Introducción
La grieta dimensional era su campo de batalla. Issei se había enfrentado a lo imposible durante años, luchando contra criaturas de pesadilla, guerreros de mundos lejanos y fuerzas cósmicas que ni él ni su mente entrenada podrían haber comprendido. Su vida, por así decirlo, había sido una constante travesía entre dimensiones, donde el caos y el orden se desdibujaban, y donde la misma esencia de la realidad era un campo de guerra.
Las grietas que él atravesaba no solo eran portales, sino heridas en el tejido mismo de lo que entendemos como espacio-tiempo. En esos lugares, el tiempo no era lineal, los sonidos podían convertirse en imágenes, y las leyes físicas eran meras sugerencias. La habilidad de Issei para navegar por estos territorios rotos, para encontrar sentido en lo incomprensible, era lo que lo había mantenido con vida tanto tiempo. Pero en esa última batalla, algo cambió. Algo salió mal.
La batalla había sido feroz, su espada chocando contra la resistencia de un ser cuya naturaleza desafiaba la lógica humana. Aquel enemigo, con ojos que no reflejaban luz y voz que resonaba en las profundidades del espacio, parecía ser el último obstáculo antes de un cierre definitivo de la grieta que había invadido su mundo. Todo estaba a punto de terminar... o al menos eso pensó Issei.
Issei estaba al borde de su resistencia, su cuerpo cubierto de sudor y sangre, su respiración entrecortada. La grieta dimensional a su alrededor palpitaba con una vibración indescriptible, como si los mismos muros del espacio y el tiempo se estuvieran desgarrando. Frente a él, en la penumbra de aquel campo de batalla interdimensional, estaba su enemigo: El Insondable.
Era una criatura cuya forma desafiaba toda lógica. No tenía rostro, no tenía cuerpo definido; su presencia misma era un vacío pulsante, como un agujero negro al que solo se podía acercar con la certeza de que nada podría salir de él. Sus ojos... esos ojos, si es que se podían llamar así, no reflejaban luz, no captaban nada que perteneciera al universo conocido. Eran dos orbes de pura oscuridad, de un negro tan profundo que parecía devorar la luz misma, como si la eternidad estuviera viva en ellos, esperando. Y cuando sus "ojos" se fijaron en Issei, algo dentro de él se rompió, como si el mismo concepto de existir hubiera sido puesto en cuestión.
La voz del Insondable no era voz, sino algo peor: una resonancia cósmica que perforaba su mente, algo que no era un sonido, sino una distorsión en la realidad misma. La vibración atravesó cada hueso de su ser, retumbó en sus órganos, en sus pensamientos. Cada palabra que emanaba de esa criatura no era un lenguaje, sino la misma muerte de cualquier cosa que alguna vez hubiera tenido forma.
"Te has atrevido a desafiar lo que no debe ser tocado, mortal"
No había espacio para la duda. Issei lo sintió en cada fibra de su cuerpo: esa no era solo una pelea por la supervivencia, era la lucha contra lo inefable, contra algo que había existido antes del tiempo, antes del caos, antes de todo.
Pero Issei no retrocedió. No podía. Su espada, aquella hoja forjada en los fuegos de un mundo olvidado, brillaba con una luz tenue, la única fuente de claridad en un universo que parecía desmoronarse. Con un rugido, se lanzó hacia el Insondable, su cuerpo envuelto en un vendaval de energía pura. El aire a su alrededor se distorsionó, y el suelo bajo sus pies tembló como si la propia dimensión se quebrara con cada paso.
La criatura reaccionó, y lo hizo de una forma que Issei jamás podría haber anticipado. Con un movimiento de sus "manos", si es que se podían llamar así, el Insondable abrió una grieta en el espacio mismo, un vórtice que absorbió toda la luz a su alrededor, sumiendo el campo de batalla en una oscuridad absoluta. Issei sintió cómo sus propios pensamientos se volvían pesados, atrapados en ese vacío como si estuvieran siendo arrastrados hacia un abismo mental.
"No puedes ganar... porque no entiendes lo que estás enfrentando"
Issei sintió como su voluntad se desvanecía, pero en el último resquicio de lucidez, la rabia se encendió en su pecho. No iba a rendirse. En un movimiento desesperado, giró su espada hacia el vórtice de oscuridad, lanzando una onda de energía pura que destelló en la negrura, iluminando brevemente el vacío. El resplandor iluminó la figura del Insondable solo por un momento, como si el tiempo mismo se hubiera congelado. Y en ese instante de luz, Issei vio algo que lo heló: la criatura no tenía un rostro, ni un cuerpo, pero su presencia estaba más allá de lo que la mente humana podía comprender.
El Insondable no esquivó el ataque. En su lugar, la grieta de oscuridad que lo rodeaba se expandió, y la onda de energía de Issei fue absorbida con una facilidad aterradora. Cada golpe que lanzaba Issei era devorado por el vacío. Cada esfuerzo era inútil. La criatura solo existía como una negación de todo lo que Issei conocía, como una fuerza primordial que no podía ser destruida.
"Eres solo una chispa en el abismo, Issei. Y la chispa se apaga"
En ese momento, la presión sobre su mente se intensificó, la voz resonando en su cabeza como un eco interminable. La visión de Issei se nubló, su cuerpo temblaba de agotamiento y desesperación. Los recuerdos de todas sus batallas, de todos los portales que había cruzado, de todo lo que había luchado, comenzaron a desvanecerse, como si el mismo concepto de lucha le fuera arrebatado.
Pero entonces, algo despertó en lo más profundo de él. Algo más antiguo que cualquier entrenamiento o habilidad adquirida. Era la voluntad. Una voluntad tan feroz que ni el Insondable, ni el vacío del cosmos, ni el mismo concepto de "nada" podría extinguirla.
Issei apretó los dientes y, con una explosión de fuerza, se lanzó una vez más hacia la oscuridad, desafiando la gravedad misma, desafiando al Insondable. Su espada brilló con un resplandor cegador, cada átomo de su ser vibrando con pura energía de combate. El choque fue cataclísmico. El Insondable, en su infinita oscuridad, intentó desviar el golpe, pero no contaba con que Issei ya no luchaba por su vida, sino por algo mucho más grande.
En el instante que la espada de Issei tocó la oscuridad, hubo un grito, pero no era humano. Era el grito de la realidad misma siendo desgarrada, el sonido de las estrellas muriendo y de los portales cerrándose. Todo tembló.
Pero el portal ya estaba abierto, y el final no podía detenerse.
En ese momento de desesperación y sacrificio, el error llegó.
Issei había derrotado a la criatura, pero a un precio incalculable. El portal, inestable debido a la intensidad de la batalla, lo absorbió con una violencia brutal.
Y así, el guerrero desapareció en la oscuridad del vórtice, hacia lo desconocido.
Issei se encontró entonces suspendido en una caída interminable. No había suelo, ni cielo, solo un caos de luces y sombras que se retorcían a su alrededor. Sin saber cómo, sintió que su cuerpo caía a través de la atmósfera de un planeta extraño. No lo sabía aún, pero su destino estaba sellado, ya no estaba en la grieta, ya no estaba en su mundo.
Era como un meteorito cruzando las capas superiores de una atmósfera alienígena, ardiendo por la fricción mientras descendía hacia el suelo de un planeta desconocido. Las altas temperaturas de la atmósfera comenzaban a envolverlo en llamas, pero no sentía dolor. En su lugar, su mente estaba atrapada en un vértigo que desbordaba todos sus sentidos, una lucha por mantener el control mientras las fuerzas del mundo desconocido lo atraían con una gravedad inusitada.
A través del fragor de la caída, vislumbró un planeta enorme bajo él, su superficie cubierta por mares turbulentos y montañas que parecían desbordarse como volcanes dormidos. Extrañas auroras de colores imposibles se entrelazaban en el cielo como si fueran señales de un universo lejano. A lo lejos, algo se movía en las sombras de ese mundo, pero la velocidad de su descenso le impedía captar detalles con claridad. Solo sabía que allí, en ese planeta inhóspito, su existencia como guerrero lo había llegado a un punto de no retorno.
Issei se encontraba atrapado en un lugar donde las reglas de la física y la lógica ya no aplicaban. Un ser que había cruzado portales y desafiado dimensiones ahora era un meteorito en caída libre, sin saber si iba a sobrevivir a lo que le esperaba abajo, o si simplemente sería reducido a cenizas antes de tocar la tierra.
La caída continuó, interminable, hacia el caosde ese mundo distante, donde el tiempo y el espacio ya no eran aliados. Y en elfondo de su ser, Issei sabía que este no era solo otro portal, ni otra batallaentre mundos. Este sería el inicio de algo mucho mayor... y mucho máspeligroso.
El cielo se partió en dos.
En la vasta extensión del continente Veyra, donde la guerra nunca cesaba, los ecos de la contienda resonaban a través de los valles, las montañas y las ciudades que luchaban por sobrevivir. El rugido de los mechas—gigantescas máquinas de guerra que recorrían el terreno con pasos de titanes—se combinaba con las explosiones de artillería y el retumbar de las batallas aéreas. Las tropas de Feron, un imperio en guerra con el resto del mundo, avanzaban implacables, pero nadie estaba preparado para lo que iba a ocurrir en el cielo.
A lo lejos, desde las torres de observación en la Ciudad de Zorath, los vigías vieron primero un destello, tan brillante y tan intenso que hicieron caer las gafas de visión térmica de sus rostros. En la lejanía, en el horizonte occidental, una figura ardiendo se deslizó por la atmósfera, moviéndose con la fuerza de un cometa, cortando las capas de aire con la furia de un proyectil desbocado.
"¡Alerta, alerta! ¡Algo cae del cielo!" La voz de uno de los oficiales retumbó por los altavoces, resonando a través de los compartimientos de las enormes máquinas de guerra, los mechas. En cuestión de segundos, las tropas de Feron activaron sus sistemas de comunicación y comenzaron a prepararse para lo que podrían considerar un ataque aéreo, pero la magnitud del fenómeno les dejó en un estado de incredulidad.
En el continente sur, la Ciudad Ferak observaba con alarma, su radar detectando la extraña caída. Un mecha de la 3ra División, el Magnus X-12, cuyo piloto, Teniente Xara, estaba en plena patrulla, levantó la vista justo cuando la figura incandescente cruzó el cielo.
"¿Qué demonios es eso?" murmura Xara, observando cómo la figura se desliza de un lado a otro en la atmósfera, como un meteorito, ardiendo por la fricción. De repente, el gigantesco mecha que pilota también se ve sacudido por una onda de choque de calor: un temblor que se siente incluso en la columna de metal del Magnus.
Lo que parecía una chispa se convirtió en una gigantesca columna de fuego que atravesaba los cielos con un resplandor cegador. La visión era aterradora, algo fuera de todo protocolo de defensa, algo que los informes no habían anticipado. La caída continuó, imparable, por los continentes, cruzando Mehari, Drosan y finalmente entrando al vasto desierto que marcaba el límite de la zona más inhóspita y olvidada de todo Veyra.
El impacto de la figura en el desierto fue tan monumental que incluso desde la distancia, las cámaras de vigilancia de las ciudades más cercanas registraron la explosión de polvo y escombros. Los sensores de la Central Militar de Ferak marcaron un sismo de 8.3 en la escala Richter, la mayor sacudida registrada en la región en siglos.
"¡Increíble! El epicentro está a más de mil kilómetros de aquí... y eso fue una explosión que rivaliza con un ataque orbital..." murmuró Xara, ya en camino con su escuadrón, con la curiosidad reemplazando al temor. No sabían qué era aquello que había caído, pero el hecho de que las máquinas de guerra de Feron pudieran percibir esa energía les decía una cosa: ese ser, o lo que fuera, no era de este mundo.
El cielo, aún cargado con el calor de la caída, ahora se tornaba oscuro, cubierto por el manto de polvo y vapor levantado por el impacto. En las ciudades del norte, Zorath y Meklar, los monitores de sus enormes mechas detectaron el fenómeno, y las órdenes se emitieron rápidamente. Los gigantes metálicos, diseñados para resistir y aniquilar, comenzaron a movilizarse, marchando hacia el lugar donde la criatura había caído. El informe era claro: infiltración desconocida.
A miles de kilómetros al sur, en la lejana ciudad de Drosan, los mechas de la alianza Hesperion se alineaban para la defensa. El radar de los mechas más avanzados mostraba una distorsión extraña. En la base Hesperion, el comandante Alden observaba desde el centro de comando, un puente de mando donde las luces titilaban con una intensidad siniestra.
"Una anomalía en la atmósfera, algo ha caído del cielo. Es algo grande. Esto no es un meteoro."
Los ingenieros y pilotos sabían que la caída no era un accidente: la velocidad con la que se movía la figura, el calor que dejó en su rastro... esa energía no era propia de ningún proyecto conocido, ni de Feron ni de Hesperion. Algo había llegado de otro lugar.
Finalmente, en el corazón del vasto desierto que separaba todos los frentes de guerra, la figura de Issei aterrizó con un estruendo. El impacto dejó una huella gigantesca en la tierra, como una cicatriz que rompía la paz de la naturaleza. La onda expansiva arrojó una nube de arena y escombros hacia el horizonte, oscureciendo aún más el cielo y marcando el terreno como un punto de convergencia para los cientos de mechas que avanzaban desde todas partes del continente.
Pero lo que nadie esperaba era que la figura caída no se moviera.
A los pocos minutos de la caída, los radares comenzaron a detectar anomalías: el ser que había descendido del cielo no se había levantado. No estaba respondiendo. Los pilotos comenzaron a teorizar que la caída había sido tan violenta que, tal vez, la criatura ya no estaba consciente. Pero no se arriesgaron.
La Tercera División de Feron, que ya estaba a 200 kilómetros del epicentro del impacto, avanzó rápidamente, siendo la primera en llegar al área. Los mechas comenzaron a desplegarse a su alrededor, con las gigantescas figuras de acero mirando al horizonte, desconociendo si se trataba de un enemigo caído o de un nuevo tipo de amenaza.
Dentro de uno de los mechas, Xara observaba el lugar del impacto, la arena levantándose como un manto oscuro sobre la figura inmóvil.
"No sé quién o qué eres... pero no has pasado desapercibido." Sus ojos se entrecerraron con determinación. Sabía que este ser, que había caído desde lo alto, podía cambiar el curso de la guerra. Y el futuro de Veyra estaría marcado por la huella de su llegada.
Con un suspiro, Xara dio la orden:
"Avancen. El destino de todos está en juego."
La Tercera División de Feron avanzaba como una tormenta de hierro a través del desierto, sus mechas moviéndose con precisión militar. Xara, dentro de su gigantesca unidad Magnus X-12, observaba el horizonte mientras las dunas de arena se deslizaban bajo los poderosos pies de su máquina. El suelo vibraba con cada paso, y el aire se sentía denso, cargado con una tensión palpable. Algo extraño había caído del cielo, y los radares no dejaban de parpadear, emitiendo señales de alerta.
A medida que se acercaban al epicentro de la caída, las nubes de polvo y escombros aumentaban, envolviendo todo a su alrededor en un manto de oscuridad y caos. El sol apenas lograba atravesar la espesa capa de arena suspendida en el aire. En las pantallas de su mecha, Xara observó que la figura caída se encontraba en el centro de un cráter gigante. Un impacto tan profundo que hacía que la tierra misma pareciera retorcerse. Los sensores mostraban un campo de energía irregular, como si la misma atmósfera hubiera sido alterada por la caída.
Xara apretó los controles, dándole más potencia a las piernas de su mecha. El Magnus X-12 avanzaba sin obstáculos, su imponente figura de acero recorriendo el desierto a la velocidad de un tren de guerra. Alrededor, sus subordinados —los pilotos de los demás mechas de la Tercera División— también avanzaban, manteniendo formación.
"Comandante Xara, hemos llegado al perímetro de impacto," dijo el Teniente Zeck por la radio. Su mecha, el Striker B-22, se adelantaba, cubriéndole la retaguardia. El tono de su voz era serio, preocupado, como si estuviera sintiendo lo mismo que ella: el peso de lo desconocido.
Xara no respondió de inmediato. Su mirada estaba fija en las pantallas de monitoreo, analizando el panorama. La figura en el centro del cráter era inmóvil, no emitía señales, y no parecía haber nada en sus alrededores que indicara una amenaza inmediata. Pero el hecho de que no hubiera ningún tipo de movimiento o respuesta era aún más inquietante. Cualquier criatura caída desde las alturas de la atmósfera debía estar completamente incapacitada, ¿o no?
"Mantengan formación. No nos confiemos. Este no es un simple accidente, ni un ataque común," ordenó Xara, su voz resonando a través de los altavoces de cada mecha. "Ajusten las armas, estén listos para lo inesperado. Vamos a investigar, pero con cautela."
El Magnus X-12 dio un paso más hacia el cráter. La figura caía en una hondonada de arena que aún desprendía vapor debido al calor extremo de su entrada a la atmósfera. Un terreno inestable, peligroso, pero no era eso lo que realmente inquietaba a Xara. Era la sensación de que algo mucho más grande estaba a punto de ocurrir.
El cráter tenía más de cien metros de diámetro, y dentro, en el centro, yacía la figura caída, medio oculta entre el polvo y las ruinas de su impacto. Xara pudo ver que no era una máquina, ni una bestia conocida de Feron. Parecía... humano, pero no lo era. Su cuerpo estaba cubierto por una extraña armadura metálica que parecía fusionarse con su piel, como si la propia carne y el metal se hubieran integrado. Un guerrero, sí, pero de un tipo que nunca antes habían encontrado.
"Comandante, ¿seguro que es seguro acercarnos?" preguntó Zeck, su tono ahora tenso. El Striker B-22 estaba cerca, pero no lo suficientemente cerca como para ver detalles claros.
"Lo sabremos en cuanto lleguemos," respondió Xara con calma, aunque en su interior una alarma estaba sonando con fuerza. La presencia de ese ser, ese guerrero caído, era... inquietante. Su caída había sido una catástrofe para el desierto, y su forma, aunque inmóvil, irradiaba una energía que desbordaba cualquier lógica. ¿Qué podría haber causado esa caída tan descomunal?
Al llegar al borde del cráter, Xara detuvo su mecha. Ordenó que los demás lo hicieran también. Nadie se movió, todos observando en silencio, esperando una respuesta de la figura caída. No se atrevieron a dar un paso más cerca, como si el aire mismo estuviera cargado de una tensión invisible. Los sistemas de escaneo no detectaban ninguna clase de vida, pero la figura... no era humana, no totalmente. Algo estaba mal, demasiado mal.
"¿Algún cambio en los radares?" preguntó Xara, intentando reorientar su mente hacia los aspectos más tácticos. No podían ser imprudentes, no sin saber qué estaban enfrentando.
"Nada, comandante. Todo sigue en orden. Pero hay una interferencia... algo extraño con las señales..." respondió el Teniente Zeck.
En ese momento, algo ocurrió. Una chispa. Un destello de luz. Un sonido profundo, como un susurro cósmico, retumbó a través del aire. Los mechas de la Tercera División se sacudieron. Xara sintió cómo su Magnus X-12 vibraba como si una ola de energía atravesara el terreno. Algo se había activado.
"¡Prepárense! ¡Mantengan la calma y sigan las órdenes!" Xara gritó por la radio, pero la sensación de incomodidad se disparó en su pecho. La figura cayó del cielo, sin previo aviso, y ahora algo dentro de ella parecía estar despertando. No podía permitir que esto se descontrolara. No podía.
De repente, la figura caída comenzó a moverse.
Un movimiento sutil, casi imperceptible, pero claro. Las extremidades de la figura se alzaron ligeramente, y los ojos, que parecían no tener luz al principio, comenzaron a brillar con un resplandor antinatural. La arena bajo la figura comenzó a desmoronarse, y Xara vio que el guerrero de metal se levantaba lentamente, como si estuviera reaccionando a algo que solo él entendía.
Un eco de energía vibró en el aire.
"¡Fuerzas de contención! ¡En marcha!" Xara ordenó con voz firme, activando las armas de su mecha. El Magnus X-12 se preparaba para lo que estaba por venir. Aquella figura, ese ser caído del cielo, ya no parecía estar indefenso.
Y antes de que pudiera dar una orden más, una onda de choque se desató desde la figura, arrojando a todos los mechas hacia atrás, como si el viento de una tormenta sin igual los empujara con fuerza brutal. La batalla, esa que parecía lejana, había comenzado.
La Tercera División de Feron había llegado para enfrentarse a lo desconocido.
El estruendo del impacto fue ensordecedor, pero para Issei, la sensación del suelo aproximándose era una conciencia lejana. La caída había sido larga, casi interminable. A pesar de estar sumido en la oscuridad de su mente, podía sentir la presencia de su armadura, el Scale Mail Armor ajustándose a su cuerpo de manera automática, como un instinto que le había sido grabado a fuego.
La razón por la cual llevaba la armadura en ese momento era simple, aunque con un trasfondo complicado. Ddraig, el Welsh Dragon dentro de su Boosted Gear, estaba profundamente herido. Después de la batalla contra el ejército del Insondable, el dragón había quedado casi completamente exhausto. La última pelea que habían librado había drenado su energía, y, cuando la grieta dimensional los había absorbido, Ddraig había quedado inconsciente, sin poder ayudar más allá de lo básico.
Issei, por su parte, también estaba debilitado. Sus heridas, tanto físicas como espirituales, aún sangraban, y su consciencia vacilaba entre la realidad y la locura. Los recuerdos de la pelea contra esa criatura, que desafiaba toda lógica humana, seguían presentes en su mente, pero se difuminaban mientras él caía por la atmósfera de un planeta desconocido. No sabía si saldría de esa situación con vida. Ddraig, que se encontraba encerrado en su Boosted Gear, había intentado despertar, pero estaba tan debilitado que solo pudo ofrecerle una ayuda mínima.
Fue en ese instante de desesperación y confusión cuando, con los últimos vestigios de su voluntad, activó la Scale Mail Armor.
La armadura, formada por escamas brillantes y resistentes que cubrían cada centímetro de su cuerpo, se desplegó como una segunda piel, protegiéndolo no solo de las heridas físicas, sino también del dolor. La energía contenida en la armadura, aunque débil por la falta de poder de Ddraig, era suficiente para dar a Issei un respiro. La armadura, un recordatorio de su vínculo con el dragón rojo, lo conectó con algo más allá de sus propios límites.
El viento del impacto era abrasador mientras él caía, pero pudo sentir algo más: la presencia de otros seres cerca, seres que no pertenecían a su mundo. Máquinas, grandes y pesadas, se acercaban rápidamente hacia él, sus pasos resonando en el suelo con una fuerza descomunal.
Issei, aún con los ojos nublados, levantó su cabeza. En el horizonte, las siluetas de las gigantescas máquinas de guerra de la Tercera División de Feron se dibujaban, acercándose, pero él ya no tenía fuerzas para huir. La única defensa que le quedaba era su armadura y, aunque no estaba en su mejor estado, aún podría hacer algo. Tal vez, solo tal vez, podría intimidar lo suficiente para evitar ser destruido antes de que cayera completamente inconsciente.
"¡Atrás!" gruñó, su voz arrastrada por el viento, casi inaudible, pero la desesperación le dio fuerza. A través de la Scale Mail Armor, un resplandor rojo vibró débilmente, como si la armadura quisiera hacer valer su presencia, a pesar de la debilidad de su portador.
Las enormes máquinas se detuvieron momentáneamente, las pantallas de sus pilotos comenzaron a parpadear, y las figuras dentro de los mechas se sobresaltaron ante el resplandor inesperado. Había algo en esa figura, algo que no encajaba en el paisaje de guerra en el que se encontraban.
Con un esfuerzo, Issei logró levantarse parcialmente, aunque su cuerpo temblaba, y la presión de la caída lo mantenía al borde de la inconsciencia. El guerrero de metal que llevaba parecía estar resonando con algo en su interior, con una energía casi palpable que parecía hacer eco en el aire mismo. Aunque su vista era borrosa, la presencia de las máquinas se sentía como una amenaza inminente.
Y entonces, la Scale Mail Armor lanzó un último destello, un resplandor de furia contenida, como si intentara defender lo indefendible. Issei no podía más.
La energía de la armadura se agotó rápidamente, la falta de poder de Ddraig y el cansancio extremo de Issei fueron demasiado para mantenerla activa. Los últimos restos de energía que quedaban en el Boosted Gear fueron absorbidos en un estallido de luz débil, y la armadura comenzó a desintegrarse lentamente, las escamas cayendo en pedazos, como si fueran hojas arrastradas por el viento.
Issei, agotado y con los ojos a punto de cerrarse por completo, cayó de rodillas, la última de sus fuerzas escurriéndose entre sus dedos. La figura de la armadura se desvaneció por completo, dejando ver su cuerpo golpeado, marcado por las cicatrices de la guerra, y cubierto de sangre. No tenía fuerza para levantarse más.
La figura que había caído del cielo ya no podía intimidar. La Tercera División de Feron lo observaba, algunos desconcertados, otros incrédulos ante la imagen de un hombre casi muerto, pero con algo en su mirada, algo en su ser, que parecía decirles que no era alguien fácil de destruir.
Xara, desde dentro de su Magnus X-12, observaba con cautela. Podía sentir la tensión en el aire. Este no era un simple ser caído del cielo. Había algo en su presencia que desbordaba cualquier protocolo militar. Ella dio una señal a su equipo.
"Mantened distancia. Este... ser no es lo que parece. Evaluaremos la situación, no actuéis con imprudencia."
Los mechas rodearon el área, vigilantes. Las armas permanecieron listas, pero nadie disparó aún. La presencia de Issei, aunque débil y herido, había dejado claro que, a pesar de todo, no estaba completamente indefenso.
El guerrero caído había mostrado un resplandor de poder, de fuerza, aunque ahora estuviera tan cerca del abismo. Xara, con su mirada fija en él, sabía que la situación había cambiado. Esta no era solo una amenaza desconocida, era algo mucho más complejo.
"Este ser... ¿quién es?" se preguntó en voz baja, mientras las máquinas de guerra rodeaban al extraño humano caído del cielo.
La tensión flotaba en el aire, palpable y densa, mientras los mechas de la Tercera División de Feron permanecían inmóviles alrededor de la figura caída de Issei. Xara observaba en silencio desde el interior de su Magnus X-12, su mente trabajando rápidamente. La demostración de poder de la armadura, aunque breve, había sido suficiente para dejar claro que este ser, humano o no, no era un enemigo común. La energía que emanaba de él, incluso en su estado debilitado, había provocado un estremecimiento en el aire. Xara, con su entrenamiento y experiencia en el campo de batalla, entendía que el mejor movimiento era evaluar la situación con calma.
"Comandante Xara, ¿ordenamos el abordaje?" preguntó Zeck, el piloto del Striker B-22, su voz a través del intercomunicador filtrando una mezcla de cautela y ansiedad. Estaban demasiado cerca ahora, y la tensión se palpaba en el aire.
Xara permaneció en silencio por un momento, observando cómo las pequeñas ráfagas de viento levantaban la arena alrededor de la figura inmóvil de Issei. Su mecha permanecía en posición, pero sus ojos no podían apartarse del ser caído. La armadura había desaparecido casi por completo, dejando al descubierto un cuerpo humano, aunque herido y marcado por cicatrices. La sangre aún manchaba su ropa, y su respiración era débil, casi inexistente.
"Acércate, Zeck," ordenó Xara finalmente. "Pero no hagas ningún movimiento brusco. No sabemos qué tan... estable está."
El Striker B-22 avanzó lentamente hacia la figura de Issei, sus pesadas patas metálicas levantando la arena mientras se detenían justo a su lado. Los demás mechas de la Tercera División seguían en formación, cada uno observando al extraño humano con desconfianza.
Con un rápido gesto, Xara desactivó los sistemas de armas de su mecha y descendió del interior de la cabina. Era una decisión arriesgada, pero confiaba en que la situación aún no era completamente peligrosa. Sin embargo, la naturaleza de este ser caído no dejaba de hacerla sentir una inquietud en el fondo de su estómago.
Al igual que Xara, los demás miembros de la división comenzaron a bajar de sus mechas, cada uno con sus propios equipos médicos y de evaluación en mano. Uno de ellos, el Teniente Raik, se adelantó, agachándose junto a Issei con una mirada fija en su cuerpo. De cerca, ahora podían ver con claridad las heridas: laceraciones profundas, quemaduras y moretones, signos evidentes de un impacto brutal y de la lucha que había precedido su caída.
"No está muerto," dijo Raik, mientras ajustaba sus gafas y verificaba las señales vitales de Issei con un dispositivo médico portátil. "Está en shock, pero parece... humano." Su tono era cauteloso, casi asombrado. El hecho de que ese ser tuviera un pulso humano, a pesar de la increíble caída, les dio una nueva perspectiva sobre la situación. El guerrero que había caído del cielo no parecía una máquina, ni una criatura sobrenatural... pero la energía que había desprendido, aunque fugaz, no era común.
Xara se agachó junto a Raik, observando con detenimiento a Issei. "Humano o no, está en un estado crítico. Y eso... eso que vimos antes, la armadura, el brillo, no es normal. Debemos llevarlo de inmediato a la base. Tal vez podamos aprender algo de él."
Raik asintió. "Comandante, ¿lo llevamos tal cual está? No sabemos si es un enemigo o una... ¿amenaza?"
Xara observó la herida de Issei una vez más, su mirada dura pero pensativa. Finalmente, dio una orden con firmeza, como una líder acostumbrada a tomar decisiones difíciles en momentos de incertidumbre.
"Lo llevaremos a Ferak," dijo, apuntando hacia la zona militar que se encontraba a unos kilómetros. "Y quiero que nadie se mueva hasta que lleguemos a la base. Este tipo de situación necesita ser manejada con cuidado. Preparaos para un traslado de emergencia."
Raik, con un gesto rápido, activó un dispositivo para inmovilizar a Issei con un mecanismo de sujeción. El humano estaba demasiado débil para resistir, y el equipo médico lo colocó en una cápsula de contención especial diseñada para situaciones de alto riesgo. Un par de soldados de la división levantaron la cápsula con un equipo de grúas integrado en los mechas, asegurándose de que Issei estuviera bien asegurado para el transporte.
Mientras los soldados comenzaban a preparar el camino hacia Ferak, Xara permaneció en silencio, su mirada fija en el ser caído.
"¿Qué eres, realmente?" murmuró, sus pensamientos se volvían un torbellino. No creía en las coincidencias. La caída de este hombre, con su extraño poder, no podía ser simple suerte o un accidente cósmico. Algo más estaba en juego, y ella sentía que se encontraba en el epicentro de algo mucho mayor.
Los mechas comenzaron a ponerse en marcha nuevamente, esta vez en dirección a Ferak. La base militar era el lugar más cercano y seguro para evaluar la situación. Xara decidió que, aunque la guerra seguía adelante y sus responsabilidades como comandante eran vastas, lo que acababa de presenciar cambiaba el rumbo de todo lo que conocía. Este hombre, herido y casi moribundo, había caído del cielo... y el resplandor de su poder era algo que Feron no podía ignorar.
El viaje hacia la base se hizo en silencio, cada uno de los miembros de la Tercera División inmerso en sus propios pensamientos. Mientras tanto, Xara pensaba en lo que vendría a continuación. ¿Qué secretos escondía este hombre? Y, lo más importante, ¿cómo podría la Tercera División de Feron aprovechar, o más bien, controlar lo que parecía ser una amenaza desconocida, o una clave para algo mucho más grande?
"Este será undía que definirá el curso de la guerra..." pensó Xara, su vozinterior tan firme como la estructura de su mecha.
El viaje hacia la base Ferak fue largo, pero la Tercera División de Feron avanzó con la precisión de una máquina bien aceitada, sus mechas surcando el terreno arenoso del desierto. Las dunas interminables parecían un océano de polvo, pero más allá, el horizonte se alzaba como una promesa de civilización. La vasta extensión de este planeta, conocido como Gairos, albergaba un sinfín de regiones, cada una marcada por su propio conflicto, pero todas bajo la sombra de una guerra interminable.
Gairos era un mundo fragmentado, dividido en varios continentes, cada uno con su propia historia, recursos, y —sobre todo— sus propios enemigos. La humanidad, dispersa en territorios que se disputaban sin cesar, había forjado en su lucha una tecnología bélica sin igual: los mechas, gigantescas máquinas de guerra que dominaban el campo de batalla.
El continente de Feron, hogar de la Tercera División, era uno de los más industriales y militarizados. Este continente estaba dividido en varias naciones, pero las dos principales potencias eran Feron, la capital de la maquinaria de guerra, y Valhara, un imperio expansionista que había empezado a invadir territorios cercanos. La guerra entre ambos bandos había estado en curso durante más de dos décadas, un conflicto interminable alimentado por los recursos que ambos querían controlar, particularmente las minas de Valtrex, un metal raro que se utilizaba en la construcción de los mechas y que era esencial para el avance de la tecnología de guerra.
Las ciudades de Feron eran un espectáculo de metal, acero y humo. Torres de concreto y metal se alzaban como colosos, entrelazadas por cables y redes de transporte. Los rascacielos de la capital eran casi tan imponentes como los propios mechas. Las fábricas y las industrias de armamento mantenían a la población ocupada en la producción de guerra, y las calles de las grandes urbes se llenaban de soldados y trabajadores, todos contribuyendo a la maquinaria bélica de su nación.
Ferak, la base principal de la Tercera División, era un complejo fortificado construido en una región montañosa. El terreno allí era rocoso y de difícil acceso, lo que lo hacía casi impenetrable para los ataques enemigos. En sus entrañas, los hangares de mechas brillaban con la luz artificial, donde los soldados de Feron mantenían y reparaban sus máquinas de guerra. Era un lugar frío, meticulosamente ordenado, con corredores interminables que se extendían por kilómetros. La base también tenía centros de investigación, en los cuales los científicos buscaban nuevas tecnologías, tanto para mejorar sus mechas como para entender mejor los misterios del universo, como el portal por el que Issei había llegado.
A medida que la Tercera División se acercaba a Ferak, los mechas avanzaban con paso firme, surcando el paisaje árido de un desierto que parecía no tener fin. Pero a lo lejos, las primeras montañas de Ferak comenzaban a aparecer, con sus picos nevados y su terreno rocoso que parecía cortado a cuchillo. Era una zona estratégica, muy defendida, pero al mismo tiempo, muy apartada de las ciudades centrales de Feron. Nadie en el ejército quería estar demasiado cerca de la línea de batalla, y menos aún cerca de las fuerzas de Valhara, que siempre estaban buscando infiltrarse.
Dentro de uno de los mechas que escoltaban a Issei, el Teniente Raik mantenía un silencio reflexivo. Las pantallas dentro de su cabina mostraban el estado de Issei, aún inconsciente y conectado a equipos médicos. Lo observaba con cautela, sin dejar de pensar en lo que había presenciado minutos antes. "¿Qué demonios acaba de pasar?" se preguntaba, mientras ajustaba las coordenadas de su mecha y se aseguraba de que las defensas estuvieran activadas en todo momento.
Al otro lado, Xara seguía observando el horizonte, sin perder detalle. La presencia de Issei había alterado todo. La energía que había liberado, aunque efímera, había sido algo más que un simple resplandor: era una huella de poder, algo que parecía fuera de su comprensión. No era solo una cuestión de tecnología avanzada; era algo más allá.
El viaje continuó por horas, hasta que finalmente llegaron a las puertas de Ferak. Los enormes muros de la base se alzaban como un bastión invencible en medio de la naturaleza salvaje de Gairos. Los hangares subterráneos que albergaban los mechas estaban a salvo, y Xara sabía que cualquier intento de ataque sería inútil. Los hangares estaban perfectamente camuflados entre las rocas y las montañas, y las defensas eran tan fuertes como cualquier fortaleza de guerra.
"Aquí es donde responderemos a todas las preguntas," murmuró Xara, mientras observaba cómo los grandes portones de la base se abrían para darles paso.
Al entrar en el complejo, la visión de Issei, todavía inconsciente y cubierto de sangre, era un contraste brutal con la eficiencia fría y calculada de la base militar. Los médicos y los ingenieros estaban listos para recibirlo, mientras los soldados de la división se mantenían alerta, observando cada movimiento.
Mientras tanto, en las habitaciones de investigación de Ferak, científicos de todas partes de Feron comenzaban a prepararse para estudiar el extraño ser que había caído del cielo. Los análisis comenzarían en cuanto Issei fuera llevado a una de las salas de contención. Sabían que no era solo una cuestión de obtener respuestas sobre el ser humano, sino también sobre la energía que había desprendido. Era una oportunidad para entender la tecnología detrás de su armadura, y tal vez... algo aún más profundo, algo que podría cambiar el curso de la guerra.
Pero mientras todo esto ocurría, el verdadero peligro seguía al acecho: la guerra con Valhara, que nunca había estado tan cerca de una explosión total. Los generales de Valhara no tardarían en percatarse de la caída de este ser misterioso, y en cuanto lo hicieran, no habría vuelta atrás. Ya no era solo una batalla por el control de los recursos. Ahora, los secretos del universo parecían estar al alcance de la mano, y Feron no podía permitirse perder la ventaja.
Los mechas de la Tercera División ya estaban de regreso en sus hangares, pero todos sabían que algo mucho más grande se estaba gestando en Ferak.
Issei se encontraba sumido en un vacío oscuro, como si su cuerpo hubiera quedado suspendido en algún lugar entre la consciencia y la inconsciencia. A su alrededor, el silencio era absoluto, un silencio denso que lo rodeaba por completo. No había más que la inmensidad de su propio ser, aunque algo —o más bien alguien— rompió ese vacío. La familiar voz de Ddraig resonó en su mente, rompiendo la quietud de su espacio mental.
"¡Vaya, vaya, parece que la caída no fue tan suave como pensábamos, eh, Issei?" La voz de Ddraig, el dragón rojo galés, era inconfundible, profunda y resonante, llena de un poder ancestral. Aunque su tono tenía un tinte de burla, no se podía ignorar el fondo de preocupación que había en él.
Issei, por un momento, apenas pudo procesar las palabras. Su cuerpo estaba adolorido, herido, y su mente luchaba por centrarse. "Ddraig..." musitó, su voz quebrada, como si hablara desde un sueño profundo. "¿Qué... qué pasó? ¿Dónde estoy?"
La voz de Ddraig lo envolvió, como una cálida presencia en medio del caos. "¡Ja! Ya te lo digo, no es nada bueno, amigo mío. Estás en algún rincón perdido de este mundo. Ferak, me dicen que se llama. Por lo visto, te recogieron como si fueras una especie de... 'objeto de interés'." Ddraig soltó una risa profunda, una risa que resonó con ecos de viejas batallas y antiguos reinos.
Issei parpadeó en su mente, y comenzó a recordar. La caída... el portal... la armadura Scale Mail Armor... y todo el caos que había sucedido en los momentos previos. La explosión de energía, la sensación de descontrol, el impacto. Todo había sido un blur, pero lo más claro ahora era la certeza de que no estaba muerto. Tampoco estaba en un lugar familiar. "Ferak... ¿es eso una ciudad? O... ¿un país?"
"¿Una ciudad? No, amigo. Es más bien una base militar. Una gran base subterránea, llena de científicos, soldados, y mechas... Bueno, mejor dicho, máquinas de guerra, gigantes de metal, si te soy sincero. Parece que no son muy amigables con los invasores." Ddraig hizo una pausa, como si estuviera considerando la situación con más detenimiento. "Lo que me da más curiosidad es cómo te tienen ahí... como si fueras una rata de laboratorio. Están investigando cada parte de tu ser, viendo cómo ese cuerpo humano resiste el impacto y los poderes que llevas dentro."
"¿Rata de laboratorio?" Issei murmuró, con un toque de sarcasmo cansado. "Espera un segundo... ¿dices que me están estudiando? ¿Como si fuera algún tipo de experimento?"
"Sí, exactamente. Como un espécimen exótico." Ddraig dijo, con tono burlón. "Están buscando entender esa cosa extraña que llevas dentro, la energía que proviene de mí, el poder del Boosted Gear, esa armadura que ahora te cubre. ¡Oh, y me imagino que están bastante emocionados por lo que descubran de ti!"
Issei no pudo evitar un suspiro exasperado. A pesar de su dolor y el cansancio, no pudo evitar encontrar algo cómico en la situación. Estaba siendo tratado como un objeto, un misterioso "ser" de otro mundo. "Supongo que no es lo peor que me ha pasado... aunque lo de ser examinado como un conejillo de indias no me hace mucha gracia..." Se quedó en silencio por un momento, reflexionando. "Pero, espera... ¿cómo sabes todo esto, Ddraig? ¿Estás... observando?"
"¡Ja! Bueno, no es como si tuviera mucho más que hacer, ¿no? Estoy aquí dentro de la Boosted Gear, ya sabes, mi prisión personal." Ddraig dijo con un tono ligeramente amargado, pero había una pizca de orgullo en su voz. "Puedo percibir cosas a través de la conexión que tenemos, y por lo que siento, parece que están haciendo todo un análisis de tu ser, especialmente de esa armadura que llevas puesta. Estoy escuchando sus murmullos... como si fueras una pieza de ajedrez que quieren estudiar antes de mover. Puedo sentir cómo la energía que emite tu armadura los tiene aterrados, pero también fascinados."
Issei frunció el ceño, su mente comenzando a tomar conciencia de la situación. Mientras permanecía en el limbo de su espacio mental, las imágenes de lo que había sucedido antes comenzaron a adquirir más claridad. "Entonces... esos mechas que vi... esas máquinas gigantes, ¿qué son? ¿Son una especie de... ejército?"
"Exacto. Mechas, como los llamas. Son máquinas de guerra gigantescas, creadas para controlar el campo de batalla. Son operadas por humanos, claro, pero son enormes, pesadas y diseñadas para destruir. Este mundo parece estar sumido en una guerra interminable, y esas criaturas de metal son los caballos de batalla de las facciones en conflicto." Ddraig dejó escapar una ligera risa. "Supongo que sería interesante ver cómo te enfrentan a esos... aunque sinceramente, no me gustaría que eso ocurriera mientras estamos tan débiles."
Issei recordó con claridad la Tercera División de Feron y cómo, después de caer, los mechas lo rodearon. No eran solo máquinas de guerra, eran vehículos de destrucción masiva, el simbolismo de la potencia militar de este mundo. "Me rodearon. Fueron ellos quienes me trajeron aquí, ¿verdad? Estaba... aún inconsciente, pero sentí cómo me movían, cómo me transportaban..." La sensación de estar a merced de estos seres gigantescos lo inquietaba, pero también una parte de él sentía curiosidad. "¿Sabes algo sobre la comandante de esa división? Xara... creo que se llamaba."
"Ah, Xara... La comandante de la Tercera División. Esa sí que parece interesante, ¿eh?" Ddraig dejó escapar una pequeña carcajada en su mente. "No es tonta, eso es seguro. He escuchado que es una líder respetada, pero no sé qué tan bien nos tratará, especialmente si descubre lo que podemos hacer. Su comportamiento podría variar dependiendo de lo que vean que eres capaz de hacer. No olvides que los humanos siempre temen a lo que no entienden... y, con suerte, también pueden ser manipulados."
Issei se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre las palabras de Ddraig. Si Xara y los suyos intentaban entender lo que él representaba, lo que él podía hacer con el poder de Boosted Gear, entonces la situación podría complicarse aún más.
"Lo único que espero es que no me metan en más líos de los que ya estoy," dijo Issei, suspirando. "Ya he tenido suficiente con peleas y portales dimensionales."
"Sí, y lo peor es que ahora tienes a estos humanos siguiéndote la pista. A veces, creo que somos los más grandes imanes de problemas, ¿eh?" Ddraig respondió, pero su tono ya no era tan burlón. "Mantente alerta, Issei. No dejes que te sigan manipulando. Los humanos son impredecibles, pero con un poco de astucia y poder, tal vez podamos sacar algo útil de todo esto."
Issei asintió, aunque sabía que la situación aún estaba lejos de resolverse. Todo parecía estar envuelto en una niebla de incertidumbre, pero en el fondo, sentía algo. No era solo que su vida estuviera en juego. El destino de este mundo, con sus mechas y sus guerras interminables, ahora de alguna manera también estaba entrelazado con el suyo.
La comandante Xara de la Tercera División de Feron se encontraba en su despacho, un espacio austero, donde las paredes de metal y las luces frías reflejaban la seriedad que la caracterizaba. Había estado observando desde hacía unos minutos a través de las pantallas de monitoreo, donde los científicos seguían su análisis sobre el humano caído, ese ser extraño que había llegado del cielo en un resplandor cegador. La tensión en la base era palpable. Los informes llegaban en ráfagas, pero los datos eran vagos, fragmentados. Nadie sabía con certeza qué era lo que realmente tenían entre manos.
Xara no era una mujer que se dejara llevar por las emociones. Había dirigido batallas, gestionado recursos, tomado decisiones difíciles. Pero había algo en esta situación que la inquietaba. Este humano, Issei, no era simplemente otro prisionero de guerra o un elemento más en el vasto conflicto de Feron. Había algo en su presencia, algo que retumbaba en el aire, una energía palpable que no podía ignorar.
"Comandante, los análisis iniciales sugieren que este ser no es de este mundo," informó uno de sus oficiales, su voz grave a través del comunicador. "Y su armadura... nunca hemos visto algo como eso. Ninguna de nuestras tecnologías es comparable."
Xara frunció el ceño mientras observaba el rostro del humano en la pantalla. Estaba inconsciente, cubierto de heridas, pero algo en su postura, en la forma en que sus manos se aferraban a la armadura que llevaba puesta, le dio la sensación de que no era tan vulnerable como parecía. No era solo un hombre. Era algo más, algo que desbordaba lo que ella había conocido hasta entonces.
Sin embargo, mientras observaba en silencio, la conversación que se desarrollaba dentro de la mente del prisionero comenzó a tomar forma. Era difícil de escuchar con claridad, como si estuviera filtrada por la corriente de las pantallas y la tecnología, pero las palabras eran comprensibles. "Ddraig..."
La comandante Xara arqueó una ceja al escuchar ese nombre, repitiéndolo en su mente. La sensación de extrañeza la envolvía. ¿Qué era esa "Ddraig"? Parecía ser una presencia importante, y por la forma en que el humano se refería a ella, era claro que no estaba solo. De repente, como si fuera un mal presagio, la tensión aumentó. Algo cambió en el cuerpo del humano, algo que Xara no había anticipado. En un destello de luz, su Scale Mail Armor brilló con fuerza, como si hubiera cobrado vida propia.
"¡Comandante, mire!" gritó uno de los científicos, señalando la pantalla donde Issei, aún inconsciente, comenzó a emanar una energía sobrenatural que recorrió todo su cuerpo. La armadura, hasta ese momento inerte, se activó en un instante, cubriéndolo completamente.
Xara se levantó de su asiento, sus ojos fijos en la pantalla, mientras veía el resplandor de la Scale Mail Armor. La energía que liberaba el traje era descomunal. No solo era una armadura de gran resistencia, sino que parecía tener una conciencia propia, como si reconociera a su portador. El brillo de la armadura envolvía al humano con una intensidad que no se había visto jamás en ninguna de las creaciones de Feron. Este poder, aunque fugaz, era algo completamente diferente a todo lo que conocían.
"Eso..." Xara susurró. "Eso no es solo un humano. ¿Qué es realmente este ser?"
El capitán que estaba a su lado comenzó a hablar rápidamente. "Comandante, los escáneres de energía muestran niveles completamente fuera de los parámetros conocidos. Esta no es una armadura común. No tiene ningún tipo de fuente de energía registrada. Parece que es capaz de generar su propia energía..." El capitán trajo más datos a su pantalla, y Xara podía ver la magnitud de la energía que irradiaba el humano.
Xara frunció el ceño y comenzó a caminar hacia las puertas de su despacho. No tenía tiempo para dudar. Este evento cambiaba las reglas de la guerra. ¿Quién era este ser? ¿Por qué había caído del cielo? Y lo más importante, ¿qué querían los científicos estudiar de él?
"Mantengan la vigilancia sobre él. Prepárense para las investigaciones más exhaustivas," ordenó con voz firme. "Quiero respuestas sobre este ser y sobre su armadura, y las quiero ahora. ¡No quiero que me sorprendan con más datos incompletos!"
La comandante Xara no estaba dispuesta a dejar que la incertidumbre la dominara. Aunque su deber era proteger a su ejército y asegurar que la guerra de Feron no se viera amenazada por factores imprevistos, algo en su instinto le decía que este ser, Issei, podría ser la clave para un cambio radical en el equilibrio de poder.
Se encontraba ante una encrucijada. El humano había caído, sí, pero su caída no parecía ser un accidente. Era como si el destino mismo hubiera intervenido. Feron ya estaba al borde de la victoria sobre Valhara en el campo de batalla, pero este ser, este humano, ahora representaba un nuevo tipo de poder, algo que trascendía la guerra misma. ¿Era un aliado potencial? ¿O sería una amenaza aún mayor?
Mientras Xara avanzaba por los pasillos hacia la sala de contención, los pensamientos de los científicos seguían resonando en su mente. La energía que había liberado la armadura, junto con las señales de vida extrañas que provenían de Issei, no podían ser ignoradas. Este humano había cruzado un portal dimensional, y la posibilidad de que fuera solo un instrumento de guerra de algún otro imperio en el universo parecía más que probable.
Sin embargo, Xara también sabía que no podía permitir que Feron perdiera el control de esta situación. Si las tecnologías que él traía con él eran algo tan grande como parecía, no podía dejar que cayeran en manos equivocadas.
Al llegar a la sala de contención, vio a los científicos ocupados con los análisis, pero también vio la tensión en sus rostros. Todos sabían que este prisionero no era solo un ser humano. Era una encrucijada entre lo conocido y lo desconocido, entre la supervivencia y el cambio de todo lo que entendían sobre su mundo.
Issei estaba allí, inmóvil, pero con la armadura brillando suavemente, como si aún estuviera esperando que alguien lo desafiara.
Xara observó en silencio. Sabía que todo lo que había ocurrido hasta ahora era solo el comienzo. Las preguntas seguían llenando su mente, pero por encima de todo, había una sensación más poderosa que la simple curiosidad: la urgencia de entender lo que había caído del cielo, antes de que alguien más pudiera aprovecharlo.
— "Esto es solo el principio," pensó para sí misma, mientras su mirada se endurecía. "No dejaré que Feron pierda el control de este poder... no mientras yo esté al mando."
Issei se encontraba nuevamente en el vacío de su espacio mental, en un estado entre la vigilia y el sueño. Aunque su cuerpo estaba completamente inmovilizado, su mente seguía activa, dialogando con Ddraig, su compañero, su amigo y, sobre todo, el dragón que residía dentro de su Boosted Gear. El ruido blanco de la base de Feron llegaba de forma difusa a través de sus pensamientos, pero aún estaba demasiado aturdido por el impacto de su caída para poder concentrarse completamente en la realidad exterior.
"Ddraig..." Issei murmuró, aún intentando recuperar la lucidez. "¿Qué hacemos? ¿Esperamos a ver qué pasa? ¿O salimos de esta? No tengo muchas ganas de quedarme como un experimento más, pero tampoco sé si tenemos fuerzas para pelear."
La voz de Ddraig sonó en su mente, vibrante y llena de la fuerza de un dragón ancestral, aunque ahora, un poco más relajada. "Yo diría que mejor esperemos un poco, Issei. No tienes ni la mitad de tus fuerzas y lo que está afuera no parece ser precisamente amistoso. Además, la armadura que llevas puesta no es precisamente discreta. Probablemente ellos no saben qué hacer con alguien como tú."
Issei se quedó en silencio por un momento, reflexionando. Tenía razón, su energía estaba agotada. La armadura Scale Mail Armor seguía siendo un traje imponente, pero eso no significaba que fuera invencible, especialmente cuando no estaba completamente en control de su cuerpo. Las últimas batallas con el ejército del Insondable le habían dejado profundas cicatrices, y si intentaba salir ahora mismo, no solo expondría su fragilidad, sino que podría poner en riesgo a más personas, si es que los soldados de Feron decidían atacarlo.
"Entonces... esperaremos..." Issei asintió con lo que quedaba de su voluntad, aunque la incertidumbre seguía rondando su mente. "¿Crees que estarán preparando algo, Ddraig? ¿Será una emboscada?"
"No lo sé, pero este mundo tiene más preguntas que respuestas. Lo que sí sé es que esos tipos no parecen querer matarte por ahora. De hecho, lo que más me intriga es lo que está pasando con la comandante... Xara, ¿verdad?" Ddraig respondió con una pizca de diversión en su voz, aunque había una seriedad en su tono. "De lo que he oído de los científicos y lo que puedo sentir a través de nuestra conexión... ella te está mirando todo el tiempo. Y no de una manera... normal." Ddraig dejó una pausa cargada de intención.
Issei se quedó en silencio por un momento, confundido, pero pronto la palabra "mirando" lo hizo pensar en algo completamente distinto. "¿Qué quieres decir? ¿Está observándome? Pero... ¿por qué?"
"Vamos, vamos, ¿qué más podría ser? La comandante Xara, como le llaman los demás, está tan interesada en ti que creo que hasta podría decir que tienes una nueva... novia." Ddraig soltó una risa baja, casi burlona, que resonó en la mente de Issei.
"¡¿Novia?! ¿Qué estás diciendo, Ddraig?!" Issei exclamó, horrorizado. Aunque sabía que el dragón a veces le gustaba hacer chistes, esta vez no le pareció para nada gracioso. "No me hagas decir cosas raras. ¡No quiero que me relacionen con ella! Aparte, ni siquiera sé quién es. Y además, no parece ser precisamente una persona con la que quisiera tener una cita, ¡menos aún después de todo esto!"
"Oh, tranquilo, tranquilo, amigo. Solo te estoy dando una idea de lo que está pasando allá afuera." Ddraig continuó, sin dejar de burlarse. "Puedo sentir su presencia cada vez que se acerca. Está obsesionada con todo lo que tienes, con esa energía que fluye a través de ti. Es como si estuviera tratando de desentrañar cada rincón de tu ser."
Issei trató de procesar las palabras de Ddraig, pero la verdad era que no tenía mucha idea de cómo manejar la situación. "Entonces... ¿qué, ella está ahí todo el tiempo, mirándome? ¿Por qué?"
"Te lo dije, muchacho. Está demasiado interesada en ti. Casi como un insecto atraído por la luz, o una cazadora acechando a su presa." Ddraig bromeó, pero también parecía estar tomando notas mentales sobre las intenciones de la comandante. "No lo sé, pero algo me dice que, si tú te pones nervioso y decides salir a pelear, ella seguramente estaría ahí observándote todo el tiempo. Dudo que sea solo curiosidad científica."
Issei se sintió incómodo por la sugerencia de Ddraig, pero no podía evitar sentir una mezcla de confusión y frustración. Esta comandante Xara, ¿quién era realmente? ¿Por qué se le quedaba mirando de esa forma tan... inquietante? ¿Era solo un estudio más o había algo más detrás de esa obsesión?
El tiempo pasó mientras Issei continuaba conversando en su espacio mental con Ddraig. La situación se volvía cada vez más surrealista. Pasaron 9 horas desde su caída, y el cuerpo de Issei permaneció inmóvil, mientras los científicos de Feron y la comandante Xara continuaban sus investigaciones, sin saber que dentro de su armadura, él seguía consciente, con su mente intacta.
En el exterior, los reportes de los científicos llegaban a Xara, quien parecía más intrigada que nunca por los resultados. El humano seguía inmóvil, pero algo en su presencia... algo sobre él la cautivaba de una manera que no podía explicar. Había estudiado miles de casos de prisioneros de guerra, de diferentes especies y facciones, pero nunca había sentido lo mismo con ninguno. Issei no era un ser ordinario, y la Boosted Gear, su armadura, no hacía más que aumentar su misterio.
Xara no sabía si estaba actuando de manera lógica o impulsiva, pero el hecho era que no podía dejar de observar a ese ser que había caído del cielo, preguntándose, una y otra vez, "¿Qué es este ser?"
"Ya veremos qué hacer con él..." murmuró para sí misma, mientras su mirada se posaba nuevamente sobre la pantalla, observando la figura aún inconsciente de Issei.
Por su parte, Issei, aún en su espacio mental, escuchaba todo esto, y aunque las palabras de Ddraig eran irónicas y cargadas de burla, no podía evitar sentirse como un objeto en un escenario más grande del que no comprendía completamente.
"Lo que pasa aquí... no es nada bueno, ¿verdad, Ddraig?" Issei comentó, aún con una mezcla de duda y algo de incomodidad, mientras sentía la mirada de Xara pesar sobre él.
"Lo único bueno, amigo mío," respondió Ddraig con un tono más serio, "es que tienes una oportunidad para aprender más sobre este mundo. Solo no hagas nada estúpido mientras tanto."
Issei, aunque aún herido y débil, no pudo evitar sonreír ante la ironía de la situación. Lo que menos quería era estar atrapado en un mundo desconocido, rodeado de enemigos y observadores curiosos. Pero, como siempre, tendría que confiar en su instinto... y en Ddraig.
"Veremos qué pasa, entonces..." murmuró, mientras se preparaba mentalmente para lo que fuera que Feron tuviera reservado para él.
