SEGUNDA COPA
Su mañana había comenzado de una forma muy tranquila.
Se había levantado a las cuatro y media, ocupando media hora hasta las cinco en tomar un baño, tender su cama, elegir el atuendo del día y acomodar su portafolio, que era más grueso como para ser considerado más una maleta, o "equipaje de mano", por su contenido. Su trabajo empezaba hasta las siete, así que ocupó la siguiente hora hasta las seis en tomar su taza de café con calma en la sala de su casa.
Tras haber finalizado, había lavado su taza, empacó sus objetos de limpieza portátiles, y se encaminó hacia la salida de su departamento, cerrando su seguro digital y preparando las cámaras externas. Era el único departamento de ese piso, y el conserje le comentaba que sentía que las cámaras eran un exceso. No le importaba.
El elevador hacia la recepción del complejo era rápido, así que no tardaba tantos minutos en bajar a él. Su auto solía estacionarlo fuera del edificio porque era más accesible para él, pues ya había experimentado el quedarse atascado en un problema de vialidad dentro del estacionamiento subterráneo, y se negaba a tener (de nuevo) a la camioneta de la señora Olivia pitándole con el claxon detrás, cuando aún tenían enfilados otros seis autos adelante. Era el precio a pagar por vivir en un edificio lujoso con gente del mundo empresarial con el mismo horario.
Traía un traje gris oscuro de pantalón largo, considerando ese en especial porque era el más delgado que tenía en su armario, y el calor que estaba haciendo en la ciudad era increíblemente insoportable para él. Era temporada de verano, pero, siendo honesto, él lo disfrutaba un poco, de no ser por el calor infernal, que lo hacía dudar. Era el único problema de su parte. Vestía una camisa blanca de botones y mangas largas, que se ajustaba a su cuerpo por los tirantes del cinturón en su cadera, y las ligas y cinturones que se ajustaban en su torso, donde acomodaba sus armas y equipamiento, los cuales ya estaban en su respectivo lugar, pues rara vez sacaba estos de la prenda para tenerlos siempre listos y a su alcance. Se puso una corbata de color azul oscuro, disfrutando su momento en el que lograba ajustar el nudo a la perfección a la altura de la división de su clavícula, pues siempre había considerado que su presentación era algo importante. Encima de ello usaba un saco gris del juego del pantalón, cerrado por el botón al centro del abdomen, y unos zapatos grises de un tono levemente más oscuro que el traje, pero sin discordar, que tenían un tacón lo suficientemente grande como para que diera pasos que resonaran contra el piso.
El sol apenas se vislumbraba por la mitad en el horizonte cuando él ya había llegado al estacionamiento exterior de la Estación de Policía y se había estacionado, sintiendo los primeros rayos del día igual de calientes que si el sol estuviera en su punto más alto.
Ese día había decidido no pasar por su habitual té para llevar de una cafetería cercana a su hogar, pues se había encontrado muy molesto con la idea reciente de que, en las vacaciones escolares, sería enviado constantemente a investigaciones fuera de su sede, pues el alza de delincuencia se daba durante esa época en especial. ¿El motivo? Era muy fácil encontrar turistas siendo asaltados, o familias de vacaciones siendo atacadas por sus pertenencias en distintos lugares de la ciudad, e inclusive asaltos a mano armada en centros comerciales. Eso había provocado que nunca pudiera tomar su té con calma mientras llenaba informes, dejando el vaso en su oficina hasta que volvía tarde por sus cosas y hallaba la bebida fría y con el saborizante asentado en la base, lo que no le daba gusto de beber. Era un gasto innecesario, pues terminaba siendo desechado al instante.
A sus veintiocho años, él contemplaba que no le quedaba más deseos o sueños personales que cumplir, pues estaba viviendo los más importantes. Pero su vida estaba girando en torno a la rutina, y aunque eso nunca le molestó en el pasado, ahora estaba consciente de que ese horario tan perfecto estaba creando una especie de dependencia a lo desconocido e inaccesible, lo cual, repitiendo lo anterior, no sabía que no tenía, o no podía percibirlo completamente. Su mente no registraba esa falta, por lo que no la buscaba.
Esa sensación siempre venía con él, todas las mañanas, de lunes a domingo, pero era reemplazado por la profesionalidad y firmeza apenas llegaba a su destino. Observaba la puerta doble de vidrio, brillante y pulida, con dos detectores de metales en pleno funcionamiento detrás de ellas, y tomaba aire. Sacaba su identificación personal y abría el camino hacia el interior de la recepción, sintiendo cómo un ruido de trabajo se alzaba al instante a sus oídos. Tenían mucho dinero para la seguridad del edificio, por lo que se seguían colocando cámaras y escáneres por toda esa área.
Cuando llegaba al elevador vacío, subía a este, alumbrado por las luces led y saludado por el reflejo de su imagen en los espejos de las paredes, su persona estaba lista para recibir las voces en coro que le dirigían un reconocimiento cada aburrida mañana.
― ¡Buen día, Capitán Levi!
La hora del almuerzo estaba a escasos quince minutos, y el cansancio de sus compañeros se sentía hasta su oficina. Levi Ackerman, el detective más popular e importante de la División de Paradis, miraba sin atención a uno de los tantos papeles de archivo que tenía sobre su escritorio, siendo todos de un caso que había resuelto su propio equipo. Era un trabajo sencillo, y sus subordinados lo habían abordado de forma muy limpia y eficaz, por lo que su presencia no había sido solicitada más que para firmar documentos y eximir responsabilidades o multas (esto último cayendo más sobre Auruo, quien solía ser el que destruía algo durante el proceso de investigación).
Si bien él sólo era requerido para misiones realmente graves que se tuviesen que llevar a cabo con mucho tiempo de planeación, recientemente había tenido que cubrir más áreas internas de la ciudad, pues los crímenes estaban subiendo en nivel de violencia. Eso había provocado que muchos recién graduados que tomaban los casos, fueran gravemente lastimados, y algunos asesinados en el proceso. Por ello, Levi se volvió fundamental en la sede.
El resultado: cualquier caso que ahora llegaba, él debía revisarlo. Aunque tenía el apoyo de Erwin, que se ocupaba de los casos más grandes, y de Petra, Auruo, Erd y Gunther, quienes manejaban los que le dirigían a su escuadrón, él estaba ayudando en áreas que no le tocaba supervisar, pues, desafortunadamente, una de las víctimas de uno de los tantos casos de asaltos a mano armada había sido el mismo jefe Darius Zackly, el más alto puesto en la Estación de Policía, y se estaba debatiendo quién sería su sucesor en la silla desde hacía dos semanas. En ese tiempo, mucho se estaba viniendo abajo en cuanto a organización y proceso, y como consecuencia, Levi se vio tomando la rienda de muchos departamentos o equipos que estaban sin orientación.
Era una situación complicada, pero el papeleo lo hacía parecer sencillo.
Levantó su vista hacia la ventana detrás de él, mirando como una unidad de policía salía en un auto con la sirena y las luces activadas, indicándole que comenzaba la temporada de asaltos más fuerte para él. Suspiró. No quería que el caos aumentara con los constantes crímenes, pero era algo que veía venir.
― ¿Ya deseando ir a comer? ―preguntó una voz tranquila a su lado.
Volvió su mirada hacia la puerta negra de su oficina, mirando a su jefe, y amigo íntimo, Erwin Smith, quien estaba parado en la entrada con su típico traje verde olivo y camisa blanca, mirando al hombre en el escritorio al otro lado de la habitación.
―Si eso significa que tendré algo de silencio para concentrarme en mi trabajo, estoy ansioso ―se quejó Levi, echando las hojas a un lado sobre un folder abierto en su escritorio.
Erwin entró a paso lento, caminando hacia el ventanal detrás de Levi y parándose a su lado. Levi lo miraba con calma, pues cualquier cosa que viniera de Erwin solía significar una plática amistosa. El rubio no era de los que iba con tranquilidad a dar una mala noticia.
― ¿No tienes algún lugar al que ir a comer? ―preguntó el superior.
―No pretendo volver a mi casa, así que no ―respondió Levi.
― ¿Por qué no tomas el descanso por hoy, en lugar de enfocarlo sólo a trabajar? ―cuestionó Erwin, metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón e inclinándose hacia su amigo― No te vendría mal, has estado bajo mucha presión recientemente.
―Nada que no pueda manejar, y lo sabes ―respondió, volviendo a tomar los documentos y echándoles una mirada de falsa inspección―. ¿Qué quieres, cejas?
Erwin soltó una risa ante el apodo. No le disgustaba, era divertido recibir esa clase de atención de parte del pelinegro, pues significaba que se sentía lo suficientemente cómodo como para soltar bromas o esa clase de "cariños" entre sus amigos.
―Sólo me preguntaba qué estarías haciendo. Desde la muerte del jefe Zackly, no he tenido la oportunidad de pasearme por nuestra zona ―respondió.
―Es normal. Siendo el candidato más apto para tomar el puesto de Zackly, no dudo que te estén abarrotando de juntas y citas para la inspección necesaria ―comentó Levi, casualmente, como si supiera de todo―. No me importa no verte un par de días, me sirve de que me siento algo importante aquí sin tu pantalla de líder nublando mis órdenes.
―Sí sabes que, si me vuelvo el jefe, tú serás quien se volverá el líder de este departamento ¿verdad?
Erwin se alejó, caminando de vuelta hacia la salida, sonriéndole a su amigo cuando este le frunció el ceño por sobre los documentos.
―No digas estupideces, Smith.
No quería admitir que le afectaba pensar en el ascenso de puestos, decidiendo llevar su ansiedad a la ingesta de bebidas calientes, pues Levi se caracterizaba por ser alguien que mantenía en completo control sin importar las emociones y situaciones alrededor. El problema era que externaba esto en su falta de sueño, lo que nunca le había venido bien, pero había aprendido a manejar para evitar la sospecha de sus compañeros y allegados.
Por ello, el que hubiese tenido que salir de su trabajo para buscar un respiro, representaba debilidad a su perspectiva. Y no podía darse el lujo de fallar, en ningún momento del día. Ni siquiera en sus escasos momentos donde dormía.
Decidió ir a comer algo ligero para no vagar sin rumbo, así que tomó su auto y se dirigió a un restaurante de comida japonesa que frecuentaba los fines de semana, siendo recibido por el dueño de este restaurante con sorpresa, no preguntando mucho y dejando al detective comer en paz.
Estando ahí, Levi comió con lentitud para concentrarse en la comida y no en sus propios asuntos. Cuando miró por la ventana de su cabina hacia la calle mientras esperaba a que le trajeran su postre, vio a un grupo de aproximadamente once niños que se detenía junto a su auto y lo veían con asombro. Él era consciente del asombro que provocaba su vehículo en mucha gente, pues era un súper deportivo de un discreto color negro, pero con demasiado diseño y bajo, que atraía entre un mundo de coches promedio altos, curvos y pequeños. Era como ver una dona glaseada de dulce de fresa con chispas de colores entre cientos de bolillos, o al menos eso le dijo Preta alguna vez.
Estos niños no abandonaron su posición en la banqueta un buen rato, encontrándolos incluso cuando salía del restaurante y se dirigía hacia ellos. Mientras más se acercaba, ubicaba las voces de estos y cómo los que iban con ellos, presumiblemente tutores, trataban de contribuir a la conversación.
― ¡Algún día tendré uno de esos! ―exclamó un castaño de estatura mediana, ojos verdes muy brillantes, piel bronceada clara y una sonrisa gigante, quien iba de la mano con un rubio bajito y una chica de cabello negro y piel nívea. Los tres se movían conforme él los jalara, por lo que adivinó que era el líder del trío.
―Trabaja duro para que eso suceda, Eren ―dijo una de las mujeres detrás de él.
Levi las miró. Eran dos señoras que estaban cerca de la edad de los cuarenta años. Ambas vestían uniformes de educadores escolares, y traían identificaciones en el pecho.
Llegó hasta el grupo y caminó poco a poco hasta cruzarse en la mirada de ellos y el auto, sacando su llave y usando el control para desactivar los seguros. Dirigió su mirada a los niños mientras estos volteaban su atención hacia él con curiosidad, soltando una exclamación de sorpresa en el proceso.
― ¿Es su coche? ―preguntó el mismo chico que había notado. Eren, según una se las señoras.
Levi lo miró fijamente, notando que su rostro no tenía más que asombro infantil. Debía tener más de diez, pero menos de quince años, pues su forma de hablar, el tono, y su porte, eran de un chico que rayaba la adolescencia.
―Sí, es mío ―respondió, ganándose el brillo de los once pares de ojos―. Escuché que decías que tendrás uno igual a este algún día.
Los niños hicieron sonidos de ánimo, empujando a Eren de la espalda mientras este aumentaba de tamaño su sonrisa, siendo llevado hacia el frente a Levi. El adulto sólo lo miraba con calma, pues sabía cuán excitados podían ponerse los niños por la atención ajena a su círculo principal.
― ¡Sí, tendré uno igual, pero en color rojo! ―respondió, señalando con el dedo índice hacia el auto―. ¡Viajaré por muchos lados, y llevaré a mis amigos a donde quieran!
―Para eso mejor consíguete un taxi ―le dijo Levi, a lo que Eren borró su sonrisa y lo miró confundido. Levi se movió hasta pararse de lado al auto, señalando adentro con los nudillos―. Este auto sólo tiene dos asientos, y se maneja mejor así. Créeme, niño, a lo mucho querrás contigo a un amigo o a alguna chica, pero jamás a todo tu grupo. Mantenlo intacto, no son baratos.
La alegría retornó al rostro del joven al instante, pues sintió que recibió el mejor consejo que alguien le podría dar en su vida, y Levi lo había captado. Eren puso sus manos en su cadera y torció la boca, sin abandonar su rostro lleno de felicidad.
―Entonces iré solo. No meteré chicas en el auto, ¡puag! ―exclamó con asco, sacando la lengua y haciendo un mohín.
Levi enarcó una ceja con diversión, pero era lo más cercano que hacía para demostrarlo.
―Eso dices ahora, pero algún día tendrás a una mujer en tu vida, y no querrás ir en ese auto solo ―declaró, señalando a su coche mientras caminaba al frente para rodear el vehículo. Llegó a la puerta del conductor y la abrió.
― ¡No creo que pase! ―respondió Eren con seguridad― ¡Estoy mejor solo!
Levi sostuvo la puerta con la mano, mirando por sobre el techo hacia el grupo. Los niños y las señoras lo miraban atentos, esperando la reacción a la declaración de su principal representante, el ojiverde emocionado que declaraba su futuro.
―Escucha, Eren, yo pensaba igual a tú edad, y lo mantuve incluso hasta mi adultez. Pero el día que obtuve este auto, lo conseguí con una mujer a mi lado. Ella lo condujo la primera vez que yo me subí a él, y yo iba de pasajero ―se subió, cerrando la puerta con fuerza.
Dentro estaba insonorizado del exterior, por lo que sólo pudo ver por la ventana del pasajero el impacto que causó en los niños cuando encendió el motor. Estos dieron un brinco y se apiñaron entre ellos, mirando a la máquina con asombro.
Levi bajó la ventanilla del pasajero mientras se ponía el cinturón, y se volvió hacia Eren tras tomar el volante. El niño lo miró atento.
―Ahora que estoy solo, este auto es demasiado grande para mí. Con ella era mejor, así que siempre ten en cuenta eso, chico ―le dijo por sobre el ruido de la maquinaria―. Aprecia a los que tienes.
― ¡Señor! ―llamó un castaño claro. Levi movió su mirada de Eren hacia ese chico, quien lo miraba con una sonrisa burlona― ¡Creo que este auto ya es demasiado grande para su estatura! ¡Necesita a mucha gente para llenarlo!
― ¡Jean! ―regañaron las señoras, quienes lo tomaron de los hombros rápidamente. Los demás niños miraron espantados a su amigo antes de ver a Levi.
Mocosos, pensó Levi, recordando porqué le disgustaban los niños en el paso a la adolescencia.
Quitó el freno de mano y se acomodó en su asiento, listo para partir.
― ¡Por esa actitud tuya es que Eren es quien tendrá el auto y no tú!
La risa de los niños le sonó más fuerte aun sobre el ruido de la aceleración, dejándolo con una sensación de satisfacción cuando se alejó de la banqueta y tomó las calles con velocidad.
No tenía mucho tiempo de que el gobierno, junto con la policía, habían hecho un re-ajuste de los límites de jurisdicción del Escuadrón de Exploración, pues se había considerado que tenían muy poco alcance para realizar sus respectivos protocolos en el campo, y eso había provocado muchos problemas para poder detener a sospechosos de diversos casos y les había limitado de participar en muchos juicios donde ellos debían tener voz y voto.
Levi fue uno de los solicitados para declarar cómo es que los actuales límites de jurisdicción le dificultaban su trabajo, y no había tenido reparos en soltar toda la información que tenía acumulada de muchos de sus descontentos en sus casos, descontentos ocasionados por ese mismo problema.
Por ello fue que le hicieron participar en la construcción de los nuevos límites, pues su argumento sólido con fuerte crítica, había dejado en claro que había muchas fallas importantes qué reparar.
Siendo así, él le dedicaba una hora de su día a trazar un mapa de límites geográficos, y hacer una lista de parámetros, para que la jurisdicción de su área fuese mejorada. Lo hacía en pro de su propio trabajo, pues con la nueva temporada delictiva, él sabía que no podría exigir buenos resultados si seguían tan escasos de recursos de acción.
Así que esa noche decidió quedarse una hora extra de su día normal, encerrado en su oficina, leyendo manuales, reglamentos, comunicados, mensajes, viendo vídeos de juntas, etc., mientras su propia propuesta para sus superiores se pulía con cada avance informativo. Quería tener una buena cantidad de soluciones acumulada para la siguiente semana, pues sabía que, mientras más firme y amplia fuera su explicación, más posibilidades tenía de ser escuchado y tomado en cuenta.
Con esto en su lista de prioridades, no notó cómo su hora extra se extendía hasta después de las doce, siendo él de los últimos ocupantes del edificio, quedando solamente unos pocos en la recepción y los guardias, y uno que otro policía de turno nocturno.
Fue por ello que el sonido de su teléfono de escritorio lo exaltó, pues tomó todo el silencio en el tono de llamada, y atrajo la atención del hombre.
Puso en altavoz el aparato para no tener que alejarse de su pizarrón junto al lado derecho de su escritorio, donde tenía al alcance sus notas en su librero.
―Capitán Levi ―contestó.
―Señor, buenas noches. Hablo de la recepción, soy Albert ―habló el recepcionista con un tono preocupado, lo que llamó la atención del detective―. Hay aquí alguien que no sabemos a dónde enviarlo o qué hacer con él. Viene pidiendo ayuda para un orfanato.
―Si necesita ese tipo de apoyo, no es con nosotros ―respondió Levi con calma, sabiendo bien que mucha gente estaba mal informada acerca de las tareas de los servicios gubernamentales y los públicos, pues asumían que la policía debía de encargarse de todo. Y cuando decía de todo, era todo: colectas, restauraciones, salvamento, orientaciones, turismo, caridad. Levi no descartaba que tenían participación, pero no como la gente lo exigía, así que él se limitaba a re-dirigirlos a las áreas correspondientes para que no hubiese malentendidos que le acarrearan problemas.
―Eh, no… hmm… no busca el tipo de apoyo que asume, Capitán ―dijo Albert. Soltó un suspiro―. Es un niño, y vino solo. No sabemos a quién dirigirlo, y usted es la máxima autoridad en el edifico en este momento.
Levi abrió los ojos sorprendido, pues no era común recibir niños en la estación, y mucho menos sin acompañantes. Miró la hora, dándose cuenta de que eran las doce y media, lo cual le daba más motivos para preocuparse por esta situación.
― ¿Qué debo hacer? ―preguntó Albert al no recibir respuesta.
―Voy por él, yo me encargo. Deténganlo ahí hasta que yo vaya, no dejen que se marche con nadie ni solo ―ordenó con seriedad, cerrando el plumón negro que traía y dejándolo en el escritorio.
No traía su saco (el calor lo tenía harto a ese punto), y se había arremangado las mangas, por lo que las ligas y cinturones con su arma eran notables. Salió de su oficina hacia el ascensor, cruzando los cubículos vacíos en el centro del piso. Al llegar, apretó el botón con demasiada fuerza, sintiendo cómo la forma se marcaba en las yemas de sus dedos. Durante el trayecto hacia la planta baja, Levi se puso a pensar en el procedimiento estándar que tenían para tratar con menores de edad en una situación en la que no venían con un adulto, padre o tutor, pues esos casos solían ser algo estrictos en cuanto a que la información de toda la participación del menor fuera registrada, con el fin de siempre mantenerlos a salvo.
Las puertas se abrieron cuando el ascensor se detuvo suavemente, y Levi salió casi trotando de este hacia la entrada del edificio, haciendo que sus pasos sonaran con fuerza contra el mármol del piso. Toda la decisión con la que iba se interrumpió abruptamente cuando se detuvo de golpe, reconociendo al niño que hablaba con Albert, Molly y Halsey, los recepcionistas, mientras estos lo escuchaban para mantenerlo distraído.
― ¿Eren? ―preguntó Levi con fuerza. Las cuatro personas voltearon hacia él, y el niño sonrió de inmediato con la misma sonrisa gigante con la que lo conoció.
El chico se alejó de la barra de la recepción un par de pasos y saludó con la mano a Levi.
― ¡Oh, el señor del coche! ¡Hola!, ¿trabajas aquí? ¡No sabía! ―dijo el niño con mucho entusiasmo.
Levi se acercó hacia él estupefacto, pues no entendía cómo es que la vida le puso al mismo niño dos veces en un día… bueno, dos, contando la hora.
― ¿Qué haces aquí? ―preguntó mientras se acercaba a él, bajando la voz y tranquilizándose.
Eren se cruzó de brazos y le respondió.
―Vine a pedir ayuda para mi orfanato ―asintió―. Me dijeron que, si algún día tenía un problema grave, debía venir a la policía por ayuda, ¡y eso hice!
A Levi le saltó una vena en la frente, pues justo a eso se refería con los civiles mal informados. Se pasó una mano por el cabello para acomodarlo y tomó aire.
― ¿Vienes solo? ―preguntó lento. Eren asintió― ¿Alguien sabe que estas aquí?
Eren negó. Bien, eso era un problema. Levi pasó su lengua por sus labios y se volvió hacia los recepcionistas, quienes miraban la interacción con curiosidad.
―Me llevaré al niño a mi oficina. Registren su entrada, por favor ―ordenó Levi, ganándose un asentimiento de parte de cada uno. Volvió su atención a Eren y le extendió la mano―. Acompáñame, vamos a hablar.
― ¿Me vas a ayudar? ―preguntó Eren con seriedad.
―Me contarás tu problema, y veré qué puedo hacer ―respondió con sinceridad. No le iba a prometer nada al niño.
Eren pareció satisfecho con esto, pues extendió la mano y tomó la suya, aferrándose con los dedos al dorso tosco de la mano de Levi. Ambos caminaron hacia el elevador, Levi marcando un paso tranquilo para que el niño no corriera.
Una vez en él, Eren se mantuvo en silencio a su lado, esperando pacientemente a que el elevador llegara al piso seleccionado. Levi miró al niño de reojo, notando que iba con una ropa muy sencilla. Un pantalón y una camisa de manga larga, ambos de color gris, y calcetines blancos. Usaba unos zapatos negros de vestir, gastados de la punta y sucios de tierra. Esa no parecía una ropa normal de un niño de su edad, o para el hogar, así que podía comenzar a imaginar la situación en la que se encontraba el chico.
Al llegar a su piso, Levi guio a Eren, quien lo siguió desde atrás mirando con curiosidad los cubículos.
― ¿Estas tu solo? ―preguntó Eren.
―Sí. Ya pasó mi hora de trabajo, y mis compañeros se fueron a sus casas ―respondió el hombre, abriendo la puerta de su oficina y haciéndose a un lado para dejar pasar al niño.
Eren entró sin titubear, mirando a todos lados del cuarto con interés, pero sin acercarse a ningún lado. Paseaba su mirada como si estuviera viendo un nuevo panorama, lo que divirtió a Levi. Muy pocos quedaban maravillados con su sobria oficina, sin adornos ni huellas de él, de paredes grises, suelo con alfombra azul, un ventanal a la calle, libreros cafés, y un escritorio de madera con una silla negra de cuero, y dos sillas de metal con colchones de forro negro para las visitas. Lo único resaltante era el bote de basura en la esquina del escritorio, de color amarillo, porque era el único que quedó de los del almacén del edificio cuando Levi fue asignado a esa oficina.
―Y bien, Eren ―comenzó Levi, llevando al chico a una silla de las de visitas. Le indicó con un gesto que se sentara, indicación que fue acatada por el niño―. Platícame, qué haces aquí y cómo es que llegaste aquí. Es necesario que me cuentes todo, y si es necesario, de dónde vienes y quienes son tus tutores.
Eren asintió con decisión.
―Soy Eren Jaeger, y vivo en el Orfanato María con mis hermanos. Hoy en la tarde, cuando estaba en el descanso de mis clases, pasé por la oficina de la directora y escuché que decían que iban a cerrar el orfanato ―explicaba Eren mientras Levi se acomodaba en su silla y se cruzaba de brazos al escucharlo. Levi no despegó su mirada de él―. Somos muchos niños en el orfanato, y dijeron que, si lo cierran, nos echarán a la calle. ¡No puedo dejar que eso pase!
Levi empezó a captar el tono desesperado del niño, y eso lo incomodó.
―No sé qué hacer, porque no puedo trabajar aún. Pero mi maestra me dijo que siempre fuera a las autoridades para buscar ayuda, y ahorita no sabía a quién ir. Pensé que las autoridades del orfanato no podían porque ellos se quejaban del cierre, y por eso pensé en la policía ―declaró el chico, sintiendo que había sido lo más astuto de su parte―. ¿Me pueden ayudar a que no lo cierren?
Levi suspiró con pena, haciéndose al frente y recargando los brazos en el escritorio, juntando sus manos y mirando al niño directamente a los ojos.
―Entiendo la posición en la que estas, Eren, pero la información que me das es muy poca para que los pueda ayudar. ¿Tienes alguna idea de porqué van a cerrar? ―preguntó, pues necesitaba más respuestas que la que le dio el niño.
Eren negó con pena.
―No nos dicen nada, eso es lo único que sé porque espié la junta de la directora ―confesó el chico, bajando la mirada hacia el piso.
Ese tipo de situaciones, en las que la seguridad y el bienestar de los niños se veía amenazado, Levi solía tener una cuerda floja que jalaba de su razón, pues comprendía lo que era ser un infante desamparado y en situación de pobreza. Muchos orfanatos vivían en ese estado económico, y por lo que Eren le decía, era muy probable que ese fuese el motivo por el que iban a cerrar el establecimiento. La impotencia de no poder ayudar era muy grande, y Levi solía intentar no tomar esos casos porque terminaba involucrándose emocionalmente, aunque no lo quisiera. Para su fortuna, Erwin sabía de esto, y jamás lo metió en esa clase de trabajos. Pero ahorita todo se acomodó para que lo recibiera de primera mano, sin apoyo de nadie.
―Talvez pueda re-dirigirte con la gente que se especializa en ayudar a los chicos que tienen una situación similar a la tuya ―ofreció Levi, ganándose de nuevo la atención del niño.
― ¿Hay gente que nos ayuda? ―preguntó Eren con intriga.
La generalización en sus palabras le dolió a Levi, pues él había mostrado una clara ignorancia de que aún podría tener opciones para sobrevivir.
―La hay, pero primero debes darme un contacto a quien llamar para que vengan por ti. No puedes estar sin tus tutores. Dime, ¿cómo llegaste aquí tu solo? ―preguntó curioso, pues eso era lo más sorprendente de todo.
Eren abrió los ojos y miró al techo, recordando su trayecto.
― ¡Oh! Me ayudaron mis hermanos ―respondió, sonando muy calmado para la situación―. Les dije de mi plan y estuvieron de acuerdo. Nos hicimos los dormidos y me ayudaron a salir por la ventana de nuestro cuarto. Como tenemos cobijas unidas, juntamos las de las niñas y las de los niños, y me bajaron con ellas. Estamos en el tercer piso, así que no fue difícil.
Levi arqueó una ceja, confundido por la vitalidad (y la inmortalidad) que presentaban los infantes de hoy en día.
―Ya habíamos hecho un recorrido por la ciudad para aprender dónde estaba la Estación de Policía, los Bomberos, restaurantes, los doctores, los veterinarios y las tiendas cercanas al orfanato, así que me acordé del camino y vine aquí. Mi hermano Armin me hizo un mapa ―explicó mientras metía la mano en el pecho de su camisa y sacaba una hoja arrugada.
La extendió y la colocó sobre el escritorio, entregándosela a Levi. Este la jaló con los dedos, notando un mapa muy básico, pero bien estructurado de todos esos lugares que Eren mencionaba. Ese chico, Armin, debía de tener memoria fotográfica como para detallar tan bien las esquinas, calles y avenidas con apenas crayones cafés y naranjas.
Volvió su vista a Eren.
―Entonces nadie, más que tus hermanos, saben que estas aquí. Básicamente, te escapaste ―afirmó el pelinegro. Eren asintió con orgullo. Estos niños, pensó Levi.
Suspiró y dobló la hoja, colocándola en la canastilla de documentos a su izquierda. La agregaría al reporte del niño.
―Bien, dame un contacto a quien llamar para que venga por ti, y a esa persona le daré la información que necesitan para recibir ayuda para tu orfanato, ¿te parece bien? ―preguntó con seriedad, tratando de transmitirle seguridad al niño.
Eren asintió.
―Puede llamar a mi maestra. Ella nos cuida mucho, y nos hizo a todos aprendernos su dirección, número de teléfono y nombre completo para cualquier emergencia ―respondió con orgullo.
Levi asintió y tomó su teléfono de escritorio, acercando la caja de números a él para no moverse de su asiento. Llevó el comunicador a su oído.
―Bien, ¿a quién voy a contactar? ―preguntó. Eren se movió dos saltos al frente en su silla.
―Hanji Zöe.
Una descarga eléctrica le recorrió la columna desde el cuello hasta el coxis, sintiendo las secuelas de un efecto que desencadenaba el recuerdo de esa mujer. El rostro juvenil había vuelto a su mente de trancazo, borrándole de golpe cualquier pensamiento que tuvo durante el día, o el registro de que estaba acompañado en su oficina. La garganta se le secó, y los dedos quedaron estáticos sobre las teclas de números.
Hanji Zöe.
Hanji Zöe.
¿Cuatro ojos?, pensó Levi, sintiendo como el apodo le rasguñó una nostalgia mental.
Tenía muchos años sin saber de ella, demasiados para lo que consideró una eternidad. La mención lo arrastró a un recuerdo lejano de Hanji entre sus brazos, tendida en el piso de la entrada de su antigua casa, con la lluvia cayendo sobre ambos. Él llorando, desesperado, pidiéndole que lo perdonara. Abandonándola.
Se recompuso de golpe cuando Eren apareció en su vista, parado a su lado en el escritorio, tomándole del brazo y mirándolo con preocupación.
― ¡Señor!
Levi abrió los ojos tanto como pudo y miró al niño, casi brincando en su silla por la sorpresa. No se había dado cuenta de que se quedó pasmado ante él, asustándolo un poco y llevándolo a querer sacarlo de su estupor.
― ¿E-Está bien? ―preguntó Eren, nervioso.
Levi asintió rápidamente, regañándose mentalmente por ese desliz de comportamiento que tuvo. Y, como dijo antes, no podía darse el lujo de fallar, en ningún momento del día. Se enderezó y volvió a tomar su actitud profesional, endureciendo sus pensamientos en el protocolo base, y continuó.
―Dime el número, por favor ―ordenó. Eren, confundido, asintió.
―Ok. Es…
Eren comenzó a dictar el número y Levi lo marcó de forma automática.
El tono de espera sonó por bastantes segundos, haciéndole pensar que podía ser un número equivocado. Sin embargo, el aire casi abandonó sus pulmones al oír la voz femenina del otro lado, casi como si hubiese recibido un puñetazo con ganas en el pecho.
― Hola, buenas noches, ¿este es el número de celular de Hanji Zöe? ―preguntó con voz seria y profesional.
Un minuto de silencio.
― ¿Quién la busca?
