Las pesadas puertas del Gran Salón de Berk siempre se mantienen un poco abiertas. Lo suficiente para que no terminen todos asfixiados por las potentes fogatas que se mantenían vivas por todo el día sin parar, lo suficiente para que en caso de inmediato solo tuvieran que empujar la madera para salir corriendo, lo suficiente para que algo de aire fresco entrara de vez en cuando sin que ninguno de los presentes tuviera que perder el reconfortante sentimiento de calidez… Lo suficiente como para que pudieras ver la frialdad y oscuridad del exterior, para que vieras el cielo azul asfixiante y solitario, y así agradecieras inmensamente estar rodeado por tu pueblo, por su calor, por sus cantos y su amor.
A Elsa le gustaba tener ese constante recordatorio. De que podría estar ahí afuera, a oscuras, alejada de la luz de la luna por las heladas nubes del cielo berkiano, tan solo como hace años se había llegado a sentir… a Elsa, tal vez por un extraño sentimiento de culpabilidad y por su insistente baja autoestima, le gustaba tener ese recordatorio, de que podría estar allí afuera, de que podrían sacarla a patadas para que se quedara sepultada en la nieve para siempre, pero que aun así seguía allí dentro, rodeaba por las fogatas de Berk, rodeada por la comida y la música de Berk, rodeada por la gente de Berk.
Rodeada por los brazos de Hiccup.
Él sigue frotando sus finos dedos contra sus callosas manos, apretándolas contra sus pesados abrigos o contra su áspera piel, apretándolas para hacerlas entrar en calor a pesar de que sabe que jamás lo lograra.
Elsa ríe mientras niega con la cabeza al ver como su marido dejaba por completo el humeante plato de comida y la burbujeante jarra de hidromiel que tenía delante de él para tomar sus manos con firmeza y empezar a dejar lentos besos intensos sobre sus dedos, sus uñas, sus palmas, sus nudillos y sus dorsos. Los pocos pelillos que iban creciendo por su quijada le hacían cosquillas, y con tantos besos empieza a sentir su piel humedeciéndose por las babas de su esposo, pero aun así, Elsa no se aparta en lo absoluto.
—Estás helada —murmura con la voz ronca contra sus palmas, mirándola con una preocupación que a ella le parecía ridícula.
—Voy a tener que pedirte que me digas algo que yo no sepa ya —bromea rodando los ojos, acercándose un poco más para sentir el candor de su cuerpo, acercándose para juntar su rostro y disfrutar la manera en la que sus respiraciones se mezclaban.
—Ahora es diferente —suspira con el mismo tono angustiado, tomando sus manos para que rodearan su cuello, y negándose a darle un beso para descansar su frente contra el cuello de ella. Sus manos aprietan de momento a otro su cintura y antes de que Elsa decirle nada, una de ellas se desliza lentamente desde sus costillas, pasando por sus caderas, irrumpiendo bajo su vestido hasta apretar recelosamente su suave piel—. Como si tu corazón hubiera parado.
—Linda manera de decir que estoy fría como una muerta.
—No me gusta decirlo en voz alta —le comenta hundiéndose de hombros, negándose a darle la importancia que tenía—. Siento que es mal augurio.
No necesita ver su rostro, su expresión algo burlesca y ni sus labios apretados para saber que su mujer se estaba guardando uno que otro comentario, Hiccup se limita a acomodarse mejor contra su suave pero extremadamente fría piel, se limita a dejar que los delgados dedos de Elsa acaricien su cabeza con ese cuidado y ese ritmo que ella conocía tan bien. Quiere realmente relajarse por completo, tal vez incluso subir un poco la mano que seguía sujetando su muslo para ver si lograba conseguir iniciar unos toques y unas provocaciones que terminarían con ellos desnudos en la cama, pero no se quita de la cabeza el hecho de que está seguro que esa temperatura no era normal, estaba seguro de que meses atrás, antes de que su mujer hubiera acabado congelada en el Ahtohallan, cuando se encontraban disfrutando las celebraciones o las amenas cenas en el Gran Salón, la temperatura del cuerpo de su mujer subía, podía sentir como se amoldaba al calor del ambiente.
Deja un lento beso sobre su fino cuello, provocándole cosquillas, provocando que soltara unas preciosas risillas. Siente el palpitar nervioso de su corazón bajo sus labios, siente como la piel bajo sus manos parece una extraña pieza de hielo moldeable más que la carne de una persona con vida y salud. Vuelve a besarla, ahora succionando su piel, ahora repasando la vena de su cuello con su lengua, ahora arañando con sus cortas e irregulares uñas la piel de su esposa para comprobar con una fugaz mirada que la sangre se acumulaba allí donde rasgaba levemente, porque necesita comprobar que la sangre le corre con normalidad, porque necesita asegurarse que su corazón sigue funcionando como antes.
—Para, nos están viendo —la escucha suspirar y contener lo mejor posible sus gemidos, lo aparta con algo de dificultad y se niega por completo a mirarlo a los ojos por unos largos segundos—. De verdad, mira que hacer esto en público… si tienes tantas ganas solo dímelo y vamos a casa, así de sencillo.
—Te amo —susurra completamente derrotado, incapaz de asimilar cualquier otra cosa que no fuera la manera en la que adoraba a su mujer, la alegría que sentía por tenerla a su lado, el alivio que lo reconfortaba cuando comprobaba que, hubiera pasado lo que hubiera pasado en aquel mágico lugar, aquella que tenía delante seguía siendo su Elsa—. ¿Sabes que te pertenezco por completo, verdad? ¿Sabes que yo lo daría todo por ti, no es así?
Ve una preciosa sonrisa extendiéndose por su divino rostro, ve un brillo lleno de amor y adoración iluminado sus magníficos ojos azules, y ve como ella vuelve a acercar sus manos hacia él para acunar con delicadeza su pecoso rostro. Cierra los ojos y se funde por completo en los sentimientos, en sus dulces labios contra su piel y su boca, en sus caricias por su quijada y nuca, en las firmes promesas de amor eterno.
—¿Te acuerdas de lo que comentaste luego de mi coronación? —le pregunta de momento a otro, y él solo asiente perezosamente aun con los ojos cerrados para indicarle que siguiera hablando—. Luego de todo lo que pasó, me dijiste que te preocupaba el tema de la distancia, que una carta que llegara un día tarde hiciera que no estuvieras allí para cuidar de mí.
—Y me sigue angustiando cada día —responde de inmediato, volviendo a tomar su fina cintura con ambas manos para acercarla a un posesivo abrazo—. Cuando me despierto en nuestra cama y no estás, lo primero que hago es preguntarme si estarás a salvo, si estás en peligro, si llegaría a tiempo si saliera en ese momento a por ti.
Elsa acuna su rostro con una mano y lo obliga a mirarlo a los ojos. Le dedica una sonrisa, una llena de alivio, una llena de cariño, una que dejaba ver unos pequeños rastros de pedantería y victoria.
—He abdicado.
Hiccup pega un respingo.
—¿Qué?
—Anna será la nueva reina de Arendelle —explica con una calma que en verdad no siente, con sus dedos acomodando el cabello rebelde de Hiccup mientras esté es incapaz de terminar de procesar la información—. Y yo me quedaré aquí, en Berk, contigo —deja ambos manos sobre el corazón de su marido, y mientras los latidos de sus corazones se sincronizan en la más preciosa melodía, Elsa se inclina para besarlo una vez más.
—Puede que sea cosa de toda la hidromiel que he tomado —comienza a hablar, con su mano derecha jugueteando con los dedos de su esposa y con la mano izquierda dibujando figuras sin sentido en su espalda desnuda—. Pero, mirando hacia atrás, creo firmemente que con algo de tiempo, hubiera logrado convencer a Drago Manodura de que se puede vivir en paz con los dragones.
Elsa suelta una carcajada al oír los balbuceos de su esposo.
—¡Se puede convivir con los dragones! —se defiende de inmediato, con unas tontas risillas escapándose de sus labios cada pocas palabras—. ¡Es un hecho! No puede ser tan difícil convencer a alguien de un hecho demostrable.
—Necesitas más que pruebas irrefutables para cambiar la mentalidad de un hombre como Drago Manodura —le responde con sencillez su esposa, acomodándose mejor en el torso cicatrizado y tatuado de su marido, pasando una de sus frías manos por sus costillas—. La gente como él no quiere la verdad, Hiccup, quiere conveniencia, poder, dinero, gloria… y están dispuestos a lo que sea para conseguir todo eso y mucho más.
El jefe de Berk suspira pesadamente, dejando de acariciar la espalda de Elsa para tirar hacia atrás su cabello mientras sopesa el argumento de su mujer.
—En su momento convencí a Viggo —susurra, enfrascado en sus ideales—. Era el hombre más mezquino, avaricioso, desconfiado y egoísta que jamás existió en los nueve mundos… y aun así lo convencí. Porque tuve el tiempo para hacerlo, porque no tuvo más opción que escucharme y ver lo que tenía justo delante de él. ¿Por qué no pasaría lo mismo con Drago en las mismas condiciones?
—Tendrías que conseguir que lo perdiera todo, porque eso fue lo que necesitó Viggo, solo te escuchó cuando no tuvo más alternativa, cuando no le quedaba absolutamente nada más —entonces Elsa se levanta un poco, cortando bruscamente las que iban a ser las siguientes palabras de Hiccup, no solo por el repentino movimiento, sino también porque es incapaz de contener el acto reflejo de su mirada de centrarse aunque sea por unos segundos en la figura completamente desnuda de su esposa—. Cariño, siempre me ha gustado la fe que tienes con todo el mundo, esa convicción de que hay algo de bondad en el fondo y solo hay que encontrarla… pero para contener bondad, se necesita un corazón, y gente como Drago Manodura solo tiene podredumbre dentro —acaricia su pecho, repasando vagamente el tatuaje que se encuentra sobre su corazón, aquel que deletrea su nombre en el alfabeto vikingo—. No quiero que sigas exponiendo tu corazón a ese tipo de gente, Hiccup, no quiero que te pierdas en el infierno de otros.
Él toma su mano para dejar un suave beso en la palma.
—No me pasará nada de eso, mi reina, estaré bien, no te angusties por mí.
—Más te vale —asiente con una sonrisa algo melancólica extendiéndose por su rostro, volviendo a su lugar sobre el torso de Hiccup—. Porque yo no tengo la paciencia y mucho menos la compasión que tú tienes —se queda unos segundos en silencio, unos segundos en los que solo se centra en la madera del techo y en las caricias de su esposo—. Si alguien te hiciera algo, Hiccup… no sé de lo que sería capaz.
—¿Por qué siento que en verdad quieres que me hagan daño para tener una excusa para torturar a alguien?
Elsa suelta una risa mientras le da un leve empujón a Hiccup, esconde un poco el rostro contra el cuello del vikingo y susurra con su oído.
—Puede que me hubiera quedado con las ganas de hacer que Drago o Viggo pagaran por haberse atrevido a lastimar a mi esposo.
—Su majestad, qué sanguinaria —murmura entre cansadas carcajadas, sintiendo como a cada segundo tenía un poco más de sueño, deja escapar un bostezo, abraza y apretuja más a su Elsa contra su cuerpo y, luego de unos pocos minutos, se queda dormido con ella en brazos.
