Descargo de responsabilidad:
Issei Hyoudou y todos sus personajes pertenecen a Ichiei Ishibumi.
No soy dueño de nada más que de los personajes originales que creo.
Capítulo 2: Las Sombras Dentro de Ferak
El aire en Ferak estaba cargado con el hedor a metal caliente y aceite de máquina, una mezcla densa que se filtraba en cada rincón de la base subterránea. El retumbar lejano de los mechas en mantenimiento era constante, un latido mecánico que marcaba el ritmo del día y la noche en aquel bastión de guerra. En las alturas, los sistemas de seguridad escaneaban el horizonte en busca de amenazas externas, vigilando cielos y tierras en busca de cualquier anomalía.
Pero lo que nadie notaba... era lo que acechaba desde adentro.
En los corredores más oscuros, en las salas de servidores olvidadas, en los túneles de mantenimiento donde solo entraban técnicos y operarios de bajo rango... Valhara ya estaba dentro.
Los espías no habían irrumpido con naves, no habían descendido desde el cielo en cápsulas de infiltración ni hackeado los sistemas con virus cibernéticos. Habían llegado caminando. Algunos llevaban meses dentro de Ferak, ocultos a plena vista, infiltrados en la rutina monótona de la base. Eran técnicos, ingenieros, soldados rasos... gente que nadie miraba dos veces. Otros habían entrado recientemente, aprovechando el caos provocado por la llegada de Issei, el extraño ser caído del cielo, cuya presencia había alterado la rutina militar.
Desde el momento en que el objeto desconocido impactó en el desierto de Veyra, los infiltrados activaron sus redes. Mensajes cifrados comenzaron a moverse a través de los canales más discretos: transmisiones disfrazadas de reportes de mantenimiento, notas de inventario con códigos ocultos, señales de radio apenas perceptibles en medio del tráfico de comunicaciones.
Los informes llegaron a Valhara.
—"La anomalía ha sido capturada."
—"Se encuentra en Ferak."
—"Esperando órdenes."
La información ascendió rápidamente por la cadena de mando, llegando hasta los estrategas de Valhara, quienes no tardaron en comprender su importancia. Algo había caído del cielo, algo lo suficientemente poderoso como para sobrevivir a un impacto devastador. Algo que había desatado energía no registrada por ninguna tecnología existente en Gairos.
No era un simple accidente.
Era un arma, o al menos, podía convertirse en una.
La decisión de actuar fue inmediata.
Las órdenes descendieron con la frialdad de una cuchilla afilada:
—"Infiltración en curso."
—"Primera fase: Sabotaje."
—"Segunda fase: Apertura de defensas."
—"Tercera fase: Ataque total."
—"Código: Cenizas del Alba."
El reloj había comenzado a correr.
En las entrañas de Ferak, los traidores ocultos entre sus filas comenzaron a moverse con una sincronización casi perfecta. No necesitaban palabras, no necesitaban reuniones clandestinas. Cada uno sabía su papel, cada uno había esperado este momento durante semanas, meses.
El asedio a Ferak no vendría del exterior... sino desde sus propios cimientos.
Fase 1: La Infiltración
El aire en el sector de comunicaciones secundario de Ferak era frío, artificial, cargado con el zumbido constante de los servidores y las luces parpadeantes de los paneles de control. Rho-9, el infiltrado de Valhara, caminaba con la cabeza gacha, con el uniforme estándar de un técnico de mantenimiento. Nada llamativo. Nada sospechoso. Como lo había hecho cientos de veces, se detuvo frente a una consola auxiliar, una de las tantas estaciones olvidadas que rara vez se utilizaban.
No podía permitirse usar los sistemas principales. Eso sería un suicidio.
Sacó una herramienta de diagnóstico de su cinturón y la conectó a la terminal, su pulso firme, su respiración controlada. Desde las cámaras de seguridad, solo parecía un técnico revisando una anomalía rutinaria, otro engranaje en la máquina militar de Feron. Pero lo que realmente estaba haciendo era inyectar un fragmento de código en la red interna, un pulso de datos disfrazado de chequeo de rutina.
El mensaje debía ser rápido, limpio, imperceptible.
Texto encriptado:
- Destino: Alto mando de Valhara
- Prioridad: Ultra-secreta
- Mensaje:
"Anomalía confirmada. Prisionero retenido. Base vulnerable en 72 horas. Confirma órdenes."
Con un par de teclas, el pulso de datos fue enviado.
Exactamente 4.2 segundos después, la terminal se reinició. No quedaban rastros.
Rho-9 se quedó en el sitio unos segundos más, como si realmente estuviera revisando un fallo del sistema. Tomó su herramienta de diagnóstico, la desconectó con calma y se alejó, dejando tras de sí lo que parecía ser solo otro día de trabajo.
En menos de una hora, la respuesta llegó.
Pero no fue un mensaje de alto secreto ni un código militar intrincado. Valhara sabía cómo operar en la oscuridad. La orden se camufló en una transmisión rutinaria de mantenimiento, un simple reporte de estado que nadie en Ferak se molestaría en revisar.
El mensaje estaba oculto entre líneas de datos de diagnóstico:
"Infiltración en curso. Primera fase: Sabotaje. Segunda fase: Apertura de defensas. Tercera fase: Ataque total.
Código: Cenizas del Alba."
El asalto a Ferak estaba aprobado.
Desde ese momento, cada infiltrado dentro de la base supo que había un solo camino a seguir. No había vuelta atrás. El reloj había comenzado su cuenta regresiva.
Y Ferak no tenía idea de lo que estaba a punto de ocurrir.
Fase 2: Sabotaje desde Adentro
La base Ferak se erguía como una fortaleza impenetrable, su estructura de acero y hormigón diseñada para resistir los asedios más brutales. Pero toda muralla, por más imponente que sea, puede desmoronarse desde dentro.
Los infiltrados de Valhara no necesitaban explosivos ni armas para derribar Ferak. La guerra no se ganaba solo con fuego, sino con astucia.
El sabotaje debía ser silencioso, gradual... imperceptible.
El retraso en el mantenimiento de los mechas
En los oscuros hangares subterráneos, los titanes de guerra descansaban, alineados como centinelas dormidos. Cada mecha requería chequeos constantes, pruebas de rendimiento, ajustes de precisión. Un solo fallo podía significar la muerte en combate.
Eso era exactamente lo que Valhara quería.
Uno de sus agentes, infiltrado como técnico de mantenimiento, trabajaba con paciencia meticulosa. No desactivó un mecha por completo; eso habría sido demasiado obvio. En cambio, alteró pequeños detalles:
Un cable suelto aquí, un microcircuito mal calibrado allá. Nada que activara las alarmas de seguridad, pero suficiente para que, en el momento crítico, la máquina se volviera más lenta, menos precisa.
Un diagnóstico alterado. Los sistemas mostraban que los mechas estaban en perfecto estado... cuando en realidad no lo estaban.
Suministro de combustible reducido. Un pequeño error de cálculo en la asignación de energía, suficiente para que algunos mechas se apagaran a mitad de batalla.
Cuando llegara el ataque, casi la mitad de las unidades estarían fuera de servicio o funcionando a un 40% de su capacidad real.
Nadie lo notaría hasta que fuera demasiado tarde.
Errores en los sistemas de seguridad
La seguridad de Ferak dependía de una red de sensores de detección de movimiento, radares de largo alcance y escáneres térmicos. Nada podía acercarse sin ser detectado...
...o eso creían.
En una de las salas de control, otro agente valhariano, disfrazado de técnico de sistemas, alteró sutilmente los escáneres.
Modificó los parámetros de detección para que ciertos registros de calor y movimiento fueran ignorados, creando puntos ciegos en los muros perimetrales.
Introdujo falsas lecturas en el sistema, generando alarmas esporádicas en zonas alejadas. Esto obligó a los operadores a recalibrar los sensores constantemente, acostumbrándolos a ignorar pequeñas fluctuaciones...
...Fluctuaciones que serían fatales cuando los mechas enemigos avanzaran sigilosamente en la oscuridad.
En las pantallas de vigilancia, todo parecía normal.
Pero en realidad, la base Ferak era ahora ciega en puntos clave.
Falsificación de órdenes y cambios en la vigilancia
Cada soldado tenía un turno asignado, cada patrulla seguía rutas estrictas, cada guardia estaba cronometrado hasta el último segundo. Era un sistema perfecto.
Hasta que Valhara lo corrompió.
Un soldado infiltrado, con acceso a los registros internos, alteró los horarios de guardia. Lo hizo con la precisión de un cirujano:
Movió a ciertos oficiales experimentados lejos de los sectores críticos, reemplazándolos con reclutas novatos.
Redujo la cantidad de soldados en ciertos corredores clave, creando brechas en la vigilancia.
Envió informes falsos sobre actividades sospechosas en zonas alejadas de la base, distrayendo a las unidades de respuesta rápida.
Cuando llegara el ataque, las zonas más importantes de Ferak estarían peligrosamente desprotegidas.
El efecto dominó
Nadie notó estos cambios. Eran demasiado pequeños, demasiado sutiles.
Pero cuando el primer misil impactara, cuando las alarmas sonaran demasiado tarde, cuando los mechas fallaran en responder...
La base Ferak descubriría que ya estaba perdida antes de que la batalla comenzara.
Y para entonces, Valhara ya estaría dentro.
Fase 3: El Traidor en la Tercera División
El silencio era espeso en los pasillos de la Tercera División de Feron. Soldados marchaban con disciplina, mecánicos trabajaban sin descanso en los hangares, y los estrategas analizaban constantemente los movimientos enemigos en las pantallas de los centros de mando. Desde afuera, todo parecía en orden.
Pero dentro de aquella maquinaria de guerra, en las entrañas de la misma división de élite, alguien ya había vendido su lealtad.
El Capitán Drelk, un veterano con más de doce años al servicio de Feron, caminaba con calma por los corredores de la base. Su postura era firme, su expresión inquebrantable, su mirada impenetrable. Nadie lo miraba dos veces, porque Drelk era un hombre de confianza, un líder que había peleado en el frente y que había sobrevivido a batallas donde otros caían como moscas.
Pero en su interior, su lealtad ya no pertenecía a Feron.
Meses atrás, Valhara lo había contactado. Fue una noche silenciosa, en una de sus misiones en la frontera. Una transmisión encriptada llegó a su comunicador privado. Era una voz desconocida, fría y calculadora.
— "Sabemos quién eres, Capitán Drelk. Sabemos lo que deseas. Sabemos que Feron está muriendo."
Al principio, Drelk ignoró la transmisión. Pensó que era una trampa, una prueba de lealtad. Pero el mensaje volvió. Y volvió.
— "Feron caerá, y cuando lo haga, tú estarás del lado equivocado... a menos que elijas bien."
Poco a poco, las palabras fueron sembrando duda en su mente. Él sabía que Feron estaba perdiendo la guerra. Había visto las grietas en la cadena de mando, había sentido el peso de la desesperación en las órdenes de sus superiores. Había visto a hombres morir sin propósito.
¿Para qué seguir luchando por un imperio destinado al colapso?
Cuando Valhara le prometió poder y riquezas, no dudó más.
La traición no ocurrió de la noche a la mañana.
Se construyó lentamente, con precisión quirúrgica. Primero, probó el terreno. Pequeñas filtraciones de información, pequeños cambios en las rutas de patrulla, nada que levantara sospechas. Luego, cuando vio que nadie notaba sus movimientos, fue más lejos.
Su papel en la caída de Ferak era crucial.
La Trampa para Xara
Drelk sabía que Xara era el mayor obstáculo en los planes de Valhara. Si ella estaba en la base en el momento del ataque, podría revertir la situación.
No podía permitirlo.
Por eso, comenzó a manipular los informes estratégicos. Creó falsas alertas de actividad enemiga en una zona remota, lejos del perímetro real del ataque. Hizo parecer que Valhara estaba concentrando tropas en una ubicación completamente equivocada.
El mensaje llegó a la mesa de la comandante Xara.
— "Comandante, tenemos informes de actividad enemiga en el sector noroeste. Creemos que Valhara está reuniendo una avanzada allí."
Xara frunció el ceño. No le gustaba mover tropas sin información confirmada, pero Drelk era uno de sus oficiales de confianza. Él mismo había analizado los datos, había revisado las imágenes satelitales.
¿Cómo podría dudar de él?
Con una orden rápida, envió a sus mejores tropas a inspeccionar el sector. Ella misma decidió acompañarlos para evaluar la situación personalmente.
Drelk logró lo que quería: sacarla de Ferak en el momento preciso.
Pero su traición no terminaba ahí.
El Último Movimiento: Desinformación Letal
Sabía que la base aún podía reaccionar rápido si las alarmas se activaban en el momento adecuado. No podía permitirlo.
Antes de que Xara partiera, Drelk introdujo datos falsos en el sistema de inteligencia.
Editó las transmisiones de radio, haciendo que los informes de reconocimiento mostraran movimientos enemigos donde no los había.
Desvió unidades de respuesta rápida a un sector donde no encontrarían nada, alejándolos del verdadero frente.
Filtró órdenes modificadas, asegurando que cuando el ataque real comenzara, Ferak tardaría más en reaccionar.
Todo estaba listo.
Xara estaba fuera.
Las tropas estaban distraídas.
Las defensas estaban comprometidas.
Ahora, solo faltaba el golpe final.
Drelk observó el reloj en su muñeca. La hora se acercaba. Pronto, Valhara atacaría.
Y Ferak caería.
Fase 4: La Apertura de Defensas
El aire en Ferak era denso, cargado con la estática de los sistemas en constante funcionamiento. Monitores parpadeaban con datos de vigilancia, mostrando los muros de la base, el perímetro de seguridad y el radar de detección de amenazas. Todo parecía en orden.
Pero esa era la ilusión que Valhara quería crear.
El verdadero enemigo ya estaba adentro.
El Hombre en la Sombra
En una de las salas de control de seguridad, un hombre vestido con el uniforme de Feron se acomodó en su puesto. Era un rostro familiar, alguien que había trabajado allí durante meses, pasando desapercibido entre los operadores de vigilancia. Nadie sospechaba de él, porque no había razón para hacerlo.
Pero bajo su fachada de obediente soldado, era un infiltrado de Valhara.
Su nombre en clave era "Sigma-12".
Su tarea era simple, pero letal: abrir las puertas de Ferak sin que nadie lo notara hasta que fuera demasiado tarde.
Desde su consola, observó los monitores de seguridad. El perímetro estaba tranquilo. La patrulla nocturna marchaba por los muros, los cañones de defensa estaban armados, los radares seguían barriendo el horizonte. La imagen de una base impenetrable.
Pero él sabía que esa imagen estaba a punto de desmoronarse.
Sacó un pequeño dispositivo de su bolsillo, una unidad de acceso remoto camuflada como una herramienta de diagnóstico. Lo conectó al panel de su estación. Ninguna alarma saltó.
Ningún sistema bloqueó su acceso.
Los espías ya se habían encargado de que la seguridad estuviera debilitada, de que los protocolos de detección estuvieran comprometidos. Sigma-12 ingresó un comando de prueba: un simulacro de error técnico en los sensores de largo alcance. En la pantalla, apareció un mensaje de advertencia estándar.
"Fallo en el sistema de escaneo. Recalibrando..."
Nada inusual. Ocurría todo el tiempo.
Los operadores a su alrededor apenas levantaron la vista de sus terminales. Para ellos, era solo otro ajuste de rutina.
Pero lo que no sabían era que, mientras el sistema "recalibraba", Ferak acababa de quedar ciega a cualquier señal entrante.
El Código de la Traición
A kilómetros de distancia, más allá de las montañas que rodeaban Ferak, una sombra colosal avanzaba en la oscuridad. Cientos de mechas, perfectamente alineados en formación cerrada, se desplazaban como una avalancha de acero. Sus siluetas se fundían con la noche, cubiertas por dispositivos de sigilo que bloqueaban cualquier señal térmica o electromagnética.
Sobre ellos, en el cielo nocturno, naves furtivas de Valhara flotaban como depredadores al acecho. Silenciosas. Invisibles. Esperando.
Y dentro de Ferak, el Capitán Drelk revisó su comunicador.
La confirmación había llegado. Todo estaba en posición.
Con una calma escalofriante, Drelk se ajustó el auricular y susurró dos palabras en el canal privado de comunicación:
"Cenizas del Alba."
Sigma-12 escuchó la señal desde la sala de control. Sus dedos se deslizaron sobre el teclado, ingresando la orden final.
La Caída de las Defensas
Por un instante, todo en Ferak pareció seguir igual.
Los soldados en los muros continuaban con sus rondas.
Los ingenieros trabajaban en los hangares, sin notar nada fuera de lo común.
Los radares seguían su barrido rutinario, en busca de amenazas inexistentes.
Y entonces, ocurrió.
Las alarmas de la base fallaron.
Los escáneres dejaron de detectar señales enemigas.
Las torretas automatizadas de defensa quedaron en estado inactivo.
El silencio fue absoluto.
En el centro de mando, un oficial de seguridad frunció el ceño, confundido.
—"¿Qué demonios...?" —susurró, viendo que las torretas de defensa estaban inoperativas.
Intentó reactivarlas. Nada.
El pánico se propagó cuando se dieron cuenta de que algo iba mal.
Pero ya era demasiado tarde.
La Hora del Ataque
Más allá de las montañas, las sombras de Valhara se pusieron en marcha.
Los mechas aceleraron, sus enormes piernas de acero golpeando la tierra con fuerza, levantando nubes de polvo en su avance. En el cielo, las naves furtivas encendieron sus motores, rompiendo el silencio con un rugido que rasgó la noche.
Era el sonido de la guerra.
Y Ferak no tenía cómo defenderse.
El soldado en la torre de vigilancia apenas tuvo tiempo de parpadear antes de ver cómo un misil atravesaba la oscuridad como un relámpago, impactando directamente en la barrera exterior.
La explosión iluminó la base como un segundo amanecer.
Las murallas de acero se resquebrajaron.
Las ondas de choque sacudieron el suelo.
Las patrullas en los muros fueron arrasadas en un instante.
Desde el interior de Ferak, las alarmas finalmente se activaron... pero ya era tarde.
Los Primeros Minutos del Infierno
Dentro de la base, el caos estalló.
Los soldados corrían a sus puestos. Pero los mechas de defensa no arrancaban.
Los técnicos intentaban restaurar los sistemas. Pero los escáneres seguían ciegos.
Los comandantes pedían informes. Pero las comunicaciones estaban saturadas con interferencias.
El ataque a Ferak había comenzado.
Xara no estaba allí para organizar la defensa. Estaba demasiado lejos, atrapada por las falsas pistas.
Issei seguía inconsciente, sin saber que la tormenta había llegado.
Y en la distancia, el Capitán Drelk observó la destrucción con una calma inhumana.
Ferak estaba cayendo.
Y nadie podía detenerlo.
