La sala entera quedó sumergida en completo silencio, Hypnos podía sentir como las palpitaciones de su corazón, se habían acelerado de repente, golpeando con más fuerza en su pecho. De la nada un chirriante sonido metálico, se escuchaba, al momento que paso a paso, el sonido podía apreciarse cada vez más cerca.

Con su mirada aún en la fría piedra caliza, podía observar como un par de pies se detenían cerca de él. Una mano se acercaba a su rostro y en un acto inconsciente el dios del sueño cerraba sus ojos, al mismo tiempo que fruncía su entrecejo.

—Levanta el rostro —una amable y enternecedora voz sonaba con cuidado, a la vez, un ligero contacto se podía percibir en su barbilla, intentó levantarla—, no tienes por qué temer.

Obedeciendo su petición, Hypnos levantaba la mirada con cautela, sin darse cuenta, como, un casi imperceptible temblor se apoderaba de su ser, a la vez que una de las manos del dios enfrente de él, se extendía hacia su cuerpo, comenzando a rodear. su cintura.

Un ya conocido aroma a roble comenzaba a invadir sus fosas nasales, el ritmo de sus latidos no desaceleraba. Cada extremidad de su ser poco a poco iba siendo invadida por la rigidez en cada parte de su cuerpo, mientras le impedía mover sus pies en reversa; a la vez que la sensación de peligro se adueñaba de su mente.

De repente, un frío estremecimiento atravesaba su columna erizando su piel, ansioso por huir de ahí, intentando forzar cada una de sus extremidades hacia la entrada. Empero, lo único que parecía lograr percibir, eran ambas extremidades enredarse alrededor de su cintura.

Poco a poco, la cabeza del dios iba recostándose en su hombro, un curioso sonido captaba su atención cerca de sus largos cabellos.

—¿Sigues tomando el supresor? —Preguntando con la voz ligeramente ahogada, el dios no hacía más aumentar la presión de su abrazo contra sí.

—Sí —Frunciendo el ceño, Hypnos respondió a la vez que se movía con titubeos sus brazos, tratando de colocarlos alrededor del cuerpo del dios—. Galena recomendó que siguiera tomándolo, unos días más.

El agarre a su alrededor poco a poco iba aflojándose, entretanto Zeus levantaba la mirada dejando que su rostro quedara a unos escasos centímetros, lo suficiente para sentir como el cálido aliento de dios, acariciaba delicadamente la piel de su cara.

Los fríos y pálidos ojos azules del regente de los dioses se clavaban furtivos en sus ojos dorados.

—Entiendo que no estoy en posición de pedirte algo —hablando con ese mismo tono meloso, al tiempo que levantaba una mano para posar con cuidado las yemas de sus dedos en su rostro—, pero es necesario, por tu seguridad.

Un escalofrío recorría la piel de su cara, para luego enfocarse en los gélidos ojos de Zeus, inhalando con persistencia el aroma a roble que, de la nada, se había vuelto más intenso, que causaban que su mente comenzara a nublarse.

—¿De qué se trata, mi señor? —el tono de su voz se había tornado apacible, casi como la del dios que los sostenía en sus brazos, sin dejar de mirar su serio semblante.

El dios de los cielos volvió a esconder su rostro en el cuello, sintiendo el cosquilleo cálido de su aliento en la piel de su oreja, en cada exhalación.

—Mi unión con Metis es inevitable… Por eso, nuestra relación, lo nuestro… —de repente aquel tono meloso comenzaba a disminuir de intensidad—, no puede saberlo nadie más…

Con el rostro aparentemente inmóvil, Hypnos abría los ojos de par en par, sintiendo como los brazos, que aún rodeaban su cintura, aumentaban con cada vez más fuerza la presión de ambas extremidades. Cada latido en su pecho le daba la extraña sensación de que su corazón se abría paso sin piedad.

Sin esperar, Zeus erguía su postura alejando su rostro de su cuello, deshaciendo con rapidez el abrazo, y de inmediato la piel de su rostro era acariciada con un suave roce.

—No quiero que malinterpretes nada —la seriedad de su fría mirada se clavaba con fuerza en la de él. Su cuerpo, no obedecía, parecía que solamente podía limitarse a mirar y obedecer lo que Zeus le pedía—, todo lo que hago es para protegerte.

—Lo entiendo —con una voz completamente controlada, Hypnos permanecía en su lugar, con el cuerpo entumecido y algo en su interior que le impedía irse—, es como deben ser las cosas, mi señor.


Sus pasos firmes recorrían cada centímetro de aquel interminable pasillo.

Entre la agradable brisa que soplaba entre las sólidas estructuras decoradas con una maraña de enredaderas colgantes y otras trepadoras hasta la cima de ellas. Flores de todos colores y tonalidades quedaban salpicadas en un verde y brillante césped que cubría un lugar donde en el pasado, solo era adornado de sólida roca.

No era su lugar favorito, pero tampoco le desagradaba. Para él, era el lugar perfecto; donde podía aislarse de toda esa arrogancia de cada alfa con el que se había cruzado. Así como de sus ya irritantes frases compasivas que no habían sido pedidas, ni mucho menos bien recibidas.

Cada flor en ese lugar llenaba con su delicado perfume cada rincón del jardín, además de la paz y tranquilidad que le daban. Había perdido la cuenta de cuantas veces en las que, con ese mismo perfume, había logrado camuflar el aroma de sus feromonas durante su celo.

A veces se preguntaba que tantas cosas serían diferentes si él no fuera un omega.

Desde un principio, el trato de sus padres; sobre todo cuando le decían, que su encierro no era más que un acto de piedad hacia él. Quizás si no hubiera nacido como un omega, su libertad no hubiera dependido de Zeus en su pasado, ni en su presente, mucho menos de su futuro.

Sin aviso, una brisa azotaba sus vestiduras y largos y alborotados cabellos negros, un delicado y casi desapercibido olor a rosas junto con un aroma familiar, llegaban a sus fosas nasales.

Abriendo y cerrándose, iba degustando un poco más de ese olor familiar; al a vez que sus pies se movían hacia donde esos aromas lo llamaban, como una danza seductora que, con un toque inmoralmente provocativo, le decían que camino seguir.

Una extraña sensación, hacía que cada uno de sus músculos se tensara, percibiendo como la rigidez de sus extremidades aumentaba. Ese aroma que se metía sin remordimiento por sus fosas nasales, haciéndolas cosquillear, poco a poco iba robándola cada resquicio de cordura, dejando que esta, comenzando a nublarse.

"Este aroma... Sin duda, es de un alfa..."

Hades había dejado que sus parpados se abrieran, dejando sus cuencas casi desorbitadas.

Sabía que era imposible que Zeus saliera de la Gran Sala a esa hora del día. Había sido lo suficientemente cauteloso con estudiar la rutina de Zeus. Estaba en ese lugar desde el alba, hasta el inicio del ocaso.

Con un notable esfuerzo, lograba que sus entumecidas piernas, respondieran, para lograr girar en una esquina, abriendo de par en par sus ojos turquesa miraban la hermosa figura ceñidamente vestida de túnicas rosadas y una larga cabellera rizada rubia. Ella se meneaba con libertad hacia aquel joven dios frente a ella, en el mismo instante en que el olor a rosas era más intenso.

"¡Qué puto descaro!"

En ese mismo instante una dorada melena se elevaba sobre los rubios rizos de Afrodita, y un par de ojos adormilados de oro líquido parecían asomarse sobre la diosa. Tensando su cuerpo, y aun sintiendo la rigidez de este, movía cada una de sus extremidades con naturalidad, agitando las alargadas y oscuras túnicas. Una fresca y fuerte brisa comenzó a viajar descaradamente a lo largo del pasillo, dejando que la fragancia de la hierba fresca se adueñara de cada rincón.

Como había predicho, el olor de las feromonas de la diosa había logrado dispersarse, Hades no había podido evitar fruncir el ceño, mientras su rostro se mantenía con aquella expresión indiferente.

Sin dejar de mover sus pasos, Hades acortaba la distancia entre las deidades, dando cada paso con una impresionante cautela, observando como el joven consejero se alejaba de Afrodita.

—Dios Hades —contestando con solemnidad, Hypnos agachaba la cabeza con un solemne y respetuoso movimiento, agitando un poco más sus largos y revueltos cabellos.

—¡Cuánto tiempo sin vernos, Hades! —Respondiendo la diosa se giraba con un coqueto giro, extendiendo su mano diestra hacia sus largos rizos y enredándolo en sus largos dedos —. ¿A caso ya desapareció un poco de ese odio que sientes hacia ti mismo, y por eso decidiste honrarnos con tu presencia en este hermoso día?

"¡Maldita bruja!"

Pensando con una notable molestia, Hades no apartaba su mirada de la diosa, acercándose con cautela en cada paso dado con sus pequeños pies, al instante en que, con insinuantes y provocativos contoneos de sus caderas, rompía la barrera entre ambos dioses.

Mantenían la velocidad de sus pasos, casi quedando frente a frente al otro, Hades iba suavizando poco a poco el ceño de su frente, hasta lograr un rostro sin emoción alguna, cuando poco a poco un intenso olor a rosas penetraba en sus fosas nasales.

Sin apartar la mirada de enfrente, sabía que la mirada de la diosa se encontraba encima de él, deteniéndose a unos cuantos pasos. Por su lado, el dios, desviando ligeramente su cuerpo, pasando de lado de la diosa, que se había quedado inmóvil en su lugar.

—Hypnos —rompiendo el silencio, el dios se dirigió al consejero que dejaba su mirada fija en su rostro—, ¿Zeus se encuentra en la Gran Sala…?

-¡Infierno! —interrumpiendo con un sonoro grito proveniente de sus espaldas resonaba entre los sólidos muros del pasillo.

—…

—Afrodita…. —respondiendo con una voz calmada y sin emoción alguna, el dios sin dejar de mirar hacia Hypnos, que podía percibir como cada parte de su cuerpo estaba tenso—, aunque Zeus te haya dado la libertad que tanto anhelabas, me ha confirmado que no eres digna de ese grado de confianza. Es cierto que eres una omega, pero de igual manera, eres una diosa, y debes comportarte como tal —con un movimiento lento y elegante viraba su cabeza, permitiéndole mirarla por la comisura de sus ojos—. Ahora, espero que realmente sepas tener un comportamiento aceptable, o sea mejor que te enfrentes a las consecuencias.

Con un pesado e insostenible silencio, Hades volvía la mirada hacia los despeinados cabellos dorados del consejero, que seguía mostrando esa curiosa frialdad, mientras mantenía la cabeza agachada con una envidiable diciplina.

—¡Mares malditos, Hades! —Un golpe seco logró escucharse para luego entremezclarse con la voz nasal de la diosa y los notables pasos cargados con una clara rabia contenida.

—Entonces, ¿qué me responde, Hypnos?

—Así es, dios Hades —Contestando con una afirmación en un tono permisivo—. El dios aún se encuentra en la Gran Sala, nos pidió dejarlo un momento a solas.

Sin emitir ni un solo sonido, el dios comenzaba a reanudar su andar, dejando al consejero. De manera abrupta, podía sentir como el viento cambiaba hacia su dirección. Aunque delicado, era perceptible la brisa que soplaba hacia su dirección, revolviendo sus largos y alborotados cabellos azabache… a la vez que esa peculiar fragancia a roble llegaba a su olfato.

Deteniendo sus pasos con brusquedad, abría sus orbes como platos, dejando ver con facilidad sus ojos turcos.

Girando parcialmente su cuerpo, no había nadie más ahí.

Solo podía mirar a los dorados cabellos, al igual que las vestiduras del dios del sueño, siendo víctima de las travesuras de la brisa. Sus ojos dorados fijos en su rostro con ese dorado glacial, que parecía pedir la respuesta de una pregunta no formulada; mientras parecía que ese aroma a roble se desprendía del divino ser del dios frente a él.

Era como si se diera la impresión de que ese, conocido aroma, el aroma de su hermano, fuera emanado del cuerpo de ese joven dios.

"¡Mierda!"

—¿Sucede algo, dios Hades? —El desconcierto en su voz del dios había captado su atención, entrecerrando los ojos al mismo tiempo que su ceño se fruncía, y su quijada se tensaba.

—Puedes retirarte —Volviendo su cuerpo hacia adelante, el dios continuaba su camino, con cada zancada alejándose con rapidez.

"¡¿Cómo es que él, tiene el aroma de Zeus?!"

Una a una, las imágenes del pasado iban apareciendo, tan claras como ese mismo día. Ver la silueta casi desnuda de Afrodita, pegada al cuerpo de Zeus, y este aferrándose a su cintura, mientras sus sentidos se abrumaban, y su mente se confundía… con esa inconfundible fragancia a rosas y roble.

Cuando de la nada, la imagen había cambiado.

Mirando ahora, como la espalda descubierta de Afrodita, era la espalda de un joven dios, la cual, sus largos y despeinados cabellos dorados, la cubrían, al mismo tiempo que Hypnos permitía a los labios de Zeus recorrer la piel de su cuello. Detectando el inconfundible aroma de amapolas y roble en el ambiente.

"¡No es posible!"

—¡No!… Zeus no sería tan estúpido…


El silencio en la Gran Sala se había hecho pesado de repente; Zeus no hacía más que mirar con sus ojos helados la fortificada entrada del sitio.

—¿Estás seguro de lo que me acabas de decir, Perseo? —Rompiendo un tenso silencio dentro de la Gran Sala, Zeus volvió la mirada hacia al ángel que tenía delante de él. Mientras, inconscientemente, su entrecejo se arrugaba; Observaba con cautela a Perseo con una rodilla clavada en el piso, con la cabeza agachada, sólo podía mirar sus alborotados cabellos naranja pálido—. Es muy grave lo que me acabas de decir.

—Estoy consciente de ello, mi señor —Casi de inmediato Perseo levantaba su rostro, mirando con sus ojos rosados, sin dejar de lado su respetuoso gesto—. Por ello, no podía informarle hasta haber confirmado cada aspecto de la situación, dada su delicada naturaleza.

Sin piedad, el silencio se adueñaba nuevamente de la sala, Zeus trataba de no alterarse. Inhalando una gran cantidad de aire, intentaba calmar los ya acelerados latidos de su corazón, a la vez que trataba de mantener acompañada, la respiración de su cuerpo.

Como regente siempre debía mantener una compostura digna e inamovible, era el peso de gobernar entre los dioses y, sobre todo, era su carga como alfa dominante.

—De momento, no hagas nada. Sigue con la vigilancia, ahora debemos saber si alguien más está implicado, así como cualquier otra información que logres obtener —Sin inmutarse, Zeus desviaba su mirada hacia uno de los muros—. No quiero alertar a los demás cómplices. Por otro lado, considero innecesario decirte que no puedes discutir con esto, con nadie, hasta que llegue el momento, ¿no es así?

—Confíe en mi silencio, mi señor.

Asintiendo con un movimiento de cabeza, el dios regente iba modificando sus hermosos rasgos a una expresión relajada, aunque indiferente.

—Retírate —Profanando el silencio, Zeus ordenaba al ángel, observando como este sin decir una sola palabra, se incorporaba—. Informa a Odiseo que no recibirá a nadie.

—Como ordene, mi señor.

El dios únicamente observaba como el ángel, hacía una respetuosa reverencia, para que, en un movimiento, se volviera hacia la entrada y con cadencioso andar, hasta llegar a la puerta. Y en un sonoro estruendo la entrada lograba sellarse con él en el interior.

Un suspiro pesado salía de entre los labios de Zeus, y aunque era un ser inmortal, sentía como si de un momento a otro, todo el peso del mundo cayera sobre sus hombros; sintiéndose abrumado por la cantidad de sucesos en tan poco tiempo.

Sin esperar, Zeus se incorporó de su estrado y comenzó a caminar hacia un costado de la sala. Delante de una sólida pared, el dios miraba como comenzaba a materializarse una oscura entrada. Internándose en el intrínseco pasillo, uno a uno sus pasos iban llevándolo, mientras, en sus oídos llegaba el fuerte eco de sus pisadas y el metal de su armadura, rebotando en las densas paredes, al deambular por aquel pasaje, el cual, él exclusivamente. tenía acceso.

Había perdido la cuenta de cuanto había sido el tiempo, en el que Metis se encontraba a su lado.

Planeando codo a codo, en las estrategias en la guerra contra los titanes, neutralizando los celos de sus hermanos y el suyo. Cargando la etiqueta de traidora, porque ella había visto los horrores en la dictadura de Cronos, y se había aliado con él, para liberar a sus hermanos de su encierro.

Había estado a su lado en cada momento, a pesar de ese trágico día donde casi la tomaba a la fuerza durante su celo…

Había estado, incluso admirado su inteligencia y habilidad para la planeación.

Había estado en ese momento en que, ya comprometidos, él le había confesado que había tenido a Hermes con Maya [*], perdonándolo entre lágrimas.

Había estado cuando Nix le había hecho aquella petición de aceptar a Thanatos e Hypnos como sus consejeros, a cambio de dejar que la luz del día tocase las tierras del Olimpo.

Ella siempre había estado a su lado, de una manera incondicional y honesta; y con la que había estado tanto tiempo comprometido… un compromiso que ahora le parecía una carga. No obstante, aún con ello, no tenía el corazón para romper cualquier lazo que lo uniera a ella.

La luz del túnel del pasillo cada vez era más intensa, mientras los árboles, arbustos y flores de todos los colores posibles se encontraban decorando los salvajes paisajes de su alrededor.

Levantando su rostro hacia el brillante sol, que, junto con su calor, iban calmando aquella que ansiedad iba formándose en su pecho.

Aspirando con fuerza dejando que la mezcla de deliciosos olores, que viajaban en la brisa de la tarde, se entrometiera en sus fosas nasales.

—No puedo… —quebrando la calma del paisaje con sus palabras escapándose en medio de un suspiro.

"Unos delicados pasos irrumpían sus caóticos pensamientos, mirando como la delgada figura de Metis se acercaba a él, en su rostro una suave y cálida sonrisa se asomaba en las levantadas comisuras de sus labios, que tímidos iluminaban sus castaños ojos.

"—Hola —saludando de un modo tranquilo, la titánide detenía sus pasos alzando la mirada a su rostro, cuando poco a poco las esquinas de sus labios comenzaban a descender—, ¿qué sucede?

"Zeus trataba de mantener una compostura tranquila, forzando su rostro, trataba de mantener su sonrisa.

"—Durante mi ausencia… atacaron a Hypnos —respondiendo fríamente el dios miraba sus ojos observando la preocupación reflejada en ellos—, él quedó herido, pero Galena ya lo atendió. Estará bien en poco tiempo.

"—¡¿Dentro de este lugar?! —Con los ojos desorbitados Metis retrocedía un paso girando a cada dirección del pasillo, llevando una mano a sus labios y devolviendo la mirada al dios—. ¡¿Cómo fue posible?! ¡¿Nix ¿Lo sabes?

"—No. Y no debe enterarse…

"Frunciendo el entrecejo la titánide acortaba la distancia de entre ambos y extendiendo sus delgados brazos, y con ternura y delicadeza, Metis los enredaba alrededor de su cintura, colocando su cabeza en su pecho.

"—Lo siento. No quería mortificarte más de lo que ya estás.

"Sus brazos se habían quedado inertes a sus costados, poco a poco sus extremidades se iban moviéndose hacia los pequeños hombros desnudos de la titánide.

"Con esfuerzo, el dios logró colocar sus manos sobre su delgado cuerpo, sintiendo la delicadeza de su piel, sintió algo distinto. De un momento a otro, una difusa sensación que vagaba desde los rincones más profundos de su memoria, sentir cómo las manos de Hypnos se había posado en la piel desnuda de su espalda.

"—No te preocupes, encontraremos al responsable. Pero ¿qué era lo que querías preguntar?

"—Sólo quería preguntarte —apartando su cabeza con un ligero movimiento para mirar a sus ojos directamente—, cómo te habías sentido durante tu celo. Pero es algo que no tiene importancia ahora.

"Las palabras de Metis captaron su atención, cada parte de su cuerpo se había quedado rígida ante su cuestionamiento, en su rostro las esquinas de sus labios se levantaban con dificultad, mientras trataban de relajar cada extremidad de su ser.

"—Yo… —Entrecerrando los ojos Zeus revivía ese preciso momento, donde su cordura aún no cedía ante el fuerte instinto de su celo—. Fue un poco diferente a lo habitual.

"—Entiendo…

"—¿Por qué preguntas? —cuestionando con un tono aparentemente inocente—. ¿Debía notar algo diferente?

"—Bueno, la razón es porque esta vez, intenté usar otras hierbas —, respondiendo con el rostro sereno y los ojos brillantes—, quería que lograran calmar tu celo, sin que te dejaran aturdido."

Abriendo los ojos, dejándolos casi desorbitados, Zeus miraba a nada.

A Hypnos, se le había visto sentado en medio de los jardines alejados del templo, cerca de donde él se encerraba durante su celoso, recostado bajo la sombra de un árbol, con los ojos cerrados.

Por otro lado, las palabras de Perseo habían sido claras, parecía que el ángel confirmaba lo que había temido.

Paso a paso, con sus ojos de un azul tan pálido que se asemejaba al hielo, mirando a la nada. Con sus pies deambulando entre flores y pastizales, con el corazón que parecía aumentar el ritmo de cada latido a cada zancada.

Extendiendo un brazo, Zeus alzaba su mano diestra, para que sus largos dedos envolvieran la superficie rasposa del tronco de un árbol.

Y de un solo y metiendo presión entre ellos, con un fuerte crujido, apenas percibía la dura madera del árbol, destrozarse en mil de esquirlas que caían caóticas en el suelo, provocando que el mismo se estremeciera.

" ¡¿Qué hiciste Metis?!"

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[*]En la mitología griega, Maya o Maia (en griego Μαία, que significa "pequeña madre") es la mayor de las Pléyades, las siete hijas de Atlas y Pléyone; madre de Hermes.