Los días había pasado uno a uno, sin novedades ni problemas ejecutando sus deberes como consejeros; no obstante, Thanatos por su lado, parecía molesto, siempre que no se tratara de asuntos relacionado con sus deberes no le dirigía la palabra. Bloqueando incluso sus pensamientos; y así como otras veces, que no lo veía por estar acompañando a Metis ayudándola con los asuntos de la ceremonia, beneficiándose con más tiempo para trabajar en su creación.

Sin embargo, ahora, sintiendo como su cuerpo iba recuperando su movilidad, al igual que su consciencia iba despertando poco a poco, observaba con dificultad los cálidos tonos anaranjados del atardecer.

Había perdido la noción del tiempo.

Podía sentir como el aire de sus pulmones entraba y salía en una descompasada respiración superficial. A pesar de tener sus ojos abiertos de par en par, podía sentir como la fresca brisa azotaba con fuerza su pálido rostro, erizando la piel de este.

Percibiendo como las gotas aperladas de sudor bajaban por esos hermosos rasgos, así como el dorado de sus ojos brillaba con intensidad, a pesar del gran espacio ocupado por sus pupilas dilatadas, mirando desde el fresco césped, notando su costado derecho pegado al húmedo suelo.

Sus pensamientos se encontraban dispersos por aquellas caóticas imágenes, al instante en que, apoyaba sus manos sobre la refrescante y perfumada hierba, que cosquilleaba en su nariz.

Poco a poco, la fuerza de ambas extremidades iba incorporando su ser, hasta quedar sentado sobre sus piernas. De repente bajaba la mirada, observando con sus ojos, aun abiertos como platos, el brillante césped bañado por los rojizos rayos del sol.

"¡Increíble!"

El brillante resplandor de aquel lugar era la explicación de este. Un lugar donde lo existente, lo inexistente, el todo, la nada, el caos y el orden convivían en conjunto.

Había perdido la cuenta de la cantidad de veces en la que se había introducido en aquel lugar, donde su alma inmortal había viajado. Donde era casi imposible alcanzar el profundo vacío camuflado de masas de estrellas. Hasta la cima de la infinita inmensidad por encima de su cabeza; tan inalcanzable como el perpetuo sinfín del mar estrellas, galaxias y constelaciones, que era el vasto universo.

Había perdido la cuenta la cantidad de cosmos que había empleado en cada pequeño detalle.

Había perdido la cuenta de las veces que se había imaginado la culminación de su mundo, contemplándolo como una auténtica obra de arte, que se formaba a cada cambio que realizaba; modificando los defectos en irrompibles fortalezas.

De repente, unos pesados pasos, acompañados de un crujir metálico, se deshacía de la calma de aquel jardín.

Girando la cabeza con rapidez, Hypnos dirigía su mirada hacia la resplandeciente armadura que acortaba la distancia en cada grácil paso. Sus largos cabellos cerúleos se balanceaban con timidez, mientras la frialdad de sus ojos parecía brillar, al momento, en que se cruzaban con su mirada.

—Lamento asustarte —Disculpándose la grave voz del dios, caminaba poniendo cautela en cada paso que daba hacia él, bajando su velocidad hasta detenerse—. Sólo que sentí tu cosmos desde lejos. Supuse que algo estaría pasando.

—No tiene que disculparse, dios Zeus —Respondiendo amablemente, Hypnos lograba apoyarse en sus piernas, incorporándose—. Estaba resolviendo algo importante.

Incorporándose poco a poco, apoyándose en sus fuertes piernas, intentando enderezar su postura, podía percibir, como un ligero hormigueo comenzaba a avanzar a lo largo de sus extremidades, sintiendo como estas perdían fuerza y se tambaleaban. Su cuerpo iba cayendo poco a poco, esperaba caer hasta impactarse con el suelo; cuando un par de brazos habían rodeado su cintura.

De un momento a otro Hypnos sentía como cada célula de su cuerpo se erizaba, al igual que cada una de sus extremidades se tensaba hasta que estos se volvían completamente rígidos. Cada una de sus palpitaciones iba golpeando los huesos de su pecho, cada vez más rápido que el anterior.

—Deberías tener cuidado —se escuchaba un susurro ligero y ronco en su oído derecho, a la vez que sentía como el cosquilleo de su aliento en su piel parecía tensar cada centímetro de su piel y cuerpo—, no quisiera verte lastimado.

Sin espera ni aviso, un curioso escalofrío recorría desde sus pies, pasando e impactando por su columna y terminar en la punta de sus cabellos dorados, sintiendo como se calentaba poco a poco.

"¡No esperaba, que fuera capaz de hablar así!"

—Lo siento… —girando su cabeza hacia la dirección contraria, el dios del sueño respondía a la vez que, apoyándose en sus piernas, se separaba de Zeus—; creo que hoy he cometido varios errores.

Una risita por lo bajo se escuchaba, y por reflejo, Hypnos volvía la mirada, únicamente para abrir los ojos de par en par. La bronceada faz del dios era demasiado diferente a lo que estaba acostumbrado a mirar. Sus parpados cerrados, al momento que dejaba escapar su risita casi silenciosa, en un rostro completamente relajado.

—No te preocupes —Sin pereza, el dios abría sus ojos únicamente para mirar cómo esos antes ojos fríos, se mostraban brillantes y cálidos, así como esa calidez en el torno de su voz—. Lo pasaré por alto…

"¡Es hora!"

En su mente, el pensamiento del dios había captado la atención de Hypnos, entrecerrando sus ojos, comenzaba a eliminar la expresión de su rostro lentamente, ese escalofrío que había recorrido su cuerpo comenzaba a desvanecerse poco a poco.

—…

—Hay algo que he querido preguntarte personalmente —El regente de los dioses hablaba con un tono sereno, a la vez que Hypnos, miraba como su rostro iba endureciéndose poco a poco, regresando a esa faceta seria y conservadora de siempre—. Es algo que he querido saber desde hace tiempo.

"Debo tener cuidado…"

—¿Preguntar, mi señor? —Cuestionando sin un ápice de alguna emoción, Hypnos manteniendo su semblante—. ¿Es algo relacionado con mis obligaciones hacia usted? —Manteniendo su mirada en la del dios, trataba de inhalar con calma, para exhalar de la misma manera, mostrando calma.

Un largo y ruido suspiro salía de sus labios, a la vez que entornando sus ojos, unos ojos que iban volviéndose indiferentes, calculadores y cautelosos.

—Aquel… el día del ataque —hablando con tranquilidad, Zeus comenzaba a erguir su cuerpo, notando como sus cabellos llegaban a la perfecta nariz del Regente de los dioses—, ¿exactamente qué estabas haciendo en ese lugar?


El sonido de la hierba crujía bajo sus pies con un débil sonido, a cada paso que daba entre la maleza salvaje del abandonado jardín, que no sólo era cubierto del verde césped, sino también por hojas que habían sido arrancadas por las fuertes brisas que se llevaban todo a su paso, anunciaban su camino.

Moviendo la cabeza de un costado a otro, sus ojos negros inyectados en sangre, que no dejaban de lado ni un solo rincón, flor o árbol del paraje sin observar.

—¡Maldita sea! —Friccionando sus dientes entre ellos, provocaba un notable rechinido, que combinándose con los evidentes sonidos guturales que iban saliendo de sus labios entreabiertos, acababa con la calma de aquel lugar; mientras tanto Thanatos no paraba de avanzar entre las flores—, ¿dónde se ha metido ese bastardo?

Zeus les había pedido que se retiraran antes de tiempo, así como le había dado la orden de seguir ayudando a Metis con los preparativos de la ceremonia.

En su mente, aquel rostro jovial adornado con una mirada marrón, alegre y llena de vida; ahora era sustituida por un rostro pálido, enfermizo y una mirada apagada, era diferente a la de un ser que se encontraba feliz por unirse.

Era parecida a alguien que esperaba cumplir una amarga condena.

"¡Tch…! ¡Además de ser su consejero, tengo que ser asistente de esa insignificante beta! No dudaría, que algún día, la abandonará por cualquier omega."

Con sonoros gruñidos salientes de su garganta, Thanatos iba disminuyendo la velocidad de sus pasos, hasta detenerse en medio del pequeño claro. La brisa seguía deambulando en medio del paraje, entrometiéndose entre sus alborotados cabellos, jugueteando con los negruzcos y manipulables hilos.

Entre ramas, hojas caídas y flores con llamativos y diversos colores, sus fosas nasales se movían. Aspirando con fuerza, dejaba que el aire entrara a sus pulmones, inflándolos, y a su vez, degustando la mezcla de fragantes olores.

Hierba fresca, flores, hojas secas y madera de los robustos árboles, y el frescor que arrastraba el viento consigo, eran los olores que llegaban a él, no obstante, no estaba ahí lo que buscaba.

"¡Maldito Hypnos! ¡¿Dónde te escondiste esta vez?!"

Thanatos sabía que Hypnos no desaprovecharía la oportunidad de usar el tiempo libre, y sin olerlo, sería más difícil encontrarlo. Empero, un chasquido sonó en su cabeza. Cada una de las fibras musculares de sus extremidades, comenzaban a tensarse, una a una, formaban una rigidez que comenzaba a incomodarlo.

Ahora ni siquiera detectaba ni el mínimo ápice del aroma de su hermano, no desde aquel maldito ataque… aunque él suponía, Hypnos ya no tomaba el supresor que le había dado la ninfa.

Repentinamente podía sentir como ese calor en la parte baja de su vientre, comenzaba a anidarse y, sobre todo, poco a poco iba creciendo, notando como su cuerpo ya tenso, aumentaba la rigidez de los músculos.

"¡Maldita sea! ¡Lo que me faltaba!"

A la vez, una bruma, que, con una fastidiosa lentitud, iba cayendo sobre su mente. Haciendo que se enfocara cada vez más en el interrumpido paso del calor interno, que sin tregua avanzaba y consumía sus entrañas. En medio del silencio, una sonora risa, llevada por las traviesas corrientes del viento, llamaban su atención.

"¡Puedo soportarlo…!"

Sin dudarlo, comenzaba a mover sus pies, hacia la dirección de aquella carcajada, mientras sentía y permitía como su piel, iba elevando la temperatura, como si hubiera sido expuesto a las llamas más febriles del universo.

Aspirando con impaciencia, el frío aire que se introducía en sus pulmones parecía calmar un poco el ansia que iba creciendo en su pecho. Thanatos sentía como su cordura perdía poco a poco la pelea contra aquel fiero e indomable calor que comenzaba a aturdirlo, mientras las primeras gotas de sudor recorrían su rostro descendiendo rápidamente.

Paso a paso, la velocidad de sus zancadas iba descendiendo de velocidad, hasta que estos se detuvieron. Cada vez más, sus inhalaciones se volvían cada vez más superficiales, al igual que sus exhalaciones, se volvían más jadeantes.

Entonces, sus párpados, abiertos como platos se enfocaba en los dioses delante suyo. Hypnos se encontraba a escasos centímetros de Zeus; este con las palmas de sus manos detrás de su espalda y una espalda recta, el Regente de los Cielos, fijaba su mirada en el dios.

Ocultándose detrás del tronco de un árbol cercano, Thanatos apoyaba su espalda sobre la rasposa y dura superficie de madera, entre jadeos y un abrasador calor que ya no toleraba.

—Aquel… el día del ataque —hablando con tranquilidad, Zeus comenzaba a erguir su cuerpo, notando como el dios se dirigía a su hermano con una notable autoridad—, ¿exactamente qué estabas haciendo en ese lugar?

El silencio entre ambas deidades había hecho aparición, a la vez que, en su casi agotado razonamiento, parecía que había encontrado el sentido de la pregunta.

Por días y semanas, él se había hecho las mismas preguntas. Por ese escaso tiempo, había sentido una frustración y rabia que no podía ser contenida ni disimulada, se había sentido un fracasado al saber que no había estado para protegerlo, como lo que más atesoraba.

Sin embargo, ahora el destino o cualesquiera que fueran las fuerzas que lo habían llevado ahí entregándole esa oportunidad invaluable.

—He estado creando un mundo —escuchando sus palabras, Thanatos abría sus ojos hasta dejarlos casi desorbitados, haciendo caso omiso de las líneas de sudor que recorrían su rostro—, el cuál he comenzado desde que tengo uso de razón.

—¿Un mundo?

—¡¿Q-qué mierda estás hacien...do, Hypnos?! —Un susurro casi inaudible salía de sus labios, sintiendo como su poca razón iba desvaneciéndose, tratando aun con la poca voluntad que quedaba, seguir escuchando las palabras de su gemelo.

—Un mundo, —continuaba con el mismo solemne tono de voz sin una pizca de tartamudeo ni inseguridad—, el cual, es impenetrable, así como no hay manera de salir.

"Ese día, después que usted se había enclaustrado por su celo; quise continuar con mi creación. Aunque tenía un tiempo bajo su mando, estaba consciente de que había lugares donde no podía adentrarme.

"Pensé que la persona más confiable, para preguntarle algo así; era la señorita Metis. Así que, fui a buscarla de inmediato. Ella me había sugerido un claro alejado de los templos…

"Cuando volví en mí… me encontraba seriamente aturdido, y no recuerdo con exactitud como llegué a ese lugar. Sólo había notado como mis feromonas estaban enloquecidas…"

Una ligera pausa en la conversación que era llenada con un notable silencio. Thanatos, aspirando con dificultad, la pesadez del aire en sus pulmones que cada vez era más fuerte le impedía respirar con normalidad, llevando una de sus manos a sus labios, intentando silenciar los jadeos.

—A pesar de lo sucedido…

—Dios Zeus, como alfas, no podemos culpar a nuestra naturaleza. Si le es de consuelo, he logrado terminarlo. Y, lo he llamado, el Mukai.

En su cabeza, el delgado hilo que sostenía el poco juicio que le quedaba, se había roto con un sonoro eco que retumbaba con fuerza en su interior.

Sin esperar nada, un fuerte estremecimiento atravesaba su espalda, así como el calor se expandía en la totalidad de su cuerpo, ardiendo febrilmente.

Separando su espalda del rígido cuerpo del árbol, el dios se incorporaba y sin darse cuenta, en denso aroma a musgo, comenzaba a expandirse a su alrededor, dejando que se esparciera, al momento, en que dejaba caer su mano y se escapara un fuerte gruñido. Sus labios se contraían mostrando sus dientes y los incisivos a la peligrosa vista.

Girando hacia donde los dioses se encontraban, su vista se enfocaba en un solo ser. Con un rechinido de ramas rompiéndose y hojas siendo empujadas con una exagerada fuerza, ambos dioses volvían sus miradas hacia él.

Y extendiendo una mano hacia Hypnos, usando la magnífica fuerza de sus extremidades inferiores, traspasaba con una insana violencia los arbustos que se le atravesaban, permitiendo que se acercara a ese divino ser.


Con la espalda recostada en la columna de mármol, el dios mantenía su mirada enfocada en la nada. Sus largos cabellos negros se dejaban manipular con la suave brisa, mientras su agudo olfato, percibía el suave perfume de las flores a su alrededor.

Soltando un sonoro suspiro, Hades cerraba sus párpados, de repente, el notable sonido de unos pasos que avisaban su avance, con el armonioso sonido de la hierba quebrándose debajo de sus pies, anunciaba su llegada.

Abriendo sus ojos, a la vez que volvía la cabeza hacia el origen del sonido, con una considerable lentitud, el dios miraba como unos pequeños pasos deteniéndose a un lado.

Girando la cabeza el dios seguía mirando ese mismo lugar, con un rostro inexpresivo.

—Sabía que te encontraría aquí —Una delicada voz rompía con la calma del lugar. Mirando de reojo, observaba como en un movimiento rápido, Hera se sentaba a un costado, entretanto, alzando una mano movía sus largos cabellos rubios—. ¿Tuviste suerte?

—No —contestando con el mismo tono indiferente, Hades dirigía su mirada hacia el resto del claro, dejando que la brisa lo cubriera sin quejas—, Zeus está decidido a encerrarme como a un prisionero en este lugar.

—No puedes culparlo—Replicando con un tono suave, Hera lo miraba, fijándose en su rostro—, es… su instinto…

—Su instinto; le dice que somos débiles —refutando con fuerza el dios, con un tono de voz, aunque bajo, imponente; interrumpía las palabras de la diosa, que lo veía con una mirada sombría al momento que, enderezando su espalda, volvía la mirada hacia Hera—, como si soportar las humillaciones del bastardo de Cronos, y enfrentándonos a él, no hubieran sido suficientes…

Sin previo aviso, desde un costado no muy lejos de ahí, un sonoro crujido se escuchaba. En un actor reflejo Hades volvía con lentitud su cabeza, únicamente para observar cómo su hermana, giraba con rapidez agitando sus largos cabellos rubios.

—La-lamento interrumpirlos… —entre titubeos una quebradiza voz se escuchaba mientras, Metis jugueteaba con sus manos sobre su regazo.

Su delgaducha figura se detenía de repente, con un rostro blanco como el papel y unos ojos castaños que eran decorados por unos párpados hinchados y rojizos. En aquel rostro lívido, unas cuantas pinceladas de rubor anunciaban que estaban por aparecer, resaltando la palidez de su rostro.

Y sin demora, comenzaba a sentir como una pesadez en su pecho, lo invadía, molestándolo, y sintiendo como una inesperada angustia lo devoraba.

—Para nada, Metis —Con una voz amable Hera se dirigía a ella, esperando respuesta de la titánide—. Ven, toma asiento.

Extendiendo una extremidad, la diosa le señalaba un montículo de mármol despedazado. Obedeciendo, Metis movía su cabeza de arriba abajo asintiendo, para luego avanzar y moverse con una excesiva lentitud y cautela.

Hades dibujaba una sonrisa casi invisible, siempre había admirado los modales de su hermana, tan fluidos y delicados. Tan elegantes y modestos, eran parecidos a los que, en su opinión, debía tener cualquier monarca, para después volver sus ojos hacia el montón de árboles delante suyo.

—Metis, ¿te encuentras bien? —De una manera directa y sin preocupación, Hera la cuestionaba. Hades podía mirar como la diosa fijaba con seriedad sus orbes azueles sobre el rostro de Metis—. ¿Sucedió algo?

—¡N-no! ¡Claro que no! —Respondiendo con una prisa notoria, el dios miraba como ella movía las manos exageradamente—. Solamente estoy muy atareada con los preparativos de la ceremonia…

—No pareces emocionada… —Con un notario desdén, Hades mantenía su mirada, para luego entornar los ojos hacia ella, que, de un momento a otro, el escaso color de sus mejillas se había desvanecido—. Más bien, parece que…

—Hades…

Abriendo los ojos como platos, Metis iba bajando poco a poco las comisuras de sus labios, hasta dejar que la tristeza de sus ojos, llenaran sus labios con el mismo pesar.

—Espera, Hera —interrumpiendo a la diosa con una voz quebrada, los ojos de ella comenzaban a ponerse vidriosos por las pesadas lágrimas que iban llenando sin mesura sus orbes—. Hades tiene razón…

Y de un momento a otro, Metis alzaba sus manos para llevarlas a su rostro, cubriéndolo y soltando ruidosos sollozos.

La pesadez de su pecho había aumentado sintiendo como el aire que parecía que solo entraba de manera superficial, mientras Hades volvía con tranquilidad la cabeza hacia la titánide. En un movimiento fluido, Hera se incorporaba, con unos pasos desvanecía la distancia entra ambas. Agachándose con elegancia y cautela, tomaba entre sus manos las de Metis, dejando al descubierto su rostro sonrojado por el llanto.

—Últimamente has estado extraña —decía la diosa con ese confortable tono, sin dejar de mirarla, Hera movía su mano diestra, para luego secar el empapado rostro—. Y de igual manera te he notado que físicamente estas decaída. Si, Zeus te hizo algo, puedes decirme, lo hablaré con él.

—E-él ha… ha estado actuando muy extraño últimamente —Hablando entre sollozos mientras con sus pequeñas manos zafándose de la de Hera, se frotaba las mejillas, soltando pequeños quejidos sollozantes—. Siento que estos últimos días me está evitando.

Un largo y profundo silencio había caído en el paisaje. Hades sin volver la mirada entrecerraba los ojos mientras fruncía su entrecejo, y con sus delgados dedos tomaba una delicada flor violeta que sus vibrantes colores, resaltaban con fuerza bajo la luz cálida del atardecer.

—¡Deja de pensar eso, Metis! —Hades daba un respingo girando con rapidez la cabeza observando como Hera había tomado de sus hombros y miraba fijamente. Metis con los orbes abiertos como platos, se encontraba inmóvil sin derramar más lágrimas—. ¡Si Zeus te vuelve a engañar, como lo hizo con Maya, no sé de qué sería capaz…!

—¡He-Hera! ¡T-tranquila! —Frenando entre sus ruidosos gimoteos, Hera suavizaba lentamente su agarre, soltando un ruidoso suspiro.

—De acuerdo, pero eso no justifica tu condición —Sentándose nuevamente sobre su asiento, cerraba sus ojos, que a su vez fruncía su ceño, para que luego, poco a poco, este se iba relajando para que estos se abrieran, mostrándose serenos—. Deberías ir a ver a Galena, te has visto muy pálida estos últimos días…

—¡Señorita Metis! —Una gruesa voz se lograba percibir a lo lejos, interrumpiendo las palabras de la diosa.

Hera y Metis, volvían la cabeza, a la vez que Hades sólo volvía la mirada, para ver como una Glory con destellos rosados y plateados se acercaba. Deteniéndose a un costado de Hera y Metis, el ángel colocaba una de sus rodillas sobre el suelo, a la vez que el ángel agachaba la cabeza, dejando a la vista sus cabellos alborotados.

—Lamento importunarla —hablaba al momento en que levantaba su rostro un tanto sombrío—, pero el dios Zeus ha pedido su ayuda.

—¿Mi ayuda? —Cuestionando con un tono casi natural, Metis se incorporaba con cuidado con un movimiento delicado—. ¡¿Le sucedió algo, Perseo?!

De repente, Hera se levantaba de su lugar, Hades irguiéndose colocaba su mirada en su hermana, notando como su menudo cuerpo temblaba.

—No, señorita —continuaba hablando con el mismo tono serio, notando como su ceño se arrugaba—, el dios Thanatos… el dios Thanatos entró en celo—el resto de su rostro se contraía y dirigía su rostro hacia él y Hera—, por eso, mis señores; les pido que se refugien, para evitar incidentes.

—No te preocupes, Perseo —Hades respondía con calma, a la vez que no despegaba la mirada del ángel —. Regresaremos a nuestros aposentos.

—Me retiro —Levantándose con sumo cuidado, el ángel se incorporaba, mientras Metis llegaba a su lado, y con pasos apresurados comenzaba a adelantarse.

No obstante, por una milésima de segundo, Hades comenzaba a fruncir el entrecejo. Algo, en los ojos de aquel ángel, un extraño brillo parecía asomarse, como si algo hubiera sido descubierto, o como si algo muy valioso hubiera encontrado.

Sin esperar más, el ángel se giraba y comenzaba a seguir los pasos apresurados de Metis. Casi de inmediato, Hades se incorporaba apoyando el peso en sus extremidades, y con pasos cautelosos, se acercaba a la diosa que se mantenía en silencio.

—Hera… —Rompió el silencio provocando un ligero sobresalto de la diosa, sin detenerse dejando a Hera detrás suyo—. Tenemos que regresar…

Un sollozo casi silencioso se escuchaba, a sus espaldas, haciendo que sus pies en un movimiento lento y ligero comenzara a detenerse, hasta lograrlo por completo.

—Debes dejar de preocuparte —Con un tono indiferente sin volver la mirada—. Él estará bien. Un alfa como Thanatos, no puede hacerle nada a Zeus. Además, no debes dejar que tus emociones te dominen.

—Eso… t-también aplica a ti, Hades —contestando con una voz nasal entre sonoros gimoteos, Hades sólo se había detenido a escuchar sus palabras—, se nota como la miras, pero… ellos se unirán, y… y no podemos hacer nada al respecto.

—Ya hablamos de eso. Y como te dije, no siento nada por ella… —Refutando con calma el dios no movía ni un solo musculo, únicamente miraba las copas de los arboles oscilando de un lado a otro con un acompasado ritmo gracias a los alegres vientos del lugar—. Es mejor que te refugies, es peligroso estar aquí.

Reanudando sus pasos, Hades fruncía el entrecejo con las palabras de su hermana, sin embargo, a su mente llegaba la mirada de Perseo.

Todos y cada uno de los ángeles que existían y vivían en el Olimpo, tenían como única misión, el servir y proteger a los dioses con una absoluta alegría y devoción. Humanos elegidos por los mismos dioses, seres que ahora, estaban por encima de aquellas impuras y salvajes criaturas, y por encima de ellos, exclusivamente se encontraban los dioses.

Hades, junto con sus hermanos, habían llegado al mismo acuerdo, donde aquello seres que serían los que tendrían el privilegio de pisar el Olimpo, los seres con un extraordinario potencial de fuerza y valentía tenían una única condición; todos y cada unos de ellos tenían que ser betas.

Sus cinco hermanos y él habían llegado a esa decisión, pues no podían tomar riesgos innecesarios de atacar a quienes protegían, en caso de ser alfas; o ser tomados por la fuerza por los mismos, en caso de ser omegas.

En palabras de Zeus, serían neutrales, se encontrarían en el punto más importante de todos. Serían la barrera entre alfas y omegas, para evitar situaciones desagradables y a su vez, situaciones o acciones que perjudicarían la estabilidad de ese nuevo imperio.

No obstante, entre todos y cada unos de esos seres, Zeus había escogido cuidadosa y personalmente; aquellos que formarían su guardia personal, y los que sabía que realizaba acciones que otro ángel no podría.

Perseo, era uno de esos ángeles, casi nadie lo veía. Incluso, los mismos ángeles ajenos a la protección de su hermano, no sabían de su existencia; aunque Hades sabía que su aparición, siempre era la prueba que algo malo estaba sucediendo.

"¿Qué está sucediendo, Zeus?"

Casi de inmediato, un sobresalto en su pecho cuando el rostro lívido de Metis aparecía de repente en su mente. La pesadez en su pecho continuaba sin señales de desaparecer ni disminuir, a la vez que, en ese mismo lugar, algo le decía que debía protegerla.

Verla en ese estado, le hacía sentir incómodo, ver como en los últimos días, su temperamento era tan cambiante. Mirar como el cansancio se había convertido en algo del día a día, así como verla derramar lágrimas por casi cualquier cosa. Desde el comienzo de todo ese raro comportamiento, esa sensación había aumentado.

No quería recordar las palabras de Hera, diciéndole que no podía seguir con su supuesto enamoramiento hacia Metis.

No era así. Eso, era completamente diferente a lo que su hermana sentía por Zeus.

No era que él quisiera tenerla.

No era que él podía tener el deseo de poseerla.

No era que él deseaba protegerla para que ella estuviera bien.

Era como, desde hace semanas atrás, no podía mantenerse alejado de ella. Aunque antes de eso, la consideraba molesta y entrometida.

Era como si protegiéndola, estaría a salvo aquello que ella tenía, y le pertenecía a él.

No podía explicar, como ahora, se sentía en paz junto a ella. Como se sentía protegido, como si algo invisible lo resguardaba, como lo más valioso en todo el universo, y sólo cuando estaba ella cerca, ese algo lo protegía.

No, no podía explicar aquel deseo de saber que era lo que parecía atarlo a ella, y quizás, no sería capaz de encontrar la respuesta.