Aquella cosa, porque aunque luce como humano se niega a reconocerlo como tal, chilla desesperado mientras las garras de Chimuelo se clavan en su piel, se remueve con todas sus fuerzas a pesar del dolor para intentar quitárselo de encima, pero antes de que pudiera darse cuenta de los planes del furioso jinete, aquella cosa termina estampada con uno de los múltiples islotes que rodean la isla de Berk, termina hundido en la tierra, seguramente con miles de pequeñas o medianas rocas clavándose en su piel, seguramente con una herida grave en la cabeza. Debería estar bañado en sangre, debería tener el cuerpo completamente destrozado… debería estar muerto. Pero no, sigue ahí, peleando con dificultad, moviéndose, respirando, manteniendo en su interior todas las respuestas a las incógnitas que desgarraban la mente de Hiccup.
Con una palmada en su cuello, Hiccup le ordena a Chimuelo que ruja y la Furia Nocturna pronto obedece. Toma algo de aire y en tan solo unos segundos tiene las fauces rodeando casi por completo la cabeza de aquella cosa, puede ver como la potencia de su chirriante voz le produce un dolor terrible, lo ve gritando contra el rugido, lo ve llenándose de las babas de su compañero, lo ve removiéndose asustado, haciendo todo lo posible para escapar.
Lo ve medio mareado, ladeando de un lado a otro su cabeza, intentando enfocar la mirada, intentando respirar con normalidad.
Y cuando finalmente parece que ya ha recuperado la calma suficiente como para comprender lo que ocurría a su alrededor, Hiccup se alza cuanto puede sobre la imagen de Chimuelo y se asegura de que esa maldita cosa solo pueda verlo a él y su rostro enmascarado.
—¿Dónde está mi esposa? —gruñe furioso, aprovechándose de la forma en la que su oscuro casco alteraba el sonido de su voz. Lo ve parpadeando, confundido y asustado, lo ve removiéndose y como respuesta le ordena a Chimuelo que apriete más sus garras contra el cuerpo de aquella cosa—. ¿¡Dónde está mi esposa!? ¿¡A dónde la habéis llevado!?
Ante el completo silencio de aquella cosa, al darse cuenta de que solo sigue removiéndose y que se niega a prestarle atención en lo absoluto, Hiccup entonces desenfunda su espada. Enciende Inferno y cuando su compañero ladea su cuerpo levemente hacia el lado contrario, Hiccup se inclina para apuntar con las llamaradas a esa maldita cosa, que intenta apartarse de las flamas que se extienden, que parecen juguetear con la idea de quemarle la cara.
—No te lo pienso preguntar una vez más —le deja en claro, moviendo bruscamente la espada para asustarlo—. ¡Respondeme de una maldita vez!
Detrás de él, de momento a otro escucha la voz de Astrid gritándole. —¡Hiccup, cuidado! —le advierte con desesperanza, pero el jefe de Berk está demasiado furioso como para prestar atención a cualquier otra cosa que no fuera encontrar la manera de rescatar a su esposa.
Si no hubiera sido por los reflejos del Furia Nocturna, aquella ráfaga de hielo y viento les hubiera dado de lleno, pero Chimuelo logra dar un salto para atrás y esquivar el ataque. La nieve y el frío se pierden entre las nubes, lejos del dragón y de su jinete, por esas mismas rutas la criatura de extrañas habilidades intenta escaparse, pero las púas coloridas del Nadder Mortífero detienen sus movimientos bruscamente.
Astrid observa a aquel desconocido, cubierto por ligeras ropas que jamás había visto antes, completamente descalzo, aferrado a un bastón alargado lleno de escarcha y trozos de hielo, con una piel tan delicada y pálida como la de Elsa. Su sangre es… rara, inusual, definitivamente extraña, está segura de que Hiccup ni tan siquiera se ha detenido a fijarse, pero de alguna forma aquel líquido que debería de ser rojo mate es más bien de un deslumbrante dorado.
Ahora que está tumbado en la tierra, ahora que está jadeando en busca de algo de oxígeno y está intentando lidiar con el dolor que le provocan las púas de Tormenta clavadas en su cuerpo, ahora que está tan desprotegido, Astrid finalmente se siente lo suficientemente cómoda para bajar de los lomos de su dragona para inspeccionar mejor toda la situación. Tienen a un muchacho misterioso sangrando delante de ellos, puede volar y conjurar al hielo y la nieve como Elsa lo hace, le ha dado tiempo para escapar al misterioso grupo que se había aparecido de momento a otro en su isla y se había llevado a su nueva jefa y, por lo que parece hasta ahora, no es capaz de responder a sus preguntas.
O tal vez no le apetece responder a sus preguntas.
Desenfunda su hacha de doble filo y la deja apretada contra el cuello de la criatura, asegurándose primero de mantener aquel bastón congelado de sus manos.
No tiene que esperar casi nada para notar la temblorosa y furiosa presencia de Hiccup a su lado. Se remueve algo incómoda, porque sentir como su amigo se acercaba tendía a significar algo bueno, tendía a significar que podía respirar tranquila, que tenía a su compañero de batallas para guardarle la espalda, que podían solucionar el problema juntos. Pero Hiccup está demasiado alterado, está demasiado perdido en el infierno que seguramente se ha desatado en su interior. Y lo entiende, por supuesto que lo entiende, ella seguramente estaría peor si alguien se atreviera a llevarse a Heather de su lado de esa manera, pero entenderle no significa que no se preocupe por su comportamiento.
—Mi jefe aquí te ha hecho una pregunta —insiste cuando finalmente consigue respirar con normalidad, aprieta el hierro contra el fino cuello de aquella entidad y no deja de presionar hasta que no ve las primeras lágrimas de terror—. ¿A dónde os habéis llevado a nuestra Elsa?
Se queda viéndola fijamente por unos largos segundos, se queda jadeando y parpadeando contra la sangre que empapaba su rostro, que se arrastraba hasta llegar a sus ojos, se queda en silencio, arañando frustrado la tierra.
—Sois… —Astrid tiene que contener las ganas de dar un brinco de la emoción—. Vosotros… vosotros ¿sois humanos?
Astrid también que contenerse las ganas de darle una hostia a Hiccup cuando ve que se quita el casco de vuelo bruscamente para tirárselo en la cara, tan solo dibuja una mueca en el rostro por compasión al dolor que aquel muchacho seguramente estaba sufriendo.
—¿¡Dónde está mi mujer!?
Intenta ignorarlo, pero no puede dejar de ver las lágrimas que se empapan todo su rostro. Intenta ignorarlo, pero no puede evitar temblar por completo al ver como su amigo se agacha para tomar una de las púas de Tormenta para amenazarlo con ellas.
—Tu primer error fue haberte casado con ella a pesar de ser solo un mortal —le responde con algo de altanería, intenta disimular la manera en la que temblaba—. Los espíritus no podemos permitirnos limitarnos de tal manera solo por vosotros… lo vuestro iba a terminar mal, sobre todo con la naturaleza de ella… al final te hemos hecho un favor, justo como voy a hacer ahora mismo.
Antes de que ninguno pudiera detenerlo, aquel sujeto tan extraño arrojo contra el rostro de Hiccup una bola de nieve. En un inicio le pareció algo infantil y una oportunidad desperdiciada, le pareció la forma más patética de llevar a cabo un ataque del que dependía tu vida, le pareció incluso un deliberado insulto, una forma en la que ese extraño personaje les decía que no los consideraba una verdadera amenaza en lo más mínimo.
Fueron las risas de Hiccup lo que logró sacarla de ese instante de molestia e indignación. Estaba temblando horriblemente, encogido sobre su estómago, abrazando su torso con todas sus fuerzas, sollozando con fuerza… pero riendo, riendo con una dolorosa sonrisa en el rostro, riendo y riendo como si hubiera perdido la cabeza, riendo y riendo mientras arañaba desesperadamente su rostro.
Quiere matar a esa cosa que tenía bajo su hacha, quiere cortarle el cuello de un movimiento para que dejara de torturar a su mejor amigo, pero una ráfaga de viento la tira hacia los bordes del diminuto islote, una ráfaga de viento que se siente como el mayor puñetazo que ha recibido en toda su vida, una ráfaga de viento que provoca el pánico de Tormenta, quien también se olvida del enemigo solo para apresurarse a socorrer a su humana.
Y aunque su dragona quiere revisarla detenidamente, Astrid se apresura en volver a levantarse, ignorando que ha estado a un mal movimiento de caer en picado contra las rocas de las bases del islote, ignorando el temor del Furia Nocturna, solo enfocada en poder retenerlo, en poder arrancarle alguna respuesta lógica.
Pero sabe que ha perdido su oportunidad cuando lo ve como nuevo, inclinado sobre el bastón congelado, con esa misma mirada intensa y penetrante que le había dedicado mientras lo perseguían, sin ninguna púa de Nadder incrustada en su cuerpo, con sus heridas sanadas casi por completo.
Con un solo salto se pierde entre las nubes, con un solo destello detrás de las cortinas del cielo sabe que ya está demasiado lejos de ellos.
Y Astrid tiembla, abrumada, desorientada y espantada, Astrid tiembla y deja caer una que otra lágrima, por qué no sabe cómo diantres podría tan siquiera empezar la búsqueda del paradero de Elsa.
Y Astrid se derrumba emocionalmente, porque no queda otra cosa por hacer que asumir que lo que decían aquellas profetas, que hasta ahora solo eran vistas como charlatanas, era cierto.
Los Haddock estaban condenados a perder a sus mujeres, estaban condenados a vivir con el corazón roto y el alma partida a la mitad.
—Mi mujer —escucha a Hiccup sollozando a través de esas risas dolorosas y antinaturales—… se la han llevado… se… se la han llevado… mi mujer… mi Elsa… se la han llevado.
Se arrodilla a su lado y lo abraza con fuerza, hasta que sus lágrimas se secan, hasta que se queda sin voz, hasta que llegan el resto de los jinetes de Berk para ayudarles a volver, hasta que sus propios dragones les tiene que rogar mudamente que vuelvan a sus hogares… hasta que aquellas condenadas risas finalmente se terminan.
En la pequeña ruta de regreso a Berk, Tormenta vuela por su cuenta, porque alguien tiene que manejar a Chimuelo y ayudarlo a volar, porque Hiccup solo es capaz de quedarse completamente quieto, recargado contra su espalda, temblando y llorando en silencio, jurando ante los dioses en una voz desgastada y ronca que si no volvía a ver a su mujer los nueve mundos lo lamentarían hasta el Ragnarok.
Y Astrid, en esos momentos, se permite creer que tal vez sí que está a punto llegar el fin de los tiempos, y que sería Hiccup quien lo traería.
