..::Debt, love... FIGHT!::..

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Capítulo 3: Siempre hay tiempo para un helado

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Eso ha sido… impresionante. Y también absolutamente aterrador.

Siento que me falta el aliento cuando finalmente ese tipo deja de moverse, me siento exhausta, como si hubiera sido yo la que entró en la jaula y lanzado ese prodigioso golpe final.

Es un genio. Si ya ha sido un shock encontrarlo en este lugar, verlo luchar ha sido una absoluta locura. No me avergüenza decir que jamás he visto nada así, y soy una gran asidua a las artes marciales. Es uno entre un millón, ¡no! El mejor de toda una generación.

Es flexible, rapidísimo, es como un felino enorme con unos reflejos endiablados y una imaginación portentosa. Me acuerdo de respirar justo a tiempo de verle alzarse victorioso, y volver en mí al tiempo de entender que tengo problemas más acuciantes de los que ocuparme.

Me ajusto las vendas a los puños y espero el momento, el hombre que se encuentra a mi lado sonríe mientras se une a los vítores que recibe el campeón.

—Es bueno, ¿eh? —dice mientras aplaude con sus pequeñas manos y sostiene su larga pipa con la boca. Después vuelve a agarrarla y le da una larga calada.

—S-sí —consigo responder, sintiendo los nervios a flor de piel.

Hay una buena historia detrás de mi presencia en este lugar, bueno, en realidad solo hay un encuentro inesperado y una larga conversación. Hoy he faltado al trabajo por primera vez, y eso también me pone nerviosa. Le dije a la señora O. que me encontraba indispuesta, de hecho creo que es así. Me veo muy capaz de vomitar mi escasa comida en esa lona.

Happosai sin embargo parece muy tranquilo, es más, no cabe en sí de puro gozo.

—Esta noche nos vas a hacer ricos, nena, muy, muy ricos —dice guiñándome un ojo. Qué asco.

Inspiro mientras intento centrarme, y lo veo salir de esa especie de trampa en la que dentro de poco me encontraré yo. No puedo evitarlo, mis pasos me arrastran hasta su orilla, sabía que luchaba, sabía que debía ser bueno, pero esto es otro nivel, es un cambio completo de concepto.

Le veo sonreír, le veo abrazar a otro luchador, y yo como una estúpida no puedo más que interrumpir. Su cara de imbécil al verme no tiene desperdicio, eso hiere un poquito mi orgullo.

—¿Qué haces tú aquí? —pregunta pasmado y sangrando, no puedo evitar echar los hombros hacia atrás ante la determinación que me ha traído hasta este lugar.

—¿A ti qué te parece? He venido a luchar.

Sus cejas se alzan, sus ojos se abren a la vez que su mandíbula cae ligeramente.

—No tienes ni idea de lo que estás hablando, vas a salir de aquí de inmediato —dice agarrándome del brazo, como si realmente pensara que tiene alguna autoridad sobre mí o mis decisiones.

Me suelto sin muchos problemas, el gesto parece pillarle totalmente por sorpresa.

—Oh, ya os conocéis… curioso —dice el abuelo inspirando aún más hondo su pipa y exhalando el humo por sus fosas nasales, como una dragón complacido.

Ranma baja la mirada y su ceño se frunce de puro desconcierto.

—Viejo, ¿qué tienes que ver en esto?

—Ella sabe luchar, deja que pruebe —afirma de nuevo el anciano con un deje de impaciencia.

—No sabe… ¿sabes luchar? —pregunta de súbito el aterrador guerrero, absolutamente alucinado, y yo no puedo más que volver a sacar a relucir toda mi altivez.

—Ya te lo dije.

—Juraría que no —Y lo remarca cruzándose de brazos, irritado.

—Te dije que sabía defenderme.

—Pensé que te referías a verbalmente —puntualiza terminando de perder su escasa paciencia.

—Voy a luchar —remarco mientras a nuestro alrededor las voces se vuelven cada vez más altas, alguien comienza a hablar por megafonía.

—Vamos chica, demuestra lo que vales —dice Happosai empujándome ligeramente hacia la poza. Así es como llaman a este lugar. Trago saliva y avanzo hacia los focos, pero él vuelve a detenerme, me toma de la mano y parece desesperado.

—No entres ahí, no lo entiendes, ¡esto va en serio! —dice, y ahora más que nunca me siento insultada, me deshago de su mano. Cargo a cuestas todo el orgullo de una larga saga de artistas marciales, alzo el mentón, tomo aire.

—Soy mucho más fuerte de lo que piensas —concluyo lapidaria, entrando al fin dentro de la jaula.

Las luces son cegadoras, y la lona sigue llena de la sangre fresca de Ranma y ese otro luchador. Huele a sudor, hace calor. Siento el corazón a mil, como nunca antes. La voz vuelve a pronunciarse.

—La noche no ha hecho más que empezar damas y caballeros, así que dejad que os presente a una nueva aspirante. Directamente de las calles de Tokyo llega Akane, nacida dentro de una familia de artemarcialistas es la última de su generación en heredar el arte, ¿podrá acabar con nuestras inigualables gemelas?

—¿¡Gemelas!? —exclamo atónita, mirando hacia el lugar donde el abuelo se encontraba, pero no parece ni mucho menos sorprendido, de hecho aplaude como un loco. Ese viejo ladino me ha engañado, me ha tendido una trampa para que me den una paliza. Es cierto que dijo que las apuestas estarían completamente en mi contra, pero justo por eso la posibilidad de agarrar un buen premio era tan tentadora. ¿Habrá apostado en mi contra?

En la jaula entran dos chicas, altas, delgadas y evidentemente habituadas a moverse en este lugar, muchísimo más que yo.

Por encima de los vítores se escucha la potente voz de Ranma, protestando.

—¡Tarô! ¡Tarô! ¿Qué mierda significa esto? ¿¡Tenías millas acumuladas con Air China!?

No entiendo una sola palabra de lo que dice así que intento concentrarme en las dos adversarias que tengo enfrente. Cierro y abro los puños, normalizo la respiración mientras ellas dos me miran y cuchichean. Qué maleducadas.

Van vestidas iguales, excepto por pequeños detalles de color en sus ropas. En una de ellas rojo, en la otra, azul.

La jaula se cierra y adopto una posición de defensa básica mientras las evalúo, justo en este momento no puedo arrepentirme de mis cuestionables decisiones, ni de haber seguido a ese anciano medio loco que me asaltó de camino al trabajo esta mañana.

Dinero, necesito el dinero, es lo único que debo pensar.

Ambas se separan y comienzan a avanzar hacia mí, adivino que buscan arrinconarme, así que debo ser más lista que ellas, mucho más rápida.

Me precipito hacia la azul y el súbito movimiento no parece pillarla por sorpresa, retrocede mientras yo le lanzo un fuerte puñetazo, que esquiva por los pelos. Es entonces cuando adivino la presencia de su gemela justo detrás de mí. He creado una oportunidad, lo que no saben es que ha sido completamente adrede.

Me agacho sabiendo que pretendía pillarme desprevenida con un ataque alto, así que lanzo la pierna hacia atrás y consigo acertarle en una rodilla, la escucho protestar mientras retrocede, y yo giro y me incorporo, de nuevo evaluándolas. Que entiendan que soy peligrosa, y que no deben subestimarme.

La azul chasquea la lengua, ¿quizás pensó que iba a ser una presa fácil? Esta vez es ella la que viene hacia mí, me lanza un par de patadas que bloqueo, es dura, pero puedo aguantarla sin problemas. Lo malo llega cuando su gemela se une al ataque, consigue agarrarme y me llevo un puñetazo en la cara. Y duele.

Me retuerzo y agarro ese puño que no ha retirado lo suficientemente rápido, le aplico una llave y la pongo delante de mí, para evitar que la de azul continúe golpeándome. Con un grito que sale de lo más profundo de mi garganta consigo lanzarla sobre mi cabeza, y cae duro.

Me paso una mano por la boca, está llena de sangre. Por primera vez en mucho tiempo tengo una sensación diferente, creo… Creo que estoy viva, de verdad lo estoy.

—¡Vamos! Sois dos, seguro que podéis hacerlo mejor —estallo echándome hacia atrás el cabello, y a mi alrededor escucho los gritos, los vítores, el público se vuelve loco ante mi arenga.

Las dos me observan llenas de ira homicida, y salen disparadas en direcciones opuestas, rápidas como una ráfaga de viento.

—¡Atacan desde arriba, vigila la jaula! —chilla Ranma desde algún lugar a mi derecha, e inmediatamente miro hacia arriba. Efectivamente una de ellas ya se encuentra trepando, mientras la otra intenta acorralarme. La espero mientras muevo los pies hasta llevarla al centro de la lona, es la azul de nuevo.

En seguida entiendo que tienen unos roles bien marcados dentro del ring. Una se encarga de los ataques violentos, mientras la otra distrae y altera al contrincante. La azul es el señuelo, la roja, el martillo.

Bien, entonces será mejor que me libre de las distracciones cuanto antes.

Bloqueo una primera patada mientras escucho cómo la roja se prepara para caer encima de mí. Debo ser rápida, no puedo dejar que me acorralen de nuevo. Encajo un puñetazo en el estómago, y después un nuevo golpe en el brazo, aprieto los dientes y retrocedo hasta el punto contrario de la jaula, intentando que la roja tenga que moverse si es que quiere golpearme desde la altura.

La azul se confía, lanza un potente puñetazo y yo lo esquivo, hago una finta y me cuelo bajo su brazo, me muevo hasta su espalda, le paso un brazo por el cuello y ejecuto una presa apoyándome en mi antebrazo, la estrangulo con todas mis fuerzas. Grita y me araña, se estrella contra la valla y recibo un fortísimo golpe en la espalda, pero aprieto los dientes mientras la dejo sin aire.

Es entonces cuando la roja cae, pero no tiene ángulo para golpearme, ella simplemente aterriza a mi lado y me ataca, pero me doy la vuelta sujetando el pellejo de su hermana, quien comienza a estar del mismo color que los adornos de su traje.

Finalmente sus piernas se aflojan, cae al suelo sin sentido, y yo, agotada y jadeante retrocedo mientras no pierdo ojo de la desesperación de la roja, de su indignación, del enfado que la posee.

Chilla algo en chino. Supongo que ahora es personal.

Me agarro el brazo, creo que me he hecho daño en un hombro. Vuelvo a apartarme el cabello y adopto la posición de defensa.

Ya no escucho el barullo, ya no veo las luces potentes, solo la veo a ella, quien también adopta una pose marcial de kung-fu.

Y viene a por mí, ahora que no tiene señuelo se han terminado las sutilezas.

Esquivo el cuerpo de la azul, es hora de darlo todo. Todas mis enseñanzas, todos mis días de entrenamiento, todas mis peleas… Todo mi sufrimiento y frustración se acumula en mis puños, en mis piernas.

Sus golpes son rápidos, pero al mismo tiempo tanta velocidad les restan potencia. Consigo esquivar los primeros, bloquear otros tantos y después contraataco con una patada alta, salto hacia atrás en un mortal y en plena ejecución consigo encajarle una patada en la cara, que la hace caer, sangrando al fin.

Se alza de nuevo, necesitaré algo más fuerte para convencerla de lo contrario.

Dejo caer los brazos, absolutamente concentrada, y cuando de nuevo me ataca yo solo la esquivo y agarro las solapas de su chaqueta, la arrastro al suelo, pero se retuerce sobre mí y me propina un puñetazo cerca de la sien. Escucho un pitido agudo en mi cabeza, pero aún así no la suelto, mis piernas se retuercen y se alzan, y esta vez es mi turno de golpearle la cara.

La trifulca se convierte en algo sucio y enredado, hasta que al fin se libera de mí con un brazo retorcido, farfullando y un ojo hinchado, yo no me encuentro mucho mejor.

Debo terminar con esto cuanto antes. Mis jadeos se vuelven incontrolables, siento las vendas de las manos apretadas, el dolor de todos los golpes aún frescos en mis músculos. Soy más dura que ella, sé que lo soy.

Trepa, la muy condenada vuelve a trepar por la jaula y yo camino con pasos prudentes, sin perderle ojo, como si fuera una mosca en la pared, y entiendo que la clave es golpear mientras cae, un golpe en el aire. La espero, cierro los puños, adelanto una pierna.

Grita de nuevo algo incomprensible, y sin ningún pudor saca una fina hoja afilada de una de sus mangas. Aprieto los dientes.

—¡Vamos! —Me encuentro reclamando a su vez, como si me hubiera vuelto completamente loca, y quizás lo he hecho.

Cae con el arma entre sus dos manos en un picado rapidísimo, directo hacia mí. Solo tengo una décima de segundo para pensarlo, para calcular el punto exacto, el ángulo óptimo.

Salto hacia ella, encojo una pierna, intenta apuñalarme pero yo le sacudo una patada en el costado que la envía contra la alambrada, como si hubiera chutado un balón directo a la portería.

Grita de dolor y se desploma sobre la lona, cerca de su hermana, hace amago de levantarse, pero no lo voy a consentir, aterrizo y corro, alzo una pierna y la pateo con todas mis fuerzas en mitad del pecho con todo el talón. Emite un sonido ahogado antes de quedarse completamente quieta. Y yo jadeo, goteo sudor y sangre, y miro a las dos mujeres a mis pies.

Es esto, ¿no? ¿He ganado?

Me giro, alguien ha abierto la jaula y vuelvo a escuchar los gritos, los vítores mil veces más potentes que cuando entré. Lo veo a él en pie al otro lado, diría que sonríe, pero es difícil de saber porque se me nubla la vista. Camino a pasos inseguros para librarme del calor de los focos, la euforia entra en mí a la vez que el dolor.

—¡Te dije que sabía pelear! —escucho la voz del abuelo en plena celebración, yo le dedico una dolorosa sonrisa mientras unas manos se posan en mis hombros.

—Eso ha sido… eso… —alzo la vista, creo que se me está hinchando el pómulo, y Ranma está ahí, igual de golpeado que yo, boqueando como un estúpido. Una de sus manos se posa suavemente en mi mejilla y chasquea la lengua mientras me examina el rostro—. Necesitas hielo.

—He ganado —digo sin embargo, aún asimilándolo, Ranma asiente, y sí, sonríe. Lo hace de forma rotunda, hipnótica.

—Sabes pelear.

—Te lo dije.

—Sí, lo dijiste.

—Quiero mi dinero.

Rompe en una risa sincera, asiente y me agarra de la mano. Yo me dejo llevar, porque de todas las personas, de todos los extraños de este lugar él es el único al que puedo considerar algo así como un amigo.

Subo las escaleras de forma renqueante, agarrándome a las barandillas, apretando los dientes mientras el fragor de la pelea abandona mis ánimos y en mi interior sólo remanece la sensación exaltada y las heridas pulsando cada vez más alto, más agudas.

Muchas personas nos felicitan, otras maldicen a nuestro paso, supongo que los que han perdido una mayor cantidad de dinero. Ranma serpentea entre la gente y yo no le pierdo de vista por nada del mundo. Finalmente llegamos a un pasillo lleno de personas, pero no me fijo en ninguna de ellas, Ranma parece estar de mal humor porque las expulsa sin modales y alcanza una puerta por la que me hace entrar.

—Siéntate —indica un sofá viejo, pero más que sentarme me derrumbo sobre él, con las piernas colgando por un extremo y con la cabeza dándome vueltas. Pasar del barullo a un lugar en relativo silencio me hace entender lo que me acaba de ocurrir, lo que acabo de hacer.

Ranma se agacha a mi lado y me pone hielo en la cara con delicadeza, con más cuidado del que muestra nadie conmigo, y su gesto es definitivamente una mezcla de perplejidad y preocupación, de hecho ambas expresiones se alternan en su rostro de forma absolutamente cómica.

—Estoy bien, en serio —intento tranquilizarlo.

—Después de mi primera pelea no pude moverme en tres días —dice como si me estuviera explicando una lección importante, yo intento restarle importancia.

—Solo necesito un momento y unos analgésicos —digo cerrando los ojos, intentando superar el mareo y el cansancio.

La puerta se abre de golpe y por ella aparece un hombre alto y alarmantemente cabreado.

—¡Ve inmediatamente a ver al médico y que te suture esa herida!

—Es un rasguño, luego iré —se queja Ranma dejando de prestarme atención.

—Ahora, Ranma. Lo digo en serio.

—Dile a ese matasanos que venga aquí, para algo le pagan —vuelve a protestar girándose hacia mí, yo agarro el hielo y me lo sostengo sobre la mejilla.

—Yo me quedo con la chica si eso te deja más tranquilo.

—No, eso me preocupa aún más.

—Tiene razón, sigues sangrando —Me meto donde no me llaman, lo sé, pero ambos hombres paran de discutir solo para observarme.

—Deja de ser cabezota, va a empezar el tercer combate, deberías estar allí antes de que tengan que recoger con cucharilla a otro tipo y te toque esperar.

—Mierda… —Ranma se levanta, agarra un paquete de gasas y se las aprieta en el costado, me mira desde su altura y yo intento incorporarme un poco para que deje de estar preocupado—. Vuelvo enseguida —dice infinitamente serio, después se gira hacia el otro hombre—. Si aparece el viejo retenlo, tengo que hablar con él.

—Descuida.

Me dirige una última y afectada mirada antes de salir de la pequeña habitación, y me quedo sola con el otro tipo. Me observa con cautela mientras abre una pequeña nevera y me tiende una botella de agua, la cual procedo a beberme casi del tirón, quitándome el sabor a sangre de la boca.

—Despacio —Se sonríe—. Hay un baño con ducha al fondo por si quieres…

—Gracias, quizás más tarde, cuando tenga mi dinero.

—Tarô suele venir al final de la noche y reparte una parte proporcional de las apuestas con el ganador. Asciende a un cinco por ciento del total apostado en su combate, nada mal ¿no crees?

—No es como si supiera cómo funciona este lugar… —comento intentando permanecer más o menos perpendicular al sofá. Ahora que la adrenalina abandona mi cuerpo empiezo a estar muy, muy cansada.

—¿Cómo has acabado aquí? ¿Y de qué conoces a mi hermano?

Pestañeo, ¿son hermanos? No se parecen.

—No le conozco mucho, sólo me acompañó a casa una vez —digo repentinamente incómoda, jugueteando con la botella entre las manos.

—Por casualidad no trabajarás en un restaurante…

—¿Cómo lo sabes?

El tipo comienza a reírse como un desquiciado y cuando termina yo sigo sin entender el chiste. Me mira aún más interesado y después va a buscar un botiquín y lo deja en el sofá, a mi lado.

—Véndate el brazo y las costillas, mañana te arderán como el infierno.

—Mañana es el día de más trabajo en el restaurante —rezongo mientras abro el botiquín y encuentro un bote de analgésicos, sin pedir permiso me meto uno en la boca y lo trago.

Él me mira como si tuviera monos en la cara, se cruza de brazos y se aclara la garganta.

—Me quedaré fuera vigilando, por si quieres darte una ducha o vendarte. Lo que necesites solo tienes que decírmelo.

Asiento agradecida. Sale por la puerta y yo suspiro cuando me quedo sola al fin. Empiezo a retirarme las vendas de las manos y siento los nudillos al rojo, temblando y abiertos, los limpio con desinfectante y vuelvo a vendarlos, esta vez mucho más flojos, de forma superficial.

Voy al baño y allí me miro al espejo.

Oh dios. Es realmente malo. Me lavo la cara y reviso los golpes, me levanto la camiseta y hago lo que me ha dicho ese chico, me vendo las costillas, el golpe en el brazo y también una rodilla.

Después regreso al sofá donde termino de beber lo que resta de la botella de agua, por suerte el analgésico parece que comienza a hacer efecto. Me hago un ovillo y apoyo la cabeza en mis propias manos. Estoy agotada como nunca en mi vida. No me gusta bajar la guardia, y menos en este lugar, pero siento que es algo irresistible, muy superior a mis fuerzas.

Me duermo en cuestión de segundos.

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Cuando despierto hay una pelea. Abro los ojos de forma pesada ante los gritos y protestas, me incorporo apenas entendiendo que me he quedado profundamente dormida en el sofá del vestuario. Observo atontada una discusión que está teniendo lugar ante mis propias narices, de hecho, no sé cómo no me han despertado antes.

—¡Maldito vejestorio avaro! ¡Ha sido una temeridad! —grita Ranma mientras agarra del cuello al abuelo, el otro chico, el que ha dicho que era su hermano intenta que le suelte, pero no parece tener mucho éxito.

—¡Aún no entiendo de qué te quejas! ¡Tú empezaste igual! —dice el abuelo retorciéndose y mirándole amenazador.

—¡No es lo mismo! ¡Yo ya había combatido antes!

—Ranma, cálmate —Le ruega su hermano.

—¿¡Es que no tienes ojos en la cara!? ¡Ella también había combatido! —Happosai consigue soltarse del fuerte agarre de Ranma, quien no parece dispuesto a dejarlo estar.

—¡Podría haber muerto! —grita.

—¡Ha ganado! —responde él.

Creo que es el momento de que dé mi opinión al respecto.

—Yo quería pelear —jadeo poniéndome temblorosamente en pie, y en ese momento siento que algo resbala por mi cuerpo, veo su chaqueta roja hacerse un gurruño en el suelo y solo entonces me percato del detalle. Me la había puesto sobre los hombros.

Observo apabullada el simple gesto, el cuidado, la atención. Pestañeo e intento centrarme en la discusión.

—Vine de forma voluntaria —repito mientras recojo la prenda y se la tiendo al hombre salvaje que tengo enfrente, con su cabello negro alborotado y ya sin restos de sangre en su cara, solo un montón de tiritas.

Él me mira y parece suavizar su enfado solo un instante antes de volver a incrustar los ojos en el abuelo y apuntarle con un dedo firme y amenazador.

—No le vuelvas a comer la cabeza con tus promesas de mierda, viejo. Esta ha sido la primera y última vez.

—¿Decides por ella? —dice Happosai cruzándose de brazos, y yo me apresuro a hacer otro tanto aún con la chaqueta en los brazos, disimulando un gesto de dolor.

—¿Desde cuándo decides por mí?

El otro chico parece estar pasándoselo mejor que en toda su vida, su mirada sobrevuela la acción con fervorosa atención.

Ranma suspira mientras se gira hacia mí con impaciencia. No tenemos tanta confianza para que me diga qué hacer o dónde estar, de hecho nadie me lo dice desde que cumplí los diecisiete años, y no voy a consentir que un gallito venga a cacarear a mi corral.

—Podrían haberte matado —dice queriendo hacer valer su punto, y yo alzo la barbilla orgullosa y dolorida.

—¿Y?

—Y que este no es un sitio en que debas estar, aunque sepas luchar. Hay personas mucho más peligrosas que esas dos gemelas, y a Tarô le encanta avivar las apuestas y tomar favoritos solo por el placer de verlos destruidos. Es un jodido sádico, y tú eres su perfecta víctima. No se lo pongas fácil, no le des ese gusto —concluye mientras se acerca en su portentosa altura, siento su respiración sobre mí, su sombra que me abarca, sus ojos fijos intentando que comprenda.

El problema es que lo entiendo perfectamente, pero estoy desesperada.

—Necesito el dinero —mascullo entre dientes.

—No vale la pena —responde.

—Pero tú sí luchas todas las semanas —debato sintiendo que empiezo a enfadarme con este chico, aprieto los puños intentando controlarme.

—No, no todas. Y no es lo mismo.

—¿Porque soy una mujer? —ataco mordaz, escucho silbar a su hermano a su espalda, y él arruga los labios como si estuviera degustando su propia bilis.

—Porque eres débil —concluye tan lleno de ira como yo.

Ambos nos miramos jadeantes, a punto explotar, y estoy tentada de demostrar cuán equivocado está cuando el resonar de unos zapatos buenos nos aleja de nuestra discusión. Alguien golpea la puerta abierta con los nudillos, denotando su presencia dentro de la habitación.

—¿Molesto a mis ganadores? —dice un hombre vestido con un exquisito traje gris de tela brillante y perfectamente planchado. Le sigue otro tipo grande con dos bolsas, que lanza de cualquier manera dentro de la estancia—. Vuestros honorarios de la noche, espero que lo disfrutéis con moderación. —sonríe encantado consigo mismo, y después sus ojos se fijan en mí, y la sonrisa se le ensancha hasta lo imposible—. Señorita Akane, un placer haberla tenido como invitada. Espero que vuelva a deleitarnos con su presencia, Happosai dice que es un buen fichaje, y mi ojeador nunca se equivoca.

Escucho gruñir al gigante que tengo de frente, y sus pies se mueven de forma suave, lo justo para ocultarme de la vista.

—Tarô —tritura su nombre con saña hasta escupirlo, si me había parecido peligroso antes, ahora siento que su cólera acaba de reventar. Supongo que él es el peligro del que trataba de advertirme. Doy un paso al lado para asomarme con curiosidad.

—Saotome… ¿Mousse te ha dado mucha guerra? Casi todo el mundo había apostado por ti, si hubieras tenido la decencia de perder ahora sería mucho más rico —dice en lo que supongo es una burda forma de soliviantar aún más los ánimos del luchador, pero Ranma solo aprieta la mandíbula y le reta con todo su ser.

—No tendrás tanta suerte.

—De momento —tararea, como si realmente fuera cuestión de tiempo que Ranma perdiera, como si quisiera verlo caer—. Me retiro ya, hacedme saber cuando queráis combatir de nuevo.

—¡Ella no combate más, Tarô! Déjala al margen —ruge, y yo termino de asomarme pasmada, me tiembla la mandíbula, la indignación de que hable por mí se une a un revoltijo extraño en la boca del estómago. Quiere protegerme, y me encantaría regocijarme en la sensación que eso me produce, pero él no entiende que tengo algo que hacer.

—Volveré —digo saliendo de la sombra del luchador, y Ranma me mira con el peligro bailando en sus iris, con todo su ser chillando que me calle.

—No tenía dudas —Responde Tarô, y me mira sólo a mí antes de guiñar un ojo y salir por donde había venido, seguido de su guardaespaldas.

El silencio cruje y se expande en el pequeño vestuario, y me siento ligeramente enferma al pensar cuánto ha intentado alejarme de aquí, y cómo ha fracasado. Su boca está torcida, sus cejas demasiado juntas, respira pesado.

—Bueno guapa, hora de contar tu dinero —dice Happosai lanzándome una de las bolsas, y solo entonces olvido de forma temporal al terrible guerrero que quiere estrangularme y abro la cremallera, esperando mi botín. Lo miro y no entiendo la absurda cantidad de manojos de billetes.

—Aquí… ¿Cuánto hay? —pregunto mientras me tiemblan las piernas.

—Tres millones —responde el abuelo con una pérfida sonrisa—. Yo no miento, chica.

—¿Tres… millones?

Le miro atónita y siento la garganta tan seca que no puedo ni tragar saliva. Ranma sin embargo no parece prestar la más mínima atención a su dinero.

—Bien, si quieres morir no puedo impedirlo —escucho su voz fría como un témpano, distante, no me mira, no mira a nadie mientras se mantiene como una maldita columna, firme en mitad de la habitación. Cierro la bolsa y la abrazo con manos temblorosas, sintiéndome expuesta de una manera desconocida.

Supongo que le debo una explicación. O al menos una disculpa.

—Escucha…

—¡No, escucha tú! —se gira rapidísimo hacia mí, y de nuevo siento cómo ese enfado que estaba aguantando sale a borbotones por su boca, da un par de pasos hasta arrinconarme, de regreso al maldito sofá—. ¡Te harán daño! ¡Te dejarán medio muerta! Y si aún sigues regresando a por más dinero acabarás vendida a la mafia china en algún lugar en el que no pueda encontrarte nadie de tu familia. ¡No deberías haber entrado por esa puerta!

Me encojo al verle tan alterado, por hablarme de esa forma, por estar tan fuera de sí mismo, pero eso ocurre antes de que mi orgullo y cabezonería salgan al rescate.

—¡Puedo ganar!

—Tarde o temprano perderás —rumia severo, como si en el futuro que vislumbra no hubiera hueco para la incertidumbre.

—Pues si tanto te preocupa, entrénala —suelta el abuelo en mitad de nuestra acalorada discusión. Ambos nos giramos para verlo, pasmados por la ocurrencia, y en mí brota algo nuevo y esperanzador, un diminuto copo de alegría al pensar que alguien como él me tome como discípula.

El anciano parece cansado y estira la espalda, se enciende la pipa y le da una calada.

—Yo me voy a la cama, estos viejos huesos ya han visto suficientes batallas por un día. El resto tendréis que librarlas sin mi ayuda —Se gira un instante antes de salir por la puerta—. Akane-chan, ha sido un placer. Te veo otro día, seguro que aprendes trucos nuevos.

Y nos deja con el supuesto hermano de Ranma, los tres atónitos, con la sugerencia aún flotando en el aire. Ranma resopla incrédulo mientras yo le miro ceñuda, con mi bolsa y su chaqueta entre las manos, poco dispuesta a dejar ir ninguna de las dos cosas.

Se pasa una mano por la cara, se frota los ojos, gime y finalmente hunde los hombros.

—Empezamos el domingo —dice con la lengua lenta y los ánimos mucho más contenidos.

Entiendo un segundo demasiado tarde que acaba de aceptar el reto, y no solo eso, me lo está lanzando de vuelta.

—P-pero el domingo ayudo en el mercado.

—Pues ya no, esto es más importante, ¿de acuerdo?

No puedo más que asentir, después coge su bolsa y me observa como si acabara de perdonarme la vida.

—Te acompaño a casa.

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Intento no cojear, y lo hago con todas mis fuerzas. El vendaje en la rodilla no es lo que más me duele, pero con el peso de mi cuerpo apoyándose durante el trayecto siento que en algún momento necesitaré sentarme, quizás más pronto que tarde.

Ranma camina recto y amenazante, con las manos en los bolsillos, callado como una tumba.

Yo me mantengo a unos prudenciales dos metros por detrás de él, aún con mi bolsa fuertemente agarrada junto a mi pecho, siento el dinero quemar, nunca he tenido tanto encima. Y no es como si corriera peligro, no al menos con la compañía que tengo. Ranma es por sí mismo lo suficientemente apabullante para que a nadie se le ocurra acercarse ni por equivocación.

Mi casa no está cerca y creo que deberíamos al menos subir a un autobús, pero no me atrevo a interrumpir su circunscrito silencio para comentarlo. Sé que está enfadado conmigo, aunque tampoco es como si tuviera motivos reales más allá de que he decidido no seguir sus consejos.

La rodilla arde, de verdad necesito un medio de transporte, me detengo y el no escuchar mis pasos tras él hace que se gire lentamente, cansado.

—El autobús nos ahorraría una hora de camino —señalo hacia atrás, al giro de una calle que quedaba a nuestra izquierda.

El guerrero se encoge de hombros y regresa sobre sus pasos, toma la calle y se detiene en la parada de autobús. Yo consulto los horarios en el teléfono y suelto un contenido suspiro cuando tomo asiento en el banco bajo la marquesina y estiro la pierna vendada.

Esto es absurdo, con tanto dinero podría permitirme hasta un pequeño lujo como un taxi. Aún así me contengo porque necesito cada mísero yen.

De nuevo callado y cruzado de brazos mira hacia los lados de la calle, más parece mi guardaespaldas que un simple acompañante.

El autobús no tarda en llegar y él espera a que yo monte primero antes de abordarlo, como si quisiera vigilarme o simplemente como haría un caballero, no lo tengo claro. Nos colocamos al fondo, Ranma también expira un pequeño suspiro cuando se sienta y estira las piernas, que llegan hasta el asiento de delante. Me pregunto si tiene dificultades para acomodarse en los aviones con esas piernas tan largas.

—Gracias por ayudarme durante el combate —inicio una conversación e intento que fluya de manera amistosa—. Tus consejos fueron muy útiles.

Me mira de soslayo con esos ojos azules e imposibles. No sonríe, solo hace un gesto desdeñoso. Ahora echo en falta cuando se mostraba tímido y curioso.

—Luchas bien —admite, y no lo hace a regañadientes, lo dice en serio. Su reconocimiento acelera mi corazón y hace que una pequeña sonrisa ascienda hasta mis labios, lo siento como otra victoria más.

—Gracias, tú… tú eres increible —Me escucho decir de manera vergonzosa, como si acabara de convertirme en su fan acérrima después de esa exhibición. Enrojezco, me aclaro la garganta, y esta vez sí, consigo que vuelva a sonreír.

Me mira interesado, complacido por el halago: Es un vanidoso.

—Aún así, no lucho todas las semanas, normalmente mi hermano y yo participamos una vez al mes y eso nos da para los gastos.

Asiento, entendiendo la situación. Si yo he ganado tres millones en una noche, no quiero imaginar cuánto dinero lleva él a sus espaldas. Este chico es un misterio, no parece rico ni tampoco desesperado, simplemente se muestra indiferente ante su suerte. Creo que lo envidio por eso.

—¿Tú también has ganado tanto? —pregunto sin poder evitarlo, Ranma mira alrededor, queriendo cerciorarse de que efectivamente nadie nos presta atención ni escucha nuestra conversación.

—No, todo el mundo apuesta por mí, por lo que las ganancias de Tarô en mis combates son escasas. Por eso está deseando que pierda, empiezo a ser una cara demasiado habitual dentro de la poza.

—Entonces esto no es lo habitual —digo intentando entender el funcionamiento de este nuevo mundo, Ranma niega.

—Cuanto mejor eres más posibilidades tienes de ganar, por lo que las apuestas siempre van a tu favor. Solo ganas buen dinero cuando te enfrentas a alguien realmente bueno, o en tu caso esta primera vez. Es el mejor dinero que vas a ver, por eso deberías agarrarlo y no volver jamás, antes de que te hagan daño de verdad.

—Pero tú sigues peleando… —digo, él suspira y se mete las manos en los bolsillos.

—Me paga las facturas, y tampoco es como si supiera hacer otra cosa.

El autobús llega a la parada cercana a mi casa, insisto para que no se moleste en acompañarme, pero él dice que no me piensa dejar sola, y menos con tres millones de yens metidos dentro de un bolso.

La noche es fría y silenciosa, me arrebujo en mi machacado abrigo mientras Ranma se detiene un momento en un combini. Echo cuentas con los dedos. Tres millones, es más de lo que hago en un año en la cafetería, sin contar trabajos extras ni domingos en el mercado. Es una maldita fortuna, pero no es ni mucho menos suficiente.

Necesitaría cuarenta noches como esta para poder pagar a Kuno, pero indudablemente es un buen empujón.

Ranma sale del combini con una bolsa en la mano y cara de suficiencia. Me tiende un bocadillo de huevo y tonkatsu, yo le observo pasmada.

—No me digas que no tienes hambre, seguro que con los nervios ni siquiera has podido comer.

Y no le falta razón, lo tomo de su mano con un agradecimiento y de camino a la pensión me lo como de tres bocados, él me mira mientras mastica el suyo con bastante más parsimonia. Debo haberle parecido una maldita hambrienta. Vuelve a rebuscar en la bolsa y me tiende una bola de arroz rellena de atún, enrojezco y me muerdo el labio inferior.

—Come —insiste—. O no se te curarán los golpes.

Muerta de la vergüenza acepto y esta vez tengo el decoro de comérmelo como una dama, a bocados pequeños pero escandalósamente rápidos.

Él se sonríe y parece tremendamente satisfecho consigo mismo por primera vez desde que nos encontramos en el local de pelea. Se termina su bocadillo y vuelve a meter la mano en la maldita bolsa, le veo capaz de sacar cualquier cosa de ahí dentro.

—Supongo que te lo has ganado —dice poniéndome en la mano un helado. Es un polo como los que toman los niños, de hielo picado con sabor a limón. Inmediatamente me invaden recuerdos de la infancia, de tardes calurosas con mis hermanas debajo del viejo porche de la casa comiendo sandía, y mi madre regalándonos esa misma golosina.

No voy a llorar por un helado.

Arrugo los labios en un mohín.

—¿No te gusta? Si no lo quieres me lo puedo comer yo —dice sacando otro igual de la bolsa, quitándole el papel y metiéndoselo en la boca de una.

Niego e igualmente le quito el papel y lo muerdo con deleite. Podría gemir de placer. El helado no solo está delicioso, si no que además me alivia con los golpes que me he llevado en la boca, debería haberlo sabido muchísimo antes.

Ranma camina a mi lado, ya no va delante con paso rígido, si no que se adapta a mí. Me está acompañando tal y como ha dicho que iba a hacer y eso me gusta, me enternece de una manera que ni yo misma alcanzo a explicar.

—Gracias —digo terminando de chupar el palo, él hace rato que lo lleva en la boca con gesto distraído. La pensión está delante de nosotros, pero antes señalo la casa de baños.

—Debe ser incómodo no tener bañera en casa —dice siguiéndome al interior, él también paga la entrada.

—Estoy acostumbrada —digo encogiéndome de hombros.

La señora Matsuri nos mira desconcertada ante la cantidad de golpes de nuestras caras, pero tiene la discreción de no decir nada. Me restriego el sudor y los restos de sangre, hoy no me meto en la bañera, con tantas heridas no me parece correcto, pero en contraposición me paso mucho rato bajo el agua de la ducha, dejándola resbalar por mi cuerpo mientras reviso los daños.

Cuando salgo él me está esperando, me acerco un poco y detecto el aroma del jabón en su piel. Parece relajado, nada que ver con el tipo cabreado con el que llevo lidiando toda la tarde. Tiene entre las manos una gran botella de té, la cual me tiende.

No voy a negar que tengo sed.

Le doy varios tragos antes de devolvérsela, pero me indica amablemente que me la puedo quedar. Llegamos hasta mi alojamiento, la pequeña pensión en la que alquilo una habitación donde cabe toda mi vida.

—El domingo a las seis vendré a buscarte para empezar a entrenar.

—Suelo salir a correr a esas horas —respondo rápidamente.

—Lo sé —contesta con una sonrisa taimada.

—¿Qué significa eso? ¿Me has estado espiando?

Y por toda respuesta tengo una risotada mientras se vuelve y se marcha. Me quedo unos instantes mirando su figura mientras se aleja por la solitaria calle.

¿Cuántas cosas me ha dado hoy?¿Y cuántas ha recibido a cambio?

Aprieto la botella de té entre las manos. Tengo tres millones de yens y la promesa de ganar aún más dinero. He dejado uno de mis trabajos, me he peleado a muerte en un ring, y he vencido.

He tomado helado con un chico.

Juraría que es el mejor viernes de mi vida.

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¡Hola de nuevo!

Para la experiencia completa con todas las preciosas ilustraciones, por favor visitad:

w w w . debt love fight . com (uniendo los espacios)

Gracias por todo el amor y los comentarios!

NOTA: ¡AAAH! ¿Vieron? Tuvimos a una ilustradora invitada para este capítulo ¡Nos encantó todo su arte❤️! Muchas gracias Shojoranko por colaborar con nosotras en este capítulo. AMAMOS sus fanfictions y sus fanarts de RanAkane. Pasen a visitar sus redes X y FF

NOTA DE LA AUTORA:

Hace tiempo que escribí este capítulo. Para la primera pelea de Akane elegí a las gemelas Pink y Link, aunque en el manga original no aparecen hasta los últimos volúmenes. Son dos personajes complementarios y con una función cómica muy marcada, siento si en este fic no les he hecho suficiente justicia, pero necesitaba un reto para nuestra chica y pensé: ¿qué mejor que un 2×1?

Quizás lo que más he disfrutado son las escenas en las que Ranma interviene, el chico es demasiado tierno con ella y como bien dice el título, si uno se lo propone siempre hay tiempo para un helado.

Como siempre, dar las gracias a mis betas Lucita-chan y SakuraSaotome por invertir parte de su tiempo en corregir este texto, últimamente les estoy dando demasiado trabajo, tendré que compensarlas.

También quiero agradecer a Shojoranko por su maravillosa colaboración en el capítulo con sus hermosas ilustraciones, ¡están llenas de color y de energía! Ha hecho un trabajo impecable y ojalá nos siga sorprendiendo con su precioso arte en el futuro. ¡Gracias, gracias, gracias!

El arte de Isa como siempre es demasiado bonito, me hace desear haber incluido escenas más románticas, ¡pero debo ser fuerte por el bien de la trama!

Gracias a todos por los hermosos comentarios. Besos.

Lum

NOTA DE LA ILUSTRADORA:

Ah, me atrasé… Lum es tan rápida escribiendo y yo tan lenta dibujando. Espero les hayan gustado las ilustraciones de este capítulo. ¡La colaboración de Shojo fue lo mejor! Me encantó ver su interpretación de las escenas.

¿Qué opinan del capítulo? Nuestra niña está feliz, a pesar de la golpiza que le dieron… está feliz. Y Ranma tan… preocupado y guapo JAJAJA lo amo.

Que por cierto Shojo es una de mis autoras favoritas de Rankane, vayan a leer TODO DE ELLA, pero sobre todo Hijos del Jade, dios, quiero compartir el trauma ¡Traumense conmigo! Se ponen de fondo la de: If the world was ending I'd wanna be next to you! Y entran en modo depresivo (para los que les gusta sufrir cuando leen como yop)

Espero nos dejen sus bonitos comentarios y nos vemos el próximo capítulo.

Isa