Anhelos Reprimidos.

Una serie de rugidos retumbaron por todas las paredes del castillo, viajando largas distancias junto a los gritos de los desafortunados que quedaron atrapados en un final inevitable. La sangre había salpicado en todas direcciones, formando una masa cruda y pegajosa que despedía un hedor característico a medida que pasaba el tiempo. Aquellos mogekos con apenas fuerzas trataron de correr para mantenerse seguros, más su voluntad resultaba obsoleta cuando el monstruo superaba sus cortos pasos y procedía a devorarlos, arrancándoles las extremidades que sus afilados dientes alcanzaban, incrementando la densidad sangrienta que ya adornaba el paisaje. Y Moge-ko, que admiraba todo desde una distancia segura, se permitió bostezar.

Desde que había liberado al monstruo, acompañándolo atacar sin medida a los mogekos que habitaban los distintos pisos del castillo por menos que un capricho y más por rencor, con el paso de los días se reconocía cada vez más aburrida.

Le habían concedido todo el cuarto piso para gobernar desde su nacimiento, le dieron la libertad de disponer de los mogekos allí tanto como quisiera y había sido feliz con ello hasta que conoció a Yonaka. Ningún humano se había resistido a ella, nadie consiguió huir de su piso y tal suceso la irritó. Todos los humanos que habían ascendido hasta su piso estuvieron destinado a convertirse en sus juguetes, por lo tanto que uno escapara la puso de muy mal humor. Debido a eso se atrevió a subir pisos en su afán de hacerla suya, Yonaka debía ser su nuevo juguete, así que no podía permitir que se fuera. Cuando no logró alcanzarla fue como si una orden suya hubiera sido cuestionada. Moge-ko no lo soportó y comenzó a moverse por los distintos pisos en compañía de su monstruo.

Fue divertido hasta que dejó de serlo.

Ya no le divertía verlo masacrar mogekos indiscriminadamente, ver todo teñirse de rojo entre trozos de carne y entrañas se tornó monótono para ella. El vacío había vuelto a su pecho y todo en lo que podía pensar era en dormir y cuando despertaba lo hacía enojada. Además, ese estúpido rey no le había plantado cara en ningún momento, lo que la ponía mucho más furiosa.

—Tan irritante —masculló para sí misma viendo rojo y experimentando un calor desagradable distribuirse por todo el cuerpo. Apretando el cuchillo curvo que siempre usó para torturar a sus juguetes se apartó del pilastrón donde había estado recargada para mirar más allá del monstruo que masticaba ruidosamente los huesos de sus víctimas—. ¡Deja de esconderte! ¡Si no puedo tener a Yonaka, te usaré a ti! ¡Así que te ordeno que salgas!

Como estuvo ocurriendo desde un principio, el rey mogeko no respondió, haciendo que la reina rechinara los dientes llena de cólera. ¿Cómo se atrevía a ignorarla? Moge-ko sabía bien que la estaba escuchando, él era el creador del castillo, así que debía estar enterado de todo lo que sucedía en su propio reino. Y aunque a ella le importaba poco enterarse de cuál era la magnitud exacta de su influencia sobre ellos, le interesaba más que la enfrentara, porque pretendía exigirle hiciera algo con su aburrimiento. Pues si se negaba a cumplir con sus exigencias, se aseguraría de que permaneciera vivo mientras extraía sus intestinos por el trasero.

—M-Moge-ko…

La débil voz a sus espaldas la hizo girarse bruscamente, colocando por delante de ella su cuchillo curvo. Los dos mogekos que se dirigían a ella saltaron aterrados, temblando mientras se orinaban encima, algo que no conmovió ni asqueó a la reina rubia, acostumbrada como estaba a ese nivel de miedo que solían demostrarle sus inútiles súbditos.

— ¿Qué quieren? Por si no se han dado cuenta, estoy ocupada.

—T-Tenemos noticias…

— ¡Más vale que sean buenas o lo lamentarán!

—Si… es… sobre los afueras del castillo…

— ¡Eso no me importa! ¡Los mataré, mataré, mataré, mataré, mataré!

— ¡Yonaka-tan ha vuelto! —exclamó uno de ellos, mientras su compañero se desmayaba a sus espaldas debido a la amenaza latente que representaba la reina.

Moge-ko frenó sus impulsos asesinos al instante, retrajo su arma y pareció reflexionar en la información recibida antes de sujetar al pequeño mogeko del cuello, amenazando con rompérselo. Su expresión en blanco helándole la sangre a su indefenso interlocutor.

—Te irá mal si me estás mintiendo, ¿entiendes?

— ¡N-No miento! ¡La v-vieron huir junto a otros tres hu-humanos! —informó el mogeko con dificultad, suplicándole con sus ojos empapados en lágrimas que no lo asesinara ahí mismo.

Moge-ko lo soltó en el acto, sonriendo con tanta dulzura y emoción que todo aquel que la mirase sabría que se había desatado el infierno en su mundo, uno incluso más espeluznante que todo el desastre que ella había causado durante su dominio absoluto sobre el resto de pisos en el castillo. La forma en la que reía, el modo en el que posaba, determinaba la profunda excitación que comenzaba a recorrerla. El simple pensamiento de que no sólo se hiciera de la protestad de Yonaka, sino que obtuviera a otros tres juguetes humanos había roto la mente de Moge-ko más de lo que ya estaba. Y el sonrojo que recorrió su rostro de porcelana reafirmó el horror en el pequeño súbdito que sujetaba a su compañero sin saber qué hacer.

Tal vez había sido un error brindarle estas noticias. Pero si aquello servía para que abandonara sus ansias asesinas sobre los moge-tans, el indefenso mogeko amarillo pensó que esto era lo mejor.

.

La sensación de la carne cruda desgarrándose con su propia fuerza se había quedado con Andrew Graves. Era una memoria corporal, un fantasma que le cosquilleaba en los dedos. Después de que hubiese echado a su hermana para que le diera tiempo de cortar en retazos a su vecino, se permitió concentrarse en la actividad tanto como lo necesitó. Tuvo ganas de vomitar, así que estuvo convenciéndose de que ese cuerpo no era un ser humano, no era más que carne. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo había terminado en esa situación? ¿Realmente a sus padres les había importado tan poco su existencia que los habían abandonado en ese edificio? La duda le carcomía el cerebro mientras trataba de encontrar una manera de romper las vértebras de la espalda. Tiró de su cabeza tantas veces sin éxito y trató de facilitarse la tarea usando el cuchillo. Había sido complicado. Si, en algún punto sólo enfocó sus neuronas en arrancarle la cabeza, separar el cráneo del cuello pero al final había encontrado una técnica infalible.

Por eso fue más fácil desmembrar a sus padres, le había mostrado la técnica a Ashley para que su trabajo fuera mucho más rápido. Y así fue.

Pero la desgana de su hermanita al verlo cortar sin remordimiento se quedó grabado en su mente, por lo que trató de juguetear con ella sin recibir una respuesta satisfactoria; ella no estaba cayendo en sus juegos como siempre. Fue cuando manchó su rostro de la frente a sus labios con sangre, con la que proyectó una imagen tan atractiva que Andrew no pudo resistirse y se inclinó hacia Ashley para robarle un beso pero ella se apartó, lo empujó. Y el disgusto que se reflejó en su mirada confundida hizo que el mayor de los Graves abriera los ojos de golpe.

Lo primero que vio fue a Ashley, lo estaba mirando.

Esos ojos fucsias casi parecían brillar con luz propia en la oscuridad, lo que pudo haberlo perturbado si no estuviera más agitado por el rechazo que recibió de ella durante su sueño. Trató de controlar su respiración pero apenas podía pensar cuando su hermana yacía tan concentrada en sus movimientos.

— ¿Un mal sueño?

—No estabas induciendo pensamientos en mí mientras dormía otra vez, ¿o sí?

—No. Esta vez sólo te estaba mirando.

— ¿Esta vez…?

—Nunca me había tomado la libertad de verte dormir con tanta atención. ¿Sabías que frunces el ceño también cuando duermes?

—Eso es imposible, seguro que ocurrió así porque se estaba desarrollando mi pesadilla.

—No —espetó Ashley, claramente disfrutando de esa mundana conversación—. De verdad siempre tienes esa cara de amargado, también mientras duermes.

— ¿Me estás diciendo que no has intentado dormir ni una sola vez en lo que estamos aquí?

—Me estaba asegurando de que ninguno de esos mogekos raros viniera a intentar hacerme cosas indebidas. Esperaba escuchar a Yonaka gritar o algo. Por mucho que ella diga conocerlos, yo no, así que quería comprobarlo por mí misma.

—…Es lo más sensato que te he escuchado decir en mucho tiempo.

—Puedo ser precavida cuando me lo propongo —se rió la menor de los Graves mientras inflaba su pecho y adoptaba una pose orgullosa.

Andrew la hubiese acompañado en su brote de confianza con comentarios burlescos si no se hubiera distraído con sus labios cuarteados, pues al poco rato fue testigo de cómo de una de esas grietas brotaba un hilo de sangre. Sin siquiera pensarlo extendió una mano a su rostro, depositando la yema de su dedo pulgar para recoger ese flujo carmesí antes de que goteara. Sería una tragedia desperdiciarlo. El pensamiento lo incitó tragar espeso su saliva.

—En serio deberías comprarte un bálsamo labial —comentó Andrew distraídamente mientras le mostraba la sangre que manchaba su piel. Ashley se relamió el gusto metálico y el hermano mayor sintió que su estómago se apretaba.

— ¿Cuándo me has permitido comprarme uno?

—Te permití comprar ropa, ¿no?

—Tú lo has dicho: ropa. No pude pensar en un brillo labial cuando estaba tan feliz de elegir un conjunto bonito antes de que te arrepintieras.

—Mírate, joder. —Andrew volvió a recoger la sangre, siendo incapaz de ignorar el hecho de que esos labios ahora estaban húmedos por la saliva de la lengua de Ashley—. Eres un desastre.

—Oh, discúlpame por no poder hacer nada con mi problema de labios partidos ahora mismo.

—Al menos deberías intentar detener el sangrado. Ve por unas servilletas, estoy seguro que empaqué algunas del último puesto de comida donde nos detuvimos.

— ¿Y no quieres ayudarme tú en lugar de las servilletas?

— ¿Haciendo qué?

Sin detenerse a pensarlo un momento, Andrew se llevó el dedo a la boca y lamió la sangre que se había acumulado en su yema. Cuando ya la había degustado y vio formarse una sonrisa pícara en el rostro de Ashley, supo de inmediato el crimen que acababa de cometer, así que se quedó frío.

—Entonces, ¿qué te parece la sangre de tu querida hermanita, Andy?

—…Sabe a mierda —declaró, ofendido principalmente por ser llamado por aquel apodo, lo cual le ayudó a disipar el nerviosismo que intentó arrinconarlo a sonrojar.

— ¿Cómo te atreves? Mi sangre no puede tener un sabor tan malo.

— ¿Y qué esperabas que te dijera, Ashley? Toda la sangre sabe igual.

—Bueno, sí. ¡Pero no a mierda! A menos que hayas probado mierda de forma literal, lo más común es que la sangre tenga sabor a metal. —La idea le permitió a Ashley burlarse—. Oh, así que mi hermanito no sólo es un asesino, caníbal y prófugo de la ley, sino que le gusta consumir mierda también.

—Imagínate, consumo tu cocina la mayor parte del tiempo.

— ¡Oye! ¿¡Cómo te atreves!?

Ashley estaba a un impulso de vengarse de su hermano lanzándose sobre él para comenzar a golpearlo pero decidió que su mejor estrategia en esos momentos era darle la espalda y enfurruñarse, el trato del silencio siempre era efectivo para que se disculpara. Andrew suspiró al adivinar la estrategia de su hermana menor, así que se dispuso a volver a dormir. Se dio la vuelta también y trató de conciliar el sueño. Sin embargo, la decisión que había tomado antes volvió a su memoria, dándose cuenta que sería mejor ponerse a prueba. Durante mucho tiempo había seguido una rutina donde dejaba que Ashley hiciera su voluntad y lo obligara disculparse o sentirse mal, también ignoraba lo más posible los riesgos de enfrentamiento para darle una lección a su hermana; aquello nunca solucionó nada. Shinya dijo que necesitaba ejercer un verdadero control sobre ella, lo iba intentar.

—Ashley, no puedes tomarte tan a pecho mi crítica a tu cocina. Sí, me pasé con la descripción pero, oye, mejorarás con la práctica y también escuchando a los demás. —Como bien se esperó, no obtuvo respuesta. Iba a suspirar de nuevo pero no lo hizo en cuanto recordó la causa principal de su intercambio. Se miró el dedo ahora sin rastro de sangre. Era una locura pero dejó que sus pensamientos se manifestaran. Estaba harto de reprimirse—. ¿Sigue en pie tu propuesta de ayudarte a limpiar la sangre de tu boca? —Ashley no dijo nada pero el ojo observador de Andrew notó enseguida la tensión que abordó la figura de su hermanita, así que se permitió ser más atrevido mientras se cernía sobre ella—. Ashley, deja un poco más de sangre para mí, ¿quieres?

Ashley lentamente se giró para mirarlo, claramente aturdida por la repentina solicitud, tratando de averiguar si su hermano lo decía en serio o se estaba burlando de ella. Su gesto pareció entrar en mayor conflicto al no conseguir encontrar nada de lo que buscaba en la expresión seria de Andrew, el cual no se permitió dejar de mirarla a los ojos, aunque luego deslizó sus pupilas a la herida adornando los labios de Ashley. Entre más los veía, más apetitosos le parecían. Ashley debió estarlos remojando todo el rato ya que brillaban más que antes.

— ¿Debo preocuparme de que enloqueciste por culpa de este mundo?

—Fuiste tú quien sugirió que te ayudara.

—N-No lo decía de ese modo.

Andrew se sorprendió de que Ashley tartamudeara un poco y apartara la mirada con vergüenza. Por supuesto que había visto toda clase de fachadas en su volátil hermana pero nunca imaginó que una insinuación ambigua como la que se estaba suscitando entre ellos en ese momento, pudiera lograr la hazaña de ponerla nerviosa. ¿Sería la postura? ¿El hecho de que se encontraran tan cerca en el reducido interior de una casa de campaña? Parecía poco probable.

Desde que tenía memoria, ellos habían diluido el significado de espacio personal.

Incluso antes de la cuarentena acostumbraban a dormir juntos, compartían productos de higiene (a excepción de las toallas femeninas), también cubiertos y ropa. Era normal que Ashley se sentara en sus piernas y que él la dejara sin importar que hubiera espectadores. Cuando lo analizaba, Andrew en verdad encontraba las anomalías por las que la gente común advertiría que algo extraño estaba ocurriendo entre ellos. Su unión era demasiado enredada, al grado en que le resultaba inaudito que Ashley se sintiera nerviosa porque le estuviera pidiendo le concediera la libertad de limpiar la sangre de sus labios. Si le permitiera usar su lengua, él podría… Interrumpió ese pensamiento.

—Yo tampoco, pensaba usar las servilletas.

— ¿…En serio? —Ashley no disimuló su decepción.

—Sí, ¿qué pensaste que quería hacer?

—No sé, Andrew. Quizás… esperaba que me besaras como la otra noche. —Fue el turno de Andrew para tensarse de pies a cabeza, razón por la que Ashley se dejó sonreír como una depredadora que acaba de acorralar a su presa—. Oh, lo siento. ¿Querías fingir que no había sucedido? ¿O que lo soñaste? Me temo que nunca lo decidimos.

Andrew gruñó en cuanto percibió el calor que se le había subido al rostro, humillado y frustrado. En verdad, aprender a controlar a su hermana de la manera adecuada iba a ser un infierno.

—Actuaste con tanta normalidad en la mañana que creí…

—Bueno, no sacaste el tema, así que no es mi culpa que te olvidaras de hablarlo como un adulto.

—Ashley…

— ¿Qué? No creas que soy ciega, Andrew. —Ashley se levantó de su lecho, obligando a Andrew retroceder para que pudiera acomodarse para enfrentarlo—. Me doy cuenta de lo que haces. Siempre estás mirándome de esa forma y hoy no fue diferente. Siempre has querido comerme la boca, ¿verdad? ¿Por qué otro motivo estarías obsesionado con mis labios resecos, eh? ¿O con mi trasero? Eres el único que ha querido no darse cuenta.

—Me doy cuenta —espetó Andrew a la defensiva—. No soy estúpido, Ashley.

— ¿Así que negarlo es tu manera de protegerme? ¿O de protegerte a ti mismo? ¿De qué, Andrew? Míranos. ¿Qué somos? ¿De dónde provenimos? ¿Quién nos protege si no somos nosotros mismos? ¿En qué circunstancias he tenido la oportunidad de creer que puedo tener amigos? Amigos reales, no como esas desvergonzadas traidoras a las que les pediste acompañarme, sólo para que terminaran apuñalándome por la espalda para tratar de robarte.

—Ashley…

—Cuando veo a Yonaka y a Shinya pienso en lo mucho que me gustaría tener lo mismo que ellos tienen. No se ven acomplejados por sus vidas de mierda, Andrew. Sé que no nos han contado nada pero son felices lo mejor que pueden. Son tan cursis juntos, tan… libres. ¿Por qué yo no puedo tener eso, Andrew? Me amas, ¿cierto? La visión confirmó mis sospechas. Quieres cogerme y yo quiero que me cojas. ¿Por qué no puedes admitirlo? ¿Qué es lo que esperas? ¿Acaso quieres que ocurra algo irremediable?

—No es eso, Ashley. Yo jamás…

— ¿Ah, no? ¿Entonces por qué siempre estás evitando hacerte responsable de tus actos?

—Sabes bien que es complicado. No es sólo tomar y dejar que las cosas fluyan, no es tan fácil.

—Menciona una sola cosa que haya sido fácil para nosotros, Andrew. Una sola. —La carencia de respuesta casi hizo a la menor de los Graves resoplar—. Ya sé que no ha sido fácil para ti, tampoco lo fue para mí, y aun así insistes en subestimarme. Nunca te hubieras atrevido hablar del elefante en la habitación si yo no te hubiera hecho ver que soy lo suficiente adulta para responsabilizarme de mis propios actos. Seguro me sigues viendo como una mocosa y puede que sea cierto. Pero, ¿cómo esperas que aprenda si no me das la oportunidad?

—Tal vez si te comportaras menos caprichosa y fueras menos exigente o más comprensiva, yo mismo me esforzaría en darte el beneficio, Ashley. Así que no es sólo mi culpa. Tampoco soy adivino. ¿Cómo esperas que sepa cuándo te importa y cuándo no? Todo te es indiferente.

—Pues bien, en ese caso tendrás que creerme cuando te digo que nunca he pensado en nadie más para mí, desde hace mucho tiempo sólo has sido tú, ¿de acuerdo? Si alguna vez intenté involucrarme con algún chico fue para llamar tu atención, porque creía que usando tus celos podría hacer que te quedaras a mi lado. Antes quizás sólo quería que siguiéramos siendo Andy y Leyley, porque me aterra la idea de crecer, todavía me da miedo… pero confío en que será distinto ahora. Con tu guía podría.

—Ashley… —El mayor de los Graves se sorprendió por aquellas palabras.

—Quiero ser una mejor hermana… quiero no tener que compartimentalizar si de esa manera puedo hacerte mío sin temor a que te marches. No quiero que me abandones… y no puedo evitar desconfiar de ti. Siempre fuiste bueno involucrándote con otros porque todos creen conocerte más de lo que yo he visto. ¡Es por eso que tengo miedo! Ni siquiera sé si hago bien al decirte estas cosas. Cada vez que me muestro vulnerable ante ti, me lastimas.

—Yo no…

—Ya sé que soy un desastre. Sé que soy la peor mujer que existe en la faz de la tierra. Sé que te he manipulado, he hecho de tu vida un infierno y no te he dejado avanzar porque soy una inútil, una basura sin valor. ¡Sé que si te fueras me moriría! Porque mi existencia sólo tiene sentido contigo ahí. Lo único que tiene valor en mi vida eres tú. Es por eso que me aferro a ti, por eso no puedo dejarte. Por eso quiero darte todo de mí para que nadie más sea capaz de ocupar mi lugar. Tómalo, Andrew. ¡Tómame! ¡Hazlo antes de que esas cosas amarillas lo hagan!

Andrew la sujetó de los hombros, sacudiéndola brevemente por la fuerza con la que se abalanzó sobre ella. Ashley se paralizó, insegura de lo que significaba aquella mirada penetrante que le entregaba su hermano mayor, cuya distancia de sus rostros era la más corta que habían experimentado en un largo periodo. Sin poderlo evitar comenzó a temblar y la reacción de su cuerpo captó la atención de Andrew, el cual volvió a recorrer su labio inferior con el pulgar.

—Tú ganas, Ashley…

— ¿Andrew?

—Tienes razón. Sí… he querido besarte desde hace mucho tiempo, también he querido tocarte… he tenido el impulso de tomar tu cuerpo. —La hermana menor se estremeció ante aquella cruda confesión—. Es por eso que estaba aterrado, Ashley. Eres mi hermanita y te amo, como un padre adora a su hija, como un hermano que aprecia a su hermana, que daría todo por protegerla. Y también… como un hombre idolatra a una mujer. Temía verte como simple carne, Ashley. Temía que ese amor en realidad fuera una excusa para satisfacer mi lujuria, yo… intento asegurarme de que mi amor es real, no eso que muchos de mis compañeros usaban para embaucar a una ingenua. No soy una buena persona pero lo que menos quiero es lastimarte a ti, eres lo más importante de mi vida, Ashley. Y me asusta que, al ser la única mujer en mi camino, no fueras más que un medio para un fin, por eso siempre me estoy conteniendo.

— ¿Cómo vas a saberlo si no te arriesgas? —El silencio animó a Ashley insistir—. A mí no me importa, la verdad nunca fui alguien a la que le interesara el sexo. De otro modo hace mucho que hubiera perdido mi virginidad. Pero si eres tú, puedo aceptar lo que sea.

—…Ese no es el problema.

—Hey. —Ashley levantó la barbilla de Andrew para que la mirara a los ojos de nuevo—. Si eres mío, entonces también soy tuya si así lo quieres, ¿no? No importa lo que pase, seguiré siendo tu niña, la hija que criaste a la fuerza. Tu hermana y… si lo aceptas... también puedo ser tu mujer.

—Ashley…

La menor de los Graves se inclinó hacia su hermano mayor para respirar de su aliento, regalándole un roce torpe que a Andrew le recordó la última noche en que estuvieron en esa posición. Fue patético que esa breve conexión de sus bocas bastara para incendiarlo por dentro, Ashley debió darse cuenta ya que lo rodeó con sus brazos y se acomodó contra él, pretendiendo ser seductora pese a su torpeza. Probablemente no lo fuera de ninguna manera pero para Andrew cada movimiento de su hermana era un incentivo para su libido.

Nada ni nadie podría compararse a Ashley.

La manera en que hacía a su cuerpo reaccionar, lo mareaba y dejaba aturdido en más de un sentido. Por esta mujer había asesinado a una niña inocente, había desmembrado a sus progenitores y lo haría de nuevo con tal de sentir su calor cerca. Nadie jamás sería capaz de moverlo como ella. Incluso si los hubieran descubierto o si su madre hubiera intervenido y los separase, nunca hubiera podido romper su necesidad de Ashley. Su vínculo como hermanos transgredía toda ley y trascendía todo espacio-tiempo porque eran almas gemelas listas para destrozar a todo aquel que se interpusiera entre ellos dos y su destino de permanecer juntos.

—Está bien…

— ¿Si? —La voz de Ashley tembló un poco al hacer esa pregunta, motivo por el que Andrew afianzó su agarre en la cintura de su hermana pequeña, penetrando los dedos en las hebillas de sus pantalones cortos.

—Podemos intentarlo… y si por alguna razón no funcionara. Aun así… nos quedaremos juntos. No importa el resultado, tú y yo estaremos unidos hasta el final.

— ¿Lo prometes?

—Tengo que hacerlo, ¿no? Además, podría ser que… algunas cosas cambien. Por el bien de nuestro futuro. ¿Te crees capaz de soportarlo?

—Andrew —pronunció su nombre en lugar de responder, pero bastó para el hermano mayor.

Si, el hijo mayor de los Graves creía que podría hacer maravillas si Ashley continuaba reconociéndolo de esta manera. Si lograba olvidarse de sus yo del pasado, al fin. Se besaron sin restricciones, sonriéndose mutuamente y divirtiéndose al tiempo que se recostaban para relajarse en el suelo, abrazados. Un aspecto que jamás cambiaría de su hermana era esa capacidad de ser tan tierna al momento de acurrucarse contra su cuerpo, así que no dudó un instante mimarla mientras eran abordados por la quietud. No parecía que hubiese movimiento allá afuera, así que podían permitirse bajar la guardia un tiempo. Andrew descubrió que los dedos le temblaban ante la perspectiva de este nuevo inicio en su relación, la adrenalina impidiéndole calmar las aceleradas palpitaciones de su corazón hasta que Ashley le transmitió la calma con sus suaves respiraciones.

.

Mientras tanto, en la casa de campaña de los hermanos Kurai, una inquietud sin precedentes mantenía a Yonaka despierta. Su hermano mayor se encontraba profundamente dormido a su lado, apresándola entre sus brazos, pero no era él quien le generaba ese sentimiento naciente de su pecho. No tardó en estirar un brazo hacia sus mochilas al notar el parpadeo de una luz sobresaliendo de la tela del morral, sólo para darse cuenta que esta señal provenía de un foco rojo en el celular de cartera que Asarotte les había entregado. El registro le anunciaba de una llamada entrante perdida, así que no pudo evitar preguntarse cómo era eso posible, se supone que estaban en un mundo distinto, quizás una dimensión paralela al mundo real. No tenía sentido que este aparato conservara señal a pesar de que obviamente no lo escucharon.

—Me pregunto…

Yonaka devolvió la llamada. Para su impresión, esta acción se completó sin ningún problema, así que colgó de inmediato. ¿Podría esto serles de utilidad? Lo dudaba ya que no había manera de que las autoridades de su mundo siquiera fueran capaces de atravesar un portal hasta ahí, pero si este móvil funcionaba, eso sólo podría significar que tenían esperanza de huir con éxito sin necesidad de ascender los pisos del castillo. Tal pensamiento la alivió.

Sin embargo, su tranquilidad duró poco.

Un estruendo por fuera de su refugio invadió el ambiente, tensando el cuerpo de Yonaka en el proceso, Shinya abrió los ojos resplandecientes de rojo sin romper la postura. Ambos sabían lo que eso podría significar, así que se dispusieron a echar un vistazo abriendo una rendija en la entrada. Cuatro de los cinco Mogekos Especiales ya habían emergido de sus propias casas de campaña y se encontraban de pie para enfrentar a la horda de mogekos que habían logrado cruzar las infinitas trampas que los especiales habían preparado para protegerse de sus enemigos en caso de que consiguieran dar con su ubicación.

— ¡Ustedes! ¡Debimos suponer que estarían involucrados en la desaparición de esos humanos! Entréguenlos y no saldrán heridos.

—Como si fuéramos acceder a sus demandas —les retó Espíritu de Sangre—. Además, llegaron tarde. Los humanos no están aquí. En estos momentos ya debieron volver a su mundo.

— ¡No nos mientan! —exclamó uno de los mogekos del montón—. Si esos humanos ya hubieran cruzado la barrera, nos habríamos dado cuenta. Por su bien, más vale que no se resistan.

—Tendrán que venir por nosotros.

— ¿Acaso creen que les tenemos miedo?

Una fila de los mogekos avanzó, topándose con una nueva serie de trampas que se activaron por el movimiento, las cuales partieron sus frágiles cuerpos, haciendo que la siguiente fila se abstuviera de avanzar debido a la grotesca escena de miembros amputados y los borbotones de sangre saliendo de los cuerpos rechonchos. Los Mogekos Especiales permanecieron quietos e inmutables, confiando en que aquello mantendría a sus enemigos ocupados mientras Mofuru se escabullía con las parejas de hermanos para pedirles que no salieran de sus casas. Los Kurai estaban impresionados por el plan de sus aliados, pues jamás se hubiesen imaginado que esa zona estaría protegida no sólo por el río para ocultar sus aromas, sino también por una serie de artefactos que detendría incluso a una manada de osos. Pero de todos modos los Graves prepararon sus respectivas armas mientras observaban el desarrollo de las cosas.

—Están cometiendo un error al resistirse —les espetó uno de los tantos líderes de los grupos mogeko.

—Para esto nos hemos preparado —declaró Mogecucko con firmeza.

—Entonces supongo que están listos para ser castigados.

Aquella voz hizo que más de uno se paralizara. Todos miraron con horror la figura que acababa de presentarse en la zona, la cual jugaba con varios de los miembros sangrantes que habían saltado con todas las activaciones de trampas, tomándose la libertad de inclusive mordisquear con su afilada dentadura aquellos con los astillados huesos de fuera. Su largo cabello rubio sondeaba al compás del viento al igual que su colorido uniforme entallado.

—Moge-ko… —la reconoció Yonaka con voz temblorosa, cayendo hacia atrás y sorprendiendo a Shinya por su comportamiento aterrorizado—. No, ella no, por favor…

—Han sido unos juguetes muy malos. Por haber huido de mí y por ocultar a mis nuevos juguetes. Entonces, ¿qué debería hacerles primero? ¿Descuartizarles lenta y dolorosamente? Tal vez… extraerles los intestinos y formar lindos moños con ellos mientras siguen vivos. O podría crucificarlos y comérmelos pieza por pieza cada vez que tenga hambre ya que sólo dejarlos desangrarse sería muy aburrido.

— ¡No me jodas! ¡Vete a la mierda, mocosa loca! ¡No participaremos en tus delirios sádicos! —exclamó Mogeko-algo-extraño fuera de sus cabales, después de todo era el Mogeko Especial con una larga historia de guerra y angustia relacionada con aquella abominación del castillo. Sus propios compañeros estaban al borde de una crisis nerviosa al presenciar este enfrentamiento verbal, temerosos de lo que podría ocurrir.

— ¿Moge? ¿Me llamaste loca? —La rubia se mostró ofendida un momento pero enseguida comenzó a reír de forma dulce, pasando por diversos tonos plagados de sentimientos confusos hasta que rozó la histeria y al fin recuperar la compostura—. Que niño tan grosero. La pequeña y adorable Moge-ko tendrá que mostrarte una lección para que aprendas a no hablar demasiado frente a mí.

—Esto es malo —susurró Mofuru volviendo a colarse bajo la tela de ambas casas de campaña que ocultaban a sus visitantes—. Este sitio ya no es seguro, tomen sus cosas y síganme.

Los hermanos Graves y los hermanos Kurai asintieron, procediendo a cumplir la solicitud y avanzar con el mayor sigilo posible junto al mogeko peludo, no sin mirar atrás y asegurarse de que las multitudes de mogekos amarillos seguían distraídos.

— ¿Qué pasa con tus amigos? —inquirió Andrew por mera cortesía.

—Nos alcanzarán luego, después de todo necesitaremos de su energía para enviarlos a su mundo.

— ¿Podrán librarse de esto? Esa chica parece peligrosa.

—Lo es, pero sería más peligroso que los vea.

Una vez se ocultaron tras los arbustos y pudieron continuar caminando sin temor a ser vistos, Ashley se dio la vuelta para contemplar lo que acontecía a sus espaldas. Mogeko-algo-extraño seguía intercambiando gritos iracundos con la extraña presencia. Parecía humana, de hecho aparentaba le edad de su amiga Yonaka pero las amenazas que había lanzado contra los Mogekos Especiales fueron demasiado firmes para creer que fueran simples bromas. Y aunque realmente le agradaba la idea de evitar una desvergonzada de otro mundo que (según sus palabras) buscaba convertirlos en sus juguetes, sintió curiosidad por la clase de poder que poseía.

En ese instante algo dentro de su alma despertó con un aura hambrienta.