Este fanfiction está inspirado en Inuyasha, obra original de Rumiko Takahashi. Los personajes, nombres y elementos del universo de Inuyasha no me pertenecen; todos los derechos son de sus respectivos creadores. Esta historia es una obra de ficción sin fines de lucro, escrita con el propósito de entretenimiento y sin intención de infringir derechos de autor

Capítulo 8

Llegaron al departamento y Inuyasha estaba furioso. Cerró la puerta de un portazo y caminó de un lado a otro, con las manos en la cabeza, frustrado.

—¡No puedo creerlo! —bufó—. ¡Shippo sabe algo y simplemente no quiso decírnoslo!

Kagome lo observó con calma, aunque en el fondo ella también sentía la misma frustración.

—Nos dio una pista —intentó decirle—. Solo tenemos que…

—¿Una pista? —Inuyasha soltó una risa seca—. ¡Nos dejó más preguntas que respuestas!

Se dejó caer en el sillón y se pasó una mano por el rostro.

—Siento que la respuesta está frente a nosotros, pero no logro comprenderla…

Kagome se quedó en silencio, esperando que continuara. Inuyasha bajó la mirada y murmuró, más para sí mismo que para ella:

—¿Cómo se resuelve un problema que no tiene lógica desde el principio?

De repente, levantó la cabeza y comenzó a enumerar en voz alta:

—¿Cómo es que terminé mudándome a tu departamento en primer lugar?

Kagome entrecerró los ojos.

—¿Por qué puedo verte y los demás no?

Kagome sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—No lo sé…

—¿Por qué estábamos en el restaurante justo cuando ese hombre se desmayó?

Kagome frunció el ceño.

—¿Crees que fue algo más que coincidencia?

—No lo sé, pero todo parece estar relacionado.

Inuyasha agarró los libros que Shippo le había vendido y comenzó a hojearlos frenéticamente. Kagome se acercó y lo observó por encima del hombro.

—¿Qué estás buscando?

Inuyasha siguió hojeando las páginas sin mirarla.

—No lo sé. Algo. Cualquier cosa.

En ese momento, Kagome vio sobre la mesa una fotografía. Se quedó helada.

—Espera… —susurró—. ¿Cómo es que tienes esa foto?

Inuyasha dejó de pasar páginas y miró la fotografía con expresión tensa.

—La tomé ese día…

Kagome lo miró con confusión.

—¿Por qué?

Inuyasha bajó la mirada, como si le diera vergüenza admitirlo.

—Porque… no sabía si volvería a verte.

Los ojos de Kagome se llenaron de lágrimas.

Se cubrió la boca con la mano y murmuró conmovida:

—Eso… eso fue muy lindo de tu parte.

Su voz tembló ligeramente.

—Me gusta mucho esa foto…

Inuyasha le sonrió suavemente.

—Te ves muy feliz en ella.

Kagome la observó con atención.

—Ese día… —murmuró—. Recibí los resultados de mi examen para entrar a la facultad de medicina.

—Debió haberte ido muy bien.

Kagome rió con amargura.

—Todo lo contrario. Reprobé miserablemente.

Inuyasha parpadeó.

—¿En serio?

—Sí. Estaba devastada… pero Sango no me dejó quedarme triste.

Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa nostálgica.

—Salimos a un bar y bebimos margaritas. Muchas margaritas.

Inuyasha sonrió.

—Eso suena como Sango.

—Ahí mismo, con un encendedor, quemé los resultados del examen.

—¿De verdad?

Kagome asintió.

—Sí… Y al año siguiente, lo volví a intentar. Esta vez, aprobé.

Se quedó en silencio por un momento antes de susurrar:

—Es curioso… el peor día de mi vida fue también el día en que me sentí más libre.

Inuyasha la observó en silencio.

—Lo único que recuerdo de mi vida es trabajar y trabajar… esforzarme al máximo…

—Para ayudar a la gente —completó él.

Kagome suspiró y asintió.

—Sí… Salvé a todos, menos a mí misma.

Levantó la mirada hacia él con tristeza.

—Guardé mi vida para después… y nunca pensé que no habría un después.

El corazón de Inuyasha latió con fuerza.

—No digas eso.

Kagome soltó una pequeña risa, con los ojos vidriosos.

—Es la verdad.

Inuyasha sacudió la cabeza.

—Aún hay tiempo.

Kagome respiró hondo y parpadeó lentamente, como si tomara una decisión.

—No quiero pasar mi última noche llorando… o huyendo de mi destino.

Le sostuvo la mirada.

—Quiero pasar la noche contigo.

El aire en la habitación pareció detenerse.

Inuyasha sintió cómo su pecho se apretaba ante esas palabras.

Parpadeó, algo sorprendido.

—¿Muy bien… qué quieres hacer?

Intentó aligerar el momento con su tono de broma habitual.

—¿Quieres conocer la Torre Eiffel? ¿Bailar en una playa en Bali? Dime qué quieres hacer, cualquier cosa… siempre y cuando acepten Visa o Mastercard.

Kagome soltó una risa genuina.

Lo miró con dulzura antes de decir, con un leve tono avergonzado:

—Hay algo que quiero hacer…

Inuyasha se cruzó de brazos.

—Dilo. Lo que sea.

Kagome respiró hondo, mirándolo fijamente.

—Quiero… pasar la noche contigo, acostados juntos.

Inuyasha se quedó sin palabras, la miró con asombro, sin saber qué decir. Y fue en ese instante cuando descubrió algo nuevo sobre los espíritus: Sí podían sonrojarse.

La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz tenue de la ciudad que se filtraba por la ventana.

El silencio no era incómodo, pero estaba cargado de emociones. Inuyasha estaba acostado de lado, con un brazo bajo su cabeza, observando el techo. Junto a él, Kagome flotaba a unos centímetros sobre la cama, su presencia tan real y cálida como si su cuerpo estuviera ahí de verdad. Por alguna razón, se sentía tangible, más presente que nunca.

Kagome giró su rostro hacia él, sus ojos brillaban con algo indescriptible.

—Nunca pensé que haría algo así —susurró con una sonrisa tímida.

Inuyasha la miró de reojo, su expresión era serena, pero su corazón latía con fuerza.

—¿Qué? ¿Acostarte con un hombre?

Kagome rodó los ojos y rió suavemente.

—No de esta manera.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, dejando que la calma los envolviera.

—No estás flotando tanto como antes —comentó él, notando que su cuerpo espectral parecía más cercano a la cama.

Kagome exhaló, pensativa.

—No lo sé… Contigo, me siento más real.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire entre ellos.

Inuyasha desvió la mirada hacia el techo, como si intentara ordenar sus pensamientos.

—Eso es gracioso.

Kagome lo miró con curiosidad.

—¿Qué cosa?

Él suspiró y giró el rostro hacia ella.

—Que yo solo me siento real contigo.

Kagome sintió un vuelco en su pecho. Sus miradas se encontraron en la penumbra.

Podía ver el reflejo de la ciudad en los ojos de Inuyasha, pero también veía algo más.

Algo cálido.

Algo que la hacía sentir viva.

—¿Puedo…? —susurró, dudosa, extendiendo su mano hacia él.

Inuyasha, sin apartar su mirada, hizo lo mismo. Sus dedos se encontraron en el aire, sin tocarse realmente. Pero lo sintieron. Una calidez los recorrió a ambos, como si sus almas se tocaran en un plano distinto. Kagome entreabrió los labios, sintiendo una leve descarga recorrer su ser.

—Inuyasha… —susurró.

Él tragó saliva y entrecerró los ojos, disfrutando la sensación.

—Estoy aquí… —respondió en voz baja.

Era lo único que podía decir. Era lo único que podía prometerle. El tiempo dejó de existir en ese momento. No había urgencia. No había miedo. Solo estaban ellos dos, compartiendo un espacio en un mundo al que ambos parecían no pertenecer del todo. Pero entonces, Kagome susurró algo más.

—Ya sé cuál es mi asunto pendiente.

Inuyasha abrió los ojos lentamente.

—¿Qué?

Ella lo miró con una intensidad que le robó el aliento.

—Eres tú.

Inuyasha parpadeó, sintiendo su pecho apretarse.

—Kagome…

—Es por eso que no me he ido —susurró—. Porque tenía que encontrarte.

Inuyasha sintió un nudo en la garganta.

—Pero… ¿por qué yo?

Kagome sonrió suavemente.

—No lo sé. Pero… cuando estoy contigo, no me siento atrapada.

—¿Y ahora? —preguntó él, con la voz apenas audible.

Kagome entrecerró los ojos, acercándose apenas unos centímetros más a él.

—Ahora… —susurró— me siento libre.

Un leve escalofrío recorrió a Inuyasha, no sabía qué hacer con esa respuesta. Pero sí sabía una cosa, no quería perderla, no quería que esa noche terminara. Porque si Kagome era su respuesta, él no estaba listo para dejarla ir. Y sin importar lo que pasara mañana, esa noche, serían solo ellos dos.

Los primeros rayos del sol se filtraban por la ventana, calentando el rostro de Inuyasha. Su ceño se frunció ligeramente al sentir la luz sobre su piel. Parpadeó varias veces antes de darse cuenta de algo. Ya estaba amaneciendo. Abrió los ojos de golpe y se incorporó rápidamente en la cama, con el corazón latiéndole con fuerza. Buscó a Kagome con desesperación.

—¿Kagome?

Ella estaba de pie, apoyada en el marco de la puerta, observándolo con una expresión tranquila… pero melancólica. El pecho de Inuyasha se apretó. Era hoy. El día en que la desconectarían. Kagome le dedicó una pequeña sonrisa.

—Buenos días.

Inuyasha bajó la mirada por un segundo, cerrando los puños. Cuando volvió a alzar la vista, sus ojos estaban llenos de determinación.

—Sé lo que debo hacer.

Kagome ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Qué cosa?

Inuyasha se puso de pie y avanzó hacia ella con seguridad.

—Cuando nos conocimos, yo decía que estabas muerta… pero el muerto era yo.

Kagome abrió los ojos con sorpresa.

—Inuyasha…

—Tú me resucitaste.

La miró fijamente, con un brillo ardiente en la mirada.

—Me salvaste… y ahora me toca a mí salvarte a ti.

El estómago de Kagome se encogió. Sabía que él hablaba en serio.

—¿Cómo? —preguntó con cautela.

Inuyasha tomó aire y, sin titubear, soltó su respuesta:

—Voy a robarme tu cuerpo.

Kagome sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.

—¿¡Qué!?

Sin darle tiempo a procesarlo, Inuyasha salió del departamento sin siquiera ponerse bien los zapatos.

—¡Inuyasha, espera! —gritó Kagome mientras lo seguía por la calle.

Él seguía avanzando con el paso firme de alguien que no iba a detenerse por nada.

—No puedes hacer esto —insistió Kagome, flotando a su lado mientras intentaba entrar en razón—. ¿Has perdido la cabeza?

—¿Por qué no? —preguntó él, sin mirarla.

Kagome le lanzó una mirada incrédula.

—Porque es secuestro de un cuerpo en coma. ¡¿Cómo crees que eso suena?!

—Suena como una oportunidad de salvarte.

Kagome sintió una mezcla de exasperación y asombro.

—¡Pero es completamente ilegal! ¡Terminarás en la cárcel!

Inuyasha se detuvo en seco y la miró de frente.

Su expresión era pura convicción.

—Si algo te pasa… ¿de verdad crees que me importaría ir a la cárcel?

Kagome se quedó sin palabras. La forma en que lo dijo… No era impulsividad. No era una idea descabellada sin sentido. Era una promesa. Él haría cualquier cosa por salvarla. Kagome suspiró, llevándose una mano a la frente.

—Dios… esto es una locura.

Inuyasha cruzó los brazos, esperando su veredicto. Ella lo miró con resignación y murmuró:

—Vas a necesitar una camioneta.

Inuyasha sonrió con autosuficiencia.

—Lo sé.

Kagome entrecerró los ojos y añadió con tono seco:

—Y a alguien sin principios morales.

Inuyasha se encogió de hombros.

—Conozco a la persona perfecta.

Kagome se llevó una mano a la cara.

—Te van a arrestar.

Inuyasha la miró de reojo y sonrió con burla.

—Si te salvo antes, no tendrán a quién culpar.

Kagome lo observó con una mezcla de incredulidad y ternura. Y por primera vez, pensó que tal vez, solo tal vez… esto podría funcionar.