Este fanfiction está inspirado en Inuyasha, obra original de Rumiko Takahashi. Los personajes, nombres y elementos del universo de Inuyasha no me pertenecen; todos los derechos son de sus respectivos creadores. Esta historia es una obra de ficción sin fines de lucro, escrita con el propósito de entretenimiento y sin intención de infringir derechos de autor

Capítulo 5

El pasillo del hospital era largo y silencioso, iluminado por las frías luces blancas del techo. Inuyasha caminaba con pasos firmes, pero en su pecho latía una sensación extraña, una mezcla de ansiedad y algo que no lograba descifrar. Cuando llegó a la puerta de la habitación, la vio. Kagome estaba ahí. Parada frente a una cama de hospital, inmóvil, con los ojos fijos en la figura dormida entre las sábanas. Él tardó un segundo en reaccionar, en entender realmente lo que estaba viendo.

—Kagome… —su voz sonó más suave de lo que esperaba.

Ella no respondió de inmediato. Inuyasha dio un paso más dentro de la habitación y se acercó lentamente hasta quedar junto a ella. Miró la cama y ahí estaba ella. Acostada, pálida, con los labios ligeramente entreabiertos, un respirador manteniéndola con vida. Kagome. Inuyasha sintió que el aire abandonaba sus pulmones.

—Dios… —murmuró, su rostro reflejando la sorpresa, el alivio y la incredulidad—. Es cierto. No estás muerta.

Se giró hacia Kagome, una sonrisa sincera iluminando su rostro. Pero ella no parecía compartir su emoción. Mantuvo su mirada fija en su propio cuerpo, observando los monitores, la maquinaria que la mantenía en ese estado.

—No lo sé… —susurró, su voz vacilante—. Viéndome así… parece que lo estaré pronto.

Inuyasha la miró con el ceño fruncido.

—No digas eso.

Pero Kagome no apartó la vista de su cuerpo. Analizaba los datos en la pantalla, su respiración superficial, la falta de respuesta en sus extremidades.

—Tres meses así… —dijo en voz baja—. Es un coma persistente.

Inuyasha sintió un escalofrío recorrer su espalda. Se acercó más a la cama y observó su rostro con detenimiento. Pese a todo, se veía tranquila. Su expresión era serena, como si simplemente estuviera en un sueño del que en cualquier momento podría despertar.

—Mírate… —dijo él en un susurro—. Te ves tan bonita.

Kagome sintió un cálido cosquilleo en su pecho. Era la primera vez que él le decía algo así. Se volteó lentamente hacia él y le dedicó una sonrisa suave.

—Gracias… —susurró—. Pero eso no importa. Lo importante es que estoy atrapada aquí.

Se pasó una mano por el cabello con frustración.

—No sé qué hacer, Inuyasha. Estoy aquí… pero no estoy aquí.

Inuyasha la miró con una mezcla de preocupación y determinación.

—Pero ya te encontramos —dijo con firmeza—. Algo tenemos que hacer.

Kagome lo miró con una pequeña sonrisa irónica.

—¿Cómo qué?

Inuyasha frunció el ceño.

—No lo sé, eres la doctora.

Kagome soltó una risa breve, aunque sin alegría.

—Tal vez si intento unir mi espíritu con mi cuerpo…

Sin pensarlo más, subió a la cama y se acostó sobre su propio cuerpo, alineándose perfectamente con él. Pero nada sucedió. Su cuerpo espectral pasó a través de su forma física sin que hubiera ninguna conexión. Ella intentó una vez más, cerrando los ojos, concentrándose… Nada. Se enderezó y se apartó con el ceño fruncido.

—Es como si… como si no estuviera conectada a mi cuerpo.

Inuyasha se cruzó de brazos, pensativo. De repente, una idea cruzó su mente.

—Date la vuelta.

Kagome arqueó una ceja.

—¿Para qué?

—Solo hazlo.

Kagome suspiró, pero obedeció. Inuyasha extendió la mano y tomó la suya. En el instante en que sus pieles se tocaron, una sensación extraña recorrió su cuerpo entero. Era tibia, pequeña, suave.

Era real.

Kagome se sobresaltó y lo miró sorprendida.

—Puedo sentirte… —dijo en voz baja, con asombro.

Inuyasha la miró, sin soltar su mano.

—¿Qué sientes?

Kagome parpadeó.

—Un cosquilleo… —susurró—. Como si realmente me estuvieras tocando.

Inuyasha asintió.

—Eso significa que aún estás conectada a tu cuerpo.

Los ojos de Kagome se abrieron más al comprender el significado de esas palabras.

—Entonces… aún hay esperanza.

Antes de que pudieran decir algo más, la puerta de la habitación se abrió.

Kagura asomó la cabeza con su expresión profesional y fría.

—Señor Taisho, lamento interrumpir, pero ya no puede estar aquí.

Inuyasha giró la cabeza con molestia.

—Deme unos minutos más, por favor, me gustaría despedirme.

Kagura lo miró por unos segundos antes de asentir.

—Cinco minutos.

Cerró la puerta tras ella. Inuyasha suspiró y miró a Kagome. Ella estaba observando una de las mesitas junto a la cama con interés.

—Esa foto… —susurró.

Inuyasha siguió su mirada y tomó la fotografía en sus manos. Era una imagen de Kagome sonriendo con alegría, y junto a ella estaba Sango.

—Esta foto estaba en mi casa —dijo Kagome—. Sango debió traerla aquí.

Inuyasha apretó los labios.

—Tu amiga.

Kagome asintió. Se hizo un breve silencio. Inuyasha carraspeó.

—Bueno… ya me tengo que ir.

Kagome lo miró y asintió suavemente.

—Está bien.

Él vaciló antes de hablar de nuevo.

—¿Quieres que te espere en la recepción?

Kagome sonrió.

—Eres muy amable, pero no tienes que hacerlo.

Inuyasha la miró con incertidumbre.

—No me gustaría dejarte aquí sola.

—No tengo otro lugar donde estar.

Sus palabras lo hicieron fruncir el ceño.

Kagura entró en ese instante.

—Señor Taisho, es hora.

Inuyasha apretó los labios.

Por un segundo, no supo qué decir.

Luego, bajó la mirada, dándole una última ojeada a su cuerpo inerte en la cama antes de levantarla y mirar al espacio vacío frente a él.

Pero ella estaba ahí.

—Adiós, Kagome.

Kagome le dedicó una última sonrisa.

—Adiós, Inuyasha.

Con un último suspiro, él salió de la habitación. Y por primera vez desde que lo conoció, Kagome se sintió completamente sola.

El tiempo pasaba lentamente en la habitación del hospital.

Kagome estaba sentada en una de las sillas junto a la cama, observando su propio cuerpo inerte con una mezcla de frustración y desesperanza. Había pasado horas viendo los monitores, tratando de analizar los datos, buscando alguna pista que le indicara qué debía hacer para regresar. Pero nada tenía sentido. Cruzó los brazos y suspiró.

¿Qué se supone que haga ahora?

De repente, la puerta se abrió y una figura familiar entró a la habitación. Kagome se enderezó de inmediato.

—¡Sango!

Pero su amiga no reaccionó. Kagome sintió un pequeño nudo en el pecho. Por supuesto, no puede escucharme. Sango llevaba un pequeño ramo de lirios blancos en sus manos, su flor favorita. Con cuidado, los colocó en un jarrón sobre la mesita junto a la cama.

—Buenas tardes, Kagome… —saludó en voz baja, con una sonrisa suave.

Se acercó a la cama y, con ternura, inclinó la cabeza para depositar un beso en su frente. Kagome cerró los ojos por reflejo, pero no sintió absolutamente nada. Abrió los ojos de golpe y frunció el ceño.

¿Por qué con Inuyasha sí pude sentir su tacto, pero con ella no?

No tuvo tiempo de seguir cuestionándolo, porque en ese momento, la puerta se abrió de nuevo. El sonido de pasos resonó en la habitación, y Kagome sintió un escalofrío. Entró un hombre de mediana edad, alto, con cabello largo y oscuro, vestido con una bata blanca impecable. Su expresión era neutral, casi fría, Naraku. Kagome lo reconoció de inmediato. Era uno de los médicos más respetados del hospital… y también el más temido.

—Señorita Sango —dijo con voz pausada—. ¿Podría hablar con usted un momento?

Sango se giró para mirarlo con el ceño fruncido.

—¿De qué se trata?

Naraku se acercó un poco más y tomó un tono más mesurado, como si estuviera eligiendo con cuidado sus palabras.

—Antes que nada, quiero decirle, en nombre de todos los que trabajamos en este hospital, cuánto apreciamos a Kagome y cuánto la extrañamos.

Sango suspiró, suavizando su expresión.

—Gracias, doctor.

Kagome también sintió un pequeño alivio en su pecho al escuchar eso. Pero entonces, la mirada de Naraku se endureció ligeramente, y su tono de voz cambió a uno más profesional, más frío.

—Como usted sabe, Kagome era una residenteaquí en el hospital. Debido a su posición y al cariño que le tenemos, hemos hecho todo lo posible para que esté cómoda estos últimos tres meses.

Kagome frunció el ceño, algo en su tono la puso nerviosa.

—Sin embargo… —continuó Naraku, pausando como si eligiera sus palabras—. Esto es difícil de decir, pero es necesario.

Sango lo miró fijamente. Kagome sintió su respiración volverse más agitada, aunque no necesitara respirar en ese estado.

—Cuando los residentes ingresamos a trabajar aquí —siguió Naraku—, firmamos ciertos documentos, entre ellos, la aceptación o rechazo de medidas extraordinarias para prolongar la vida en caso de un estado crítico.

Kagome sintió un vacío en el estómago. Ya sabía lo que iba a decir antes de que lo hiciera.

—Kagome firmó para pedir que no lo hicieran.

Sango se quedó inmóvil. Kagome sintió una oleada de desesperación apoderarse de ella.

—¡No, no, no! —gritó, aun sabiendo que nadie podía escucharla—. ¡Eso era antes! ¡Ya no pienso así!

Sango respiró hondo, tratando de procesar la información.

—Pero… todavía hay actividad cerebral, ¿no? —preguntó con voz tensa—. Hay casos de personas que han despertado después de este tipo de coma.

Kagome asintió enérgicamente, como si con su gesto pudiera hacer que Naraku le respondiera.

—¡Sí! ¡Todo el tiempo!

Pero Naraku simplemente sacudió la cabeza.

—En ninguno de los casos que he estudiado alguien ha despertado.

Kagome sintió un escalofrío.

"En ninguno de los casos que he estudiado." Eso no significaba que fuera imposible.

—Además… —prosiguió Naraku, sacando un folder de su portapapeles—. Kagome firmó ese consentimiento.

Sango lo miró con desconfianza.

—¿Y qué significa eso exactamente?

Naraku la observó con calma.

—Que, por respeto a su voluntad, el hospital no tomará ninguna decisión hasta que usted lo autorice por escrito.

Extendió el folder hacia ella.

—Aquí están los formularios para que firme si decide cumplir con su deseo.

El silencio en la habitación se volvió denso. Kagome sintió que el mundo a su alrededor se derrumbaba.

—¡No, Sango! ¡No lo hagas!

Sango tomó los papeles con manos temblorosas. Naraku la miró por un instante más antes de asentir con indiferencia.

—Tómese su tiempo para pensarlo.

Dicho eso, giró sobre sus talones y salió de la habitación con pasos tranquilos. En cuanto la puerta se cerró, Sango apretó los documentos contra su pecho y respiró hondo. Kagome, sintiendo la desesperación treparle por la garganta, se lanzó hacia su amiga.

—¡Sango, escúchame! ¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí!

Pero, por supuesto, su voz nunca llegó hasta ella. Sango miró a su alrededor como si esperara encontrar una respuesta en las paredes del hospital. Sus labios temblaron por un instante antes de fruncir el ceño con determinación.

—Ese hombre no tiene alma… —murmuró con enojo.

Apretó los labios y guardó los papeles en su bolso antes de salir de la habitación. Kagome se quedó sola de nuevo. El silencio en la habitación se sintió insoportable. Se dejó caer en la silla junto a la cama y miró su propio rostro dormido. Todo este tiempo había querido recuperar su cuerpo… y ahora había una cuenta regresiva para perderlo para siempre. Sus dedos temblaron.

—No puedo permitirlo…

Cerró los ojos, sintiendo una mezcla de rabia y miedo apoderarse de ella. Tenía que hacer algo. Pero no tenía idea de qué.