Este fanfiction está inspirado en Inuyasha, obra original de Rumiko Takahashi. Los personajes, nombres y elementos del universo de Inuyasha no me pertenecen; todos los derechos son de sus respectivos creadores. Esta historia es una obra de ficción sin fines de lucro, escrita con el propósito de entretenimiento y sin intención de infringir derechos de autor

Capítulo 2

La cafetería tenía un ambiente cálido, con el murmullo constante de clientes conversando y el sonido del café sirviendo en las tazas. Inuyasha y Miroku tomaron asiento en una mesa junto a la ventana, ambos sosteniendo sus bebidas.

Miroku le dio un sorbo a su café y luego miró a Inuyasha con curiosidad.

—Bien, amigo, ¿por qué me llamaste tan de repente?

Inuyasha giró el vaso de su bebida entre las manos, incómodo.

—He estado… viendo a alguien.

Miroku arqueó una ceja y sonrió con interés.

—¡Finalmente!

Inuyasha lo miró con escepticismo.

—¿Piensas que eso es algo bueno?

—Absolutamente —respondió Miroku, dejando su taza sobre la mesa—. La última vez que intenté conseguirte una cita, la pobre chica terminó plantada porque nunca te apareciste. Es bueno que por fin hayas tomado la iniciativa con alguien por tu cuenta.

Inuyasha exhaló, mirando su bebida.

—No lo entiendes… estoy viendo a alguien que no está ahí.

Miroku ladeó la cabeza, pensativo.

—¿Quieres decir que es emocionalmente inaccesible?

Inuyasha lo miró fijamente sin decir nada.

Miroku entrecerró los ojos, luego, con un destello de comprensión, chasqueó los dedos.

—¡Ohhh! —asintió lentamente—. ¿Dices que es una alucinación?

Sin perder tiempo, sacó de su saco un pequeño cuaderno de notas y una pluma, lo que hizo que Inuyasha frunciera el ceño.

—La vi en mi departamento —dijo Inuyasha con firmeza.

Miroku, sin levantar la vista de su cuaderno, preguntó:

—¿Es atractiva?

Inuyasha abrió la boca para protestar, pero su mente se desvió antes de poder hacerlo.

—Es… muy bella —admitió, olvidando por un momento que hablaba de una alucinación—. Cabello azabache, ojos grandes, marrones, muy expresivos. Un bello cuerpo…

Su voz se fue apagando cuando se dio cuenta de lo que estaba diciendo.

—Pero eso no es importante —se apresuró a añadir.

Miroku esbozó una sonrisa divertida mientras anotaba.

—Claro, claro… no es importante.

Inuyasha bufó y cruzó los brazos.

—Cuando la vi, apenas llevaba unas cervezas.

Miroku levantó la vista con suspicacia.

—¿Apenas?

—Sí —respondió Inuyasha, evasivo.

—No me mientas, así no puedo ayudarte.

Inuyasha apretó la mandíbula antes de ceder.

—Está bien, tal vez estaba… bastante borracho.

Miroku asintió, anotando.

—Ajá…

—¡Pero aun así no debería estar viendo a una mujer controladora paseándose por mi departamento!

Miroku alzó la ceja con diversión.

—¿Controladora?

—Sí. Apenas me vio, empezó a darme órdenes como si viviera ahí.

Miroku anotó algo más.

Inuyasha lo miró con desconfianza.

—¿Por qué estás escribiendo todo eso? Esto no es una maldita sesión.

Miroku le dedicó una sonrisa despreocupada.

—No te preocupes, no te cobraré. Para eso están los amigos.

Inuyasha rodó los ojos y se llevó la bebida a los labios.

—Pero si esto se pasa de dos horas… —añadió Miroku con tono pensativo.

Inuyasha bajó su vaso de golpe y solo pudo mascullar:

—Keh.

Miroku se rió.

—Es broma.

Inuyasha apoyó los codos en la mesa y exhaló, mirando su bebida.

—Tal vez debería dejar de beber.

Miroku negó con la cabeza.

—No. Toma, diviértete… pero hazlo con otras personas. El alcohol fue inventado para hacer a los hombres valientes y a las mujeres sueltas.

Inuyasha lo miró con incredulidad.

—¿Eso les dices a tus pacientes?

Miroku sonrió con aire travieso.

—No, eso es solo para ti.

Pero luego, su expresión se suavizó, volviéndose más seria.

—Escucha, Inuyasha. No es bueno que te encierres en tu propia mente. Eso no te traerá nada bueno.

Inuyasha no respondió, solo bajó la mirada.

Miroku apoyó los brazos sobre la mesa y lo miró con intensidad.

—Ya han pasado dos años —dijo en voz baja—. Deja de esconderte.

Inuyasha apretó la mandíbula y miró por la ventana. Afuera, las luces de la ciudad brillaban indiferentes a su tormento interno.

Pero no dijo nada.

Pasaron unos días e Inuyasha volvió a su rutina habitual.

Dormir, despertarse tarde, comer cualquier cosa que encontrara en la despensa, pasar el día en el sillón bebiendo y viendo televisión sin pensar demasiado. Cuando la noche llegaba, se arrastraba hasta la cama y caía dormido sin esfuerzo.

Sin embargo, esa noche fue diferente.

Estaba acostado, con la mirada fija en el techo, sintiendo cómo el sueño comenzaba a arrastrarlo lentamente a la inconsciencia. Sus párpados se cerraban pesados, y por un momento, sintió una paz extraña.

Hasta que la escuchó de nuevo.

—¡¿Estás loco o qué?!

Inuyasha abrió los ojos de golpe.

Kagome estaba parada al pie de su cama, con las manos en las caderas y una expresión de indignación absoluta.

—¿Qué demonios haces acostado en mi cama? —espetó, su mirada fulminándolo—. No quería hacer esto, pero me estás obligando. ¡Voy a llamar a la policía!

Inuyasha soltó un gruñido bajo, demasiado cansado para esto.

Sin decir una palabra, tomó la almohada y se la puso encima de la cabeza, como si eso pudiera hacerla desaparecer.

—No estás aquí… —murmuró con voz apagada bajo la almohada—. No eres real.

—¡¿Cómo que no soy real?! —Kagome cruzó los brazos, indignada—. ¿Entonces cómo es que sigo apareciendo en mi casa? Esto es más serio de lo que parece…

Inuyasha no contestó. No quería involucrarse en otra de sus absurdas discusiones con una mujer que, en teoría, no existía.

Pero Kagome no iba a dejarlo en paz.

—Voy a hacerte unas preguntas —dijo con firmeza—. Tu consumo de alcohol… ¿ha aumentado en los últimos días?

Desde debajo de la almohada, Inuyasha respondió con un gruñido:

—Sí…

—¿Has estado escuchando voces o viendo cosas que no parecen reales?

—De hecho, sí. —Su respuesta fue automática, su tono sarcástico—. Te veo a ti.

Kagome frunció el ceño pero continuó.

—¿Has buscado ayuda de un profesional recientemente?

Inuyasha se removió incómodo al recordar su conversación con Miroku.

—Oye… ¿me has estado espiando o qué?

—Lo que pasa es que has estado fantaseando con que rentaste mi departamento, cuando en realidad eres un intruso.

Inuyasha resopló, sin sacar la cabeza de la almohada.

—Claro… ahora soy un intruso en mi propio departamento.

Kagome ignoró su sarcasmo.

—Levanta la almohada —le ordenó.

—No quiero.

—Hazlo.

Algo en su tono lo hizo dudar.

Suspirando, retiró la almohada con desgana.

—Mira en la esquina —dijo Kagome, señalando la sábana con la barbilla—. Vas a ver una mancha roja.

Inuyasha entrecerró los ojos y bajó la mirada.

Ahí estaba.

Una pequeña mancha roja, como de vino seco, justo donde Kagome había dicho.

—Derramé un poco de vino ahí hace tiempo —explicó ella—. Nunca se quitó.

Inuyasha frunció el ceño.

—Eso no prueba nada.

—¿Ah, no? —Kagome lo miró con paciencia—. Esas sábanas las compré en una tienda del centro.

Señaló la mesita de noche junto a la cama.

—Y ahí estaba mi foto.

Inuyasha giró la cabeza hacia el lugar donde señalaba.

Solo había un espacio vacío.

—¿Qué hiciste con mi foto? —preguntó Kagome, su voz subiendo de tono.

—Yo no hice nada con tu estúpida foto.

Kagome apretó los puños.

—¿Sabes qué? Esto es suficiente. ¡Voy a llamar a la policía!

Se giró con decisión y caminó hacia la mesita de noche, donde había un teléfono fijo.

Inuyasha la observó con escepticismo mientras ella estiraba la mano para tomar el auricular.

Entonces, ocurrió.

Su mano atravesó el teléfono.

Kagome parpadeó. Volvió a intentarlo.

Nada.

Su mano seguía atravesando el objeto como si no estuviera ahí.

Inuyasha se sentó lentamente en la cama, sus ojos muy abiertos.

—¿Qué…? —murmuró.

Kagome también se quedó en silencio por un segundo.

Luego se giró hacia él con una expresión de furia.

—¡¿Qué le hiciste a mi teléfono?!

Inuyasha apenas podía procesar lo que acababa de ver.

—Yo… —Su garganta se sintió seca—. No hice nada.

Pero Kagome no le prestó atención.

—Voy a usar el de la cocina.

Se dio la vuelta y caminó decidida hacia la puerta del dormitorio. Inuyasha la siguió con la mirada…Hasta que notó algo. Mientras avanzaba, su figura se volvía más tenue. Paso a paso, comenzaba a desvanecerse, como si estuviera hecha de niebla disipándose en el aire. Inuyasha se quedó helado. Cuando llegó al umbral de la puerta, Kagome se giró una última vez. Pero ya no estaba ahí. Se había desvanecido por completo. El silencio que quedó en la habitación fue abrumador. Inuyasha se pasó una mano por la cara, sintiendo cómo su piel se erizaba.

—No puede ser… —susurró para sí mismo.

Esa noche no pudo dormir bien. Aunque Kagome no volvió a aparecer.