Disclaimer:la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

~º~Un Secreto Navideño~º~

6

Bella siguió soportando las risas y burlas de sus hermanos acerca del nombre de las carnicerías de James. Comprendió porque su madre había reservado el nombre cuando preguntó, eso le causó un poco de ternura.

Y decidió reservarlo para cuando estuviera frente a Renée.

Volvían a casa caminando, en medio de la ventisca helada. Ella tenía la nariz roja y el rostro tieso del entumecimiento que padecía por el frío, eso no era suficiente para que dejara de sonreír ante las idioteces que escuchaba, de algún modo se divertía aunque fuese a sus costillas.

― Me gusta este lugar ―Edward interrumpió sus pensamientos―. Es cálido a pesar del frío, quizá porque es un pueblo chico donde las personas se conocen y se saludan con respeto, creo que me gustaría comprar algo aquí y poder pasar varios días lejos del bullicio ¿qué te parece?

Bella levantó la mirada, fijando los ojos en su prometido. Sabía que él no mentía ni mucho menos trataba de hacerla sentir bien. Edward hablaba en serio.

― Estaría feliz de tener una casa aquí ―admitió echando un vistazo alrededor del lugar cubierto de nieve.

― Entonces, busquemos algún terreno donde construir ―tiró de la mano, llevándola a su ritmo. Bella apenas abrió la boca, seguía conmocionada por la petición de él―. ¿Crees que tu padre tenga interés en ayudarnos? ―preguntó a mitad de camino―. Así podemos limar asperezas.

― Mi padre no es un ogro, seguro hoy estará de mejor ánimo ―comentó sintiendo una pizca de esperanza.

Edward detuvo su paso. Acunó la cara pasando las manos por la cabeza, acomodando el gorro y removiendo los restos de nieve incrustados en la melena castaña. Le sonrió complacida cuando él inclinó el rostro y besó ligeramente los labios.

― Sé que no es un ogro ―Edward estuvo de acuerdo―. Creo que solo está enojado conmigo porque le estoy robando a su hija. Te aseguro que a esta hora ―miró el reloj de pulso― me recibirá con una buena barbacoa, estará feliz de tenerme en su familia.

Bella no tuvo valor para quitarle el buen humor y sobre todo, la fe que depositaba en su padre.

Ella mantenía la esperanza de que Charlie estuviera esperándolos con una gran sonrisa y conforme sus pasos iban avanzando a casa, el nudo en el estómago le advirtió que aún no era el momento.

Su padre apenas los miró al entrar y volvió a fruncir los labios mientras se concentraba frente al televisor.

― Hola, papi ―Bella corrió detrás del sofá y envolvió los brazos en los hombros del hombre malencarado.

― ¿Dónde andaban? ―gruñó Charlie Swan ignorando en todo momento a Edward―. Está demasiado frío para andar afuera.

― Llevé a mi novio a conocer el pueblo ―dijo ella en un tono infantil―. Queremos hablar contigo ―mencionó, recordando lo hablado con su chico.

El hombre de bigote frondoso, renegó haciendo una mueca.

― No quiero más sorpresas, Bella ―gruñó.

La castaña empezó a repartir besos en las mejillas rasposas del hombre que abrazaba.

― Edward quiere que tengamos una casa aquí en el pueblo.

Ella sonrió cuando el semblante de su padre se suavizó. Le vio asomar una corta sonrisa.

― ¿Aquí en Forks? ―rumió, fingiendo que no estaba emocionado.

Su hija lo conocía. Charlie estaba feliz, el brillo en sus ojos marrones había vuelto y la razón era conocer qué vivirían cerca.

― Sí, papi.

― Pienso que quizá usted podría ayudarnos ―Edward se acercó.

Charlie no respondió. Pero mantuvo la mirada fija en el hombre frente a él.

― ¿Qué puedo hacer? ―preguntó sin ahondar en el tema.

Bella suspiró sonoramente. Se enderezó y para su suerte decidió sentarse en el reposabrazos del sofá donde estaba su padre. Le tomó la mano con cariño y empezó a jugar con los dedos del hombre hosco que era Charlie.

Ella sabía que era una forma de distraerlo. También reconocía que quizá no ganaba mucho si no funcionaba, pero siempre estaría la opción del chantaje y ella en eso era experta con su padre.

― Usted sabe más sobre el pueblo ―dijo Edward suavizando la voz―. Tal vez conozca algún agente inmobiliario que pueda ayudarnos, me gustaría que esto fuera algo más privado para que la prensa no llegue a enterarse.

Bella sintió cómo el ambiente se volvía más tenso en cuanto Edward mencionó la idea de la casa. Sabía que su padre, aunque más relajado en su semblante, aún no estaba del todo convencido. El silencio que siguió a las palabras de Edward se alargó, y ella se aferró con más fuerza a la mano de su padre, buscando una manera de suavizar la situación.

― Papá, sabes que no es por nada malo. Solo… queremos construir algo aquí, un lugar donde podamos estar tranquilos, lejos de todo. Quiero que estemos bien, como familia, ―dijo Bella, con una voz suave, casi suplicante.

Charlie observó a Edward con detenimiento. No era fácil para él aceptar la idea de su hija tan lejos de él, viviendo en un lugar que podía sentirse ajeno. Pero algo en la mirada del joven Cullen, en su serenidad y en cómo cuidaba a Bella, le transmitió una sensación de confianza, aunque no del todo.

― ¿Y por qué aquí? ¿No hay otros lugares? ―preguntó Charlie, aún renuente pero claramente curioso.

― Porque aquí estamos, papá. Este es nuestro hogar. Es donde Bella creció, y… quiero que lo sigamos siendo. Este lugar me ha enseñado lo que es estar cerca de la gente que importa, ―respondió Edward con una sinceridad que parecía desarmar cualquier objeción.

Bella se acercó un poco más a su padre, esperando una respuesta definitiva. Sabía que, por más difícil que fuera para él, su padre no podría ignorar lo que significaba para ella. Un cambio como este no era fácil para ninguno de los dos, pero al final, todos querían lo mismo: lo mejor para ella.

Charlie suspiró, echándose atrás en su sillón, y miró al techo como si estuviera buscando las palabras adecuadas. Al final, lo que dijo no fue exactamente un sí rotundo, pero sí un indicio de que podía estar dispuesto a considerar la idea.

― Está bien, pero quiero estar involucrado. No quiero que esto sea algo de ustedes dos sin mí, ―dijo, la dureza de su voz suavizándose un poco―. Y… si tienes un terreno en mente, Edward, me gustaría ver de qué se trata. Pero no prometo nada.

Bella sonrió, aliviada. Sabía que su padre, con su actitud ruda, solo necesitaba tiempo para procesar las cosas a su manera.

― Gracias, papá, ―dijo con una mirada agradecida, sin poder evitar soltar una ligera carcajada cuando Edward le sonrió con gratitud.

― Entonces, ¿vamos a ver a ese agente inmobiliario? ―preguntó Edward, con una chispa de emoción en su voz.

Bella asintió, levantándose del sofá y tomando la mano de Edward, lista para dar ese siguiente paso. Sabía que no todo sería fácil, pero al menos ahora tenían el apoyo de su padre, aunque fuera en pequeñas dosis.

La noche había caído y solo podía escucharse el silbido del viento mientras la ventisca helada seguía entumeciendo el cuerpo de Edward a pesar de todas esas capas de ropa que usaba.

Se quedó pensativo mirando hacia ningún punto.

Una parte de él deseaba que el tiempo fuera más deprisa , casi un pestañeo para poder estar casado con Bella. Pero, la otra parte deseaba estar así, tan solo disfrutando lo que tenían.

Escuchó un fuerte carraspeo. No volteó porque sabía que era su suegro quien se aproximaba con las manos en los bolsillos.

― Sé que la casa aquí es para ganar puntos conmigo.

Edward lo miró de soslayo.

Rechinó los dientes y de nuevo se centró hacia el frente del porche de la casa Swan.

― Charlie, mi intención es que tu hija sea feliz, y si ella quiere estar cerca de sus padres, aunque yo no sea digno de ellos ―sonrió torcidamente― yo lo acepto, soy capaz de eso y más con tal de verla feliz.

Charlie hizo una mueca.

― ¿No te importa que no seas de mi agrado? ―preguntó el hombre con cierta duda impregnada en su rostro.

La sonrisa de Edward se amplió.

― Charlie, tú y yo tenemos un amor en común ―suavizó su voz―. Ambos amamos a Bella de formas distintas, tu eres quien la ha cuidado y procurado desde que nació y siempre serás su favorito, pero ahora me toca a mí cuidar de ella, ¿no crees?

Charlie Swan levantó el mentón de una manera orgullosa. Podría ser un hombre severo y orgulloso que a simple vista se notaba, sin embargo parecía meditar lo que Edward le había dicho.

― Probablemente tienes razón ―susurró el hombre― pero siempre seré Seahawks, jamás me verás apoyar a tu equipo, nunca y es mi última palabra.

Edward rio.

― ¿Eso quiere decir…?

Charlie miró hacia todos lados en la oscuridad, su rostro precavido, como si tuviera miedo de que alguien los estuviera observando y con suma torpeza le extendió la mano a su yerno. Fue un saludo rápido que terminó en un gran abrazo de oso.

Habían hecho las paces. Probablemente sí, no sabía.

Fue ahí cuando los flashes los iluminaron…


Continúa...