Este fanfiction está inspirado en Inuyasha, obra original de Rumiko Takahashi. Los personajes, nombres y elementos del universo de Inuyasha no me pertenecen; todos los derechos son de sus respectivos creadores. Esta historia es una obra de ficción sin fines de lucro, escrita con el propósito de entretenimiento y sin intención de infringir derechos de autor
Capítulo 3
Inuyasha estaba afuera de una librería esotérica, apoyado contra la pared mientras hablaba por teléfono con Kaede.
—¿Entonces? —preguntó con impaciencia—. ¿Averiguaste algo?
Kaede suspiró del otro lado de la línea.
—Hablé con la mujer con la que rentaste el departamento —dijo—. Pero no quiso darme muchas explicaciones.
—¿Por qué?
—Parecía… una tragedia —respondió Kaede en voz baja—. Algo pasó con la mujer que vivía ahí antes.
Inuyasha frunció el ceño.
—¿Qué clase de tragedia?
—No lo sé. Solo me dijo que no podía darme detalles y colgó.
Inuyasha apretó la mandíbula.
Colgó el teléfono y miró el letrero de la tienda frente a él.
"Misterios del Más Allá"
Había pasado varias veces por esa librería, pero nunca había tenido motivos para entrar. Ahora, sin embargo, su situación era diferente.
Se pasó una mano por el cabello con frustración.
No me estoy volviendo loco… pensó. Esa mujer… Kagome… es un fantasma.
Exhaló y, sin pensarlo más, empujó la puerta y entró.
Un tintineo de campanas anunció su llegada.
El aroma a incienso llenaba el aire, y los estantes estaban repletos de libros con títulos como Conexiones espirituales, Cómo reconocer presencias del otro lado y El más allá y sus secretos.
No tenía idea de por dónde empezar.
Se quedó de pie, observando las portadas, sintiéndose completamente fuera de lugar.
—¿Necesitas ayuda?
La voz lo hizo girarse.
Un joven pelirrojo de baja estatura, con una sonrisa astuta y ojos curiosos, se acercó. Llevaba una sudadera holgada y un collar con un pequeño dije de zorro.
—Soy Shippo —se presentó con confianza—. ¿Buscas algo en particular?
Inuyasha carraspeó y, por reflejo, negó con la cabeza.
—No, solo… echando un vistazo.
Shippo lo observó con escepticismo y bajó la mirada al libro que Inuyasha sostenía entre sus manos.
—Fantasmas y Apariciones: mitos y realidades —leyó en voz alta—. Eh… ese libro está desfasado.
Inuyasha arqueó una ceja.
—¿Desfasado?
—Sí, tiene teorías muy anticuadas. Aquí, prueba estos. —Shippo se giró hacia los estantes y comenzó a sacar libros rápidamente—. Comunicación con el más allá, Energías atrapadas en el mundo terrenal, Casas encantadas y cómo lidiar con ellas…
En cuestión de segundos, Inuyasha tenía los brazos llenos de libros.
—Oye, oye —protestó, tratando de equilibrarlos—. No quiero montar un altar, solo…
Shippo lo miró con una sonrisa divertida.
—No te preocupes, amigo. Nadie entra a esta tienda sin una razón.
Inuyasha suspiró, sin saber si eso le daba tranquilidad o lo inquietaba aún más. Pagó por algunos de los libros y salió de la tienda con más dudas que respuestas.
La noche había caído, y la luz parpadeante de una vela era la única iluminación en la sala.
Inuyasha estaba sentado en el sofá, sosteniendo un libro en una mano y la vela en la otra.
—Espíritu participa, espíritu aparecete, espíritu te invoco… —recitó en voz solemne.
Nada.
Sus ojos recorrieron la habitación en busca de cualquier señal, pero todo seguía igual.
Gruñó con frustración y volvió a intentarlo.
—Espíritu participa, espíritu aparecete, espíritu te invoco…
Nada otra vez.
Llevaba cinco intentos y Kagome no se había manifestado.
Suspiró y dejó el libro en la mesa.
Muy bien, esto no está funcionando… pensó. Necesito otra estrategia.
Fue al refrigerador y sacó una cerveza bien fría. La condensación cubría la lata en gotitas heladas mientras regresaba a la sala.
Se aclaró la garganta y, con voz alta y clara, anunció:
—Tengo en mis manos una cerveza que voy a beber… —hizo una pausa dramática—. Tiene mucha condensación… No usaré un posavasos para ponerla en la mesa.
El aire a su alrededor pareció cargarse con electricidad estática.
—¡Ni se te ocurra!
Inuyasha apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando Kagome apareció frente a él con el ceño fruncido, mirándolo como si estuviera a punto de matarlo.
Él parpadeó.
—No puede ser… —murmuró, sorprendido de que su idea hubiera funcionado.
Kagome cruzó los brazos.
—¿Qué demonios te pasa?
Inuyasha sonrió con satisfacción y dejó la cerveza en la mesa (pero sobre un posavasos, por si acaso).
—Necesitamos hablar.
Kagome lo miró con desconfianza.
—¿Hablar de qué?
Inuyasha exhaló, intentando sonar lo más empático posible.
—Dime, ¿no te has puesto a pensar que hay algo raro en la forma en la que han pasado tus días últimamente?
Kagome bufó con sarcasmo.
—Sí, claro, tengo a un vagabundo viviendo en mi casa.
Inuyasha abrió la boca para protestar, pero se detuvo a la mitad del reclamo.
No soy un vagabundo… pensó, pero decidió no perder tiempo en discutir eso.
En cambio, tomó aire y extendió una mano en un gesto conciliador.
—Mira, mejor empecemos de cero. —Se señaló a sí mismo—. Yo soy Inuyasha Taisho, ¿y tú eres…?
Kagome miró alrededor y sus ojos se posaron en la mesa de centro.
Ahí, entre los libros y la taza de té que Inuyasha aún no había lavado, había una taza blanca con un nombre escrito en ella.
Kagome.
Ella entrecerró los ojos y luego volvió a mirarlo.
—Soy Kagome —dijo con seguridad.
Inuyasha sonrió con ironía.
—No lo sabías. Lo acabas de leer en la taza.
Kagome frunció el ceño, ofendida.
—¡Por supuesto que sé mi propio nombre!
Inuyasha la observó con atención.
—Está bien, entonces dime… ¿cuándo fue la última vez que hablaste con alguien que no fuera yo?
Kagome abrió la boca, pero luego se detuvo.
Inuyasha avanzó un paso hacia ella, y ella, instintivamente, dio un paso hacia atrás.
—El otro día —dijo finalmente, aunque su tono no sonaba muy convencido.
—¿Y cuando no estoy aquí? —insistió Inuyasha—. ¿Qué más haces en tu día?
Kagome cruzó los brazos.
—Mucho más que tú, aparentemente.
—No te salgas del tema.
—¡No me estoy saliendo del tema!
—¿Te ha pasado algo dramático últimamente?
Kagome lo miró con una ceja arqueada.
—¿Cómo qué?
Inuyasha inclinó un poco la cabeza.
—No sé… algo como… morir.
El rostro de Kagome se transformó en una mezcla de enojo y desconcierto.
—¡No digas eso! —exclamó, indignada.
Inuyasha levantó las manos en señal de paz.
—Cálmate, solo quiero que pienses en lo que está pasando.
Se acercó con cautela y, sin pensarlo demasiado, intentó ponerle una mano en el hombro.
Pero su mano atravesó su cuerpo.
Como si no estuviera ahí.
Inuyasha sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Kagome, horrorizada, dio un paso atrás y se apartó bruscamente.
—¡No me toques, pervertido!
Inuyasha parpadeó.
—¡¿Qué?! ¡No estaba intentando nada raro!
Kagome respiró agitadamente, como si su mente estuviera procesando lo que acababa de suceder.
—Solo quiero ayudarte —dijo Inuyasha en voz baja—. Para que aceptes el hecho de que tú estás…
—¡No digas eso! —lo interrumpió Kagome, su voz temblorosa.
—Kagome… —Inuyasha la miró con seriedad—. Mira a tu alrededor. Si de verdad eres real, deberías ver una luz en algún lugar.
Señaló a su alrededor, esperando que ella notara algo, alguna señal.
—Camina hacia la luz, Kagome.
Pero Kagome no vio nada.
—No hay ninguna luz —susurró, con el ceño fruncido—. ¡Porque no estoy muerta!
Sin embargo, mientras hablaba, Inuyasha se dio cuenta de algo.
Kagome estaba parada en medio de la mesa del comedor.
Literalmente.
Su cuerpo atravesaba la madera como si no existiera.
Kagome bajó la mirada y, al notar su situación, abrió los ojos con horror.
—¿Qué… qué me está pasando? —susurró.
Inuyasha apretó los puños.
—¡Es porque estás muerta!
Kagome levantó la vista hacia él con furia.
—¡Deja de decir eso!
—¡Pero es la verdad!
—¡No me voy a ir! —gritó ella, con una determinación casi infantil, como si negarse a aceptarlo pudiera cambiar la realidad.
Inuyasha la miró fijamente.
Por primera vez, vio miedo en sus ojos.
Kagome no quería aceptar lo que estaba pasando.
Pero, tarde o temprano, tendría que hacerlo.
La noche envolvía la ciudad con su manto de luces parpadeantes. Desde la azotea del edificio, Inuyasha contemplaba el horizonte, su silueta recortada contra el resplandor urbano. El aire fresco rozaba su piel, trayendo consigo el murmullo lejano del tráfico y la vida nocturna de Tokio.
No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, simplemente mirando sin realmente ver nada. Hasta que escuchó su voz.
—Lo siento.
Inuyasha cerró los ojos por un momento. Kagome estaba ahí, a pocos pasos de él.
—Me acabo de dar cuenta… de que realmente no te conozco tan bien como pensaba —dijo ella con sinceridad.
Inuyasha no respondió. No tenía fuerzas para discutir, ni tampoco ganas de escucharla. El silencio entre ambos se extendió, denso e incómodo. Kagome se movió inquieta, tratando de encontrar algo más de qué hablar.
—Tomé este departamento por la azotea —continuó, su tono más ligero—. Tenía planeado hacer un jardín aquí arriba eventualmente.
Sonrió con melancolía, observando el espacio vacío que, en su mente, alguna vez imaginó lleno de macetas, flores y vida.
—Me estoy saliendo del tema… —suspiró, sacudiendo la cabeza—. De verdad lo siento.
Inuyasha siguió sin decir nada, con la vista fija en la ciudad.
Kagome dio un paso más cerca.
—La mayoría de las personas que han pasado por una pérdida encuentran que hablar del tema les ayuda.
Por primera vez, Inuyasha se giró para mirarla. Pero su expresión no era la de alguien dispuesto a compartir. Era la de alguien que estaba al borde de explotar.
—¡No quiero hablar de eso! —gruñó, su voz áspera, cargada de una furia contenida.
Kagome no se inmutó.
—La ira también puede servir —respondió con calma.
Inuyasha suspiró pesadamente y le dio la espalda de nuevo.
El aire se volvió más denso entre ellos. Kagome, indecisa, decidió dar un paso más.
—¿De quién hablaba Shippo? —preguntó suavemente.
Inuyasha se tensó. Por un momento, no dijo nada. Pero finalmente, sin girarse, murmuró:
—Kikyo.
El nombre flotó en el aire, como si al pronunciarlo hubiera soltado un peso que llevaba cargando por demasiado tiempo. Para Inuyasha, era la primera vez en dos años que decía su nombre en voz alta. Kagome lo miró con atención.
—¿Quién es Kikyo?
Inuyasha apretó los puños. Se giró con brusquedad, caminando con pasos pesados hacia la puerta de la azotea.
—Ella… —hizo una pausa, su mandíbula apretada—. Era mi esposa.
Dicho eso, cruzó la puerta sin mirar atrás. Kagome se quedó sola. Sintió el viento frío acariciar su piel, pero esta vez, en lugar de darle paz, la hizo estremecerse. Lentamente, su cuerpo comenzó a desvanecerse. Sin la presencia de Inuyasha, ella desapareció en la oscuridad de la noche.
Inuyasha caminaba por las calles de la ciudad, sin un rumbo fijo pero con una sola idea en mente: necesitaba una maldita copa.
Después de la conversación en la azotea, su cabeza no dejaba de darle vueltas. Había dicho su nombre. Kikyo.
Dos años sin pronunciarlo. Dos años evitándolo.
Apretó los puños en los bolsillos de su chaqueta, tratando de ignorar la punzada en su pecho. No funcionó. Finalmente, llegó al bar donde Miroku le había dicho que estaría. Se detuvo frente a la entrada, inhalando profundamente.
—Detente.
Inuyasha cerró los ojos con frustración. Kagome estaba a su lado, con los brazos cruzados y una expresión preocupada.
—Beber no te va a ayudar —dijo con firmeza.
Inuyasha soltó una risa sarcástica y la miró de reojo.
—¿Y tú cómo lo sabes? ¿Alguna vez has pisado un bar en tu vida?
Kagome frunció el ceño, pero antes de que pudiera contestar, Inuyasha empujó la puerta y entró, ignorándola. Kagome suspiró y lo siguió.
El ambiente estaba cargado de música, risas y conversaciones entremezcladas con el sonido de vasos chocando. Inuyasha avanzó entre la multitud hasta llegar a la mesa donde Miroku estaba rodeado de amigos.
Al verlo, Miroku sonrió ampliamente y levantó su vaso.
—¡Miren quién decidió unirse a los vivos!
—Ja, ja —respondió Inuyasha sin humor, sentándose en la silla vacía frente a él.
—Déjame presentarte —continuó Miroku, señalando a las personas a su alrededor—. Él es Daichi, ella es Yumi, él es Takeshi, la de allá es Nao y ella es Haru.
Los amigos de Miroku lo saludaron con amabilidad, aunque Inuyasha apenas les prestó atención.
—¿Qué vas a tomar? —preguntó Miroku, inclinándose un poco sobre la mesa.
Antes de que Inuyasha pudiera abrir la boca, Kagome se adelantó.
—Un café bien cargado —dijo, como si Miroku pudiera escucharla.
Inuyasha apretó los dientes y sin apartar la vista de Miroku, dijo con firmeza:
—Whiskey.
La confrontación en su voz no pasó desapercibida. Kagome lo fulminó con la mirada.
—No te atrevas.
Inuyasha sonrió de lado con aire desafiante.
—Haganlo doble.
Kagome bufó, indignada.
—¡No puedes borrar tus sentimientos bebiendo así!
Inuyasha giró la cabeza bruscamente hacia ella, su mirada encendida de rabia contenida.
—Mírame.
Desde su perspectiva, Miroku solo vio a su amigo hablándole a la nada. Frunció el ceño y dejó su vaso en la mesa.
—Oye… ¿estás bien?
Kagome ignoró la pregunta de Miroku y continuó:
—Vamos, despídete de ellos, salgamos de aquí y busquemos un lugar donde puedas comer algo de verdad.
Inuyasha se giró otra vez hacia ella con exasperación.
—¿Te crees mi madre o qué?
Miroku levantó una ceja.
—Así que… ¿cómo van las alucinaciones?
Inuyasha desvió la mirada.
—No es nada, solo falta de sueño.
—¿Seguro? ¿Has dormido bien?
—Sí, ocho horas.
Kagome resopló.
—Son doce.
En ese momento, el bartender dejó un vaso de whiskey frente a Inuyasha. Él lo tomó con calma, sin apartar los ojos de Kagome. Ella le sostuvo la mirada con firmeza.
—No te atrevas —susurró.
Sin pestañear, Inuyasha llevó lentamente el vaso a sus labios. Pero justo antes de que el líquido tocara su boca…Kagome saltó dentro de su cuerpo. El efecto fue inmediato. Inuyasha se quedó completamente rígido, su cuerpo temblando como si estuviera librando una batalla interna.
Los demás lo miraron con expresiones de creciente preocupación.
—¿Qué demonios…? —murmuró Takeshi.
Inuyasha, con movimientos torpes y forzados, dejó el vaso en la barra de golpe. Respiraba agitado, como si su propio cuerpo no le obedeciera. Sin decir una sola palabra, comenzó a caminar de manera extraña hacia la salida del bar. Miroku lo siguió con la mirada, completamente desconcertado.
—¿A dónde vas?
Inuyasha tambaleó ligeramente, luchando contra algo invisible, pero empujó la puerta y salió.
El aire fresco de la noche golpeó su rostro cuando finalmente recuperó el control. Un segundo después, Kagome salió disparada de su cuerpo con un resplandor tenue, flotando frente a él.
Inuyasha jadeó, todavía sintiendo el eco de la posesión.
—¡¿Qué demonios hiciste?!
Kagome lo miró con satisfacción.
—Algún día me lo agradecerás.
Inuyasha la fulminó con la mirada, su frustración palpable. Soltó un bufido de fastidio y comenzó a caminar sin rumbo, metiendo las manos en los bolsillos.
Kagome caminó a su lado, siguiéndolo con una sonrisa triunfal.
—Eres imposible —murmuró él.
—Lo sé —respondió ella, disfrutando de su victoria.
La noche seguía, y aunque él no lo admitiera, ya no estaba solo.
Inuyasha siguió caminando en silencio, su mente aún procesando lo ocurrido en el bar.
El frío de la noche ya no le molestaba, pero el peso en su pecho seguía ahí.
Sin rumbo fijo, sus pasos lo llevaron hasta un pequeño parque. Había farolas débiles iluminando los senderos y un par de bancas de madera solitarias.
Suspiró y se dejó caer en una de ellas, apoyando los codos sobre sus rodillas y pasándose una mano por el cabello.
Por un breve momento, disfrutó del silencio.
Pero cuando levantó la mirada, Kagome ya estaba ahí, sentada a su lado.
Él frunció el ceño, molesto.
—¿Por qué sigues aquí?
Kagome no respondió de inmediato.
Esta vez, no tenía una respuesta sarcástica, ni una queja sobre su comportamiento.
En cambio, lo miró con una expresión más seria, más preocupada.
—No tengo idea —admitió en voz baja—. ¿Por qué eres el único que puede verme?
Inuyasha soltó un resoplido y miró hacia otro lado.
—No me preguntes a mí.
Kagome suspiró.
—Solo sé que cuando no estoy contigo… es como si no existiera.
Inuyasha la miró de reojo, notando cómo su expresión se ensombrecía.
—Tal vez… tal vez sí es cierto que estoy muerta.
Una sola lágrima rodó por su mejilla.
Inuyasha sintió un nudo en el estómago.
No sabía por qué, pero verla llorar le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Exhaló lentamente y, con voz más baja, más calmada, dijo:
—Lo siento.
Kagome parpadeó, sorprendida por sus palabras.
—Por haberte dicho que estabas muerta —aclaró Inuyasha—. Tal vez no lo estás. Tal vez solo… eres muy ligera.
Por primera vez en la noche, Kagome sonrió, aunque fuera apenas una pequeña sonrisa.
—Bueno, no es la mejor forma de describirme… pero lo tomaré.
Inuyasha se encogió de hombros.
Kagome bajó la mirada y suspiró.
—Ojalá pudiera recordar quién soy… o quién era.
Se quedó en silencio un momento antes de continuar.
—De verdad estoy tratando de encontrar respuestas, pero… no puedo hacerlo sola.
Inuyasha giró la cabeza hacia ella con una sonrisa sarcástica.
—¿De verdad me estás pidiendo mi ayuda?
Kagome levantó la vista y lo miró con determinación.
—Mira la situación —dijo con seriedad—. Tenemos dos opciones.
Levantó un dedo.
—Uno: una mujer ha llegado a tu vida de una forma nada convencional y necesita de tu ayuda.
Luego levantó otro dedo.
—O dos: eres una persona loca que, en este mismo momento, está hablando solo en una banca en el parque.
Inuyasha la miró fijamente.
Por unos segundos, ninguno de los dos habló.
Luego, Inuyasha suspiró, pasando una mano por su rostro con resignación.
—Creo que prefiero la primera opción.
Kagome sonrió, asintiendo con aprobación.
—Muy bien.
Se giró hacia él, con una nueva determinación en sus ojos.
—Entonces averigüemos entre los dos quién soy.
Inuyasha la observó por un momento.
Algo en su expresión le decía que, aunque no quería admitirlo, una parte de él ya estaba de acuerdo con esa idea.
—Hagámoslo —murmuró.
Kagome sonrió más ampliamente esta vez.
Y así, sin saberlo, dieron el primer paso en una búsqueda que cambiaría todo.
