía a admitir lo que realmente sentía por él.

¿Qué pasaría?

El miedo a perderlo era tan abrumador que me mantenía en silencio.

¿Cómo podía confesarle lo que sentía, cuando ni siquiera yo estaba segura de cómo manejarlo?

Sabía que si lo hacía, nada volvería a ser igual. Y esa incertidumbre era aterradora.

Pero al mismo tiempo, no podía seguir ignorando lo que sentía. Cada día que pasaba, cada vez que estábamos juntos, sentía que me acercaba más y más a un punto de no retorno. Era como si el universo me empujara hacia una decisión que no estaba lista para tomar.

Ver a Tobe siempre me dejaba una sensación difícil de explicar.

Era una combinación de nerviosismo y atracción, pero también algo más profundo, algo que no lograba entender por completo.

A lo largo de los años, había aprendido a reconocer las miradas de los hombres.

Esas miradas sucias, hambrientas, que me hacían sentir expuesta, reducida a un objeto.

Sabía lo que deseaban, y ese conocimiento me hacía sentir repulsión.

No me gustaba ser deseada de esa manera.

Cada mirada lasciva dejaba una marca en mi alma, una sensación de suciedad que no podía quitarme de encima.

Pero Tobe...

Tobe era diferente.

Desde la primera vez que cruzamos miradas, supe que había algo en él que no encontraba en los demás.

Su mirada no era indecente, no me veía como los otros. En sus ojos no había deseo vulgar, sino algo más...puro.

Y eso me desconcertaba.

¿Por qué él me miraba así?

Ya no podía negar que era atractivo.

Su físico tallado por años de entrenamiento, hablaba de disciplina y fuerza. Y su fragancia, ese aroma amaderado y oscuro que lo envolvía, tenía el poder de hacer que mi corazón se acelerara cada vez que lo sentía cerca.

Pero no era solo su aspecto lo que me atraía.

Había algo más, algo en su carácter, en su manera de ser.

Era fuerte, decidido, con una voluntad inquebrantable que yo admiraba. Y, sin embargo, detrás de esa fachada dura, había una ternura oculta, una capacidad de ser amable y protector que me sorprendía y, de alguna manera, me derretía.

Nunca pensé que me sentiría así por alguien.

Durante tanto tiempo había rechazado la idea de ser deseada, de desear a alguien.

Me daba asco, me hacía sentir débil.

Pero con Tobe, todo era diferente.

No sentía el asco habitual, no me sentía sucia.

Al contrario, su presencia me hacía sentir viva, me hacía querer más.

Quería estar cerca de él.

No solo por cómo me miraba, sino porque cuando estaba a su lado, me sentía segura. Protegida.

El deseo que sentía por él no era superficial, no era solo físico.

Aunque, si soy honesta, mi cuerpo comenzaba a anhelarlo.

Había algo en la forma en que se movía, en cómo su mirada podía atravesarme, que me hacía desear su toque, sus caricias.

Pero no era solo eso.

Era la manera en que me entendía, en que parecía ver más allá de mis máscaras, más allá de la imagen que presentaba al mundo.

Él veía mis miedos, mis inseguridades, y aun así me aceptaba.

Eso, más que cualquier otra cosa, alimentaba mi deseo por él.

No me había dado cuenta de cuánto lo necesitaba hasta ahora.

Cada día, la idea de él se incrustaba más en mi mente, en mi corazón. Me encontraba pensando en él en momentos aleatorios, deseando su presencia, su compañía.

Y eso me aterrorizaba.

Me aterrorizaba cuánto lo deseaba, cuánto lo quería.

Pero había algo hermoso en ese miedo.

Con Tobe, el deseo no era vulgar, no era oscuro.

Era puro, casi inocente, como si finalmente hubiera encontrado a alguien que me veía, que me comprendía.

Con él, el deseo era más que un anhelo físico.

Era una conexión, algo que trascendía lo superficial y llegaba a tocar lo más profundo de mi ser.

En mis momentos de soledad, cuando estaba lejos de la mirada de los demás, me permitía admitir lo que sentía.

Tobe era más que una simple atracción.

Era alguien que había logrado romper las barreras que había construido alrededor de mi corazón.

Me había permitido ser vulnerable, ser yo misma.

Y aunque todavía me costaba aceptar esa parte de mí, la parte que lo deseaba, que lo amaba,

Sabía que no podía seguir negándolo. Porque con Tobe, el deseo era algo más.

Era amor.

Me sentía extraña, como si todo lo que alguna vez creí saber sobre mí misma se desmoronara.

Lo deseaba, lo amaba, y eso me asustaba más que cualquier otra cosa.

Pero, al mismo tiempo, me hacía sentir más viva que nunca.

Porque con Tobe, había encontrado algo que nunca creí posible:

Una conexión real, una pasión que no me asfixiaba, sino que me liberaba.

Y por primera vez en mi vida, no quería huir de esos sentimientos.

Quería explorarlos, quería dejarme llevar.

Porque, después de todo,

Tobe era todo lo que siempre había querido, y más.

El futuro, ese vasto desconocido, me aterraba. Pero también, por primera vez en mucho tiempo, me emocionaba. Porque sabía que, pase lo que pase, con Tobe, ya no estaba sola.

Y aunque ese temor seguía ahí, latente, también estaba la esperanza de que, tal vez, al final de todo, podría encontrar en él algo más que un amigo.

Tal vez, solo tal vez, podríamos ser más que eso.


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Hiiii, bueno chic s aprovecho este momento para hacer un anuncio.

Llego la hora del hiatus(?

Mentira xd

Por si suelen releer y ven algunos cambios, no se asusten,por que habráuna edición"masiva" a todo el fic en general.

Ahora volviendo al tema

Pregunta random del dia:

¿A que personaje les gustaríavolver a ver en el próximocapitulo?

Fue todo por ahora, nos leemos pronto!

Bye-nee~