Este fanfiction está inspirado en Inuyasha, obra original de Rumiko Takahashi. Los personajes, nombres y elementos del universo de Inuyasha no me pertenecen; todos los derechos son de sus respectivos creadores. Esta historia es una obra de ficción sin fines de lucro, escrita con el propósito de entretenimiento y sin intención de infringir derechos de autor
Capítulo 1
Kagome se encontraba en medio de un bello jardín de flores. Los pétalos de cerezos flotaban suavemente con la brisa, el aroma dulce impregnaba el aire y la calidez del sol acariciaba su piel. Sonrió, sintiéndose en paz por primera vez en mucho tiempo.
Pero la ilusión se rompió en un instante.
—¡Dra. Higurashi! —La voz de una de las enfermeras la sacó abruptamente de su ensoñación.
Abrió los ojos de golpe. Frente a ella, las luces frías del hospital y el sonido intermitente de monitores le recordaron la realidad. Un suspiro cansado escapó de sus labios. Había caído dormida en la sala de descanso por unos minutos, pero no podía permitirse más tiempo de inactividad.
Se enderezó en la silla y miró el reloj: llevaba 23 horas de turno sin parar. Últimamente, esa era su rutina. Si quería conseguir el puesto de jefa de departamento, tenía que demostrar que nadie trabajaba más duro que ella. Su único rival era Naraku Onigumo, un doctor que solo parecía interesado en el prestigio y el dinero, y Kagome no estaba dispuesta a dejar que alguien así obtuviera el cargo.
El sonido de su celular vibrando en la mesa la hizo parpadear. Era su amiga, Sango.
—Kagome, dime que no te has olvidado de nuestra cita doble —dijo Sango sin rodeos.
Kagome masajeó su sien.
—¿Cita doble…?
—¡Lo sabía! —Sango suspiró—. Te lo recordé tres veces. A las siete de la noche, en el restaurante. Te lo dije, estoy empezando a salir con alguien y él tiene un amigo que hace siglos no tiene una cita. Solo quiero que vengas, charles un poco y la pases bien. No todo en la vida es el hospital, Kagome.
—Sango, he estado en turno todo el día…
—Precisamente por eso. Necesitas una pausa. Vamos, no te va a matar salir a cenar una vez en tu vida.
Kagome suspiró de nuevo. Sabía que Sango tenía razón. Su vida últimamente se resumía al hospital, los pacientes y sus reportes. Aceptar la cita no significaba nada serio, solo una distracción de su agotadora rutina.
—Está bien, está bien —cedió—. Solo prométeme que este tipo no será un idiota.
—No puedo prometerte eso, porque no lo conozco—bromeó Sango antes de colgar.
Kagome sonrió con cansancio y revisó la hora. Ya iba tarde. Se apresuró a cambiarse, pero antes de salir, uno de sus compañeros la detuvo con una consulta de último momento sobre un paciente. No podía negarse.
Para cuando por fin salió del hospital, la noche había caído sobre Tokio. Una densa lluvia golpeaba las calles iluminadas por las luces neón. Kagome subió a su auto, encendió la calefacción y arrancó.
La ciudad brillaba con reflejos dorados sobre el asfalto mojado. Manejaba por una calle estrecha, su mente todavía atrapada en los eventos del día. Exhaló, intentando despejarse.
Tal vez Sango tenga razón… pensó. Tal vez necesito dejar de lado el hospital por una noche.
Extendió la mano para cambiar la estación de la radio.
Solo le tomó un segundo.
Un instante de distracción.
Cuando levantó la vista, lo último que vio fueron dos luces cegadoras dirigiéndose directamente hacia ella.
El impacto fue inmediato.
Todo se volvió un torbellino de sonido, cristales rotos y el grito ahogado que jamás logró salir de su garganta.
Kaede sentía que iba a perder la paciencia.
Habían visto más de una docena de departamentos y ninguno le había gustado a Inuyasha. Lo peor no era eso. No se molestaba en revisar la zona, ni las habitaciones, ni los acabados. No preguntaba sobre las amenidades ni sobre la seguridad del edificio. No le importaba el número de recámaras, el tamaño de la cocina o la iluminación natural.
Solo hacía una cosa.
Se sentaba en el sillón principal de la sala y lo "cataba". Se reclinaba, lo palpaba, se acomodaba con gesto pensativo y luego decía: "No, este no es".
Kaede, que había trabajado con muchos clientes exigentes, nunca había conocido a alguien con semejante criterio de selección.
Salían de un edificio lujoso, ubicado en una de las mejores zonas de Tokio, cuando una hoja de papel se pegó a la pierna de Inuyasha.
Molesto, se la quitó de encima con un manotazo y siguió caminando, escuchando a Kaede intentar razonar con él.
—Inuyasha, deberías pensar en el valor de la propiedad a largo plazo. O al menos en el tamaño. Si sigues buscando basándote solo en el maldito sillón, podríamos tardar años en encontrar…
Una ráfaga de viento hizo que la hoja de papel regresara y esta vez se le pegó al pecho.
Frunció el ceño, arrancándosela con fastidio.
—¡¿Qué demonios…?!
La tiró al suelo sin mirar. Pero un tercer golpe lo hizo detenerse en seco.
Esta vez, la hoja se estampó directamente en su cara.
Se quedó congelado un segundo, sintiendo el crujido del papel contra su nariz.
Kaede apretó los labios para no soltar una carcajada.
—Creo que el destino te está tratando de decir algo —comentó con ironía.
Resignado, Inuyasha tomó la hoja con brusquedad, a punto de arrugarla, cuando algo en las letras captó su atención.
"Departamento en renta."
Era justo frente al edificio de lujo que acababan de ver, pero en un lugar mucho más discreto. Un pequeño edificio de dos pisos, con pocas unidades y un diseño pintoresco. Nada ostentoso, pero acogedor.
Sin decir palabra, extendió la hoja a Kaede.
—Haz unas llamadas —le dijo.
Kaede lo miró con sospecha.
—¿Ahora sí te interesa algo que no sea un sillón?
—Solo llama.
Ella suspiró, pero sacó su teléfono mientras cruzaban la calle hacia el edificio. Minutos después, un conserje les abría la puerta del departamento disponible.
Inuyasha entró y, por primera vez en todo el día, no sintió la necesidad inmediata de salir corriendo.
El lugar estaba completamente amueblado. Había algo en la disposición de los muebles, la luz que entraba por las ventanas, los pequeños detalles en la decoración, que le hacían sentir… cómodo.
No era un departamento lujoso ni grande, pero tenía una calidez extraña.
Subió unas escaleras y se encontró con una pequeña azotea. No era nada especial, el suelo de concreto estaba vacío y sin gracia, pero algo en ella le hizo imaginar que ahí debería haber un jardín. Desde ese punto, podía ver los edificios altos de la ciudad en la distancia, con sus luces parpadeando como estrellas artificiales.
Regresó a la sala y, con el mismo ritual de siempre, probó el sillón.
Se hundió en él y cerró los ojos por un instante.
Sí. Este era.
Kaede colgó su llamada y cruzó los brazos.
—Ya entiendo por qué este lugar no se ha rentado —dijo—. Es una renta mes a mes. No te aseguran por cuánto tiempo podrás quedarte.
Inuyasha abrió los ojos, mirándola con indiferencia.
—Me gusta el sillón.
Kaede parpadeó.
—¿Me estás diciendo que…?
—Sí. Este es el que quiero rentar.
Ella lo observó como si le hubiera crecido otra cabeza.
—Después de semanas de búsqueda, de rechazar penthouses, departamentos de lujo, lofts con vistas panorámicas… ¿quieres este solo porque el sillón te gusta?
Inuyasha se encogió de hombros.
—Es un buen sillón.
Kaede exhaló y se masajeó el entrecejo.
—Voy a tener que empezar a beber después de trabajar contigo.
Inuyasha se había mudado al departamento… pero en realidad parecía que se había mudado al sillón.
Pasaba la mayor parte del día ahí, con una cerveza en la mano, viendo televisión sin mucho interés. A veces fútbol, otras veces cualquier programa que no requiriera demasiado esfuerzo mental. Se levantaba tarde, se duchaba rápido, y después de eso su único destino era el sillón.
El departamento, que al principio tenía ese aire hogareño, ahora parecía más bien un refugio de soltero descuidado. Cajas de comida chatarra vacías se amontonaban en la mesa de centro, junto a latas de cerveza apiladas en equilibrio precario. En la cocina, el fregadero estaba lleno de platos y vasos usados que no se había molestado en lavar.
De vez en cuando, cuando creía que nadie lo veía—aunque en realidad nadie lo hacía—, ponía un video en su teléfono.
En la pantalla, una mujer de cabello azabache sonreía con dulzura, vestida de blanco, con flores a su alrededor. Se oían risas, murmullos de felicidad, un brindis.
Inuyasha solo observaba, con una expresión sombría, y sin darse cuenta, esbozaba una sonrisa triste de vuelta. Pero nunca terminaba el video. Antes de que llegara al final, apagaba la pantalla y suspiraba pesadamente.
Así se le iban los días, hasta que finalmente el cansancio lo obligaba a irse a dormir a la habitación.
Esa noche, después de terminar su última cerveza, se levantó con pereza y se dirigió al refrigerador por otra.
Lo abrió y sacó una lata fría. Un sonido seco resonó cuando la destapó. Regresó al sillón, pero a medio camino, algo lo hizo detenerse en seco.
Había alguien ahí. Una mujer. Se le heló la sangre cuando ella giró la cabeza hacia él y soltó un grito.
—¡AAAAH!
—¡AAAAH! —gritó él también, instintivamente.
La mujer, con expresión de terror, se apartó del sofá y levantó las manos en un gesto defensivo.
—¡Por favor, no me hagas daño! —suplicó, con la voz temblorosa—. ¡Llévate lo que necesites y vete!
Inuyasha parpadeó, confundido.
—¿¡Qué!? ¡Yo no estoy robando nada!
La mujer lo miró con recelo, aún temblando.
—Mira… hay un refugio no muy lejos de aquí —dijo, tratando de sonar calmada—. Te puedo dar algo de dinero para comida, pero… por favor, solo vete.
Inuyasha sintió que una vena le palpitaba en la sien.
—¡¿Refugio?! ¡No soy un maldito vagabundo!
Ella frunció el ceño.
—Entonces… ¿qué estás haciendo en mi casa?
—¿Tu casa? —repitió él, incrédulo—. ¡No, no, no! Yo vivo aquí. Yo renté este departamento.
—¡Eso no puede ser posible porque yo renté este departamento!
Hubo un silencio tenso. Inuyasha chasqueó la lengua.
—Ya entiendo qué está pasando… —dijo, cruzándose de brazos—. Esto es una estafa. Hay gente que renta el mismo lugar a varias personas y se queda con los depósitos.
La mujer bufó.
—Eso no tiene sentido. Si eso fuera cierto, ¿por qué todas las cosas aquí son mías? —Se giró y extendió la mano, señalando los muebles con determinación—. Ese es mi sofá. Esa es mi mesa.
Pero cuando miró la mesa, sus ojos se abrieron de par en par. Un aro de agua se había marcado en la madera. Inuyasha siguió su mirada y sintió un escalofrío. La mujer inhaló profundamente, sus labios temblaban de indignación.
—¡¿Alguna vez has escuchado sobre los posavasos?!
Inuyasha carraspeó, sintiéndose como un niño regañado.
—Ehh…
—¡¿Y qué es esto?! —exclamó, señalando las bolsas vacías de comida chatarra y las latas de cerveza desparramadas por la sala—. ¡¿No sabes lo que es un bote de basura?!
Inuyasha abrió la boca para responder, pero no encontró palabras. Ella le clavó la mirada, los brazos cruzados con firmeza.
—No me importa quién seas —dijo con voz de mando—. Vas a limpiar todo esto.
Por un momento, Inuyasha se quedó mirándola con incredulidad. Era hermosa, pero tenía una presencia imponente. No se veía como alguien a quien le gustara recibir un "no" por respuesta. Él parpadeó un par de veces, aún tratando de procesar la situación. Ella, impaciente, giró sobre sus talones y se dirigió a la cocina.
—¡Espera un segundo! —exclamó Inuyasha, siguiéndola.
Pero cuando cruzó la puerta…
No había nadie.
La cocina estaba vacía. Se quedó de pie, helado, el corazón latiéndole con fuerza. Miró a su alrededor, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
—No puede ser… —murmuró.
Sin pensarlo dos veces, sacó su teléfono y marcó el número de su amigo.
—¿Miroku?
—Ey, Inuyasha, ¿qué pasa?
—Necesito verte ahora.
—¿Ahora? ¿Por qué?
Inuyasha vaciló, sin saber cómo explicar lo que acababa de pasar.
—Solo… ¿puedes verme en la cafetería de siempre en media hora?
—Seguro. Nos vemos ahí.
Inuyasha colgó y se quedó mirando la cocina vacía, su mente aún tratando de encontrar una explicación lógica. Pero no la había.
Lo que acababa de ver… no tenía sentido.
