Descargo de responsabilidad: Ya saben, Skip Beat pertenece a Nakamura-sensei.

Advertencia: Continuación de: De hechizos, maleficios, a látigos; y, por lo tanto, seguimiento de más lemon.


De Seducción, Tentaciones, a Deseos Prohibidos

Capítulo 0: Inadvertidamente, un protector

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Sus ojos color miel reflejaban un deseo intenso por él. No podía apartar la mirada de ella, como si una fuerza magnética se lo impusiera. Estaba paralizado, inmóvil sobre la cama, sin siquiera poder pestañear, o alzar un dedo. Y entonces, cuando la vio gatear con tanta sensualidad hasta quedar encima de él, sintió un desespero descomunal jamás experimentado en su vida.

Ella se limitaba a sonreír con malicia, y cuando pasaba la punta de sus dedos sobre su mejilla, sentía que el aire antes contenido en sus pulmones regresaba despacio con cada caricia.

—Oh, Caperucita… —salió inadvertidamente de sus labios con voz ronca.

Caperucita estaba encima de él, con una ardiente mirada, mientras la yema de sus dedos acariciaban la piel desnuda de su pecho. En algún momento después de tanta resistencia, pudo alzar un poco la cabeza, a la vez que ella bajaba la suya para besarlo. Por fin probaría sus labios, ¡por fin la haría suya! Pero, estando a milímetros de ese anhelo, una fuerza lo inmovilizó y lo privó de hacerlo. Luchó con todas sus fuerzas, y cuando creyó conseguir tener sus labios a su alcance, la sensación de la nada lo embargó con mayor desespero.

Así no debía sentirse sus labios, así no se sentían… Pero, ¿cómo eran ellos si nunca los había probado?

Sus parpados, que por alguna razón estaban cerrados, se abrieron.

—¿Reino? —musitó ella, esperando a que él lo besase.

—Es un sueño —dijo él para sus adentros, exhalando después un suspiro.

Al entender la quimera a la que se enfrentaba, tuvo el poder de movilizarse. Alzó su torso, y aunque entendiese que todo se trataba del producto de un sueño, aprovechó para tocar a Kyoko. Esa sensación sí la recordaba, fue la única vez que la había tocado sin tanto "contratiempo". Karuizawa. Ella estaba tensa, pero aun manaba la calidez del cuerpo humano. Sí, era así como se sentía. Y su aroma… Si se acercase a su cuello estaba seguro que podía olerlo.

—Reino

Alguien lo llamaba. Se distanció un poco de Kyoko, y sus ojos se abrieron sorprendidos al ver que una oscuridad la rodeaba a ella, y así, lentamente, desaparecía de su vista.

—Reino —fue una voz masculina, siniestra y burlesca quien decía su nombre.

Se volvió hacia esa voz, pero lo que distinguió fue solo una distorsionada figura humana escondida en la oscuridad. Sus dientes amarillentos se enseñaron al sonreír. Se acercó, pero una mano tomó su brazo y lo sacudió ligeramente.

—Reino… ¿estás durmiendo?

Sus ojos se abrieron de inmediato. Miroku estaba a su lado, lo miraba extrañado, y sabía a qué se debía la razón: Nunca había dormido delante de otros, y jamás en la furgoneta. Tal vez fueron menos de treinta segundos, pero en sus sueños transcurrió mucho más que solo segundos con Kyoko en su cama.

¿Tal vez un presagio? ¿O solo un inexplicable deseo por tenerla? Hace tiempo que no le hacía una visita sorpresa, y ya era hora.

Minutos más tarde, supo que ese sueño no debió ser una coincidencia. Haberla soñado debió ser una premonición de que la vería pronto.

Sonrió con deleite al sentir su presencia en alguna parte del edificio de dónde estaban, así que sin más, se levantó y fue a su encuentro. Kyoko sí que era terca en escapar de él, pero cuando la vio caer de la escalera, sintió que la sangre se le helaba. En su mente solo vino la imagen de ella desapareciendo en la oscuridad. Obligó a sus entumecidas piernas a moverse y, sin saber cuándo, estaba gritando su nombre. ¿Estaba sintiendo miedo?

Su mandíbula estaba tan tensa que dolía, y pese a toda la tensión de su cuerpo, se acercó con presura a ella. Respiraba, estaba viva, y observando con cuidado su cuerpo supo que no sufrió ninguna fractura. Una parte de la tensión acumulada se liberó. De inmediato llamó desde su celular a un médico, y a Miroku para avisarle sobre su ausencia. Pero el último, por alguna razón llegó a él y lo acompañó a la espera. Ella se veía frágil; le disgustaba verla así. Cuando llegó el médico y le hizo saber que estaba bien y que solo dormía, la llevó en sus brazos. Por las escaleras. Por más que quisiera ahorrarse el cansancio, no iría por el ascensor. Sabía que allá afuera, en algún lugar del edificio, estaba Tsuruga Ren, y no correría el riesgo de ser aniquilado por ese agresivo león que se escondía bajo una gran máscara falsa.

En cuanto la tuvo en la cama del apartamento, la despojó de las ropas manchadas de comida. Contempló la nívea piel de sus senos que sobresalían de su sostén, su vientre plano, la curva de sus caderas, sus muslos, sus piernas largas y bien torneadas. El cuerpo de Kyoko le provocó una sorprendente tensión en la entrepierna. ¿Se había excitado como un adolescente por solo mirar su cuerpo?

Negó y se rió entre dientes, reacio a esa creencia.

Se acercó a ella, y acarició con suavidad su cabello.

—Si sigues durmiendo ya no serás mi Caperucita, sino mi Bella Durmiente— susurró Reino.

Minutos después, Miroku irrumpió en la habitación tras despedirse del médico.

—¿Qué demonios? —murmuró al ver a Reino con el torso desnudo, al ángel falso con su camisa negra, y a las rosas que antes ocupaban el jarrón en la mesita, siendo separadas con unas tijeras de su tallo para luego ser colocadas con delicadeza alrededor de ella—¿Qué haces, Reino? —interrogó, preguntándose qué cosa fuera de lo normal pasaba en la cabeza de su amigo.

—Traeremos el ataúd, Miroku, hay que moverla —se limitó a decir, concentrado en la labor de cortar el tallo.

Miroku contuvo una risa.

—Reino —dijo pausado, pero no pudo contenerse y se rió—. Ella aún sigue viva —carcajeó, sintiendo que el estómago comenzaba a doler de la risa.

—Cállate —lanzó en tono bajo y a la vez seco el vocalista—. No la despiertes.

Miroku abrió un poco más los ojos, sorprendido. Dejó de reír al instante. Jamás le vio preocuparse así por una chica, y además por el ángel falso.

—Ella no es como tú, Reino. No se sentirá mejor durmiendo en un ataúd —repuso entonces despacio, al ver su seriedad—. De hecho, se asustará a muerte al despertar en él.

Lo vio sopesar unos instantes, hasta que alzó la cabeza y asintió.

Miroku era conocedor de todas sus excentricidades, pero lo que era anormal para la gente se había vuelto algo normal viniendo de su amigo; así que, cuando Reino de un día para otro se puso a sonreír o reír sin motivo, perdido en sus pensamientos, fue un evento curioso y nada normal.

Y entonces, lo veía ahí, mirando al ángel falso, después de haber puesto todas las rosas a su alrededor. Sus labios formando una pequeña sonrisa, mientras que sus dedos apartaban con suavidad algunos mechones de su frente.

—Linda, ¿no? —susurraba éste, sin apartar la mirada de ella.

—Reino, ¿estás…enamorado de ella?

Un breve silencio, y luego oyó una risilla. Reino se había dado vuelta a él, y sonreía con malicia.

—¿Enamorado? —Lo decía como si esa idea fuera remota—. Ella es solo…interesante. Me gusta.

¿Interesante? Si solo fuera eso, no creía que la trataría como lo estaba haciendo ahora. Sabía que Reino relacionaba la palabra enamorado, como si se tratase de un algodón de azúcar color rosa: pegajoso, empalagoso, un completo hastío; pero viéndolo atender de esa manera a una mujer de carne y hueso, era la primera vez.

¿Amor? —pensó Reino, mirando a su Bella Durmiente. Soltó otra risilla. ¿Qué le hacía pensar a Miroku que estaba enamorado de esa mujer?

—Hey, mira, Reino —Él se dio la vuelta, y hizo una mueca al ver que Miroku tenía en su mano un celular de color rosa chillón—. Parece que Fuwa y el ángel falso hicieron las paces.

Reino cogió el celular. ¿Las paces?

Y entonces, leyó el mensaje de texto que Fuwa Sho le había enviado hace unos segundos a su Caperucita.

—Hey, ¿Reino? —Miroku agitó una mano frente a su rostro después de no verlo reaccionar.

El vocalista suspiró.

—Aburrido —dijo cerrando la tapa del móvil.

Los dos iban saliendo de la habitación, cuando de repente Reino se detuvo. Miroku se dio la vuelta al notarlo.

—Tal vez debería hacer las cosas más divertidas —susurró para sí mismo con una sonrisa maliciosa—. Volveré luego —le dijo a Miroku. Éste le dejó solo y se adelantó.

En unos minutos, Reino terminó de enviar a Fuwa, desde su celular, las fotos que había hecho; y de paso, también guardó el número y el correo de Kyoko.

—Mi Bella Durmiente, me pregunto si girarás a mirarme entonces —le dijo en voz baja.

Agarró todas las rosas que había dejado a su alrededor y las tiró en la basura. Miroku tenía razón. Las rosas tal vez fue una exageración ¿Pero por qué le importaba tanto esa mujer?

—Amor —pensó burlesco sobre sí mismo.

Pasaron semanas. Kyoko había girado a mirarle a él. Hubo un gran cambio con tan solo unas simples fotos. Fuwa Sho si que debió ser un exagerado como para que Kyoko lo odiase aun más. Pero cuanto menos lo sabría, él había ocupado una parte en la mente de Kyoko, y entonces también había recibido su castigo por aquella travesura. Y así, a pesar de la humillación que lo hizo pasar, no podía dejar de pensarla. Kyoko le estaba frustrando. Kyoko le estaba volviendo loco.

¿Por qué esa chiquilla no le hacía caso cuando le decía que esperara? ¿Es que de verdad prefería la muerte antes que quedarse con él?

Reino caminó con pasos largos hacia la salida. Su corazón bombeaba cada vez más fuerte. Algo estaba por suceder.

Y entonces, la vio. Tumbada en el suelo, inconsciente. Giró un poco la cabeza, y atisbó el automóvil, retrocediendo rápidamente, avanzando para volver a atropellarla. Sin saber cuando, ya se había lanzado hacia ella, y la había cubierto con su cuerpo para protegerla. Debía estar loco.

Las ruedas chirriaron con el súbito frenazo. Ese ruido casi lo ensordeció.

Sintió que el parachoques estaba a solo milímetros de él. Jadeando, oyó que el coche retrocedía, y después avanzaba a lado de ellos.

Se irguió con cierta dificultad, y solo logró divisar que, quien fuera el conductor, escapó.

Con las rodillas sobre el pavimento, posó los dedos sobre el cuello de Kyoko, y sintió su pulso. Cogió con rapidez el celular de su bolsillo, pero de repente escuchó una voz masculina. El hombre se acercó a ellos, mientras que hablaba por celular a emergencias.

Vio que aquel hombre observaba a Kyoko, y repasaba su cuerpo para ver su estado.

Reino volvió su mirada a ella, y entonces notó que se le veían las nalgas. De inmediato, estiró de su vestido para cubrirla. ¿Por qué llevaba una tanga? ¿Y por qué se apresuró en cubrirla?

El desconocido se presentó a él al colgar la llamada. A su lado, otro hombre y una mujer llegaron agitados y miraron pasmados el cuerpo de Kyoko.

—¿Usted la conoce? —le preguntó de repente, el que se presentó como Ito Takuma.

Reino lo miró y asintió.

—Es mi novia —contestó, mirando a su imprudente Caperucita.

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