Capítulo 14: Esclarecimiento
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Las mujeres gritaron repentinamente histéricas.
Los Vie Ghoul habían llegado finalmente al aeropuerto después de una semana de conciertos en el extranjero.
Miroku, quien se había quedado siempre a lado de Reino, frunció el ceño, cuando divisó a Hiro, bien trajeado, esperando lejos del campo de batalla de fans, reporteros y camarógrafos.
Le miró a Reino, y lo vio estirando la comisura de sus labios en una sonrisa diabólica.
Miroku le observó curioso, cuando agarró su celular y llamó, mirando a Hiro.
—Ven —le dijo, y Hiro escupió una retahíla de insultos, que Reino ignoró sin reacción aparente—. Ahora —colgó la llamada.
El rostro de Hiro se puso completamente rojo de la furia, pero aun así, se estiró el traje, y entró entre la masa asfixiante de gentío.
Los guardaespaldas hicieron paso, y los miembros de Vie Ghoul caminaron tranquilamente.
Miroku pudo distinguir los insultos y vociferaciones de Hiro, hasta que segundos después vio entre la multitud un brazo extendido, y un rostro sudoroso e iracundo pedir a gritos que le diesen paso.
Reino asintió al guardaespaldas para que lo dejase pasar.
—Su llave, señor —dijo Hiro, entregándolo con la quijada apretada.
—Lleva el equipaje al departamento.
—¿Desea que vaya también a la casa y lo limpie, señor?
—No. Ve y hazlo mañana.
—Pensé que ya le habías liberado del sometimiento —le dijo Miroku, cuando Hiro fue dejado atrás.
—Si es por dinero no desea ser liberado —Su rostro expresó indiferencia—. Necesito a un sirviente, y me complace verlo hacer cualquier cosa por avaricia. ¿no te parece divertido?
Miroku esbozó una sonrisa torcida en respuesta.
—Aun así ese tipo no es de fiar. Ten cuidado, Reino.
—Mientras tenga billetes a cambio no se le ocurrirá nada. Ese viejo no es muy inteligente.
Miroku se fijó en la llave del auto que Reino tenía en su mano.
—¿Irás directo a encontrarte con el ángel falso? —preguntó recordando que Reino la había extrañado mucho.
—Lastimosamente no —Su expresión cambió a uno severo —. Tengo un asunto pendiente por realizar.
...
Segundos atrás hacía calor después de tanto reír a carcajadas, pero entonces...
Un imperceptible soplo le arrolló todo el cuerpo.
Frío, tensión, ahogo.
Algo parecía envolverle el cuello, algo que le impedía respirar con normalidad.
Una mano agarró con fuerza la suya. Su mirada fue con sorpresa hacia abajo.
—Una risa más y te mato
Fue una terrorífica voz que hizo que se le erizará la piel. Kyoko había ladeado un poco la cabeza, y sus ojos dorados se percibieron lo suficiente como para percatar que ardían en ira.
Alzó las manos de inmediato. Sus labios se mantuvieron sellados, y ningún sonido se atrevió salir de ellas.
—Cúbreme hasta que lleguemos a un sanitario. Luego ve y busca algo para cubrirme. Ni se te ocurra decir algo —le amenazó en voz baja y fría.
Ella dio un pequeño paso, y giró la cabeza con expresión amenazante cuando él no la siguió.
Takuma dio un pequeño paso, y otro más cuando ella dio otro.
¡Era ridículo! ¡Esa mujer le estaba haciendo hacer el ridículo mientras caminaba pegado a su espalda!
Pero lo más vergonzoso era que esa mujer le causó miedo. No entendía por qué, si solo era una menor de diecisiete años, ¡y él era el superior!, ¿por qué tendría que acatar sus órdenes?
Pensó en otra manera de taparla, pero el clima ese día fue algo caluroso y ninguno de los dos llevó una chaqueta o un abrigo para atarlo a sus caderas.
—¡Un sanitario! —exclamó Takuma en voz alta, aliviado.
—No puedes decirlo más despacio —masculló Kyoko sonrojándose.
Kyoko dio un pequeño paso, pero él no le siguió. Se acercó de nuevo.
—Sígueme.
—Adelántate, yo te espero —contestó mirando hacia otro lado.
—Sígueme hasta llegar cerca—insistió en un susurro—. No quiero que todos vean mi...—calló.
—Ya no te seguiré, parezco un pervertido pegado a tu trasero.
Kyoko quedó boquiabierta.
—¿Quieres que todos vean mi trasero? Y deja de decir trasero a mi...trasero.
—Tienes un par de manos. Cúbrete el trasero y ve corriendo. Está cerca.
—No iré corriendo con las manos en el trasero, y deja de repetir trasero —le gruñó entre dientes.
—Solo corre, y eres tú la que sigue repitiendo trasero.
—Tú...—se mordió la lengua y cerró los ojos—. ¡Solo cúbreme! Te pido un favor. Cúbreme hasta que llegue a la puerta.
—No cubriré tu trasero. Aléjate ya.
—¿Qué? —dijo con voz tenebrosa. Sus ojos se entornaron, furiosos. Todas las pequeñas demonios volvieron a rodearle, mientras que una enrolló su cuello con su cuerpo fantasmal, dificultándole la respiración—. Pensé haber conocido hombres patanes, pero tú ganaste el premio mayor.
—¿Le hablas así a tu mentor? —murmuró, entornando también los ojos—. Eres una mujer muy irrespetuosa, ¿sabes? —tosió por la falta de aire—. Sé que soy un patán, pero solo yo puedo mencionarlo.
—Nunca fui irrespetuosa con mis superiores, contigo no puedo evitarlo —sonrió falsamente, con la mandíbula tensa.
—Ya, ya...Te cubriré —carraspeó. Cuando esa mujer se enojaba parecía que unas manos invisibles le estrangulaban el cuello. Daba miedo.
Palmeó su hombro para que caminase, y antes de hacerlo, Kyoko le echó una mirada furiosa.
Takuma tragó en seco y la cubrió.
—¡No! —gritó Kyoko.
—¿Q-Qué no? —tartamudeó Takuma que se asustó con su grito.
Miró hacia donde miraba. En la puerta cerrada del sanitario de mujeres estaba un cartel: Temporalmente fuera de servicio.
—Entra al sanitario de hombres —dijo cuando vio que ésta estaba abierta.
—No entraré ahí —dijo entre dientes.
—Solo entra —Un hombre pasó a un lado de ellos y entró al sanitario—. Bien, vamos al sanitario de arriba —dijo con un suspiro de impaciencia.
Esperaron que el ascensor abriese las puertas.
La cara de Kyoko empalideció cuando vio que había algunas personas dentro, y que las laterales del ascensor tenía espejos.
—Takuma-san —murmuró sombría.
—Pon las manos atrás —susurró.
Kyoko llevó las manos tras su espalda y al sentir el gran agujero que tenía sus pantalones empalideció aún más. Como lo temía, sus manos no lo cubrían.
—Se verá todo —masculló lo más despacio posible.
Takuma miró abajo, y sus mejillas se ruborizaron. Ella tenía razón.
Las puertas estuvieron cerca de cerrarse. Una oficinista lo atajó antes que lo hiciera, sonriendo a Takuma.
—Por favor, entren —dijo otro señor con gesto amable.
—Lo siento, ya entraremos —respondió Takuma, empujando a Kyoko.
Entraron con pasos extraños.
Takuma se puso tras Kyoko, tenso al notar algunas miradas en ellos.
¿Por qué? ¿Se veía como un pervertido tras su trasero? ¿O acaso ya se habían dado cuenta de que esa problemática mujer tenía el trasero expuesto por los aires?
Una gota de sudor rodó por su frente. Se sentía como en una encrucijada. Tenía que calmarse. La situación no era tan problemática como segundos atrás lo distorsionó.
El casi imperceptible movimiento que oyó le hizo ponerse en alerta.
Un hombre que estaba cerca quitaba su celular, mientras los miraba.
Kyoko estaba algo alejada de él.
Un sudor frío recorrió todo su cuerpo.
—K-Kyoko-san —apenas salió de sus labios mientras se inclinaba a ella. La tomó por los hombros y la acercó mucho más a él.
El gran respingo que ambos dieron hizo que esta vez sí todos les mirasen.
Estaban tensos, y pálidos como papel.
Las miradas fueron apartándose de ellos, ya que pasado segundos se consideraría una falta de respeto.
Las puertas se abrieron, algunos salieron; volvieron a cerrarse y se abrieron en otro piso, y así consecutivamente hasta que solo quedaron ellos dos.
El rostro de Kyoko había pasado de blanco a rojo brillante.
Los dedos de las manos, tensas, hormigueaban. Las cerró, titubeante, sintiendo que el rostro y todo su cuerpo quemaban.
La turbación la había dejado tan rígida y muda, que incluso su cerebro tardó en responder ante lo que sucedió momento atrás.
Tras su espalda, su mano... Toda su mano, lo tocó. De él, de Takuma, su parte íntima y privada, su...
La palabra prohibida a la que creyó acostumbrada decir o pensar sin pudor, era como un bote de gasolina que podría agravar a niveles más altos el caos dentro de su cabeza.
Ladeó un poco la cabeza, y percató el espejo. Subió la mirada, y lo vio.
Takuma estaba rojo como una granada. No solo su rostro, también era su cuello y seguramente su cuerpo entero.
—Eso no...—lo oyó por primera vez hablar, y enseguida volvió el rostro al frente—. No fue mi intención...L-Lo...Lo...Lo...Lo siento —Fue un largo tartamudeo.
Su vergüenza solo hizo que ella se avergüence más.
Quería esfumarse en ese preciso instante, y rogaba que algo pasase, y les haga poder escapar a ambos de la vergüenza.
Las puertas se abrieron, y Kyoko agrandó los ojos de la sorpresa.
—Kyo...—Era Shoko Aki, quien se había quedado muda por un instante al alzar la mirada y encontrar a Takuma—. Kyoko-chan...
...
Había pasado largos años desde la única y última vez que lo vio de frente.
Una pared de cristal y unas rejas los separaban.
Miró como la comisura de su labio se levantaba. Sus dientes amarillentos se expusieron brevemente. Tenía la cara demacrada, las líneas de arrugas le otorgaban más edad de lo que tenía. Los ojos de color violeta tenían la esclerótica roja. Su cabello completamente grisáceo no correspondía a su edad de cuarenta años.
Ese aspecto tan desahuciado con ese rostro que alguna vez tenía un gran parentesco con el suyo, le causó náuseas.
Ese hombre estaba en silencio, y tenía la mirada vacía pero a la vez llena de odio.
Tomó el teléfono con la mano izquierda, alzando el brazo derecho para mostrarle que le habían amputado la mano y todo el antebrazo.
—Eres la viva imagen de mi juventud—dijo con una gran sonrisa que mostró todos su dientes amarillos—. Sabía que vendrías hoy, hijo, lo presentía con tanta fuerza...He estado esperando tanto tiempo por este día —meneó la cabeza—. Una mujer, es una chica que te tiene obsesionado, lo sé todo.
Los ojos de Reino se abrieron un poco más. Había tratado permanecer imperturbable, pero era imposible al escucharlo. Un escalofrío recorrió su columna. La sangre en sus venas palpitaba anormalmente. Era una horrible conexión la que sentía.
—Oh, ¿lo sientes? —El hombre esbozó una sonrisa siniestra—. Bum, bum, bum... —dijo lento y burlesco—. El corazón, la sangre, todo... Tenemos una fuerte conexión, Reino. No lo supe hasta que fuiste concebido. La relación de padre e hijo puede ser simplemente aterradora.
—¿Entonces qué es lo que dices saber? —preguntó Reino ignorando las palabras recientes.
—La razón de tu visita, ¿es por tu mayor debilidad? —se rió entre dientes—. Al principio me reí por lo estúpido de mis predicciones, por primera vez dudé de mí, pero entonces recordé que nunca me equivoco. Un hijo odiado como tú acabaría tras la falda de una mujer, y haría de ella su mayor debilidad.
—¿Hijo odiado? Sigues llamándome hijo—murmuró con indiferencia—. No sabía que me tenías un apego como hijo —miró al vacío, pensativo. Una sonrisa curvó sus labios—. ¿Entonces mi mayor debilidad es esa mujer? Supongo que esa mujer podría ser mi perdición.
—Eres patético —le observó con burla. Miró con el rabillo del ojo al guardia—. Solo tenemos unos minutos, así que dime lo que quiero oír.
—Hay una manera de romper la maldición, ¿no?
—¿Una maldición? ¿Esa mujer tiene una maldición? —se rió a carcajadas—. ¿A quién se lo estás preguntando? —miró hacia atrás como si estuviera buscando y volvió a reír—. ¿A mí? No he podido romper mi maldición, y ¿crees que lo sabré? Esto no es lo que quería escuchar de ti, Reino.
Reino calló y lo vio cambiar su expresión a uno de incredulidad.
—Espera —El hombre abrió y cerró la boca, soltando una palabrota—. ¿Esa mujer te quiso maldecir? —carcajeó y meneó la cabeza, sonriente—. Ya entiendo...Entiendo todo. Tu salvadora de ese entonces debe estar muerta para que vengas a preguntármelo. Entonces lo que quieres hacer es romper tu hechizo de protección. Será mucho más fácil que buscar una manera de romper la maldición, y puedo ayudarte —Su sonrisa se agrandó aún más—. Es lo que he querido escuchar desde hace trece años —Su expresión se transformó en una frío—. ¿No me tienes miedo?
—Estando tras las rejas, no podrás matarme ni maldecirme. No tienes nada mío con lo que puedas hacerlo —pausó—. ¿Sigues teniéndome mucho resentimiento?
—A ti, a tu madre y a toda su familia —mencionó impasible—. ¿Aún tienes ese nombre y apellido?
—No mantendría el nombre ni el apellido con el que me has maldecido. Además no es como si esa familia hiciese mucho por impedírmelo.
Ken Sakurada, el hombre que había contribuido a su engendramiento, sonrió cínicamente.
—Supongo que la familia Ito no lo haría.
...
Agarró sus pantalones y miró la gran abertura que seguramente dio a exhibir casi todas sus nalgas.
—Qué vergüenza...—murmuró Kyoko ruborizada.
Shoko le había cubierto, y cuando se encerró en un cubículo del sanitario, esperó a que ella llegase con una falda o unos pantalones.
Alguien golpeó la puerta. Era Shoko. Abrió la puerta y ella le pasó una falda godet.
—Kyoko-chan
Kyoko se inmovilizó, presintiendo lo que diría o por quien preguntaría. Desde el segundo en que Shoko le vio hasta cuando llegaron al sanitario sus ojos brillaron de una manera peculiar. Sus mejillas se colorearon, y tenía una amplia sonrisa dirigida solo a él.
—¿Cómo conociste a Takuma Ito-san? —preguntó no pudiendo ocultar una risita—. ¿Actuarán juntos? ¿Él volverá a actuar?
—¿A-Actuar? —Aunque fuese lo primero que salió de su boca, la vergüenza al recordar lo sucedido fue lo primera reacción que tuvo al escuchar su nombre. Cerró la puerta, escondiendo el sonrojo de sus mejillas. No era como si ese suceso la haya imposibilitado de mirarlo de nuevo de frente, pero la vergüenza y la timidez que él mostraba con ese rostro y esos ojos, sí le hacía difícil mirarlo. Podría ser un hombre alto, lleno de músculos, con un rostro atractivo y varonil, pero su timidez y vergüenza ganaba contra la de ella, además de mudarle la misma sensación—. No, solo trabajaremos juntos —No dio los detalles de en qué trabajarían, aquello aún era confidencial. Por otra parte, era la segunda vez que escuchaba que él actuaba. Aquello le estaba dando curiosidad.
—Es una lástima —sonó verdaderamente entristecida.
Kyoko se puso rápidamente la falda, y se acomodó la blusa.
Mientras abría la puerta le agradeció.
—Shoko-san, muchas gracias por...—Frunció el ceño al no verla, miró hacia ambos lados y no estaba.
Suspiró y se miró en el espejo para arreglarse. Ya se imaginaba en dónde estaba. Le causaría mucha risa ver al Bastardo dos siendo testigo de cómo su manager y muchas mujeres más le ignoraban por Takuma Ito.
Sonrió malvadamente, pero luego le entró un escalofrío de solo pensar en que podía encontrarlo. Preferiría no hacerlo ahí, no quería que le haga pasar vergüenza si a él se le ocurriese hacer una de sus escenas.
Salió y justo como lo pensó, Shoko estaba hablando, coqueta, a Takuma. Nunca le hubiera imaginado a Shoko de esa manera.
Si se lo veía de lejos hacían una buena pareja, pero cada que daba un paso más notaba la incomodidad de Takuma.
—Kyoko-san —casi exclamó Takuma cuando la vio acercarse. Parecía aliviado—. Tenemos que apurarnos o se nos hará tarde.
Shoko se ruborizó un poco porque también lo percató, pero luego suspiró, le sonrió a Kyoko y lo ignoró.
—Kyoko-chan —le dijo acercándose a ella—, puedo pedirte un pequeño favor.
...
—Apurémonos un poco más —le dijo con voz tímida.
La tensión y la vergüenza que pudo notar de él, hizo que un leve sonrojo subiese a sus mejillas.
Fue un accidente. Tal vez a su antigua yo aún no se le habría pasado la vergüenza, pero era también cierto que para momentos vergonzosos ella siempre fue principal protagonista, así que acostumbrada estaba. Ese accidente no era lo suficiente vergonzoso cómo para que la perturbase.
Lo tocó, no era como si lo hubiese manoseado... No era como sí con solo tocarlo como lo hizo fuese a saber cómo era su...
Tuvo un bloqueo mental. Su mente se negaba incluso a pensar en la palabra o la sensación. No podría con un hombre como él, a quien, pese a comportarse con insolencia en algunas ocasiones, le consideraba su superior.
Así que caso cerrado, pensó.
Le miró de reojo.
No se había dado cuenta hasta hace unos minutos, ella había ganado la confianza de Takuma.
Él no actuaba, mostraba su verdadera personalidad frente a ella. Algo infantil, tosco, grosero, poco considerado, y raramente muy tímido.
El presidente le encargó una tarea, al principio no entiendo sus razones, pero ahora lo entendía. Sabía que Takuma Ito tenía problemas tratando con mujeres, pero ese problema podría ser más serio de lo que creía.
Shoko era una mujer hermosa, profesional y educada. Estaba segura que su coqueteo no consistió en alabanzas, fingidas sonrisas y no tan disimulados toqueteos como lo había visto con las modelos con las que trabajó una vez.
Si fuera un hombre, ella no la rechazaría. Tal vez por eso fue que aceptó el "pequeño favor" que le había pedido.
Su cara se transformó en una de horror al recordarlo.
—Kyoko-san —La voz de Takuma esta vez sonó moderada, sonriente pero a la vez formal.
Kyoko alzó el rostro y se detuvo, inmóvil, cuando se encontró con un par de ojos marrones claros. Eran unos ojos hermosos, profundos, atrayentes.
—Es un placer conocerte, Jun-kun. Soy Takuma Ito y ella es Kyoko Mogami —Takuma le sonreía y le pasaba la mano en un saludo.
Jun Fujiwara la tomó con firmeza, y sonrió.
—Obviamente te conozco, Takuma-san. Fuiste un talentoso actor y modelo en América.
Kyoko desvió la mirada hacia otro lado cuando Takuma le miró, casi acusatorio. ¿Acaso era la única que no le conocía?
—A ti también te conozco, Kyoko-san. Fuiste Mío, Natsu y serás Momiji en el Loto Sagrado. Tu rápido avance en la industria realmente me ha motivado mucho. Es un placer conocerte —Jun extendió la mano y Kyoko la tomó, sorprendida de que la conociera.
—Igualmente, Fujiwara-san —respondió algo avergonzada.
Jun Fujiwara era como Takuma le había descripto. No era muy guapo, pero sí demasiado atractivo, alto, sexy; tenía la piel aceitunada, era fornido y de verdad tenía una mirada única. No sabría cómo describirlo, no solo eran sus ojos, era una mirada que nadie podría olvidar. No sabía de dónde, pero lo conocía, y le hacía sonrojar.
—Puedes llamarme Jun —le dijo sin apartar su mirada de ella.
En cuanto Jun desatendió por un rato porque alguien lo llamaba, Kyoko vio en la expresión de Takuma una absoluta aprobación.
...
No fue con Takuma de regreso a la locación. Le había comentado que tenía que reunirse con Shoko por unos minutos y él ya no preguntó más. Aún tenía cincuenta minutos libres para la hora de almuerzo. Shoko le había prometido un taxi que la llevaría de vuelta a la locación.
Inspiró y exhaló con fuerza tres veces.
Tomó las llaves que Shoko le dio y abrió la puerta del apartamento frente a ella.
Estaba oscuro, y faltaba abrir las ventanas para ventilar.
Enseguida llegó el del delivery, y le entregó dos cajas de bento y unas bebidas.
Se dio la vuelta y lo encontró, apenas de pie, recostado por la pared.
—¿Kyo...ko? —dijo con la voz rasposa—. ¿Qué demonios...haces aquí?
—Hola —dijo con una actuación de indiferencia—. Shoko-san me pidió que te viera por un rato ya que ella no podrá verte hasta muy tarde.
El rubio hizo una mueca de desagrado y fue lentamente de vuelta a su habitación.
No era muy bienvenida como también lo fue una vez en el departamento de Tsuruga Ren.
Shoko le había pedido e insistido mucho para que vaya a verlo y cuidarlo por unos minutos.
Sho, el bastardo dos, estaba muy enfermo, tenía una elevada fiebre, dolor de garganta, tos, y posiblemente días después tendría diarrea. Estaba segura que era culpa del maleficio. Así que debido a la insistencia de Shoko y a su particular culpa de lo que sucedía, fue a verlo.
Dejó por un rato los bentos en la mesa de la cocina, y fue a su habitación.
Sho estaba acostado en medio de la oscuridad y el desorden.
Abrió las cortinas para abrir las ventanas, y Sho gimió de irritación. Ahí faltaba una buena ventilación.
—¿Qué haces demonio chupa almas? —se giró hacia ella, y extendió una mano sobre su rostro, irritado por la luz del sol—. ¿No ves que estoy enfermo? Necesito descansar.
—Cállate, Shotaro. Ya es la hora del almuerzo, necesitas comer algo para tomar la medicina —gruñó mientras arreglaba rápidamente el desorden—. ¿Demonio chupa almas? —pensó, preguntándose porque de repente optó por llamarle así de nuevo—. Ve y lávate la cara. Traeré la comida.
No lo sabía hasta que lo tuvo de nuevo en frente. Su ira y su rencor por él habían disminuido mucho. Tal vez porque pudo vengarse y verlo sufrir a cambio, o tal vez porque el doloroso pasado ya no era doloroso. No supo cuándo fue, pero ahora caminaba en su presente y en su futuro sin mirar atrás. Se enfrentó a sus sentimientos. Ya no se sentía inferior cómo lo hacía antes. Habían sucedido muchas cosas, buenas y malas, que la hicieron crecer, conoció a personas que les enseñaron y le hicieron saber valorarse. Pese a que algunas veces era un patán, Takuma estaba en la lista, luego estaba Reino, el perro en celo con el que estaba enojada, pero el que la cuidó y la trató como una mujer valiosa, y entonces estaba Ai, su querida amiga, quien la alentó y la apoyó a cambiar su manera de ver las cosas, a valorarse y a enfrentarse a sus miedos e inseguridades.
Ese día sería bondadosa, y trataría bien a ese Bastardo número dos. Tal vez así también disminuiría el karma de los maleficios, y dejaría de hacer el ridículo exponiendo su trasero a cada rato. Ya supo cómo era sufrir la vergüenza y el dolor en el trasero, así que, ¿hasta cuándo seguiría el karma con eso?
Solo sonreiría, no se arrepentía de lo que hizo.
—¿Qué ocurre con esa sonrisa siniestra? —dijo Sho frotándose los brazos, mientras que Kyoko le ponía la comida en la mesa plegable para cama—. Das miedo.
—Come, no tengo mucho tiempo —respondió, tomando su caja de bento y sentándose cuidadosamente en la silla que trajo a su habitación. Tendría más moretones en el trasero por culpa de esa fregona.
—¿Comerás aquí? —preguntó muy extrañado.
—Sí —abrió su caja de bento, y lo miró con indiferencia—. Y luego te escucharé. Shoko-san me dijo que querías hablar conmigo, ¿no?
Sho se quedó inmóvil, mirándola a los ojos, hasta que ella apartó la mirada, tomó los palillos y comenzó a comer.
Él hizo lo mismo, observándola de vez en cuando, incrédulo y suspicaz a la apacibilidad que mostraba ante sus ojos.
Cuando comieron todo, Kyoko recogió las cajas de bento, la mesa plegable, y luego le pasó el medicamento con un vaso de agua.
Sho lo agarró, pero se quedó mirándolo.
—¿Acaso tiene veneno? —Kyoko frunció el ceño—.Tú no vendrías aquí, arreglarías mi habitación, me darías de comer y me escucharías tranquilamente —volvió la mirada a ella, temeroso—. Tú...¿acaso estás tratando de...?
Kyoko golpeó su frente con el dedo índice, y Sho soltó un quejido.
—Deja de decir tonterías y toma tu medicina, Shotaro. Te doy diez minutos para hablar.
—No lo tomaré, me dará sueño —objetó, pero Kyoko le advirtió con una mirada asesina y él lo tomó.
—Ya, habla —le dijo impaciente, mirando la hora en su celular.
—¿Qué...? —dijo titubeante, apretando la mandíbula y fijando los ojos en otro lado.
—¿Qué de qué?
—¿Qué es lo que...tienes con...?
—Habla claro —gruñó.
—¿Qué es lo que tienes con él?
Kyoko inspiró y exhaló profundo. Se sentó de nuevo en la silla, y cruzó una pierna sobre la otra.
—¿Qué es lo que tengo con Reino? —dijo pensativa.
Sho alzó el rostro y la observó, sorprendido. Ella no se puso enojada, evasiva o irritable; estaba en absoluta calma, e incluso parecía pensar profundamente en ello.
—No lo sé —dijo sonriendo suavemente—. Lo que tenemos es una relación que no lo puedo definir. Si no fuera por lo que hiciste ese día en TBM, muchas cosas no hubieran pasado...Nuestra relación nunca se habría profundizado tanto como ahora —Sho le miró pasmado—. Reino me gusta como hombre. Aunque no esté enamorada de él, estoy muy agradecida por todo lo que hace por mí. Él me cuida, y me hace sentir diferente...Yo me siento muy atraída por él...como mujer, ¿entiendes?
—¿Qué demonios? —masculló furibundo.
—Sexualmente, me siento muy atraída por él sexualmente —dijo con las mejillas ruborizadas.
Sho se quedó con los ojos desorbitados.
¿Esa mujer era Kyoko? Sabía que ella había cambiado mucho, que ya no era la misma que antes por culpa de ese Beagle, pero lo que vio en ese momento era muy diferente de lo que tenía pensado vería. Kyoko ya no era la chica mojigata, puritana e inocente que antes era, ella se veía como una mujer firme y segura de sí misma. Su suave sonrisa, sus luminosos ojos, sus mejillas ruborizadas, y aun así tan serena y osada. Cada palabra que salía de su boca lo odiaba porque ella se veía tan hermosa, y seductora...
Maldijo interiormente por caer en su embrujo, ¿pero cómo podría reprenderla si ella lo confesaba de esa manera?
—Tú...con ese Beagle tú...—trató de hallar las palabras para que se retracte y se avergüence de su comportamiento, pero ella lo interrumpió con prontitud.
—No he perdido mi virginidad...aún —expresó impávida.
—¿A-Aún...? —Sho se quedó una vez más aturdido, y boquiabierto—. Qué carajo...—gruñó con los dientes apretados—. ¿Qué es esa actitud tan indecorosa? Mi madre no te educó para que seas una mujer tan sucia e indecente —escupió con la voz rasposa.
Kyoko entrecerró los ojos.
—No soy sucia —dijo sin titubeo—. No tendré mi primera vez con cualquier hombre. Si decido hacerlo con Reino, es porque él es un hombre en quien puedo confiar, él me hace sentir segura, hermosa y valiosa como mujer —arrugó el ceño y le miró fríamente—. Reino no es un hipócrita retrogrado que me tratará como una mujer sucia o indecente por tener deseos sexuales aun si fuese él quien no me lo causara.
Sho quedó tan conmocionado que no pudo refutar nada.
—¿Y él..., tu senpai? —murmuró malhumorado por no poder replicarla, pero si se tratase de Ren Tsuruga tal vez ella cambiaría de opinión—¿Qué es lo que piensa tu senpai de todo esto? —preguntó observándola fijamente.
—Tsuruga-san piensa lo mismo que tú —respondió imperturbable. Sho agrandó los ojos, sorprendido—. Aunque no lo ha dicho con las mismas palabras, él piensa que soy sucia e indecente.
—¿Tú le has dicho a él...lo mismo que me estás diciendo?
—Sí —afirmó, atendiendo de nuevo la hora—. ¿Eso es todo? Limpiaré un poco la cocina y me iré.
Se dio la vuelta e iba marcharse pero de repente sintió que la tomó la muñeca.
—Kyoko —Sho la miró con desespero. Su pulso aceleraba cada vez más rápido. Eso no podía ser todo. Parecía como si él ya no ocupase nada en su corazón. No podía perderla así—. ¿Por qué? ¿Por qué él?
—Solo sucedió —respondió sin pensarlo—. Al principio no lo podía aceptar, él era el hombre que me acosó una vez, pero después él me mostró ser diferente. Él me protegió, me cuidó, me demostró cuánto me quería...Shotaro, Reino está enamorado de mí y yo lo quiero. No sé qué pasará de nosotros en un futuro, pero tal vez esté dispuesta a intentar algo.
Sho sintió como su corazón se estrujaba dolorosamente en su pecho. La soltó, y Kyoko solo se fue y lo dejó solo en esa desolada habitación, sin ser consciente de lo que le hizo.
Kyoko respiró hondo cuando terminó con la cocina. Aún quedaban veinte minutos, llegaría a tiempo. Fue a la habitación del cantante y se despidió, pero él no le respondió, estaba acostado, dándole la espalda. El medicamento tal vez le hizo dormir.
Recogió sus cosas en la sala, pero cuando se iba a marchar escuchó un tono. Primero creyó que era su celular, pero luego vio que era el celular de Sho que estaba tirado en el sofá.
Lo agarró y miró. Era una llamada de Shoko. Bajó el tono para que él pueda descansar bien. Le avisaría a su manager desde su celular que ya le dio la medicina y que él se había quedado dormido.
El tono dejó de sonar y en la pantalla de pronto apareció varias carpetas de la galería de imágenes.
Sus ojos se agrandaron cuando vio una que guardaba las imágenes de "Imbécil" seguido de otros insultos. Sintió que se exaltaba. ¿Intentar algo con Reino? No entendía que fue lo que le hizo decir esas palabras, de verdad quería intentarlo, no obstante, al recordar esas fotos sentía que su estómago se revolvía. Nunca lo había visto, ¿eran realmente fotos de ella desnuda?
Entró, temerosa, en la carpeta. Entre las miniaturas de las imágenes no pudo otear ninguna fotografía de su cuerpo desnudo. ¿Pero qué demonios era lo que veía?
Abrió una de las fotos.
Sus cachetes se ponían cada vez más rojos con cada foto que pasaba.
Sus recuerdos fueron a ese día en el que llamó al Beagle al motel, le esposó en la cama, le azotó y luego capturó algunas fotos de él desnudo.
Sus piernas flaquearon y cayó de rodillas al suelo, llena de vergüenza.
Esas no eran las fotos que esperaba.
Ahí solo veía selfies vergonzosas e impensadas. Ella estaba vestida con su camisa negra, y él estaba a su lado con el torso desnudo. En la primera era una foto sencilla, con el brazo de Reino bajo su cuello como almohada. En la segunda, él la veía fijamente mientras que ella estaba mucho más cerca de su torso desnudo. En la tercera, Reino besaba su cabello con los ojos cerrados. Y en la cuarta y última, él la miraba de nuevo mientras acariciaba su mejilla.
Eran solo fotos en las que se veían como una pareja de enamorados, pero entonces, ¿Dónde estaba la foto que delataba el chupetón?
Creyó que ahí faltaban más fotos, Reino tenía una en la que ella estaba rodeada de rosas en la cama, así que debía haber más. Buscó pero no encontró más. Volvió a mirar las fotos más detenidamente, y lo encontró: En la última foto, la camisa se había abierto un poco más y dejaba entrever un pequeño rastro del chupetón en su pecho.
La escena que Shotaro hizo en TBM, todo lo que sucedió a partir de entonces con el trabajo en el que actuaba como Bo, y después con Tsuruga Ren, todo...¿lo ocasionaron esas fotos?
Sho fijó la mirada hacia la puerta de su habitación. Aún no había oído la puerta principal abrir y cerrarse. Kyoko no se había ido. Estaba tardando mucho para salir. Quería quedarse solo. Al principio creyó sentir un nudo en la garganta, pero eso no era posible. Él era el gran Fuwa Sho, no podría haber caído fácilmente en el embrujo del demonio chupa almas. Tenía que recordar que las mujeres más hermosas estaban a su disposición, y Kyoko... A Kyoko podría recuperarla todavía. Tenía que hacer algo rápido antes que el imbécil del Beagle, ese canino en celo, la convenza de aparearse de una vez. No tenía mucho tiempo. Kyoko estaba a solo un paso de perder su castidad.
Hizo algo que después de su niñez lo había dejado, se mordió las uñas, nervioso. Kyoko iba con seguridad a la boca del lobo, sin escuchar otras voces a su alrededor. Hasta ese actor de pacotilla, Tsuruga Ren, se rindió y al parecer le rechazó vilmente.
¿Pero acaso eso no le dejaba el camino más libre?
Ante ese pensamiento, su rostro se iluminó. De repente escuchó la puerta abrirse. Enseguida se tiró a la cama y fingió estar durmiendo.
Escuchó unos pasos acercarse. Con cada paso sentía ponerse más tenso, ¿Qué es lo que hacía Kyoko?
Lo siguiente que oyó fue que había puesto algo en la mesita de noche, y luego casi nada.
Entreabrió los ojos no pudiendo contener la curiosidad.
Una almohada se acercaba peligrosamente a su cara.
Un grito de horror salió de su garganta.
Apartó con una mano la almohada a la vez que gritaba.
—¡¿Qué demonios haces?! ¡¿Me quieres matar?!
Kyoko le miró con los ojos bien abiertos por el susto de su grito.
—Solo traía tu celular —le dijo señalándole la mesita de noche—, y vi que parecías incómodo sin una almohada.
—¡¿Sin una almohada encima de mi cara?! —espetó incorporándose de la cama.
—Ya cállate, estúpido Shotaro —gruñó con molestia—. Si así es cómo agradecerás mi amabilidad mejor ya me voy. Llegaré tarde.
—K-Kyoko...—dijo tan titubeante que ni él se escuchó. La vio dar la vuelta, y sin saber cuándo su cuerpo reaccionó solo, se levantó y agarrándola de la muñeca la giró y la tiró en la cama.
Kyoko miró cómo Sho se ponía encima de ella.
Un escalofrío recorrió su columna.
—¿Qué...haces? —dijo cortante, alerta a cada movimiento que él hiciera.
—¿Quieres...—Le notó algo nervioso y dudoso—. ¿Quieres tener sexo conmigo? —dijo casi en balbuceo.
—¿Qué? —Las arrugas se acentuaron en su entrecejo.
—Lo que digo es que...—Se detuvo. Una de sus manos fue en el dobladillo de su blusa, haciendo que Kyoko se tense—. Si quieres tener sexo con un hombre, yo seré ese hombre...Seré tu primera vez.
Kyoko le observó detenidamente.
—¿Entonces lo harías con una mujer a quien consideras ordinaria, plana y sin atractivo sexual?
—Bueno, en realidad no me pareces tan...
—¿No decías que tu madre no me educó para ser sucia e indecente? —interrumpió con brusquedad.
—Sabes que no estoy de acuerdo con esas anticuadas creencias...Solo no quería que lo hagas con él.
—¿Si es contigo está bien?
Kyoko empuñó su camiseta con una mano, y lo tiró por la cama, rodando y quedando a horcajas sobre él.
—¿Qué me puedes ofrecer? —preguntó acercándose a su rostro con una sonrisa sensual.
Sho le miró perplejo, sintiendo que se le secaba la garganta. Lo que le propuso fue la única y última idea que tuvo para retenerla a su lado. En realidad, muy en el fondo, supo que sería muy improbable que ella lo aceptase. Pero no tenía tiempo, fuese ese día o mañana, ese perro sarnoso podría despojarle de su virginidad a Kyoko.
Lo que no creyó ni esperó fue que ella se sentase sobre él e hiciese esa expresión tan sensual...
—Yo te conozco más que nadie —respondió con seguridad—, nos hemos conocido desde la infancia, así que...
—Pero no conoces mi cuerpo ni cómo me gusta que me toquen —refutó incorporándose. Llevó una mano sobre su abdomen y lo arrastró hasta su pecho.
—Eso...puedo aprenderlo rápidamente —Su corazón comenzó a latir cada vez más rápido. Sintió una tensión en la entrepierna. No sabía que Kyoko podía ser tan sensual y sexual. Aunque no lo quisiese admitirlo, ya desde un tiempo había descubierto lo hermosa que era.
—¿Quieres hacerlo conmigo?
—...Sí —respondió dejando atrás su orgullo. Y no es como si no quisiera, en ese mismo instante lo ansiaba por más que estuviese enfermo. Estaba reteniendo sus manos a sus costados por más que quisiese tocarla, quitarle la ropa y besarla. Pero si lo hacía sin que ella le diese la aprobación, estaba seguro que le rechazaría de inmediato.
—¿Por qué? —Sus manos se detuvieron sobre su pecho.
Sho se quedó callado, y no dijo nada por largos segundos.
Kyoko bajó de su regazo tan rápido que Sho no pudo detenerla.
—No sabía que con solo tocarte así podría ocasionarte una erección —Kyoko miró sonrojada su entrepierna. Sho se incorporó enseguida, presintiendo que se iría—. No sabía que de verdad me deseases —dijo arreglándose la falda.
—Maldita sea —gruñó Sho levantándose—. Te deseo, Kyoko —exclamó—. Dame una oportunidad. No lo hagas con ese imbécil —la agarró de la muñeca, y se acercó a su rostro.
—¿Recuerdas lo que te dije? —Sho apretó la mandíbula, sabiendo lo que diría—. No lo haré con cualquier hombre. No sé si lo que lastima tu orgullo es que quiera hacerlo con Reino, o si simplemente crees que aún soy de tu propiedad. Sabes que esas dos razones no significan nada, ¿no?
—Kyoko —dijo entre dientes, deseando que se le ocurriese algo más para retenerla a su lado. Por más que buscase en sus ojos o en sus palabras, él ya no ocupaba ninguna parte de su corazón.
—Te lo he dicho —ella sacudió su brazo para que la soltase—. Reino no se acerca a mí porque quiere molestarte, y yo tampoco lo hago por esa razón. Nos gustamos, nos deseamos, y como mujer él me dio la seguridad que nunca me pudo ofrecer otro hombre.
Kyoko se fue hacia la puerta, la abrió y antes de salir se dio vuelta para mirarlo.
—Adios, Shotaro.
...
Eran las siete y veinte de la mañana cuando lo vieron.
Las miradas se posaban automáticamente sobre el hombre que caminaba tranquilamente dentro del edificio de LME. El cabello oscuro que contrastaba con su piel blanca, sus hermosos ojos violetas y unos labios que se curvaban sensualmente y que hacía suspirar a muchas mujeres.
Además del cambio que tuvo en su cabello, mujeres y hombres se preguntaban porque el vocalista de otra agencia se hallaba en LME.
Primero fue al ascensor, bajó y con pasos seguros fue hacia una sección destinada, según todos los empleados, a otra de las excentricidades del presidente de esa empresa.
—Aquí estás, caperucita —Una mueca se formó en la comisura de sus labios al verla vestida con un overol de un horrible rosa chillón que dañaba sus retinas.
—¿Bea...gle?
Sus ojos dorados se abrieron un poco más, inmóvil al verlo en la puerta. Con la mirada le recorrió de arriba abajo, deteniéndose en su cabello que entonces era oscuro.
Su ceño fue frunciéndose lentamente hasta mostrar una expresión de enojo.
Cerró con fuerza la puerta del casillero que tenía sujeto.
—¿Por qué demonios estás aquí? —gruñó, dando media vuelta para no verlo.
Oyó que la puerta se cerraba, y cuando presintió y entrevió que sus manos se acercaban a su cintura, enseguida le esquivó y le miró con rabia.
—No podía esperar que regreses a casa para verte —le dijo él aproximándose a ella.
—Para que hayas llegado ayer a Tokio —gruñó alejándose al mismo tiempo que él se acercaba—, pensé que podías esperar una semana más para mostrar tu cara.
—¿Estás enojada? —Una sonrisa curvó sus labios.
—¡No! —exclamó esquivándole y corriendo hacia el otro lado de la sala.
—¿Y por qué escapas?
—¿Qué es lo que intentas haces? —le preguntó apuntándole con un dedo acusatorio.
—Cumplir la promesa.
—¿Cuál promesa? —interrogó confundida.
Reino sacó su celular del bolsillo, y reprodujo una grabación.
—Cuando regrese seguiremos, caperucita —decía él en un susurro.
—Sii...—gimió ella
—Te voy a comer la boca, tal como prometimos
—Sii
—¿Es una promesa?
—Sii...Lo quiero
El rostro de Kyoko se puso completamente rojo.
—¿C-Cuándo fue eso? —Vio que él dio un paso y ella retrocedió otro—. Quédate quieto, Beagle
—Antes de irme, lo prometimos —respondió dando dos pasos más.
—¡Solo decía que si a todo! ¡No lo recuerdo! —refutó corriendo hacia el otro lado.
—Querías que siguiésemos —Se detuvo con una sonrisa traviesa—, lo dijiste al final, lo quiero.
—¿Seguir qué? —preguntó para distraerlo mientras sigilosamente iba hacia la puerta.
—Seguir besándonos, ¿no lo recuerdas? —Fue hacia la puerta, impidiéndola salir—, mientras dormías, fui a avisarte que iría al extranjero.
—No lo recuerdo —Se detuvo y le miró con desconfianza—. Si no lo recuerdo, esa promesa se anula.
—No. Una promesa es una promesa —Se acercó e intentó atraparla—. Y antes de comerte, me desharé de ese overol que quema mis retinas.
...
El recuerdo de unas palabras, a las que al principio quiso ignorar, vino a su memoria.
Ren, sé que deseas hablar con Mogami-kun, pero ella necesitará un tiempo para recuperarse después de lo sucedido, y espero que se lo des.
Ya había pasado una semana desde entonces.
Mientras esperaba a que Yashiro terminase de hablar con el jefe de la sección de actuación, rememoró la última vez que la había visto e intentado hablar con ella.
El jefe tenía razón, necesitaba darle tiempo a Kyoko. Ella no había querido hablar con él, y conocía una parte de la razón por la que se negaba.
Vete ahora, Mogami-san...No me vuelvas a buscar jamás.
Fueron sus propias palabras las que lo condenaron. Se había visto obligado a distanciarse de Kyoko por más que ansiase hablarle, explicarle que el hecho de que le ocultase que él era Corn o Kuon, no significaba que se había burlado o jugado con ella.
Por más que nunca había sido religioso o creyente, esperaba que los cielos lo amparen y le diesen la oportunidad ese día, porque ya no podía soportar otras horas más de espera. Ese día trataría de hablarle o al menos intercambiar algunas palabras con ella para hacerla saber que aún no se rendía y que buscaría remediar la relación que él mismo había hecho pedazos.
Unos murmullos le sacó del ensimismamiento. Alzó el rostro y encontró una pequeña agrupación frente a la pantalla del televisor. Su ceño se frunció cuando vio a Yukihito también entre ellos, mirando entre hipnotizado y boquiabierto la pantalla.
Se levantó y se dirigió hacia él, curioso por lo que tenía a todos tan fascinados.
—Ella... —Un joven oficinista miraba alelado la pantalla, con una taza de café en su mano—. Ella realmente es mi tipo —dijo embobado.
La mujer quien estaba a su lado, meneó la cabeza en señal de negación.
—Que yo sepa cuando venía hacia aquí vestida con ese overol rosa no era tu tipo —le dijo con una sonrisa de sarcasmo.
—No sabía que detrás de ese overol escondía todo eso —murmuró, recibiendo un codazo y la palabra "pervertido" de parte de la mujer.
Kuon había quedado paralizado apenas reconoció a la bella sirena de ojos ambarinos. El anuncio había terminado hace unos segundos, y lo único que alcanzó a ver fue el final. Los brazos de la sirena rodeando la espalda de un hombre, quien hipnotizado acercaba el rostro hasta su cuello. Los labios de la sirena se curvaban en una sonrisa, cambiando su inocente expresión a una sensual y maliciosa. Acercaba los labios a su oído, y susurraba, "Te atrape", con una voz que podría despertar los deseos y las fantasías carnales de cualquier hombre.
Las personas fueron despejando el espacio para ir a sus escritorios.
—Ren —le llamó su manager, despertándole de su enajenación.
—Coincidimos hoy cuando entramos al edificio —Kuon escuchó que alguien hablaba, ladeó la cabeza hacia esa persona, y resultó ser el mismo joven oficinista de antes—. Cuando está sin el overol se ve realmente diferente, tiene un aire de belleza y sensualidad. Creo que ella puede ser realmente muy caliente.
—Deja de babear, idiota, y haz tu trabajo ahora —respondió la mujer tirándole una goma de borrar en la cara.
El joven lo esquivó pero sintió a alguien tras él atraparlo con la mano.
Se giró, y vio una alta silueta parada detrás de él. Alzó el rostro, sintiendo que un escalofrío recorría su espalda cuando se encontró con una sonrisa reluciente del actor, Tsuruga Ren.
El actor lo saludó amablemente, pero por alguna razón sintió que los pelos de su nuca se le ponían de punta.
—Así que has visto a Mogami-san llegar hoy temprano —le dijo pasándole la goma.
—S-Sí, Tsuruga-san —respondió tomándolo con ambos manos, mientras recordaba que el actor había trabajado con Kyouko—. L-Lo siento, lo que dije sobre su kohai no ha sido malintencionado, es solo que la encuentro muy hermosa...como persona —dijo casi tartamudeando. Como respuesta recibió una sonrisa mucho más amplia y brillante que le hizo tragar en seco.
Yukihito sintió también un escalofrío. Empujó sus lentes por el puente de la nariz, y luego miró la hora en su reloj de pulsera, fingiendo no haberse dado cuenta de la escena.
—No me molesto —respondió el actor, llevando una mano sobre su hombro—. Que la comunidad de fans de Mogami-san haya crecido me hace sentir muy orgulloso.
—C-Claro, soy un gran fan —tartamudeó con una sonrisa trémula.
Kuon se giró, y mientras Yukihito lo seguía, se despidió de todos con una sonrisa resplandeciente.
En cuanto salieron su sonrisa se desvaneció.
—Yukihito-san, iré a hablar con Mogami-san
—Ren...¿estás seguro? —dijo titubeante.
—Lo estoy —dijo con seriedad.
Cuando llegaron al piso de la sección Love me, Yukihito miró reflexivo a Tsuruga Ren.
Los días de espera que tuvo realmente no fueron solo necesarios para Kyoko, sino que los fue también para Ren. El tiempo le había ayudado a cavilar y entender mejor sus errores y su comportamiento. Había dejado de ahogarse en el alcohol, y su aspecto le decía que había comenzado a cuidarse de nuevo.
Llegaron a la puerta de la sección Love me.
Yukihito vio su vacilación para abrirlo.
Ren cogió el pomo, pero de repente escucharon un gemido.
—Ah...Espera...
Los ojos de Yukihito se agrandaron. Era la voz de Kyoko.
—Si gimes así todos te escucharan, caperucita.
Inconfundiblemente era la voz de Reino de Vie Ghoul.
Un sudor frío recorrió la frente de Yukihito al ver como la expresión de Ren se ensombrecía.
—Ya no más —La voz de la joven no contribuía en nada.
—Solo un poco más —Los ojos de Kuon y Yukihito se agrandaron al oír otra voz masculina—. Ya estoy cerca —decía con la voz agitada.
Kuon cogió el pomo y empujó la puerta con fuerza.
—Mogami-san, ¿qué están...
Las palabras quedaron estancadas en su garganta.
Kyoko estaba en medio de dos hombres, con las mejillas ruborizadas y con los labios rojos entreabiertos.
Frente a ella, y a espalda de ellos, estaba un hombre de cabello oscuro, a quien reconoció de inmediato como Reino de Vie Ghoul, porque el hombre que estaba tras Kyoko no era él, y era Takuma Ito.
Yukihito se quedó boquiabierto. La boca completamente abierta por el shock.
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