CUARTA COPA
Se suponía que, escolarmente, el viernes era el último día de clases, pero el Orfanato María había agregado el sábado como un día de taller, por lo que Hanji asistía a impartir únicamente una clase de dos horas por la mañana.
En la tarde, ella decidía quedarse a ayudar en lo que necesitaran en el orfanato, pues el edificio era viejo, por lo que solía someterse a reparaciones pequeñas como las tuberías de los lavabos en los baños, pintura en paredes, o refuerzos de madera en algunas zonas. Como el dinero no podía ser destinado a carpinteros, arquitectos o plomeros, Hanji, Joe, Carl y Christian solían ser los que se encargaban de ese pequeño mantenimiento, así que usaban los fines de semana para realizar las tareas de construcción.
Ese día había vuelto el calor, pero el reporte del clima anunciaba que podría volver a llover, así que Hanji se había puesto un pantalón de vestir color azul marino con una blusa blanca de botones y manga larga, y encima tenía su bata de trabajo. Sus zapatos formales fueron reemplazados por unos tenis sin agujetas color negros. También había tratado de mantener algo de formalidad en el aspecto, pues apenas habían sido visitados por la Trabajadora Social una vez, faltando la segunda visita, y como no sabía cuándo sería, debía de mantenerse bien vestida hasta el momento preciso.
Eran las cuatro de la tarde, y ella estaba acomodando una gran tabla de madera junto a la entrada principal en la banqueta del orfanato. La bajaba con dificultad, ya que el largo era casi el doble de su cuerpo. Hanji era fuerte, pero había cosas que no podía manejar tan bien sola, y el mover objetos pesados era uno de ellos. No era porque no pusiera empeño, o porque tuviese un costo de movilidad, sino que sus manos estaban débiles, pues tras años de trabajar con materiales peligrosos, herramientas de presión, elementos delicados y uno que otro experimento dañino, habían cobrado factura en heridas en los dedos, piel delicada y articulaciones sensibles, por lo que la mayor parte del tiempo trabajaba con guantes de herrero. Pero esta vez no había contemplado que se encontraría en esa situación, así que hacía todo a mano libre.
Soltó aire cuando por fin bajó la tabla sin que esta golpeara el piso, recargándola contra otro grupo de fierros grandes que igual había tenido que sacar. Todo ese material era uno que se llevaría a la cochera de su departamento para venderlo a la gente que compraba los fierros y madera para reutilizarlos, y con ese poco dinero ayudaría a la institución. Ya conocía a los compradores desde su épica de universidad, pues muchas veces fue al local a conseguir materiales para sus experimentos, y ella les llevó muchos otros, así que sabía que obtendría un buen trato. No sería mucho, pero sería bueno.
Su pecho subía y bajaba del cansancio, sintiendo cómo el sudor le recorría la sien hasta el cuello.
El sol de la tarde pegaba duro aun cuando lo cubrían los edificios delante del pequeño orfanato de tres pisos, sintiendo los rayos potentes contra su espalda.
El aire pasó por su labio superior mientras pensaba en lo demás que tenía que sacar del orfanato, analizando cómo se llevaría todo a su casa sin su auto.
―Será difícil ―murmuró pensativa.
―Creí que al menos tendrían personal para el mantenimiento.
La voz a sus espaldas le congeló la espalda, pero le derritió el pecho, haciendo de ella casi un tornillo con aceite que dio toda una vuelta para ver detrás. Parado en la calle a un paso de la banqueta, Levi la miraba con seriedad.
― ¿Qué haces aquí? ―preguntó Hanji en un susurro.
El hombre se acercó a pasos lentos, pero aun así dejó dos metros entre ambos, mirando hacia lo que estaba apoyado en la pared debajo de los pies de Hanji. La tabla más grande cumplía con el grosor de la mitad del cuerpo de la mujer, por lo que era considerablemente grande.
―Vine a hacer la segunda visita de vigilancia ―respondió Levi, volviendo su mirada a ella―. ¿Haces esto sola?
―No. Me ayudan.
Las respuestas cortas eran un mecanismo de defensa automático que Hanji tenía activado desde la secundaria. En su pasado había aprendido a dar lo menos de información para que la gente a su alrededor perdiera interés en interactuar con ella, pero estúpidamente, su parte irracional creía que con Levi funcionaría eso. Muy lejos de la realidad, porque él, mejor que nadie, conocía todos sus trucos para mantenerse a salvo, y cómo evadirlos.
En contra de su creencia de que él comenzaría a aplicar todo lo que sabía, simplemente se acercó hacia la entrada del orfanato arremangándose la camiseta de manga larga térmica que traía puesta. Iba vestido con pantalón negro de traje, y traía sus ligas y cinturones del uniforme en el torso.
― ¿Qué tanto te falta? ―preguntó Levi sin mirarla mientras acomodaba el dobladillo a la altura de su codo.
Hanji lo miraba confundida, pues él se movía directo como si supiera qué hacer o dónde encontrar lo que necesitaba. Casi actuaba como si su trabajo real no existiera en su lista de prioridades actuales, y eso la molestaba.
―No necesitas hacer nada, gracias ―respondió ella, caminando hacia él y parándose detrás, pues la entrada del orfanato sólo abría de una puerta en ese momento, así que el paso estaba restringido.
Levi la miró por sobre su hombro sin cambiar su expresión.
―Mientras más rápido me dejes ayudarte, más rápido haré mi trabajo y me iré.
Hanji chistó con enojo, levantando la nariz con molestia y bufando.
―Está bien. ¡Chris! ―llamó con un grito.
El joven, que pasaba del patio trasero hacia la recepción, miró a Hanji con atención, enfocándose con sorpresa en Levi.
― ¡Por favor llévalo a la sala de almacén! Nos ayudará a mover lo que ya no sirve ―pidió Hanji señalando a su acompañante.
Christian asintió.
― ¡Si, profesora!
Levi miró al chico con atención.
A él no lo conocía, y eso le atrajo. Era un joven de aproximadamente veinticinco años, por su porte, estatura y edad facial. Levi no era un experto en esa clase de detalles físicos que normalmente eran tomados por los forenses para los trabajos, pero sus años en el campo con más muertes del trabajo de detective, le habían permitido trabajar de cerca con gente especializada en el estudio de los cuerpos, y algo había aprendido de recibir constantes actualizaciones de análisis. Por eso le era más fácil sacar un perfil base de gente nueva que llegaba a su vida.
Aunque el chico se veía musculoso, su postura era tímida y encorvada, por lo que notaba que carecía de seguridad. Además, la constante evasión de la mirada, le indicó a Levi que lo había intimidado con sólo notar que era un desconocido.
Tenía pelo rubio cenizo corto, piel blanca, ojos verdes, y boca y nariz pequeña
―Buenas tardes. Soy Christian Save, de intendencia ―saludó el chico con la cabeza baja, pero la mirada hacia Levi, acercándose pocos pasos hacia él.
―Detective Levi Ackerman ―se presentó.
Christian asintió.
―Sí, eh, ¡eh! Sígame, por favor ―pidió con rapidez, dando media vuelta y yendo hacia el interior del edificio, lejos del patio trasero.
Levi entró al edificio sin titubear, siguiendo al chico por donde se movía.
En el instante en el que tuvo un pie dentro, su zapato se atascó en cada paso con la suciedad del piso. Si bien no era polvo, o lodo, él notaba que la piedra debajo de sus pies estaba gastada y maltratada por años, lo que provocaba agujeros que acumulaban alguna especie de mugre imborrable. El piso del desnivel entre la recepción y las oficinas era de madera, y Levi pudo ver cómo esta estaba dañada y, en algunas zonas, mal reparada.
No fue ajeno a los ruidos de los niños que jugaban en el patio por el que había llegado Christian, escuchando cómo se decían unos a otros "¡Protejan a la reina Krista!", "¡Yo seré su soldado más leal!", "¡Que Armin sea el jefe de los guardias reales!".
Le divirtió aquello, pero decidió continuar su camino en lugar de seguir su pequeño impulso de asomarse a verlos.
Caminó hacia un pasillo curvo que estaba delante de él, luego de un pasillo largo con cinco habitaciones.
El pasillo curvo daba hacia la derecha y luego a la izquierda en una S, y estaba construido de cemento color gris que tenía pequeñas grietas. Las luces de ese pequeño túnel eran tenues, pues no tenía ventanas hasta salir en una zona trasera sin techo. Ahí, el camino se abría en un pequeño patio de colores grises y cafés sin plantas, que era cercado por un barandal de metal en rectángulo, y el gran pasillo detrás de ese barandal tenía múltiples habitaciones cerradas con seguro. Las puertas eran de hierro negro, por lo que casi parecían calabozos. Christian estaba cruzando hacia un pasillo rectangular grande al fondo, que llevaba a un almacén el triple de tamaño que los cuartos del patio anterior.
El almacén tenía delante una extensión grande de piso libre y luego el gran cuarto a la derecha. Levi bajó del pasillo rectangular para cruzar el lugar hasta su guía.
Estaban ambas puertas de metal rojo abiertas, y Levi notó el óxido que le cubría las esquinas y algunos bordes a estas.
―Aquí tenemos todos los materiales que recolectamos del edificio cuando se hacen algunos arreglos, o cuando estos se caen por lo viejos que están ―explicó Christian señalando con una mano al lugar―. Estamos sacando todo para que la profesora Hanji se los lleve y los venda con unos chatarreros que conoce. Dice que le darán buen dinero por estos materiales, y que con ellos podemos comenzar a trabajar en lo del cierre del orfanato.
Levi enarcó una ceja ante el chico, algo confundido porque le estuviera soltando tanta información privada de forma tan casual.
― ¿Qué no se supone que es privado lo del orfanato? ―preguntó Levi.
El chico se encogió de hombros y apretó la boca, mirándolo de reojo.
―Bueno… no puedo decir que conozca mucho a la profesora Hanji. Pero se lo suficiente de ella como para saber que, si le dejó ayudarnos, es porque confía en usted. Así que me imagino que ya le ha dicho algo, detective.
Levi se guardó esas palabras para más tarde, levemente removido por el que alguien creyera que Hanji confiaba en él.
Christian entró al almacén y señaló un lado del lugar.
―Ahí están las tablas que está sacando la doctora. De momento sólo serán esas, los fierros rotos y algunas tuberías viejas.
Levi asintió y entró, comenzando a separar las tablas que se llevaría.
Mientras él y Christian dividían los materiales, Hanji entró a la zona y caminó hacia ellos, llevando una cuerda gruesa.
― ¡Christian! He tomado una de las cuerdas que tienes en el cuarto de intendencia, la usaré para amarrar las maderas. Espero no te moleste ―dijo ella desenredando el objeto entre sus manos.
―No, profesora. Tome lo que necesite ―afirmó el joven con una sonrisa.
Hanji iba a acercarse a levantar más materiales cuando Levi la detuvo, colocando su mano delante de ella impidiéndole el paso. No la tocó, pero Hanji entendió la orden. Lo miró con el ceño fruncido.
― ¿Qué? ―preguntó molesta.
―No cargues más cosas. Yo llevaré lo que falta ―respondió Levi, agachándose a las tablas más grandes y juntando tres, para luego echarlas sobre su hombro con la ayuda de Christian, quien sólo cuidó que no se desnivelaran. Una vez bien sujetas a él, puso una mano delante de ellas y envió el peso hacia el frente.
Miró a Hanji a su lado, quien estaba cruzada de brazos.
―He estado haciendo esto sin problema. No veo porqué, de un momento a otro, ya no puedo participar ―se quejó.
Levi le enarcó una ceja.
―Tienes las manos lastimadas hasta el infierno. Las tablas son muy pesadas, ya estas cansada ―levantó su mano libre hacia el rostro de ella, señalando un objeto―, y yo traigo guantes.
Ese detalle había pasado desapercibido para Hanji, quien sólo entonces notó los guantes de piel negros que cubrían las manos de Levi hasta el inicio de la muñeca, no tapando esta. Eran unos guantes sencillos y casi elegantes, y Hanji los recordaba como sus guantes de trabajo de campo. Los usaba para conducir, para usar el arma o para tomar muestras o pruebas sin tocar con sus dedos directamente la evidencia, así que siempre iban con él.
Sin recibir respuesta de ella, Levi pasó por su lado hacia la salida, dispuesto a acabar pronto con el trabajo.
La rampa que daba a la recepción era claramente insegura. Aunque fuera pequeña en cuando a diferencia de nivel de los pasillos de salones contra el de recepción, era larga, cubriendo una buena parte, lo que hacía imposible dar un salto hacia el piso. Pero estaba oxidada y floja, por lo que en cualquier momento podría desprenderse y causar un accidente.
Levi la bajó con cuidado, escuchando el tronar de esta contra su peso extra por las tablas, cuando los niños aparecieron por la puerta grande que daba al patio principal. Delante de todos ellos, Eren fue el primero en reaccionar al verlo.
― ¡Detective Ackerman! ―saludó el chico.
Levi miró hacia él con sorpresa, observando una a una las cabezas debajo de su cadera que se acercaban corriendo. En cuando Eren se detuvo, los demás lo imitaron, todos sonriéndole, menos aquel chico, Jean, al que le había contestado la burla. Él se quedó unos pasos atrás de su grupo, con los brazos cruzados.
―Hey, ¿qué hacen? ―preguntó Levi con calma, levantando el hombro para acomodar las tablas un poco más cerca de su cuello.
―Estábamos jugando. Tenemos cuatro horas libres, y luego debemos de prepararnos para la cena ―respondió Eren―. ¿Qué haces aquí?
―Vine a hacer la segunda visita que tenemos que seguir por tu caso ―respondió Levi con calma. Agachó más la cabeza y preguntó, curioso― Por cierto, ¿cómo te fue? ¿Te castigaron?
Eren se cruzó de brazos e hizo un puchero, mirando al piso.
―Eren fue castigado sin receso por toda esta semana y la siguiente ―respondió una chica por él, haciendo que sus compañeros se rieran.
Levi miró a la chica, notando el cabello negro largo y la piel nívea, además de unos ojos grises oscuros que casi se parecían a los de él. Su aspecto le llamó la atención, pues era muy familiar para él, ya que eran rasgos que compartía con su clan, los Ackerman.
― ¡Mikasa! ―reclamó Eren, mirándola con enojo.
―Bueno, para lo que hiciste, creo que fue un castigo muy leve ―respondió Levi con calma, desviando la molestia del niño.
Eren se volvió hacia él, mirándolo igual que a la chica.
―La maestra Hanji dice que fui valiente al hacer algo así ―afirmó Eren con calma.
―Sí, bueno… Hanji nunca fue muy buena castigando a la gente que comete errores con buenas intenciones ―respondió Levi con nostalgia.
Los niños lo miraron al instante, intrigados por lo que dijo.
― ¿Eres amigo de la maestra Hanji? ―preguntó una chica de pelo café, casi rojizo, con una sonrisa grande y ojos redondos.
―Un conocido ―respondió.
― ¿Ya acabaron de jugar? ―preguntó una voz débil y rasposa.
Levi dirigió su mirada hacia la puerta de la oficina que estaba inmediatamente entrando a la derecha de la puerta principal. De ahí salió una mujer mayor de pelo corto y esponjado pelirrojo con raíces canas (quedaba claro que se lo pintaba), piel muy blanca, ojos cafés claros, pequeños, muchas arrugas, estatura pequeña, delgada, manos y brazos muy finos contra los huesos. Vestía un pantalón rojo largo de vestir, una camisa de mangas tres cuartos y cuello largo color salmón, y unos zapatos de tacón a juego con el pantalón. Se veía cansada y triste, entonces la identificó.
―Señora Hudson ―saludó Levi.
―Buenas tardes, detective ―saludó la mujer, cruzando sus manos delante del pecho.
―Ya hemos acabado de jugar, abuela Amanda ―dijo uno de los niños más alto, de pelo negro y rostro largo, parado junto a un rubio igual de alto, pero con un poco más de musculatura.
―Excelente, Berthold. Ahora quiero que vayan a asearse, pronto será la hora de cenar ―comentó la mujer, notando la ropa sucia de los niños, con manchas de tierra y raspones en la tela.
― ¡Oh! Yo me encargo ―anunció Hanji, llegando por detrás de Levi con una caja pequeña entre las manos―. Niños, quiero que vayan arriba a su habitación y comiencen su aseo. Los niños se bañan primero, luego las niñas. Chicas, esperen a que los niños estén vestidos para entrar al baño. Menos ustedes dos, Annie, Krista. Quédense aquí.
Los niños asintieron hacia su maestra y comenzaron a caminar hacia las escaleras de madera que estaban en una esquina en forma de escuadra, dirigidas al segundo piso por un barandal de metal. Las dos niñas rubias más chiquitas subieron la rampa con cuidado, y Levi se hizo a un lado dejándolas pasar. Se sentaron en el primer escalón de las escaleras una al lado de la otra, mientras Hanji les sonreía.
―Iré a dejar esta caja a mi oficina. Yo las llevaré a asearse en unos minutos. No se muevan ―indicó Hanji, a lo que las dos asintieron.
Hanji pasó de Levi hacia el pasillo a sus espaldas, desapareciendo en una de las habitaciones que estaba ahí. Levi miró a las chicas y luego decidió volver a su trabajo inicial. Dio media vuelta y terminó de bajar las escaleras, siendo seguido por la señora Hudson cuando estuvo a su altura en el camino.
―Le agradezco por toda la ayuda que nos está brindando, y lamento que Eren le haya causado problemas la madrugada del martes ―dijo la mujer.
Levi salió del edificio y caminó hacia el montón de chatarra que Hanji había acumulado, agachándose y colocando cada tabla con cuidado contra la pared.
―No tiene que agradecerme nada, señora Hudson ―respondió el hombre, atento a que los materiales no fueran a resbalar y caer del orden. Colocó la mano izquierda contra estos mientras descansaba el brazo derecho en su pierna derecha―. Lamento la situación que pasa, y lo de su esposo.
Volvió su vista hacia la mujer, quien le asentía con una sonrisa pequeña.
―Supongo que hay cosas que no se pueden revertir una vez hechas ―comentó ella, sonriendo con pena y volteando sobre su hombro para ver al edificio hacia arriba. Sus cejas se arquearon y mostró sorpresa― ¿Qué haces ahí, Eren?
Levi dirigió su mirada hacia donde la mujer había hablado, notando al chico castaño, sin camisa, asomado por una ventana del tercer piso. El espanto le recorrió la espalda y su rostro se deshizo.
― ¡Eren, vete a poner una camisa, eso es inapropiado! ―le indicó con voz dura.
El chico le sonrió.
― ¿Se va a quedar a cenar con nosotros? ―preguntó el niño con curiosidad, asomándose más― ¿Puede, señora Hudson?
La mujer soltó una risa y asintió.
―Si el detective no tiene problema, creo que podemos agregar un plato.
Eren le sonrió a la mujer con todos los dientes y se volvió al hombre, quien no había cambiado su expresión.
― ¿Se quedará? ―preguntó.
―Depende de qué tan rápido te alistes. Yo me baño en tres minutos. Si en diez minutos no estas bañado, con ropa y aquí abajo, no me quedaré ―ordenó Levi.
Eren puso una expresión decidida e hizo el saludo militar que Levi le había enseñado, frunciendo sus tupidas cejas y arrugando la nariz.
― ¡Sí, señor!
Luego de eso salió corriendo, dejando la ventana abierta de par en par. Levi gruñó ante esto.
―Este chico no tiene idea de lo peligroso que es dejar la ventana así ―murmuró para él, poniéndose de pie finalmente y caminando hacia donde estaba la señora Hudson―. Señora, no tengo problema con marcharme para que no gasten sus raciones.
―Oh, detective, no se preocupe. El día de hoy, uno de nuestros trabajadores trajo comida para todos, y creo que es suficiente para que se nos una usted. Le agradezco la preocupación.
―No es nada, entiendo que la situación es difícil ―dijo Levi, mirando de nuevo hacia el interior―. Terminaré con lo que estamos sacando, si me lo permite.
―Adelante ―dijo la mujer, dándole el paso.
Hanji envolvió el pelo de Annie con una toalla, mientras Krista, ya vestida con su pijama, estaba sentada en un banco chiquito a su lado. Las tres regaderas del baño de las niñas estaban llenas de vapor, y de la última estaba saliendo Sasha con su pequeña caja neceser. Todos los niños tenían una, donde estaban sus shampoos, zacates, jabones en barra, entre otros objetos de limpieza y cuidado. Actualmente, Mikasa era la única de las niñas que también contaba con toallas sanitarias que le traía Hanji cada mes.
Todas estaban vistiéndose en el baño, pues los niños se vestían en el cuarto. Eren había salido corriendo en menos de cinco minutos y había bajado, por lo que Hanji adivinó que estaba emocionado con la idea de ver a Levi.
El detective aún no se había ido. Tras ayudar una hora con los materiales, se había quedado en las sillas de espera fuera de la oficina de la señora Hudson, esperando a que los niños bajaran al comedor para acompañarlos. Eren había bajado apenas Johana, la cocinera, anunció que la comida estaría lista pronto, preguntando a gritos si Levi se había marchado.
Cuando estuvo abajo, los demás chicos se quedaron a acabar de prepararse, y Hanji se mantuvo con las chicas para ayudarlas a terminar.
―Listo. Sasha, lleva a Annie al cuarto, por favor ―le indicó la mujer a la niña, quien asintió y tomó la mano de la menor.
Con todas usando sus pijamas, Hanji pudo concentrarse en cepillar el cabello de Krista con calma.
Tenía el cabello muy largo, pues ella jamás había querido que se lo cortaran como a Ymir o Annie, así que solía tener muchos accidentes con él. Como aún estaba en una edad de exploración, Krista solía meterse a los arbustos a buscar insectos, o corría con los niños y brincaba lugares peligrosos para imitarlos, e inclusive llegaba a embarrarse plastilina o pintura en la cabeza, lo que la llevaba a ser la que más cuidados en su aspecto tenía por parte de sus tutores. Ya, en dos ocasiones, Hanji había tenido que cortar un par de mechones que dejaron desigual el peinado de la niña, y todo porque no habían encontrado una solución más viable para quitar la mugre atascada. El último año, Hanji logró fabricar un buen shampoo con una pequeña cantidad de un químico que le permitió secar lo que estuviera pegado al cabello de la niña, y una vez seco, ella sólo lo raspaba cuando en enjuagaba con agua, dejándolo limpio.
Eso había sido una bendición para todos los cuidadores de los niños, pues se habían quitado un peso de encima.
Esa tarde no había sido igual, y Hanji tuvo que quedarse más rato con ella en la regadera mientras quitaba lodo seco de horas.
―Acabamos ―dijo detrás de Krista, acariciando suavemente la coronilla de la niña.
Ella volteó su cabeza a un lado y jaló su pelo, examinándolo.
―Gracias, maestra Hanji ―dijo la niña con su feliz voz infantil.
―No es nada, Krista. Ahora, vamos al comedor. Johana debe de estar esperándonos ya ―comentó Hanji al revisar un reloj en la pared del baño, donde anunciaba que faltaba media hora para la cena, que ocurría a las ocho de la noche para todos en el edificio.
Krista dio un salto del banquito y caminó unos pasos, yendo hacia la salida, pero esperando a Hanji, quien acomodó la cajita de neceser de la niña antes de seguirla.
Caminaron por el pasillo que conectaba el baño con el cuarto de los niños, que era pequeño y recto. Tenían el baño cerca para que pudieran acudir sin recorrer pisos en la noche, o con peligro. Una vez en el cuarto, Hanji dejó a Krista afuera y entró a colocar el neceser de esta a los pies de su cama, donde todos los niños dejaban el suyo.
Salió de nuevo y decidió agacharse para tomar a la niña en brazos y bajar. Krista no pesaba nada sobre ella, así que no le costó recorrer la espiral esquinada hasta el primer piso, notando que no había nadie ahí, más que Carl y Joe, quienes cumplían con sus trabajos. Ambos tenían platos de comida, por lo que asumió que ya estaban repartiendo las raciones. Hanji les saludó con un gesto de cabeza y caminó hacia el patio de juegos, que quedaba antes del comedor.
Hace un año, el comedor se había ubicado dentro en el patio que estaba pasando el pasillo en S, pero un accidente de un pequeño incendio por una fuga de gas, había dejado el techo en terribles condiciones, por lo que tuvieron que mudar el comedor y la cocina al que antiguamente era el salón de juntas. Como en su momento hubo mucha gente trabajando en el orfanato, ese lugar era el mejor para llamar a reuniones cuando se realizaran eventos o juntas de decisiones. Al quedar tan pocos trabajadores en la actualidad, la señora Amanda no vio motivo por el cual no podrían usarlo como nuevo comedor, así que lo acomodaron lo mejor posible para el nuevo uso. Para llegar a él se pasaba por el patio de juegos, que era un simple rectángulo con árboles y arbustos alrededor, sin nada más.
Al llegar al comedor, Hanji bajó a Krista al piso con cuidado y abrió la puerta, asomando la cabeza para ver qué ocurría dentro.
No la abrió lo suficiente cuando se quedó pasmada, viendo una escena que ni en sus sueños más locos ocurriría.
Para comer había varias mesas pequeñas que se juntaban en forma de circulo, y los niños ocupaban cada una de ellas y les eran entregadas bandejas con su sopa, guisado, postre, agua, y alguna guarnición extra, como una fruta, un pan o unas galletas. Las mesas eran bajas, para la altura de los infantes, por lo que algunos de ellos que estaban debajo de los diez años, no podían alcanzar el piso con sus pies.
Y ahí es donde estaba la escena.
Levi acomodaba a Annie en una de las sillas, ayudándola a acercarse a la mesa. Le colocó una bandeja enfrente, y la niña, soltando un pequeño "gracias", comenzó a comer. Tras asegurarla, Levi pasó hacia Connie, quien estaba peleando con un filete para cortarlo.
―Oi, puedes tirar la bandeja si haces eso ―le llamó la atención, inclinándose a su lado y extendiendo las manos.
Connie entendió de inmediato y le entregó los cubiertos.
―Está muy dura la carne. ¿Crees poder cortarla? ―preguntó el niño con incertidumbre, mirando con recelo a la carne.
Levi le miró de reojo divertido. Su rostro mostraba aun seriedad, pero Hanji percibió la emoción mencionada por cómo se movieron sus ojos hacia el chico.
―Talvez no lo sepas, pero en el trabajo no me llaman "El más fuerte de la humanidad" por nada ―se jactó, cortando en segundos la carne.
Aunque bien Hanji sabía, el apodo no se refería a sus habilidades con la trituración de comida, le divirtió que hiciera una especie de analogía en rebanar la carne del guisado, pues la habilidad especial de Levi siempre había sido la pelea con armas blancas, lo que en campo le permitió adquirir una especie de espadas que le dejaban usar únicamente en misiones extremamente peligrosas o graves.
Connie sonrió a la carne y luego a Levi.
― ¡Gracias!... ehh…
― ¡Detective Ackerman! ―dijo Eren, comunicándole a Connie cómo dirigirse al adulto. Ambos miraron al castaño― Ese es su nombre.
―En realidad me llamo Levi ―corrigió―. Pero, si quieren llamarme de una forma, que sea Capitán Levi.
Eren y Connie se sonrieron mutuamente antes de volverse hacia Levi.
― ¡Sí, Capitán Levi! ―dijeron al unísono.
Levi pasó detrás de ellos y fue hacia Mikasa, quien comía en paz, así que no necesitaba ayuda para nada. Por otro lado, Armin estaba teniendo problemas para amarrar su servilleta al cuello, pues su cabello rubio largo no le permitía hacer el nudo sin tomar pelo en el proceso.
Levi tomó las esquinas de la servilleta de las manos del niño con suavidad, y mientras el chico agradecía con pena, él le hacía un nudo firme detrás del cuello, levantando un poco el pelo para poder acomodarlo sin lastimarlo.
―Listo. Intenta no moverte tanto para no deshacerlo ―recomendó el hombre. Armin asintió.
Levi lo rodeó, dándole una segunda mirada y yendo al siguiente. Ymir no necesitaba ayuda, así que la saltó a ella, a Reiner y Berthold, concentrándose en Sasha, quien devoraba la comida con rapidez.
Asqueado por la vista, Levi tomó a la niña de los hombros y la envió hacia atrás en su silla.
―Oye, niña, no comas así. Es irrespetuoso e incorrecto ―dijo él con firmeza, acomodándole la servilleta y quitándole los cubiertos de las manos.
Tomó la servilleta que él iba a usar, que estaba amarrada a su propio cuello, y limpió los utensilios sucios con cuidado. Al terminar, le entregó ambos a la chica por el mango, y con la servilleta limpió alrededor del plato, todo lo que quedó fuera de la bandeja.
―Comprendo lo que es apreciar la comida ―le dijo a la chica, quien lo miraba apenada―, pero intenta, al menos, disfrutarla mientras dure.
Sasha le sonrió con las mejillas sonrojadas, asintiendo y comenzando a comer con menos velocidad, pero aún más rápido que los demás. Levi se satisfizo con eso y decidió seguir con la vuelta a los niños.
Al último, junto a un lugar vacío, estaba Jean. A Levi no le simpatizó mucho el niño cuando lo conoció, pero ahora se daba cuenta de que era el chico del grupo que siempre se quedaba solo. No había que ser un genio para notarlo cuando todos estaban metidos en conversaciones con los demás menos con él (o bien, metidos en su comida, como Sasha).
Se acercó a paso lento, observándolo comer. Estaba tranquilo, serio, y comía sin hacer mucho alarde de su presencia, así que adivinaba que no quería ser molestado.
―Buen trabajo, niño ―comentó Levi pasando detrás. Jean volteó la cabeza hacia él con los ojos muy abiertos―. Tomas bien los cubiertos, comes con cuidado, tu cuerpo no se encorva sobre la mesa, la servilleta bien puesta, y cortas la comida en buenas raciones. Eres todo un caballero.
Las mejillas de Jean se pusieron un poco rosas bajo las luces incandescentes de los seis focos del techo, y asintió mirando hacia arriba a Levi.
―Gracias, señor.
―Dime como los demás ―insistió Levi con calma, poniendo una mano en su cadera―. Déjame decirte algo, Jean. El comentario que hiciste cuando nos conocimos, no me gustó.
La pequeña alegría se borró del niño, quien apretó su labio inferior con los dientes, bajando la vista al piso.
―Pero debo admitir que tienes talento para las respuestas ―dijo Levi, ganándose de nuevo la atención del infante, quien lo miró sorprendido. Levi cruzó sus brazos―. Para haber respondido así, en segundos tu mente debió de haber analizado todo lo que yo hablaba con Eren, y armó toda una respuesta en base a los hechos que dejé presentes en lo que dije. Por ende, comprendo que tienes un nivel de retención alto, y con ello, de análisis y estrategia. Tu comentario fue dicho como una broma, no como un ataque, así que entiendo que también respondes de acuerdo a tus posibilidades. Si hubieses estado en posición de defenderte, no habrías atacado con algo grave. Usaste un método leve para no recibir una repercusión grande. Eso es muy bueno en donde trabajo.
Los ojos de Jean centellearon ante el reconocimiento, enderezando más la espalda y bajando los cubiertos hasta la mesa.
―Gracias, Capitán Levi ―dijo el chico con una sonrisa pequeña.
Levi le asintió y siguió su camino. Jean continuó comiendo, esta vez más animado.
El hombre se acercó hacia la entrada con calma, sacando su celular y respondiendo un mensaje durante el corto camino.
Hanji lo miró con atención, detallando cada parte de él de pie. O eso hacía hasta que escucho una queja.
Volteó la mirada hacia abajo, viendo cómo Krista trataba de entrar por en medio de la pequeña abertura que Hanji había dejado entre la puerta del comedor y el marco grueso. Asustada por el hecho, la mujer abrió la puerta completamente murmurando disculpas a la niña, incitándola a ir a su lugar.
Cuando ambas aparecieron, Levi levantó la vista hacia ellas y guardó su teléfono, notando primero a Hanji y luego a la niña. Antes de que ella pudiera seguir, el detective se agachó a su altura y le indicó que se acercara. Krista, sin miedo alguno, caminó hacia él, dejando que la tomara en brazos y la cargara hasta la mesa. Como le quedaba muy alta a la chica, usualmente la ayudaban a subir con un banquito para enseñarle independencia, pero Hanji decidió que dejaría pasar eso por hoy.
Levi la acomodó en la silla entre Jean y Annie. La comida de Krista, a diferencia de los demás, venía sin cuchillo y con las raciones ya preparadas, así que Levi sólo le pasó la cuchara, le acomodó la servilleta, y la acercó lo más y cómodamente que pudo a la bandeja, dejándola comer.
Ella le dirigió un "gracias" muy dulce, lo que lo dejó en tranquilidad de soltarla en su espacio. Dio media vuelta y caminó hacia Hanji, quien tras cerrar la puerta se había parado junto a esta, recargándose en la pared.
― ¿No vas a comer? ―preguntó Levi en tono bajo, no queriendo llamar la atención de los niños.
Hanji negó.
―No tengo hambre ―respondió con calma, fijando su atención en sus alumnos.
Levi se paró junto a ella con las manos dentro de los bolsillos, mirando al mismo punto. Se quedaron en silencio, escuchando los múltiples temas que compartían los menores entre ellos sin hacer gran conversación cuando se enfocaban en sus platillos. Del otro lado del comedor estaba la señora Hudson junto a sus demás trabajadores, compartiendo una comida en una mesa larga más alta, lo que asumió que eran escritorios viejos.
Tomando aire, el pelinegro miró poco a poco a Hanji, quien no le dirigió la mirada, pero sí notó la atención de él.
― ¿Cómo has estado? ―preguntó cauteloso.
Hanji, vencida por el cansancio del día y el intentar mantener la firmeza contra él, respondió.
―Mal. Aun no solucionamos lo del orfanato.
Levi torció la boca.
―Les quedan tres semanas, ¿no es así? ―preguntó.
―Dos ―dijo Hanji. Él la miró, consternado―. La última semana del mes el orfanato debe estar vacío, porque la semana anterior se cortarán todos los servicios, y la señora Amanda ya debe muchas comisiones por tardarse en los pagos. Así que no hay vuelta atrás en el cierre.
Levi miró hacia la mesa de los niños, pasando de uno a uno con la mirada, preguntándose qué futuro le esperaba a cada diferente cabecita ahí, luego de que quedaran desamparados. Él quería ayudar, pero Erwin, conociéndolo, le prohibió involucrarse más allá de la última visita de vigilancia que debían de hacer como parte del procedimiento del reporte. Si se involucraba de más, Erwin le advirtió que lo tomaría como una falta, y sería anotado como una de sus tres oportunidades de fallo por las que podría perder su trabajo.
No había sido orden directa de Erwin, en su momento, el aplicar sobre Levi las tres oportunidades, sino de Zackly, quien particularmente no sentía ningún tipo de agrado por el Ackerman. Y si desobedecía a Erwin en esa ocasión, ya tendría usadas dos de esas tres oportunidades. No podía arriesgarse, porque si bien, Zackly ya estaba muerto, sus compañeros y aliados seguían en sus puestos, y tampoco querían al detective.
Hanji se enderezó y se acercó a pasos lentos hacia su jefa. Levi la miró a lo lejos.
La notó despedirse de todos, así que asumió que ya daba por terminada su jornada. Ella se despidió también de los niños, quienes, uno a uno, le daban un fuerte abrazo y un beso en la mejilla, que ella respondía con un beso en la frente. Todos, hasta Ymir, la más seria, quien respondió el beso con mucha suavidad. Hanji pareció contenta con esto.
Levi decidió entonces que también se retiraría.
―Bueno ―llamó en voz alta, atrayendo la atención de todos―. Mi participación aquí ha sido cumplida, por lo que tengo que marcharme.
Eren se puso de pie de un salto, corriendo hacia Levi mientras Hanji iba hacia la salida, ignorando la despedida de Levi. Él la dejó irse, pues sabía que aun la alcanzaría afuera, aunque ella no quisiera.
Eren llegó a él y lo miró con apuro.
― ¿Ya no va a volver? ―preguntó el chico, sonando preocupado.
Levi enarcó una ceja.
― ¿Qué tanta prisa tienes con verme, eh? ―preguntó curioso, cruzando los brazos.
Eren bajó la cabeza al piso, haciendo un pequeño pico con la boca.
―Es sólo que me agrada, y quiero que sea mi amigo ―respondió el niño―. Me gusta hablar con usted.
Levi parpadeó ante esto, inclinando la cabeza a un lado para ver mejor a los ojos del chico, que lucían algo tristes. Incapaz de dejarlo así, en especial ahora que realmente comenzaba a entender el pequeño apego del niño, Levi le palmeó la cabeza y dio media vuelta.
―Vendré a verte la semana que viene ―aseguró, perdiéndose cómo Eren levantaba la cabeza y lo miraba con anhelo―. Corrijo. Vendré a verlos la semana que viene. A todos.
Levi salió del comedor escuchando como los niños comenzaban a gritar de la emoción, festejando que serían visitados por el hombre. Eso le dio de qué pensar.
Amarró las últimas tablas con fuerza, juntando los dos juegos sobre el piso. Llevarlas iba a ser un reto, pero Hanji jamás huía a ello. Estaba pensando en ir a pie a su casa con las tablas y luego regresar con su auto a tomar los fierros, pues sabía que esos serían más difíciles de cargar.
Con decisión, se agachó para agarrar uno, pero la mano de Levi se puso sobre la de ella y desenroscó con facilidad sus dedos de la cuerda. Hanji bufó, pues nunca lo escuchó salir por estar metida en sus pensamientos.
―No vas a dejarme en paz, ¿verdad? ―preguntó ella sin verlo, cerrando los ojos y volteando la cabeza al cielo.
―No puedes llevar esto tu sola. Te llevaré en el auto a tu casa y me iré. No me quedaré, no insistiré en acompañarte, no preguntaré más. Pero déjame ayudarte ―insistió Levi.
Hanji bajó la cara y lo miró, notando la determinación en el rostro de este.
El cielo estaba nublado, la temperatura había bajado, y las calles comenzaban a vaciarse. Fue lógica, no quería ser asaltada o sufrir un accidente, así que aprovecharía esta oportunidad. No, no era que quisiera ir con Levi. Ella negaba esa acusación.
―Bien. Pero me dejarás y te irás. Y olvidarás dónde vivo.
Levi se agachó para tomar el otro paquete de maderas.
―Sabes que puedo hacer todo eso ―se puso de pie y echó ambos paquetes sobre su espalda, manteniéndose increíblemente derecho y con las manos sujetando las cuerdas sin hacer esfuerzo. La miró por sobre su hombro―, menos olvidar.
