Capítulo 21: Fragilidad
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—Quítate el pantalón —ordenó enrojecida y con la respiración entrecortada.
—¿Por qué mejor no te ayudo primero quitándote la ropa?
Kyoko le devolvió una mirada turbia. Con esos ojos y su silencio solo esperaba a que él se quitase la ropa, pero él tenía otros planes y preferiría tener el control.
Bajó el rostro a ella y la besó. Atrapó con delicadeza su labio inferior y lo succionó con suavidad apartándose apenas la oyó soltar un leve gemido. Sabía lo caliente que la ponía cuando la seducía lentamente.
—Beagle…
—¿Te desvisto?
—Eres un cretino —murmuró con las mejillas ruborizadas.
Una sonrisa ladeada de satisfacción se dibujó en sus labios. Lo había conseguido.
Se agachó y le desabotonó la camisa que tenía puesta. Cuando terminó Kyoko se levantó para facilitarle el trabajo, pero en vez de quitárselo, besó la curva de su cuello, provocándole un ligero estremecimiento. Besó lenta y delicadamente su piel hasta bajar cerca del canalillo. Ella arqueó su espalda con un jadeo y él inhaló el dulce aroma que se concentraba entre sus senos.
Refrenó el deseo de dedicarse plenamente a esa parte de su cuerpo, y alzó el rostro para observarla. Ella tenía una expresión de lujuria en su rostro. Bajó la vista hacia la redondez de sus senos, que estaban mucho más apretados y turgentes en su sostén.
—Te queda pequeño —murmuró él, hambriento.
Kyoko se sonrojó.
—T-Todavía no he podido ir a comprar unos nuevos —comentó abochornada.
—No tienes que apresurarte —rebatió con voz ronca—. Te hace ver muy sexy
—Hey, no sabes lo molesto que es cuando no tienes la talla correcta, Beagle pervertido —gruñó ella molesta—. Mañana iré a comprarlo.
Reino curvó sus labios.
—Puedo ayudarte con eso.
—No —Se opuso rotundamente—. Y será mejor que no insis…—Calló y retuvo la respiración al sentir sus manos tomar impúdicamente sus senos.
—Tenías razón —Acarició sus senos y despreció la obstrucción que originaba su brazo derecho—. Tu brazo enyesado es una molestia.
Kyoko esbozó una sonrisa burlona. Su brazo derecho era una verdadera molestia que se interponía entre sus cuerpos, pero verlo ir con más tiento le parecía divertido. Alzó su mano izquierda y cogió su nuca atrayéndolo a su boca en un beso abrasador.
Reino estaba yendo demasiado lento aunque fuere por su brazo.
Él se apartó de sus labios y su mano se deslizó alrededor de su cintura hasta apoyar la palma abierta en su espalda desnuda.
—¿Aún te sigue gustando ese hombre? —Reino la miró a los ojos y acarició su mejilla con sus nudillos—. O puede que te tiente otro más.
El entrecejo de Kyoko se hundió en un profundo surco.
—¿Qué demonios?
—No puedes negarme que te atraen los hombres guapos —replicó pasando la yema de sus dedos a lo largo de la línea de su mandíbula.
—Pensé que ya terminamos con eso —gruñó apartando su mano de su mejilla con un ligero manotazo—. Ya te dije que…
Se detuvo. En realidad, si lo pensaba detenidamente, los hombres que le habían gustado fueron siempre guapos.
Agrandó los ojos y lo observó. El Beagle también era guapo, ¿podía ser eso un factor determinante para que le guste un hombre?
—Tal vez tengas razón, Beagle —reflexionó con la mirada fija a él—. Han de gustarme los hombres guapos.
Reino la miró en silencio. Creyó que seguiría negándolo, pero esa mujer lo aceptó con suma tranquilidad. Como siempre, ella era rara y peculiar, así como también podía ser directa e indiferente.
La sentó y la tendió en la cama, antes de que ella pudiese darse cuenta, aunque con su brazo enyesado no fue muy fácil. Mientras se miraban, bajó su mano hacia su sostén y se lo subió por encima de su pecho, haciendo que Kyoko suelte un pequeño jadeo por la impresión.
—¿Te atraen hombres como Tsuruga Ren o como Takuma?
Kyoko apretó los labios cuando su mano cubrió uno de sus senos desnudos.
Frunció el ceño, más sus labios se entreabrieron soltando un gemido cuando sus dedos acariciaron su pezón.
—Beagle, dete… —gimió y cogió su mano, intentando detenerlo cuando él comenzó a rotar sus dedos entorno a ella.
—¿Te tentaría tal vez hacerlo con Takuma?
Los ojos de Kyoko brillaron del enfado.
Le dio un fuerte capirotazo en la frente y él se incorporó con un quejido, sobándoselo.
—¿Tanto quieres que me atraigan otros hombres? —gruñó bajándose su sostén e incorporándose con la ayuda de su brazo izquierdo—. No soy de las que se acuestan con cualquier hombre solo porque les parece guapo, perro del infierno. Y si tanto insistes, lo pensaré muy bien y consideraré hacerlo para que te quedes satisfecho con mi respuesta, maldito demonio depravado.
Reino parpadeó, mirando como los pequeños espíritus vengativos volaban a su alrededor. Había sido de provecho haberla enojado. Hace bastante tiempo que no las veía.
Sonrió con deleite e intentó coger una de ellas.
—Ni se te ocurra —rechinó ella y los espíritus vengativos comenzaron a volar como abejas enfurecidas por la habitación.
—Así que por ahora solo te interesa tener sexo conmigo, caperucita —alegó acercándose.
—Por ahora tú eres el único bastardo con el que estoy lidiando —replicó entrecerrando los parpados. Respiró hondo y los rencores regresaron en el interior de su ama.
Reino sonrió y acercó su mano a su cuerpo, queriendo seguir con lo de antes, pero Kyoko cogió su muñeca y lo hizo a un lado.
—Ya no tengo ganas de hacerlo contigo.
El rostro de Reino empalideció. Lo intentó de nuevo y Kyoko lo esquivó, fulminándolo con la mirada.
—Te he dicho que no —Le repitió arrastrándose hacia el borde de la cama.
Reino maldijo el momento en que la hizo enojar.
—Te haré el amor apenas te quiten ese maldito yeso, Kyoko —le dijo con seriedad.
Kyoko se detuvo y lo miró en silencio durante largos segundos.
—Esperaras por mucho tiempo…—pensó en voz alta.
Reino curvó la comisura de sus labios.
—¿Quieres que te folle pronto?
—Beagle —murmuró ceñuda, molesta por la elección de sus palabras—. Lo que quiero saber es cuando se hará el ritual, porque cuando tú lo hagas yo ya no estaré en tu casa.
—Mierda —maldijo cuando lo recordó. Esa mujer solo sería de él durante unos días—. El ritual se hará cuando haya un eclipse lunar total.
—¿Un eclipse total?
—Una luna de sangre, será dentro de dieciséis días —explicó—. Kyoko, alarguemos el plazo.
—¿Alargar…el plazo?
No. No podía.
Su corazón se detuvo y aceleró.
Había muy buena química entre ellos. Él sabía besarla, tocarla y saciar su cuerpo. La malicia y la lujuria con la que antes tanto había batallado, lo aceptó a pesar de que fuese incorrecto. No podía corresponder sus sentimientos, sin embargo, él solo pedía hacerle el amor. Le gustaba complacerlo, gozaba cuando él hacía lo mismo con ella, pero sabía que extenderlo por más tiempo sería un error. Aquello significaría mal acostumbrarse a su compañía y a su afecto, odiarse por no poder corresponderlo, y dejar que los celos crecieran como lo hizo hoy. Por más que fuese en ocasiones un cretino, por más que algunas veces la enfurecía, y por más que a él solo le interesase el sexo, le importaba y sabía que era mejor, para los dos, terminarlo lo antes posible.
—Es mejor que no lo alarguemos —le respondió.
—Carajo —Reino bajó la mirada a su brazo derecho—. Entonces hagámoslo con ese maldito yeso.
Los ojos de Kyoko se agrandaron.
—No tendré mi primera vez con esto —exclamó enojada.
—¿Entonces qué haremos? Tú no quieres alargar el plazo y yo no me conformaré con hacerte el amor solo una vez.
Kyoko se ruborizó. Hablar de eso aun podía seguir siendo algo vergonzoso.
—No…No lo había pensado —murmuró pensativa. Él tenía razón, pero eso significaría alargar el plazo durante dos semanas.
Por un momento creyó en la posibilidad de aceptarlo bajo algunas condiciones hasta que lo oyó hacer un comentario.
—Siquiera sé si pueda soportar esperar cuatro semanas de tu recuperación para follar.
Kyoko se paralizó, alzó la barbilla y se encontró con su mirada.
—Quieres hacerlo con…otras mujeres, ¿es eso?
—¿Qué? ¿Te has puesto celosa? —Una sonrisilla torcida apareció en su cara.
—Beagle…
—¿Quieres ser la única?
Los ojos de Kyoko se ensombrecieron.
La única…
Su memoria vagó en los recuerdos en donde descubría la promiscuidad de Shotaro. Debido a esa experiencia cuando veía la coquetería de Kuon con otras mujeres, se contenía y rechazaba los celos y las consecuentes emociones que traía consigo su amor. Ella nunca podría ser la única para un hombre y, sin embargo, ¿ahora quería monopolizar a un hombre con el que solo acordaron tener sexo?
Se sentía tan enfadada con esa versión suya, la antigua Kyoko, aquella versión ingenua, casta y pudorosa, que se dejaba manipular y embaucar fácilmente por un hombre.
Sabía que la relación que tenía con Reino no era un noviazgo pese a que decidieron llamarlo de esa manera, pero aun así…
—No, puedes hacerlo con las mujeres que quieras —respondió severa—, pero me hubiera gustado que lo hubiésemos acordado antes de hacer el absurdo de etiquetar esto como un noviazgo. Sé que acordamos esto solo para tener sexo, pero algunas veces no puedo evitar ser fastidiosamente tradicional.
—Hey, Kyoko… —Desde que vio el cambio de su expresión, supo que algo andaba mal.
—Creo que es mejor redefinir esta relación que tenemos —le interrumpió— Así me sentiré mejor —agregó apretando los dientes.
—¿Mejor? —Reino rió con ironía—. Sabías desde el principio en que te metías, te lo he advertido, te embaucaré y haré cualquier cosa por hacerte el amor. Creí que disfrazarlo de noviazgo te haría sentir mejor.
Kyoko respiró entrecortado. La ira bullía en su interior y los espíritus vengativos brotaban, anhelando salir para causar el caos.
—¿Por qué estás tan enojada? —preguntó él, observando el aura siniestra que manaba a su alrededor.
Kyoko cerró los parpados.
Estaba muy confundida y enojada consigo misma.
La idea de hacer el amor con un hombre que tendría sexo con otras mujeres, la hacía sentir sucia, pero una relación como la que tenían ellos se suponía que debía ser así, libre e indiferente.
Había aceptado una relación basada solo en el sexo, pero no era capaz desligarse de sus pensamientos tradicionalistas. Reino tenía razón, catalogar su relación de noviazgo solo era una farsa que la hacía sentir mejor. Debía cambiarlo.
Respiró hondo, abrió los ojos y se levantó de la cama.
—Kyoko —Reino se apresuró y tomó su brazo cuando creyó que se iría.
—Beagle, tienes razón —respondió con calma—. Puedes hacerlo con otras mujeres. Después de todo lo nuestro solo es sexo.
—Kyoko, no follaré con ninguna otra mujer —expresó repentinamente nervioso—. Y ya te he dicho un millón de veces que contigo quiero hacer el amor.
Ella le miró sin parpadear.
—Hace segundos te referiste como sexo —comentó sin emoción—. No importa. Si cambias de opinión estoy bien con ello, puedes hacerlo con otras mujeres. Y en cuanto a mi primera vez, no lo haré con un brazo enyesado. Si quieres tener sexo…—negó con la cabeza—, quiero decir, hacer el amor conmigo, solo será una vez. Tal vez podamos acordar una fecha de encuentro. Luego de que se rompa la maldición ya saldré de esta casa, así que tú puedes acordar el lugar —pausó por un segundo—. Tal vez pueda ser en tu departamento.
Las facciones de Reino se endurecieron. Tensó la mandíbula.
—Maldita sea, Kyoko, ¿qué ocurre? ¿por qué te comportas así?
—¿De qué hablas? —Apartó su brazo para que él la soltará—. Querías sexo así que estoy alargando el plazo tal y como querías.
Él calló por unos segundos, mirándola con incredulidad.
—¿Era así como siempre te sentías? —dijo con sequedad—. ¿No te importa con quien tengas tu primera vez? Además de querer sexo, ¿lo que sentías por mí acaso fue compasión? —Se rió entre dientes, con un sonido desdeñoso pero ausente—. Que irónico, conseguí lo que quería, caperucita, pero por alguna razón ya no siento lo mismo. Tú no eres la de antes, solo te estas convirtiendo en un cascarón vacío.
Kyoko se paralizó, tensa y temblorosa. Crispó los labios y cerró los puños con fuerza.
—¡¿Tú qué sabes de mí?! —gritó con rabia—. ¡Dime, ¿qué es lo que quieres de mí?!
Reino la miró, sin decir nada.
—Te odio —murmuró con los ojos ámbares llenos de furia —. Te odio.
Salió y corrió a su habitación, cerrándolo de un portazo.
Esa misma noche hizo su maleta, dejando todos los regalos que le había obsequiado Reino.
Con la mirada vacía, observó el anillo en su mano izquierda y se lo quedó.
Bajó una vez lo oyó salir de la casa, llamó a un taxi y se dirigió a casa de Ai.
—¿Princesa?
Ai se había apresurado a bajar por el camino hacia el sótano, apenas pudo leer el mensaje que le envió Kyoko.
Cuando vio su maleta y pudo distinguir su rostro, corrió a ella, alarmada.
—¿Kyoko-chan? ¡Kyoko-chan! —exclamó al verla sin reaccionar.
Cuando su amiga alzó la mirada y se encontró con la suya, su rostro se crispó y las lágrimas rodaron por sus mejillas.
Ai la abrazó con cuidado, sin decir una palabra.
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