Capítulo 14: Pandemónium en el Red Force
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El amanecer bañaba las aguas en un manto dorado mientras los diez botes de los Piratas Pelirrojos cortaban las olas en perfecta sincronía. Benn Beckman, desde la proa del bote insignia, apretaba el auricular del Den Den Mushi con dedos que apenas contenían su furia contenida. El caracol reflejaba las expresiones tensas de los otros nueve comandantes y los revolucionarios que compartían cada embarcación, todos aguardando en un silencio cargado de anticipación.
—Escuchen bien —la voz de Benn resonó como acero templado—. El traidor está escondido en la isla a un día de navegación, protegido por ratas de Cipher Pol.
El caracol replicó los rostros de los comandantes: Yasopp con la mirada afilada como la hoja de sus cuchillos, Lucky Roux con la sonrisa habitual reemplazada por una mueca de determinación, Limejuice ajustando nerviosamente el ala de su sombrero.
—Los nuestros interceptaron comunicaciones de la Marina —continuó Benn, escupiendo las palabras—. Quieren llevarlo a Marineford para decorarlo como héroe por vender a nuestros niños.
Uno de los revolucionarios, un tipo alto con manos marcadas por incontables batallas, se inclinó hacia el caracol.
—Tenemos ventaja. Esos bastardos de Cipher Pol no saben que venimos por él. Podemos usar eso.
—Exacto —Benn se pasó una mano por la barba áspera—. Si nos acercamos como mercantes o pescadores, podríamos estar a treinta metros antes de que sospechen.
—Conozco a un hombre en esa isla —Building Snake, el navegante, habló desde su bote—. Nos puede conseguir ropas civiles y los planos exactos de sus puestos de vigilancia.
—Bien pensado —asintió Benn—. Lucky, ¿tienes algo que aportar?
El cocinero, cuya voz solía rebosar de alegría, habló con una frialdad que heló la sangre:
—Si necesitan distracción, puedo convertir el muelle este en una pira con unos barriles de ron bien colocados. A esos hijos de puta les encanta correr hacia las explosiones.
Los revolucionarios intercambiaron miradas de respeto renovado. Una mujer de pelo corto y cicatriz en el labio esbozó una sonrisa feroz.
—Nosotros podemos dejar sordos sus Den Den Mushi durante media hora. Tenemos los dispositivos.
—Perfecto —Benn gruñó—. Tiempo suficiente para entrar, sacar esa basura y salir antes de que puedan chuparle las botas a un almirante.
—¿Y si hay un vicealmirante? —Yasopp pasó un paño aceitado por el cañón de su rifle.
—Entonces lo mandamos al fondo del mar con su protegido —respondió Benn sin pestañear—. Shanks no aceptará medias tintas.
El nombre del capitán electrizó el aire. El Den Den Mushi de Hongou, en el bote más alejado, mostró una expresión sombría.
—Hablando de Shanks... —el médico bajó la voz—. Llamó anoche. Alguien apuñaló a Luffy.
El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier grito. Las mandíbulas se apretaron, los puños se cerraron, y hasta los revolucionarios contuvieron la respiración.
—¿Cómo carajos pasó eso? —Howling Gab apretó el auricular hasta hacer crujir el plástico.
—Un cobarde lo atacó por la espalda cuando ya estaba acabado —Hongou escupió las palabras—. Shanks y Dragon le dieron su merecido.
No hicieron falta más detalles. Todos conocían el significado de esa frase.
—Por eso estamos aquí —Rockstar, el más joven, habló con una voz que no admitía réplica—. Nadie toca a los nuestros y vive para contarlo.
Benn asintió lentamente, clavando la mirada en el horizonte donde pronto aparecería la isla objetivo.
—Mañana a las ocho en punto estaremos allí. Prepárenlo todo. No habrá segundas oportunidades.
Uno a uno, los comandantes asintieron antes de cortar la comunicación. El Den Den Mushi recuperó su expresión inexpresiva, pero la determinación flotaba en el aire como pólvora antes de la explosión.
Mientras los botes continuaban su implacable avance, los revolucionarios preparaban sus artefactos de interferencia, los piratas afilaban sus cuchillos y el mar, testigo indiferente de sus planes, seguía su curso imperturbable.
Mañana, la sangre pagaría por sangre. Y esta vez, no habría clemencia.
Los primeros rayos del sol se colaban por las grietas del casco, iluminando con hilos dorados los tres cofres de caoba que ocupaban el centro de la bodega. Shanks, con su capa negra desgastada colgando de un solo hombro, terminaba de acomodar las últimas monedas con su única mano. El brillo del oro se reflejaba en sus ojos mientras contaba meticulosamente: tres millones del botín de los niños, más nueve millones de su propio tesoro para cada uno. Diez millones por cofre, una fortuna que haría temblar a cualquier marinero.
Dragon permanecía inmóvil junto a la escalera, su capa verde oscuro sin ondear a pesar de la corriente de aire salado que entraba por la escotilla abierta. Las sombras de la capucha ocultaban su expresión, pero no podían esconder la intensidad de su mirada clavada en las manos del pelirrojo.
—¿Qué juego es este?— Su voz resonó como un trueno contenido en el espacio cerrado.
Shanks no interrumpió su tarea, los dedos ágiles separando pilas de monedas con precisión de banquero.
—Cuando dejamos Dawn— respondió sin levantar la vista —los chicos me hicieron prometer que volveríamos cuando cumplieran diecisiete. Quieren zarpar desde allí, donde la Buster Call se llevó todo.
Dragon apretó los puños, haciendo crujir el cuero de sus guantes.
—No contestaste mi pregunta— insistió, avanzando un paso que hizo rechinar las tablas del piso —¿Por qué llenas estos cofres como si prepararas un tesoro real?
El pelirrojo cerró el último cofre con un golpe seco que hizo eco en la bodega. Cuando alzó la vista, sus ojos tenían una profundidad que Dragon no había visto antes.
—Porque cuando cumplan esa edad, partirán por su cuenta— explicó, pasando los dedos sobre los grabados del cofre como si leyera un mapa secreto —Igual que Roger hizo con nosotros antes de entregarse.
El nombre del Rey de los Piratas cayó como una bomba en el silencio. Dragon contuvo el impulso de retroceder, pero no pudo evitar la tensión que recorrió su espalda.
—Roger dejó testamento— continuó Shanks, y ahora su voz tenía un dejo que Dragon nunca le había escuchado —Cien mil millones para mí, otros cien mil para Buggy.
El revolucionario resopló, incapaz de ocultar su asombro ante la cifra astronómica. Pero Shanks ya continuaba, su tono bajando hasta convertirse casi en un susurro.
—El verdadero legado nunca fue el oro— dijo, y por primera vez Dragon vio algo parecido a reverencia en esos ojos normalmente alegres —Estaba en el sombrero.
Dragon parpadeó, como si las palabras no encajaran en su mente.
—¿Un... sombrero de paja?— articuló lentamente, como probando el sabor de una idea absurda —¿Valía más que toda esa fortuna?
La sonrisa de Shanks no llegó a los ojos esta vez. Era la expresión de un hombre que guardaba secretos capaces de derrumbar imperios.
—No era solo un sombrero— corrigió, llevando instintivamente la mano al lugar donde solía descansar el preciado objeto —Era la corona. La misma que ahora lleva Luffy.
Dragon sintió que el aire se espesaba alrededor suyo. Abrió la boca, pero las palabras murieron en sus labios antes de nacer.
—Roger me lo dio a mí— Shanks continuó, y ahora su voz sonaba como el rumor del mar en una cueva profunda —Y yo se lo pasé a tu hijo. No es un simple accesorio, Dragon. Es un juramento. Una herencia de voluntades.
El revolucionario dio un paso atrás sin darse cuenta, sus botas resonando contra las tablas del piso. Sentía el peso de cada palabra como un golpe físico.
—Entonces Luffy...— comenzó a decir, pero la frase quedó suspendida en el aire como un barco a la deriva.
—Lo devolverá cuando se convierta en un gran pirata— completó Shanks, y esta vez su sonrisa fue genuina, cálida como el sol de mediodía —O quizás no. La decisión será solo suya.
El silencio que siguió fue tan denso que Dragon podía escuchar el latido de su propio corazón. Miró los cofres, luego a Shanks, y finalmente hacia la escotilla donde el eco de risas infantiles flotaba como una melodía lejana.
—Siempre creí— musitó finalmente, más para sí mismo que para el pelirrojo —que el legado de Roger era algo concreto. Un arma. Un tesoro enterrado.
Shanks soltó una carcajada breve pero llena de significado.
—Su verdadero tesoro nunca fue algo que pudieras tocar— dijo, mirando hacia donde sabía que Luffy estaría causando algún caos en ese momento —Fue su libertad. Su voluntad indomable. Y ese maldito sombrero... es el símbolo de todo eso.
Dragon no respondió. Permaneció inmóvil, escuchando el sonido de las olas contra el casco y las risas que llegaban desde cubierta, mientras una comprensión lenta pero inevitable comenzaba a arraigarse en su mente.
Shanks no lo presionó. Simplemente se acercó a la puerta, su capa negra ondeando tras él.
El golpeteo desesperado contra la puerta de la bóveda resonó como un cañonazo en el silencio del *Red Force*. Shanks y Dragon apenas habían terminado su conversación cuando los puños diminutos de Luffy sacudieron la madera con fuerza bruta.
—¡ACE SE DURMIÓ DE LA NADA! —gritó el niño, su voz aguda cortando el aire como un cuchillo—. ¡Y SE CAYÓ AL MAR!
Shanks maldijo entre dientes, una palabra tan vulgar que hizo arquear las cejas a Dragon. El pelirrojo se dio cuenta demasiado tarde—había olvidado por completo la narcolepsia de Ace en medio de sus reflexiones sobre el futuro. Su capa negra ondeó violentamente cuando giró sobre sus talones y salió disparado hacia cubierta, moviéndose con una velocidad que solo el pánico podía explicar. Dragon lo siguió de cerca, su capa verde oscuro rozando el suelo como una sombra inquieta.
En cubierta, el escenario era de caos contenido. El sombrero de vaquero naranja de Ace flotaba sobre las olas a unos metros de distancia, las caras feliz y enojada balanceándose como una burla macabra. Más allá, las burbujas en la superficie del agua marcaban el lugar donde el niño pecoso se hundía rápidamente, su cuerpo inerte víctima de la maldición de su Fruta del Diablo.
—¡Maldita sea! —rugió Shanks, deteniéndose en la borda. Su único brazo se aferró a la madera con tanta fuerza que esta crujió bajo sus dedos.
Dragon observó, paralizado por un instante, cómo los ojos del Emperador—normalmente llenos de alegría o sarcasmo—se transformaban en dos brasas ardientes de determinación pura. Sin dudarlo, Shanks saltó al agua, su capa negra flotando por un segundo como las alas de un cuervo antes de hundirse tras Ace.
—¡PAPÁ! —gritó Luffy, corriendo de un lado a otro de la cubierta como un animal enjaulado, su sombrero de paja a punto de caerse por el movimiento brusco.
Dragon no esperó. Con movimientos precisos, desató un cabo de cuerda resistente y lo lanzó hacia el lugar donde las burbujas habían desaparecido.
Bajo el agua, Shanks forcejeaba contra la corriente. Su brazo derecho se extendió hacia Ace, que seguía hundiéndose. Los dedos del pelirrojo rozaron la chaqueta roja del niño... hasta que algo sólido golpeó su espalda.
La cuerda de Dragon.
Con un último esfuerzo, Shanks envolvió su brazo alrededor de Ace y se aferró a la soga con fuerza desesperada. Dragon, al otro extremo, tiró con la potencia de un hombre que había derribado gobiernos. Uno, dos, tres tirones secos, y ambos cuerpos emergieron a la superficie.
—¡Hongou no está! —gritó Sabo, corriendo hacia la borda con una toalla en las manos—. ¡Se fue con los otros!
Shanks, empapado y tosiendo agua salada, no respondió. Arrastró a Ace hasta la cubierta y comenzó a practicar RCP con movimientos expertos, su único brazo presionando el pecho del niño con una cadencia perfecta.
—No... no otra vez —murmuró entre dientes, cada compresión cargada de una desesperación que Dragon nunca le había escuchado.
Luffy y Sabo se agolparon a su lado, los rostros pálidos de terror. El primero mordía su labio inferior hasta hacerlo sangrar; el segundo, más práctico, colocó las manos bajo la nuca de Ace para inclinar su cabeza y abrir las vías respiratorias.
—Vamos, hermano —susurró Sabo, su voz quebrada.
Dragon observó la escena desde las sombras, sus manos—acostumbradas a empuñar armas y redactar órdenes de batalla—se cerraron en puños inútiles. Vio cómo Shanks, a pesar de estar empapado y jadeante, no dejaba de presionar el pecho de Ace, cómo sus labios murmuraban algo que sonaba como una súplica.
—¡ACEEEEE! —gritó Luffy, las lágrimas mezclándose con el agua de mar en su rostro.
Y entonces, como un milagro, Ace tosió. Un chorro de agua salada brotó de sus labios, seguido por una inhalación brusca. Sus ojos—dorados como el amanecer—se abrieron, desenfocados pero vivos.
—¿Q-qué...? —farfulló, confundido.
Shanks se desplomó hacia atrás, la respiración entrecortada, pero con una sonrisa tan amplia que parecía iluminar la cubierta.
—Bienvenido de vuelta, chico —dijo, levantando su único brazo para frotarse los ojos—. Nos diste un buen susto.
Dragon, sin que nadie lo viera, dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.
—No vuelvas a hacer eso —gruñó Sabo, abrazando a Ace con fuerza mientras Luffy se enrollaba alrededor de ambos como una serpiente de goma, llorando sin control.
Shanks, todavía tirado en la cubierta con su ropa empapada, miró hacia Dragon. No hubo palabras, pero el mensaje era claro.
La sangre comenzó a filtrarse a través del vendaje en el muslo de Luffy, teñiendo el tejido de un rojo oscuro que contrastaba con su piel morena. El niño, todavía enroscado alrededor de Ace y Sabo, solo dijo un débil —¡Auch!— al notar el dolor punzante, pero inmediatamente intentó disimulararlo con una sonrisa temblorosa.
Shanks se incorporó de un salto y cerró la distancia entre ellos con dos zancadas largas, su capa negra goteando agua salada sobre las tablas de la cubierta. Con movimientos precisos a pesar de tener solo un brazo, levantó a Luffy con cuidado y revisó la herida.
—Te dije que no corrieras —murmuró, más preocupado que enojado, mientras ajustaba el nudo del vendaje con los dientes.
—¡Pero Ace se ahogaba! —protestó Luffy, sus ojos llenos de lágrimas no derramadas.
Dragon tomó el botiquín que Sabo alcanzó y trabajó en silencio, sus manos enguantadas limpiando la herida con alcohol—haciendo que el niño apretara los dientes—antes de envolver el muslo con vendas frescas.
—No vuelvas a hacerlo —dijo Dragon por fin, su voz más grave de lo habitual—. O tendré que atarte a un mástil.
Shanks soltó una carcajada breve pero genuina.
—Eso sería inútil —dijo el pelirrojo, acariciando el sombrero de paja de Luffy para enderezarlo—. Este mocoso rompería cualquier cuerda con tal de salvar a sus hermanos.
Luffy, como para probar su punto, asintió con entusiasmo, olvidando por completo el dolor. Dragon solo suspiró, resignado, mientras el sol de la mañana iluminaba el barco.
El pasillo del Red Force estaba en silencio cuando Monkey D. Luffy caminaba arrastrando los pies hacia el camarote del capitán. El sonido de sus sandalias contra la madera resonaba en el corredor vacío mientras el niño de goma se frotaba el estómago, anticipando la cena de las ocho. Al llegar a la puerta, golpeó dos veces con sus nudillos pequeños, esperando la respuesta habitual de su padre que nunca llegó.
—¿Papá? —llamó, inclinando la cabeza hacia un lado.
Al no obtener respuesta, empujó la puerta con cuidado, revelando la escena que lo paralizó: Shanks yacía boca abajo en el suelo, su capa negra extendida como un manto oscuro, el único brazo del pelirrojo extendido inerte hacia adelante. Luffy corrió hacia él, sus manos de goma tirando del hombro de su padre con fuerza desesperada, pero el cuerpo del emperador no respondió. La piel de Shanks ardía bajo sus dedos, el rostro normalmente sonriente ahora contraído por una mueca de dolor.
—¡AYUDA! —el grito desgarrador de Luffy atravesó las paredes del barco—. ¡PAPÁ NO DESPIERTA!
Los pasos precipitados resonaron en el pasillo antes de que Ace y Sabo irrumpieran en el camarote, seguidos de cerca por Dragon. El revolucionario se detuvo en el umbral, su capa verde ondeando levemente al frenar en seco. Ace fue el primero en arrodillarse junto a Shanks, sus manos callosas palpando el cuello del pelirrojo en busca de pulso.
—Está ardiendo —murmuró, retirando su mano como si hubiera tocado fuego.
Sabo, siempre práctico, corrió hacia el baño adjunto y regresó con una toalla empapada en agua fría, que colocó sobre la frente de Shanks con movimientos cuidadosos. Dragon observó la escena con los puños apretados, su habitual compostura resquebrajándose por primera vez en años.
—La ropa —dijo Dragon, señalando la camisa y pantalones aún empapados que Shanks llevaba puestos desde el rescate de Ace—. No se cambió.
Ace maldijo entre dientes, sus ojos dorados brillando con culpa mientras ayudaba a Sabo a quitar la capa negra pegada al cuerpo febril de Shanks. Luffy, temblando como una hoja, se aferraba al brazo sano de su padre, sus ojos llenos de lágrimas que se negaba a dejar caer.
—Hongou no vuelve hasta pasado mañana —murmuró Sabo, mirando hacia Dragon con una expresión que pedía soluciones—. ¿Qué hacemos?
El revolucionario respiró hondo antes de arrodillarse junto al grupo, sus guantes negros palpando la temperatura de Shanks con precaución profesional.
—Yo sé tratar heridas, no enfermedades —admitió Dragon, su voz más áspera de lo habitual—. Pero podemos bajar la fiebre.
Mientras Sabo y Ace trabajaban para quitar la ropa mojada de Shanks, Dragon tomó varias botellas de alcohol del botiquín de emergencia y comenzó a limpiar los brazos y el pecho del pelirrojo con movimientos firmes. Luffy observaba cada movimiento con atención feroz, su sombrero de paja torcido sobre su cabeza, las manos aferradas al borde de la camisa de su padre como un ancla.
—No te mueras —susurró Luffy, tan bajo que solo Dragon lo escuchó—. Prometiste ver cómo me convertía en Rey de los Piratas.
El revolucionario miró al niño, luego al hombre que yacía entre ellos, y por primera vez en su vida, Dragon no supo qué decir. El Red Force, normalmente lleno de risas y canciones, se sentía extrañamente silencioso esa noche, como si el mundo contuviera la respiración esperando el destino de su capitán.
Dragon agarró el Den Den Mushi negro con mano temblorosa, marcando el número con una urgencia que nunca antes había mostrado. El caracol tardó apenas dos tonos en conectar, mostrando en su rostro los exagerados labios pintados y ojos delineados que caracterizaban al revolucionario.
—¡Dragoncito! —la voz estridente de Ivankov salió del caracol antes incluso de que Dragon pudiera hablar—. ¡Qué sorpresa maravillosa! ¿Llamas para invitarme a—
—¡IVANKOV! —interrumpió Dragon, rompiendo su habitual compostura—. ¡Ayuda!
El cambio en la expresión del Den Den Mushi fue instantáneo. Los ojos dibujados se estrecharon, los labios dejaron de sonreír.
—Habla, mi querido amigo —respondió Ivankov, el tono ahora serio como el filo de un cuchillo.
Dragon respiró hondo, sus palabras saliendo a borbotones mientras miraba de reojo hacia donde Ace y Sabo seguían atendiendo a Shanks, con Luffy aferrado al brazo inconsciente de su padre.
—Shanks está inconsciente con fiebre alta —explicó, los dientes apretados—. Se quedó con la ropa mojada después de rescatar a un niño del mar hace horas. No hay medicinas aquí. Estamos en el Red Force.
El caracol mostró una mueca de sorpresa.
—¿Shanks? ¿El Emperador Pelirrojo? —Ivankov silbó—. ¿Y qué haces tú en su barco, Dragoncito?
—No importa —gruñó Dragon, pasando una mano por su rostro—. Necesito que vengas. Ahora.
En ese momento, Luffy se acercó corriendo, sus ojos llenos de lágrimas no derramadas, el sombrero de paja torcido sobre su cabeza.
—¿Quién es? —preguntó el niño, tirando del borde de la capa de Dragon.
El revolucionario miró al pequeño, luego al Den Den Mushi.
—Mi hijo —dijo Dragon, sin énfasis, como si fuera el hecho más natural del mundo—. Luffy.
Ivankov soltó una carcajada que hizo vibrar el auricular.
—¡Vaya sorpresa! ¡No sabía que tenías un retoño, Dragoncito!
—Llama papá a Shanks —aclaró Dragon rápidamente—. El pelirrojo se ganó ese título.
La expresión del caracol cambió nuevamente, esta vez mostrando comprensión.
—Ah, el sombrero de paja —murmuró Ivankov, como si resolviera un acertijo—. Cuatro horas, Dragoncito. Volaré si es necesario.
Dragon asintió, aliviado por primera vez desde que comenzó la pesadilla.
—Trae todo lo que necesites —ordenó—. No podemos perderlo.
El Den Den Mushi mostró una sonrisa feroz antes de cortar la comunicación. Dragon lo dejó caer sobre la mesa, girándose hacia los niños que observaban la escena con ojos esperanzados.
—¿Quién era ese señor raro? —preguntó Luffy, frunciendo el ceño.
—Ayuda —respondió Dragon simplemente, volviendo al lado de Shanks, donde Ace y Sabo seguían aplicando compresas frías—. La mejor que conozco.
Mientras afuera la noche se hacía más profunda, el Red Force se mecía suavemente en las olas, esperando la llegada de un salvador pintarrajeado que ninguno de los niños a bordo —excepto Dragon— podría haber imaginado.
El pandemónium a bordo del Red Force había alcanzado niveles catastróficos. Dragon, con los nervios al límite después de horas intentando controlar a los tres niños y atendiendo a Shanks, tomó una decisión desesperada. Con movimientos bruscos, agarró el Den Den Mushi negro y marcó el número de Benn Beckman. El caracol tardó varios tonos en responder, mostrando finalmente el rostro cansado pero alerta del primer oficial.
—Dime —la voz grave de Benn cortó el silencio entre el caos.
—Necesito ayuda —la voz de Dragon sonó más ronca de lo habitual—. Shanks está inconsciente con fiebre alta y no puedo controlar a los niños.
El caracol mostró cómo las cejas de Benn se alzaban casi hasta la línea del cabello.
—¿Cómo llegaron a ese punto? —preguntó, con un dejo de incredulidad.
Dragon respiró hondo mientras esquivaba a Luffy, que rebotaba por el camarote como una pelota descontrolada.
—Rescatamos a Ace del mar hace horas —explicó rápidamente—. Shanks no se cambió la ropa mojada. Ahora tiene fiebre y estos demonios...
Un ruido estruendoso interrumpió la explicación cuando Ace, en pleno ataque de narcolepsia, se desplomó contra una mesa, haciendo volar los frascos de medicina que Ivankov había preparado. Sabo, siempre vigilante, logró atrapar algunos antes de que se rompieran, pero no sin lanzar una mirada acusatoria hacia Dragon.
—Ya veo —la voz de Benn sonó curiosamente calmada—. Pon la canción.
—¿Qué canción? —preguntó Dragon, confundido.
—Binks no Sake —respondió Benn como si fuera la cosa más obvia del mundo—. Es como el capitán los calma siempre.
Dragon frunció el ceño, ajustando el auricular mientras evitaba que Luffy se estrellara contra Shanks.
—Soy un revolucionario, no un pirata —gruñó—. No conozco esa canción.
El Den Den Mushi mostró cómo Benn cerraba los ojos un momento, como pidiendo paciencia.
—Escucha bien —dijo, y comenzó a cantar con voz profunda y clara:
"Yohohoho, yohohoho
Yohohoho, yohohoho
Yohohoho, yohohoho
Yohohoho, yohohoho
BINKUSU no sake wo todoke ni yuku yo
Umikaze kimakase namimakase
Shio no mukou de yuuhi mo sawagu
Sora nya wa wo kaku tori no uta
Sayonara minato Tsumugi no sato yo
Don to icchou utaofuna de no uta
Kinpaginpa mo shibuki ni kaete
Oretaccha yuku zo umi no kagiri
BINKUSU no sake wo todoke ni yuku yo
Warera kaizoku umi watteku
Nami wo makura ni negura wa fune yo
Honi wa tani ketateru wa dokuro
Arashi ga kita zo senri no sora ni
Nami ga odoru yo doramu narase
Okubyō kaze ni fukarerya saigo
Asu no asa ga nai janashi
Yohohoho, yohohoho
Yohohoho, yohohoho
Yohohoho, yohohoho
Yohohoho, yohohoho
BINKUSU no sake wo todoke ni yuku yo
Kyō ka asu ka to yoi no yume
Te wo furu kage ni mou aenai yo
Nani wo kuyokuyo asu mo tsuku yo
BINKUSU no sake wo todoke ni yuku yo
Don to icchou utaou naba no uta
Douse dare demo itsuka wa hone yo
Hatenashi, atenashi, waraibanashi
Yohohoho, yohohoho
Yohohoho, yohohoho
Yohohoho, yohohoho
Yohohoho, yohohoho"
Mientras Benn cantaba, Dragon notó algo extraordinario. Luffy había dejado de rebotar, quedándose quieto en medio del camarote, su sombrero de paja torcido sobre su cabeza. Ace, que normalmente habría sufrido otro episodio de narcolepsia, permanecía despierto, los ojos brillantes. Hasta Sabo había bajado la guardia, su mirada crítica reemplazada por una expresión de reconocimiento.
—Funciona —murmuró Dragon, incrédulo.
—Siempre funciona —respondió Benn, terminando la canción—. Es su canción de cuna.
Dragon no perdió tiempo. Con movimientos rápidos, conectó el Den Den Mushi al sistema de altavoces del barco y puso la canción en bucle. La melodía alegre pero nostálgica llenó cada rincón del Red Force, creando una atmósfera completamente nueva.
Mientras la música sonaba, Dragon tomó un pergamino y comenzó a transcribir meticulosamente cada verso, cada estrofa. Su caligrafía, normalmente rápida y funcional, era ahora cuidadosa, casi reverente. Cada "Yohohoho" quedó registrado con precisión, cada palabra japonesa copiada con atención al detalle.
Ivankov, que había estado luchando por mantener a Shanks estable, observó la escena con asombro. Los tres niños, antes fuentes inagotables de caos, ahora estaban sentados en semicírculo alrededor del altavoz, siguiendo la melodía con movimientos suaves de cabeza. Luffy incluso tarareaba algunas partes, su voz infantil combinándose extrañamente bien con la grabación.
—Milagroso —murmuró Ivankov, ajustándose las pestañas postizas.
Dragon terminó de escribir el último "Yohohoho" y enrolló el pergamino con cuidado. Por primera vez en horas, el Red Force estaba en paz. Shanks, aunque aún inconsciente, parecía descansar más tranquilamente, su respiración menos agitada. Los niños, ahora calmados, vigilaban a su padre pirata con ojos llenos de preocupación, pero sin el pánico anterior.
—Gracias —dijo Dragon al Den Den Mushi, donde Benn esperaba en silencio.
—No me las des a mí —respondió el primer oficial—. Esa canción pertenece al mar, a todos los piratas... y ahora a esos niños.
La conexión se cortó, dejando solo el sonido de la música que seguía sonando, llenando el barco con su magia peculiar. Dragon guardó el pergamino con la letra cuidadosamente transcrita, sabiendo que este sería un recurso valioso en el futuro. Mientras observaba a los tres niños finalmente tranquilos, comprendió algo fundamental sobre Shanks, sobre su tripulación, y sobre la extraña familia que había formado con estos huérfanos del mar.
