Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.

Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.

Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.


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CAPÍTULO 1

El libro de Anne Parrish.

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Su padre solía hablarle de las coincidencias, aquella invención que tenía el hombre para sentirse seguro ante los sucesos sin explicación aparente. Anteriormente, el hombre creó dioses, mitología, catástrofes para explicar el día, la noche, la lluvia, las sequías, para explicar su propia existencia. Ya casi nadie cree en esas historias porque, en su mayoría, saben que su única finalidad fue darle respuestas a las personas que no tenían idea de lo que era el movimiento giratorio o rotatorio de la tierra.

Pero a pesar de eso, la gente sigue atribuyendo sucesos sorpresivos como coincidencias.

Tenía diez años cuando le había dicho a su padre que halló a una niña cuyo nombre era similar al suyo. ¡Qué coincidencia! le había dicho a su padre pero éste sólo la hizo sentarse en su regazo mientras le enseñaba un libro muy viejo en cuya primera página, iba escrita su nombre: Uraraka Kiyoshi.

Le había dicho que en 1929, en una visita a París, una escritora norteamericana llamada Anne Parrish había comprado uno de sus libros favoritos de la infancia sin saber que, al abrirlo, hallaría su propio nombre y dirección escrita en una de las páginas, resultando ser el mismo libro que le perteneció años atrás. Ella volvió a decir ¡qué coincidencia! y su padre le habló de que las coincidencias no existen.

Era muy pequeña para saber sobre teorías y científicos pero cuando cumplió dieciséis años supo a qué se refería su padre con la historia de Anne Parish. Las coincidencias no existían pero se sentía un poco más consolatorio el pensar de que había una mano que guiaba a todos para que algo sucediera como debía de ser.

A sus veintidós años, a mitad de la noche, con el aliento desbocado y el rostro adolecido horriblemente, Uraraka Ochako se encontraba corriendo por su vida. Sonará exagerado pero sentía que a cada paso que daba, su miedo la envolvía en una atmósfera de desconcierto. Se sentía como un animal lastimado por alguna trampa en mitad del bosque, corría con su pata herida, buscando refugio del cazador que seguía las huellas impresas sobre el suelo. Lastimada, desorientada y asustada, la mujer de veintidós años corría por las calles de Minato sin saber muy bien a dónde iba.

Volvió la vista a sus espaldas sin dejar de moverse, podía ver cómo el hombre que la esperó a las afueras de su departamento y quien intentó abusar de ella, corría casi a su mismo ritmo, empujaba a otras personas pero la vista estaba puesta en ella. Lo recordaba, por supuesto, ella nunca olvidaba un rostro pero en esos momentos, se lamentaba por haberlo echado del Dollhouse. Aunque fuese cuestión de tiempo para tenerlo detrás de ella, buscando atacarla.

Volvió a marcar por quinta vez al número de su amiga, necesitaba tener un lugar en donde refugiarse pero sencillamente, el buzón de voz era la única respuesta obtenida. Maldijo nuevamente sin dejar de correr. Fue un movimiento rápido pero no vio al hombre que salía de una de las esquinas, chocó contra él, su teléfono salió volando junto con improperios y maldiciones por parte del desconocido. Ochako vio a sus espaldas, el sujeto que la atacó sonrió al ver que estaba acercándose a ella; no lo pensó más, se echó a correr dejando su móvil y las disculpas en aquella esquina.

Continuó corriendo, su blusa se encontraba semiabierta por el esfuerzo que aplicaron en sus botones y debía correr con los brazos cubriendo su notorio brassier.

―¡Que te detengas! ―Fue el grito del hombre. Ella siguió pidiendo auxilio pero las personas ya no frecuentaban las calles en demasía a esas alturas de la noche. Estaba por su cuenta.

Escuchó cómo el hombre se tropezó con algo y cayó con un grito furibundo, ella no quiso voltear a ver, no podía seguir perdiendo el tiempo. Debía hallar un lugar en donde refugiarse y mientras pensaba en un posible sitio seguro, sus piernas no se detuvieron al ver el semáforo en rojo, tampoco al escuchar el sonido de las bocinas de vehículos al ver a una mujer cruzando la calle como si su vida dependiera de ello y es que ellos no lo sabían, pero sí, su vida corría peligro.

Un auto frenó a tiempo justo antes de llevarla por delante y estamparla contra su parabrisas. Luces cegadoras y el miedo a ser aplastada la detuvieron. La idea de ser abusada o morir en plena calle fueron suficientes como para frenar su propia respiración en un altercado de pensamientos y palabras mudas que le hacían preguntarse una y otra vez...

¿Por qué?

La puerta del vehículo que casi la atropelló se abrió. Las bocinas seguían sonando, algunos vehículos continuaron su marcha en el carril contiguo pero no fue el caso del Lexus rojo sangre cuyas luces le impedían ver al hombre descendiendo de la cabina.

Entonces, escuchó su voz.

―¿Uraraka?

Conocía esa voz, la podría reconocer en cualquier sitio y en cualquier lugar, incluso en esos momentos en el que su corazón palpitaba frenéticamente, lo hizo. Sus ojos castaños no disimularon la sorpresa de reconocer el rostro del hombre acercándose a ella con incertidumbre en su expresión. Por un momento, Ochako olvidó que estaba corriendo por su vida, con media blusa caída y el sudor frío corriendo por su piel.

Su cerebro hizo click. Ella no estaba en un buen momento para detenerse. Volteó a sus costados, el hombre que la perseguía ya no estaba, sólo se encontraba Bakugo Katsuki y una horda de vehículos molestos, bocinando a diestra y siniestra mientras aguardaban porque el Lexus rojo se moviese de una buena vez.

―Bakugo-san... ¿Qué hace aquí? ―Inquirió. La voz le temblaba y el hombre frente a ella pudo distinguir el miedo que emanaba su pequeño cuerpo.

Los ojos de Katsuki bajaron por la blusa rota de la mujer, poca ropa para una noche de frío como lo era aquella. Apresuró sus movimientos, se deshizo de su saco y se lo colocó sobre los hombros, empujándola hacia la puerta del copiloto.

―Eso debería de preguntarme yo, mocosa. ¿Por qué mierdas saltaste frente a mi auto de ese modo? ¿Acaso quieres morir? ―La voz del hombre se escuchaba imponente, autoritaria, pero en esos momentos, para una aterrada Ochako, era escuchar la voz de la seguridad en su máxima expresión.

El vehículo se puso en marcha y los demás autos siguieron su curso una vez que el Lexus IS rojo dejó el reposo. Ochako se hizo un ovillo en el gran saco que Katsuki le había dado, el aroma a fragancia masculina la invadió y pudo ser consciente de que su pulso celérico fue bajando la intensidad.

―¿Qué te sucedió? ¿Por qué venías corriendo de ese modo con sólo un zapato? ¿Qué mierda le ha pasado a tu blusa? ―Volvió a hablar Katsuki, arrebatándole de sus pensamientos.

Ochako bajó la vista a su desprolijo aspecto, sus ojos recorrieron sus piernas comprobando que, Bakugo Katsuki era más que un hombre fino y de buen gusto; también era muy observador. Las mejillas de la muchacha se encendieron con vergüenza y el dolor en el lado derecho de su rostro, volvió a doler por el golpe recibido.

De entre todos los escenarios en donde pudo encontrarse con el hombre, los acontecimientos fueron dándose de ese modo, a mitad de la noche, a mitad de la calle, con la ausencia de uno de sus zapatos y su blusa en paupérrimas condiciones.

Ochako se abrazó a sí misma. Cerró los ojos y las imágenes recientes le provocaron un escalofrío. Su mutismo llamó la atención del hombre, dirigiendo su rojiza mirada a la joven sentada junto a él.

―¿Qué...?

―Un sujeto me esperaba fuera del departamento. ―Soltó de pronto y tan rápido viajó la información, Bakugo frenó su vehículo de pronto. La mirada del hombre fue a la suya y Ochako temió continuar hablando; nunca lo había visto tan serio―. Bakugo-san...

―¿Quién fue? ―Inquirió―. ¿Él te hizo eso? ―La mano del hombre fue a su rostro, el tacto fue suave pero ante la sensibilidad que el labio sangrante de Ochako, la hizo retroceder de él. El ceño del hombre se frunció aún más―. Uraraka, ¿qué sucedió?

Los ojos de la mujer se humedecieron, el terror seguía latente en ella pero todo se había puesto en pausa, en ese preciso momento, Ochako pudo respirar con cierto alivio; tanto alivio que las ganas de llorar finalmente se hicieron presentes.

―Vamos a la comisaría, presentarás una denuncia y...

―No ―frenó Ochako. El hombre la miró sin comprender.

La castaña trataba de contener sus lágrimas pero mientras más se oponía a ellas, parecía proveerles de mayor fuerza. Katsuki la observó un momento, contempló el temor en los hombros tensos de la mujer y la impotencia en sus hipidos y sollozos. No era momento para forzarla a algo así; el hombre aspiró profundo para dejar escapar aire y continuar conduciendo con más lentitud.

―Te llevaré a casa. Puedes pasar la noche allí ―dijo Katsuki con resignación en su voz. Ochako ya no dijo nada más, se limitó a cubrirse aún más con el saco del hombre y dejar que su aroma la tranquilizara.

Cuando el gran edificio perteneciente al hombre que conducía se erguía ante su visión, Ochako recordó haber visitado un par de veces a su amiga en ese mismo complejo habitacional. Las palabras Grupo Bakugo se leía en grandes y brillantes letras, le dieron la bienvenida cuando bajó del vehículo en compañía del dueño; vio a Bakugo entregarle las llaves del Lexus a uno de los empleados que seguía trabajando para que lo estacionara, volvió su atención a la castaña y comprendió que debía subir las escaleras hacia las puertas del complejo.

No era la primera vez que visitaba el departamento de Bakugo Katsuki, pero sí era la primera vez que lo hacía tan de noche. Había algunos pocos empleados en el área de recepción y servicio de cafetería que contaba la Planta Baja, Ochako fue saludandolos con un débil cabeceo a medida que avanzaba tras el rápido caminar del dueño. Todos se inclinaban al ver pasar a Bakugo Katsuki, saludándolo con sumo respeto pero para el hombre sólo existía su sendero hacia el elevador.

―Mahoro suele dejar un poco de ropa en el departamento. Úsalos. ―Ambos subieron a la cabina que los llevaría al último piso del edificio, el cual estaba destinado sólo para el dueño del mismo.

La castaña observaba cómo los muros de vidrio le enseñaban los distintos pisos que dejaba bajo suyo a medida que el elevador avanzaba. Temía voltear la vista al hombre que, en completo silencio, iba junto a ella con las manos en sus bolsillos, la camisa apretando las áreas de flexión en sus grandes brazos y el modo en el que todo en el hombre gritaba respeto por donde sea que lo miren. Se tentó a sí misma y acabó mirándolo por el rabillo del ojo.

Bakugo Katsuki era el padre de su amiga de universidad, Bakugo Mahoro, dueño del grupo Bakugo y director de la empresa textil de su familia. Lo había visto un par de veces en el departamento de Mahoro, compartió un par de palabras y en todas esas ocasiones, Ochako no podía dejar de verlo. Tenía cuarenta y dos años, resaltaban algunas canas en su rubio cabello y las arrugas bajo los ojos lo delataban un poco, usaba lentes de marco fijo y trajes de diseñador que su esposa, personalmente, se lo preparaba.

Y de entre todas las veces que lo había visto circulando cerca de Mahoro, nunca esperó verlo en esa calle, deteniéndose para ser su salvación a mitad de la noche.

―¿A Camie-san no le importará que pase la noche aquí? ―Preguntó Ochako antes de ingresar al correspondiente departamento de Katsuki. El hombre abrió la puerta y le hizo un gesto con la mano para que ingresara. Ella no se detuvo.

―Camie está en un viaje de negocios. ―La voz del hombre tardó en escucharse; Ochako sintió una respuesta cansada de su parte. Lo siguiente fue verlo dirigirse a la gran cocina que contaba el sitio.

Ochako había ingresado a la casa de los Bakugo en contadas ocasiones y todas ellas, siempre terminó admirada por la grandiosidad del sitio. Todo el piso que correspondía al último nivel, pertenecía a la pareja; la gran sala de estar contaba con muebles finos, ventanales que iban de piso a techo, cortinas oscuras en tonos granates, siempre le resultó un lugar muy fino, sin contar con las estatuillas y arreglos que yacían en varias partes del ambiente, todos en tonos negros.

El comedor estaba conectado a la sala, contaba con una mesa para ocho personas de madera fina y acabado elegante, el vidrio que adornaba la parte superior de la mesa era oscuro e iba a juego con los demás mobiliarios que contaba el comedor. La cocina era el santuario de Bakugo Katsuki, o eso le había dicho Mahoro en muchas oportunidades, sólo él disponía de ese sitio por ser un maniático de la cocina, odiaba que tanto su hija como su esposa, tocaran las cosas de allí porque todo tenía un orden que sólo Katsuki conocía.

En cuanto a las habitaciones, todas eran de grandes dimensiones aunque sólo pudo conocer el cual Mahoro usaba cada vez que se quedaba a dormir en casa de sus padres; no tenía idea de cómo eran las demás.

―Puedes disponer del cuarto de Mahoro, usa su ropa y ve a darte una ducha ―habló el hombre. Ochako lo vio caminar hacia la cocina y temió seguirlo, pero la casa Bakugo siempre le generó mucha inquietud por su grandiosidad.

―Disculpe...

―Termina de asearte y ven a la sala. Veré tu herida. ―La imponente voz de Katsuki nunca daba espacio a réplicas u oposición alguna. Ochako tampoco quería ir en contra del dueño de la casa, se limitó a asentir y acudir a la habitación de su amiga.

Recorrer los pasillos del gran sitio, con una luz tenue y la calidez de su cuerpo recuperándose de a poco, le hizo preguntarse cómo se sentiría Bakugo Katsuki viviendo solo en ese lugar. Sabía que él era un empresario textil, su esposa Bakugo Camie era una diseñadora de modas bastante conocida que, una vez casada con el heredero de la familia Bakugo, iniciaron lo que hoy se conoce como Athena's Silk, una importante línea de ropa japonesa que se hizo lugar en el extranjero.

Por casi veinte años, el imperio de los Bakugo creció con Camie de por medio.

Y por algunas cosas que Mahoro le había dicho de su madre, casi nunca estaba en casa. Katsuki se encargaba de dirigir al grupo Bakugo, mientras que Camie era el rostro de Athena's Silk, aunque su padre se mostraba presente para algunas decisiones de la famosa marca.

―Mi padre sólo muestra una imagen dura ante mucha gente, pero sé que la soledad no es una buena compañera. ―Mientras Ochako se aseaba en el baño privado del cuarto de Mahoro, recordaba las palabras que su amiga le dirigió hablando de su padre.

Ver los rostros de la pareja Bakugo en portadas y entrevistas siempre le había dejado en claro que eran muy unidos, la forma en la que se miraban parecía enseñarle ese detalle pero Mahoro podía dar fe de que no todo lo que brillaba era oro. Dejó de darle mucha más importancia a asuntos que no le conciernen para terminar de asearse.

Se llevó las manos a su pecho. Junto a su cicatriz en vertical, nuevas marcas rojizas relucían en su nívea piel; marcas de arañazos en su pecho y en su muñeca, la marca de una mano que la apretó con una intensidad arrebatadora, asfixiante.

Cerró los ojos con fuerza; el temor junto con las imágenes recientes volvieron a ella. Se sentía tan fuera de sí, tan ajena a sí misma que comenzó a llorar en la ducha. Nadie la escuchaba, nadie la veía, era satisfactorio en parte pero también se sentía tan patética porque ella había causado todo aquel escenario que la persiguió hasta que Bakugo Katsuki detuvo su Lexus rojo ante ella.

Cuando por fin dejó la ducha y secó su cuerpo, procedió a vestirse con un conjunto de pijamas: pantalones anchos de tela de algodón, una camiseta del mismo telar y el color rosa viejo envolviendola por completo. Dejó el cuarto de Mahoro un momento después de guardar su ropa, o el resto de ésta, en un bolsón viejo que halló en el cuarto de su amiga; ya podría devolverlo en otra oportunidad.

Regresó sus pasos hacia la sala de estar en donde reconoció a lo lejos la figura del hombre rubio y serio dándole la espalda, sentado en el gran sofá en 'L' que contaba el lugar. Él escuchó sus pasos y volteó a mirarla por encima del hombro; su mirada la hizo detenerse, previendo algo, temiendo algo. El hombre se encogió de hombros y le hizo un gesto con la mano para que se acercara a él. Dejó de dudar un poco después.

―Llamé a Mahoro un par de veces pero me envía a buzón de voz ―dijo el hombre mirando su teléfono como si en la pantalla de éste estuviese implícita la respuesta de por qué su hija de veinte años no contestaba su teléfono.

Ochako apretó los dientes. Ella también había llamado a su amiga cuando comenzó a correr por su vida tras ser atacada por el hombre que la aguardaba en su departamento; y tal como sucedía con el padre de su amiga, desviaba las llamadas. Sabía que Mahoro no tendría tiempo para contestar llamadas, siempre era lo mismo con ella y su calentura al hallarse en el departamento de Izumi Kota.

Pero era su amiga y si había algo que sabía de Mahoro es que sus aventuras con sus amigos de cama, no eran asunto de sus padres.

―De seguro está durmiendo ―mintió la muchacha, tomando asiento en el mismo sofá en donde se hallaba el padre de su amiga, pero siempre manteniendo una distancia prudencial de éste―. Tenemos un examen pronto y...

―No necesito que mientas por ella, Uraraka ―dijo el hombre, frenándola. La mirada rojiza del rubio fue a ella, una sonrisa ladina se formó en sus labios―. Conozco a mi hija.

Las mejillas de Ochako se encendieron, no tuvo más que apartar la mirada a otro punto. Sintió entonces que el hombre acortó distancias hacia ella, su impulso por alejarse fue evidente y él no disimuló la sorpresa de aquella respuesta involuntaria. Él le enseñó el algodón humedecido con agua oxigenada, nada que pudiese dañarla.

―Lo siento. Puedo hacerlo por mi cuenta ―insistió la muchacha tomando el algodón y llevándoselo al rostro, estaba nerviosa y alterada, su pulso temblaba y en lugar de limpiar su herida, parecía empeorar la sensación de dolor.

―No haces más que lastimarte, Uraraka ―respondió, deteniendo su mano apoyando su mano en la muñeca izquierda, la misma en la que tenía la marca del forcejeo. Katsuki lo notó y dejó de tocarla―. Carajo... ¿Quién fue el animal que te hizo esto? Tienes que presentar una denuncia cuanto antes.

―Si dejo que cure mi herida, ¿dejará de insistir con eso? ―Preguntó la castaña. El hombre la miró en silencio sin comprender por qué evitaba hacer una denuncia formal contra la agresión sufrida a puertas de su departamento―. De verdad, tengo muchas cosas con las que lidiar ahora mismo y con todo respeto, Bakugo-san, usted no es mi padre. Puedo cuidarme por mi cuenta.

Katsuki elevó una ceja en respuesta dejando en claro que aquello estaba lejos de ser verdad. No dijeron nada por un momento, Katsuki dejó escapar un suspiro rendido. Volvió a tomar otro retazo de algodón, lo humedeció con agua oxigenada y sin escuchar réplica alguna por parte de Ochako, fue desinfectando su labio sangrante. Su tacto, muy por el contrario a la imagen que poseía Bakugo Katsuki, era suave y cuidadoso. Ochako intentaba no mirar su rostro mientras la curaba, pero la tentación fue mayor, le gustaba ver el modo en el que el hombre portaba aquel rostro embebido en su tarea actual, el cómo su respiración se enlentecía y su ceño se fruncía.

―Mi hija tiene casi tu edad. Me es imposible no preocuparme porque si alguien te hizo esto, Mahoro podría correr el mismo peligro ―respondió Katsuki casi para sí mismo―. No tienes que presentar la denuncia hoy, pero tienes que hacerlo en algún momento.

―Yo...

―No te muevas. ―Ordenó. Ochako guardó silencio para dejar que el hombre continuara con la aplicación de un cicatrizante en su labio lastimado.

Una pomada fue añadida en su mejilla derecha, en donde el golpe cayó, hizo lo mismo en su muñeca inflamada, pero no quiso hablarle del rasguño en su pecho. Tras unos diez minutos, Katsuki volvió a guardar su botiquín de primeros auxilios en una gaveta que descansaba en el mueble de la sala.

―Llamaré a Mahoro en la mañana, quizá puedas quedarte con ella un par de días ―dijo el hombre regresando hacia donde se encontraba la muchacha. Ochako sonrió para asentir―. ¿Dónde decías que quedaba tu departamento?

―En Terrance Arusawa ―respondió―. Alquilo un departamento pequeño allí.

―¿Arusawa? Esa zona no suele ser peligrosa ―inquirió para sí―. Como sea, habla con Mahoro, hasta que te sientas segura.

―Gracias, Bakugo-san.

El hombre asintió para retirarse al pasillo que llevaba a su propio cuarto. Ochako lo vio marcharse, vio su silueta perderse en la oscuridad del pasillo para finalmente, desaparecer de su vista. Dejó escapar un suspiro de alivio, pudiendo respirar con tranquilidad al fin.

―Ochako, de verdad sabes cómo joderte la vida. ―Se dijo a sí misma mientras jalaba de su cabello. Se llevó ambas manos al rostro, quiso gritar de frustración, pero no podía, no podía dejar que Bakugo Katsuki siguiera circulando de ese modo en su vida.

Las coincidencias no existían, ella lo sabía. El dolor en su labio y en su mejilla derecha regresó ante sus movimientos erráticos, lidiando con la tan mala jugada del destino. Su dolor pasó a recordarle la imagen del padre de su amiga curando sus heridas. Ochako sonrió tímidamente.

Las coincidencias no existían, lo sabía; sabía que dentro de toda la teoría de Joseph Mazur, Bakugo Katsuki se convirtió en su ley de probabilidad.

Porque además de hallarla en plena calle y rescatarla de su atacante, Uraraka Ochako sabía algo más que Bakugo Katsuki ignoraba: Ella ya lo había visto mucho antes y así como Parrish recuperó su libro de infancia, Uraraka se encontró de vuelta con el mismo hombre que, casi todas las noches, se refugiaba en un bar nocturno para verla a ella.

No específicamente a Uraraka Ochako, pero sí a Angelface.

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Notas de la autora.

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¡El primer capítulo de "Miénteme" ha visto la luz!

¿Y qué mejor fecha que el 14 de febrero?

Feliz San Valentín para ustedes, mis amores.

En cuanto a éste primer capítulo, no se plantea un inicio muy exacto, pero a partir de aquí, irán corriendo flashbacks y situaciones del pasado para darle forma a la historia. Con éste pequeño inicio pueden entender que los encuentros entre ambos no ha sido una cuestión de coincidencias y con el segundo capítulo, podrán comprender mejor a qué se refiere esta historia.

Espero que este primer capítulo les haya dejado la duda palpitante y quieran seguir leyéndolo.

Muy pronto, el siguiente capítulo estará disponible para ustedes.

Un beso~