Holi,

Aquí estoy otra vez mil años después. Este capítulo iba a ser muy diferente a lo que es ahora, pero lo he reescrito veinte veces y ha quedado… así. Lo siento mucho, de verdad, estoy haciendo un gran esfuerzo en seguir, pero siento de corazón que ya no soy lo que era. No voy a lloraros mis penas ni a contaros el marrón que tengo encima ahora mismo, pero quiero que entendáis que lo estoy intentando. Siento que no estoy a la altura de lo que se espera de mí, pero lo estoy intentando pese a las circunstancias.

Agradezco mucho las reviews y las palabras de cariño que me habéis ido dejando en las últimas semanas. De verdad que vosotres sois lo único que me motiva a escribir y leeros es siempre una delicia. Gracias, de verdad. Y, de verdad, si os apetece seguid dejando reviews, recordad que es lo único que os suelo pedir.

Espero que mi marrón pase pronto y me sirva para centrarme un poco de nuevo, aunque lo veo un pelín complicado.

Os mando besines y espero que disfrutéis del capítulo.

Xx.

La inyección [texto censurado] demuestra una gran efectividad para disminuir al mínimo el índice CIRCE durante un periodo largo de tiempo, en algunos podría incluso considerarse permanente. Sin embargo, hay sujetos que aún reaccionan [texto censurado]. Por desgracia, este último estudio aún no ha causado la efectividad esperada en los sujetos Gamma, puesto que la cercanía con [texto censurado] aún dispara los índices CIRCE en sangre. Se recomienda efectuar nuevos estudios para desentrañar la razón de esta causa.

Informe emitido por el Dr. Amstrong para el señor Drago Bludvist, presidente de la farmacéutica Bewilder Pharma Corp. Archivo sustraído de las oficinas subterráneas de la sede central de Noruega por el agente H.H.

Xx.

Cuando Hipo fue asignado a la división de espionaje del cuerpo de élite, su primo Mocoso preguntó:

—¿No se supone que en esa división sólo entran los mejores?

Había malicia en sus palabras y era evidente que su primo, impulsado por una envidia insana, buscaba hacerle daño; pero, irónicamente, Hipo había pensado exactamente lo mismo. En verdad, cuando terminó la Academia, su esperanza había sido que sus numerosas infracciones a la autoridad fueran más que suficientes para que las divisiones militares del cuerpo no quisieran verlo ni en pintura. Contaba con notas lo bastante decentes como para que le dieran un buen trabajo en una oficina o de laboratorio, por lo que Hipo lo tendría fácil para salir del cuerpo sin causar mayor pena ni gloria. Había sido consciente de que las pruebas físicas, aún no siendo el mejor tampoco había sido el peor, pero estaba convencido de que sus conocimientos teóricos de magia y alquimia eclipsarían el resto de sus logros y que ningún dirigente del cuerpo le querría bajo su mando por su tendencia a «cuestionar las órdenes» y su «actitud altiva y sarcástica».

Hipo solo quería que lo dejaran en paz.

Pasar un par de años en el cuerpo para cumplir con el requerimiento obligatorio del cuerpo, sobre todo de cara a su padre, y después largarse del Reino Unido para no tener que volver jamás.

Sin embargo, Hipo sabía que, en el fondo, no podía huir de quien era.

Ni de lo que era.

Por lo general, los recién graduados de la Academia recibían cartas del ministerio con sus asignaciones para presentarse en su división correspondiente. En el caso de Hipo, unos funcionarios vinieron directamente a su casa engalanados de trajes negros y expresiones frías, casi como si llevaran máscaras mortuarias. Su padre, que por entonces todavía no le habían ascendido a ministro de Defensa Mágica, estaba en Londres trabajando, por lo que fue un enorme alivio para él no tener que sufrir también las presiones de su progenitor. Al principio, Hipo pensó que tal vez venían a anunciarle que no era apto para el servicio, lo cual le habrían quitado un enorme peso de encima, pero los funcionarios del ministerio resultaron ser agentes de la división de espionaje que venían cargados con un extenso contrato repleto de cláusulas de confidencialidad y exigencias que debía cumplimentar. Hipo, convencido de que debía ser una broma, se negó a firmar nada y los funcionarios se marcharon sin pronunciar una sola palabra más.

Al día siguiente, el mismísimo ministro de Defensa Mágica apareció por su casa, acompañado de su hijo, Finn Hofferson, uno de los líderes más reconocidos de la división de espionaje. Hipo no conocía mucho a Thror Hofferson, pero no recordaba haber conocido a nadie que le resultara más intimidante y eso que era el hijo de Estoico Haddock, conocido como «El Inmenso». Pese a estar cerca de jubilarse, Thror se mantenía en su mejor forma. Era un hombre alto, corpulento, con una de esas miradas que bien parecía adentrarse en lo más hondo de tu alma para descubrir hasta el último de tus secretos. Vestía un traje hecho a medida, tenía la barba y el pelo perfectamente peinados y recortados y el tono de su piel estaba ligeramente bronceado, como si de vez en cuando tomara el sol. Por otro lado, Finn Hofferson se presentaba como lo opuesto a su padre. Tenía el pelo rubio recogido en una coleta encrespada que caía por su espalda, vestía con una cazadora de piel más propia de un motorista y unas botas militares. Tenía más pinta de quinqui o pandillero que de un alto funcionario del ministerio, pero Hipo no era tan tonto como para dar su opinión en voz alta. En verdad, si su aspecto no distara tantísimo al de su hermano y no fuera tan evidente que no era santo de su devoción por su fulminante y fría mirada, Hipo habría pensado que estaba ante Erland Hofferson. Era sabido que el parecido de los gemelos Hofferson era extraordinario, como dos gotas de agua, y quizás por eso ambos se esforzaban en verse lo más distintos que fuera posible para asegurarse de que los diferenciaban.

Thror llevó la voz cantante de la conversación. Mantuvo un tono suave, pero tajante durante su discurso donde dejaba bien claro que Hipo tenía que ir a la división de espionaje, ya no solo por su extraordinario don, sino porque sus calificaciones y su cuidado en mantener un perfil bajo entre sus compañeros demostraban que estaba más que cualificado para trabajar en la élite de la élite. Finn no parecía estar de acuerdo y se aseguró de repasar en voz alta cada una de sus infracciones durante sus años en la Academia. Hipo agradeció que su padre no estuviera presente durante esa reunión, porque habría sido insoportable tener que soportar sus miradas acusatorias mientras Finn cantaba cada uno de sus actos de supuesta insubordinación.

—La mayoría de tus faltas vienen por desobediencia —observó Thror—. ¿Por qué?

—No me gusta que me digan lo que tengo que hacer —respondió Hipo evadiendo sus ojos de hielo—. Mucho menos cuando no estoy de acuerdo con lo que se me ordena.

Finn hizo un mohín a la vez que farfullaba algo por lo bajo y su padre le fulminó con la mirada para que se mantuviera callado.

—En el cuerpo deberás obedecer a lo que se te ordene.

—Insisto que yo no quiero entrar en el cuerpo —reiteró el joven frustrado—. No valgo para ello, ni mucho menos para trabajar en equipo ni para herir a nadie. No quiero ser un arma del Estado.

Thror hizo un movimiento con su muñeca para que el contrato flotara hasta él junto una pluma.

—A veces, para conseguir la paz, debemos convertirnos en armas —señaló Finn.

Aún así, pese a sus insistencias, Hipo no firmó el contrato. Ni tampoco a la semana siguiente cuando apareció Finn con su hermano Erland para jugar al «poli bueno, poli malo». Hipo, que estaba acostumbrado a broncas más subidas de tono con su padre, se mantuvo impertérrito ante las acusaciones de «vago» y «desagradecido» que Finn le soltó. Erland, quién era evidente que no quería formar parte de aquel espectáculo tan lamentable, parecía deseoso de que le tragara la tierra.

—Si no quiere, no quiere —dijo el hechicero médico agotado—. Hipo ya es mayorcito para decidir qué hacer con su vida. En verdad, no me vendría mal que alguien como él formara parte del cuerpo médico y…

—¿Tú estás tonto o qué te pasa? —le gritó su gemelo indignado—. Alguien con sus habilidades no puede estar perdiendo el tiempo en el cuerpo médico como decidiste hacer tú.

Hipo casi hubiera preferido que hubieran mantenido aquella discusión sin estar él presente, pero al menos sirvió para que no le insistieran una vez más en que firmara el condenado contrato. Por desgracia, el fracaso de esta última visita supuso que a los pocos días aquella mujer tuviera que aparecer en su casa. Por aquel entonces, Katriona Hofferson pertenecía a un alto cargo del Ministerio de Interior Mágico, el cual trabajaba estrechamente con el Ministerio de Defensa Mágica para la protección y ejecución de los derechos fundamentales de los poseedores de magia, aunque Hipo era de la opinión de que sólo protegían a las brujas y hechiceros de sangre Ilustres adinerados. Katriona Hofferson era la cara visible del ministerio, una mujer hecha a sí misma, cuya influencia había logrado que se casara con el hijo de una de las familias más importantes del país y había sabido aprovecharlo para ascender dentro del gobierno. A Hipo no le gustaba la política y a quienes la ejercían, quizás porque no creía en la hipocresía que delataban sus discursos llenos de palabrería a favor de la «defensa de la magia» y «los valores de una sociedad mágica verdadera». Katriona Hofferson representaba mejor que nadie lo que Hipo odiaba de aquel mundo mágico y era perfectamente consciente que si sus poderes no hubieran despertado, Hofferson hubiera sido la primera en ofrecerse a su padre para ayudarle a resolver «el problema de tener un hijo arrunta».

Hipo se vio obligado a dejarla entrar en su casa y ella sugirió que tomaran un té. A la vista de que el té de Hipo no pasaba de las bolsitas de supermercado y calentar el agua en el microondas —el hervidor llevaba tiempo roto—, Katriona se ofreció a prepararlo ella misma. Resultaba muy violento encontrarse a solas con aquella mujer, ya que pese a ser la esposa de uno de los amigos más íntimos de su padre, Erland nunca aparecía con su mujer y muy rara vez hablaba de ella. Sí le extrañaba que Erland estuviera con una mujer con unas ideas políticas tan radicales, sobre todo porque era bastante criticado dentro de la Academia por sus decisiones de atender en zonas de conflicto tanto a hechiceros y brujas del cuerpo como a civiles Ilustres, Corrientes y gizati por igual.

—¿Lo tomas con azúcar, Henry? —preguntó Katriona sacudiendo su mano para sacar de su bolso un juego de tazas con sus platos con estampados florales y con pinta de ser muy caros. La tetera, que Henry supuso que también había sacado de su bolso, flotó sobre su cabeza junto a una jarrita de leche—. ¿O puede que con limón?

—No, gracias, lo tomaré sin nada.

En verdad, Hipo prefería mucho más el café al té, pero bebió el brebaje sin rechistar mientras Katriona alababa los muebles del saloncito donde la había recibido. Hipo no supo responder a sus comentarios en referente a la decoración, sobre todo porque su atención pasó enseguida a la criatura que le contemplaba fijamente desde el cuello de la mujer. Al principio, Hipo pensaba que era una piel que Hofferson usaba de abrigo, pero era evidente que aquel era un animal vivo.

Un familiar con forma de armiño.

Hipo dio un respingo cuando la criatura saltó del cuello de la mujer para acercarse lentamente hasta él y, a la vista de que Katriona seguía más centrada en comentar el contenido de un cuadro que adornaba la pared que estaba a su espalda, el hechicero hizo un amago de apartarse cuando la criatura le enseñó sus dientes largos y afilados. Hipo iba a pedirle a la mujer que, por favor, le pidiera a su familiar que mantuviera las distancias, pero tan pronto abrió su boca reparó que algo iba mal. El plato con la taza de té resbaló de su mano y lo poco que quedaba del brebaje se extendió por la alfombra juntos con los trozos de cerámica de la taza rota, pero Hipo no le puso la menor atención porque sus vías respiratorias no parecían reaccionar a las órdenes de su cerebro para que respirara.

—¿Ya te ha hecho efecto? —preguntó la mujer de repente, sentándose de nuevo en el sofá sin perder la sonrisa, aunque Hipo se percató de la frialdad de su mirada—. Tiendo a olvidar que, a diferencia de los sérums de la verdad, esta clase de pociones tienen un efecto prácticamente inmediato. Si te soy sincera, lo prefiero, porque si hay algo que a mi no me sobra es tiempo.

Hipo se levantó del sofá con dificultad, dispuesto a buscar ayuda de donde pudiera, pero una fuerza invisible le empujó de nuevo al sofá. De repente, sintió algo clavarse en su cuello e Hipo se percató que se trataba del armiño.

—Ya has enfadado a Katazuri, Henry, ¿por qué no nos pones las cosas un poquito más fáciles? —cuestionó Katriona dando un sorbo a su té, indiferente a su estado de ahogamiento—. Verás Henry, no me gustan los desagradecidos. Te han dado una oportunidad por la que muchos matarían, ¿por qué insistes en rechazarla?

El armiño clavó sus uñas aún más profundo en su carne e Hipo sintió algo caliente correr por su cuello.

—Hace más de un siglo que no contamos con un hechicero como tú, Henry —continuó Hofferson dejando su taza sobre la mesa que se ubicaba junto al sofá—. Comprenderás que no tienes otra opción más que la de servir a tu país.

Hipo sintió las lágrimas de agonía bajar por sus mejillas mientras luchaba por recuperar el aire y el familiar bufó cuando pareció que iba a perder la consciencia.

—Los Haddock han servido con gran fidelidad a nuestro gobierno desde que emigraron a este país hace más de un milenio, ¿acaso estás tan necesitado de la atención de tu padre que pretendes destruir la reputación de tu familia? —Katriona cogió con brusquedad de su barbilla, aunque Hipo tenía ya la vista borrosa—. Nadie ha rechazado entrar al cuerpo de élite, Henry, y no vas a ser el primero en hacerlo. Aceptarás el puesto que tan generosamente se te ha ofrecido y harás lo que se te diga, ¿lo entiendes, verdad?

Hipo había infravalorado a aquella mujer en todos los sentidos posibles. Sabía que era una bruja mentalista muy habilidosa y peligrosa, conocida precisamente por la eficiencia de sus interrogatorios. Hipo había sido entrenado para bloquear a personas como Katriona Hofferson, brujas que podían manipular, deformar y destruir la mente a su placer, pero no había esperado que fuera tan ruin como para envenenarle. Katriona debía haber imaginado que Hipo había levantado sus mejores escudos mentales tan pronto se presentó en su casa y había utilizado algo tan básico como envenenar el té que ella misma había preparado para dejarlo a su merced. Sin embargo, el ahogamiento se detuvo tan pronto Katriona dejó el contrato y una pluma ante él, aunque el armiño no cedió a la prisión de sus garras en su cuello. Era una estupidez negarse y mucho más el amenazarla con una denunciar al ministerio, Hipo lo sabía. Katriona no solo se había apropiado del nombre de una familia poderosa y muy relevante, sino que además se trataba de su palabra contra la suya. Ni su propio padre le creería y su vida se complicaría por mil si se ganaba a una enemiga como Katriona Hofferson.

Hipo no quería ceder ante una encerrona tan cruel y miserable y, aún así, decidió firmar el contrato. Por alguna razón, tenía el convencimiento de que si no firmaba, la próxima vez podían ir a por su padre o incluso a por Bocón y eso no era algo que estuviera dispuesto a cargar en su conciencia.

Cuando empezó en su nuevo trabajo, decidió hacer lo que mejor se le daba: tornarse invisible. Y se le daba tan bien que resultó que era bueno en su trabajo, al menos al principio. Se enteraba de las cosas casi sin querer y era lo suficiente discreto como para seguir sus objetivos sin que se dieran cuenta. Hipo estaba encantado con su rol de espía pasivo que nunca entraba a la acción y, si hubiera dependido de él, se habría quedado en ese puesto, sobre todo porque siempre trabajaba solo. Sin embargo, su ratio de éxito en sus misiones era tan alto que fue cuestión de meses hasta que decidieron mandarlo al extranjero para ejecutar tareas de mayor envergadura. Pese a que viajar por trabajo no fuera ni lo más divertido ni mucho menos lo más cómodo, su salario tuvo un aumento considerable, significaba pasar muy poco tiempo en Reino Unido —lo que equivalía a que no tenía a su padre respirándole en la nuca— y le daba una libertad a la que no estaba acostumbrado.

Sus primeras misiones en el extranjero se focalizaban en vigilar movimientos de políticos de los gobiernos mágicos y encontrar sus trapos sucios: transferencias sospechosas provenientes del sector privado y de fondos de inversión, reuniones extraoficiales, encuentros escandalosos en habitaciones de hotel… No obstante, pronto le llegaron misiones que requerían algo más que sus habilidades de observación, como la de interceptar una red de tráfico de estupefacientes mágicos a través de una infiltración o incluso tuvo que meterse en una mafia que, ya no solo movía armamento ilegal por todo el continente europeo, especialmente por las zonas de conflicto de Ucrania y Rusia, sino que además comerciaban con vidas humanas para su explotación sexual. Aquella fue la primera vez que Hipo mató a un hombre y, honestamente, aún le perseguía el hecho de no haber sentido el menor remordimiento. Durante sus años en la Academia, Hipo se había jurado a sí mismo que jamás se convertiría en lo que habían esperado de él: en un arma que mataba a sangre fría para el gobierno. Sin embargo, el haber asesinado a un explotador sexual supuso una excepción que, además, pareció gratificar una parte de sí mismo que no había conocido hasta entonces.

Hipo no se reconocía a sí mismo.

Se sentía asqueado por haberse convertido en algo que juró que nunca iba a convertirse.

Después de aquella misión, se planteó presentar su dimisión, pero algo le decía que no era un movimiento inteligente. Si le habían forzado a entrar en el cuerpo de élite, ¿quién decía que le iban a permitir marcharse? Hipo estaba abocado a seguir si no quería peligrar su vida o la de su padre, por lo que debía pensar en otra cosa. En esa tormenta de ideas en la que Hipo no tenía ni idea de qué hacer con su vida, le llegó su nueva misión: debía ir a Noruega y vigilar la actividad de un gizati de nombre Drago Bludvist.

La misión no podía ser más sencilla, o eso pensó al menos.

En apariencia, Drago era un empresario de origen libanés que se había nacionalizado en Noruega hacía poco más de un lustro. En verdad, resultaba extraño que hubiera que vigilar los movimientos de un gizati, pero el gobierno mágico de Noruega había advertido desapariciones extrañas de Ilustres —aunque el informe también citaba un número importante de Corrientes jóvenes que ni de lejos se les habían dado la misma relevancia— y, para alarma del gobierno mágico británico, habían desaparecido brujas y hechiceros con sus familiares.

Los familiares eran una especie tan rara y tan extraordinaria que los hechiceros y brujas que poseían un vínculo con uno se les consideraba un rango muy especial y superior en el mundo mágico. Aunque hacía años que se había descartado la teoría de que los vínculos familiares pudieran surgir por lazos de sangre, es decir, que pudiera heredarse de padres a hijos, la idea se divulgó con tal fuerza durante los siglos XVIII y XIX que aún eran habituales los matrimonios de conveniencia entre las personas poseyentes de familiares con personas influyentes y poderosas. De ahí que, por ejemplo, Katriona Hofferson terminara llegando a la presidencia del gobierno y que antes se uniera a una familia tan poderosa e importante como los Hofferson, puesto que ninguno de ellos —que se supiera entonces— poseía ningún familiar desde hacía al menos un siglo. Los Haddock eran de las pocas familias en todo el Reino Unido que habían demostrado ser una excepción de la regla, ya que el bisabuelo de Hipo sí había contado con un familiar y su padre siempre se había apoyado en la teoría de que la manifestación de su magia fue tardía porque su familiar aún tenía que aparecer.

Por supuesto, como cabía esperar, Hipo resultó ser una decepción y sus poderes simplemente despertaron más tarde de lo normal, sin tener el honor de contar con un familiar que amplificara sus poderes.

La disminución de Ilustres con familiar había resultado muy alarmante en las últimas décadas, probablemente debido a la archiconocida Crisis de la Magia que inició a finales del siglo XIX y que persistía hasta entonces. El origen de la crisis venía arraigada por diferentes motivos: las guerras mundiales, la globalización, la superpoblación… Todo desarrollo de los gizatis conllevaba a que los familiares dejaran de aparecer con la asiduidad esperada y que la tasa de natalidad de bebés mágicos bajara drásticamente y, en consecuencia, la magia estuviera desapareciendo. Ahí fue cuando empezaron a diferenciar a los niños nacidos de la sangre puramente mágica de aquellos que poseían sangre gizati. Se veían a estos últimos como brujas y hechiceros comunes, contaminados, corrientes, indignos de poseer magia el don de la magia y se les tachaba como parias en la sociedad mágica. Es más, con el paso de los años, tanto los Corrientes como los arruntas eran considerados como la principal causa por la que la magia estaba desapareciendo, una acusación tan cruel como injusta, aunque pocos eran los que se atrevían a defender los derechos de los Corrientes.

Fuera lo que fuera, el hecho de que los familiares y sus almas afines desaparecieran suponía una problemática que el resto de gobiernos mágicos del mundo no podían ignorar. Reino Unido, junto con países como Estados Unidos o Francia, contaban con cuerpos de élite que se dedicaban a proteger la población mágica de amenazas como aquella e Hipo tuvo la desgracia de verse implicado hasta el cuello en aquel terrible embrollo.

La verdadera identidad de Drago Bludvist era un auténtico misterio. Hipo no tenía dudas de que nadie podía poseer un nombre tan espantoso a menos que quisiera usarlo a propósito. Intentó encontrar algún certificado de nacimiento en Libia, pero ni sus conocimientos avanzados en hackear bases de datos obsoletos le sirvieron de ayuda. Ningún Drago Bludvist había nacido en Libia, pero sí había uno registrado en el censo noruego, por lo que Drago había tenido que falsear sus documentos para conseguir la nacionalidad noruega y estaba casi seguro que su antiguo pasaporte libanés también era falso. Al margen de eso, Drago parecía haber rehecho su vida en Noruega como cualquier otro inmigrante, había pasado de trabajar en fábricas industriales a fundar su propia empresa farmacéutica, Bewilder Pharma Corp.; la cual, en el margen de muy pocos años, se había revalorizado en millones de euros.

A Hipo le fastidió tener que infiltrarse en la farmacéutica de Drago, pero si quería conocer el detalle su actividad no podía conformarse con solo vigilar sus reducidos movimientos de la farmacéutica a su casa o hackeando las cámaras del edificio, sobre todo porque tenía un cortafuegos tan potente que le echaban del sistema en cuestión de pocos minutos. Decidió presentarse en el departamento de recursos humanos de Bewilder Pharma Corp. con un currículum falseado y recargado y, tras una larga y tediosa entrevista de trabajo donde pusieron a prueba su mediocre danés, a Hipo le dieron un trabajo como auxiliar de laboratorio. Sin embargo, en su primer día, le pidieron hacerse un chequeo médico que no le avisaron que tendría que hacerse y, pese a que le habían entrenado para atemperar sus células cargaditas de magia y así hacerlas pasar por alto en las analíticas humanas, el proceso para ocultar su magia en sangre llevaba por lo menos dos días. Para aquellas circunstancias inesperadas, Hipo guardaba siempre consigo una inyección cargada de extracto belladona y ortiga que actuaba como un bloqueante de magia temporal. Esta inyección era imprescindible en un botiquín de cualquier miembro del cuerpo de élite que necesitara bloquear sus poderes en casos de emergencia, pero lo que nadie advertía era de los horribles efectos secundarios entre los que destacaban las urticarias, el insomnio y las náuseas.

Aún así, pese a que estuvo dos días con un picazón espantoso por todo el cuerpo, contando ovejitas y vomitando cuando conseguía escaquearse al baño, Hipo pasó la prueba médica sin pegas salvo por un déficit de vitamina D. Le dieron varios botes de suplementos de la farmaceútica e Hipo los guardó para mandarlos a Inglaterra para su análisis.

Su trabajo era bastante monótono. Además de las labores administrativas propias de auxiliar y mantener el laboratorio estrictamente limpio, Hipo se dedicaba a dar de comer a los ratones y a poner etiquetas a las muestras. Aprovechaba durante sus tareas para recorrer el enorme edificio, en identificar quién era quién dentro de la extensa plantilla de la compañía. En cuestión de una semana, Hipo ya había localizado a los objetivos más interesantes y tenía hecho un cuadrante con sus horarios, rutinas e historiales familiares, de salud y laborales. La plantilla era especialmente joven, la mayoría recién graduada de la universidad, por lo que les convertía en un personal más voluble y sacrificado en cumplimentar el intenso trabajo de laboratorio y, sobre todo, el legislativo. Drago había creado su propio bufete dentro de la corporación para actuar como lobby para conseguir las licencias de los nuevos medicamentos y cambiar la legislación europea. Es más, Hipo sabía que Drago se movía mucho a Bruselas, probablemente para movilizar a la sede de Bélgica para que presionara a la Comisión Europea. Sin embargo, pese a que todo aquello olía a dinero sucio, conflictos de intereses y corrupción, Hipo no terminaba de sacar en claro cuál era la relación de Drago con las desapariciones de brujas y hechiceros.

En apariencia, el empresario era un gizati millonario y poderoso, pero un gizati después de todo. Hipo solo le había visto una vez y no percibió el menor atisbo de magia en él ni en nadie a su alrededor. Había que decir que su apariencia no se asociaba a la de un empresario adinerado y que los trajes no pegaban con sus rastas recogidas siempre en una coleta, pero supuso que era mejor que esos millonarios estadounidenses que iban de guays por solo llevar deportivas a trabajar. Aún así, Drago no era un hombre ni cercano ni mucho menos agradable. Inspiraba miedo entre los empleados e Hipo había oído que había despedido a más de uno por no cumplir con sus estrictos plazos y sus muy exigentes instrucciones.

Hipo era consciente que no iba a avanzar mucho si seguía como técnico de laboratorio, pero tampoco quería llamar la atención con un ascenso. Tenía interés en revisar los ensayos clínicos en humanos que tenían lugar en las áreas restringidas de los sótanos, aunque no contaba con la autorización para acceder a ellos y, por alguna razón, solo ocurrían de noche.

Decidió cambiar su horario al turno de noche y estudió con atención toda la actividad alrededor del único ascensor que bajaba al sótano. Tardó casi tres semanas en definir los horarios y las rutinas de los empleados del horario nocturno y, cuando tuvo claro cómo podía colarse, Hipo ejecutó su plan. La noche del día D, Hipo alegó que se encontraba mal y corrió al baño, donde se aplicó a sí mismo un hechizo de invisibilidad. Tras asegurarse que, efectivamente, era invisible a ojos del resto de empleados, corrió hasta el ascensor para descender con un equipo que siempre bajaba al sótano hacia las dos menos cuarto de la madrugada. Los empleados lucían cansados y pálidos, como si no hubieran visto el sol en mucho tiempo, y le extrañó que no dijeran ni una sola palabra.

Los sótanos eran largos pasillos repletos de salas cerradas herméticamente y con clave de acceso. Hacía mucho frío allí abajo, tanto que podía apreciarse la condensación salir de su boca. Hipo siguió a un hombre alto y flaco, que tenía aspecto de no haber dormido dos horas seguidas desde hacía tiempo. Se apellidaba Amstrong e Hipo le tenía fichado como, uno de los principales supervisores de los ensayos clínicos. Entraron a una sala pequeña e iluminada con una luz demasiado tenue. Amstrong se dirigió a una mujer de piel oscura que estaba tecleando delante de un ordenador que lucía demasiado arcaico. Hablaban en voz tan baja y ambos tenían unos acentos tan marcados que Hipo tuvo que acercarse más de lo que le hubiera gustado para escuchar su conversación.

—¿Ha ingerido algo el sujeto 287?

—No nos ha permitido que le hiciéramos la intubación —respondió la mujer con un fuerte acento francés que arrastraba las palabras en inglés—. Cada vez que le metemos el tubo, cierra la garganta. No he visto cosa igual. Le hemos vuelto a conectar la vía intravenosa y está atado a la cama para que no se la quite. Es más, se ha hecho una avería en el brazo en el que solíamos conectar la vía y hemos tenido que colocarla en el otro.

—¿No se supone que estaba ido? —cuestionó el supervisor irritado.

—Y lo está, pero cada vez que lo intentamos alimentar reacciona con violencia, sin importarle si se hiere a sí mismo o no —argumentó la mujer con indiferencia.

—¿Ejerce violencia física o algo más?

—No, solo física y únicamente cuando actuamos en pos de salvarle la vida. Al menos hemos podido recoger muestras de sangre.

La mujer le tendió una tablet y el hombre las estudió con atención. El hombre alzó las cejas y se volvió de nuevo a la empleada.

—Tiene la bilirrubina disparada y un aumento de plaquetas demasiado alto comparada con la analítica de ayer.

—Ya he pedido la resonancia para verificar nuestras sospechas —dijo la mujer—, pero observa el último resultado del test de Koffs y los índices CIRCE.

Hipo sintió un vuelco en su corazón. El test de Koffs y los índices CIRCE no era una terminología de sangre usada por humanos, sino por hechiceros y brujas. Los índices CIRCE eran lo que denominaban cuán grande era la presencia de magia en sangre a través de una serie de parámetros y el test Koffs determinaba si una persona poseía magia o no. Sin embargo, no era posible que aquellos gizatis poseyeran tal conocimiento y mucho menos que…

—¡Negativo! —gritó Amstrong con un tono eufórico que le puso la piel de gallina.

La mujer asintió con entusiasmo mientras el supervisor movía con más ahínco el dedo sobre la pantalla.

—No podemos dejar que el sujeto 287 muera, entonces —continuó el hombre sin apartar sus ojos de la tablet—. Supongo que la cura ha sido la causa probable de las células tumorales, pero es el primero que da negativo en el Test Koffs y…

Hipo no era capaz de escuchar qué estaba diciendo aquel hombre. No podía asumir lo que estaban hablando con tantísima ligereza, como si la vida de aquella persona a la que veían como un número no valiera nada. ¿Era posible que estuvieran experimentando con personas mágicas como si fueran ratas de laboratorios y no seres humanos? El supervisor y la empleada procedieron a charlar sobre el estado de otros sujetos e Hipo aprovechó la oportunidad para marcharse con discreción cuando una tercera persona entró cargado con cafés.

La conmoción de lo que había escuchado quebrantó el hechizo que le hacía invisible y tuvo que apoyarse contra la pared a la vez que posaba su mano contra su pecho para calmar las pulsaciones de su corazón. Tenía que salir de allí e informar de inmediato de las atrocidades que se hacían allí. Sin embargo, cuando procedió a regresar al ascensor, un hombre corpulento caminaba en su dirección arrastrando una silla de ruedas con una mujer. Hipo se esforzó en no verse horrorizado cuando la reconoció. Cuando la vio en aquella fotografía por primera vez, con la cara arrugada por su sonrisa dicharachera y sus ojos rasgados del color de la miel, Hipo pensó que Jonna Solheim era el tipo de persona que caía bien a todo el mundo. Su expediente era brillante, ya no solo por sus reconocimientos por su gran labor como bruja de tierra y la elaboración de pociones, sino porque dirigía una fundación que ayudaba a niños mágicos —Hipo supuso que únicamente Ilustres— con pocos recursos a recibir una educación avanzada y gratuita. Tanto ella como su familiar, un petirrojo, habían sido avistados por última vez caminando hacia su domicilio, en una localidad cercana a Steinkjer. En la información del caso de su desaparición, Jonna tenía el pelo fucsia hasta la cintura, probablemente por su exposición a los gases de las pociones, pero ahora lo tenía blanco y muy corto, tanto que parecían que se lo habían rapado al cero y ahora le estaba volviendo a crecer. Las arrugas generadas por su expresión risueña ahora deformaban su cara cenicienta y sus ojos eran inocuos, carentes de vida.

Sin embargo, no fue el deplorable estado físico de aquella mujer lo que le horrorizó, sino su olor. O, mejor dicho, su hedor. La peste que emanaba era tan repugnante que Hipo tuvo que contener una arcada. El celador le miró extrañado, pero parecía dispuesto a seguir con su camino, cuando la mujer extendió su mano hacia Hipo. Le agarró con tal violencia que casi los mató de susto a él y al celador, quien lucía muy desconcertado porque la mujer hubiera reaccionado a algo. Con la expresión aún ida, Jonna abrió la boca, pero al principio no formuló palabra. Hipo intentó zafarse de su agarre, pero eso pareció alentarla a encontrar su voz.

—A… a… yu…

El celador consiguió que la mujer le soltara y, mientras ésta se zarandeaba para liberarse, éste le fulminó con la mirada antes de reparar que algo no cuadraba.

—¿Tú quién eres? —preguntó el hombre con el ceño fruncido.

En aquel momento, un cúmulo de pensamientos pasaron raudos por su cabeza. ¿Qué hacer? ¿Hechizar al celador para sacar a aquella mujer de aquel horrible lugar? Si usaba su magia, la misión se iría al garete y la mujer tampoco lucía en condiciones para salir de allí por sus propios medios. Además, ¿cuántos como ella habrían allí? Aún si fuera capaz de sacarla de allí, Drago tenía recursos más que de sobra para trasladar su base de ensayos clínicos a otro sitio, por lo que seguiría echando a perder la misión.

—Seguridad, tenemos un intruso —clamó el celador por un walkie mientras contenía a Jonna como mejor podía con un solo brazo.

Hipo no tuvo otra más que salir corriendo. Corrió como nunca antes lo había hecho, pero enseguida reparó que no podía salir por donde había entrado, dado que el ascensor solo funcionaba con los lectores de las tarjetas autorizadas. Además, el ascensor estaba en uso, por lo que era muy probable que el equipo de seguridad estuviera descendiendo por allí. No podía usar el hechizo de invisibilidad sin exponerse a sí mismo, por lo que corrió hacia otro pasillo para encontrar una vía de escape. Entró por la única puerta que encontró entreabierta, que resultó ser de un cuarto de limpieza minúsculo. Subió por una de las estanterías para ver si podía colarse por los sistemas de ventilación, pero eran demasiado estrechos, incluso para un niño. Sin embargo, enseguida reparó que al fondo de la sala había una trampilla en la pared. La abrió y supo que era el típico túnel donde se lanzaba la ropa sucia. Hipo supo que era muy mala idea, ya que le resultaba muy inquietante que hubiera más sótanos como aquel, pero era o tirarse al vacío o acabar como Jonna Solheim.

El túnel era lo bastante estrecho como para que Hipo pudiera ralentizar la caída, pero sintió un vuelco en el estómago cuando escuchó ruidos sobre su cabeza. Hipo ahogó un grito cuando algo cayó sobre él y le impulsó hacia abajo a toda velocidad. Por suerte, cayó sobre una superficie blanda e Hipo se quitó espantado el alijo de sábanas y toallas que habían caído sobre él. Éstas olían mal, a sangre, orines y a un hedor similar al que había olido en Jonna. Miró a su alrededor, pero estaba demasiado oscuro como para adivinar dónde se encontraba. Bajó del montículo de sábanas y toallas sucias y se acercó a la única fuente de luz que había en toda la sala: una puerta entreabierta. Formuló de nuevo el hechizo de invisibilidad y se asomó con cautela a una sala amplia llena de lavadoras y secadoras que estaban en marcha, aunque no parecía haber nadie. Siguió caminando hasta alcanzar un pasillo similar al de las plantas superiores, solo que este daba a una puerta final que también estaba abierta. Esperanzado de que tal vez fuera la salida, Hipo entró sin pensárselo dos veces.

Si aún le preguntaban que encontró allí, Hipo no se vería capaz de describirlo con simples palabras. Sin embargo, cuando sus ojos se cruzaron las enormes orbes esmeraldas de aquella criatura, puede que Hipo no supiera que iba a cambiar para siempre, pero sí despertó en él algo que llevaba tiempo muerto. Algo que le había abandonado hacía años, quizás cuando su madre murió y su padre decidió alejarse de él porque le resultaba insoportable tener tal decepción de hijo.

Certeza.

Eso era lo que había perdido.

Certeza de que, por una vez, nada era más prioritario que salvar a esa criatura fantástica y tan especial que ni siquiera se atrevía a decir en voz alta qué era.

Su trabajo, su país, la Crisis de la Magia, su padre… todo pasaba a un segundo plano.

Nada le había preparado para eso, para abandonar la misión, y probablemente jamás lo estaría. Pero estaba dispuesto a afrontar las consecuencias fueran cuales fueran.

Lo que sea, con tal de salvarle.

Xx.

—Chicos, vamos a cerrar.

La inesperada intromisión del camarero cortó de lleno su relato. Astrid fulminó al camarero con la mirada, molesta por la interrupción, pero el camarero tuvo la desvergüenza de ponerle mala cara, irritado de que se haya tenido que quedar más tiempo de lo debido por su culpa. Hipo sacó la tarjeta crédito para pagar la cena, pero el camarero, ahora muy molesto, señaló un cartel en la barra que indicaba con letras mayúsculas y pintadas con rotulador rojo que solo se aceptaban pagos en efectivo. Azorado y consciente de que no tenía un solo billete consigo, Hipo rebuscó en su cartera y después palpó en los bolsillos de su chaqueta para ver si tenía la suerte de encontrar suelto.

—Quédese con el cambio —espetó Astrid de repente.

Hipo alzó la mirada y vio que la bruja entregaba un billete de veinte libras al camarero. Intentó vagamente decir que se encargaba él, pero ella sacudió la cabeza antes de ponerse la chaqueta.

—Se supone que iba a invitar yo —se quejó Hipo cuando salieron al frío de la calle.

—Dejaré que me invites a la próxima —Hipo ignoró el vuelco que le dio el corazón ante la insinuación de que podían volver a tomar algo juntos—. Tampoco es que te haya invitado a cenar a una estrella Michelín. De todas formas, eres un poco capullo por salir sin metálico, ¿y si no te hubiera funcionado la tarjeta?

—Hablas como mi padre —se lamentó Hipo con desgana—. En Londres se paga todo con tarjeta.

—Esto no es Londres —le recordó ella y se encogió dentro de su abrigo—. Mira que no es como el sur de España, pero parece un paraíso tropical en comparación al puto frío que hace aquí.

Hipo se sintió tentado en rodear sus hombros con su brazo para acercarla a su cuerpo, pero era una suerte que la cordura le hiciera entrar en razón y no hizo el menor amago de sacar siquiera las manos de sus bolsillos. Una ráfaga de aire frío les dio de lleno cuando dieron la vuelta a la esquina y caminaron con paso raudo hasta un callejón para resguardarse del frío.

—¿Dónde está tu Airbnb?

La bruja le contempló desconcertada y apreció en sus mejillas un ligero rubor muy impropio de ella. Hipo sintió que la sangre también se acumulaba en su cara al caer que Astrid había malinterpretado de la peor forma posible su pregunta.

—Me refiero a si está muy lejos —se corrigió Hipo—, por si quieres que demos un paseo con este frío tan desagradablemente escocés o prefieres que cojamos un Uber.

—Henry, estás hablando en plural —advirtió ella con voz temblorosa—. Oye, sé que sabes cosas que no deberías saber, pero no voy a…

Hipo se horrorizó ante la sola insinuación.

—¡¿Pero qué dices?! —le cortó él espantado—. No… Mira, sé que hay algo raro entre nosotros, como una atracción magnética y complicada de entender, pero jamás me acostaría con nadie bajo extorsión y mucho menos contigo.

—Mucho menos conmigo —repitió ella ahora con el ceño fruncido.

—Joder, ya me entiendes, no digo que no me acostaría contigo porque no me resultas atractiva, que es evidente que sí me lo pareces, sino porque no quiero… ¡Joder, ya me estoy liando!

Astrid soltó una carcajada e Hipo deseó que le tragara la tierra.

—Te estoy tomando el pelo —se burló ella—. Es extraño que a veces parezcas tan seguro de ti mismo y otras, de repente, te transformas en una bolita de ansiedad.

—No soy ninguna bolita de ansiedad —se defendió avergonzado—. Mi trabajo requiere que mantenga la calma todo el tiempo, eres tú la que se esfuerza en ponerme nervioso.

—Porque te resulto atractiva —canturreó ella con una sonrisa pícara.

Hipo puso los ojos en blanco y ella volvió a reírse. Honestamente, si meterse con él le ayudaba a estar así de relajada y contenta, Hipo estaba dispuesto a soportar todas las burlas que hicieran falta. Astrid, sin embargo, borró rápido su sonrisa y se apoyó contra la pared con los brazos cruzados bajo su pecho con una expresión pensativa.

—No has acabado de contarme la historia —continuó ella—. Nos han interrumpido justo en la mejor parte.

—Si te soy honesto, tampoco es que haya mucho más que te pueda contar.

—¿Que puedas contar? —repitió ella con recelo—. Una farmaceútica se dedica a secuestrar gente mágica y, por circunstancias de la vida, me das a entender que allí encontraste a Desdentao. Pero ni me has dicho qué es y tampoco me has aclarado qué hacen con la gente que se supone que están secuestrando.

—Creo que eres lo bastante lista como para deducir por qué no puedo contarte nada más.

Astrid sostuvo su mirada durante unos segundos, escrutando dentro de su cabeza de qué demonios estaba hablando. A Hipo le fascinaba el tono azul de sus irises, similar al del cielo en verano, pero con un fulgor turquesa que reflejaba la presencia de su magia. No todas las brujas y hechiceros podían presumir de tener una magia lo bastante poderosa como para que pudiera materializarse a través en su mirada al igual que no cualquiera podía apreciar ese rasgo. La magia era una cuestión de sensibilidad y empatía humana; por lo que, en realidad, no todo el mundo era capaz de percibirlo de la misma forma. Por ejemplo, muchos de sus compañeros de la Academia no eran capaces de olerla y muchísimo menos verla brillar en los irises de los demás. Es más, en la Academia no le creyeron cuando confesó que él sí tenía esa capacidad y había ocasiones en las que incluso podía observar el flujo reluciente de su magia bajo su piel. A esa tipología de brujas y hechiceros se les conocía como ulerberas, o «empáticos» en inglés, y era un atributo cada vez menos común y a la que se le brindaba mucha menos importancia. Astrid también era ulerbera, aunque no le extrañó sabiendo de qué familia descendía, aunque nunca había oído de una Corriente que tuviera atributos empáticos hacia la magia.

—¿Os lanzan hechizos de Omisión? —la pregunta le sacó repentinamente de sus pensamientos, pillándole desprevenido porque hubiera llegado a esa conclusión tan rápido—. Pensaba que os entrenaban para aguantar toda clase de interrogatorios y torturas, pero los hechizos de Omisión son muy peligrosos si no se aplican bien.

—Pueden anularte el habla y en casos más extremos te puedes atragantar con la lengua —puntualizó Hipo.

—A veces agradezco ser una paria en esta sociedad —comentó ella con indignación—. Se podrá decir lo que quiera de los gizatis, pero al menos tienen algo maravilloso que se llama «derechos laborales».

Hipo soltó una carcajada amarga y ella sonrió vagamente.

—¿Puedes decirme qué es Desdentao o te lo impide el hechizo?

El hechicero hundió los hombros, consciente de que no podía evadir esa pregunta para siempre.

—Contártelo sería un riesgo enorme para ti y para él —explicó Hipo—. No sabes hasta qué punto alcanza la crueldad de Drago, lo que hace a nuestra gente. Si hubieras visto a esa mujer con tus propios ojos, Astrid, creo que…

El hechizo de Omisión hizo su efecto porque su lengua se replegó con rapidez en su boca y sus labios se sellaron. Fue tan abrupto, que Hipo se asustó, aunque Astrid pareció darse cuenta de qué le estaba pasando, porque rápidamente cogió de su mandíbula y, no supo cómo, consiguió abrirle la boca. Hipo inspiró profundamente y Astrid le soltó, aunque su expresión seguía marcada por la angustia.

—Estoy bien —balbuceó Hipo—. Me pasa más a menudo de lo que piensas.

—Si tienes un hechizo de Omisión, entonces será mejor que no digas nada más —concluyó la bruja preocupada—, pero sí me gustaría que respondieras a una última pregunta. O al menos que lo intentaras.

—Te escucho.

Ella tomó aire, como si estuviera reuniendo el valor para formular su pregunta.

—¿Qué te hace estar tan convencido de que Desdentao no es tu familiar?

Hipo la contempló pasmado, quizás porque no se había esperado esa pregunta. Pensaba que su historia le había dado entender que esa chorrada de que Desdentao fuera su familiar no era factible, pero estaba visto que la bruja seguía sin estar convencida al respecto.

—Astrid, simplemente lo salvé porque cualquiera con dos dedos de frente y un mínimo de moral haría lo mismo. Fue mirarle a los ojos y…

—Y te viste reflejado a ti mismo —se adelantó a decir ella.

Hipo ladeó la cabeza, confundido por el convencimiento de sus palabras, como si estuviera muy familiarizada con aquella sensación. Sin embargo, era imposible, Desdentao no era el tipo de criatura que pudiera ser un familiar. Se atrevía a decir incluso que era algo mucho más especial que un simple familiar.

—Astrid, un familiar tiene forma de animal, Desdentao… es difícil de explicar en palabras, pero él es extraordinario solo por su mera existencia.

—Y no puedes decirme qué es.

—No.

—¿Por qué?

—Porque es peligroso, porque Desdentao puede ser impredecible en su verdadera forma y Drago lo tenía atrapado por algo. No pienso arriesgarme a que nadie sepa lo que es y mucho menos una Corriente que…

Astrid le dio tal empujón que si no fuera por la pared que estaba a su espalda se habría caído de culo al suelo.

—¡¿De verdad vas a usar la excusa de que soy una Corriente para no contarme la verdad?!

Hipo hizo un amago de cubrir su boca con la mano para que bajara la voz, pero se ganó un buen chispazo en consecuencia cuando Astrid le dio un manotazo.

—¡Ni te atrevas a callarme la boca, Haddock!

—¡Déjame acabar! —gritó él con impaciencia mientras sacudía su mano que se había quedado dormida por el chispazo—. Astrid, que los tiros no van a que seas menos por ser Corriente, sino a que Drago busca a…

Una vez más, el hechizo de Omisión pegó su lengua al paladar y sus labios se encolaron como si les hubieran echado cola fuerte. Astrid, esta vez con mucha menos delicadeza, consiguió abrirle la boca a la fuerza metiéndole los dedos en la boca. Hipo dio una arcada y Astrid retiró su mano al comprobar que volvía a respirar. El hechicero tosió y escupió la saliva acumulada en su boca.

—¿Qué es lo que busca, Henry? ¿Qué tienen que ver los Corrientes con todo esto? —cuestionó ella.

—Deja de preguntarme cosas de Drago, por favor —le suplicó él—. Es muy probable que a la tercera me trague la lengua.

—¡Entonces para de contestarme con enigmas! —le achacó ella frustrada—. ¡Dijiste que me lo contarías todo!

—¡Ya ves que no puedo contarte todo! —le recordó él con fastidio—. Y ya me he ido demasiado de la lengua. Drago Bludvist es un hombre muy peligroso, Astrid, cuanto menos sepas, mejor.

La bruja bufó indignada, pero al menos dejó de insistir. En verdad, si dependiera de él, Hipo ya le hubiera contado todo lo que había descubierto para compensar su hallazgo de Tormenta y la identidad de su padre Ilustre. Sin embargo, no solo encontró a Desdentao en aquel sótano, sino información que por desgracia no podía revelar en voz alta, pero que bien habría sido más feliz si no lo hubiera descubierto. Detestaba tener que soportar aquella carga él solo.

—Bueno, es evidente que hoy ya no vamos a ir a ninguna parte, al menos hasta que te quiten el hechizo de Omisión —concluyó Astrid agotada—. Lo único que me pregunto y que me gustaría que me aclararas es por qué demonios necesita mi ayuda Desdentao para recuperar su voz.

—No lo sé —admitió derrotado y Astrid arrugó la nariz, insatisfecha por su respuesta—. Es verdad, Astrid, no lo sé. Desdentao nunca ha cruzado una sola palabra conmigo, ni siquiera en su verdadera forma.

—Pero si hay un vínculo familiar debería… —Astrid se calló al caer que la estaba fulminando con la mirada—. He buscado alguna que otra forma para comunicarme con él, pero el sistema de «sí» o «no» es demasiado lento y le frustra. No sé si sabías que puede entendernos a la perfección.

—Tiende a hacerse el tonto conmigo, pero ya me he supuesto que me entiende a la perfección —comentó él.

—¿Y si la forma de gato le impide comunicarse libremente? —preguntó entonces.

Hipo la contempló horrorizado.

—No es una opción comunicarse con él en su verdadera forma —le advirtió tajante.

Astrid hizo un mohín.

—Dudo que sea tan peligroso como dices que es.

—Es bastante más peligroso de lo que piensas —espetó él indignado—. Si no me ha matado todavía es porque le he salvado, pero no le gusta que le haya lanzado la maldición que le transforma en gato y, creeme, me preocupa que se sienta atraído por tu magia.

—¿Por qué?

—Porque no sé hasta qué punto podemos confíar en Desdentao.

Astrid se detuvo abruptamente y le miró con una expresión que mezclaba confusión e inquietud. Hipo sabía que, desde la perspectiva de Astrid en la que seguía convencida de que Desdentao era su familiar, lo que acababa de decir era un sacrilegio. Hipo, sin embargo, dudaba mucho que existiera tal vínculo con Desdentao. La criatura había perdido el interés en él tan pronto llegaron a Escocia y solo le buscaba cuando tenía hambre. Hipo deseaba protegerlo, mantenerlo bien lejos de las redes de Drago, pero aún no sabía qué hacer con él. Ahora que ya le habían dado el alta, Hipo tendría que volver a incorporarse al trabajo y aún no había conseguido encontrar una excusa para no tener que marcharse sin revelar la existencia de Desdentao.

—Es bastante tarde, es casi la una de la madrugada —dijo Astrid de repente e Hipo reparó que ahora estaba mirando a su teléfono —. ¿Tienes…? ¿Tienes donde quedarte esta noche?

—La verdad es que iba a buscarme un hotel o igual alquilo directamente un coche y me marcho para las Highlands —respondió él, consciente de lo difícil que sería conseguir cualquiera de las dos opciones dada la hora que era.

Astrid asintió lentamente y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta.

—¿Quieres quedarte en mi Airbnb?

Hipo agradeció que la calle estuviera fatalmente iluminada, porque de esa manera Astrid difícilmente podría apreciar el rubor en su cara. Sin embargo, la bruja, quien era de esas que nunca se avergonzaban de mirar a uno directamente a los ojos, evadió su mirada, claramente incómoda.

—¿No pensabas hace un momento que quería seducirte?

—Por favor, ya te gustaría —se burló ella—. Te habría incapacitado para tener hijos antes de que pudieras ponerme un dedo encima.

Aunque era consciente de que Astrid infravaloraba sus capacidades de lucha cuerpo a cuerpo siendo miembro del cuerpo de élite, tampoco dudaba de que la bruja realmente pudiera reventarle si se lo propusiera.

—¿No estará tu madre allí?

—Se ha ido a un hotel con mi padre —Hipo alzó las cejas y ella suspiró—. Me conocen lo suficiente como para saber que, antes de pasar por otra encerrona, me quedo durmiendo en la calle o debajo de un puente. Así que me ha escrito mi madre para avisarme que ella se queda con mi padre en un hotel y me dejan el Airbnb para que pase la noche.

Hipo tenía una y mil preguntas, pero ninguna de ellas era oportuna de formular. Visto desde fuera, la relación de Astrid con su padre era más compleja de lo que en un principio había considerado. Astrid no solo era ilegítima, sino que su mera existencia debía ser un auténtico quebradero de cabeza para Erland. En verdad, aún no lograba entender cómo una de las figuras más famosas y reconocidas del país había conseguido mantener oculta, ya no solo un litigio amoroso tan longevo con una gizati, sino una hija Corriente adulta que tenía poco de corriente, con un talento inigualable para la magia, con magia de tormentas y, encima, un familiar.

Era una auténtica locura.

—¿Estás segura de que quieres que me quede en tu Airbnb? —preguntó Hipo vacilante.

—Tiene dos habitaciones —respondió ella sacudiendo los hombros—. Además, no es plan de que te quedes en la calle y dudo que Desdentao esté muy por la labor para marcharse durante la noche con el frío que hace.

—Sí, la verdad es que no le gusta nada el frío —concordó él—. Pues muchas gracias, Astrid, de verdad es que no sé cómo agradecértelo.

—Antes me has ayudado con lo del colocón, así que lo mínimo que puedo hacer es darte un techo donde dormir —dijo la bruja restándole importancia—. ¿Estás seguro que tu padre no te estará buscando? Sería raro si te localizara en el mismo apartamento que yo.

—Mi padre estará encantado de no verme el pelo —le aseguró él mientras encendía su teléfono para pedir un Uber. El timbre de notificaciones se puso a tintinear sin parar tan pronto entraron las notificaciones de todas las llamadas perdidas y mensajes tanto de su padre como de Bocón. Astrid alzó una ceja e Hipo puso los ojos en blanco—. Pido un Uber, ¿no?

—Por favor.

El Uber le salió caro, pero a Hipo no se le ocurrió quejarse. Astrid se había acurrucado en su asiento y se había puesto a teclear furiosamente en su teléfono. Consciente de que la bruja no iba a dirigirle la palabra en todo el viaje, Hipo decidió revisar sus propios mensajes. Se saltó los mensajes de su padre y fue directamente a leer por encima los de Bocón, quien le pedía que moderara el tono con su padre, no porque no tuviera razón, sino porque resultaba agotador escucharles discutir y tener que soportar las quejas de su padre cuando decidía marcharse sin zanjar la conversación. Le suplicaba que volviera a casa y hablaran como dos personas adultas para arreglar de una vez por todas sus diferencias.

Hipo bloqueó su teléfono, convencido de que si respondía el mensaje ahora, Bocón o su padre volverían a llamarle en ese instante.

—Sé que no vas a contármelo, ¿pero por qué os lleváis tan mal?

Astrid le observaba con los ojos entrecerrados por el cansancio, con la cabeza sostenida en el brazo que había apoyado contra la ventana y reparó que se había soltado la trenza y que ahora caía como una cascada de oro por sus hombros y espalda.

—Es una larga historia.

—Osea, la típica historia en la que el origen del problema es la falta de terapia.

Hipo contuvo una carcajada de amargura.

—Mi padre no es de esos que van a terapia, dice que la salud mental es una trola inventada por los gizatis para no tener que trabajar.

—Uf, un boomer de manual, entonces —observó ella.

—¿No lo sabías? Mi padre es el presidente de la asociación de los boomers, para qué negarlo.

Ella se rió suavemente.

—¿Por qué te llevas mal con el tuyo?

La sonrisa de Astrid se borró al instante y la luz en su mirada se nubló. Se apartó de la ventana y se pasó los dedos por su cabello suelto. Era raro verla nerviosa, pero soltó un largo suspiro antes de decir:

—Es una larga historia.

—¿Es tu padre el vicepresidente de la asociación de boomers? —preguntó Hipo con esperanza de aligerar la conversación.

Ella volvió a sonreír, pero no fue una sonrisa que llegara a sus ojos.

—A veces pienso que todo sería infinitamente más fácil si mi padre fuera detestable, pero desgraciadamente no es así —explicó la bruja—. Él es probablemente el hombre más tierno y cariñoso que he conocido nunca, así que resulta muy difícil odiarlo.

—Er… —Hipo se contuvo en decir su nombre, consciente de que no era prudente pronunciarlo en voz alta—. Él es un gran hombre.

—¿Cómo adivinaste que era su hija? Ahora en serio, eso me lo puedes decir.

Hipo le explicó cómo había sacado sus conclusiones tras su encuentro con él esa tarde y Astrid bufó.

—¡Qué tonto es! —exclamó exasperada—. Se ha vuelto un descuidado.

—Solo yo me he dado cuenta y creo que le hacía ilusión saber de ti. Por cómo me lo dijo, parece que está muy orgulloso de ti.

Ella sacudió la cabeza como respuesta aunque apreció un leve rubor en sus mejillas. El Uber paró delante de un edificio de aspecto antiguo y ambos bajaron de nuevo al frío de la noche de Edimburgo. Astrid metió la clave para acceder al portal y tuvieron que subir por las escaleras hasta la última planta al carecer el edificio de ascensor. La bruja se detuvo ante la puerta, dubitativa, y apreció un ligero temblor en sus dedos antes de meter la clave que abría la puerta del Airbnb.

El Airbnb era un apartamento pequeño y milimétricamente distribuído, pero tan impersonal como cabría esperar de un lugar que estaba pensado para estar de paso. Astrid se descalzó e Hipo la imitó algo incómodo, ignorante de qué debía hacer a continuación en un lugar como aquel con ella. Astrid procedió a quitarse el abrigo para dejarlo sobre el sofá y se volvió a su dirección ahora visiblemente ansiosa.

—¿Quieres que me marche? —preguntó preocupado.

—No —respondió ella con rapidez—. Es solo que…

Hipo no necesitó que dijera nada más.

—Cojo a Desdentao y nos encerramos en la habitación que nos indiques para que habléis tranquilas.

Ella lució mucho más aliviada después de su propuesta y abrió la puerta de uno de los dormitorios. Desdentao salió disparado del cuarto y, para sorpresa de Hipo, corrió hasta sus brazos. Por su cara, no estaba contento, seguramente porque estaba hambriento. Consciente de que la casa no estaría equipada con nada de comer, Hipo decidió buscar algún supermercado que le quedara cerca para comprar suministros. Fue a preguntarle a Astrid si necesitaba algo, cuando escuchó la puerta del dormitorio cerrarse de un portazo.

Consciente de que o iba hacer compra o iba a tener que soportar a Desdentao el resto de la noche, Hipo garabateó una nota que sabía que Astrid no leería, pero que igualmente vio prudente escribir. Dado el fuerte carácter de la bruja, Hipo esperó escucharlas discutir, pero le preocupó no oír absolutamente nada. Si no fuera porque la casa tenía un intenso olor a lavanda, ni siquiera pensaría que había alguien más, aunque el olor a metal chamuscado —señal de que cierta bruja de las tormentas y probablemente su familiar estarían muy cabreadas— le dio a entender que la conversación estaba siendo tan tensa como contenida.

Cuando Hipo salió de nuevo a la calle con Desdentao resguardado dentro de su chaqueta, un aire caliente le dio de lleno en la cara. A diferencia del frío que había hecho hacía pocos minutos, aquel viento se le hizo todavía más desagradable. Desdentao bufó, molesto por el repentino cambio de temperatura, e Hipo miró al cielo nocturno que acumulaba ahora nubes más densas y feas que antes.

Se avecinaba tormenta.

E Hipo, mientras caminaba contra el viento con los ojos entrecerrados, no pudo evitar sentirse culpable por no regresar corriendo a aquel minúsculo piso para ofrecer consuelo a la causa de esa tormenta. Y, aún así, decidió que era mejor idea dejarse calar hasta los huesos por la lluvia que ella había causado, como si fuera una triste metáfora de un abrazo que jamás se atrevería a pedir, aunque fuera lo que más deseaba en el mundo.

Un abrazo y un beso con sabor a lavanda.

Xx.