Desde que tengo memoria, siempre supe que nací para la grandeza.

No era una idea que pudiera cuestionar ni un sueño que pudiera elegir; era una certeza inquebrantable, tan inherente a mí como el latido en mi pecho. Era un destino tejido en mi piel desde antes de mi primer aliento, una carga invisible que me sostenía y me aplastaba al mismo tiempo.

Mi apellido, Taek, no era solo un nombre; era un emblema grabado en mármol, un eco constante en los salones del poder, un murmullo de reverencia y temor que atravesaba generaciones.

Mi familia no era simplemente influyente; era un pilar que sostenía el entramado político del país.

Desde los cimientos de nuestra dinastía hasta la cúspide de su influencia, los Taek habían forjado un imperio que parecía tan eterno como las montañas.

Y yo, el heredero predestinado, era el próximo eslabón en esa cadena dorada. El elegido para llevar el legado a alturas aún mayores. O al menos, eso era lo que siempre me habían dicho.

La mansión de mi infancia, enclavada en el corazón palpitante de Gangnam, era un reflejo fiel de lo que representábamos: imponente, intocable, casi mitológica.

Los muros de piedra, altos como murallas de una fortaleza, parecían desafiar al cielo mismo. Los jardines, diseñados con una precisión casi obsesiva, eran un espectáculo para admirar, pero no para tocar.

Incluso de niño, aprendí a caminar por los senderos de piedra con pasos calculados, como si cada uno fuera un ensayo para el futuro que me esperaba.

Las puertas principales, enormes y pesadas, se alzaban como guardianes silenciosos de un mundo donde no había cabida para el error.

Y el tejado, con sus ángulos cortantes, parecía un recordatorio constante de que aquí dentro, la suavidad era una amenaza y la debilidad, un pecado imperdonable.

Desde fuera, éramos perfectos.

Éramos el ideal al que aspiraban las masas.

Se susurraba nuestro nombre en reuniones privadas; se veneraba nuestro éxito en artículos de lujo. Pero la perfección no es más que una máscara. Detrás de los muros que tantos admiraban, el aire era espeso, cargado de silencios incómodos y tensiones no dichas.

Las sonrisas eran actuaciones meticulosamente ensayadas, y las palabras, dardos afilados, siempre cargadas de expectativas.

Me enseñaron pronto que yo no me pertenecía. Que mi vida era una extensión del legado de mi familia, una herramienta para reforzar su poder. Los errores no eran tolerables; los sueños individuales, una blasfemia.

La perfección no era una aspiración, sino un requisito básico, como el oxígeno.

El deber era una cadena invisible que me ataba a un futuro que nunca elegí. En ese mundo, los conceptos de dulzura y ternura eran desconocidos, piezas de un rompecabezas que no tenía lugar en mi vida.

Y el amor...

El amor era la mayor de las debilidades.

Cada aspecto de lo que soy fue cincelado en la crudeza de ese entorno.

No hubo espacio para la compasión, ni refugios donde el alma pudiera descansar.

Viví en un lugar donde incluso el sol parecía demasiado tímido para brillar con fuerza, donde cada sombra era un recordatorio de las expectativas que nunca podía permitirme romper.

Las sombras de la mansión Taek no eran meros juegos de luz y oscuridad; eran ecos de un pasado implacable, reflejos de un legado construido sobre cimientos de orgullo y acero.

Allí, la compasión no tenía cabida; era un lujo reservado para los débiles. La indulgencia, por su parte, no era más que un pecado mortal, una grieta que podía desmoronar la fachada de poder que mi familia había esculpido con tanta ferocidad.

En mi hogar, la suavidad era traición. Una rendija imperceptible que, de abrirse, podría devorar siglos de dominio y control. No se hablaba abiertamente de ello; no era necesario.

Todo lo que éramos, todo lo que hacíamos, giraba en torno a un dogma inquebrantable que flotaba como un espectro en cada rincón de aquella casa:

La venganza.

No recuerdo cuando escuché esa palabra por primera vez, pero su peso siempre estuvo presente, como un susurro constante en los pasillos, como un veneno invisible que se respiraba en cada salón.

Al principio, era solo una idea vaga, una sombra entre las muchas que se cernían sobre mi infancia. Pero con el tiempo, esa sombra se convirtió en mi credo. No necesitaba comprenderla; bastaba con sentir su presencia en cada mirada penetrante de mi padre, en cada silencio helado de mi madre.

La venganza no era un acto, sino un mandato.

Una herencia inscripta en nuestra sangre, transmitida con solemnidad de generación en generación.

Cada afrenta contra los Taek debía ser respondida, y no con igualdad, sino con un castigo que dejara claro que desafiar nuestro nombre era un error irreparable.

Los relatos de las batallas pasadas adornaban nuestra historia como un tapiz teñido de sangre y gloria.

Los retratos de mis ancestros colgaban en los muros interminables, observándome con ojos que parecían juzgar mi aptitud para continuar el ciclo.

Eran rostros duros, esculpidos por años de guerra y sacrificio.

Eran las manos que habían empuñado las espadas y los labios que habían pronunciado las sentencias.

Y yo... yo era el próximo en esa línea.

La próxima pieza en el tablero, la próxima arma que se alzaría para proteger el honor de los Taek.

No entendía del todo lo que significaba entonces, pero lo sentía.

Era un peso frío y constante, como una daga hundida en mi pecho.

Cada entrenamiento, cada lección impartida con una precisión casi cruel, era un recordatorio de que mi deber no era negociar ni dudar, sino devolver cualquier golpe con una furia que hiciera temblar al enemigo. El perdón era una palabra vacía, un concepto que no merecía existir.

Cualquier atisbo de desafío debía ser sofocado, cualquier insulto, castigado con creces.

Mientras otros niños soñaban con aventuras luminosas, con futuros llenos de risas y libertad, mis sueños eran distintos. En mis noches, veía espadas brillando bajo cielos grises, enemigos de rostros borrosos cayendo ante mí, batallas aún no libradas que aguardaban mi llegada.

Porque así fui moldeado.

Porque así debía ser.

La venganza no era simplemente algo que hacíamos; era lo que éramos. La esencia misma de nuestra existencia, el pilar que sostenía nuestra gloria y, a la vez, nuestra condena. Pero en las noches más silenciosas, cuando las sombras parecían alargarse hasta tocar mi alma, me preguntaba en secreto:

¿Acaso eso era todo lo que significaba ser un Taek?

Lo recuerdo bien.

Recuerdo como el aire cortaba como cuchillas.

Cada bocanada quemaba, un recordatorio de que incluso respirar era un esfuerzo en aquel infierno gélido.

Mis pulmones ardían, mi aliento salía en nubes que se desvanecían demasiado rápido, como si el mismo aire estuviera ansioso por abandonarme.

Y allí estaba yo: un mocoso apenas capaz de sostener una espada que parecía más grande que mi propia existencia, enfrentándome a otra de las interminables sesiones de tortura que osaban llamar entrenamiento.

Por supuesto, él estaba allí.

Seung Taek.

El hombre, el mito, el verdugo.

"El estratega infalible."

"El samurái implacable."

"La leyenda viviente."

Aunque para mí, no era más que un tirano envuelto en seda cara.

Su mirada era peor que la helada brisa que me calaba hasta los huesos.

Sus ojos, dos abismos de acero pulido, observaban cada uno de mis movimientos, fríos, calculadores, listos para desgarrarme al menor signo de debilidad. Era como estar bajo la lupa de un depredador, una presa que no podía permitirse el lujo de tropezar.

Pero el temblor de mis manos, el sudor que me recorría a pesar del frío, dejaban claro que mi cuerpo ya había aceptado la derrota, aunque mi orgullo se aferrara con uñas y dientes.

-¿Eso es todo lo que puedes hacer, Tobe?-Su voz no subió ni un ápice, pero aun así desgarró el aire como un cuchillo afilado.

Y yo, como siempre, sonreí.

Una sonrisa pequeña, apenas una curva desafiante en mis labios, pero suficiente para que él la notara.

Sabía que no debía hacerlo, pero no pude evitarlo.

Esa sonrisa era mi forma de resistir, mi diminuta venganza.

-Bueno, si quieres un espectáculo, podrías pagar entrada...-

Lo vi en su rostro, en el ligero fruncir de su ceño y la tensión que apareció en su mandíbula como un presagio de tormenta.

Lo tenía.

Por un breve instante, lo tenía.

Pero, por supuesto, sabía lo que venía.

Siempre lo sabía.

Jugar con fuego es divertido... hasta que te quemas.

-¿Te parece gracioso? -El dio un paso hacia mí.

Su sombra se alargó sobre el suelo congelado, oscura, inmensa.

-Un poco -Me encogí de hombros con esa actitud que sabía lo enloquecía.

El golpe llegó antes de que pudiera siquiera terminar de inhalar.

Siempre llegaba rápido.

Su mano se estrelló contra mi rostro con la fuerza de un trueno, un látigo que resonó en el frío silencio del jardín.

Mi cabeza giró, mis piernas cedieron, y caí de rodillas sobre la hierba endurecida por la helada.

La mejilla me ardía, un incendio furioso que latía al ritmo de mi corazón, pero me negué a darle la satisfacción de verme llorar.

-Veinte vueltas...-Ordenó con voz helada, carente de cualquier emoción, como si estuviera dictando un hecho inevitable.

-¿Qué? -Fruncí el ceño, con el sabor metálico de la sangre llenándome la boca.

-¿¡No escuchaste!? ¡Veinte vueltas alrededor de la casa! ¡Y más te vale correr!-

Me levanté tambaleándome, la espada todavía pesando en mi mano.

No era la primera vez, y sabía que no sería la última.

Dejé caer el arma en el suelo y empecé a correr.

El césped húmedo y frío se sentía como cuchillas bajo mis pies descalzos, y el aire helado mordía mi piel con cada zancada. La mansión, con su imponente silueta contra el cielo plomizo, parecía burlarse de mí.

Cada vuelta se sentía interminable, un castigo que me arrancaba las fuerzas y, a la vez, alimentaba mi rabia. Corría, pero mis pensamientos volaban más rápido, un torbellino de resentimiento y amargura.

"Seung Taek, el gran hombre."

"El orgullo de la familia, la estrella de la política y la estrategia militar. El hombre que todo lo hacía perfecto."

Perfecto.

Esa palabra se repetía en mi mente como un tambor, y cada repetición era un latigazo.

Perfecto en todo, claro.

Pero, ¿Dónde estaba la perfección en ser un padre?

En su mundo, la ternura era un concepto ajeno, un susurro extraño en un idioma olvidado. Allí, el respeto no nacía del amor, sino del miedo, del peso abrumador de miradas frías y palabras afiladas.

Cada paso que daba en ese patio helado era un desafío silencioso, cada vuelta alrededor de la mansión un pequeño acto de rebelión que palpitaba en mi pecho.

No me iba a quebrar.

No frente a él.

-¡Corre más rápido, Tobe! -Su voz, como un trueno distante, me alcanzó desde algún rincón oscuro.

-Sí, "señor"...-Murmuré entre dientes, con un desprecio que solo yo podía escuchar.

El frío mordía mis talones, y el aire helado se colaba por mi garganta como un veneno. Pero no importaba.

Las paredes imponentes de la mansión, negras y sólidas como sentencias de piedra, se alzaban a mi alrededor, delineando un laberinto interminable de condena. Con cada vuelta, mi respiración se volvía más pesada, pero también más desafiante.

En cada exhalación encontraba un pequeño triunfo: Seguía en pie.

Los golpes de Seung nunca dolían tanto como él creía.

Lo que realmente dolía era el silencio, esa ausencia de algo cálido o humano, el eco vacío de su desaprobación constante.

Era ese vacío lo que te destruía poco a poco, más que cualquier tormenta de manos o palabras.

A mi alrededor, los sirvientes seguían con sus tareas, pero sus miradas furtivas hablaban más que cualquier comentario.

Algunos apenas disimulaban sus sonrisas; otros dejaban escapar risitas ahogadas mientras cuchicheaban entre ellos.

-¿Veinte vueltas, joven amo? -Susurró uno de los jardineros al pasar, sus ojos brillaban con un atisbo de compasión mezclada con ironía.

-¿Qué puedo decir? -Me encogí de hombros y esbozando una sonrisa. Luego, con un salto exagerado, extendí los brazos como si fuera a volar.-Mi padre está convencido de que seré el próximo maratonista olímpico de Gangnam.-

Las risas brotaron como pequeños destellos de calor en aquel paisaje helado.

Era una victoria minúscula, pero mía.

Si no podía ganar en fuerza, al menos me aferraría a la dignidad de robarme esos momentos de triunfo.

Dando otro salto, esta vez con una torpe pirueta, me dejé llevar por el momento. El sudor ya me corría por la frente y el cansancio pesaba en mis piernas, pero no me detuve.

Sabía que Seung estaba observándome desde algún rincón, esperando ver el momento en que me quebrara.

No le daré el gusto.

Jamás.

El viento silbaba entre las hojas de los cerezos, llenando el aire con un murmullo que casi podía llamarse consuelo.

Al mirar el cielo, vi las primeras tonalidades del amanecer extendiéndose tímidamente.

Pronto, todo esto sería otro capítulo más en la interminable saga de humillaciones impuestas por Seung.

Pero entonces, algo cambió.

El aire se volvió más denso, más pesado.

Un frío distinto, profundo y casi tangible, se arrastró por mi piel. Mis pies, como movidos por un instinto primitivo, comenzaron a acelerar.

Ah, mierda. Ella está aquí.

De entre las sombras del jardín emergió una figura elegante y mortalmente precisa. Su silueta parecía recortada contra la oscuridad, alta y dominante.

Su cabello negro caía como un manto de noche, enmarcando un rostro esculpido con la misma severidad que el mármol.

Sus ojos, afilados como dagas, se clavaron en mí.

Había en ellos una mezcla de juicio implacable y algo más, algo que ardía más profundamente que cualquier golpe de Seung.

Algo que me hacía sentir pequeño y expuesto, pero que al mismo tiempo me atraía, como si buscara su aprobación en cada mirada.

Me enderecé automáticamente, el agotamiento desapareciendo de mi postura, aunque no de mis músculos.

No era miedo lo que me tensaba; era algo más profundo, más complejo.

El respeto que sentía por ella era absoluto, inamovible, tan frío y hermoso como el filo de una espada.

El peso de su mirada me aplastaba más que el cansancio en mis piernas.

Mis piruetas se habían desvanecido; cada paso ahora era un movimiento calculado, una danza de supervivencia bajo su escrutinio.

El aire se tensaba a mi alrededor, cargado de algo que no era solo frío. Intenté ignorarla, pero ella no era alguien que pudiera ser ignorada.

-¿Qué pasó con toda esa energía hijo? -Hablo con una suavidad que, lejos de consolar, cortó el aire como el filo de una katana bien afilada.

-L-La estoy canalizando...-

Joo-hee.

La kunoichi del clan Shun.

Su nombre todavía flotaba en susurros en los círculos más selectos y oscuros del país.

El rumor de su unión con Seung, el implacable samurái, había sido una chispa que incendió chismes por años.

Dos mundos destinados a odiarse, unidos en un matrimonio que nadie lograba entender del todo.

Un samurái y una ninja.

Los ancianos del clan debieron haber tenido ataques al corazón cuando Seung la presentó.

"La traidora de la tradición", la llamaron, aunque jamás se atrevieron a decírselo en la cara.

Sus ojos, afilados y calculadores, habrían bastado para silenciar a cualquiera.

Pero a pesar del escándalo, allí estaban. Seung y Joo-hee: la encarnación viva de lo prohibido, de lo que jamás debió ocurrir.

Claro, esta no es una telenovela romántica, y no estoy aquí para narrar la épica historia de amor entre dos ancianos.

Honestamente, preferiría no pensar en cómo esos dos mundos chocaron para traerme a mí al mundo.

Es una distracción innecesaria cuando tengo algo más urgente: terminar con ese castigo.

Ella seguía allí, observándome en silencio.

Cada vuelta que daba, sentía su mirada clavada en mi nuca, pesada como una mano invisible que intentaba hundirme en el suelo.

No hacía falta que hablara; sus ojos decían todo.

Esa mirada, penetrante y serena, era peor que cualquier grito o golpe de Seung.

Con ella, no había dónde esconderse.

-¿Cuántas vueltas llevas? -

-Dieciocho... -Hable, con un tono que intentó sonar convincente, pero flaqueó en el último segundo.

-No me mientas, Tobe.-Ella arqueó una ceja, esa ceja que parecía tener el poder de arrancar confesiones antes de que fueran siquiera pensadas.

-Ocho.-Suspiré, resignado.

No hubo reproches, ni castigos, ni palabras adicionales.

Solo una pausa cargada de significado mientras sus ojos, profundos como pozos oscuros, me atravesaban.

El silencio era su arma, y lo usaba con una maestría que no dejaba lugar a dudas: sabía exactamente cómo hacerte sentir diminuto sin decir una sola palabra.

El eco de sus pasos se desvaneció entre las sombras, dejando el jardín sumido en un silencio que debería haber sido un alivio.

Pero con Joo-hee, el silencio nunca significaba que se había ido del todo.

Era como un lobo acechando desde la maleza, invisible pero innegablemente presente.

Mis piernas temblaban todavía, la adrenalina mezclándose con el agotamiento. El peso de su mirada había desaparecido, o al menos eso pensé.

Mi pecho comenzaba a relajarse cuando, de pronto, algo plateado cruzó mi visión periférica.

Me lancé a la derecha, rodando sobre la piedra fría del sendero. Sentí la vibración cuando el metal se incrustó en el suelo justo donde había estado un segundo antes.

-¿¡Es en serio!? -Grité, poniéndome de pie con el corazón latiendo como un tambor de guerra.

Desde las sombras, su silueta emergió de nuevo, elegante, letal, como un espectro que solo toma forma para recordarte lo insignificante que eres.

Sus ojos, tan oscuros como la noche misma, brillaban con un destello que combinaba diversión y desafío.

-Nunca bajes la guardia, querido... -Ella hablo, con esa calma imperturbable que siempre me sacaba de quicio.

-¡Y-Ya lo sé! Pero, ¿Un respiro no estaría mal, no crees? -Bufé, sacudiendo el polvo de mis rodillas mientras intentaba recuperar el aliento.

Ella inclinó la cabeza ligeramente, como un depredador estudiando a su presa. No respondió. En lugar de eso, su brazo se movió con la fluidez de una corriente de agua, lanzando otra estrella ninja.

Esta vez, la vi venir.

Me agaché justo a tiempo, y la hoja pasó rozando mi oreja, dejando un rastro de aire frío que me hizo estremecer.

-¡¿Podrías avisar por una vez?! -Exclamé, tratando de sonar indignado, aunque había algo en este caos que, lo admito, disfrutaba más de lo que debería.

-Un enemigo no avisa.-

Siempre lo mismo.

Su filosofía era tan implacable como ella misma.

Donde Seung me aplastaba con reglas y disciplina samurái, Joo-hee me moldeaba con caos y sorpresas.

A su manera, era mucho más peligrosa.

A veces me despertaba en mitad de la noche lanzándome dagas de madera, asegurándose de que mi reacción fuera instantánea. Otras, aparecía de la nada mientras entrenaba, desarmándome con la gracia de una pantera y el descaro de un espíritu travieso.

Siempre decía que debía "pensar como el enemigo", aunque su idea de "entrenamiento" a menudo se sentía como un intento creativo de homicidio.

-¿Terminaste ya? ¿O planeas matarme esta vez? -Bromeé, adoptando una postura de guardia que sabía que no iba a servir para mucho si ella realmente quería atacarme.

Por un momento, su rostro pareció suavizarse, lo que en el mundo de Joo-hee equivalía a una sonrisa genuina.

-Lo hiciste bien, cariño... -Murmuró mientras se acercaba.

Sus manos estaban vacías, pero eso no significaba nada.

Podía desarmarte, humillarte o matarte con la misma facilidad sin usar armas.

-Sí, como sea... -Murmuré, frunciendo ligeramente el ceño antes de girar y retomar mi camino, rezando porque esta vez me dejara en paz.

Sentí su mirada siguiéndome mientras me alejaba, penetrante como una hoja oculta.:

Entre Seung y Joo-hee, si no terminaba siendo el mejor guerrero del clan Taek, seguro terminaría en el sillón de un psiquiatra.

El silencio del jardín se rompió con la voz de Joo-hee, suave pero cargada con esa misteriosa intención que siempre hacía que mi corazón latiera un poco más rápido.

-Oh, por cierto, cariño... Tu padre irá al club.-

Me detuve en seco, girando tan rápido que casi pierdo el equilibrio.

El club.

Ese lugar siempre había sido un enigma, un espacio envuelto en mitos y secretos.

Seung lo mencionaba rara vez, y cuando lo hacía, su voz se llenaba de una solemnidad que jamás mostraba en ninguna otra situación.

Era como si ese lugar representara algo más grande que él mismo.

-¿El club? -Intenté sonar indiferente, pero mi voz me traicionó. El interés brillaba en cada palabra.

-Siempre has querido ir, ¿Verdad?-Joo-hee arqueó una ceja, como si hubiera estado esperando mi reacción.

-¿¡Quién no!? ¡Es donde pasa todo lo importante! -Aún intentaba no sonar demasiado emocionado, pero la idea ya me quemaba por dentro.

Ella inclinó la cabeza, evaluándome con esa mirada calculadora que podía desarmarte sin necesidad de mover un músculo.

-Termina tu castigo -Sonrió levemente.-Tal vez... esta vez te lleve.

Mi corazón dio un vuelco.

-¿¡De verdad!? -La emoción se filtró en mi voz antes de que pudiera detenerla.

El club.

Ese espacio reservado para políticos, generales, magnates, celebridades.

Un lugar donde las decisiones más importantes se tomaban entre copas de sake y conversaciones apenas susurradas.

¿Incluso deidades, como decían los rumores?

Nadie lo sabía con certeza.

-¿Crees que lo hará? -Trate de, esforzarme por parecer más calmado de lo que realmente estaba.

-Depende de ti. -Su tono era frío, pero sus ojos revelaban algo más, como si disfrutara viendo cómo mi mente giraba alrededor de esa posibilidad.-Sabes cómo es tu padre.-

-Está bien.-Respiré hondo, enderezándome.-Vamos a terminar esto.

Sin más palabras, me giré y comencé a correr de nuevo. Pero esta vez, algo había cambiado. El peso del castigo se desvaneció, reemplazado por un propósito.

Cada paso que daba era más firme, más decidido. El sudor ya no me molestaba, ni el frío del aire que cortaba mi piel. Mis ojos estaban fijos en un objetivo que, hasta ahora, parecía tan distante como un sueño.

Pasé junto a los sirvientes otra vez, pero no les presté atención. Sus murmullos y miradas curiosas ya no significaban nada.

Yo no corría para ellos.

Corría para mí.

En la última vuelta, Joo-hee seguía ahí, inmóvil, como una estatua que todo lo veía. Sus ojos me siguieron hasta el final, calculando, juzgando.

Cuando me detuve frente a ella, jadeando pero firme, asintió con un leve movimiento de cabeza.

-Prepárate para el desayuno. -Sus palabras fueron acompañadas por una leve sonrisa, esa que siempre parecía esconder más de lo que mostraba.

Su mano revolvió mi cabello de manera fugaz antes de girarse y desaparecer hacia la mansión.

Mientras caminaba de regreso, mi mente ya estaba adelantándose a lo que vendría.

La conversación con Seung no sería fácil; nunca lo era.

Pero esta vez sería diferente.

Esta vez, sabía lo que quería.

De regreso en mi habitación, mis piernas ardían y el sudor me pegaba la ropa al cuerpo, pero no me importaba. La incomodidad era una vieja amiga; ya la conocía bien.

Todo estaba en su lugar, impecable, como siempre.

La cama, perfecta en su orden milimétrico; la ropa doblada con una precisión que solo un relojero apreciaría; el agua caliente en la ducha, como un premio esperándome. Los sirvientes lo habían dejado todo listo. El mínimo esfuerzo que podían hacer, considerando el espectáculo gratuito que les había regalado.

Me metí bajo la ducha, dejando que el agua caliente arrastrara el polvo y el cansancio.

Cada gota que caía sobre mi piel no solo limpiaba mi cuerpo, sino que borraba las burlas de Seung, las humillaciones, las miradas frías.

Cerré los ojos y respiré hondo, dejando que la calma se colara en mis pulmones.

Hoy iba a ser diferente.

Hoy no me dejaría ganar.

Cuando salí, me sequé rápido, sin mirar atrás. Ya no tenía tiempo para contemplaciones. El uniforme de entrenamiento había quedado atrás, igual que todas las humillaciones del día. Ahora, me vestía para algo mucho más grande.

El kimono era negro, con detalles plateados, bordados a mano. Joo-hee lo había mandado confeccionar especialmente para mí.

"Para ocasiones especiales," había dicho, y no me cabía duda de que este día calificaba.

Me miré al espejo.

Formal. Elegante. Impecable.

Majestuoso.

Casi me reí.

¿A quién quería engañar?

¿A Seung?

¿A mí mismo?

Pero no importaba.

Hoy, iba a jugar su juego.

Iba a ser parte de su mundo por un rato, aunque solo fuera para demostrarle que no me quebraba tan fácilmente.

El comedor era tan frío como el resto de la mansión.

La mesa, larga y de madera oscura, se extendía casi hasta el final de la habitación, rodeada de sillas con respaldos altos.

Los ventanales dejaban entrar la luz del amanecer, pero en lugar de calidez, solo resaltaban las sombras en las esquinas, como si todo a mi alrededor estuviera esperando el momento exacto para devorarme.

Mis padres ya estaban allí, como dos estatuas vivientes.

Seung, en la cabecera, con la espalda tan recta que parecía de piedra, su rostro congelado en una expresión que no mostraba nada, excepto un vacío abismal.

Joo-hee, a su lado, tan tranquila, con esa serenidad que a menudo confundían con dulzura, pero que yo sabía que era pura estrategia.

Cuando entré, Joo-hee se inclinó y le dio un beso en los labios a Seung. Él le correspondió con una ligera sonrisa.

Me estremecí.

-¿De verdad tienen que hacer eso delante de mí? -Murmuré, cruzándome de brazos.

-¿Te molesta? Pensé que ya habías superado esa etapa.-Joo-hee sonrió, esa sonrisa que era pura calidez, pero que en sus ojos siempre guardaba un filo afilado.

-Al contrario... -Aclaré mi garganta, adoptando el tono más encantador que pude.-Creo que es adorable...Una historia de amor digna de ser contada en los libros de historia.-

Ambos me miraron con sorpresa.

Normalmente habría soltado algún comentario sarcástico, habría rodado los ojos o incluso hubiera vomitado, pero no hoy.

Hoy era diferente.

Me senté frente a ellos, sintiendo cómo la tensión crecía, espesa y palpable en el aire.

La comida estaba servida: arroz, sopa de miso, pescado asado, tan perfectamente preparado que parecía más una obra de arte que algo para comer.

Hoy no iba a ser diferente solo en apariencia.

Hoy iba a desafiar lo que esperaba de mí.

Tomé los palillos con cuidado, asegurándome de no mostrar ni un solo gesto de impaciencia.

El silencio se alargó.

-¿Qué tal tus estudios? -Seung me observaba, con sus ojos entrecerrados.

-Van bien, padre...Mis tutores dicen que he mejorado en matemáticas, Aunque las clases de estrategia militar siguen siendo mi punto fuerte. -Mantuve la voz calmada, formal.

Joo-hee me observaba con una mezcla de orgullo y diversión. Seung, en cambio, parecía desconfiado.

-¿Y el kenjutsu? -

-Practicando cada día...Creo que he mejorado en los katas más avanzados.-

Seung asintió lentamente.

Algo en sus ojos me decía que estaba esperando que perdiera la calma.

Que hiciera alguna broma, algún comentario que le diera una excusa para reprenderme. Pero no se lo di.

El silencio se hizo más espeso.

-Estás... calmado hoy. -Mi madre me miro de reojo con una sonrisa.

-¿Por qué no lo estaría? Estoy pasando un hermoso momento con mis amados padres...-

Los dos intercambiaron miradas una vez más, mientras yo mantenía una sonrisa.

-Está bien...-Seung dejó los palillos sobre la mesa, sus dedos tamborileando sobre la madera. -¿Qué quieres, Tobe? -Sus ojos me escudriñaron, como si intentara ver a través de mi piel.

Intenté mantener la compostura, pero sentí el calor subiendo a mis mejillas.

-¿Q-Qué? Nada...-Fruncí ligeramente el ceño fingiendo estar ofendido.-¿No puedo estar tranquilo sin que...?

-No...-Los dos me interrumpieron y ahora si me ofendí.

-Quieres algo...-Seung me interrumpió.

-¡P-Padre!-Me lleve una mano al pecho.-Me ofende que pienses tan mal de mi...-

Joo-hee soltó una pequeña risa, cubierta rápidamente por una tos fingida.

-Te conozco muy bien...-Seung dio un sorbo a su té.-Habla...-

-No...-Cruce mis brazos.-Tal vez... -Murmuré, bajando la mirada.

El silencio volvió, pero esta vez, se rompió de una forma que nunca habría esperado.

-Está bien...no hace falta que hables...-Seung dejo su taza sobre la mesa.-Hoy vendrás conmigo al club...-

Por un momento, no pude procesarlo. Lo miré, buscando alguna señal de burla, pero su expresión seguía siendo la misma de siempre.

-¿Qué...? -Lo mire con incredulidad.

Joo-hee se rio abiertamente.

-¿No era esto lo que querías? -Seung, alzo una ceja.

-Sí, pero...¡Pensé que dirías que no!-

-Eres mi hijo y es hora de que empieces a ver cómo funcionan las cosas en el mundo real...-

Una ola de emoción me recorrió.

¡Lo había logrado!

¡Iba a ir al club!

-¿¡En serio!? ¡No lo puedo creer! -Me levanté de un salto, con una sonrisa que no pude contener.

Sabía que el club no era solo un lugar de reuniones.

Era donde se decidían las cosas importantes. Donde se forjaban alianzas y se declaraban guerras, en susurros.

-No te emociones demasiado...-Seung suspiro.-Más te vale portarte bien.-

Joo-hee me miró con esa mezcla de orgullo y preocupación que nunca entendí del todo.

-¡Ja! Pan comido...-Me apresuré a terminar el último bocado de pescado y me levanté de la mesa antes de que Seung pudiera cambiar de opinión.

Joo-hee me lanzó una mirada de complicidad mientras yo intentaba mantener la compostura.

-Gracias por el desayuno...-Hable con formalidad, inclinándome apenas.

Seung asintió, mientras Joo-hee sonreía.

Salí del comedor con pasos rápidos, directo a mi primera clase del día.

Los sirvientes me observaban mientras cruzaba los pasillos. Algunos inclinaban la cabeza respetuosamente, otros me lanzaban miradas curiosas, pero la mayoría no ocultaba su admiración.

-Joven Tobe, luce especialmente concentrado hoy. -

-Como siempre, superando las expectativas -

¿Superando expectativas?

Si tan solo supieran que todo esto lo estaba haciendo solo por interés.

No me engañaba.

Esos halagos no eran realmente para mí, sino para lo que representaba: el heredero del clan Taek.

Ellos veían al futuro líder.

Mis clases comenzaban en la sección norte de la mansión, donde el ala de estudios parecía más una fortaleza que una escuela.

Puertas de madera pesada, decoraciones minimalistas, y ventanas tan altas que apenas dejaban entrar la luz.

La sala de clases principal ya estaba lista, con mis tutores esperándome en fila. Cada uno era un experto en su campo, y cada uno esperaba lo mejor de mí.

Me senté en mi lugar habitual, en el centro de la sala. Mis ojos se posaron en el tablero, donde los primeros temas del día ya estaban escritos.

Artes marciales, estrategia y táctica, literatura y poesía, kendo y ética, historia, matemáticas, medicina y herboristería, gobierno y administración.

Un horario que habría aplastado a cualquiera.

Pero yo no era cualquiera.

-Comencemos...-El maestro de artes marciales se acercó a mí, un hombre de expresión seria y brazos cruzados como si siempre estuviera a punto de regañarme.

Me puse de pie y me coloqué en posición. Sabía que todos esperaban la misma rutina: resistencia, técnica, precisión. Pero hoy, había algo más.

Estaba tranquilo.

-Listo cuando usted lo esté, maestro... -dije, con una voz que sonó más adulta de lo que me gustaba.

El entrenamiento físico empezó.

Golpes, patadas, defensas.

Mi cuerpo se movía automáticamente, cada músculo obedeciendo órdenes que había practicado mil veces. El maestro observaba en silencio, sus ojos buscando cualquier falla.

-¿Algo que corregir? -Lo mire de reojo.

-Hoy estás más enfocado.-El maestro negó con la cabeza, visiblemente sorprendido.

Siguiente clase: estrategia y táctica.

El salón cambió, ahora con mapas extendidos sobre las mesas y miniaturas de ejércitos colocadas en formaciones complejas. Mi tutor, un hombre de voz grave y mirada penetrante, me observó mientras entraba.

-Tobe, quiero que resuelvas esta situación: Dos ejércitos enfrentados en terreno montañoso, con recursos limitados ¿Qué harías?-

Me acerqué al mapa, estudiándolo en silencio. Sentía cada mirada sobre mí, esperando que fallara. Pero esta vez, no lo haría.

-Primero, controlaría las alturas...-Señale el mapa un par de veces.-Colocaría arqueros aquí y aquí, para asegurar el terreno...Luego, dividiría las tropas en dos grupos, uno visible y otro escondido para una emboscada.-

-Interesante.-El tutor asintió lentamente.-No lo había considerado.-

Poesía y literatura fueron más fáciles.

Había algo en las palabras que siempre me resultaba natural, como si fueran otro tipo de arma que podía afilar. Leí en voz alta versos antiguos, mientras el tutor asentía. No me corregía.

-Muy bien, Tobe. Hoy estás... distinto.-

No lo sabían, pero cada clase era una prueba para mí.

Un paso más hacia el objetivo.

La clase de kendo fue intensa. La madera del shinai golpeaba con fuerza, pero mi mente estaba en otro lado. Cada movimiento que hacía era calculado, cada golpe medido.

-¿Te estás conteniendo? -

-No quiero romper nada. -Sonreí.

En historia, recité fechas y batallas sin dudar.

En matemáticas, resolví ecuaciones como si fueran juegos.

En medicina, reconocí hierbas y describí sus usos sin equivocarme.

Cada tutor tenía la misma expresión: Sorpresa.

-¿Qué ha cambiado? -Los tutores se murmuraban entre sí.

Nada había cambiado.

Solo estaba velando por mis intereses.

Cuando finalmente llegué a la última clase, gobierno y administración, me senté en silencio.

-Hoy has estado... excepcional.-Mi tutor, un hombre que había trabajado en la política, me observó detenidamente.

-Lo sé... -

Lo había logrado. No había provocado a nadie. No había hecho bromas. Me había comportado como el hijo perfecto.

Cuando salí al pasillo, algunos sirvientes me miraron con admiración renovada. Sabían que había algo diferente en mí. Algo que no podían entender.

Pero yo sí lo sabía.

Y más tarde, en el club, demostraría que todo había valido la pena.

Después de mis clases me dirigí al jardín, el aire era fresco, cargado de la fragancia de flores que apenas comenzaban a abrirse al sol.

Yo estaba allí, en el centro de ese mundo sereno, pero el sudor cubría mi frente, mis músculos tensos y mi respiración agitada.

La disciplina del día no había terminado, y no me permitiría perder ni un segundo de práctica.

Esta vez, era por mi cuenta.

Había una energía distinta en mí, un fuego que no apagaba ni la brisa fresca de la mañana.

Con la katana de entrenamiento en las manos, me movía con precisión, repitiendo cada kata que mi padre me había enseñado. Mi sombra se alargaba a medida que el sol ascendía, y cada golpe de la katana parecía cortar el aire mismo.

Pero, como siempre, mi madre tenía otros planes.

Joo-hee apareció como una sombra suave, su silueta esbelta recortada contra el sol.

Sus ojos brillaban con ese aire travieso que siempre llevaba consigo, una mezcla de ternura y peligro.

-¿Practicas solo hijo? -

-N-No necesito ayuda...-

-Vamos, un poco de variedad no te hará daño. -Ella sonrió. Sabía que mentía.

De repente, con un movimiento ágil, lanzó una estrella ninja directo a mi cabeza.

Me agaché justo a tiempo, sintiendo cómo el metal cortaba el aire por encima de mí.

-¡¿Otra vez?! -Exclamé, poniéndome en guardia.

-Siempre debes estar alerta...No todos tus enemigos serán samuráis. -Sus ojos se afilaron, y otra estrella salió disparada de sus manos.

Esta vez, la desvié con la katana.

Joo-hee no era solo una madre, Su estilo de lucha era todo lo que mi padre despreciaba: ágil, astuto, impredecible.

Pero ella insistía en enseñarme, como si supiera que, algún día, esas habilidades serían mi salvación.

-Conocer las técnicas enemigas te dará ventaja.-Me lanzó una mirada firme mientras preparaba otra ofensiva.

Durante varios minutos, intercambiamos movimientos.

Sus ataques eran veloces, y yo me esforzaba por anticiparlos.

De repente, bajó los brazos y dio un paso atrás.

Antes de que pudiera reaccionar, tomó mi mano y comenzó a moverse lentamente, en un ritmo que conocía bien.

-¿¡O-Otra vez!? -La miré, sintiendo el rubor subirme al rostro.

-Bailar es parte del entrenamiento...()

-¡E-Esto no es entrenamiento! -Protesté, intentando apartar mis manos.

-Oh, sí lo es.-Ella me hizo girar.-Te ayuda con la coordinación, el equilibrio...Además, algún día, cuando tengas una novia, querrás saber bailar.-

Sentí cómo la cara se me encendía.

-¡No quiero una novia! ¡Las niñas son... son... asquerosas! -Solté mis manos de las suyas, cruzándome de brazos.

-Eso dices ahora, pequeño. -Me revolvió el cabello, como si no acabara de darme la humillación del siglo.

-¡Madre! -Protesté, intentando arreglarme el cabello.

Pero, en el fondo, lo sabía.

Ella no hacía esto solo para enseñarme a bailar. Lo hacía para pasar tiempo conmigo, para recordarme que no todo en la vida era entrenamiento y deber.

Una vez que terminamos nuestro "baile" improvisado, y me aparté, cruzando los brazos.

-¿Terminaste de avergonzarme?-

-Por ahora

Pero antes de que pudiera volver a mi katana, la voz de Seung retumbó desde la mansión.

-¡Tobe! Ven a mi oficina.-

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.

No había estado muchas veces en esa oficina, pero cada visita era como entrar en territorio enemigo.

Allí, la presencia de mi padre se hacía más intensa, más sofocante. Pero esta vez, había una pizca de emoción en mí.

Me dirigí hacia la mansión, dejando atrás el jardín. Los sirvientes me observaban mientras pasaba, con expresiones de curiosidad. Subí las escaleras hasta el ala este, donde la puerta de la oficina de Seung parecía más alta, más pesada.

Respiré hondo y toqué la puerta.

-Adelante.-

La oficina de mi padre siempre había sido un lugar que imponía respeto. No era solo la penumbra elegante o los cuadros que parecían mirar con juicio desde las paredes; era la presencia de Seung Taek, la sombra del patriarca que parecía llenar cada rincón con su sola existencia.

Hoy, sin embargo, había algo diferente.

No sentía la habitual opresión, sino una extraña expectación que me mantenía alerta.

Me senté frente a él.

La silla, alta y firme, no ofrecía ningún consuelo. Mi padre estaba de pie junto a la ventana, con las manos cruzadas detrás de la espalda, observando el jardín donde había entrenado minutos antes. El sol proyectaba una luz tenue sobre su rostro, resaltando esos ojos violeta que compartíamos, una marca del linaje Taek.

-¿Sabes por qué te he llamado aquí? -Su voz cortó el silencio como una katana.

Negué, aunque la curiosidad me quemaba por dentro.

-Es hora de que entiendas lo que significa ser un Taek.-Seung se giró lentamente, con sus ojos clavados en los míos, como buscando algo que ni yo mismo sabía si poseía.-No solo el nombre, no solo la disciplina...La historia. -Su voz tenía ese tono solemne que reservaba para las lecciones importantes.

Mis manos se tensaron sobre mis rodillas.

Había escuchado fragmentos de historias antes, murmullos entre sirvientes o cuentos a medias de mi madre.

Pero nunca de él, nunca en esta oficina que parecía guardar siglos de secretos.

-¿Sabes por qué nuestra piel y ojos son diferentes? -Continuó, con su voz suave pero cargada de autoridad.

-Porque...¿Somos especiales? -

El soltó una leve risa, cosa que realmente me sorprendió.

-Si, algo así...-Seung camino hacia mi.-Hace muchos siglos, el primer Taek no era más que un guerrero solitario...-Caminó hacia uno de los cuadros más antiguos, donde una figura envuelta en sombras luchaba contra lo que parecían demonios.-Se enfrentaba a enemigos que lo superaban en número y fuerza...Sabía que sin un milagro, su linaje moriría con él y en la cima de la montaña sagrada de Baekdu, invocó a una deidad antigua, una fuerza que desafía toda lógica humana...-

-¿Y qué pasó con él? -mi voz rompió el silencio, temerosa de la respuesta.

-Fundo nuestro linaje, luchó y ganó batallas imposibles. -

Sentí un escalofrío recorrerme. La historia sonaba como un mito, algo sacado de los libros de poesía antigua.

Pero en la voz de mi padre, cada palabra tenía peso, como si hablara de hechos reales.

-¿Qué deidad fue? -Lo mire con curiosidad.

-Su nombre se ha perdido con el tiempo, pero su bendición permanece en nosotros.-Seung se acercó, inclinándose para quedar a mi altura.-Nuestros ojos, nuestra piel... son su marca...-Colocó una mano sobre mi cabeza.-Fuerza y coraje, eso es lo que nos dio.-

-Vaya...y yo que creí que era efecto de alguna enfermedad o algo así...-Mire mis manos.

-Cada líder Taek ha tenido que probar su valía...Y ahora, es tu turno de comenzar.-

El corazón me dio un vuelco.

Sabía que este momento llegaría, pero no tan pronto.

No estaba listo.

O quizás sí, y no lo sabía.

-¿Q-Qué quieres decir? -intenté sonar firme, pero mi voz traicionó la duda.

-Ya no eres un niño, Tobe. -Su tono era más suave ahora, casi..."paternal". Algo raro en él.-El clan necesita un heredero que entienda lo que significa este legado...No solo la fuerza física, sino la responsabilidad.-

Me quedé en silencio, asimilando cada palabra.

El peso del nombre Taek nunca había parecido tan real.

Siempre había sido un juego, un desafío para probar mi valía ante mi padre.

Pero ahora... era diferente.

-Quiero que estés preparado...No solo para heredar mi lugar, sino para superarme. -Sus ojos se clavaron en los míos, duros pero llenos de una intensidad que nunca había visto antes.-No serás solo el hijo del líder...Serás el líder.-

Mi mente giraba.

Las historias de los antiguos Taek, las hazañas heroicas de mis antepasados...todo parecía cobrar vida de golpe, como si las sombras de esos guerreros estuvieran ahora a mi alrededor, observándome, esperando.

-Esta noche, en el club, observarás y escucharás, quiero que veas con tus propios ojos lo que significa liderar.-Seung volvió a mirar por la ventana, sus manos cruzadas de nuevo.-No solo en la batalla, sino en las sombras donde se toman las verdaderas decisiones.-

Asentí, el peso de la responsabilidad cayendo sobre mis hombros como una armadura nueva, aún incómoda.

-¿Estás listo Tobe? -

No respondí de inmediato.

Miré mis manos, mis ojos reflejados en la ventana, ese violeta que ahora parecía más profundo, más... antiguo.

-Si...-

Más tarde la noche en Seúl tenía un brillo distinto cuando mi padre y yo salimos de la mansión.

El aire fresco de Gangnam susurraba entre los árboles, pero yo apenas lo notaba. Cada paso hacia el automóvil me sentía más consciente de mi postura, de mi respiración, de todo lo que había aprendido hasta ese momento.

No podía permitir ni un solo error. Esta noche no solo era una prueba; era mi introducción al mundo al que pertenecía por derecho.

Seung caminaba a mi lado con esa presencia imponente que siempre lo caracterizaba.

Su mirada fija al frente, su porte impecable, como si cada movimiento estuviera planeado con la precisión de un general.

El automóvil negro nos esperaba en la entrada, brillante bajo la luz de la luna.

El chofer abrió la puerta, y mi padre entró primero.

Lo seguí, acomodándome en el asiento de cuero con una mezcla de nerviosismo y anticipación.

-Recuerda, Tobe...-Seung, rompió el silencio.-El Club "Moon Gold" no es solo un lugar de esparcimiento...Es un campo de batalla.-

Asentí, memorizando cada palabra.

No era la primera vez que me hablaba de estrategia, pero esto era diferente.

Aquí, no se trataba de espadas ni katanas, sino de poder e influencia, de alianzas y traiciones tejidas en las sombras.

-¿Qué debo esperar? -

-Respeto...Pero solo si te lo ganas, allí estarán algunos de los hombres más poderosos del país, incluso deidades que han vivido siglos. -Su mirada se tornó más dura. -No subestimes a nadie.-

El resto del trayecto transcurrió en silencio. Las luces de Gangnam pasaban como destellos dorados a través de la ventana, reflejándose en los edificios de vidrio.

Cada segundo que avanzábamos hacia el destino, mi corazón latía más fuerte. Sabía que esta noche marcaría un antes y un después.

Finalmente, el automóvil se detuvo frente a un edificio majestuoso. El Club "Moon Gold".

Era aún más impresionante de lo que imaginaba. Las puertas dobles de madera oscura, enmarcadas por columnas de mármol, parecían la entrada a un templo. Sobre ellas, un símbolo dorado brillaba: una luna creciente entrelazada con estrellas.

-Muestra respeto, pero no debilidad...-Seung susurró al bajar del auto.

Inspiré profundamente antes de seguirlo.

Al entrar, el aire cálido del interior me envolvió.

El lugar era aún más opulento de lo que esperaba: techos altos con candelabros de cristal, paredes adornadas con tapices antiguos y esculturas que parecían contar historias de otra época.

Una música suave, casi etérea, flotaba en el ambiente, y el olor a incienso y especias llenaba cada rincón.

El personal del club nos recibió con una sonrisa impecable.

Cada miembro del staff, vestidos con trajes oscuros y pulcros, inclinaba ligeramente la cabeza al vernos pasar.

Pero no era solo cortesía; en sus ojos había un respeto genuino hacia mi padre, algo que me hizo darme cuenta, una vez más, de la magnitud de su influencia.

-Bienvenidos, Señor Seung, Joven Tobe...-Uno de los encargados, se inclinó.

Seung solo asintió y avanzamos por un pasillo alfombrado, las pisadas silenciosas, casi ceremoniales.

A medida que nos adentrábamos en el club, pude ver a varios hombres sentados en grupos, conversando en voz baja.

Cada uno de ellos irradiaba poder.

Algunos llevaban ropas tradicionales, otros trajes modernos, pero todos compartían esa aura de importancia.

Mi padre tenía razón: este era un campo de batalla, aunque las armas eran palabras y miradas calculadas.

-Ese es el Ministro Long...-Seung murmuro, señalando discretamente a un hombre de mediana edad con una expresión severa. -Y allí, el líder del conglomerado Choi.-

Intenté memorizar cada rostro, cada nombre.

Sabía que, en este mundo, la información era la mayor ventaja.

Pero lo que realmente llamó mi atención fue la presencia de figuras que no parecían del todo humanas.

Entre los invitados, había individuos con una presencia casi sobrenatural: ojos que brillaban con un fulgor inusual, auras que parecían doblar la luz a su alrededor.

Las deidades.

Había escuchado historias sobre ellas, pero verlas en persona era otra cosa.

Nos dirigimos a una mesa en el centro del salón, donde varios hombres ya estaban sentados.

Al vernos llegar, se pusieron de pie, en un gesto que entendí como respeto hacia mi padre.

-Señor Seung, es un honor -Un hombre mayor con una cicatriz que le cruzaba la mejilla se dirigió a él.-¿Este es su hijo?-Sus ojos, afilados como cuchillas, se posaron en mí.

-Sí -Seung coloco una mano firme sobre mi hombro.-Tobe.-

-Es un placer conocerlos. -Incliné la cabeza, intentando proyectar la misma confianza que él.

El hombre asintió, con sus ojos evaluándome. Sabía que cada palabra, cada gesto, sería juzgado.

Este no era un simple encuentro social.

Era una prueba.

La conversación se desarrolló en un terreno que apenas comprendía: acuerdos comerciales, políticas internas del país, historias de batallas pasadas.

Intenté absorber cada detalle, cada matiz.

Mi padre, a mi lado, me observaba de reojo, como si evaluara mi capacidad para navegar este nuevo mundo.

-¿Qué opinas, Tobe? -Las miradas de esos hombres se posaron sobre mí.

Sentí un nudo en la garganta.

Sabía que no podía vacilar.

-Creo que la verdadera fuerza de una alianza está en la lealtad, no en la conveniencia...-

Hubo un silencio.

Luego, el hombre de la cicatriz sonrió, apenas.

-Sabias palabras para alguien tan joven...-

Mi padre asintió, con una mirada de aprobación que no había visto en años.

-Seung, tu hijo parece tener la misma mirada que tú en tus primeros años...-Comentó, con una sonrisa que no era del todo cálida.

-Tobe aprende rápido.-Seung ni siquiera me miro, aunque noté la aprobación en su tono.

Una rareza que no pasé por alto.

-¿Aprende rápido? -Intervino otro hombre, de traje gris y una barba perfectamente recortada.-En este mundo, más vale que sea rápido, fuerte y astuto.-Me miro de reojo.-Especialmente con el linaje que lleva.-

-Mi padre es un gran maestro...-Decidí intervenir un poco.-Es imposible no aprender algo con él.-

Mi comentario arrancó una risa breve en el grupo, aunque no supe si era por simpatía o burla.

Fue entonces cuando uno de los asistentes, un hombre más joven, con gafas redondeadas y una voz tranquila, levantó una mano para señalar a alguien cercano.

-¿Qué tal si lo invitamos a unirse? -

-¿A quién te refieres? -Seung, giró ligeramente la cabeza.

-A King...-El nombre provocó un murmullo en la mesa.

Incluso yo había oído hablar de esa familia.

Poderosos, enigmáticos y, según los rumores, casi intocables.

-Me parece bien...-Seung asintió.

Los hombres hicieron un par de señas para llamar la atención de aquel hombre y este se dirigió a nosotros.

Pero en ese instante, Seung se acercó a mí y coloco su mano sobre mi hombro.

-Es hora de que te reúnas con los demás jóvenes en el otro salón. -

Asentí y me incline ligeramente hacia los hombres de la mesa antes de retirarme.

Podía sentir sus miradas siguiéndome mientras me alejaba, pero lo que esperaba en el otro salón me inquietaba aún más.

El pasillo hacia el otro salón era amplio, decorado con tapices que parecían narrar historias de antiguos héroes y conquistas.

Mi mente estaba ocupada con lo que me esperaba al otro lado.

No sabía que otros herederos estarían aquí, realmente me ofendería si me entero que ellos llevan tiempo viniendo aquí y que ese anciano recién se dignó a traerme.

Sea como sea, me vengaría después.

Al abrir las puertas, me encontré con un salón que era más pequeño que el principal, pero igual de impresionante.

Con unas mesas bajas rodeadas de cojines de seda ocupaban el centro, y las paredes estaban decoradas con grabados intrincados. Los niños, en su mayoría de mi edad o un poco mayores, llevaban atuendos que reflejaban la opulencia de sus familias.

Las conversaciones cesaron al instante en que entré.

Las miradas de todos se clavaron en mí, primero con curiosidad, luego con algo que no pude descifrar de inmediato.

-¿Es él...? -Susurró uno de los chicos.

-Miren sus ojos... y su piel.-Comentó otro, más bajo y con lentes, sin molestarse en disimular su asombro.

Fruncí el ceño, sintiendo cómo una chispa de irritación se encendía en mi pecho.

Sabía que mi apariencia era diferente, pero sus comentarios me hicieron sentir como si estuviera siendo juzgado por algo que no podía controlar.

-¿Qué miran? ¿Nunca han visto a alguien con estilo? -Bromeé, arqueando una ceja mientras cruzaba los brazos.

Algunos soltaron risitas nerviosas.

-Es por tus ojos... -Uno de ellos susurró, casi con reverencia.

-Y tu piel...-

Mis ojos se estrecharon.

Sentí un pinchazo de molestia.

¿Acaso no sabían lo que pasaba cuando uno se metía conmigo?

-¿Hay algún problema con eso? -solté, medio en broma, medio en serio.

-¡No, no! Es solo que...-El niño se apresuró a sacudir la cabeza, con los ojos muy abiertos.

-¿E-Eres un Taek? -

-Si...¿Y qué?-

-¡Nunca pensamos que conoceríamos al heredero en persona!-

-¡T-Tu padre es una leyenda.-

Ah, así que era eso.

Sentí una oleada de orgullo recorrerme, y una sonrisa se deslizó por mis labios.

Por un segundo creí que estaba enmedio de un montón de racistas.

-Supongo que debería sentirme halagado.-Me encogí de hombros, dejando escapar una risa seca.

Me enderecé un poco más, disfrutando la admiración en sus rostros.

Bien, si querían ver al heredero de los Taek, les daría un espectáculo.

-¿¡Es cierto que puedes manejar una katana con los ojos cerrados!?-

-¿¡Tu madre realmente derrota a diez hombres sin sudar!?

-¿Y qué hay de los entrenamientos con tu padre? ¿¡Es tan implacable como dicen!?-

Me recliné un poco, dejando que una sonrisa se dibujara en mi rostro mientras mantenía mi aire de confianza.

Estas preguntas eran música para mis oídos, un escape de la constante presión que mi familia ejercía sobre mí.

Aquí no era solo el heredero de los Taek; era casi un mito viviente para ellos.

-Bueno, no es que quiera fanfarronear... -Hice una pausa dramática, dejando que todos se inclinaran ligeramente hacia adelante, esperando mis palabras.-Pero, si hablamos de entrenamientos, mi padre dice que ya podría liderar una unidad en el campo de batalla. -

Sus bocas se abrieron en asombro.

-¿¡D-De verdad!? -Preguntó un chico rubio con un tono incrédulo.

-Eso dijo...-Me encogí de hombros con fingida modestia.-Claro, no voy a exagerar, pero... -Me levanté, tomando un par de cucharas de una de las mesas cercanas y adoptando una postura marcial.- Les puedo dar una demostración. -

Los niños soltaron risitas emocionadas mientras me movía con fluidez, simulando un duelo con las cucharas.

Mis movimientos eran ágiles, precisos, diseñados para impresionar.

Incluso agregué un par de giros que Joo-hee odiaría, llamándolos "excesivamente teatrales", pero sabía que aquí tendrían el efecto deseado.

-¡Wow! ¡Es como ver a un verdadero samurái!-

-¡Es realmente un Taek!-

La admiración en sus voces era palpable, y por un momento me dejé llevar por el orgullo.

Esto era diferente a estar bajo la mirada crítica de mi padre o mi madre; aquí no había juicios, solo asombro y respeto.

De repente, el ambiente cambió.

La puerta del salón se abrió lentamente, y una figura menuda cruzó el umbral.

Como si un viento helado hubiera barrido la habitación, todas las conversaciones se detuvieron.

Cada mirada que había estado sobre mí giró hacia él.

Era un niño de piel pálida como la porcelana, con un cabello negro perfectamente peinado que parecía absorber la luz.

Su traje negro estaba impecable, hecho a medida, y su porte era tan elegante que, por un momento, parecía más un hombre que un niño.

Pero lo que realmente me dejó inmóvil fueron sus ojos.

Azules.

Sin vida y completamente vacíos.

Un escalofrío recorrió mi espalda, y no pude evitar recordar las viejas historias que escuché de pequeño, sobre "los ojos de los demonios".

Tonterías, lo sabía, pero algo en ese niño me hizo sentir que esas historias no estaban tan lejos de la realidad.

-¿Quién es él? -Murmuré, incapaz de apartar la mirada de la figura que ahora se movía con calma hacia el centro de la habitación.

-Es Garu Sanada.-

Mi mente se congeló por un instante.

Sanada.

El nombre cayó como un martillo, golpeando con fuerza en mi interior.

No podía ser.

El clan Sanada y el clan Taek habían sido rivales desde tiempos inmemoriales.

Las historias de enfrentamientos entre nuestros ancestros eran leyendas.

Y ahora, frente a mí, estaba su heredero.

Garu Sanada se detuvo en medio del salón, y sus ojos azules se encontraron con los míos.

Había algo en su mirada que era imposible de ignorar.

No había hostilidad abierta, pero tampoco respeto.

Era una mezcla de desafío tranquilo y una seguridad que parecía decir:

"Sé quién soy, y sé quién eres."

-Es un demonio...-Susurré para mí mismo, sin poder evitarlo.

-¿Qué dijiste?-Un niño a mi lado me miró, confundido.

-Nada.-Sacudí la cabeza, tratando de recomponerme.

Garu no habló al principio.

No necesitaba hacerlo.

Su sola presencia parecía llenar el espacio, y los niños que antes estaban a mi alrededor ahora gravitaban hacia él, susurrando entre ellos, maravillados por el recién llegado.

Uno de los más pequeños se acercó con cautela.

-D-Disculpa...¿A-Acaso eres...?-

-Así es. -Garu se giró lentamente hacia él, sus movimientos tan precisos y calculados como el filo de una katana.-Soy Garu Sanada, el heredero del clan Sanada...-Sus ojos azules se clavaron en el niño, pero no había hostilidad, solo una calma intimidante que parecía congelar el aire a su alrededor.

Un murmullo recorrió la sala. Todos los niños se quedaron boquiabiertos, como si acabaran de presenciar un evento histórico.

Sus ojos viajaban entre Garu y yo, los dos representantes de clanes que habían estado enfrentados durante generaciones.

-¡Los Taek y los Sanada en el mismo lugar! -

-¿¡Qué pasará ahora!? -

Yo también sentía la expectación en el aire. Sabía que esto era más grande que nosotros, que cualquier interacción que tuviéramos aquí resonaría más allá de las paredes de este salón.

Pero eso no significaba que fuera a dejar que él dominara la situación.

-Así que tú eres "El famoso heredero Sanada".-Inspiré profundamente y di un paso adelante, plantándome frente a Garu.-No pensé que fueran a enviar a alguien tan... pequeño.- Mis labios se curvaron en una sonrisa arrogante mientras cruzaba los brazos.

Un murmullo nervioso recorrió a los niños.

Garu, sin embargo, no mostró ni una pizca de molestia.

-Es curioso, viniendo de alguien que apenas hace unos minutos estaba entreteniendo al salón con cucharas.-Ese niño bonito solo inclinó ligeramente la cabeza, con una elegancia que me irritó más de lo que debería

La risa contenida de algunos niños me hizo apretar los dientes. Mi sonrisa se mantuvo, pero noté que mis puños se cerraban involuntariamente.

-Bueno, al menos soy lo suficientemente talentoso como para impresionar. ¿Tú qué has hecho? ¿Caminar con aire altanero?-

-El talento no necesita demostrarse.-Garu dio un paso hacia adelante, sus manos relajadas a los costados, pero su mirada clavada en la mía como si pudiera leer mis pensamientos más profundos.-Es evidente para quien sabe mirar.-

Su tono, aunque respetuoso en apariencia, estaba cargado de condescendencia. Lo sentí como una bofetada, y no pude evitar tensarme más.

-Eso lo dice alguien que se esconde detrás de un nombre famoso. ¿O acaso crees que ser un Sanada es suficiente para ganar respeto?-

Su expresión no cambió, pero sus ojos parecieron brillar con un destello más intenso.

-Ser un Sanada no es una cuestión de ganar respeto...Es una cuestión de merecerlo. Algo que, por lo que veo, no todos entienden.-

El salón estalló en murmullos otra vez, algunos niños incapaces de contener su emoción por lo que veían. Garu era un maestro en mantener la compostura, y cada palabra suya era un golpe calculado que lograba desarmarme poco a poco.

Intenté mantener mi postura, cruzando los brazos y elevando la barbilla, buscando recuperar el control.

-Hablas como si ya lo supieras todo, pero ¿Qué esperas lograr con esa actitud? No impresionarás a nadie siendo tan... frío.-

Esta vez, su respuesta no llegó en palabras, sino en su mirada.

Sus ojos azules se clavaron en los míos con una intensidad que me dejó sin aliento. Era como si estuviera midiendo cada uno de mis movimientos, evaluando mis debilidades. El silencio que siguió fue peor que cualquier comentario, y me di cuenta de que era él quien controlaba la situación ahora.

-Esto es increíble... ¡Los Taek y los Sanada, aquí, hablando cara a cara! -Un niño se atrevió a interrumpir el tenso silencio.

-¿¡Creen que se desafiarán!? -Otro niño asintió, casi saltando en su lugar.

-No pueden, no aquí... ¿Verdad? -Susurró otro, aunque su tono dejaba claro que le encantaría ver un enfrentamiento.

Antes de que la tensión pudiera escalar más, la puerta del salón se abrió, y uno de los mayordomos asomó la cabeza.

-Jóvenes, es hora de la cena...Sus padres los están esperando.-

El hechizo se rompió, y los niños comenzaron a moverse hacia la salida, aunque todos miraban de reojo hacia Garu y hacia mí, como si esperaran que algo más ocurriera.

Ese pequeño demonio dio un paso hacia la puerta, pero no apartó la mirada de mí.

Hice lo mismo, manteniendo mi compostura lo mejor que pude mientras nuestras miradas se encontraban una vez más.

Había algo en esos feos ojos azules que me hacía sentir incómodo, algo que me decía que esto no había terminado.

Ambos sabíamos lo que significaba este encuentro.

El comedor del Club era un espectáculo en sí mismo.

Grandes candelabros de cristal colgaban del techo alto, esparciendo una luz cálida que reflejaba en las paredes doradas adornadas con intrincados grabados.

Las largas mesas de madera oscura estaban cubiertas con manteles de seda y una vajilla que parecía demasiado cara para usar.

Todo en ese lugar gritaba elegancia y poder.

Me sentía incómodo al entrar con los demás herederos.

Yo caminaba entre los demás herederos, mi mente tratando de no enfocarse en la presencia de ese demonio Sanada.

Él estaba más atrás, rodeado por algunos niños que seguían haciendo preguntas sobre su clan.

La tensión entre nosotros seguía latente, como si cada paso que daba hacia el comedor estuviera cargado de electricidad.

Cuando entré, mi mirada se dirigió instintivamente hacia la mesa.

Los asientos ya estaban asignados, con tarjetas doradas cuidadosamente colocadas frente a cada puesto.

Mi nombre brillaba al final de la mesa, y mi alivio fue inmediato... hasta que vi el lugar frente al mío.

"Garu Sanada."

Un gruñido escapó de mis labios.

-Había olvidado que Dios me odia...-Murmuré, apretando los dientes mientras caminaba hacia mi asiento.

Era imposible que esto fuera casualidad.

Mi padre, Seung, ya estaba allí, acomodándose en la cabecera, y mi corazón se hundió aún más cuando vi a Hae Sanada, el padre de Garu, tomando el lugar opuesto.

Ambos hombres intercambiaron una inclinación de cabeza, su compostura tan rígida como las espadas que probablemente habían empuñado en sus años de gloria.

¡JA! La expresión del anciano valió la pena.

Poco después, Garu se acercó con su andar tranquilo y seguro, sin apenas mirar a nadie más que a su padre. Cuando se sentó frente a mí, nuestras miradas se encontraron de nuevo, y esa chispa de rivalidad regresó con fuerza.

Los demás herederos y sus padres comenzaron a ocupar sus lugares, llenando el ambiente con murmullos y risas bajas.

Pero en nuestro pequeño cuadrante de la mesa, la tensión era palpable.

Mi padre y Hae intercambiaban palabras educadas, casi forzadas.

Yo y Garu no habíamos dicho nada, pero nuestras miradas hablaban por nosotros.

La cena comenzó con el sonido suave de platos siendo colocados y el tintineo de cubiertos.

Era imposible ignorar la opulencia de la comida: mariscos perfectamente cocidos, sopas humeantes y carnes servidas con precisión artística.

Pero mi apetito estaba completamente eclipsado por la presencia del niño frente a mí.

Fue uno de los hombres sentado cerca quien rompió el hielo.

-Tobe, he escuchado que tu entrenamiento militar es uno de los más exigentes para alguien de tu edad...¿Es cierto que ya dominas los katas avanzados?-

-Así es...Mi padre insiste en que la disciplina es la clave para perfeccionar cualquier técnica.-Me enderecé en mi asiento, intentando proyectar confianza mientras respondía.-Los katas son esenciales para desarrollar no solo fuerza, sino control y estrategia.-

-Una filosofía admirable.-El hombre asintió, impresionado.-¿Y qué hay de las tácticas de combate? ¿Has comenzado con simulaciones estratégicas?-

-Sí, de hecho, mis tutores dicen que tengo un buen instinto para identificar las debilidades en el terreno y en las formaciones enemigas.-Asentí con una ligera sonrisa.-Por ejemplo, en un escenario montañoso, dividiría mis fuerzas en unidades de ataque rápido para flanquear al enemigo.-

Antes de que pudiera disfrutar del reconocimiento en los rostros de los demás, le pequeña y molesta voz del demonio nos interrumpió.

-Eso está bien, pero en terreno montañoso, las unidades rápidas corren el riesgo de ser emboscadas si no tienen un conocimiento absoluto del terreno. Personalmente, usaría exploradores ninja para asegurar el perímetro antes de cualquier movimiento ofensivo. -

Las cabezas giraron hacia él, y más de uno asintió en acuerdo. La sangre comenzó a hervirme, pero mantuve mi tono controlado.

-Exploradores son útiles, claro, pero también pueden retrasar el avance.-Me encogí de hombros.-En una situación de alta tensión, la velocidad es la diferencia entre ganar o perder.-

-Velocidad sin preparación es un lujo que pocos pueden permitirse.-Garu sonrió ligeramente, manteniendo su tono imperturbable.-En una batalla, cada segundo cuenta, pero no sirve de nada si esos segundos te conducen a una trampa.-

-Eso sería cierto, si no tuvieras la habilidad de anticiparte a los movimientos del enemigo, algo que yo me esfuerzo por perfeccionar. -Mi tono era más afilado, y mis palabras parecían cortar el aire entre nosotros.

-Interesante...-Garu inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera considerando mi respuesta.-Supongo que eso funciona en teoría, aunque en la práctica, depender exclusivamente de la anticipación puede ser tan peligroso como confiar ciegamente en la fuerza bruta.-

Los murmullos alrededor de la mesa aumentaron, y algunos de los hombres comenzaron a intercambiar miradas fascinadas.

La conversación había dejado de ser una cena tranquila y se había convertido en una especie de espectáculo.

Mi padre, aunque mantenía su rostro serio, parecía ligeramente divertido por el intercambio.

Del mismo modo, Hae Sanada observaba con una calma casi desconcertante, como si ya esperara este tipo de interacción.

Mientras Garu y yo seguíamos lanzándonos argumentos y contraargumentos, la tensión en mi pecho crecía.

Sus palabras eran precisas, sus observaciones calculadas, pero no podía dejar que me superara. Cada comentario suyo era como una pequeña daga, y mi orgullo no me permitía ceder terreno.

-Si eres tan meticuloso, quizá te pases demasiado tiempo preparando y no suficiente actuando. -Sonreí con cierta arrogancia, esperando provocarlo.

-Y si actúas sin pensar, podrías estar corriendo directo a tu derrota...-Garu no parpadeó, simplemente me miró con una expresión tranquila.

Ese fue el golpe.

Mi mano se tensó alrededor del cuchillo en la mesa, y por un instante, sentí un impulso casi incontrolable de levantarme y encararlo directamente.

Él también parecía sentir algo similar.

Aunque su rostro permanecía sereno, había una chispa en sus ojos que decía que estaba tan cerca como yo de perder la compostura.

Ambos nos movimos ligeramente, como si fuera inevitable que nos levantáramos.

Pero en ese momento, sentí una presión firme en mi hombro.

Miré hacia mi padre, y su mano estaba allí, inmovilizándome en mi asiento.

No dijo nada, pero había un destello en sus ojos, algo que rara vez veía: diversión.

Miré hacia Hae, y él hacía lo mismo con Garu.

Los dos hombres compartieron una mirada rápida, y para mi asombro, sus labios se curvaron en pequeñas sonrisas.

Me congelé.

¿Se estaban divirtiendo con esto?

Garu, al parecer, también se dio cuenta, porque su expresión cambió momentáneamente de desafío a desconcierto.

Ambos volvimos a sentarnos en silencio, aunque nuestras miradas seguían fijas la una en la otra.

La tensión no había desaparecido, pero ahora había algo más: una curiosidad compartida.

Mire de reojo a ese pequeño y por la forma en que Garu me miró antes de volver su atención a su plato, sabía que él pensaba lo mismo.

La cena avanzaba entre risas y murmullos, pero algo en el aire había cambiado.

La tensión entre Garu y yo seguía siendo palpable, pero ahora había algo más: los demás presentes, los herederos de otras familias poderosas, observaban con expectación, como si nuestra batalla verbal se hubiera convertido en una especie de entretenimiento.

Algunos intercambiaban miradas cómplices, mientras otros hacían comentarios en voz baja.

-Parece que Tobe y Garu no son tan diferentes, ¿Eh? -Comentó uno de los hombres sentados cerca de mi padre, un hombre mayor con una expresión astuta y una copa de vino en la mano.

-Sí, sí...Exactamente como sus padres. -Otro se unió a la conversación, riendo entre dientes.-Uno está aquí desafiando al otro con elegancia, mientras el otro responde con fiereza ¡Es como si estuviéramos viendo a Seung y Hae en miniatura!-

Ambos hombres rieron, y la atmósfera se relajó, pero no de la manera que yo esperaba.

Era claro que todo el mundo estaba disfrutando del espectáculo, y mi incomodidad crecía.

Pero aun así, no podía evitar sentirme un poco orgulloso de cómo estaba manejando las cosas.

Los comentarios continuaron, y por un momento, me pregunté si los demás se daban cuenta de lo que estaban diciendo.

-Es cierto...-Un hombre de mediana edad, con una barba espesa hablo.-Tobe tiene la misma mirada desafiante que su padre, Seung nunca muestra debilidad, y ahora veo a su hijo haciendo lo mismo ¡El futuro líder de los Taek ya está aquí!-

Mi pecho se tensó ante ese cumplido, pero no pude evitar una leve sonrisa.

A lo largo de mi vida, había aprendido a no dar demasiado valor a las palabras vacías, pero aun así, el reconocimiento por parte de los demás me hacía sentir... algo diferente.

Garu, sin embargo, no parecía tan afectado por las palabras de los demás. Su atención seguía fija en su plato, aunque sus ojos se movían sutilmente, observando a su alrededor.

-¿Qué me dices de Garu?-Otro Hombre miro a Hae.-Tu hijo tiene esa misma calma, esa tranquilidad imperturbable que tú y esa elegancia.-

-Además, te puedo asegurar a que Garu será tan apuesto como tu...-

Seung y yo fruncimos en ceño, claramente ese comentario nos ofendió.

¡Nosotros éramos más atractivos!

Pero lo que nos sorprendió fue la reacción de Hae y Garu, los dos por un instante se atragantaron con sus bebidas y evitaron mirarse.

-Parece que la rivalidad sigue viva...-Murmuró uno de los hombres mayores, con una sonrisa cómplice.

-No es ninguna sorpresa...-Seung, sonrió con esa expresión que siempre me había irritado. Calculadora. Confiada.-Después de todo, Tobe es mi hijo...Es natural que destaque.-

Sentí cómo mi mandíbula se tensaba.

No podía creer lo que oía.

¿Desde cuándo Seung se tomaba la molestia de presumir de mí?

¡Ese viejo baboso me regañaba hasta por respirar!

Lo miré de reojo, tratando de mantener la calma.

Había pasado años intentando ganar un reconocimiento que nunca llegaba, y ahora, en este ambiente de puro formalismo y falsedad, él decidía alardear.

-¿Ah, sí? -Alce una ceja y lo mire.-Qué curioso...Es la primera vez que escucho algo parecido de ti.-

-Siempre he sabido de tu potencial, Tobe.-Seung soltó una risa suave, mientras tomaba un panecillo y lo colocaba sobre mi boca, claramente para evitar que yo hablará.-Tal vez deberías prestar más atención.-

Hipócrita.

Mordí el panecillo hasta terminármelo para no decirlo en voz alta.

Pero si él quería alardear, yo no iba a desaprovechar la oportunidad.

Me incliné hacia atrás, cruzando los brazos.

-Mis habilidades han sido fruto de años de entrenamiento.-Mire al resto de los herederos.-No todos podrían soportarlo. No es solo talento...Es dedicación.-

Algunos de los otros chicos asintieron, impresionados. Pero antes de que pudiera saborear la pequeña victoria, la voz serena de Hae Sanada cortó el aire.

-Es admirable...-Comentó, con esa calma inquietante que parecía inherente a los Sanada.-Pero no es muy diferente a lo que Garu ha logrado. -Miró a su hijo con una mezcla de orgullo y expectativa.-Su manejo del ninjutsu ha superado incluso a los maestros más veteranos.-

Los murmullos se intensificaron.

Las miradas ahora se posaban sobre Garu, quien parecía igual de sorprendido que yo por las palabras de su padre.

Por un instante, nuestras miradas se cruzaron.

En sus ojos vi el mismo desconcierto que sentía yo.

-Los logros de mi hijo hablan por sí solos...-Hae esbozó una leve sonrisa.

-Logros, sí.-Seung no se quedó atrás.-Pero el verdadero desafío no está en el entrenamiento, sino en el campo de batalla...Ahí es donde se forja el verdadero carácter.-

-Interesante perspectiva.-Hae inclinó ligeramente la cabeza.-Aunque algunos dirían que la verdadera fortaleza reside en la paciencia y el control...Virtudes que, lamentablemente, muchos guerreros olvidan.-El fijo la mirada en Seung.

La mesa entera pareció contener el aliento.

La tensión entre Seung y Hae era palpable, cada palabra afilada como una hoja.

Me sentí atrapado entre dos leones a punto de lanzarse el uno contra el otro.

-El control es importante... -Seung sonrió levemente.-Pero sin acción, solo es debilidad disfrazada.-

-La acción sin reflexión es solo un camino al desastre.-Hae no parpadeó.

Los demás hombres intercambiaron miradas, algunos sonriendo con evidente diversión.

Esta cena se había convertido en un espectáculo, y Seung y Hae eran los protagonistas.

Increíble.

Ahora los adultos son los que actúan como niños.

Pero justo cuando parecía que la situación iba a escalar, uno de los hombres mayores, un miembro veterano del club, con un bigote canoso y una mirada traviesas, alzó la voz.

-¿Por qué no resolvemos esto de una manera más... tradicional? -Ese viejo me señaló y después a Garu.-Me parece justo que los herederos de los Taek y los Sanada demuestren su valía.-

Un silencio sepulcral se apoderó del comedor.

-¿Qué sugieres? -Seung alzó una ceja.

-Una pelea.-El hombre sonrió.-Tobe contra Garu.-

Me atraganté con la comida, y apenas logré contener la tos.

Miré a Garu, quien parecía igual de sorprendido.

Sus ojos se abrieron un poco más, pero su expresión seguía tan impenetrable como siempre.

-¿Qué...? -Balbuceé, tratando de recomponerme.-¿Ahora?-

-¡Sería interesante verlos en acción!-Otro de los hombres asintió entusiasmado.-Es raro tener a dos herederos tan talentosos en un mismo lugar.-

-Aceptamos -Seung asintió colocando su mano sobre mi hombro.

-¡¿Qué?! -Exclamé, girándome hacia él.

Del otro lado de la mesa, Hae también asintió.

-Es una idea excelente...-Miro a su pequeño engendro.-Garu, no te preocupes...Estoy seguro de que demostrarás lo que has aprendido.-

Ese pequeño frunció ligeramente, por alguna razón su expresión causó escalofríos a más de uno en esa mesa.

-Después del postre...-Garu murmuró ligeramente mientras intentaba alcanzar una tarta.

-¡Está decidido! -Hae aparto el plato y dio un par de palmaditas en la espalda de su hijo.

Nos miramos, Garu y yo, ambos con incredulidad y, por primera vez, un sentimiento compartido: indignación.

¿Nos estaban vendiendo como si fuéramos piezas de ajedrez?

No importaba lo que dijéramos.

La decisión ya estaba tomada.

Esta no era nuestra pelea.

No aún.

Pero, al parecer, no teníamos opción.

Más tarde, El dojo estaba lleno de tensión.

Cada miembro del club ocupaba un lugar alrededor del tatami, sus rostros expectantes y emocionados.

Las luces colgaban del techo con una intensidad calculada, proyectando sombras largas y dramáticas sobre el suelo de madera pulida.

El aire olía a incienso, a tradición, a desafío.

Era como si cada fibra del lugar estuviera impregnada de historia, de duelos ancestrales que ahora nosotros, Garu y yo, estábamos destinados a revivir.

En una esquina, ajustando los vendajes de mis manos, sentía la mirada penetrante de Seung clavada en mi nuca.

-Más te vale ganar, Tobe...-Me miro con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.-Si pierdes, olvídate de tus juegos de mesa...Los quemaré todos y te haré entrenar hasta que te desmayes.-

Levanté la cabeza, apretando los dientes.

¿Eso era todo lo que podía esperar de él?

No palabras de aliento, no un simple "confío en ti".

Solo amenazas.

Sentí la indignación burbujear en mi pecho, pero la convertí en determinación.

Si quería que ganara, lo haría.

Pero no por él.

Lo haría por mí.

Y por qué no quería entrenar hasta desmayarme.

-No necesito tus amenazas.-Espeté, sin mirarlo.-Puedo manejar esto.-

-Demuestra que no eres solo palabras, entonces...-Seung soltó una risa breve, casi un suspiro.

Respiré hondo, enderezándome.

Con la postura más confiada, el mentón alto.

No le daría el gusto de verme dudar.

Caminé hacia el centro del tatami, donde Garu ya me esperaba.

En la esquina opuesta, él estaba tan tranquilo como una estatua de piedra, su traje negro impecable, su mirada azul fija en el suelo.

Parecía casi... aburrido.

Como si todo esto no fuera más que una formalidad para él.

Nos encontramos en el centro.

El silencio del dojo se hizo más denso.

Las miradas de los espectadores eran como agujas clavándose en nuestra piel.

-Termina esto rápido...-Murmuré, lo suficientemente bajo para que solo él me oyera.-Solo tírate al suelo y ahórranos tiempo.-

Garu levantó la vista, sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad que me hizo estremecer.

Su boca se curvó en una sonrisa apenas perceptible.

Una burla silenciosa.

-¿De verdad crees que será tan fácil? ¿O solo intentas convencerte a ti mismo?-

Su actitud me encendió.

¿De qué se reía?

¡Yo había derrotado a cada miembro de mi clan!

Era invencible en mi casa.

¿Quién se creía este niño tonto para desafiarme así?

-He vencido a guerreros mucho más fuertes que tú -Solté una carcajada.-No eres gran cosa.-

-¿Eso crees? -Garu susurró, inclinando la cabeza.-Tal vez no me conoces lo suficiente.-Me dio un par de palmaditas.-Pero tranquilo, pronto lo harás.-

Su confianza me enfurecía.

Esa calma inquebrantable, como si ya supiera cómo iba a terminar todo.

No podía soportarlo.

Necesitaba quebrarlo, demostrarle que no era invencible.

¡Que yo era superior!

-Eres solo un mito inflado por tu padre.-Lo mire con una sonrisa burlona.-Nada más...-

Por primera vez, vi un destello en sus ojos.

Algo oscuro.

Su sonrisa desapareció.

-Y tú eres un niño buscando la aprobación de alguien que nunca se la dará...-

Las palabras me golpearon como un puñetazo.

Sentí un nudo en la garganta, pero lo ahogué en orgullo.

-¿Listos? -La voz del árbitro rompió la tensión, y ambos nos preparamos.

Nos separamos, cada uno volviendo a su esquina.

Mi corazón latía con fuerza, pero no de miedo.

Era algo más.

Una mezcla de furia, de orgullo herido, de necesidad de demostrar que yo no era una sombra.

Que no estaba aquí para ser humillado.

Garu me observaba desde el otro lado del tatami, con su postura relajada pero firme.

Como si esto no fuera más que un juego para él.

El silencio se hizo más profundo.

Cada susurro, cada risa ahogada, se desvaneció.

Solo quedábamos él y yo.

El gong sonó.

El mundo exterior desapareció, cada mirada expectante de los espectadores se desvaneció, y solo quedábamos Garu y yo, dos fuerzas opuestas a punto de colisionar.

Mi respiración se calmó, mis músculos tensos y preparados.

Garu se movía como una sombra, su postura era relajada pero peligrosa.

Había algo en su forma de estar de pie, como si cada fibra de su ser estuviera lista para el combate.

-Veamos si eres tan fuerte como hablas...-Murmuré, y sin esperar respuesta, di el primer paso.

Me lancé hacia él con un movimiento rápido, buscando su flanco derecho.

Mi ataque fue preciso, mi puño describió una línea directa hacia su rostro.

Pero Garu no estaba allí.

Se deslizó a un lado con una agilidad que me desconcertó.

Era como pelear contra el viento.

Su figura se movía de manera fluida, casi imposible de seguir.

Pero yo no era cualquier oponente.

Giré rápidamente, ajustando mi posición, mis pies firmes sobre el tatami.

Lo vi venir: un barrido bajo que buscaba desestabilizarme.

Salté, esquivándolo por un pelo, y respondí con una patada descendente.

Él la bloqueó con el antebrazo, su mirada clavada en la mía, fría como el hielo.

-¿Eso es todo? -Susurró, con esa voz calma que me sacaba de quicio.

No respondí.

Aproveché la cercanía para lanzarle un golpe directo al pecho, pero él lo desvió con una elegancia injuriantemente simple.

Contratacó con un puñetazo rápido, apenas visible, que esquivé por puro instinto.

Se movía como un ninja de leyenda, mientras yo sentía cada músculo de mi cuerpo rugir con la fuerza de un samurái.

Era un duelo entre estilos, entre filosofías de combate.

La fuerza contra la agilidad.

La espada contra la sombra.

-¡Vamos, Tobe! -Gritó alguien desde el fondo.

Apenas lo oí.

Cada movimiento era un desafío.

Garu no dejaba de mirarme, sus ojos fijos en los míos.

No mostraba ni una pizca de miedo.

Cada esquive, cada bloqueo, era un recordatorio de lo igualados que estábamos.

Él era rápido, preciso, como una hoja de bambú que se doblaba pero no se rompía.

Yo era la fuerza inamovible, cada golpe calculado para quebrarlo.

Nos separamos, ambos respirando un poco más fuerte.

El dojo estaba en completo silencio, solo el sonido de nuestros movimientos y las respiraciones contenidas de los espectadores llenaban el aire.

-Admites tu derrota ahora, y no te humillaré más...-Intenté ocultar mi propio cansancio.

-No has visto nada aún.-Garu esbozó una sonrisa casi imperceptible.

Se lanzó hacia mí, esta vez con una velocidad que me tomó por sorpresa. Sus movimientos eran tan fluidos que apenas podía anticiparlos.

Me defendí como pude, bloqueando una patada que vino desde arriba, desviando un golpe a la altura de mi cintura.

Era como intentar atrapar el agua con las manos.

Pero cada bloqueo, cada esquive, me hacía sentir más vivo.

No importaba lo fuerte que fuera; no iba a rendirme.

No ante él.

El tatami resonaba bajo nuestros pies, los movimientos rápidos y precisos llenaban el espacio.

Sabía que todos los ojos estaban sobre nosotros, maravillados.

Incluso los otros herederos, que habían alardeado de sus habilidades, ahora observaban en silencio.

Pero, en un rincón, noté a nuestros padres. Seung y Hae, ambos con los brazos cruzados, sus rostros inmutables.

Pero había algo en sus ojos.

Algo que me heló la sangre.

No era miedo.

No era preocupación.

Era... diversión.

¿Se estaban divirtiendo?

Garu también lo notó.

Nuestros ojos se encontraron un segundo y, por primera vez, vi en él lo mismo que sentía yo: un deseo de probarse, de demostrar quién era el mejor.

No para ellos, no para los demás.

Para nosotros mismos.

Me lancé hacia adelante, esta vez con toda mi fuerza.

Mi golpe pasó rozando su rostro, y él giró con un movimiento que parecía una danza.

Nos enfrentamos de nuevo, pecho contra pecho, respirando agitadamente.

-Eres mejor de lo que pensaba...-Garu murmuró.

-Ya lo sé...-

El sudor me escurría por la frente, pero no podía ceder ni un milímetro.

Garu y yo intercambiábamos golpes como si el mundo dependiera de ello.

Mis puños se encontraban con el aire vacío o con sus brazos rápidos como látigos, mientras él, como una sombra implacable, buscaba cualquier grieta en mi defensa.

La tensión era casi palpable; la presión de las miradas de los demás se clavaba en mi espalda, pero más que eso, sentía el peso de los ojos de mi padre.

Seung observaba, inmutable, como si cada movimiento fuera un examen, como si cada error fuera una marca indeleble en mi honor.

Por otro lado, Hae no apartaba la mirada de Garu, su expresión igualmente impenetrable.

El tampoco daba tregua.

Cada golpe que me lanzaba estaba cargado de una determinación que no había visto en nadie más.

No éramos solo dos niños peleando en un dojo; éramos herederos de clanes milenarios, cargando con el peso de generaciones de rivalidad.

-¿Eso es todo lo que tienes, Taek? -Garu murmuró, con una sonrisa apenas perceptible.

-Cuando termine contigo, ni tu sombra querrá seguirte...-Respondí, sin dejar de moverme.

Mis puños volaron en su dirección, y él esquivó, contrarrestando con una patada que bloqueé justo a tiempo.

La pelea se volvía cada vez más violenta, cada movimiento más preciso, cada golpe más calculado.

Podía sentir la furia arder en mis músculos, pero también la frustración.

No podía fallar, no bajo la mirada severa de Seung.

El dojo vibraba con nuestra batalla.

Los otros miembros del club miraban maravillados, sus rostros reflejando asombro y admiración.

Pero para mí, no era suficiente.

No me bastaba con su admiración; necesitaba derrotarlo.

Necesitaba demostrar que un Taek era superior a un Sanada.

De repente, sentí una fuerza imparable tirando de mi cuello.

Antes de que pudiera reaccionar, estaba colgando en el aire, Seung me sujetaba por la parte trasera del uniforme, con su expresión tan severa como siempre.

Garu también había sido levantado, colgando de la misma manera por Hae.

Los dos pataleábamos, luchando por librarnos del agarre, todavía lanzándonos miradas llenas de desafío.

-¡Bájame! ¡Puedo vencerlo! -Grité, agitando las piernas inútilmente.

-Sigue soñando, Tobe...-Garu murmuró, con un tono igual de desafiante.

Algunos hombres soltaron risas bajas, y pude escuchar sus susurros.

-Míralos, parecen dos pequeños gatitos peleando.-

-¿¡Q-QUÉ!?-Garu y yo los miramos con indignación.

La humillación me quemó por dentro.

¿¡Gatitos!?

¿¡Eso era lo que veían!?

Sentí las mejillas arder de rabia.

Giré la cabeza para mirar a mi padre, pero Seung seguía imperturbable, como si nada de esto le importara.

Del otro lado, Hae cargaba a Garu con la misma facilidad.

Pero entonces, vi algo que me dejó helado.

Con un movimiento casi imperceptible, Hae presionó un punto en el cuello de Garu.

El cuerpo de Garu se relajó de inmediato, como si le hubieran desconectado los cables.

Se quedó dormido en un segundo, con su cabeza cayendo hacia adelante.

Mi padre me miró de reojo.

Sabía lo que pasaba por mi mente.

-Ni lo pienses, anciano...-Murmuré, cruzando los brazos, tratando de parecer más firme de lo que me sentía.

Seung no respondió, pero su mirada era suficiente advertencia.

Salimos del dojo, cada uno por puertas diferentes, Garu aún estaba inconsciente en brazos de Hae.

Mis piernas seguían pataleando, pero con menos convicción.

No quería darle a mi padre una excusa para hacer lo mismo conmigo.

El pasillo era silencioso, solo el eco de los pasos de Seung resonaba.

Me llevaba como si fuera una bolsa de arroz, su brazo firme alrededor de mi cintura.

No podía soportarlo.

-¿Podrías al menos dejarme caminar? -Gruñí.

-Tal vez después.-

Cuando nos acercamos al ascensor, Seung me dejó en el suelo, aunque su mano seguía en mi hombro, como si temiera que saliera corriendo.

Pero lo que vi al abrirse las puertas me hizo desear haberme quedado colgado.

Había alguien más ahí.

Su presencia llenaba el espacio.

Su mirada severa, su postura impecable.

Era un hombre que inspiraba respeto y miedo en igual medida.

Sentí cómo mi padre enderezaba aún más la espalda, como si estuviera frente a un espejo de sí mismo.

-Seung...-Ese hombre intercambio miradas con él, con una ligera inclinación de cabeza.

-Dong...-Seung también inclinó su cabeza.

Yo no me atrevía a decir nada.

Miré de reojo a mi padre, esperando algún indicio de lo que debía hacer.

Pero Seung solo me empujó suavemente hacia adelante, como si quisiera que aprendiera algo de este encuentro.

No entendía qué.

Pero algo en la forma en que Dong King me miraba, como si pudiera ver a través de mí, me helaba la sangre.

El ascensor se cerró con un suave zumbido, encapsulándonos en un espacio donde el silencio parecía más pesado que el aire mismo.

Dong King se encontraba de pie, rígido y estoico, como una estatua de mármol, mientras mi padre, Seung, se mantenía a su lado con la misma postura imponente.

Yo, a unos pasos detrás, cruzado de brazos, aún sentía la rabia ardiendo bajo mi piel.

La interrupción de la pelea con Garu había sido humillante, y saber que no había podido demostrar mi superioridad frente a todos me carcomía por dentro.

Mis ojos se clavaron en la pared metálica del ascensor, ignorando deliberadamente a los dos hombres que hablaban como si yo no existiera.

-El mercado de valores ha estado inestable últimamente...-

-La volatilidad en Asia está afectando nuestras inversiones en tecnología.-Dong King asintió, con esa expresión que nunca revelaba nada.

-Las acciones de su empresa también han fluctuado, ¿No es así?-

-Nada que no podamos manejar.-King asintió.-Hemos diversificado lo suficiente como para amortiguar el impacto.-

Sus voces se fundían en un murmullo monótono.

Cada palabra sobre acciones, inversiones y bolsas de valores me parecía un golpe más a mi paciencia.

Blah, blah, blah.

Solo eran un par de ancianos aburridos que hablaban de cosas aburridas.

Miré de reojo a mi padre.

No había ni un atisbo de orgullo en su rostro, solo la misma máscara indiferente que llevaba siempre.

La misma que parecía juzgar cada uno de mis movimientos.

-La próxima vez deberías traer a tu hija, Dong...-Seung hablo de repente, con un tono más ligero, casi como si estuviera conversando con un viejo amigo.-Podría pasar tiempo con Tobe.-

Sentí cómo mi estómago se revolvía.

¿Mi padre estaba intentando organizar una reunión social?

¿Conmigo como peón?

No pude evitar soltar una risa sarcástica, pero me mordí la lengua.

-Ella tiene un carácter complicado...-Dong King sonrió apenas.-Pero después de todo, lo mejor es que ella vaya conociendo a otros herederos...-

Mi mente seguía atrapada en la pelea, en la necesidad imperiosa de derrotar a Garu.

Todo lo demás era irrelevante.

El ascensor llegó a la recepción con un suave tintineo, y las puertas se abrieron. El aire fresco del vestíbulo golpeó mi rostro, pero no alivió la tensión en mis hombros.

-Dong.-

-Seung.-

Y así se despidieron, con un intercambio seco, lleno de significados ocultos que no me interesaban.

Cada uno se dirigió hacia sus vehículos, sus escoltas ya esperando.

Mi padre caminó hacia nuestro auto, con su mano firme en mi hombro, guiándome con la misma autoridad que siempre.

Sabía lo que venía.

Lo sentía en cada paso que daba.

La reprimenda, el discurso sobre la honra de los Taek, sobre cómo había desaprovechado una oportunidad para demostrar mi superioridad.

No necesitaba escucharlo para saberlo.

Subimos al auto en silencio.

Las puertas se cerraron, y el mundo exterior se desvaneció.

Mi padre no dijo nada, pero su mirada, fija en el frente, lo decía todo.

El auto se deslizaba por la carretera oscura, iluminada solo por las farolas que proyectaban sombras danzantes en el interior del vehículo.

El silencio entre mi padre y yo era tan pesado que casi podía oírlo.

Mi mente seguía atrapada en los momentos del dojo, en cada golpe y contragolpe, en la mirada fría e implacable de Garu.

Había sido la pelea más intensa que había tenido en mi vida, y no podía dejar de pensar en cómo había terminado. Interrumpida.

Sin un vencedor claro.

Seung, sentado con la espalda perfectamente recta, rompió el silencio con una voz que destilaba calma y autoridad.

-Hoy diste un paso importante, Tobe...-

Lo miré de reojo, sin saber exactamente a qué se refería. No estaba de humor para sus críticas.

Sin embargo, él continuó.

-Te enfrentaste a un Sanada...A un rival "digno".-Me miró fijamente.-Y lo hiciste con honor...Ahora sí, eres un Taek.-

El peso de sus palabras cayó sobre mí como una losa.

No supe si sentirme halagado, molesto o simplemente confundido.

¿Era eso todo lo que se necesitaba para ser reconocido como un verdadero Taek?

¿Una pelea contra Garu?

¿No le basto con llevarme al registro civil?

-¿Y eso qué significa exactamente?-Traté de mantener mi tono neutral, aunque la rabia aún hervía en mi interior.

-Significa que ahora tienes una rivalidad que te definirá.-Mi padre sonrió apenas, una expresión que rara vez mostraba.-Los Taek y los Sanada no solo son enemigos naturales, sino opuestos en todo sentido...Garu es tu némesis, y esta pelea es solo el comienzo.-

Fruncí el ceño, volviendo la vista hacia la ventana.

Las luces de la ciudad pasaban rápidas y borrosas, pero mi mente seguía fija en el dojo, en Garu.

Había algo en su forma de pelear que me desconcertaba.

Su movimiento era fluido, casi como si no necesitara pensar; todo en él era instintivo, mientras que yo confiaba en mi entrenamiento y estrategia.

Había logrado igualarlo, pero no vencerlo, y eso me frustraba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

-No necesito que me lo digas...-Murmuré, apenas audible.

-Lo necesitarás. -El replicó, con su típico tono seguro.-Porque esta rivalidad será larga...Y si no aprendes a controlarla, será tu caída.-

Quise hablar, decir algo mordaz, pero me mordí la lengua.

En el fondo, sabía que tenía razón.

Pero no lo admitiría.

Cuando llegamos a la casa, estaba en completo silencio, sus imponentes muros de piedra reflejaban la luz de las farolas del camino.

Bajé del auto y caminé directamente hacia la entrada, deseando escapar de la presencia de mi padre y su constante aire de superioridad.

Sin embargo, antes de que pudiera cruzar la puerta, su voz me detuvo.

-Tobe...-

Me giré lentamente, encontrándome con su mirada fija y penetrante.

-Lo hiciste bien hoy...Pero recuerda, un Taek no se deja consumir por la rabia.-El mantuvo su mirada en mi.-Usa esa rivalidad para fortalecerte, no para destruirte.-

No respondí.

Simplemente asentí y subí las escaleras hacia mi habitación, sintiendo su mirada en mi espalda hasta que cerré la puerta detrás de mí.

Mi cuarto era mi santuario.

Las paredes estaban decoradas con estantes llenos de libros, figuras de estrategia militar y algunos premios que ni siquiera recordaba haber ganado.

El único espacio despejado era mi cama, que parecía llamarme después de todo lo que había pasado.

Dejé caer mi chaqueta en una silla y me desplomé en el colchón, suspirando profundamente mientras cerraba los ojos.

Las palabras de mi padre seguían resonando en mi cabeza:

"Eres un Taek".

¿Qué significaba realmente?

¿Que ahora tenía un propósito?

¿Un enemigo que derrotar?

¿O simplemente una carga más que soportar?

Agarré mis audífonos de la mesita de noche y los coloqué en mis oídos, buscando algo que pudiera distraerme.

Mi lista de reproducción favorita comenzó a sonar, una mezcla de música instrumental y algo de rock que siempre lograba calmarme.

Me recosté completamente, dejando que la música llenara mi mente mientras mis pensamientos seguían vagando.

Garu.

Ese maldito demonio.

No podía sacarlo de mi cabeza.

Cada movimiento, cada mirada desafiante, cada palabra cargada de desprecio.

Había algo en él que me irritaba.

Quería volver al dojo, enfrentarme a él de nuevo y demostrar que era mejor. No podía soportar la idea de que alguien pensara que éramos iguales.

No lo éramos.

¡Yo era superior!

¡Tenía que serlo!

Mis manos se cerraron en puños mientras recordaba la pelea.

Los golpes habían sido precisos, calculados, pero también cargados de emoción. Había algo casi personal en la forma en que intercambiábamos ataques, como si cada golpe fuera una declaración, un desafío. Y cuando nuestros padres nos separaron... aún sentía la furia ardiendo en mi interior, las ganas de seguir luchando.

-Una larga rivalidad...-Murmuré para mí mismo, recordando las palabras de Seung.

Tal vez tenía razón.

Tal vez esta rivalidad sería lo que me definiría.

Pero si ese era el caso, entonces no pensaba perder.

No contra él.

La música cambió a un ritmo más intenso, y sentí cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido.

Me incorporé en la cama, mirando hacia la ventana. La noche era tranquila, pero dentro de mí había un torbellino.

Volvería a pelear con Garu. No importaba cuánto tiempo tomara, no importaba cuántas veces tuviera que entrenar hasta el agotamiento.

La próxima vez, no dejaría que nadie interrumpiera.

La próxima vez, sería yo quien se alzara como el vencedor.

Un camino trazado por la rivalidad.

Aquella noche fue el punto de partida para una nueva etapa en mi vida, aunque entonces no lo sabía.

A partir de ese enfrentamiento con Garu, Seung, tomó una decisión que cambiaría mi destino.

Apenas unos días después, me informó sin previo aviso durante el desayuno, mientras yo todavía estaba algo somnoliento y distraído.

-He decidido inscribirte en el Instituto Jeonghan, uno de los colegios más prestigiosos de Seúl...-El habló con calma, mientras hojeaba el periódico.

-¿Qué? ¿Por qué?-Levanté la vista, confundido.

-Necesitas un entorno que te desafíe constantemente.-Seung dejó el periódico a un lado y me dirigió una mirada firme.-Jeonghan tiene los mejores estudiantes y las mejores oportunidades...Allí aprenderás lo que significa competir al más alto nivel.-

No hacía falta ser un genio para leer entre líneas.

Competir.

Ese era el objetivo.

Enfrentarme a otros para demostrar que yo era mejor.

Por supuesto, lo que mi padre no mencionó hasta después de mi inscripción fue que Garu también asistía a ese colegio.

Yo no lo veía como una coincidencia, sino como una tortura cuidadosamente planeada.

Tener que enfrentarme a Garu no solo en entrenamientos o duelos esporádicos, sino también en la vida cotidiana, era un desafío que parecía diseñado para volverme loco.

En el Instituto Jeonghan, Garu y yo nos encontramos en distintos grados, ya que yo era un par de años mayor que él.

Sin embargo, eso no impidió que nuestras rivalidades se extendieran a cada rincón de la vida escolar.

Las diferencias de edad no significaban nada; de alguna forma, siempre terminábamos enfrentándonos en todo tipo de situaciones.

Competíamos en las pruebas físicas que organizaba el colegio: carreras, salto de obstáculos, prácticas de combate.

En algunos enfrentamientos lograba derrotarlo, y durante esos momentos sentía el dulce sabor de la victoria, el orgullo de haberlo superado.

Pero Garu siempre encontraba la forma de devolverme el golpe, ya sea al vencerme en alguna competencia posterior o al superar mis notas en las materias académicas.

-Es un ninja, Tobe...No puedes dejarte ganar por alguien que vive saltando por los tejados.-Seung decía cada vez que se enteraba sobre mis derrotas.

-¡No me dejó ganar! Es un tramposo, tiene ventaja. -Yo replicaba, aunque sabía que aquello no era del todo cierto.

Había algo en Garu que me desesperaba: esa calma inquebrantable, esa capacidad de mantener la compostura incluso cuando las cosas se ponían difíciles.

Parecía que nada lo afectaba, y eso solo hacía que mi rabia creciera más.

Por supuesto, nuestra rivalidad no se limitaba a las competencias escolares.

Se extendía a cada aspecto de nuestras vidas.

Si yo lograba destacar en algo, él hacía lo mismo en otra área.

Si yo recibía algún reconocimiento, Garu encontraba la forma de brillar en otro momento.

Era un constante ir y venir, una guerra no declarada que parecía no tener fin.

Con cada día que pasaba, los entrenamientos que Seung me imponía se volvían más intensos.

No importaba que siguiera siendo un niño; en su mente, yo tenía que demostrar que era digno del apellido Taek.

Mis días se dividían entre el colegio, las largas sesiones de entrenamiento y los momentos en los que intentaba mantenerme despierto mientras hacía la tarea.

A veces sentía que el peso de las expectativas de mi padre era demasiado, pero me negaba a rendirme.

En el dojo familiar, me enfrentaba a los miembros más experimentados de nuestro clan, superándolos uno a uno con cada nuevo reto.

Mi habilidad con la katana se perfeccionaba cada día, y mi resistencia crecía hasta el punto de poder soportar horas de práctica sin quejarme.

Pero, a pesar de todo, siempre estaba Garu.

Su sombra parecía seguirme a todas partes, recordándome que aún no lo había vencido de manera definitiva.

En las pocas veces que logré derrotarlo, sentí una satisfacción momentánea, pero nunca era suficiente.

Y cuando él me vencía, la rabia y la frustración me consumían, empujándome a entrenar aún más duro.

Recuerdo una noche en particular, el sonido de la lluvia golpeando con fuerza contra el suelo resonaba en el dojo exterior mientras mis movimientos cortaban el aire frío de la noche.

Mi katana relucía bajo los destellos de los relámpagos, cada golpe era más fuerte y preciso que el anterior.

La ira que me consumía desde el combate interrumpido con Garu ardía en mi interior, mezclándose con la sensación helada del agua empapando mi ropa y mi cabello.

Otra vez.

Habían vuelto a separarnos.

Había sentido el choque de nuestras fuerzas, el desafío latente entre ambos, y justo cuando estaba a punto de superarlo, el personal de la escuela decidió que era suficiente.

-¡Mierda!-Grité al vacío, clavando la katana en el suelo embarrado.

Mi respiración era pesada, y las gotas de lluvia corrían por mi rostro como si intentaran ahogar mi furia.

Pero no era suficiente para mí.

Nunca lo sería hasta que pudiera derrotar a Garu sin interrupciones, sin excusas.

Era lo único que me impulsaba últimamente: vencerlo, demostrar que yo era superior.

Realicé un último corte en el aire, una diagonal perfecta que me hizo sentir un breve momento de satisfacción.

Guardé la katana en su funda y me dirigí hacia la casa, dejando un rastro de agua y barro tras de mí.

Todo estaba en silencio, excepto por el sonido de mis pasos mojados en los pasillos.

Subí las escaleras hacia mi habitación, pero algo me detuvo.

Desde el salón principal venían voces elevadas, llenas de furia y desesperación.

Reconocí a mis padres de inmediato.

Con cautela, me acerqué a la entrada del salón y me oculté en las sombras. Joo-hee y Seung, estaban de pie frente a frente.

La tensión en el aire era palpable.

-¡Ya basta, Seung! -La voz de mi madre resonó con una mezcla de rabia y angustia.-¿¡Cuánto más vas a seguir exigiéndole!? ¿¡No te das cuenta de lo que le estás haciendo a Tobe!?-

-¡Estoy haciéndolo más fuerte! -Replicó mi padre con frialdad.-¡Todo esto es necesario! ¡Si no lo hago, nunca estará preparado!-

-¿Preparado para qué? -Joo-hee lo miró incrédula, como si no pudiera creer lo que escuchaba.-¡Es solo un niño!-

-Es un Taek...Y un Taek no tiene el lujo de ser "solo un niño".-

-¡Lo estás llevando al límite! ¡Lo estás rompiendo Seung!-Mi madre dio un paso adelante, señalándolo con el dedo.-¿¡Es eso lo que quieres!? ¿¡Un hijo roto que nunca pueda confiar en ti!?-

Sentí un nudo en el estómago al escuchar esas palabras.

Nunca había pensado en mí mismo como alguien roto, pero en ese momento no estaba seguro.

-No tengo tiempo para preocuparme por sus emociones...-Seung cruzó los brazos, su tono era firme, casi despreocupado.-Mi prioridad es asegurar el futuro de esta familia.-

-¿¡El futuro!? -Joo-hee se rio, pero no había alegría en su risa, solo dolor.-¿¡Cómo puedes hablar del futuro si estás destruyendo el presente!?-

Mi padre guardó silencio por un momento, pero luego habló, su tono más bajo, más peligroso.

-Tobe no es suficiente.-

Sentí como si el aire se me escapara de los pulmones.

-¿Q-Qué? -Joo-hee susurró incrédula.

-No es suficiente...-El repitió, mirando hacia la ventana como si no pudiera soportar enfrentarse a su mirada.-No es lo que esta familia necesita...-

Mi pecho se llenó de una mezcla de rabia y dolor.

¿¡No era suficiente!?

¿¡Después de todo lo que había hecho, después de todo lo que me había exigido y todo lo que había sacrificado, todavía no era suficiente!?

-¡Cómo te atreves a decir eso!-Joo-hee avanzó hacia él, su rostro lleno de furia.

-¿¡Quieres la verdad, Joo-hee!? -Seung la miró directamente a los ojos, su expresión impenetrable.-¡La verdad es que él nunca será suficiente para restaurar el honor de los Taek!¡Tobe no tiene lo necesario para recuperarlo!-

Mis manos se cerraron en puños.

Mi cuerpo temblaba, no sé si de ira o de la lluvia que aún goteaba de mi ropa.

-Eso no es cierto...-La voz de mi madre era un susurro lleno de dolor.-¡Tobe es fuerte! Lo he visto, Seung ¡Tiene más de lo necesario!-

-Eso es lo que tú quieres creer...-Seung hablo, casi con desprecio.-Pero el mundo real no funciona con buenas intenciones.-

Joo-hee se quedó en silencio por un momento, pero luego habló, su voz firme.

-Yo creo en él.-

Seung frunció el ceño, como si esas palabras lo irritaran más que cualquier otra cosa.

-Tu fe no es suficiente.-

-Entonces, ¿¡Qué es suficiente para ti!?-Mi madre gritó con sus ojos llenos de lágrimas.-¿Cuánto más necesitas destruirlo para sentirte satisfecho?-

La pregunta quedó en el aire.

Mi padre no respondió.

Me alejé en silencio, mi mente girando con las palabras que había escuchado.

Mi madre creía en mí, eso estaba claro.

Pero mi padre...

"Yo no soy suficiente."

La frase se repetía una y otra vez en mi cabeza mientras subía a mi habitación.

Cerré la puerta detrás de mí y me dejé caer sobre la cama, mi cuerpo pesado por el cansancio, la lluvia y el peso de lo que acababa de escuchar.

Tomé mis audífonos y los coloqué sobre mis oídos, dejando que la música ahogara mis pensamientos.

Pero no importaba cuánto subiera el volumen, las palabras de mi padre seguían resonando en mi mente.

-Nunca seré suficiente para él...-Solté una pequeña risa.

Pero no iba a rendirme.

Si no era suficiente, me convertiría en algo más.

Algo que no pudiera ignorar, algo que no pudiera menospreciar.

Y Garu... Él también iba a pagar por todo esto.

Había días en los que me preguntaba quién era realmente.

Pero esas dudas no duraban mucho, porque las ahogaba en el sonido del acero golpeando, de mis músculos quemando y de la sangre latiendo en mis oídos.

Entrenar no era solo un hábito; era mi vida. Me levantaba antes del amanecer, incluso cuando el sol no quería aparecer, y no paraba hasta que mi cuerpo se negaba a seguir.

A veces, no sabía si estaba entrenando para vencer a Garu, para complacer a mi padre o simplemente para sofocar el odio que hervía en mi interior.

Cada golpe que daba al muñeco de madera era para él. Cada corte, cada movimiento, cada gota de sudor era un recordatorio de que nunca sería suficiente para mi padre.

Me olvidé de mí mismo en el proceso.

No importaban mis deseos ni mis necesidades.

Solo existía el siguiente combate, el siguiente desafío.

Pero había un problema.

La ira no se apaga; crece, se alimenta de tu cuerpo, tu mente y tu alma.

Y para cuando me di cuenta, era demasiado tarde.

Había días en los que los miembros del clan me evitaban.

No los culpaba.

Mis ataques eran más fuertes, mis movimientos más rápidos, pero también más agresivos, más impredecibles.

No veía a mis compañeros como aliados en el entrenamiento; los veía como obstáculos que debía aplastar.

Había roto huesos, derribado a oponentes que ni siquiera estaban listos para pelear.

No era un líder para ellos.

Era un monstruo.

Recuerdo un día en particular.

Había estado practicando con los maniquíes de entrenamiento en el dojo, pero no era suficiente.

No podía imaginar la cara de Garu en ellos, no podía escuchar el eco de la voz de mi padre diciendo que yo no era suficiente.

La frustración creció hasta que perdí el control.

Mis golpes eran tan brutales que los maniquíes se desmoronaban bajo mi katana.

Los estantes de armas cayeron al suelo, las espadas tintineando en una cacofonía metálica.

Cuando los gritos de los demás intentaron detenerme, no escuché.

Seguía atacando, como si al romper esos objetos pudiera liberar el odio que me consumía.

Pero no funcionó.

-¡Tobe basta! -La voz de mi padre resonó como un trueno en el dojo.

Me detuve, jadeando, con las manos aún apretadas en la empuñadura de mi katana.

Mi visión estaba nublada por la ira, pero cuando lo vi parado en la entrada, algo dentro de mí se encendió.

-¿¡Qué!? -

-¡Mírate! ¡Estás fuera de control!-Él se acercó a mí.-¡Deja de comportarte como un niño!-

Su desprecio fue la chispa que encendió la tormenta dentro de mí.

-¡Te demostraré qué ya no soy un niño!-Grité, levantando mi katana y señalándolo.-Pelea conmigo.-

-¿Qué dijiste? -Seung frunció el ceño, incrédulo.

-¡Pelea conmigo!-Repetí con mi voz temblando de ira.

Por un momento, pensé que se negaría, que me diría que no merecía su tiempo.

Pero en lugar de eso, avanzó lentamente hacia el centro del dojo, desenvainando su katana con una calma que me enfureció aún más.

-Tienes mucho que aprender...-El adoptó una postura lista para la batalla.-Pero si esto es lo que necesitas, te lo daré.-

El primer choque de nuestras katanas fue ensordecedor.

Mi cuerpo se movía por instinto, cada golpe y bloqueo salía de lo más profundo de mi ser.

No estaba pensando; no podía pensar.

Era como si mi mente se hubiera apagado y solo quedara la furia que me guiaba.

Seung era fuerte, más fuerte de lo que había anticipado.

Pero para mi sorpresa, yo también lo era.

Cada vez que intentaba derribarme, encontraba una manera de contrarrestarlo.

Mis movimientos eran rápidos, brutales, y cada golpe que daba lo hacía retroceder un poco más.

-¿¡Eso es todo lo que tienes!? -Grité, jadeando, mientras lo forzaba a retroceder una vez más.

Su expresión cambió.

Ya no era calma lo que veía en su rostro.

Era preocupación.

-¡Tobe detente!-

Pero no podía detenerme.

Mi katana se movía con precisión letal, cada golpe buscando abrir una brecha en su defensa.

-¡Tobe escúchame!-

No lo hice.

Seguí sin parar, era como si estuviera desahogando todo lo que había estado cargando.

No estaba decidido a detenerme hasta terminar con él.

De repente, vi algo que no esperaba.

Mi padre cambió su postura y tomó su segunda katana.

Nunca lo había visto usarla en combate, y por un breve momento, mi mente se despejó.

En un movimiento rápido, bloqueó mi ataque con una katana y con la otra trazó un corte rápido hacia mi rostro.

Sentí un ardor intenso en la nariz, y por un momento, todo se detuvo.

Mi katana cayó al suelo.

Yo estaba de rodillas.

Mis manos fueron instintivamente hacia mi rostro, tocando la herida.

La sangre cálida corría por mi piel, mezclándose con el sudor.

Quería gritar, quería atacar, pero algo dentro de mí se rompió en ese momento.

Seung bajó ambas katanas, su respiración era pesada.

No recuerdo mucho después de eso.

Solo sé que caí inconsciente al suelo.

Cuando desperté, estaba en mi habitación.

La herida en mi rostro estaba vendada, pero el ardor aún estaba ahí, un recordatorio de lo que había sucedido.

Me senté en la cama, mirando mis manos temblorosas.

No era un guerrero.

No era un hijo.

Era una máquina de matar, nada más.

La puerta de mi habitación se abrió de golpe, interrumpiendo la penumbra que me rodeaba.

Me giré lentamente, esperando ver a uno de los sirvientes o quizás a mi padre, listo para otra reprimenda.

Pero en su lugar, fue mi madre quien apareció.

Joo-hee avanzó hacia mí con pasos apresurados, su rostro pálido reflejando preocupación.

Sus ojos escanearon cada rincón de mi rostro, y al ver el vendaje sobre mi nariz, sus labios temblaron ligeramente.

Sin decir una palabra, se arrodilló junto a mi cama y me tomó entre sus brazos.

-¡T-Tobe!-Hablo con un tono tan cargado de angustia que me atravesó el pecho.

Quise alejarme, fingir que no necesitaba consuelo, pero sus brazos me rodearon con fuerza.

Sus manos, cálidas y temblorosas, acariciaron mi cabello mientras su otra mano descansaba sobre mi mejilla, apenas rozando la venda que cubría la herida.

-¿Estás bien? -Me miro casi como si temiera la respuesta.

-Estoy bien, madre.-Intenté parecer fuerte, como siempre.-Solo espero que no me quede una cicatriz.-No quisiera que mi cara perfecta quede arruinada.-Me enderecé un poco en la cama y forzando una sonrisa que no sentía.

-¿Siempre tienes que bromear? -Ella soltó un suspiro entrecortado y negó con la cabeza, aunque una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.

-Ya te dije que no fue gran cosa.-Repliqué, tratando de ocultar la tensión en mi garganta.

Pero su mirada penetró más allá de mi fachada.

Sus ojos estaban empañados, pero no derramó ni una lágrima.

Ella sabía lo mucho que detestaba ver su sufrimiento.

-No deberías haber tenido que pasar por esto...-Murmuró bajando la mano para rozar con cuidado el vendaje sobre mi nariz

Su toque era tan delicado que apenas lo sentía, pero el calor de su mano contrastaba con la frialdad de las palabras de mi padre que aún resonaban en mi cabeza.

-N-No fue nada...-Trate de desviar la mirada hacia la ventana, incapaz de soportar la culpa en sus ojos.-Solo fue un entrenamiento.-

-Esto no fue un entrenamiento, Tobe.-Ella me sostuvo el rostro y me obligó a mirarla.-Fue crueldad.-

Quise responder, defenderme o defenderlo, pero las palabras se atascaron en mi garganta.

Ella suspiró de nuevo, esta vez más pesado, y volvió a abrazarme.

Sentí su barbilla apoyarse ligeramente en mi cabeza mientras su mano seguía acariciando mi cabello.

-Te prometo que hablaré con tu padre -dijo, su voz más firme ahora.-Esto no puede continuar.-

El sonido de pasos firmes interrumpió el momento.

Ambos nos giramos hacia la puerta justo cuando Seung entró.

Su presencia llenó la habitación con una gravedad que parecía apagar la luz.

No dijo nada.

Simplemente permaneció en el umbral, observándome con esos ojos que siempre parecían juzgarlo todo.

Su mirada no era dura, pero tampoco era cálida.

Era neutral, como si estuviera evaluando un objeto en lugar de a su hijo.

Me enderecé en la cama, manteniendo la compostura a pesar de que el dolor en mi nariz me recordaba nuestra pelea.

Quería decir algo, algo sarcástico quizás, pero las palabras se evaporaron en mi lengua.

Mi madre fue la primera en hablar, rompiendo el silencio incómodo.

-¿Qué haces aquí, Seung? -Su tono era frío, casi cortante.

Él no respondió de inmediato.

Su mirada pasó de mí a ella, y luego de vuelta a mí.

Seung asintió ligeramente, pero no dijo nada más.

Simplemente dio media vuelta y salió de la habitación, dejando la puerta entreabierta tras de sí.

A partir de aquel día, algo cambió entre mi padre y yo.

O quizás sería más preciso decir que algo se rompió para siempre.

Nuestra relación, ya tensa, se convirtió en un frío intercambio de silencios.

No hablábamos, ni siquiera nos mirábamos.

Cada vez que estábamos en la misma habitación, el aire parecía pesado, cargado de algo que ninguno de los dos estaba dispuesto a abordar.

La cicatriz en forma de X que ahora marcaba mi nariz era un recordatorio constante.

No solo de nuestra pelea, sino de lo que significaba ser un Taek, de la carga que había heredado y de la imposibilidad de escapar de ello.

Pensé que nunca volvería a hablar con él, y sinceramente, no me importaba.

Si él había decidido que yo no era suficiente para él, tampoco tenía por qué esforzarme por serlo.

Lo que no sabía era que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre.

Un día, mi madre entró en mi habitación sin previo aviso, como solía hacerlo cuando tenía algo importante que decir.

Me encontraba en el escritorio, repasando unos antiguos pergaminos de estrategias de combate, intentando distraerme de los pensamientos que giraban en mi mente.

-Tobe...-Ella sonrió con suavidad, pero con un tono que no admitía réplica.-Vístete.-Se acercó al armario.-Hoy vamos a visitar mi clan.-

Su clan.

Apenas recordaba haber estado allí antes, tal vez una o dos veces de niño.

Siempre lo había considerado algo ajeno a mí, una parte de mi madre que no me pertenecía.

Pero esa mañana, con la mirada firme de Joo-hee sobre mí, supe que no podía negarme.

El trayecto fue largo y silencioso.

Mi madre, sentada a mi lado en el automóvil, mantenía una expresión tranquila, casi serena, como si este fuera un día normal.

Yo, en cambio, no podía evitar sentir cierta inquietud.

No entendía por qué, pero algo en mi interior me decía que esta visita no era solo una simple cortesía.

Cuando llegamos, las puertas del complejo se abrieron para revelar un lugar lleno de vida.

Las kunoichis, ataviadas con sus trajes oscuros y ágiles, nos recibieron con alegría.

Había risas, murmullos y una energía vibrante en el ambiente que contrastaba con la frialdad de mi hogar.

-¡Tobe! -Exclamó una de las mujeres mientras se acercaba a nosotros.

Era alta, de cabello oscuro y ojos afilados, con una sonrisa amplia que parecía iluminar todo a su alrededor.-¡Feliz cumpleaños! Aunque sea unos días tarde...-

No supe qué responder.

Apenas recordaba que mi cumpleaños había pasado hacía poco; no le había dado importancia.

Pero aquí, parecía que sí la tenía.

Más kunoichis se acercaron para felicitarme, y aunque sus palabras eran amables, yo me sentía fuera de lugar.

Después de los saludos y las felicitaciones, me dejé llevar por la curiosidad.

Recorrí el lugar con calma, observando cada detalle.

Era un complejo amplio, con edificios tradicionales rodeados de jardines y campos de entrenamiento.

Las kunoichis entrenaban en pequeños grupos, y a lo lejos, noté algo que me llamó la atención: niños.

Había varios, todos de diferentes edades, entrenando con un entusiasmo que no había visto en mucho tiempo.

Algunos practicaban con espadas de madera, otros escalaban estructuras o realizaban ejercicios de agilidad.

Noté que muchas de las kunoichis los supervisaban de cerca, y en sus miradas había algo que no estaba acostumbrado a ver: calidez.

-¿Te sorprende? -La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos. Me giré para verla a unos pasos detrás de mí, con una leve sonrisa en el rostro.-Muchos de esos niños son hijos de las kunoichis...Algunos son huérfanos que decidieron adoptar.-

-¿Hijos? -Repetí, como si la palabra fuera extraña para mí.

-Sí...este lugar no solo es un centro de entrenamiento.-Ella coloco una mano sobre mi hombro.-Es un hogar.-

Miré a los niños de nuevo, esta vez con una perspectiva diferente.

Había algo en su entusiasmo, en la forma en que se esforzaban en cada movimiento, que me recordó a mí mismo hace algunos años.

Cuando entrenar era más que una obligación, cuando aún tenía la esperanza de hacer algo más que cumplir con las expectativas de mi padre.

-Tobe, quiero que entiendas algo...-Joo-hee sonrió con suavidad, pero con una seriedad que me obligó a mirarla directamente.-Este lugar no es solo mío...También es tuyo.-

-¿Mío? -Fruncí el ceño, confuso.

-Cuando me casé con tu padre, nuestros clanes se fusionaron, pero eso no significa que el mío haya desaparecido...-Miro a su alrededor.-Algún día, este lugar será tu responsabilidad también.-

La idea me dejó sin palabras.

Había pasado tanto tiempo centrándome en cumplir con las expectativas de mi padre que nunca había considerado lo que significaba ser parte del legado de mi madre.

-No tienes que decidir nada ahora...-Ella continuó, adivinando mis pensamientos.-Solo quería que lo supieras...Quiero que sepas que hay más en tu vida que el odio y la rivalidad.-

Miré hacia los niños una vez más, sintiendo un peso en mi pecho que no lograba identificar.

Era extraño, pero por primera vez en mucho tiempo, me sentí visto, como si mi madre me recordara que era algo más que una herramienta para cumplir con las ambiciones de mi padre.

Más tarde, el aire en el lugar tenía una calma extraña, casi inquietante, mientras recorría los pasillos del complejo.

Las voces y risas de las kunoichis y los niños se mezclaban con el sonido del viento y las hojas agitándose en los jardines.

Me detuve en una de las terrazas del segundo piso, donde el sol comenzaba a descender en el horizonte.

El cielo estaba teñido de tonos anaranjados y púrpuras, una vista tan serena que, por un momento, olvidé las tensiones de mi vida. Pero esa calma no duró mucho.

Un grito interrumpió mis pensamientos.

-¡Abran paso! -La voz de una mujer resonó con urgencia desde el patio principal.

Me asomé desde la terraza para ver a una kunoichi entrar tambaleándose.

Su uniforme estaba desgarrado, su rostro cubierto de sangre y sus brazos estaban llenos de heridas.

El caos se desató en segundos.

Las kunoichis que estaban cerca corrieron hacia ella, formando un círculo mientras intentaban ayudarla.

Mi madre apareció rápidamente, empujando a las demás para acercarse.

-¿¡Qué ha pasado!? -Joo-hee trato me sonar firme, pero su expresión traicionaba una creciente preocupación.

-Los...-La mujer, jadeando y al borde de perder el conocimiento, apenas logró articular palabras.-Los Taek... -Tosió, esforzándose por hablar.-Están luchando...contra los Sanada.-

El mundo pareció detenerse.

-¿¡Q-Qué estás diciendo!?-Joo-hee se inclinó hacia ella, con sus ojos abiertos de par en par.

-Es una masacre -Continuó la kunoichi, su voz quebrándose mientras el horror se reflejaba en su rostro.-Una emboscada... sangre por todas partes...-

-¿¡Dónde están!? -Mi madre insistió, con una urgencia que nunca antes le había escuchado.

-En la residencia de...los Sanada...-La mujer cerró los ojos, desfalleciendo, mientras las kunoichis alrededor intentaban estabilizarla.

Mi madre se quedó inmóvil por un momento, sus manos temblando ligeramente antes de apretarlas en puños. Finalmente, se giró hacia las demás.

-¡Escúchenme! -Joo-hee levantó la voz, con su tono firme cortando el caos que comenzaba a extenderse entre las kunoichis.-¡Necesitamos prepararnos! ¡No sabemos si esta batalla llegará hasta aquí, pero no podemos correr riesgos!-

-¿¡Q-Qué hacemos, señora!? -Preguntó una de las mujeres, claramente nerviosa.

-¡Protejan a los niños! ¡Reúnan armas! ¡Manténganse alertas!-Mi madre comenzó a caminar hacia adentro de la casa.-Pero nadie, y quiero decir nadie, ¡Tomará una decisión imprudente!-

Las kunoichis asintieron rápidamente, comenzando a moverse para seguir sus órdenes.

Pero yo no podía escuchar nada de eso.

Mi mente estaba en otra parte.

Mi padre estaba allí.

El clan Taek estaba luchando.

Y yo no estaba con ellos.

Pero yo no podía esperar.

Sin pensarlo, sin detenerme a considerar las palabras de mi madre o las consecuencias, me giré y salté desde el balcón del segundo piso.

El impacto resonó cuando aterricé en el suelo, pero no me importó.

-¡Tobe! -Mi madre gritó desde atrás, su voz estaba cargada de una mezcla de ira y preocupación.-¡D-Detente ahora mismo!-

No lo hice.

Mis piernas comenzaron a moverse antes de que mi mente pudiera ponerse al día.

Corrí, empujando las puertas principales del complejo y adentrándome en la noche.

La fresca brisa del atardecer ya no me parecía pacífica.

Ahora era un recordatorio de lo que estaba en juego.

Corrí como si mi vida dependiera de ello.

Cada paso resonaba en mi cabeza, mi respiración era un eco en mis oídos, pero lo único en lo que podía pensar era en llegar.

No sabía qué encontraría al llegar a la residencia de los Sanada, pero una cosa era segura: No podía quedarme quieto mientras mi clan, mientras mi padre, luchaban sin mí.

La ira ardía en mi pecho, mezclada con una sensación que no quería admitir: miedo.

Pero no me detuve.

No podía detenerme.

La noche estaba cayendo rápidamente, y el cielo, antes teñido de cálidos tonos anaranjados, ahora se oscurecía, como si el mundo mismo se preparara para lo que estaba por venir.

Mi respiración era un rugido en mis oídos, mi corazón martillaba en mi pecho, y la ira y la ansiedad se enredaban como un nudo en mi estómago.

No sabía qué iba a encontrar al llegar, pero cada paso me acercaba a la verdad.

Cuando la residencia de los Sanada apareció ante mis ojos, un frío helado recorrió mi columna.

Lo que vi me dejó inmóvil, como si el aire hubiera sido arrancado de mis pulmones.

Había cuerpos por todas partes.

Cuerpos de guerreros de los Taek.

Cuerpos de guerreros de los Sanada.

Algunos yacían en posturas grotescas, con sus extremidades dobladas en ángulos imposibles.

El suelo estaba empapado de sangre, tanto que se acumulaba en charcos brillantes bajo la tenue luz de la luna.

Los muros que alguna vez habían protegido la residencia estaban destrozados, y los jardines, que solían ser un símbolo de perfección y orden, ahora eran un campo de batalla devastado.

El aire estaba saturado del sonido de la muerte: Los gritos de los heridos, el entrechocar de las katanas, el rugido de la ira y el dolor.

Me quedé paralizado.

Quería moverme, quería hacer algo, pero no podía.

Mis piernas se negaban a responder.

Sentí un nudo en el estómago y un sabor metálico en la boca, como si la sangre misma hubiera llenado el aire.

¿Qué demonios estaba sucediendo?

Mi mirada se deslizó por el caos.

Buscaba un rostro familiar, un indicio de que alguien de mi clan seguía vivo, pero lo único que encontré fueron más cuerpos.

Mis manos temblaron, no de miedo, sino de una mezcla insoportable de furia y desesperación.

Mi clan.

Mi sangre.

Todo esto...

¿Por qué?

Respiré profundamente, obligándome a dar un paso.

Y luego otro.

Mis piernas se movían por pura voluntad, como si mi cuerpo supiera que no tenía otra opción.

Me adentré en el infierno que se extendía ante mí, esquivando cadáveres y trozos de escombros.

Mientras avanzaba, el rugido de una katana desenvainándose me sacó de mi trance.

-¡Muere, Taek!-El grito me alcanzó justo cuando un ninja de los Sanada emergió de entre las sombras.

Su rostro estaba cubierto de sangre y tierra, pero sus ojos brillaban con una determinación asesina. No hubo advertencia, no hubo tiempo para pensar. Su katana se abalanzó hacia mí con una velocidad aterradora.

Reaccioné por puro instinto, desenfundando mi propia katana justo a tiempo para bloquear el ataque.

Las chispas volaron mientras las hojas chocaban, y el impacto reverberó en mis brazos.

-¡No voy a morir aquí! -Grité, aunque mi voz temblaba.

El ninja no respondió.

Sus golpes eran rápidos, brutales, dirigidos a matarme sin piedad. Yo apenas lograba mantenerme a la par, retrocediendo mientras intentaba encontrar una apertura.

Pero él no me daba tregua.

Cada golpe que bloqueaba era un recordatorio de lo cerca que estaba de perder. Mi respiración se volvía más pesada, mi cuerpo más lento.

No era solo el cansancio; era el miedo.

El miedo de saber que podría morir aquí, en este lugar infernal, rodeado de sangre y muerte.

Un golpe particularmente fuerte me hizo tambalear.

Perdí el equilibrio y caí de rodillas, mi katana apenas sosteniéndose en mis manos. El ninja se alzó sobre mí, su espada levantada, lista para caer.

-¡Este es tu fin Taek! -Grito con un tono frío y definitivo.

Cerré los ojos.

No porque aceptara mi muerte, sino porque no quería ver cómo terminaba todo.

El sonido de una espada atravesando carne me hizo abrir los ojos.

El ninja se tambaleó, soltando un jadeo ahogado mientras una katana atravesaba su pecho desde atrás.

La hoja brillaba bajo la luz de la luna, manchada de sangre.

El ninja cayó al suelo, su cuerpo sin vida desplomándose frente a mí.

Mi mirada subió lentamente por la hoja hasta encontrar a su dueño.

Era mi padre.

Seung estaba de pie frente a mí, su rostro una máscara de furia contenida.

Su presencia, normalmente imponente, parecía casi irreal en medio del caos. Pero lo que más me sorprendió no fue que me hubiera salvado, sino la forma en que me miraba.

-¿¡Qué demonios haces aquí!? -Su voz estaba cargada de una ira que apenas lograba contener.

Me puse de pie, todavía tambaleándome. Sentía las piernas como si estuvieran hechas de plomo, pero reuní el poco coraje que me quedaba para responder.

-¿¡Qué "hago" aquí!? -Grité, el enojo brotando como un torrente.-¿¡Por qué no me llamaste!? ¡Soy parte de este clan! ¡Debería estar luchando con ustedes!-

-¡No tienes idea de lo que dices!-Seung dio un paso hacia mí, su mirada helada como el acero.-¡No tienes nada que hacer aquí. Esto no es un juego, Tobe! ¡Esto no es entrenamiento! ¡Esto es una guerra!-

-¡Eso lo sé! -Repliqué, sintiendo cómo mi voz se quebraba.- ¡Míralos! ¡Ellos están muriendo! ¿¡Y tú pretendes que me quede atrás como un cobarde!? -Señalé los cadáveres a nuestro alrededor.

Su mano libre se cerró en un puño, y por un momento pensé que iba a golpearme.

Pero no lo hizo.

-¿Quieres quedarte? -Seung hablo con su voz ahora más baja, más peligrosa.-Entonces acostúmbrate a esto.-

Sus palabras me golpearon como una bofetada.

-¿Qué...?

-Acostúmbrate a ensuciarte las manos.-Sujeto mi brazo con fuerza y colocó una katana sobre ella.-A la sangre...A la muerte.-Tomo mi rostro sin ninguna clase de delicadeza y me obligó a mirar el cadáver que estaba en el suelo.-Porque si decides quedarte, eso es todo lo que encontrarás aquí. -

Me quedé mirándolo, incapaz de responder.

Su katana todavía goteaba sangre, y su mirada era tan fría que me hizo sentir como si estuviera desnudo bajo un vendaval.

Por un momento, no hubo nada más que silencio entre nosotros.

Luego, Seung dio un paso atrás y envainó su katana.

-Si vas a quedarte...-Se giro dándome la espalda.-Asegúrate de no estorbar.-

Lo vi alejarse, su figura desapareciendo entre las sombras y el humo.

Quería gritarle, quería decirle que no tenía derecho a hablarme así, pero las palabras no salieron.

En cambio, me quedé allí, rodeado de muerte, con las palabras de mi padre resonando en mi mente.

"Acostúmbrate a esto."

Miré la sangre en mi espada y luego al cadáver del ninja a mis pies.

Sentí náuseas.

Y por primera vez en mucho tiempo...

Miedo.

El aire olía a hierro y cenizas, un aroma tan espeso que parecía pegarse a mi garganta con cada respiración.

Mientras avanzaba por el campo de batalla, mis pies se hundían en un suelo empapado de sangre y barro.

El sonido de las katanas chocando, los gritos desgarradores de los heridos y los gemidos de los moribundos llenaban mis oídos, envolviéndome en un concierto de horror que parecía no tener fin.

Mis pasos eran lentos, pesados.

Cada vez que miraba a mi alrededor, sentía que una parte de mí se desmoronaba.

Cuerpos apilados, rostros congelados en expresiones de terror y dolor.

Vi el cadáver de un joven, apenas un adolescente, con su katana todavía aferrada en sus manos rígidas.

Parecía como si hubiera caído luchando por algo que nunca entendería.

Era un infierno.

Avancé más, con las manos aferradas a mi katana como si fuera lo único que me mantenía conectado a la realidad.

A lo lejos, escuché pasos apresurados y, antes de que pudiera reaccionar, un ninja del clan Sanada emergió de las sombras, su mirada llena de odio.

-¡Tú también morirás Taek! -Rugió mientras se lanzaba hacia mí con su espada en alto.

El primer choque de nuestras katanas resonó como un trueno.

Sentí el impacto vibrar en mis brazos, y durante un breve instante, el pánico me paralizó.

Este no era un entrenamiento, no había nadie que detuviera el combate si me equivocaba.

El ninja lanzó un segundo ataque, y apenas logré esquivarlo.

Mi mente estaba nublada, mis pensamientos eran un torbellino de confusión y miedo.

No podía hacerlo.

No podía matar a alguien.

Pero no tenía elección.

Reuní todo el coraje que pude y contraataqué, mi katana cortando el aire con un sonido agudo.

El ninja bloqueó el golpe, pero tropezó, dándome una abertura.

Sin pensar, lancé otro ataque, esta vez directo.

Mi espada atravesó su abdomen, y su grito de agonía se mezcló con el ruido de la batalla.

Solté la katana por un instante, mi cuerpo tembló mientras el hombre caía al suelo.

Mi estómago se revolvió al ver la sangre brotar de su herida, al ver la vida desvanecerse de sus ojos.

Sentí náuseas.

Quería vomitar.

Quería correr.

Quería salir de ese lugar maldito y no volver jamás.

Pero no podía.

Mis pies parecían anclados al suelo, y mi mente, aunque rota, sabía que no había vuelta atrás.

Miré mis manos.

Estaban manchadas de sangre, la sangre de alguien que yo había matado.

Esto no está bien.

Esto no soy yo.

El brillo de mis ojos, el que alguna vez reflejaba esperanza y determinación, se desvanecía con cada segundo que pasaba en ese lugar.

Pero sabía que no podía detenerme.

Si lo hacía, moriría.

Avancé nuevamente, aunque no entendía por qué.

Era como si algo más estuviera controlando mis movimientos, llevándome más y más profundo en ese abismo de muerte y destrucción.

Cada paso era una lucha.

Cada enemigo que se cruzaba en mi camino era un recordatorio de lo que me estaba convirtiendo.

Mis ataques se volvieron automáticos, mis movimientos mecánicos.

Cada vida que tomaba dejaba una cicatriz en mi alma, un peso que sabía que nunca podría quitarme.

¿Por qué seguía avanzando?

No encontraba a nadie con vida, nadie que pudiera explicarme qué estaba pasando.

Todo lo que quería era encontrar a mi padre, una figura que, aunque distante, era la única conexión que me quedaba con algo parecido a la cordura.

El caos me rodeaba, pero mi mente estaba en blanco.

Mis piernas se movían como si fueran guiadas por un instinto primitivo, ignorando el dolor, el miedo, la culpa.

Entonces, escuché su voz.

Los gritos de mi padre resonaron desde el salón principal, cortando el ruido de la batalla como un cuchillo.

Sin pensarlo, corrí hacia el sonido, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho.

Cuando llegué, las puertas shoji estaban cerradas, pero a través del papel desgarrado pude ver las sombras de dos hombres combatiendo.

Sus movimientos eran rápidos, fluidos, como un baile mortal.

Reconocí la figura de mi padre de inmediato.

Su postura, su forma de manejar la katana, todo era inconfundible.

Pero la otra figura...

Era Hae Sanada, el líder del clan enemigo.

Mi respiración se aceleró mientras observaba la batalla.

Las sombras se movían con una velocidad y precisión que me dejaban hipnotizado, pero también aterrorizado.

Cada golpe, cada movimiento era letal.

Quería entrar.

Quería ayudar.

Pero no podía moverme.

Mis piernas estaban pegadas al suelo, mi cuerpo congelado por el pánico.

"¿Qué hago? ¿Cómo puedo ayudar?"

Los sonidos de las espadas chocando llenaron el aire, cada impacto resonando como un tambor en mi pecho.

Las sombras de ambos hombres se entrelazaban, y cada vez que uno parecía ganar la ventaja, el otro encontraba la forma de contraatacar.

Mi mente estaba en caos.

Quería gritar, quería correr hacia mi padre, pero no podía.

Todo lo que podía hacer era mirar, atrapado en un estado de terror absoluto.

El tiempo parecía detenerse.

Cada segundo se estiraba, cada movimiento de las sombras se grababa en mi mente como una escena de pesadilla.

Entonces, escuché el grito de mi padre.

Un grito que me arrancó de mi estado de shock.

Sin pensarlo, empujé las puertas shoji y entré al salón.

Lo que vi dentro fue aún peor que lo que había imaginado.

El salón principal estaba sumido en una calma antinatural, rota únicamente por el leve susurro del viento que se colaba por las ventanas rotas.

Mi respiración era un eco desesperado en mis oídos mientras avanzaba, incapaz de procesar el horror que mi instinto me advertía.

El olor a sangre era más fuerte aquí, casi asfixiante, y mi katana temblaba en mis manos como si compartiera mi miedo.

Cuando mis ojos se posaron en ellos, el tiempo pareció detenerse.

Mi padre, Seung, yacía en el suelo, con su cuerpo inclinado hacia un lado, como si hubiera caído con una calma inaudita.

La katana de Hae Sanada atravesaba su pecho, justo en el corazón, el símbolo del clan enemigo, como un cruel poema de sangre y acero.

Pero lo que me heló hasta los huesos fue su rostro.

No había rabia, ni miedo, ni siquiera dolor.

Su expresión era neutral, casi serena, y en sus labios se dibujaba una tenue sonrisa, como si hubiese aceptado su destino en el último aliento.

Hae Sanada estaba frente a él, su cuerpo rígido y frío, sostenido solo por la gravedad y la estrella de metal que se incrustaba en su frente.

Esa estrella, el símbolo de los Taek, formaba una perfecta X con la sangre que corría por su rostro, manchando su armadura y el suelo bajo él.

Su expresión era igual a la de mi padre, pacífica, casi como si compartieran un entendimiento final, un adiós que solo ellos comprendían.

Me quedé allí, incapaz de moverme, mientras mi mente intentaba descifrar lo imposible.

¿Por qué?

Era lo único que podía pensar.

¿Por qué habían luchado hasta la muerte?

¿Por qué habían sonreído al final?

Todo lo que veía parecía una cruel obra de teatro, un destino trazado mucho antes de que yo siquiera naciera.

El mundo parecía apagarse a mi alrededor.

El ruido de la batalla en el exterior se desvanecía, y el único sonido que quedaba era el de mi propia respiración irregular.

Intenté hablar, gritar, pero mi garganta estaba seca, bloqueada por el nudo de emociones que se arremolinaban en mi interior.

Mis piernas cedieron, y caí de rodillas frente a ellos.

La katana se me escapó de las manos, resonando con un eco metálico en el silencio del salón.

-P-Papá...-Extendí una mano temblorosa hacia él, pero me detuve antes de tocarlo.

Parecía tan frágil, tan lejos de ser el hombre imponente que siempre había conocido.

Mi corazón latía con una fuerza desesperada, queriendo llenar el vacío que ahora sentía dentro de mí.

Fue entonces cuando lo vi.

Al otro extremo del salón, a través de la penumbra, una figura emergió de entre las sombras. Esa sombra se acercó, con el cabello oscuro desordenado y los ojos abiertos de par en par.

Estaba tan horrorizado como yo, con su rostro pálido y su postura rígida, como si el más mínimo movimiento pudiera romperlo.

Garu.

Nuestros ojos se encontraron, y en ese instante supe que él también había pasado por el mismo infierno.

Su mirada estaba vacía, pero había un atisbo de algo más: culpa, miedo, o quizá un reflejo de lo que yo mismo sentía.

El silencio entre nosotros era ensordecedor.

Ninguno dijo una palabra, pero todo estaba dicho en nuestras expresiones.

Ambos éramos testigos de una tragedia que no entendíamos.

Instintivamente, llevé mi mano hacia la empuñadura de mi katana, y vi que Garu hacía lo mismo.

Pero ninguno de los dos atacó.

Nos quedamos allí, como estatuas, con las armas en alto pero sin la voluntad de usarlas.

No era miedo lo que nos detenía, sino algo más profundo, algo que nos conectaba en ese instante.

Finalmente, como si hubiéramos llegado a un acuerdo tácito, ambos retrocedimos.

Sin decir una palabra, Garu corrió hacia una dirección, y yo hacia la contraria.

Después de todo, solo éramos dos niños, atrapados en un mundo de odio y violencia, huyendo de un destino que parecía inescapable.

Corrí sin mirar atrás, con el sonido de mis propios pasos resonando en mis oídos. No sabía a dónde iba, solo sabía que necesitaba alejarme, escapar de esa pesadilla.

El viento golpeaba mi rostro mientras corría por el bosque que rodeaba la residencia. Cada paso me alejaba más de la escena que acababa de presenciar, pero el peso en mi pecho no disminuía.

Las imágenes de mi padre, de Hae, de Garu, estaban grabadas en mi mente como cicatrices que nunca sanarían.

Corrí hasta que mis piernas no pudieron más, hasta que el mundo se volvió un borrón de árboles y sombras. Finalmente, caí al suelo, jadeando, con el corazón latiendo frenéticamente en mi pecho.

La noche se había cerrado a mi alrededor, y la luna brillaba débilmente entre las nubes.

Mis piernas se doblaron bajo el peso de todo lo que había visto, y me dejé caer al suelo, incapaz de sostenerme más.

Me acurruqué sobre mí mismo, abrazando mis rodillas, mientras las lágrimas caían silenciosas por mi rostro.

No encontré respuestas.

Lo único que tenía era el vacío, y el frío abrazo de la soledad.

En ese momento, supe que nunca volvería a ser el mismo.

La sangre que había derramado, las vidas que había tomado, la muerte de mi padre... todo era un peso que cargaría para siempre.

Y aunque no podía verlo, sabía que Garu sentía lo mismo.

El aire que me rodeaba era pesado, sofocante.

Sentía como si el mundo entero estuviera colapsando sobre mis hombros, ahogándome sin tregua.

Mi corazón golpeaba contra mi pecho, violento y errático, como si intentara escapar del vacío que me consumía.

Mis manos temblaban sin control, aferrándose a la tierra manchada de sangre como si eso pudiera mantenerme anclado a la realidad.

Pero no lo hacía.

Todo se desmoronaba.

Los cuerpos de mis compañeros que habían sido como mi familia, desfilaban en mi mente en un espiral sin fin.

Sus rostros me miraban, vacíos, acusadores.

Cada vida que había tomado para llegar hasta aquí también se alzaba como un espectro, sus ojos abiertos, sus labios mudos pero llenos de preguntas.

¿Por qué?

¿Por qué yo?

¿Por qué sobreviví cuando ellos no lo hicieron?

Mi respiración se volvió cada vez más rápida, errática.

Era como si el oxígeno me estuviera abandonando.

Intenté inhalar profundamente, pero mi pecho no me obedecía.

El terror me asfixiaba, hundiéndome en un abismo del que no sabía cómo escapar.

Mi mente se llenó de imágenes de mi padre, de su cuerpo inmóvil en ese salón teñido de rojo, de la estrella y el corazón que ahora eran cicatrices imborrables en mi alma.

Había perdido a mi clan.

A mi gente.

A mi padre.

Y entonces, un pensamiento me atravesó como una daga:

¿Y si también había perdido a mi madre?

La sola idea de que ella pudiera haber corrido la misma suerte me destrozó de una manera que no creía posible.

Sentí que algo se rompía dentro de mí, algo tan profundo y esencial que ni siquiera sabía que existía.

No... no ella.

Por favor, no ella.

Me acurruqué sobre mí mismo, abrazando mis rodillas mientras las lágrimas caían sin control por mi rostro.

Era demasiado.

Todo era demasiado.

Quería gritar, pero mi voz estaba atrapada, perdida en algún rincón oscuro de mi ser.

Pero entonces, algo cambió.

La imagen de mi madre se hizo más clara en mi mente, su rostro sereno y fuerte, sus manos cálidas que siempre habían sabido cómo calmarme cuando era un niño.

No podía perderla también.

Ese pensamiento me sacudió, como un relámpago en medio de la tormenta. Sentí una chispa de algo, determinación, tal vez, o simplemente desesperación, que me hizo levantar la cabeza.

Ella estaría viva.

Tenía que estar viva.

Me puse de pie tambaleándome, mi cuerpo aun temblando y mi respiración irregular.

Pero no importaba.

Tenía que llegar a ella.

Mis pensamientos se dirigieron al clan de las kunoichis, al último lugar donde la había visto.

Recordé a las mujeres reunidas, a su líder, mi madre, manteniéndose firme incluso cuando todo parecía perdido.

Mi clan no era solo sangre y linaje.

Era mi madre, y tal vez las personas que aún podían estar vivas.

Ignoré el peso en mi pecho, el temblor en mis manos y la voz en mi mente que me decía que no lo lograría.

Corrí, dejando atrás el horror que me había paralizado momentos antes.

El paisaje a mi alrededor se volvió un borrón mientras mis pies golpeaban el suelo con fuerza.

La adrenalina quemaba en mis venas, impulsándome hacia adelante, más rápido de lo que creía posible.

Estaba preparado para cualquier cosa.

Si encontraba enemigos, lucharía.

Corrí con todo lo que me quedaba, porque no podía permitirme perder más.

La noche se alzaba con un resplandor carmesí, iluminada por el fuego que consumía los restos del lugar que había sido mi última esperanza.

Al llegar al clan de las kunoichis, el mundo se cerró en mi pecho.

Las llamas danzaban con una ferocidad que parecía burlarse de mi llegada.

Las estructuras se desmoronaban, consumidas por el fuego, y un silencio aterrador cubría el aire. El único sonido era el crujir de las maderas y el lamento del viento que parecía llorar por las almas que se habían perdido.

No podía ser cierto.

No podía ser demasiado tarde.

Corrí por los senderos que una vez habían estado llenos de vida, buscando desesperadamente una señal, cualquier indicio de que alguien, cualquiera, aún estuviera con vida.

Mi mente me traicionaba, llenándome de imágenes de mi madre, de su sonrisa tranquila, ahora ahogada en un mar de llamas y cenizas.

-¡Madre! -Grité con todas mis fuerzas, mi voz rasgando el aire cargado de humo.

No hubo respuesta.

Me adentré más, tropezando con los restos de lo que una vez fueron hogares, refugios, sueños.

Mi respiración se volvió pesada, no solo por el humo, sino por la desesperación que se asentaba en mi pecho como un peso insoportable.

De repente, un sonido.

Llantos y gritos.

Detuve mi carrera en seco, girando la cabeza hacia la fuente del sonido.

Entre el rugir de las llamas y el caos que me rodeaba, escuché claramente los sollozos de niños.

Mi corazón dio un vuelco, y sin dudarlo, me dirigí hacia ellos, mis pasos acelerándose mientras esquivaba los escombros ardientes.

El edificio principal estaba en llamas, las columnas que sostenían el techo tambaleándose peligrosamente.

Entré sin pensarlo, el calor golpeándome como una pared sólida.

Dentro del salón, vi a un gran grupo de niños pequeños acurrucados en un rincón, sus rostros manchados de ceniza y lágrimas.

Algunos se aferraban entre sí, mientras que otros miraban a su alrededor con terror puro en sus ojos.

Cuando me vieron, el más pequeño señaló detrás de mí con un dedo tembloroso.

-¡Enemigos! -

Me giré justo a tiempo para esquivar una espada que descendía hacia mi cabeza.

Mi cuerpo reaccionó por instinto, lanzándome hacia atrás y desenvainando mi arma.

No había tiempo para dudas.

No había espacio para la misericordia.

Mis movimientos fueron rápidos, precisos.

La katana en mi mano se convirtió en una extensión de mi ser mientras me enfrentaba a los enemigos que se interponían entre esos niños y su única esperanza.

Cada golpe resonaba en mis oídos, cada impacto enviaba una vibración que subía por mi brazo hasta mi alma.

Pero ellos seguían viniendo.

Uno tras otro, los atacantes surgían de las sombras y las llamas, sus ojos fríos y sin piedad clavados en mí.

Sabía que no se detendrían hasta que los niños y yo fuéramos cenizas como el resto de este lugar.

Una espada me alcanzó en el costado, el dolor fue agudo, como si el fuego me hubiera atravesado.

Pero no caí.

No podía permitirme caer.

-¡Quédense atrás! ¡No se muevan! -Grité hacia los niños, sin atreverme a apartar los ojos de mis enemigos.

La herida ardía, pero el dolor era un recordatorio de que aún estaba vivo, aún podía luchar.

Uno de los enemigos avanzó, su arma levantada para un golpe mortal, pero lo detuve con un giro rápido de mi katana, encontrando una abertura y terminando con él antes de que pudiera reaccionar.

Mis movimientos se volvieron más desesperados, más frenéticos.

Cada paso que daba, cada enemigo que caía, era una lucha por proteger algo que aún valía la pena.

Ellos no iban a ganar.

No mientras yo pudiera respirar

Otro enemigo me alcanzó, esta vez cortándome el hombro. El dolor casi me hizo caer, pero mi mirada se desvió hacia los niños, quienes seguían mirándome con ojos aterrorizados.

Con un rugido, reuní lo que me quedaba de fuerza y terminé con el último atacante.

Mi katana cayó de mi mano, y mis piernas tambalearon mientras trataba de recuperar el aliento.

El salón estaba lleno de humo y cenizas, pero por primera vez desde que había llegado, el silencio regresó.

Me giré hacia los niños, quienes ahora me miraban con una mezcla de alivio y miedo. Sus pequeños rostros estaban marcados por las lágrimas, y algunos sollozaban silenciosamente.

-¡Vamos... tenemos que salir de aquí! -Grite con una voz que apenas reconocí como mía.

Todos se reunían a mi alrededor, sus manitas se aferraban a mi ropa como si yo fuera lo único que los mantenía conectados al mundo.

La herida en mi costado ardía con cada paso que daba, pero no me detuve.

Guie a los niños a través del caos, esquivando los escombros y las llamas mientras el edificio se desmoronaba a nuestro alrededor.

Finalmente, llegamos al exterior.

El aire frío de la noche golpeó mi rostro como una bendición, aunque seguía cargado de humo y cenizas.

Miré a los niños, asegurándome de que todos estuvieran a salvo.

Sus miradas estaban fijas en mí, llenas de una mezcla de gratitud y miedo que me dejó sin palabras.

Caí de rodillas, el peso de todo lo que había sucedido finalmente alcanzándome.

Sentí el calor de las lágrimas correr por mi rostro mientras el dolor, tanto físico como emocional, me envolvía por completo.

Había sobrevivido.

Ellos habían sobrevivido.

Pero...¿A qué costo?

Los niños se aferraron a mi ropa con manos pequeñas y temblorosas mientras sus ojos, llenos de lágrimas, se alzaban hacia mí.

Habían sido testigos de un horror que ningún niño debería experimentar, pero allí estaban, agradecidos, llamándome con un título que me sacudió hasta el alma.

-Gracias, jefecito...-

La primera vez que lo escuché, pensé que mi mente me jugaba una mala pasada.

Pero los murmullos se volvieron un coro.

-¡Gracias jefecito!-

No pude responder.

La palabra retumbaba en mi cabeza como un eco lejano, extraño, como si no me perteneciera.

Mi cuerpo temblaba, agotado por la batalla, y cada respiración quemaba como si aún estuviera dentro del edificio en llamas.

-Nos salvaste, jefecito...-La voz de una niña pequeña rompió la neblina en mi mente.

Su rostro, manchado de ceniza, brillaba con gratitud y esperanza.

Quise decir algo, cualquier cosa, pero mi vista comenzó a nublarse.

Las llamas alrededor parecían volverse más lejanas, como si el mundo entero se estuviera desmoronando bajo mis pies.

Mi cuerpo cedió antes de que pudiera evitarlo, y todo se volvió oscuridad.

Cuando desperté, el frío antiséptico de una habitación de hospital llenó mis sentidos.

La luz blanca del techo me hizo entrecerrar los ojos, y un dolor punzante recorrió mi cuerpo. Intenté moverme, pero el peso de las heridas me anclaba al colchón.

¿Había sobrevivido?

El sonido de pasos suaves llamó mi atención, y antes de que pudiera procesarlo, una figura familiar entró en mi campo de visión.

-Madre...-Mi voz era apenas un susurro, pero ella me escuchó.

Su rostro, estaba marcado por el cansancio y el dolor, se iluminó al verme despierto. Sin decir una palabra, me abrazó con una fuerza que nunca había sentido antes.

-¡T-Tobe! ¡P-Pensé que te había perdido!-Su voz se quebró, y sentí sus lágrimas caer sobre mi hombro.

Quise consolarla, pero las palabras no salieron.

Podía sentir su dolor, su sufrimiento, y sabía que compartíamos la misma carga.

Ella se apartó lo suficiente para mirarme a los ojos.

Su rostro estaba pálido, con sus ojos hinchados por el llanto, y en ellos podía ver el vacío que había dejado la pérdida de mi padre.

-Seung... -Su voz apenas era un murmullo. Lo perdimos, Tobe.-Ella se quebró.-A todos... los perdimos.-

El peso de sus palabras cayó sobre mí como una montaña.

Mi pecho se apretó, y por un momento, el dolor físico se desvaneció, reemplazado por un abismo que parecía no tener fin.

-Lo siento... -Susurré, aunque sabía que mis disculpas no eran suficientes para llenar el vacío que sentíamos.

Ella volvió a abrazarme, como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento.

Sus lágrimas no cesaban, y yo no tenía fuerzas para detenerlas.

Los días siguientes fueron un torbellino de caos y desolación.

La noticia del enfrentamiento entre los clanes Taek y Sanada se había esparcido como pólvora, y la prensa no tardó en convertirlo en un espectáculo.

Los titulares hablaban de la "Gran Tragedia" y el "Fin de los Clanes Legendarios".

Leí los informes con el corazón pesado.

El conteo de pérdidas era abrumador.

Mi clan, mi gente, mi hogar... todo había desaparecido.

Y no éramos los únicos.

Los Sanada también habían caído, dejando solo cenizas en su lugar.

¿Cómo había llegado todo a esto?

Esa pregunta me atormentaba, y no encontraba respuestas.

Pero no era el único que las buscaba.

Las demandas de justicia y verdad comenzaron a crecer, y no pasó mucho tiempo antes de que me convocaran.

El Círculo de la Luna.

A pesar de mi corta edad, me trataron como un adulto.

No había espacio para la compasión en sus ojos, solo juicio.

La organización, compuesta por los líderes de los clanes sobrevivientes, se reunía en un salón opulento, iluminado por la fría luz de la luna que daba nombre a su círculo.

El aire estaba cargado de una autoridad sofocante, y sus miradas parecían perforarme.

Yo apenas tenía once años, pero ellos esperaban que cargara con el peso de generaciones de errores.

Uno de los ancianos se inclinó hacia mí, colocando un pergamino frente a mí.

-Estas son tus opciones, Tobe Taek...Pagarás por los pecados de tu familia.-

Tomé el pergamino con manos temblorosas y lo abrí.

Las palabras parecían borrosas al principio, pero poco a poco tomaron forma.

Eran sentencias. Castigos. Vías para reparar el daño que, según ellos, mi clan había causado.

Ninguna me pareció suficiente.

-No... esto no es justo. -Mi voz, aunque temblorosa, tenía un tono de desafío.

-¿Y qué propones, muchacho? -Preguntó otro miembro con una sonrisa fría.

El salón quedó en silencio por un momento, hasta que una palabra resonó en el aire, dicha por uno de ellos con un tono calculado.

-Venganza.-

Mi corazón se detuvo.

Esa palabra encendió algo en mi interior.

Una llama que había permanecido latente, esperando el momento adecuado para consumirlo todo.

La imagen de Garu, con sus ojos llenos de pánico, apareció en mi mente.

Él estaba allí.

Él había sobrevivido.

Y en ese momento, la rabia me cegó.

-¡Fue su culpa! -Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.

-¿De quién hablas? -Preguntaron, aunque parecían saber la respuesta.

-¡Garu Sanada! -Mi voz era más firme ahora, alimentada por la ira.

El círculo murmuró entre sí, pero no me importó.

La imagen de Garu, huyendo como un cobarde, llenaba mi mente.

Era un recordatorio constante de lo que había perdido.

-¡Lo encontraré!-Grite, pero mi voz temblaba con una mezcla de odio y determinación.-Y acabaré con él.-

El Círculo de la Luna guardó silencio, pero en sus rostros vi algo que no esperaba:

Aprobación.

-Entonces, Tobe Taek, reclama tu lugar...Cumple con tu destino.-

En ese momento, dejé de ser un niño.

Dejé de ser solo el hijo de Seung.

Me convertí en algo más.

Algo que ni siquiera yo entendía por completo.

La ira y el deseo de venganza me consumieron, y supe que mi vida ya no me pertenecía.

Era un Taek, y vengaría a mi clan, aunque tuviera que destruir todo en mi camino.

Dejar mi hogar no fue una decisión fácil, pero sabía que ya no tenía nada ahí.

Mi madre y yo éramos los únicos sobrevivientes de un linaje que alguna vez fue poderoso.

Habíamos perdido todo.

Y aunque ella trataba de mantenernos juntos, de sostener lo poco que quedaba, yo sentía que esa vida me asfixiaba.

Nuestra última discusión fue amarga, llena de reproches que ninguno de los dos se merecía.

Ella quería que me quedara, que encontráramos alguna forma de reconstruirnos juntos, pero yo sabía que no podía ser así.

No podía quedarme en un lugar donde el peso de los recuerdos me aplastaba día tras día.

Cada rincón me recordaba a mi padre, a mi clan, a todo lo que habíamos perdido.

Antes de partir, aseguré que ella no estaría sola.

Dejé lo poco que teníamos para que cuidara de las niños que habíamos rescatado.

Ellos eran su nueva familia ahora, y aunque mi madre nunca lo dijo, creo que entendió que mi partida era inevitable.

Me marché en silencio, sin mirar atrás, porque sabía que si lo hacía, mi determinación flaquearía.

Los primeros meses de mi viaje fueron un tormento.

En cada pueblo al que llegaba, sentía las miradas clavadas en mi espalda.

Susurros que se convertían en gritos silenciosos de horror.

Para ellos, yo no era un niño que había perdido todo; era un monstruo.

Y como todo monstruo, tenía que mantener un perfil bajo, es por eso que opté por comenzar a usar mascaras qué pudieran ocultar mi rostro.

Ese rostro era un recordatorio viviente de la tragedia que había sacudido al mundo de los clanes.

El odio que veía en sus ojos no hacía más que alimentar el mío.

Mis noches eran aún peores.

Apenas dormía, y cuando lo hacía, los recuerdos de aquel día volvían a mí como espectros.

Las llamas, los gritos, la sangre...

Todo regresaba en un torbellino de imágenes que me arrancaba el aliento.

Despertaba cubierto de sudor frío, con las manos temblorosas y el corazón desbocado.

Pero no había nadie a quien recurrir, ni consuelo que encontrar.

Con el tiempo, me acostumbré.

El mundo era frío, insípido, y yo me endurecí para enfrentarlo.

Si ellos me veían como un monstruo, entonces me convertiría en uno.

Fue en medio de este exilio que descubrí algo que cambió mi destino.

Entre los registros polvorientos de mi familia, encontré mención de una fortaleza en un lugar llamado Sooga.

Era un sitio que parecía más una leyenda que una ubicación real, pero decidí que valía la pena buscarlo.

Si era real, podría ser mi refugio.

Mi sorpresa fue grande cuando, durante el viaje, descubrí que no estaba tan solo como había pensado.

Los niños que había rescatado aquella noche trágica, todos varones, me habían seguido.

No supe cómo lo lograron, cómo sobrevivieron tanto tiempo, pero ahí estaban, cansados pero decididos, esperando que los aceptara.

Mi primera reacción fue rechazar la idea.

¿Qué podía ofrecerles yo?

Apenas podía cargar con mi propio peso, mucho menos con el de ellos.

Pero sus ojos, llenos de esperanza, me hicieron dudar.

Estaban en deuda conmigo, o eso decían, y querían que los entrenara, que los convirtiera en algo más.

No quería discípulos, pero tampoco podía abandonarlos.

Así que, de mala gana, los acepté.

Eran torpes, ruidosos, y a menudo me hacían cuestionar mi decisión, pero de alguna forma, comenzaron a llenar el vacío que sentía.

Sin darme cuenta, me convertí en su líder, casi como un padre para ellos.

El viaje a Sooga fue largo y agotador, pero cuando finalmente llegamos, valió la pena.

La aldea era pequeña, casi como si el tiempo no hubiera pasado por ella.

Y en su corazón, encontramos la fortaleza que los registros mencionaban.

Era un palacio hermoso, intacto a pesar de los años, como si hubiera estado esperándonos.

Con los pocos ahorros que me quedaban, logré establecerme allí junto con los niños.

Una parte del dinero lo había dejado con mi madre para que cuidara de las niñas, pero lo que conservé fue suficiente para darnos un comienzo.

Para mi sorpresa, los habitantes de Sooga no nos rechazaron.

Nos miraban con curiosidad, pero sin el desprecio al que ya me había acostumbrado.

Poco a poco, comenzamos a integrarnos, realizábamos alguno que otro pequeño trabajo para sobrevivir, y aunque mi corazón seguía cargado de odio y dolor, sentí algo extraño en aquel lugar: una leve sensación de paz.

No dejé de entrenar.

Sabía que el mundo no era amable, y que debíamos estar preparados para lo que pudiera venir.

Pero en los momentos de calma, mientras observaba a los niños jugar o a los habitantes de la aldea vivir sus vidas simples, me preguntaba si quizá, solo quizá, podría encontrar algo parecido a la redención en aquel rincón del mundo.

Sin embargo, la imagen de Garu nunca abandonó mi mente.

Su rostro era un recordatorio constante de lo que había perdido, y aunque Sooga me ofrecía un respiro, sabía que mi verdadero destino aún estaba por cumplirse.

La venganza seguía siendo mi propósito.

Pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que tenía un lugar desde donde empezar.

O eso creí.

La paz en Sooga fue efímera, una ilusión que me hizo bajar la guardia.

Lo que había construido, lo que comenzaba a sentir como un hogar, se desvaneció en una sola noche, consumido por las llamas del pasado que nunca me dejaron ir.

El ataque llegó sin advertencia.

Me despertó el olor a humo y el sonido de gritos.

Al salir al exterior, vi que el fuego devoraba los muros de mi fortaleza, iluminando la noche como un sol infernal.

Los ninjas corrían desesperados, tratando de contener el incendio, pero los atacantes no les daban tregua. Y allí, entre las sombras y el caos, lo vi.

Garu.

Era imposible no reconocerlo.

Su figura firme, el aire de determinación que lo envolvía, como una sombra de su maldito padre.

Mi sangre hirvió al verlo.

Toda la rabia que había alimentado durante años explotó en ese momento.

Garu era la causa de mi sufrimiento, el culpable de la caída de mi clan, de mi dolor.

Esa noche, todo debía terminar.

Lo espere en el techo de la residencia, donde nuestro enfrentamiento comenzó como una danza mortal bajo el resplandor del fuego.

Cada golpe que lanzaba llevaba el peso de mi odio, cada esquiva era una reafirmación de mi propósito.

Me enfrenté a él como mi padre lo había hecho con el suyo, con la misma desesperación y el mismo anhelo de justicia.

Creí que ese era mi destino.

Creí que finalmente podría liberar mi alma de este tormento al acabar con él.

Veía ese maldito rostro con mucha rabia y noté algo diferente en él.

El recuerdo fugaz de cuando nos conocimos se hizo presente.

Esos ojos vacíos ahora tenían un brillo.

¿Qué podría ser?

Y fue entonces que lo noté.

Garu no estaba solo.

A sus espaldas, una niña de vestido rojo y peinado extraño, demostró que no era una simple acompañante.

Esa niña, esa maldita niña, se lanzó contra mí con una fuerza que no tenía sentido.

Sus movimientos eran un torbellino de poder, rápidos e implacables.

No importaba cuánto intentara contraatacar, cada golpe que le daba parecía insignificante.

Ella no era humana, o al menos no completamente.

Era una anomalía, una molestia que destruyó mi oportunidad de vengarme.

En cuestión de minutos, me encontré en el suelo, derrotado, viendo cómo Garu y esa niña huían mientras mi hogar ardía hasta los cimientos.

Todo estaba perdido.

O eso creí.

A pesar de mi derrota, no podía permitirme rendirme.

Me levanté, tambaleándome, y comencé a buscar a mis ninjas.

Cada grito, cada rostro desesperado, era una daga más en mi corazón.

Aquellos recuerdos volvieron a mí.

Pero me negué a dejar que el caos me consumiera.

Uno por uno, los saqué de los escombros, ayudándolos a escapar del infierno en que se había convertido nuestro hogar.

Afortunadamente, ninguno perdió la vida esa noche.

Había heridos, muchos heridos, pero todos estaban vivos.

Esa fue mi única victoria en medio del desastre.

Mientras intentábamos alejarnos del fuego, encontramos algo inesperado: un trío peculiar que parecía haber estado observando desde las sombras.

Una chica, un chico con maquillaje de payaso y un Shaman de aspecto sereno.

Ofrecieron ayudarnos, y aunque mi desconfianza hacia los extraños era absoluta, no tenía otra opción.

Nos llevaron a su refugio, un lugar apartado del pueblo, donde nos ofrecieron cobijo y cuidado.

Durante días, observé sus movimientos, esperando alguna traición, pero nunca llegó.

La chica, aunque torpe y algo miedosa, se mostró eficiente y confiable.

El payaso, a pesar de su apariencia ridícula, tenía habilidades útiles, mientras que el Shaman poseía un conocimiento profundo que resultó invaluable para sanar a los heridos.

Al principio, mi relación con ellos fue tensa.

No confiaba en nadie, y menos después de lo ocurrido.

Pero con el tiempo, una especie de alianza comenzó a formarse.

No éramos amigos, ni siquiera aliados en el sentido más estricto, pero compartíamos un objetivo común: sobrevivir en este mundo cruel.

Mientras me recuperaba, el odio en mi interior no hacía más que crecer.

La imagen de Garu y esa niña se repetía en mi mente una y otra vez.

La humillación, la impotencia, el fuego... todo se mezclaba en un torbellino de emociones que me devoraba por dentro.

Sabía que no podía quedarme mucho tiempo en ese refugio.

Mi camino no había terminado.

La venganza era lo único que me mantenía en pie.

Sooga me había dado un respiro, pero también me recordó que mi lucha estaba lejos de terminar.

Esa noche, bajo el cielo estrellado, juré que no volvería a subestimar a Garu ni a nadie que estuviera a su lado.

Si esa niña era su aliada, entonces también sería mi enemiga.

No importaba cuántos obstáculos se interpusieran, no importaba cuántas veces cayera.

La llama de mi odio ardía con más fuerza que nunca, alimentada por las cenizas de lo que una vez consideré mi hogar.

Y esta vez, no permitiría que nada ni nadie se interpusiera en mi camino.

La vida me había arrastrado hasta un punto donde ya no quedaba espacio para la redención.

Sooga, antes un lugar de paz, se había convertido en mi campo de batalla personal.

Los primeros días tras el ataque al palacio, tras la caída de lo que alguna vez consideré mi hogar, me sentí perdido.

No tenía rumbo, no tenía a nadie más.

Fue ese trio quien me mostro un camino: el de la delincuencia.

"Los ninjas vagabundos", como empezamos a llamarlos y mi pandilla sembrábamos el caos en Sooga.

Robábamos comida, cometíamos pequeños hurtos, dañábamos propiedades... lo que fuera necesario para sobrevivir.

Al principio, me avergonzaba de lo que hacía.

Robar.

Destruir.

Causar daño.

Eran acciones que no imaginaba para mí mismo, pero la supervivencia era una necesidad, no un lujo.

Apostaría a que Seung se estaría retorciendo en su tumba si se enterara qué su "amado retoño" ahora era un delincuente.

Incluso comencé a juntarme con otros a quienes también se les consideraban como "villanos" en Sooga.

Aun así gracias a esa vida, logre recuperarme y junto con mis ninjas creamos otra guarida, claro no era tan impresionante como el palacio,

Pero ya era todo nuestro.

Los días se volvieron interminables, y esa vida, aunque repulsiva al principio, comenzó a sentirse... cómoda.

En un mundo donde la justicia era una mentira, donde los recuerdos de mi clan destruido me perseguían, no quedaba más que avanzar a través del desorden.

Las noches sin descanso se transformaron en días llenos de caos, y con el paso del tiempo, lo extraño fue darme cuenta de que ya no me avergonzaba.

Empecé a disfrutarlo.

Había una especie de libertad en esa vida, una libertad intoxicante que se desbordaba en cada acción que tomaba, cada paso que daba hacia el borde de la ley.

Me sumergí por completo, y los "Ninjas Vagabundos" se convirtieron en una extensión de nosotros.

Me gustaría decir que eran hábiles para el combate, pero lamentablemente estaba rodeado de idiotas.

A lo largo de los años, algo cambió.

Chief, esa pequeña y torpe chica, se convirtió en mi amiga más cercana.

Jamás me imaginé que alguien como ella podría ganarse mi confianza, pero lo hizo.

Shaman aún tenía mucho por aprender ya que aún era bastante torpe en su campo y Clown...sus chistes eran un asco, pero aun así era divertido pasar el tiempo con ellos.

La alianza con ellos creció, y se convirtió en algo más que una simple necesidad.

Con el tiempo, ellos se volvieron mis amigos, mis compañeros en el caos.

Ya no eran solo los chicos con los que me veía obligado a vivir.

Ellos, de alguna forma, entendían lo que era vivir en las sombras.

Cuando me enteré del pasado de Chief, me lleve una gran sorpresa, ella era una de las niñas que el clan de mi madre había adoptado, mi mundo se sacudió.

Ella había sobrevivido, pero no había estado en la "gran tragedia".

Aun así, la miraba como a una hermana pequeña.

Y nunca sentí por ella algo diferente a un sentimiento fraternal.

Sin embargo, mi alma seguía vacía.

El odio que albergaba por Garu nunca se apagó.

Garu seguía en Sooga, y no iba a descansar hasta que pagara por lo que hizo.

Durante años, lo perseguí, lo aceché y, de vez en cuando, organizábamos pequeñas emboscadas contra él.

Incluso me sorprendió el enterarme que estaba haciendo un voto de silencio.

Aun así siempre había algo que se interponía en mi camino, como si el destino se burlara de mí.

Pucca.

Verla correr por la aldea tras Garu, tan ingenua, tan inmadura, me llenaba de asco.

Su relación con él me parecía una broma cruel, una burla a todo lo que había pasado.

Mientras yo luchaba contra mi propia oscuridad, ellos corrían como si nada importara, como si el mundo que se había desmoronado no les afectara.

Cada vez que intentaba acercarme, ahí estaba ella, Pucca, con su fuerza bruta lista para proteger a su ridículo noviecito.

Siempre arruinaba mis planes.

A pesar de mis esfuerzos, parecía que mi venganza nunca tendría fin.

Los otros habitantes de Sooga también me irritaban, como si todo estuviera en su contra.

Los tres chefs de la aldea, tíos de ese pequeño dumpling molesto, eran un mal necesario.

Sus fideos, a pesar de ser baratos, eran deliciosos y alimentaban a los ninjas vagabundos.

No podía negar que eran un buen recurso para mi gente, pero su presencia, la de esos tontos que atendían con tanta calma, me sacaba de quicio.

Y luego estaba el chico rubio, el idiota que siempre estaba cerca de Pucca.

Su nombre no me importaba mucho, pero su torpeza y su mirada de idiota me hacían sonreír de manera amarga.

Adoraba atormentarlo, hacerlo sentir como un insecto bajo mi bota.

Era una forma de distraerme de mi dolor, supongo.

Por último, Ching y Abyo.

Eran los mejores amigos de Pucca y Garu, y siempre estaban metidos en mis planes.

¿Qué tan patéticos podían ser?

Cada vez que intentaba hacerles daño o acercarme a Garu, ellos también intervenían, frustrando mi venganza una y otra vez.

A veces, pensaba que se sentían más como una molestia que enemigos reales, pero no dejaban de entorpecer mis pasos.

Y así, pasaron los años.

El sol estaba cayendo sobre Sooga, pero no importaba. No importaba que el cielo estuviera teñido de naranja y púrpura, ni que la gente de la aldea comenzara a retirarse a sus hogares.

No, Garu estaba allí, y mientras lo estuviera, yo no iba a descansar.

Seguía vivo.

Y yo lo quería muerto.

Lo vi frente a mí, corriendo con esa calma ridícula que siempre lo caracterizaba.

Sabía que me veía acercarme, que sentía mi presencia, pero siempre encontraba una forma de escapar, una forma de evadir mis ataques. No esta vez.

No cuando estaba tan cerca de alcanzarlo.

-¡Garu!-Grité, dejando que mi voz rasgara el aire.

Corrí detrás de él, saltando por los tejados, saltando por la aldea, mientras mi respiración se hacía más fuerte, más rítmica.

No podía dejarlo escapar.

No después de todo lo que había hecho.

Pero, justo cuando pensaba que lo tenía acorralado, algo me arrojó por los aires. Pucca.

Esa maldita niña, siempre arruinándolo todo.

¿Cómo podía ser tan estúpida?

Tan patética, corriendo por la aldea como si todo fuera un juego.

¿Por qué no podía dejarme pelear?

Mi cuerpo se estrelló contra el suelo con un impacto brutal, y el dolor me recorrió como un rayo.

No me tomé un segundo para lamentarme.

Me levanté rápidamente, mirando al frente para ver a Garu desaparecer nuevamente en la distancia.

Pero algo más llamó mi atención. No sabía qué era al principio, pero algo brilló en el aire, algo que se destacaba entre la multitud.

Una chica de cabello azul, vestida completamente de rosa, caminaba como si todo a su alrededor fuera irrelevante. Era como si el mundo se inclinara ante ella.

Una especie de princesa.

Mimada.

Arrogante.

Así la describí en mi cabeza, porque su porte tan arrogante y altivo me resultaba ridículamente familiar.

¿Quién diablos se creía esta?

Sin embargo, no sentí nada más que indiferencia.

Nada en ella me interesaba.

Y mi cabeza estaba centrada en Garu.

No quería perder tiempo con esta extraña. A mis espaldas, los ninjas gritaban y animaban.

Con un suspiro exasperado, me giré y me alejé.

Si algo tenía claro, era que mantendría la mayor distancia posible de esa chica.

El precio de la lealtad

Los años habían pasado, y Sooga se había convertido en algo que nunca imaginé: un hogar.

No porque me sintiera cómodo en él, ni porque albergara buenos recuerdos, sino porque era el único lugar que quedaba para mí.

Mi odio por Garu seguía siendo el motor que impulsaba mis días, pero en el fondo sabía que, incluso sin él, seguiría aquí.

Cuidaba de mis torpes aunque leales ninjas, aquellos que dependían de mí tanto como yo de ellos.

A veces.

Ellos eran mi responsabilidad, mi clan, mi legado en una forma rota y corrupta.

Durante ese tiempo, no dejé de idear planes para derrotar a Garu.

Uno tras otro, mis intentos fallaron.

Algunos fueron saboteados por su ridícula novia, otros, por esos inútiles que se hacían llamar sus amigos.

No obstante, el fracaso nunca me desanimó.

Me levantaba, volvía a trazar un nuevo plan y seguía adelante.

No por honor, ni por orgullo, sino porque era lo único que sabía hacer.

En medio de todo ese caos, aprendí a encontrar pequeños momentos de paz. A veces, salir a comer con mis ninjas era uno de ellos.

Era extraño, sentarme en un restaurante, pedir un plato de fideos y simplemente estar allí, en silencio, viendo cómo ellos disfrutaban.

Incluso admito que los fideos de los tres chefs eran inigualables y suficientes para alimentar a mi pequeño ejército.

Pero la calma en mi vida nunca duraba.

Una vez, mientras esperaba a que trajeran mi pedido, parpadeé, y en el siguiente momento, me encontraba en un altar.

Frente a mí estaba Chief, con una sonrisa tan amplia que me hacía cuestionar mi cordura.

¿¡Cómo demonios habían terminado casándome con ella!?

Después de la ceremonia, Chief me contó una historia que era tan absurda como ridícula.

Según ella, llevábamos muchísimo tiempo en una relación que había culminado en esa boda.

Ella era insistente, diciendo que estaba destinada a ser mi esposa.

Sus argumentos eran tan cómicos que, por un instante, pensé que solo estaba bromeando.

Pero no lo estaba.

La discusión fue inevitable.

Negué todo, y ella se aferró a su versión como si su vida dependiera de ello.

Lo absurdo de la situación me enfureció.

¿Cómo podía alguien interpretar mi aprecio fraternal como algo más?

Ella era como una hermana para mí, nada más.

No podía imaginarme siendo el esposo de alguien, mucho menos de Chief.

Fue una pelea monumental, llena de gritos y reproches, pero al final, nos divorciamos al día siguiente, como si ese breve matrimonio nunca hubiera ocurrido.

Tras eso, las cosas cambiaron.

Chief comenzó a distanciarse.

Su actitud hacia mí se enfrió, y aunque intenté mantener la relación como antes, ella parecía no estar interesada.

A veces, la veía de lejos, liderando a su grupo con la misma fuerza que siempre había admirado, pero ya no había espacio para nuestra antigua camaradería.

Finalmente, llegó el día de nuestro enfrentamiento.

Fue el último.

Cuando terminó, ella se fue, llevándose consigo nuestra alianza y un fragmento de la estabilidad que había construido con tanto esfuerzo.

No volví a saber de ella.

La verdad es que la apreciaba, pero solo como una hermana.

No podía darle lo que ella quería.

Nunca podría.

El amor, como lo entendían los demás, me parecía una debilidad, algo asqueroso que no tenía lugar en mi vida.

Mi corazón estaba demasiado ocupado con la venganza, con el odio, con la lucha interminable contra el peso de mi pasado.

Además, sabía que como líder de mi clan, algún día tendría que pensar en un heredero.

Era un deber que no podía evitar, pero tampoco algo que estuviera dispuesto a enfrentar ahora.

Apenas tenía 19 años y estaba demasiado centrado en mis objetivos como para preocuparme por formar una familia.

Desde que Chief se fue, las cosas se complicaron.

La falta de su grupo como aliado dejó un vacío que afectó directamente nuestras operaciones.

El dinero era más escaso, los recursos más difíciles de conseguir.

Mis ninjas comenzaron a sufrir las consecuencias, y yo, como su líder, llevaba el peso de sus problemas sobre mis hombros.

Milagros disfrazados de coincidencias

El tiempo de crisis fue una prueba que no esperaba superar tan fácilmente. Los recursos eran escasos, los trabajos apenas alcanzaban para alimentar a mis ninjas, y las constantes derrotas frente a Garu empezaban a desgastar la moral de todos.

Fue en uno de esos días oscuros cuando apareció un hombre llamado Fyah, ofreciendo algo que, en ese momento, parecía casi un milagro.

Se presentó como el gerente de un nuevo restaurante en Sooga, "Dong King", un nombre que, aunque me sonaba vagamente familiar, no despertó mi interés.

Todo lo que importaba era que necesitaba dinero y Fyah ofrecía trabajos esporádicos que, aunque no eran muy ortodoxos, eran fáciles para alguien con mi experiencia.

Transportar cargamentos, conseguir ingredientes exóticos o lidiar con situaciones "problemáticas", todo se convirtió en parte de mi rutina.

Fue en uno de esos encargos donde conocí a Hwayo, una florista que, sinceramente, me pareció una completa extraña.

Hablar con las plantas no es algo que sueles ver todos los días.

Nuestra primera interacción fue desastrosa, marcada por discusiones sobre "respetar el espíritu de la naturaleza" mientras yo simplemente buscaba especias.

A pesar de nuestras diferencias, con el tiempo, Hwayo se convirtió en una aliada inesperada.

Siempre dispuesta a ayudar, a veces incluso sin que se lo pidiera.

Con el paso de los años, esa dinámica se volvió habitual.

Fyah seguía ofreciendo trabajos, Hwayo encontraba formas creativas de conseguir los ingredientes necesarios, y mis ninjas y yo sobrevivíamos como podíamos.

Sin embargo, el tiempo también trajo sorpresas que no anticipé.

Algunos de mis ninjas decidieron abandonar la pandilla para seguir otros caminos.

Cuando me enteré de sus planes, mi primera reacción fue de furia.

¿¡Cómo podían siquiera pensar en dejar el clan!?

Pero cuando vi la determinación en sus ojos, entendí que no era una traición.

Era evolución.

Contra todo pronóstico, los apoyé.

Financiar sus estudios, ayudarles a conseguir herramientas, incluso asistir a alguna que otra graduación, fue mi manera de demostrarles que siempre serían parte de mi familia, aunque eligieran otro destino.

Mientras tanto, Sooga seguía siendo el extraño lugar que era, lleno de aventuras y absurdidades.

Un día, Dong King apareció en escena.

Apenas lo reconocí, pero algo en su presencia me resultaba incómodamente familiar, como si lo hubiera visto en otra vida.

Su llegada desató un caos inmediato.

Me reí como nunca cuando me enteré de que se había hecho pasar por el padre de Garu.

La ingenuidad de ese ridículo ninja era casi conmovedora en su estupidez.

Pero, como siempre, Pucca intervino, y de alguna manera terminé involucrado.

Por órdenes de la "princesa", tuve que buscar a Garu y convencerlo de que enfrentara a Dong King.

Fue irritante, pero al final, la situación nos llevó a unir fuerzas momentáneamente.

Luchar hombro a hombro contra Dong King fue surrealista, pero efectivo.

Tras una intensa batalla, el hombre desapareció, y Sooga volvió a la normalidad, o al menos a su versión de ella.

Esa experiencia, junto con otras menos memorables, me hicieron empatizar con Garu de formas que no esperaba.

Por primera vez, vi algo más allá del objetivo de mi venganza.

Comprendí la carga que él también llevaba, la soledad que compartíamos, aunque nunca lo admitiera en voz alta.

Pero no podía dejarme llevar.

No podía olvidar el propósito que había dado sentido a mi vida durante tantos años.

Mi odio seguía allí, tan fuerte como siempre. A pesar de los momentos de conexión, de las alianzas temporales y de las risas inesperadas, sabía que mi camino no estaba en la reconciliación.

Tenía que seguir adelante. No importaba cuánto cambiara el mundo a mi alrededor; mi objetivo seguía siendo el mismo.

Y mientras respirara, no me detendría.

Claro, la noticia de que Garu había recuperado su honor fue como un golpe directo al pecho.

Aquel joven silencioso, al que había jurado destruir, ahora brillaba como el heredero que siempre debió ser.

Un símbolo de todo lo que yo no podía alcanzar. Fue una humillación más profunda de lo que quería admitir, y la ansiedad comenzó a devorarme desde dentro.

Los ataques de pánico se hicieron frecuentes.

Mi mente se llenaba de imágenes de mis fracasos, de las burlas, de las vidas que había arruinado en mi obsesión.

Pero no podía hablar de eso con nadie. Mostrar debilidad era imperdonable.

Cargar con mi propio tormento en silencio parecía ser el único camino. Sin embargo, no importaba cuánto intentara ignorarlo, cada día me hundía más en ese pozo oscuro, atrapado entre el peso de mis errores y la falta de un propósito claro.

Y entonces, como si el destino decidiera sacudirme con violencia, algo irrumpió en mi vida con la fuerza de un huracán.

Un día, mientras trabajaba en uno de los encargos habituales, me enteré de que el restaurante "Dong King" había sido atacado.

Según los rumores, el objetivo era eliminar a la "Princesa".

La curiosidad me empujó a involucrarme más de lo necesario, ofreciendo ayuda bajo el pretexto de proteger los intereses del restaurante.

En medio del caos, me encontré cara a cara con Dong King, o algo así, ya que hable con un holograma de él.

Para mi sorpresa, me reconoció.

No como un empleado más, sino como alguien que había demostrado su valía.

Sus palabras fueron inesperadas, casi desconcertantes.

Era como si estuviera escuchando todo lo que siempre había deseado oír. Reconocimiento, respeto, y algo que casi se sentía como orgullo.

Ese momento fue un cambio para mí.

El agradecimiento de Dong King fue más allá de las palabras.

Me ofreció un puesto más importante, un contrato formal, prestaciones que beneficiarían no solo a mí, sino también a mis ninjas.

Era una oportunidad única, una que no podía rechazar.

Por primera vez en mucho tiempo, vi una salida del pozo en el que me había hundido.

Acepté la oferta con una sonrisa, convencido de que este era el comienzo de algo mejor. Pero esa sonrisa se desvaneció en cuanto escuché los detalles de mi nuevo empleo.

-A partir de hoy, serás el guardaespaldas de Ring-ring... - Anunció Dong King.

Ring-Ring.

Ese nombre cayó como un martillo sobre mi conciencia.

No podía creerlo.

¿¡De todas las personas posibles, tenía que ser ella!?

Recordaba a esa chica caprichosa, siempre rodeada de lujos y con un aire de superioridad que me irritaba profundamente.

¡Yo no quería ser una niñera!

Ese hombre insistió una y otra vez, yo no podía darme el lujo de rechazar una gran oportunidad como esa.

A muy regañadientes tuve que aceptar.

Ahora, mi vida dependía de protegerla.

Ya no protesté.

No podía.

Mi orgullo seguía gritando en mi interior, pero el pragmatismo me obligó a aceptar.

Necesitaba ese trabajo, por mucho que me desagradara la idea. Así que apreté los dientes, tragué mi frustración y asentí.

-Aceptaré esa misión...-Mentí con una sonrisa forzada, sintiendo cómo mi mundo daba otro giro inesperado.

Había sobrevivido al caos antes, pero esto... esto era diferente.

No solo tendría que lidiar con una mujer que parecía sacarme de quicio con solo respirar, sino que ahora, más que nunca, mi vida y la de mis ninjas dependían de mantener este nuevo rol.

El huracán había llegado, y no tenía opción más que enfrentar la tormenta.

Mis primeros días con Ring-Ring fueron, sin exagerar, una absoluta pesadilla.

La chica que recordaba como una fuerza de la naturaleza, siempre llena de energía y algo insoportablemente escandalosa, parecía haber desaparecido.

En su lugar, encontré a una mujer que apenas podía disimular el abatimiento que la consumía.

¿El motivo?

La relación, que ya no era tan secreta, entre Pucca y Garu.

Me resultaba absurdo.

¿Cómo podía alguien tan fuerte, tan segura de sí misma, venirse abajo por algo tan trivial?

La misma Ring-Ring que podía barrer con cualquier enemigo con sus poderes, ahora lloriqueaba en silencio por un hombre que, sinceramente, nunca había mostrado el menor interés en ella.

Al principio, no hice más que observarla con un mal disimulado fastidio.

Pero eventualmente, algo en mí se movió.

No era empatía, ni lástima, pero había algo patético en verla así, y no podía simplemente ignorarlo.

Así que, a mi manera, intenté animarla.

-¡Creí que él me amaba! -Ring-ring lloriqueo entre lágrimas.

-¡Nadie te quiere! -Me deje llevar por la irritación.

Ella me lanzó una mirada furiosa, una chispa de la Ring-Ring que recordaba, y me sentí algo satisfecho.

Aunque no lo admitiera, parecía que mis palabras tuvieron algún efecto, porque poco a poco recuperó parte de su actitud habitual.

Sin embargo, eso no significaba que nos lleváramos bien.

Muy por el contrario, nuestra relación era todo menos cordial.

Ring-Ring no hacía ningún esfuerzo por ocultar su desdén hacia mí, y yo tampoco me molestaba en ser amable.

Nuestros caracteres chocaban constantemente; ella era impetuosa, extravagante y ruidosa, mientras que yo obviamente prefería el silencio y el control.

Pero lo que realmente me resultaba insoportable no era su actitud, sino sus... elecciones de vestuario.

Caminaba por su oficina con esas minifaldas diminutas y escotes profundos, como si buscara provocar a todo el que la mirara.

Para mí, aquello era un grito desesperado de atención, algo que encontraba no solo de mal gusto, sino también francamente irritante.

Más de una vez tuve que apartar la mirada, no por incomodidad, sino porque la audacia con la que se comportaba era tan descarada que resultaba exasperante.

-¿Es necesario vestirte así? -Un día solté, incapaz de contenerme mientras ella desfilaba frente a mí con una de sus habituales prendas llamativas.

-¿Y qué te importa? -Ella replicó, con esa sonrisa engreída que parecía diseñada para sacarme de quicio.-Si me visto así es porque me gusta.-

Era justo eso lo que despertaba algo en mí. Ver a alguien enfrentándose a mí, sin temor a las consecuencias, era raro.

La mayoría de las personas preferían callarse o caminar de puntillas a mi alrededor, pero Ring-Ring no solo ignoraba mis intentos de imponerme, sino que se deleitaba llevándome la contraria.

Eso no significaba que me agradara.

Más bien, esa constante fricción entre nosotros era tan irritante como intrigante.

Había algo inquietante en ella, algo que iba más allá de su actitud o su vestimenta.

Sus poderes, en particular, me ponían los nervios de punta.

Había visto cómo su rayo rosado podía convertir una estructura sólida en un montón de escombros en segundos, o cómo podía manipular su entorno con una facilidad aterradora.

Era peligrosa.

Y aunque detestaba admitirlo, ese peligro era parte de lo que mantenía mi interés.

No éramos cercanos, ni mucho menos.

Ni siquiera éramos aliados en el sentido más estricto.

Pero mientras más tiempo pasaba a su lado, más claro me quedaba que esta etapa de mi vida sería cualquier cosa menos tranquila.

Y por extraño que parezca, eso no me molestaba tanto como debería.

Por muy insoportable que Ring-Ring me resultara al principio, no podía negar que había algo que nos unía: Un odio compartido.

Ella odiaba a Pucca con la misma intensidad con la que yo odiaba a Garu.

Esa simple verdad fue suficiente para que, en un momento de claridad estratégica, propusiera una alianza.

No fue un acuerdo simple, claro.

Ring-Ring insistió en poner ciertas formalidades, como si esto fuera un tratado internacional y no un pacto entre dos personas bastante rencorosas.

Pero funcionó.

Por primera vez en mucho tiempo, tuve un propósito compartido con alguien más.

Ella quería aplastar a Pucca.

Yo quería derrotar a Garu.

Lo que no sabía entonces era que esa alianza marcaría el inicio del fin de mi vida tranquila.

A medida que pasaba el tiempo, no podía ignorar el gran potencial que veía en Ring-Ring.

Sus poderes eran fascinantes.

No eran simplemente destructivos; eran precisos, elegantes, casi artísticos.

Había algo en ellos que despertaba mi curiosidad.

Por eso, tomé la decisión de entrenarla.

No solo porque podría ser útil para nuestros planes, sino porque había algo intrigante en ver cómo dominaba esas habilidades que parecían tan naturales para ella.

No me había mostrado tan comprometido con algo en años.

Pasé meses investigando sobre sus poderes, estudiando su origen y sus límites.

Entre tanto, Ring-Ring seguía siendo blanco de ataques.

No estaba claro quién la quería fuera del mapa, pero parecía que alguien no toleraba su posición o su carácter.

Por supuesto, yo siempre estaba ahí para salvarle la vida.

Poco a poco, me fui acostumbrando a su compañía.

Lo que antes me resultaba exasperante ahora me parecía... soportable.

Incluso interesante.

Una de las sorpresas más grandes fue descubrir su talento para la moda.

Jamás habría imaginado que esta chica, que siempre parecía estar enfocada en su imagen, pudiera confeccionar ropa con tanto detalle y creatividad.

Al principio, ella no estaba segura de mostrarme sus diseños.

Fue en uno de nuestros viajes a Seúl, mientras ella trataba de mantener una apariencia más "recatada" por las exigencias de su trabajo, cuando noté lo mucho que le costaba actuar como alguien que no era.

Ese disfraz de monja corporativa claramente la hacía infeliz.

-Es raro... -

-¿Eh? ¿¡Cómo qué raro!? -

-Definitivamente, no te queda... -

Eso me molestó, aunque no sabía exactamente por qué.

La animé a que siguiera explorando su pasión, que dejara que ese lado creativo hablara por ella.

Lentamente, comenzó a hacerlo.

Y cuando volvió a pasearse por su oficina con esas minifaldas y escotes que antes tanto me irritaban, ya no me molestaron tanto.

Ahora eran simplemente parte de quién era ella, y yo lo aceptaba.

Por supuesto, no perdía la oportunidad de hacerle bromas al respecto.

-Esa blusa te hace ver gorda...-

-¡Ay cállate!-Ella nunca dudaba a la hora de soltarme un golpe.

A medida que pasaron los meses, los viajes, los entrenamientos y las misiones, nuestra relación evolucionó.

Nos conocíamos lo suficiente como para tolerarnos, incluso para confiar el uno en el otro.

Lo que comenzó como una alianza estratégica se convirtió en una amistad inesperada.

Nunca pensé que alguien como ella pudiera encajar en mi vida.

Pero ahí estaba, acompañándome en cada aventura, enfrentándose a sus propios demonios mientras yo lidiaba con los míos.

Y aunque nunca lo admitiera en voz alta, no podía imaginar mi vida sin esa presencia caótica pero vital que ahora era Ring-Ring.

Mi vida cambió de formas que nunca habría imaginado.

Ring-Ring, con su estilo descarado y sus constantes críticas, no solo se metió en mi rutina, sino que también decidió alterar mi apariencia y mi entorno.

Al principio, aquello me resultó insoportablemente molesto.

-Espera... ¿¡C-Como que ya no usaré mis máscaras!? -Trate de alejarla de mi guardarropa.

-Créeme es necesario...-Ring-ring continuo lanzando cada prenda por los aires.

No tenía intención de permitirle cambiar nada de mí, pero Ring-Ring era insistente.

Cuando menos lo esperé, llegó con un par de cajas llenas de ropa lujosa, todas cuidadosamente seleccionadas según su criterio.

Trajes perfectamente ajustados, camisas de seda, zapatos impecables... Al principio, me negué rotundamente a usarlos.

Pero la primera vez que me vi en el espejo con uno de esos trajes, admití para mis adentros que, quizá, no era tan mala idea.

-Vaya, hasta pareces un adulto funcional...-Ella bromeó al verme.-Un poco más y podrías engañar a alguien para que piense que eres civilizado.-

Por supuesto, me molestaron sus palabras, pero no podía negar que tenía razón en algo: me veía bien.

Incluso mis ninjas comenzaron a notarlo.

Algunos comentaron, con una mezcla de asombro y admiración, que mi nueva imagen proyectaba autoridad, no solo miedo.

Eso, combinado con los cambios en mi comportamiento por el entrenamiento especial que tomé para ser un guardaespaldas eficiente, hizo que la gente en la aldea comenzara a tratarme con más respeto.

Ya no me miraban con puro temor, sino con una especie de reverencia cautelosa.

El traje fue un cambio radical, pero no puedo negar que mi narcisismo me ayudó a disfrutarlo.

Había algo satisfactorio en caminar por Sooga vestido impecablemente, viendo las miradas de asombro y, en algunos casos, envidia.

Los beneficios de este cambio no solo me afectaron a mí.

Gracias a mi nuevo empleo y la generosa paga que recibía, pude mejorar las condiciones de vida de mis ninjas.

Pero el mayor impacto de Ring-Ring fue algo que jamás hubiera esperado: me inspiró.

Durante años, había evitado regresar a las ruinas de mi antiguo palacio.

Ese lugar representaba todo lo que había perdido, todo lo que no era digno de recuperar.

Pero, de alguna manera, la extravagancia y determinación de Ring-Ring me empujaron a reconsiderarlo.

Y por primera vez en años, me atreví a volver a ese lugar.

Aunque los recuerdos de mi derrota seguían persiguiéndome, decidí que ya era hora de dejar de huir.

Con el tiempo, y con los recursos que mi trabajo me proporcionaba, comencé a restaurar mi palacio.

También me acostumbré a los lujos que venían con la vida de Ring-Ring.

Sus contactos, su riqueza, y su constante insistencia en que "mejore" mi entorno se convirtieron en una parte de mi día a día.

Sofás de cuero, candelabros elaborados, cenas extravagantes...

Al principio, todo me parecía excesivo, incluso innecesario, pero poco a poco, me di cuenta de que empezaba a disfrutar de esas comodidades.

No puedo decir que nuestra relación se volviera perfecta.

Seguíamos chocando constantemente, y Ring-Ring seguía siendo la misma mujer caprichosa y obstinada que conocí desde el principio.

Pero había algo en su manera de ser que, por irritante que fuera, me mantenía motivado.

En algún punto, sin que me diera cuenta, comencé a notar algo que me desconcertaba:

Ring-Ring brillaba más que cualquier otra mujer que hubiese conocido.

Había algo en ella, algo que no podía identificar del todo, pero que me resultaba fascinante.

Al principio pensé que era simplemente su presencia imponente, esa energía abrumadora que llenaba cualquier habitación.

La forma en que había evolucionado con sus poderes era asombrosa.

Había dejado atrás esa frívola obsesión con Garu y se había transformado en una mujer mucho más fuerte, una fuerza de la naturaleza.

Nadie podía ignorarla, y mucho menos yo.

Era imposible no respetarla.

Ninguna otra mujer que conocí jamás había tenido esa naturaleza salvaje, esa capacidad de desafiarme sin dudarlo.

Los golpes que me propinaba cuando discutíamos, la forma en que gritaba a sus empleados y los ponía a llorar, su mirada fulminante que podía desarmar al más valiente...

Todo eso me irritaba y, al mismo tiempo, me hacía admirarla más.

Pero no era solo su fuerza lo que me conmovía.

Con el tiempo, descubrí un lado de ella que no todos veían: su fragilidad, ese rincón de su ser donde guardaba el dolor que le causaban los juicios de otros.

Había sido criticada y lastimada tantas veces, incluso por su propio padre, que no podía evitar sentir una punzada de rabia al recordarlo.

Odiaba cómo la miraban los demás.

Había algo en esas miradas que me llenaba de asco: como si ella no fuera más que un trofeo, algo para ser admirado y poseído.

Era una actitud que había visto tantas veces en hombres patéticos, pero verla dirigida hacia ella despertaba algo en mí que no había sentido antes.

Quizá fue en esos momentos cuando comencé a entender lo que realmente significaba respetar a alguien.

Ring-Ring no necesitaba que la salvaran; podía defenderse sola mejor que nadie.

Pero aun así, quería estar ahí para ella.

Quería ser quien evitara que esos ojos llenos de desprecio o deseo la lastimaran.

Tal vez no lo entendía del todo en ese entonces, pero verla brillar, verla luchar, y también verla sufrir, despertó en mí un sentimiento que jamás había experimentado antes.

Era aterrador.

La forma en que la miraba había cambiado, y eso me asustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

No podía apartar los ojos de ella.

Cada movimiento, cada gesto, cada palabra que salía de su boca me absorbía por completo.

Era evidente que algo en mí estaba mal, como si hubiera enfermado.

No importaba lo que hiciera, en todo momento Ring-Ring estaba en mi mente, ocupando un espacio que antes no existía. Mi corazón, que siempre había sido frío y calculador, latía de una forma desenfrenada cada vez que la veía.

Y mis nervios, esos que nunca antes habían flaqueado, se disparaban cada vez que estábamos juntos.

Odiaba todo eso.

Tampoco soportaba la idea de verla con otro chico.

Pensar en ello era como sentir un puñal clavado en el pecho.

Odiaba la forma en que me sentía; odiaba lo vulnerable que me volvía.

Pero en algún punto ya no podía negarlo: Ring-Ring me parecía hermosa.

No solo por su apariencia, que ya era suficiente para hacerla destacar entre cualquiera, sino por la intensidad de su carácter, por esa mezcla de fuerza y fragilidad que me tenía atrapado.

Mi vida, tan fría, calculada e insípida, se sentía increíblemente dulce y cálida a su lado.

¡No entendía por qué!

Cada momento a su lado era como un golpe directo a mi coraza, algo que no estaba preparado para enfrentar.

Hasta que, en un momento de desesperación y buscando entender qué estaba mal conmigo, me atreví a hacer algo que nunca había considerado: Visité a un psicólogo.

No esperaba mucho de esa sesión, pero lo que obtuve fue una revelación que sacudió mi mundo.

El psicólogo me lo dijo sin rodeos:

Estaba enamorado de Ring-Ring.

No supe cómo reaccionar.

Fue como si todo se desmoronara a mi alrededor.

¿¡Yo!? ¿¡Enamorado!?

¡Era imposible!

Siempre había visto el amor como una debilidad, algo repulsivo y ajeno a mi vida.

Y ahora, me encontraba enfrentando la realidad más dura y traumática que había vivido:

Había caído en el mismo abismo que tantas veces desprecié.

¡No podía aceptarlo!

¡No quería aceptarlo!

Pero la verdad estaba ahí, mirándome directamente, tan clara como el cielo en un día despejado.

Y por mucho que intentara huir, esa revelación no desaparecería.

Esos "síntomas", como los llamaba en mi intento desesperado por racionalizarlos, fueron empeorando con el tiempo.

Al principio, se trataba de distracciones pequeñas. Ring-Ring se adueñaba de mis pensamientos en momentos inoportunos, desviando mi atención de los entrenamientos o de mi rutina diaria.

Si estaba practicando con mi espada, mi mente vagaba hacia ella; si repasaba estrategias con mis ninjas, su risa resonaba en mi cabeza.

Lo peor era su aroma.

Ese perfume dulce y envolvente que dejaba tras de sí como un rastro imposible de ignorar.

Antes lo encontraba molesto, demasiado llamativo, pero ahora... ahora me fascinaba.

Me encontraba buscándolo inconscientemente, como si me diera cierta paz que no lograba entender.

Empecé a notar cosas que nunca antes había visto.

La forma en que arreglaba su cabello, las ondas suaves que caían sobre sus hombros, los pequeños lunares que adornaban su piel como constelaciones privadas.

Detalles insignificantes para cualquiera, pero que para mí se convertían en un mapa del cual no podía apartar los ojos.

Pero había algo mucho peor que esos detalles.

Los deseos que comenzaban a despertar en mí eran lo que realmente me aterraban.

Sin quererlo, empecé a anhelar cosas que jamás había permitido que cruzaran por mi mente.

Quería... quería tenerla entre mis brazos.

Una noche, mientras observaba las estrellas desde mi ventana, un pensamiento fugaz y devastador cruzó mi mente:

¿Cómo sería besarla?

Esa idea fue como un rayo que me golpeó sin previo aviso.

Mi corazón se detuvo por un momento, seguido de un latido tan fuerte que casi dolía.

¿¡Yo!? ¿¡Pensando en algo tan absurdo, tan impensable!?

Sin embargo, eso no era lo peor.

Lo verdaderamente aterrador, lo que me quitaba el sueño y me hacía sentir como si estuviera perdiendo la razón, eran las noches.

En mis sueños, Ring-Ring era la protagonista.

A veces eran sueños tranquilos, tiernos incluso, en los que caminábamos juntos por el bosque o simplemente hablábamos bajo la luz de la luna.

Pero había otros... otros que eran más intensos, más atrevidos, y esos eran los que realmente me hacían despertar sobresaltado, con el corazón latiendo desbocado y una sensación de culpa aplastante, que me llevaban directamente a la ducha y castigarme con agua fría.

La forma en que la veía en esos sueños me asustaba.

Yo, que siempre había sido tan frío, tan distante, ahora estaba atrapado en una tormenta emocional que no podía controlar.

Intentaba convencerme de que eran solo sueños, nada más.

Pero cada vez que cerraba los ojos, Ring-Ring estaba allí, inundando mi subconsciente y recordándome que algo en mí había cambiado para siempre.

Mantener la compostura se había vuelto un desafío constante.

Cada vez que Ring-Ring desfilaba por la oficina con esos conjuntos "escandalosos" que tanto criticaba en el pasado, me encontraba librando una batalla interna para no dejar que mis ojos se posaran donde no debían.

-¿Qué opinas? -Ella dio una pequeña vuelta frente a mí.

Su cabello ondeó ligeramente, y el aroma que siempre me perseguía llenó el aire.

Llevaba un conjunto que, según ella, acababa de confeccionar.

Un vestido ajustado, ceñido en la cintura, con un escote en V pero imposible de ignorar, y una falda que apenas rozaba la mitad de sus muslos.

Sus piernas parecían interminables bajo el diseño.

Tragué saliva, desviando la mirada hacia el escritorio como si de pronto fuera lo más interesante del mundo.

-Es... funcional, supongo...-Hable con una voz que no reconocí como mía, grave y tensa.

-¿Funcional? -Ella repitió, cruzándose de brazos.

Eso hizo que el escote se acentuara aún más.

¡No debía mirar!

¡No debía mirar!

Gire mi cabeza con desesperación tratando de mirar a cualquier otro lugar. Pero al final mi mirada se desvió hacia sus piernas antes de poder detenerme.

Eran largas, perfectas...

-¡Es mucho más que "funcional"!-Ella se acercó a mí con el ceño ligeramente fruncido.-¡Este diseño es uno de mis mejores trabajos! El corte realza las proporciones, ¿Ves? -Se giró ligeramente, señalando con orgullo la parte trasera del vestido.

Yo no estaba seguro de que debía responder.

-Hmm... sí, claro. Muy... proporcionado.-

-Ugh...Olvide que tenías mal gusto...-Ella suspiro pesadamente, parecía satisfecha con mi falta de entusiasmo, asumiendo que estaba siendo crítico como siempre.

Pero yo no estaba siendo crítico.

No podía serlo porque apenas procesaba sus palabras.

Mi atención estaba dividida entre intentar no mirar donde no debía y pelear contra la culpabilidad que me golpeaba como una ola incesante.

¿Qué me estaba pasando?

Cuando finalmente se dio la vuelta y salió de la habitación, dejándome en un torbellino de emociones, no pude evitar abofetearme con fuerza.

-¡Concéntrate, maldita sea! -

Era humillante admitirlo, pero odiaba estos impulsos.

Nunca antes había experimentado algo así con nadie.

Siempre fui disciplinado, rígido, frío.

Y ahora, aquí estaba, sintiéndome como un adolescente incapaz de controlar sus pensamientos, mirándola como esos otros hombres de los que tanto me burlaba.

La idea me llenaba de vergüenza.

No quería ser como ellos.

No quería verla como un simple objeto de deseo.

Pero esos impulsos, esas imágenes que invadían mi mente cada vez que la veía, eran imposibles de ignorar.

Lo peor era que no podía hablar con nadie de esto.

¿¡Cómo podría!?

¿¡Cómo explicaría que "YO"...!? ¡El gran Tobe!

Alguien que había pasado toda su vida repudiando a los demás y rechazando cualquier conexión emocional, ahora me encontraba consumido por deseos que no entendía ni podía controlar.

Más aterrador aún era pensar en qué pasaría si ella llegara a descubrirlo.

Si supiera que mis sentimientos iban más allá de una relación profesional, si entendiera lo mucho que significaba para mí...

La verdad era simple y devastadora:

Yo no era digno de ella.

Ella brillaba de una forma que yo nunca podría igualar.

Su fuerza, su tenacidad, su inquebrantable determinación... y, sí, también su belleza.

Todo en ella parecía fuera de mi alcance, como algo que jamás podría tocar sin ensuciar.

Ese pensamiento me rompía más el corazón con cada día que pasaba.

Porque, aunque me aterraba admitirlo, también sabía que jamás podría dejar de sentir lo que sentía.

Ella era un fuego que consumía todo lo que yo era, y no podía alejarme de las llamas, por mucho que me quemaran.

Tal vez lo mejor sería alejarme antes de que fuera demasiado tarde.


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Hi guys!

Si, ya se que ya pasado mucho tiempo, realmente no esperaba que la edición me llevará casi un año, pero la vida es mágica e inesperada(?
Y a veces no todo sale como queremos.

Por que entre a chambear en contra de mi voluntad, (Obvi)
Y eso si que me restaba tiempo libre.

Pero siempre me aseguraba de continuar con la edición en mis ratos libres
Y la verdad era necesario, tremendo cáncer ocular qué me causaba muchas cosas, pero creo que todo ya se ve masomenos más bonito (?

Y como ya habrán notado, o tal vez no, hay muchos cambios, diálogos y escenas nuevas, que curiosamente se tenían planeadas desde un principio, but ni idea de por que no las agregue hasta ahora xd, también añadí algunos dibujos como extra en cada capitulo.

Y como fun fact, me sirvieron demasiado para mi "Evolución dibujil" xD
Y a pesar de ser simples dibujitos para un fic de un ship que solo yo y un wey de Letonia ubicamos, realmente me hicieron muy feliz a la hora de hacerlos, por que gracias a ellos creo que mi arte pasó de meh a decente x,d

But aja.

Pregunta random:

¿Que clase de videojuegos jugaria cada personaje?

So, esto es todo por el momento

Perdón por la espera.

Nos leemos en el próximo capítulo!

Bye-nee~