Esta historia participa en la #Rankane_week_2024 (por primera vez en mi existencia llego a tiempo a algo de esto), que ha sido organizada por las chicas de la página de Facebook Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma- #Por_amor_al_fandom. ¡Espero que os guste!

Descargo de responsabilidad: nada que sea reconocible es mío. De lo contrario, estaría veraneando en algún lugar bonito y no en mi casa.


Sin miedos


El día en que se iba a casar, Akane Tendo se levantó a las 6:30 de la mañana para coger el bus que la llevaría a Nerima.

Había dormido poco y mal, preocupada por no escuchar la alarma del despertador y no llegar a tiempo a la cita, y se despertó con un terrible dolor de cabeza que quiso aliviar con un paracetamol en el desayuno. No obstante, si acaso se lo preguntaran, su compañera de piso, quien la vio pasar de forma fugaz desde su habitación a la cocina a las 7:05, la recordaría sólo un poco somnolienta, pero de buen humor, casi radiante de felicidad.

Se puso un vestido negro de tirantes anchos que le llegaba a las pantorrillas sobre una camisa azul prusiano de cuello Peter Pan, ambas piezas que había comprado expresamente para la ocasión.

El día en que se iba a casar, Akane cogió el bus a las 7:45 en la estación de Honancho y llegó a la de Nerima poco más de una hora después. Su prometido la esperaba en la salida norte, ataviado con un conjunto de pantalón y camisa a juego que ella misma había escogido, meses atrás. Sostenía en sus manos dos tazas de papel todavía humeantes, una de las cuales le ofreció incluso antes de saludarla.

—Te quiero —fue lo primero que pronunció Akane Tendo aquella mañana.

Nunca sabrían si se lo había dicho al novio, o al café.

Caminaron hasta la estación de metro más cercana con pasos lentos, deleitándose en la compañía del otro por primera vez en semanas y el agradable aroma del café recién hecho. Todavía tenían tiempo; los testigos no los esperaban hasta las 9:15 en la puerta de la oficina del registro civil. Y aunque podían llegar andando, las nubes grises que presagiaban tormenta sólo se habían hecho más evidentes con la salida del sol. Era mejor no arriesgarse.

—¿Seguro que has traído todos los papeles? —le preguntó a su prometido mientras bajaban al andén —. ¿Tu certificado de nacimiento? ¿El registro familiar?

—Que sí, pesada —respondió él, controlando el impulso de poner los ojos en blanco—. ¿Tan poca fe tienes en mí, que crees que se me olvidaría lo que necesito para casarnos?

A pesar de que sonreía mientras hablaba, Akane pudo distinguir la tensión en sus hombros, un destello de miedo en su mirada.

Le dio el último sorbo a su café, antes de tirar el vaso en una de las papeleras de la estación. El regusto amargo que sentía en el paladar o el ligero temblor de sus manos nada tenían que ver con la bebida.

—Si así fuera, no estaríamos de camino a casarnos —le recordó. Trató de sonreír, pero sólo consiguió esbozar una mueca tensa—. Lo siento, ¿vale? Sólo estoy un poco nerviosa. Hay tantas cosas que pueden salir mal…

Ejemplo de ello era la boda que sus padres habían tratado de celebrar antes de su último año de instituto, esa que ella había acogido de buena gana, pero cuyo fracaso, en retrospectiva, había sido esencial para su relación.

—Nabiki está todavía en Seúl en su viaje de negocios, así que es imposible que se haya enterado y, por lo tanto, vendido la información de nuestro matrimonio —dijo Ranma al tiempo que le cogía una mano con la que él tenía libre—. Y sin esa ventaja, los demás no podrán hacer nada a tiempo.

Akane asintió, si bien repetir la misma conversación que habían mantenido tantas veces en las últimas semanas no hizo nada para apaciguar sus dudas.

El tren que debían tomar llegó y aún se mordía el labio cuando encontraron un hueco para los dos. Ranma le acariciaba el dorso de la mano con el pulgar.

—Si te tranquiliza un poco —siguió diciendo—, sé de buena tinta que a Kodachi la han vuelto a internar, y que Uk-. Um.

Akane levantó la vista de sus mocasines negros cuando, ante el repentino silencio de Ranma, un peso frío se extendió por todo su pecho.

—¿Ranchan? —dijo Ukyo, confirmando el mal presagio.

Vestida con pantalones de vestir color café con leche y una blusa de cuello esmoquin color crema a juego con su abrigo, era evidente por qué no habían reparado en ella nada más entrar al vagón. No ayudaba en nada que, además, no llevara ninguna espátula a la vista, o que se hubiera recogido el pelo largo en un recatado y respetable moño a la altura de la nuca.

—Buenos días, Ukyo —se obligó a decir a pesar del nudo que tenía en la garganta. Ranma le apretó la mano, ofreciéndole su apoyo silencioso—. ¿Cómo va todo?

—Oh, tú también estás aquí, Akane —dijo Ukyo, como si acabara de darse cuenta de su presencia. A juzgar por la forma en que miraba sus manos entrelazadas, no era un descubrimiento que le gustase, precisamente—. Creía que ahora vivías en Tokio.

Akane apretó los labios. A su lado, Ranma cambió el peso de una pierna a otra, como si estuviera considerando el momento exacto en el que debían salir corriendo.

Son dos paradas de nada, trató de consolarse. Cinco minutos en su compañía no van a estropearlo todo.

—Las clases terminaron la semana pasada —se limitó a decir.

Ukyo asintió, como distraída. Sus ojos oscuros seguían fijos en sus manos unidas.

—Y tú, ¿cómo estás? —insistió Akane para apartar de su mente el repentino impulso de apartarse de Ranma.

Hacía años que habían comenzado su relación con ese mismo gesto, y no tenía nada de qué avergonzarse. No obstante, en ese momento, bajo el escrutinio de Ukyo, se sintió como una adolescente haciendo algo ilícito.

Ukyo no contestó. Akane, esta vez, contuvo el impulso de tirarle el bolso a la cara, aunque sólo porque en su interior estaban los documentos que le habían pedido en la oficina del registro y no quería que se arrugaran.

Una parada.

Se aclaró la garganta.

—¿Y qué me cuentas de Konatsu? —se interesó, esta vez con honestidad. El hombre kunoichi siempre le había caído bien, y hacía tiempo, desde las vacaciones de verano, que no lo veía—. ¿Sigue trabajando contigo?

Ranma fue el que resopló cuando Ukyo, de nuevo, guardó silencio. Aunque ya había dejado atrás el rencor que sentía por su amiga de la infancia por haberla puesto en peligro y destrozar su hogar, Ranma seguía sin tenerle mucha paciencia. De reojo, lo vio hacer una mueca antes de tomar una profunda respiración. Después, su rostro volvió a ese gesto inexpresivo que había dominado para las situaciones que prefería solucionar a golpes, pero no podía.

Una sensación cálida se extendió por Akane. Se estaba esforzando por no reaccionar de forma evidente y empeorar la situación.

—Bueno —dijo, al cabo de unos instantes. El tren ya aminoraba la velocidad—. Ha sido un placer. Nos vemos…

—Yo también me bajo aquí.

Inmediatamente, se encendieron en su mente todas las alarmas. Ukyo se había puesto de pie y se acercó a la misma puerta que ellos.

—Ah, ¿sí? —dijo Akane con la boca seca.

—Cómo no —dijo Ranma, puro sarcasmo.

Ukyo resopló.

Incluso en medio de la algarabía causada por los habitantes de Nerima que, como ellos, viajaban en metro a una hora temprana, era evidente su indignación.

—¡No todos podemos permitirnos tener citas románticas a las nueve de la mañana! ¡Y menos entre semana! Si tanto os importa, tengo que renovar la licencia del restaurante.

La boca del metro daba a una amplia avenida, donde el tráfico de la mañana se hacía notar con un barullo ininteligible y el peculiar olor que dejaban los muchos tubos de escape.

El miedo de Akane se desvaneció lentamente, como el aire de un globo pinchado. Ranma, a su lado, también se relajó, y el efecto fue visible de inmediato: ya no parecía un gato erizado a punto de pelearse por defender su territorio. Había cuadrado los hombros y en su lugar ahora sólo se distinguía un hombre de buena planta vestido un poco más elegante de lo habitual.

Cuando más tarde se lo preguntaran, ese mismo día, Ukyo sólo admitiría haberse fijado en sus ropas por lo guapo que le parecía vestido así. Pero en el curso de los años, una vez curado el corazón, habría de reconocer que tardó esos metros en llegar a la oficina del ayuntamiento en comprender que su atuendo y el lugar donde se habían encontrado estaban estrechamente relacionados, y por qué.

En realidad, muchas de las personas que estaban en la plaza donde se ubicaba el ayuntamiento sabían que se iban a casar. Sólo algunos los conocían, y únicamente de vista, pero habían sido testigos de su relación desde sus inicios.

Los demás, la gran mayoría, que sólo veían en ellos un hombre y una mujer enamorados, llegaron rápidamente a la feliz conclusión pensando en todas las parejas que habían visto antes en su lugar, igual de bien vestidos y llenos de amor, que se dirigían a formalizar su relación sin ningún miedo.


NA: ... Estoy viva. ¿Qué tal os va?

Podéis encontrarme en IG bajo el nombre _mago97.