SEPTIMA COPA
— ¡Señor Hannes!
El hombre rubio, sentado en un banco alto junto a la caseta con un periódico entre manos, volvió su cabeza hacia atrás, atendiendo con curiosidad al llamado. Por la banqueta de la gran calle principal, el grupo de once niños que había llegado el día anterior se apresuraba corriendo hacia él, todos con unas sonrisas gigantes en sus caras. Detrás de ellos, Hanji caminaba cargando tres bolsas reutilizables grandes dobladas debajo de su brazo izquierdo, sonriéndole a Hannes con pena y tomando a Krista de una mano mientras esta "corría" a su lado, queriendo imitar a sus amigos.
— ¡Señor Hannes, buenos días!
Hannes miró al chico que venía al principio. Si no mal recordaba, su nombre era Eren. El chico era muy enérgico, y se había presentado con él cuando habían llegado con Hanji, diciéndole que era uno de los huérfanos que ahora vivirían con la doctora.
Aunque no habían hablado mucho, le cayó bien él en particular, pues se percibía cuán sociable era, además de muy curioso, pues apenas le había dicho su nombre a Hannes, Eren había empezado a preguntarle muchas cosas sobre él y su trabajo.
— ¡Hey! ¡Pero si eres más pequeño de lo que recordaba! —comentó Hannes.
Eren se detuvo de golpe y puso cara de horror, mientras todos sus amigos lo pasaban yendo hacia Hannes y riéndose con fuerza de él.
— ¡No estoy pequeño! —se quejó el chico.
Hanji lo alcanzó por detrás y le sonrió mientras le daba un pequeño empujón por la espalda, instándolo a seguir caminando.
Hannes soltó una ligera risa mientras los niños se detenían uno a uno delante de él.
— ¿Qué ocurre aquí? ¿Van todos a alguna excursión? —preguntó Hannes con falsa curiosidad, fingiendo un aspecto genuinamente intrigado— ¿O a alguna misión ultra secreta y peligrosa?
Los niños negaron con un gesto de cabeza y sonrisas divertidas.
— ¡Vamos a comprar ropa! —dijo uno de ellos. Hannes miró hacia el chico, notando su cabello increíblemente corto, casi imperceptible.
—Eeehh… Jean, ¿verdad? —preguntó Hannes.
El chico negó.
—No. Soy Connie. Jean es la cara de caballo —señaló, haciendo un gesto al chico detrás de él.
Jean le dio un leve golpe en el hombro, mostrando su molestia.
Hannes soltó una carcajada juguetona.
—Así que a comprar ropa.
—Así es —respondió Hanji una vez que llegó con ellos—. Vamos a conseguir ropa para todos.
—Excelente —dijo Hannes con una sonrisa, acercándose a la caseta y entrando—. Por favor consigan gafetes también para saber quién es quién.
Los niños soltaron quejas burlonas mientras él se encargaba de abrir la reja con los controles, y Hanji se acercó a la salida para ser quien guiara a todos.
—Te voy a conseguir una peluca —dijo Eren con un puchero. Hannes lo miró a través de la ventanilla cuando este le daba una mirada entrecerrada—. Se te está cayendo el pelo, viejo.
— ¡Eren Jaeger! —regañó Hanji, mirando al chico inflar los cachetes aún más mientras corría hacia ella, esperando evitar un posible regaño mayor— Discúlpate con Hannes, Eren.
—No es necesario, señorita Hanji —dijo Hannes con diversión, acercándose a la puerta una vez que todos cruzaron hacia la banqueta exterior. Miró hacia los niños y se fijó en el ojiverde, quien le torcía la boca en un gesto disconforme—. Este niño me cae muuuuy bien. Hace mucho que no había niños tan interesantes en la Cerrada.
Hanji le sonrió. Hannes había trabajado en la Zona Cerrada mucho antes de que ella se mudara, y fue él quien habló primero con Hanji cuando esta buscaba casa nueva.
La había visto muy perdida buscando ayuda fuera de la caseta principal, así que salió a preguntarle qué necesitaba. Hanji le había explicado que buscaba un departamento o casa pequeña que pudiese rentar por la zona, y él le había dicho que había unos inquilinos que estaban a punto de dejar una de las casas, y que, si ella quería, podría decirles a los dueños que ya había alguien interesado en la casa que estaba por desocuparse, para evitar que antes de ella llegara alguien.
Si Hannes no hubiese intervenido, Hanji probablemente se habría ido a vivir a un edificio de departamentos inclusive más pequeños que su actual hogar, y menos acondicionados para una vida segura.
Por ello lo estimaba, además de que siempre había sido un gran amigo y guardia, por lo que jamás habían ocurrido accidentes en la Zona Cerrada.
—Sea cual sea la situación, Eren no tiene porqué hablarte así —comentó Hanji, tomando al niño por detrás de la espalda y dándole un leve empujón—. Discúlpate.
Eren infló los cachetes y arrugó la nariz, mirando hacia arriba a Hannes.
—Perdón —dijo entre dientes, claramente molesto por la orden.
Hannes sonrió.
—Disculpa aceptada —dijo Hannes con diversión.
Miró a Hanji, quien sonreía a Eren mientras le daba una caricia con el pulgar en el cuello.
— ¿Irán todos a pie? —preguntó Hannes cruzándose de brazos.
Hanji volteó y le sonrió.
—Sííí… no tenemos un auto —se encogió de hombros—. Pero será útil para mostrarles a los niños un nuevo camino seguro hacia los lugares importantes y de vuelta a la casa.
—No será difícil si ya sabemos en dónde están todos los demás edificios importantes, como la Estación de Policía —comentó Berthold, sonriéndole a Hanji. Ella le asintió.
—Buen inicio, Bert. Además, ustedes son muy inteligentes. Sé que podrán aprender con rapidez —contestó Hanji—. Muy bien, ¡vámonos!
Con el mango de apoyo del carrito de mandado debajo de sus brazos, Hanji miró el estante a la derecha analizando las salsas y aderezos disponibles, pensando en obtener dos paquetes enteros de salsa de tomate enlatada, pues muchos guisados podían hacerse con ella de forma inmediata, y sus opciones para alimentar a los niños eran muchas.
En el carrito, en la silla de bebé, iba sentada Krista. Todos los demás niños rodeaban el carrito con una mano colocada sobre el borde, dejando el frente libre para no ser lastimados por el empuje de Hanji.
Los mayores iban en las esquinas, mientras que los más pequeños iban en el centro de estos para ser protegidos.
—Alto —indicó Hanji, y todos obedecieron—. ¿Qué les parece un par de comidas de pasta con salsa de tomate, carne con tomate, y caldo de tomate?
Los niños asintieron efusivamente, pues esa comida les daba ilusión tras ser casi un lujo en el orfanato.
—Muy bien, déjenme tomar un par de cajas, no se alejen del cochecito —indicó.
— ¡Sí, maestra Hanji! —dijeron Sasha, Connie, Eren y Krista al mismo tiempo.
Hanji dio media vuelta y se acercó al estante, agachándose a la altura de la repisa más baja para sacar unas cajas grandes. Mientras hacía eso, sabía que los niños estaban volteando a ver la ropa que llenaba la mayoría del cubo del carrito.
Tenía unos veinte minutos que habían terminado de elegir la ropa para cada uno, todos teniendo exactamente siete camisas y siete pantalones. Algunas niñas habían tomado la mitad de pantalones y la mitad de faldas, pero eran faldas largas para más comodidad. De momento no podía comprarles tantos zapatos, pero había conseguido que eligieran un par de tenis sencillos y unas chanclas para el baño que usarían como pantuflas hasta que pudiera conseguirles unas.
Habían comprado dos paquetes de seis piezas de ropa interior para cada uno, y para las chicas mayores había conseguido un par de corpiños sencillos. Tres pares de calcetines para todos, y estaban completos.
Era todo lo que podía pagar de momento, y eran gastos grandes, lo que la preocupaba. Tendría que ajustarse a recortar un par de cosas de ella durante el siguiente mes y medio, para poder juntar dinero suficiente para las necesidades de los niños. Esperaba llegar a tocar esa necesidad, así que no la sorprendía.
Se enderezó y dio media vuelta, apoyando el peso de las dos cajas de salsa sobre su abdomen mientras caminaba hacia los niños. Colocó los paquetes sobre la ropa apilada mientras los niños hablaban de lo bien que sería comer espaguetis con salsa.
— ¿Podemos usar pollo en lugar de res? —preguntó Sasha con los ojos brillándoles de ilusión— ¡Creo que sabría muy bien!
Hanji le sonrió.
—Creo que sería una mezcla interesante —respondió—. Vayamos al siguiente pasillo.
Tomó el mango del cochecito y los guio a la salida del actual, dando vuelta en la esquina. Pero justo cuando lo hizo, una gran botarga de un dragón rosado (parte de una promoción de dulces), que bailaba al ritmo de una música infantil los saludó, alborotando a los más chicos. La mitad de ellos voltearon sus miradas suplicantes a Hanji, y la otra mitad sólo la miraban con curiosidad, inseguros de qué hacer.
Hanji torció la boca contemplativa, pero sonrió y asintió.
—Sólo unos minutos. En cuando les diga, vuelven conmigo.
Los niños exclamaron un sonoro "¡YAY!" antes de salir corriendo hacia la botarga. Hanji miró como el pobre sujeto dentro del traje trataba de darle atención a todos, teniendo entre sus manos muchas bolsas pequeñas de los dulces promocionados.
Hanji hubiese seguido con su atención completa en ellos de no ser porque vio que Connie no había seguido a sus amigos, eligiendo quedarse en su lugar junto a Hanji y Krista. La castaña enarcó una ceja y se inclinó sobre su costado izquierdo hacia él.
— ¿Porqué no los acompañaste, Connie? —preguntó en voz baja, atrayendo su atención.
Connie, con los ojos muy abiertos, miró por sobre su hombro a ella, mostrando un poco de miedo detrás de ellos.
Pasó saliva con fuerza antes de bajar la cabeza.
—Mi mamá me compraba esos dulces —contestó con voz baja, contrayendo un poco el labio inferior ante la mención de su mamá—. Me los compraba todos los fines de semana luego de ir a ver a mis abuelos.
Hanji sintió un peso caerle en el pecho.
La historia de Connie no fue precisamente privada para el personal del orfanato. Connie había tenido a sus padres por siete años, y había sido el hermano mayor de dos bebés de dos años.
La historia había ocurrido así: Connie vivía con sus padres y sus dos hermanos en una zona externa de la ciudad, casi llegando a las carreteras de salida. Iba a la primaria pública de la zona, que era poco poblada, y por lo tanto no había tanta gente que no se conociera.
Un día, cuando Connie regresaba de su día de clases normal en el auto con sus padres, y con sus dos hermanos detrás con él, fueron embestidos por un auto que venía de frente a ellos. Su padre murió al instante, mientras que los tres niños apenas sobrevivieron al impacto.
Fueron llevados al hospital, donde, desafortunadamente, los dos bebés murieron pocas horas después de haber sido internados.
La madre de Connie estuvo internada en coma durante tres meses, con el niño siempre a su lado, y finalmente murió.
Sólo Connie se salvó.
Ningún familiar pudo tomar la custodia de Connie porque no había ninguno lo suficientemente capacitado para ello. La abuela de Connie había muerto un año antes del accidente, y su abuelo estaba viviendo en un asilo. Sus tíos no tenían el estatus económico requerido para los cuidados que requería, y muchos de esos tíos ya tenían familias grandes, por lo que Connie fue finalmente puesto bajo la custodia de las autoridades, yendo a parar al Orfanato María. Los trabajadores sociales que lo habían estado monitoreando no aprobaron que Connie se quedara con ningún familiar, y fueron inflexibles con ello, por lo que el niño sólo podía recibir visitas de vez en cuando de ellos.
—La extraño —murmuró Connie.
Hanji apretó los labios, dolida por ver al pequeño de esa forma. Jamás había abordado con Connie el tema de su familia, pues él siempre lo evadía lo más que podía. Tampoco ningún niño había hablado con él sobre ello, decidiendo darle la vuelta a la página si nadie la estaba leyendo.
Antes de que pudiera decir algo, todos los niños volvieron corriendo con bolsas entre las manos, mostrándole a Hanji lo que obtuvieron. Connie sonrió cuando todos ellos le empujaron en los brazos bolsas extras, dándose cuenta de que él no tenía ninguna. "¡Toma estos, son tuyos!", le gritó Sasha, entregándole unos chicles. "No te quedes sin dulces", "¿Te gustan los picantes?", "Toma de los míos, tengo muchos", y otras más cosas escuchó la mujer entre las voces infantiles, viendo como todos se compartían y llenaban los brazos de caramelos.
Krista recibió dos paletas de manos de Annie, y de inmediato intentó abrirlas. Hanji le ayudó, rompiendo el paquete y dándole la paleta grande para que no tuviera que metérsela a la boca y tuviera que lamerla con la lengua de fuera. Una precaución.
Se enderezó en su lugar, echando un último vistazo a Connie, quien fingía (claramente para ella) una sonrisa.
—Muy bien, todos tomen el auto de nuevo y vámonos. Aún falta comprar cereal y leche.
—De acuerdo con la cláusula número dos del reglamento interno de responsabilidades del Área de…
Levi se desconectó mentalmente de las palabras del suboficial que dictaba las reglas de trabajo en el pase de revista.
Él había terminado en ese lugar por pura casualidad, pues había ido únicamente a entregar información importante para las guardias de la tarde-noche, que necesitaban una actualización de los casos de vigilancia activos.
Si se hubiese marchado diez minutos antes, no le habría tocado la palabrería de responsabilidad y honor de policía en la que lo usaron de ejemplo, obligándolo a quedarse para justamente representar la imagen que el suboficial con tanto esmero recalcaba en él.
Soltó una risa mental. Si tan sólo todos ellos supieran.
Su teléfono vibró en el bolsillo, sacándolo de su pozo de desinterés para llevarlo a una curiosidad relacionada con un tema presente en su vida. Extrajo el aparato a medias del bolsillo de su pantalón, mirando la parte superior de la pantalla en las notificaciones, donde un mensaje de Hanji estaba brillante contra el fondo de bloqueo oscuro.
HANJI ZOE
¿Vas a venir? Necesito que me ayudes con algo.
Era extraño que ella lo contactara.
Aunque habían llegado a un tipo de acuerdo en cuanto a la responsabilidad que Levi quería tener sobre los niños, pactando que se presentaría mínimo tres veces por semana a verlos, nunca habían abordado que ambos tendrían contacto más allá de las interacciones presentes cuando estuviesen con los once infantes.
Hanji había sido clara: su participación como figura de autoridad y tutoría solamente iba a tener una presencia notable y permanente en la vida de los huérfanos, excluyéndola a ella de las consideraciones de cualquier tipo que la hicieran participe de interacciones con él o momentos a solas. Así de formal y firme había sido, y Levi había aceptado, sabiendo bien que no iba a obtener mejor acuerdo.
Aun con ello, sabía que si Hanji lo contactaba era por algo realmente importante.
Echando un vistazo rápido a los policías del pase de revista, dio media vuelta y sacó su celular, llamando de inmediato a la castaña mientras se alejaba del grupo para más privacidad.
Su auto estaba junto a todos ellos, así que no podía subirse al asiento del piloto por respeto a la sesión informativa, así que se alejó lo suficiente de la esquina donde estaban ubicados hasta poco más allá de la mitad de la calle, sin perderlos de vista.
Parándose de frente a ellos para mantenerse atento por si era buscado, se llevó el aparato al oído y esperó, agradeciendo que sólo tuvieron que pasar dos tonos de llamada para que le contestaran.
— ¿Levi?
—Hanji, ¿qué pasa? ¿Para qué necesitas mi ayuda? —preguntó con calma— ¿Está todo bien? ¿Cómo están los niños?
Levi escuchó un par de movimientos de plástico grueso de fondo, y varias voces infantiles demasiado fuertes como para que no fuese entusiasmo.
— ¡¿Podemos comer los dulces de chile?! —escuchó la voz infantil de Armin.
—No. Ya comieron mucha azúcar por hoy, los dulces se guardarán. Mañana podrán comer más —ordenó Hanji.
Una queja a coro se escuchó de fondo, pero esas voces se fueron apagando poco a poco.
—Vamos vamos, entren a la casa y dejen las bolsas en la sala como les dije —. Así que los niños estaban llegando de la calle.
Esperó unos segundos más en silencio, antes de que finalmente no se oyeran más voces.
—Necesito que hables con Connie cuando vengas.
Levi frunció el ceño, recordando al joven sin cabello que usualmente acompañaba a Sasha.
— ¿Qué pasa con él? —preguntó preocupado, cruzándose de brazos.
—Hoy pasó por una situación que le hizo recordar a su madre. Ella murió en un accidente de auto cuando él era muy pequeño. Connie no soporta recordarla, y creo que necesita un poco de consuelo de ello.
Levi torció la boca, sabiendo exactamente a donde iba esto. Alejó el teléfono de su oreja y golpeó la bocina, muy suavemente, tres veces contra su frente, apretando la boca mientras le recordaba a su mente que justo ese tipo de situaciones venían con el paquete de ser tutor de todos esos niños.
Tomando aire, volvió a llevar el aparato a su oreja, levantando la cara.
—Bien bien. Hablaré con él luego de la cena —indicó Levi.
—Bien, gracias. Nos vemos en la noche.
Antes de que pudiera responder, Hanji ya había colgado.
No le importaba ese trato proveniente de ella, era consciente de que ser colgado en la llamada era lo menos, pero lo menos que se merecía después de lo que vivieron en el pasado.
Ni siquiera le sorprendería o afectaría el recibir una demanda por daño moral, hasta la aceptaría con tal de remunerar a Hanji por todo el daño que le había hecho.
Despejando su cabeza de esos pensamientos, miró su teléfono y buscó el contacto de Erwin, encontrándolo con rapidez entre los contactos importantes.
Marcó el número, y de inmediato fue recibido.
—Smith —saludó el hombre.
—Erwin, necesito tu ayuda de nuevo.
"Connie Springer era el hijo mayor de los señores Springer, hermano mayor de Sunny y Martin Springer, gemelos. Vivían a las afueras del barrio Ragako, saliendo de Paradis. El dos de mayo, tras la salida de clases de la primaria a la que asistía Connie, a la una cuarenta y cinco de la tarde, la familia regresaba en auto a su hogar cuando chocaron con un coche del carril contrario de la misma carretera. El señor Springer murió en el accidente: varios fierros pertenecientes al motor lo atravesaron, salió volando de su asiento y su cabeza se estrelló contra el parabrisas. El golpe lo mató, según los médicos. La señora Springer y los hermanos de Connie sobrevivieron al impacto, pero estaban inconscientes. Fueron llevados al Hospital Público de Ragako. Los gemelos Sunny y Martin fueron ingresados a urgencias, y murieron cuatro horas después luego de que fueron internados. La causa de muerte fueron las múltiples heridas y golpes, pues los niños recibieron movimientos bruscos del choque, golpes de metales y vidrios rotos, y sobre uno de los gemelos había un trozo del cofre del auto contrario, enterrado en su pecho. La señora Springer tenía fractura de cráneo, y al igual que su marido, partes del motor la atravesaron por el torso, pecho y clavícula. El auto contrario subió por su lado, y la llanta delantera derecha le golpeó la cara y la hirió gravemente. Ella fue internada en estado de coma durante tres meses, y luego falleció. Connie fue el menos afectado, pues estaba detrás del asiento de su padre, y quedó lejos de la trayectoria del auto contrario. Sufrió un golpe en la cabeza contra la puerta de su asiento, y lesiones cervicales. Fue puesto en tratamiento por un mes y medio, él estuvo consciente durante todo el accidente y aun después de que lo sacaron. Él vio todo, Levi"
Se sacó el cigarro de entre los labios, expulsando el humo antes de dejar caer lo restante al piso, aplastándolo con el pie.
La información le estaba dando vueltas en la cabeza.
Una forma de apoyar al niño en las secuelas del accidente, era mostrarle su semejanza y su reflexión sobre la situación, abriéndole las puertas de la empatía y el consuelo. Pero lo que vivió Connie era algo que nunca debería cruzar la existencia de un infante, y Levi, siendo una calificada víctima de una infancia terrible, se sentía mal de tener que llevar a un niño al mismo estado de estrés que vivió él para poder superar la situación de su madre.
Estaba fuera de la casa de Hanji. Se había quitado la chaqueta y la había aventado al asiento del pasajero, dejándose el arnés sobre el cuerpo y escondiendo el arma dentro de su pantalón para que los niños no la vieran cuando él entrara. La corbata también la había retirado, se había arremangado las mangas y traía los primeros dos botones de la camisa desabrochados, pues quería respirar un poco luego de todo el informe de Erwin.
"Él vio todo, Levi".
Él también había visto todo, absolutamente todo.
Su madre deshaciéndose en un cuarto sin acondicionamiento para una vida digna, muriendo de hambre, y sucumbiendo a enfermedades. Él también vio todo.
La culpa lo comía. No podía ser fuerte con Connie. No de esa forma.
"Hay dos datos más que creo que te serán útiles: el accidente no fue culpa del auto contrario, sino del señor Springer. Iba a exceso de velocidad, e intentó rebasar al auto que venía delante de ellos invadiendo el carril contrario. Las declaraciones de los otros autos confirman esto".
La vida no podía ponerle las cosas más difíciles, había pensado, pues el que el señor Springer fuera el culpable, era aún peor para que Connie tuviese una liberación de la situación, puesto que, de niños, todos pueden creer que sus padres están exentos de culpa y son víctimas directas, y no había cosa más dolorosa que hacerle ver a un niño que sus padres estaban mal, y que eran responsables de algo tan grande. Esto, de cualquier forma que se viera, iba a desanimar y deprimir a Connie en cuando se enterara, y podría llevarlo a tener sentimientos de enojo en contra de su padre, revelando un coraje ante el evento, y posteriormente, impotencia a la venganza o la crítica, pues no iba a obtener respuestas jamás, ni de los afectados, ni del sujeto que provocó el accidente.
"El otro dato es grave, Levi. El accidente fue el dos de mayo. Esa fecha es el cumpleaños de Connie".
Dio una patada floja.
Me tienes que estar jodiendo, pensó Levi.
Pasando saliva, dio otra vuelta en circulo por su lugar antes de sacar una servilleta de papel que guardaba en uno de los bolsillos de su arnés a la altura de su pecho. Volteó la cabeza hacia el piso y se acuclilló donde estaba el restante del cigarro, tomándolo con el papel y envolviéndolo bien para poder tirarlo en un bote de basura.
—Era su cumpleaños, maldita sea —susurró Levi.
Una luz amarilla lo deslumbró por el costado, provocando que parpadeara un par de veces antes de volverse hacia ella. Miró hacia arriba, encontrando abierta la puerta de la casa, con Eren parado en el centro de esta y tomando el pomo interno.
— ¡Hola, capitán Levi! —saludó Eren con entusiasmo, moviendo su mano contraria en el aire.
Levi se levantó cuando el chico se alejó de la puerta caminando por todo el balcón hasta la escalera, bajando rápidamente para encontrarse con él.
— ¿A qué hora llegó? —preguntó Eren con una sonrisa gigante adornándole la cara.
Levi se puso de pie y recibió el ya acostumbrado abrazo del chico, sintiéndolo chocar sin cuidado contra su cadera y estomago mientras recargaba su cabeza contra su esternón.
—Hace poco —respondió, mintiendo, pues en realidad llevaba más de media hora parado ahí fuera mientras volvía a repasar los datos que le dio Erwin— ¿Ya cenaron?
—Ya —. Eren se alejó y se paró derecho, mirándolo atentamente—. Nos tenemos que dormir temprano porque la maestra Hanji no quiere que perdamos el horario que teníamos en el orfanato.
—Comprendo.
Levi metió la mano al bolsillo de su pantalón y alcanzó el control de las llaves del auto, apretando el botón del seguro y mirando al vehículo para asegurarse de que estaba bien asegurado. Las luces prendieron con un leve "clic", anunciando el cierre de seguridad.
Volteó la cabeza a Eren mientras caminaba a él, sacando la mano del bolsillo y alcanzando el hombro del chico, empujándolo al frente para que lo acompañara de vuelta al piso departamental.
— ¿Cómo están todos? —preguntó mientras subían las escaleras.
—Todos estamos felices porque tenemos ropa nueva, y nos regalaron dulces en la tienda. La maestra Hanji también nos compró cosas para el baño —contestó el niño.
—Así que la pasaron bien, eh —comentó Levi tras que llegaron al pasillo-balcón. Eren se volteó hacia él—. Espero no hayan hecho gastar a Hanji de forma innecesaria.
—No lo hicimos, ella nos dijo que no podía comprarnos más que ropa, comida, y cosas para asearnos, así que no pedimos juguetes —contestó Eren.
El rostro del chico pasó de firme a contemplativo, bajando la mirada hacia un punto invisible entre ellos. Levi inclinó la cabeza a un lado, curioso por ese leve cambio.
— ¿Puedo decirle algo? —preguntó Eren en un susurro, levantando la mirada con incertidumbre.
Levi frunció el ceño.
—Dime —contestó en voz baja. Si el chico hablaba así, era porque no quería que nadie se enterara de lo que pensaba abordar.
—Hoy Connie estaba triste —susurró, acercándose más a Levi—. No sé qué le pasó, pero luego de que obtuvimos dulces gratis, él andaba callado, y Connie no es callado. Ni siquiera Sasha lo puede animar.
Levi reprimió cualquier gesto que revelara que él sabía de la situación… de más. Algo que tenía claro, era que no podía llevar a los niños ninguno de los temas que giraran alrededor de las situaciones de cada uno y la forma externa en la que Hanji y él las estaban manejando. No tenía derecho a hacerlo, en especial cuando ni siquiera, entre los mismos niños, abordaban los temas de su orfandad o el cómo vivían antes de ello, todos centrándose en que se tenían en el ahora.
Y si ellos vivían en la actualidad, ni Hanji ni Levi podían llevarlos a un obligatorio estado de "háblame del ayer" que no les iba a nutrir, de ninguna forma, la relación que apenas formaban.
—Hablaré con Connie, no te preocupes —respondió él con seguridad, colocando una mano sobre la cabeza de Eren, meciéndola levemente de un lado a otro para despistarlo.
Eren torció la cara mientras era movido contra su voluntad. Colocó las manos sobre la de Levi, tratando de quitársela, pero fue empujado hacia atrás, obligándolo a caminar en reversa.
— ¡Eh-HEY! —se quejaba.
Ambos llegaron hasta la puerta de la casa, donde Levi tocó dos veces antes de empujarla, pues el chico la había dejado abierta.
Cuando se abrió completamente, observó como Hanji estaba acomodando los platos sucios dentro del lavabo de la cocina.
Reiner estaba sentado en el sillón de tres plazas con Krista de un lado y Armin del otro, los tres hablando de un juego de mesa que estaba en la mesa central. Por lo que alcanzaba a ver Levi, era un juego muy básico como para que la pequeña Krista ya pudiera participar.
Sasha y Mikasa estaban ayudando a Hanji a limpiar la mesa, llevando las cosas como el servilletero y el salero a su lugar junto a la barra al lado del refrigerador. Ymir y Jean estaban apilando unas latas de tomate dentro de una de las estanterías bajas, y las dos cajas de cartón vacías estaban descartadas detrás de ellos.
Berthold, Connie y Annie estaban parados en el pasillo que daba a las habitaciones, viendo las bolsas de compra que se colocaron formadas contra la pared.
—Buenas noches —saludó. Se acercó al bote de basura junto a la puerta y aventó el papel con el cigarro.
Todos voltearon su mirada hacia él inmediatamente, sonriendo y saludándolo a coro. Los sentados se pusieron de pie y caminaron a él, mientras que los demás los siguieron a paso lento.
— ¿Cómo están? —preguntó, mirándolos de uno a uno, notando de inmediato que Connie, su objetivo, estaba parado hasta atrás de todos.
Eren entró por su lado derecho, encaminándose hacia Hanji mientras esta también volteaba su atención a Levi.
—Todos bien —contestó Hanji, tomando un trapo de cocina y pasándoselo a Berthold—. ¿Te puedes encargar de limpiar los artículos de baño que compramos y ponerlos en su lugar?
—Claro que sí —contestó Berthold, tomando la tela en sus manos.
—Que Armin te ayude —indicó Hanji—. Mikasa, Sasha y Reiner, preparen las camas, por favor.
Los tres mencionados asintieron a ella y le dieron una última mirada a Levi antes de correr a su habitación.
—Annie, Krista, acompáñenme al cuarto, vamos a sacar toda la ropa nueva —dijo Hanji a las niñas, tomándolas de las manos. Se volteó hacia los restantes—. Eren, acomoda la sala mientras Ymir, Jean y Connie terminan con la cocina.
Eren asintió. Dio media vuelta en su lugar y caminó hacia la mesa central, comenzando a guardar el juego de mesa que usaron.
Hanji envió una mirada significativa a Levi, quien captó el mensaje en cuando ella se movía para ir al pasillo por las bolsas de la compra.
—Connie, acompáñame a mi auto —llamó Levi, ganándose la mirada de los niños restantes. El chico calvo lo miró confundido.
—Pero… tengo que ayudar con la cocina —dijo el chico, preocupado de no cumplir su tarea.
—Lo sé, pero tengo bolsas con cosas que les traje y deben ir en la cocina. Ayúdame a traerlas —ordenó Levi.
No esperó respuesta del chico, dando vuelta en su lugar y saliendo del departamento sin esperarlo. Aunque no fue necesario voltear a comprobarlo, porque sus pasos apresurados se escucharon a su espalda.
— ¿Qué compró? —preguntó el chico.
—Puedes tutearme —indicó Levi.
El niño se detuvo en la escalera, mirando a Levi con confusión. Levi se giró en su lugar al final de las escaleras, recargando una pierna unos escalones arriba y observando a Connie por sobre su hombro.
—Si te sientes cómodo, puedes tutearme —volvió a decir, reformulando su oración—. Tu y tus hermanos no deben sentirse responsables de portarse tan formales cuando sólo estamos ustedes y yo, o con Hanji.
Connie, dubitativo, asintió, aceptando la invitación a un nivel de relación más personal.
—Gracias.
—Compré jabones para limpiar la casa, sprays de aseo, para la ropa, toallas limpias, toallas desechables, detergentes, artículos de cloro, esponjas, cepillos, dos escobas, dos trapeadores, dos recogedores, tres cubetas y una aspiradora pequeña —contestó, llegando hasta el auto y usando el control para abrir la cajuela sin abrir los seguros de todo el vehículo.
La puerta se elevó, mostrando el pequeño interior del superdeportivo repleto de bolsas. El asiento del pasajero estaba echado hacia el frente, dejando que los palos de las escobas, los trapeadores y los recogedores se colocaran estirados sin dañar el interior.
— ¡Son muchísimos! —exclamó Connie con sorpresa.
—Tengo que dividir la mitad de las cosas; una mitad es mía y otra es de ustedes, pero todos los trapeadores, escobas y recogedores son suyos —respondió.
Se agachó sobre las bolsas y comenzó a dividir, mientras Connie, a su izquierda, recibía lo que Levi sacaba.
—Si encuentras doble de algún artículo, sácalo de la bolsa que tienes enfrente y dámelo. Lo que yo te pase, lo metes ahí.
—Ok —respondió Connie.
Ambos estuvieron un par de minutos en la tarea, moviendo primero los jabones que, para sorpresa del niño, resultaron ser demasiados. Juraba que jamás había visto tantos limpiadores de vidrios y desinfectantes, todos con diferentes especificaciones de función.
—No sabía que había un desengrasante para sartenes —comentó Connie, mirando entre sus manos el spray color amarillo que superaba el tamaño de sus dos manos juntas.
—Deben tener uno para sartenes y otro para platos. Son diferentes los materiales de cada uno, y deben cuidarlos lo más que puedan —explicó Levi—. Por eso deben usar diferentes sprays.
— ¿Dónde aprendió eso? —preguntó Connie, moviendo el segundo desengrasante hacia las manos de Levi, quien lo tomó y empacó en su bolsa.
—Mi mamá me enseñó lo básico para tener limpia la cocina.
Connie se tensó. Levi lo miró de reojo sin detenerse en sus tareas, sabiendo bien que la mención de esa figura materna iba a desencadenar la conversación que necesitaban abordar.
—Oh, esta bien —dijo Connie en voz baja, moviéndose de nuevo para seguir trabajando—. ¿Y fue difícil aprender?
—No, no lo fue —explicó Levi, comentando como si nada ocurriera, natural—. Antes de que yo naciera, mi madre era sirvienta en una mansión donde los dueños tenían estricto cuidado con sus utensilios de cocina. Ella tuvo que aprender a limpiar con el extremo cuidado que le exigían, pues el dueño de la casa era alérgico a muchos químicos y materiales, así que debían desinfectar con demasiados jabones especiales. Luego ella me enseñó todo lo que aprendió.
Connie había dejado de mover las compras y se detuvo para mirarlo, atento al relato.
— ¿Y ella todavía trabaja de sirvienta? —preguntó curioso.
Levi negó con la cabeza, continuando la conversación casualmente.
—Ella murió cuando yo tenía siete años —contestó.
Connie abrió los ojos y la boca tanto como la sorpresa lo golpeó, volteándose hacia Levi con una mirada de pena y tristeza. Levi lo miró de reojo, enarcando una ceja.
— ¿Qué pasa? —preguntó, tranquilo.
Connie tragó saliva y succionó su labio inferior, cohibido.
— ¿C-Cómo murió? —preguntó con voz aguda.
Levi volvió a su tarea con los limpiadores.
—Se murió de hambre. Desnutrición, enfermedades, y una vida asquerosa en la pobreza. No resistió.
Se detuvo en su acomodo y se enderezó, tomando aire y dando la vuelta para poder sentarse al borde de la cajuela. Se cruzó de brazos y miró hacia el fondo de la calle, recordando.
—Ve al asiento delantero y quita del espejo retrovisor central un colgante de piel cuadrado —indicó Levi.
Connie asintió y corrió hacia el asiento del conductor, abriendo con dificultad la pesada puerta. Levi sonrió al escucharlo luchar contra ella.
El chico asomó su rostro en el lugar, notando el interior negro con muy poco en los revisteros y el porta vasos, así como una casi vacía caja de carga detrás de la palanca de cambios. Pero llamaba la atención ese colgante que buscaba, moviéndose un poco por el uso en la parte trasera del auto.
Se hincó sobre el asiento con cuidado de no pisarlo, recordando la conversación de Levi con Eren sobre lo importante del auto la primera vez que se vieron. Evitó tocar cualquier palanca o el volante, tenía miedo de activar la máquina, así que usó un brazo para sostenerse del respaldo y el otro para alcanzar el colgante, logrando desengancharlo con facilidad del espejo.
Dando un pequeño rebote con las rodillas, se impulsó fuera de la cabina y salió, tocando el piso con una fuerte patada.
— ¡¿Cierro la puerta?! —preguntó Connie.
— ¡No, déjala abierta! —indicó de inmediato, pues sí temía el portazo que el niño podría dar. Ya la cerraría él.
Connie llegó por su lado, enseñándole el colgante tomado entre sus dedos con sumo cuidado.
—Ábrelo —dijo Levi.
Connie asintió y acercó el tarjetero del colgante, abriéndolo y encontrándose con una foto detrás de un protector de plástico.
En ella había una mujer con cabello negro largo, piel pálida y sin brillo, ojos oscuros, y una sonrisa cansada. Se mostraba que vestía una camisa blanca vieja y opaca, y su cabello estaba anudado en algunos mechones, lo que indicaba el poco cuidado sobre él al momento de la foto.
—Es mi madre —dijo Levi—. Es la única foto que tengo de ella, tres meses antes de su muerte. Se la tomó uno de los vecinos del "Salvadero", que era una comunidad de indigentes donde vivíamos. Se llamaba Carlos, o algo parecido, y había obtenido una cámara del basurero. Funcionó para unas seis fotos antes de fallar, pero pudieron imprimir la de mi madre junto con las demás. Era una cámara instantánea, si no mal recuerdo.
— ¿Cuántos años tenía? —preguntó Connie con curiosidad, sin dejar de ver la foto— Se parece mucho a ti.
—Tenía veinticinco —contestó Levi—. Me tuvo a una edad muy joven, creo que a los dieciocho. No teníamos familia, sus padres murieron cuando ella tenía quince, la familia estaba en la calle desde que mis abuelos eran niños, y no hubo mejora. Desafortunadamente, la vida fue un asco para todos.
Connie levantó la vista hacia Levi, con una mirada atenta.
— ¿Cómo fue que te volviste rico?
Levi soltó una risa.
—Trabajando. Sólo así. Trabajé, logré meterme a estudiar, y de ahí hasta el día de hoy. No me detuve, quería salir de ahí —respondió, soltando el agarre de sus brazos y recargándolos en el borde a sus lados—. Por mi mamá, quería honrar el esfuerzo que ella hizo por mantenerme con vida.
Connie se acercó a él, recargándose a su lado, pero sin tocarlo.
—Mi mamá me decía siempre que tenía que estudiar y no ser holgazán —comentó Connie sin dejar de ver a la foto—. Me dijo que, por ser el mayor de mis hermanos, tenía que dar el ejemplo.
Levi volteó su cabeza hacia él.
— ¿Y lo has hecho?
—Mis hermanos están muertos. No soy el ejemplo de nadie —dijo con un tono que tocaba un ligero coraje, al mismo tiempo que bajaba la foto hacia sus piernas, mirando al piso en su lugar—. Ahora nadie necesita de mí.
Levi enarcó una ceja, pensativo. Miró hacia la casa, viendo que, por una ventana, Hanji les echaba un vistazo. Ella estaba en medio de la penumbra, pues había apagado las luces para no ser vista por Connie, demostrando poco interés en que sí fuera notada por Levi.
— ¿Quién te ha dicho eso?
Connie levantó la cabeza hacia él.
—Puede que tus hermanos pequeños de sangre ya no estén, pero ahora tienes otros diez hermanos que dependen de ti —comentó Levi con seriedad—. Mira, Sasha tendrá tu edad, pero no es la más mesurada que digamos, y creo que ahí es donde tienes peso, pues siempre le haces ver cuando está saliéndose de su comportamiento. Y Krista y Annie aun son pequeñas, y tener a tantos hermanos mayores creo que es bueno, porque todos podrán enseñarles cosas diferentes. No le estoy dejando esta tarea a Eren, Armin, Jean, ni siquiera a Reiner y Berthold, creo que tu eres el más indicado para enseñarles a los demás sobre el esfuerzo. Se que es algo complicado tratar de salir adelante cuando tu familia central se va, pero puedes ver en el camino que vas ganando nueva familia; talvez no para cumplir los mismos roles, pero sí para que, entre ambos, se den cosas que necesitan. Por ejemplo: Eren.
Connie arqueó una ceja. Levi se volteó y se acomodó de lado, mirándolo directamente.
—Estaba muy preocupado por ti, por tu estado. Me dijo que te vio muy serio, y esperaba que yo pudiera saber qué te pasaba. Eren te quiere, se muestra interesado en su estado emocional, y buscó la ayuda para que te sintieras mejor.
—Aahh… no quería preocuparlos —comentó Connie, mostrándose apenado—. Es que hoy vimos que estaban regalando dulces en el centro comercial, y esos dulces me los compraba mi mamá cuando era chico. Sólo a mí, porque Sunny y Martin eran muy pequeños, y no podían comerlos. Me dijo que, cuando crecieran, podría compartirlos con ellos… pero no pasará.
Levi se acuclilló a su altura, ganándose su atención.
— ¿Y no crees que a tus amigos les gustaría compartir esos dulces contigo? —preguntó. Había una insinuación detrás de ello— Tus amigos te quieren, se preocupan por ti y te respetan. Confían en ti, y quieren lo mejor para tu vida. El hecho de que los once ayudaran a que Eren escapara aquella noche para ir a la policía, dice mucho de lo que se confían y apoyan entre ustedes. Y yo creo que tu madre y tus hermanos se sentirían aliviados de saber que aun velas por la seguridad y educación de alguien más, como lo hiciste por ellos, y que te permites ser cuidado por otros.
—Siento que está mal decirles hermanos a mis amigos. Siento que no debería hacerlo, por Sunny y Martin. Intento decirlo, pero cada que lo hago, se siente mal —murmuró—. No puedo tener más hermanos, Sunny y Martin eran mis hermanitos.
Levi puso una mano sobre su boca y luego miró hacia Hanji, quien miraba apenada hacia Connie. Ella no los escuchaba, pero notaba que entendía el lenguaje corporal del niño, y por ello imaginaba lo que ocurría.
—Cuando murió mi mamá, yo creí que no podría tener ningún otro tipo de lazo en mi vida, en especial que no debía tener ninguna otra mujer importante en ella —comentó Levi en voz baja, mirando al piso y sintiendo los ojos de Connie sobre él—. Pensaba "¿Le estoy faltando al respeto? ¿Está mal amar a otra mujer que no sea ella?". No podía evitar sentir que la traicionaría si llegaba a sentir amor por otra mujer, si le daba un lugar a mi lado a otra mujer, porque mi mamá siempre fue la única. Eso fue hasta que conocí a Hanji.
Levantó la mirada, y los ojos del niño brillaban con mucho interés.
— ¿Amabas a la maestra Hanji? —preguntó emocionado, con una leve sonrisa en su boca.
—Sí. Demasiado, tanto que me aterraba. Pero Hanji me dio todo lo que mi madre me entregó de niño: seguridad, comodidad, confianza, un lugar seguro, amistad, amor, cariño, me puso los pies en la tierra y me dejó volar hasta más allá de las nubes, y jamás me soltó. Me educó en muchas cosas, y crecimos juntos en otras. Tal como uno hace con sus padres. Y dejé de pensar en que mi madre se sentiría herida o traicionada, porque me di cuenta de que fue mi madre quien me mandó a Hanji, para que no siguiera solo. Me mandó a alguien que podía darme todo lo que ella me dio, porque, voy a dejar esto en claro, Connie: no todos pueden darte todo lo que necesitas. Hay personas específicas en tu vida que podrán darte todo y más, pero hay otras que sólo te darán una parte, y el resto no lo pueden otorgar. No porque sean malas personas, sino porque no es su trabajo ni misión. Y yo creo que por eso te tocó tener diez nuevos hermanos, porque tu madre y tus hermanos te mandaron uno para cada una de las cosas que necesitas. Es tu tarea dejarles entrar y darte lo que les toca, y también, es tu responsabilidad responderles con lo que a ti te toca otorgar.
Connie se tomó un momento, asimilando cada palabra que Levi había dicho.
La última vez que había tenido una conversación seria con alguien, similar a la de ese momento, había sido cuando su padre le había explicado las responsabilidades de ser hermano mayor, dictándole que tendría que ser el lugar seguro de los gemelos, ayudarlos en su educación y protegerlos, así como también amarlos y enseñarles a amar correctamente.
Le picaron las comisuras de los ojos, sintiendo que las lagrimas estaban llegando al borde de ellos.
Eren era terco y obstinado, pero valiente y decidido, y Connie había aprendido a agarrar mucho valor de que Eren no lo dejaba bajar la cabeza. Armin era curioso y observador, y Connie había aprendido a ver los pequeños detalles gracias a él. Mikasa era protectora y reservada, y de ella había aprendido a tener temple. Ymir era muy directa, y eso le había enseñado honestidad. Reiner era fuerte y protector, y con él se sentía seguro. De Berthold había aprendido a ser abierto. Jean era calculador e inteligente, y le había enseñado a encontrar su propia forma de aprendizaje. Krista y Annie eran pequeñas, y sentía que debía de estar al frente de ellas para poder guiarlas con cuidado. Y Sasha, ella era como su gemela, pues podía soltarse y desenvolverse con ella en locuras y tonterías, sin sentirse avergonzado o fuera de lugar.
Y la maestra Hanji le inspiraba confianza y calidez, y sentía que podía ir a sus brazos en cualquier momento.
Las lagrimas escurrieron por sus mejillas, recordando como su madre y su padre le habían dado todo eso cuando era más pequeño, y como deseaba haberle podido dar eso a Sunny y Martin.
Cerró los ojos, dejando que sus pequeños sollozos reprimidos salieran un poco, apretando la boca para no ser tan ruidoso.
Quería los brazos de su mamá, quería las palabras de su papá, y quería seguir escuchando los llamados de Sunny y Martin por él.
Quería una familia de nuevo.
Abrió un poco los ojos ante un contacto suave, viendo que Levi le pasaba un pañuelo de tela por la barbilla, limpiando el río de lagrimas que le manchaban la camisa. Asustado, miró la foto de la mamá de Levi, aliviado de que no la había mojado. La elevó hacia él, entregándosela.
—Pe-Perd-ón —dijo entre hipos pequeños.
Levi tomó la foto y la colocó con cuidado dentro de la que sería su bolsa de compra, volviéndose rápidamente hacia Connie, y limpiándole el rostro con cuidado para no rasparle la piel.
—Llora todo lo que necesites, Connie. No nos enseñan a sacar nuestras emociones adecuadamente, y creo que es bueno que lo vayas entendiendo.
Tras esas palabras, Connie soltó su labio inferior y dejó que su llanto se mostrara con todo su dolor. Entre sollozos se le escuchaba llamando a sus padres y hermanos, pidiendo por ellos.
Levi, sintiendo la empatía por la situación, reflejándose en Connie, tomó al chico por debajo de las axilas y lo levantó, cargándolo hasta que lo tuvo contra su torso. El chico envolvió sus brazos alrededor de su cuello, descansando su cara contra el hombro de Levi y cubriendo su ruido.
Levi levantó a Connie por debajo de las piernas, haciendo un asiento con sus manos unidas mientras dejaba desahogarse al niño. Nunca había sido especialmente cariñoso cuando se trataba de dar consuelos, y sus compañeros solían decirle que él era una especie de "cobija fría" para tratar de hacer sentir mejor a la gente. Crudo, directo, pero efectivo.
Sin embargo, era consciente de que no podía ser así con los niños que ahora estaban bajo su cuidado, y que debía de hacer exactamente lo contrario a lo que normalmente haría.
Y se dijo entonces ¿qué haría Hanji?
Un abrazo, simple.
Apretó a Connie contra él, y el chico poco a poco dejó de llorar. Aunque no lo dijera, eso aligeró el peso en Levi, sintiendo su pecho relajarse y hundirse, dejando la forma del niño acomodarse en él.
— ¿Qué es esto? —preguntó Levi con la nariz arrugada, los brazos en jarra y una mirada afilada.
Los once niños lo miraban confundidos, unos metidos debajo de sus sabanas mientras otros estaban aun de pie, platicando entre ellos. Hubo un silencio en cadena cuando Levi hizo acto de aparición con esa pregunta y su voz gruesa, mostrando descontento.
—Nuestras literas —contestó Sasha, como si no fuese evidente.
Levi frunció el ceño.
—Tres días castigada sin pan por tu chistecito —ordenó Levi.
Sasha soltó un grito de sufrimiento mientras él entraba al cuarto, y todos los demás se burlaban en silencio de su amiga.
Hanji entró detrás de Levi, mirando a sus niños mientras Levi hacía… su trabajo.
—Esto esta horrible —comentó Levi mientras levantaba una camiseta sucia del piso. Miró a los once, uno a uno, mientras envolvía la camisa en su brazo—. ¿Me pueden explicar porque la ropa sucia no esta en el canasto que le corresponde?
—No tenemos canasto para toda la ropa —respondió Armin, señalando el canasto grande en la esquina, que se apilaba de sus pijamas de orfanato.
Levi torció la boca, volteando a ver a Hanji.
—Traeré más canastos —informó. Ella asintió conforme. Levi se volvió hacia los niños, observando que todos seguían vestidos con sus ropas del día—. Chamacos, el horario será el siguiente: se bañarán todas las mañanas, todos despiertos a las seis am. Primero los niños, luego las niñas, para que las chicas tengan privacidad mientras se cambian y alistan. Mientras los niños se bañan, las niñas desayunan, y cuando las niñas se estén bañando, los niños se arreglan. Mientras las niñas se arreglan, los niños desayunan.
Se acercó al piso y tomó otra prenda de los pies de la litera de Mikasa, enrollándola alrededor de la primera.
—Estarán todos listos para las ocho de la mañana. No puedo estar aquí a esa hora por mi trabajo, pero Hanji me enviará una fotografía de todos listos y presentables, sin importar si tienen un compromiso o no.
Hanji succionó su labio superior, aguantando la risa que le generaba el ver los rostros con algo de miedo de los niños. Era natural, jamás les dijo que Levi sería quien se encargaría de fijar horarios nuevos, solamente les dijo que se mantendrían con los mismos horarios del orfanato para las clases y sus deberes comunes.
—Y no se atrevan a intentar engañarme con las imágenes. Soy detective, y veo hasta el más pequeño detalle. Sabré si me mienten —caminó hacia la litera de Eren, agachándose a la cabeza de esta para tomar un par de calcetines aventados debajo de la cama de Armin—. Mikasa, estas a cargo de las niñas. Connie y Armin de los niños. Hanji se encargará de Krista.
Connie miró hacia Levi, notando que él ya le devolvía una mirada significativa. Connie asintió con seguridad.
— ¡Yo me encargo! —dijo con firmeza, ganándose un asentimiento de Levi.
—El resto de su horario está por definirse —anunció Levi, alejándose de espaldas y parándose en medio de la habitación, mirando a todos los niños—. De momento les autorizo que por hoy se acuesten a más tardar a las doce. Pero una vez que Hanji y yo discutamos qué procederá con sus actividades normales, todos estarán acostados a más tardar a las nueve, ¿entendido?
— ¡Sí, señor! —se escuchó en coro.
—Si por algún motivo se bañan en la tarde-noche, las niñas se bañan primero, para que su cabello se seque a tiempo y no duerman con el pelo empapado —señaló, caminando hacia la salida. Se paró junto a Hanji en la puerta, cruzando los brazos con la ropa entre ellos, y ambos miraron a los niños que se acomodaban sobre sus camas para seguir platicando—. Duerman bien, mocosos.
— ¡Buenas noches, capitán Levi! —gritaron todos con una sonrisa.
Levi asintió hacia ellos y luego miró a Hanji, señalándole con un gesto hacia el pasillo esperando que lo siguiera.
Hanji lo miró desaparecer detrás de su hombro y luego miró hacia los niños, quienes la miraban con las mismas sonrisas expectantes de antes.
—Los vendré a arropar más noche. Mientras tanto pueden jugar a algo, siempre y cuando cuiden de Krista y Annie —condicionó, señalando a las pequeñas sentadas en la cama de Mikasa, quien las cuidaba de caer.
Todos exclamaron alegres, volteándose de inmediato hacia los que tenían a un lado, y empezaron las pláticas animadas y las propuestas de juego. Hanji sabía que no iban a salir del cuarto si ella no les autorizaba hacerlo, así que cerró la puerta y se encaminó hacia la sala.
Levi, sentado en el sillón de tres plazas, la volteó a ver cuando caminó a paso lento a la sala, sentándose en el lado contrario del sillón, lo más lejos posible de él.
— ¿Cansada? —preguntó tras verla reprimir un bostezo.
Hanji asintió levemente, mirándolo con cautela.
—Gracias por hablar con Connie —agradeció en voz baja, colocando sus manos sobre sus rodillas—. Lamento haber tocado el tema de Kuchel.
—Era necesario —contestó Levi, minimizando la importancia del caso—. Se que por eso me lo pediste, y si me hubiese afectado, me habría negado desde el inicio.
Levi se recargó contra el descansa brazo derecho y colocó sus dedos contra su sien mientras el brazo izquierdo descansaba contra el respaldo. Si se estiraba un poco más, iba a alcanzar el hombro de Hanji.
—Te afecte o no, se que es un tema duro, pero sólo podía pensar en ti para abordar el tema de Connie —contestó ella, sintiéndose culpable.
Levi la miró de reojo.
— ¿Porqué te disculpas? —preguntó, confundido.
—Podremos estar peleados, podré no querer verte la cara jamás, pero no soy una mala persona, y jamás me metería con un tema tan serio en tu vida. Por ello me disculpo, porque te hice hablar de lo que tiene más peso en ti.
Levi suspiró, entendiendo lo que ella decía, y agradeciendo que aun tuviese respeto por él a ese nivel.
—Fue un placer ayudar a tranquilizar a Connie —respondió, tratando de no darle vueltas al "no pidas perdón". Sabía que sería inútil—. Yo… eh… tengo una idea que puede ayudarte con la educación de los niños.
Hanji giró la cabeza a él, atraída por el tema que ocupaba parte de su preocupación actual.
—Dime.
—La Estación de Policía cuenta con un sistema escolar para que los hijos de los trabajadores acudan a la primaria y secundaria, en un horario completo de ocho de la mañana a tres de la tarde. Los niños pueden comer en el comedor de la escuela a su salida o ir a sus hogares, y tienen un desayuno en la institución. Una hora de receso, y el resto son clases, y la escuela se encuentra a una calle de la sede principal de policía.
Hanji frunció el ceño, pensando.
— ¿Quieres que los inscribamos como tus hijos? —preguntó, nerviosa.
—Ambos sabemos que de momento no podemos registrarlos hasta que estén bajo tu custodia legal —comentó Levi—, pero podría ser una alternativa, si quieres algo que te tenga tranquila.
— ¿Y te pondrías como tutor legal para que entren? —cuestionó, insegura.
—Puedo ponerme como tutor únicamente, no como padre, si es lo que te preocupa —comentó, notando que Hanji no parecía cómoda con esa opción—. ¿Cómo van los arreglos de la documentación para las adopciones? ¿Has hablado con la señora Amanda?
—Aun no —respondió Hanji—. Pero espero hacerlo el lunes. El último mensaje de texto que me envió, decía que ella tenía una idea de cómo podía presentar mi solicitud de adopción sin levantar alarmas.
—Dudo mucho que no las haya, pero mientras menos sean, mejor —comentó Levi, tomando aire. Carraspeó un poco para aclararse la garganta—. Un apoyo para la adopción podría ser el que pongamos mi domicilio como hogar alternativo de los niños.
Hanji giró la cabeza hacia él, tratando de entenderlo. Nunca le había aparecido una oportunidad así durante sus investigaciones, por lo que no sabía en qué consistía.
—Explícate.
—Podemos decir que estamos cuidando de los niños de forma compartida, como tutores únicamente, y que mi hogar es casa de ellos también. Puedes decir eso para que tengan la seguridad de que los niños tienen más espacio que sólo tu departamento —contestó, tratando de no ofenderla con lo que decía—. Mi departamento es cuatro veces tu casa, podemos decir que estamos en proceso de mudarte hacia allá y que aún se están arreglando documentaciones para ello.
—Pero pedirán la confirmación de testigos, y no creo que podamos pedirle ayuda a nadie para esto —comentó Hanji.
—Los dueños del edificio son amigos míos. Puedo explicarles la situación y pedirles su ayuda —contó Levi, mirándola con tanta calma como podía para tranquilizarla—. Son buenas personas, y me han ayudado un par de veces. Se que nos darán la mano, sólo déjame hablar con ellos. Y exponle la idea a la señora Amanda, para que planifique bien lo que ella dirá a tu favor.
Hanji se dejó caer contra el respaldo del sillón, pensando activamente en todo lo que tenía entre manos como ventajas. No iba a desperdiciar ninguna, y si Levi y la señora Amanda estaban siendo tan flexibles en cuanto al uso de sus vidas como justificantes de apoyo para las vidas de los huérfanos, Hanji podría tener una excelente base para que las adopciones fueran más fáciles, pues no estaba sola en ello.
—Se que todo esto es pesado, y lamento que sea así. Pero intenta confiar un poco más en mí —dijo Levi, echándose al frente y recargando los brazos sobre sus piernas—. Ando moviendo tanto como puedo de mis contactos para obtener más información que te ayude, y si bien Erwin no sabe nada, se que ya se las huele, y ha estado facilitándome todo lo que le pido. Encontraremos una solución.
Hanji asintió, tomando un cojín entre sus brazos y estrujándolo con fuerza, queriendo dejar ir los nervios traicioneros.
—Lo haremos, lo haremos —susurró—. En cuanto a Kuchel-
—Ya te dije que lo dejes pasar —cortó Levi.
Hanji aspiró el aroma de su cojín, quitándose la pena antes de extender su mano y pasarla sobre la espalda de Levi. Él, sorprendido por el tacto, se tensó, sintiendo con temor y placer los dedos largos de la mujer por entre cada articulación de su columna, y las curvas y líneas de sus músculos.
La memoria los llevó a ambos a muchos recuerdos del pasado. Cuando Levi solía enfrascarse en momentos de recuerdos de su madre, Hanji hacía exactamente eso, tranquilizarlo con caricias en la espalda, pues era una forma de tener a Levi consciente de que estaba en un presente, y que no debía sumirse en sus pensamientos malignos sobre la inevitable muerte de Kuchel, de la que se culpó muchas veces.
Hanji no lo quería. Lo odiaba, estaba enojada con él. Pero ella sabía cuán fuerte y difícil era para Levi el tener pensamientos alrededor de alternativas que él pensaba y pensaba en explorar en sucesos imaginarios, donde todo salvaba a Kuchel, donde él y su madre vivían una vida feliz y estable, para después regresar a la realidad donde él vivía una vida de rico y su madre había muerto en la pobreza. Levi se sentía culpable de ello, y siempre recaía en pensamientos negativos en su contra.
Y por mucho que Hanji quisiera hacerlo sufrir por lo que le hizo, ella no sentía odio hacia Kuchel, y en cambio, lamentaba su ausencia en la vida de pelinegro. Por ello se prestaba a intentar consolarlo como en el pasado, porque era lo menos que podía y quería hacer en ese momento.
Levi tomó aire, y Hanji sintió sus pulmones crecer y la espalda temblar.
—Gracias.
Hanji asintió aunque no la viera, dejando la mano reposando en medio de su espalda, y mirando a un punto en las cortinas delante de ella.
Levi empujó el postre en el plato desechable hacia Mike, quien soltó una risa y recibió el pastel en él.
—Oh, vamos Levi. Huele bien —dijo el hombre, enterrando el tenedor en el plato.
—Sabe a mierda —respondió el detective, regresando su mirada hacia su ensalada con atún.
Levi, Mike, Nanaba y Erwin estaban sentados en una mesa cuadrada del comedor en la zona reservada de los balcones, comiendo el desayuno del día con rapidez. Erwin tenía otra audiencia de las elecciones, y esta vez fue solicitado que apareciera con sus compañeros del mismo rango para determinar porqué él, entre todos, era el mejor candidato.
Todos opinaban que era una estupidez para tratar de desprestigiarlo, pero tenían que acatar ordenes al final del día.
—Prefiero mil veces lamer el piso del basurero detrás del edificio —contestó Levi.
Nanaba abrió los ojos sorprendida, soltando su cuchara sobre su plato vacío de sopa.
— ¡Oh! Para que Levi diga eso, entonces sí debe de saber muy mal —comentó ella con una sonrisa.
Erwin soltó una leve risa.
— ¡Capitán Ackerman! —llamaron detrás de los rubios.
Levi miró más allá de sus compañeros mientras ellos volteaban su atención a un grupo de novatos que eran liderados por Teodoro, todos caminando con bolsas en sus manos y sonriéndole al llamado.
—Hemos terminado nuestra comida. ¿Quiere que comencemos a revisar los correos del Plato?
Levi asintió de inmediato, extendiendo la mano cuando una de las compañeras de Teodoro le entregaba un folder.
Lo abrió sobre la mesa junto a su celular. Teodoro y sus compañeros se movieron detrás de él para ver el folder, esperando instrucciones.
—Todos ya tienen área asignada, así que no quiero que ninguno ande dudando de a dónde va cada correo —indicó.
Su teléfono vibró a un lado, y sintió la mirada de los novatos en su espalda. La pantalla se iluminó indicando un archivo en fotografía, y mientras leía el resto del documento en la mesa, con su mano derecha desbloqueó el teléfono con el lector de huellas y abrió el mensaje.
Su mirada se movió del papel hacia la pantalla, notando que Hanji le había enviado una foto de ella con los niños vestidos y aseados.
Detrás de él escuchó los murmullos de asombro, y frunció el ceño ante el gesto de intromisión que ocurría en su presencia.
— ¿Se les perdió algo en mi teléfono? —preguntó con severidad, ganándose exclamaciones de susto.
Todos los novatos lo rodearon y se pararon junto a él, firmes. Erwin miraba al teléfono con asombro, pero eso no le molestaba a Levi, aunque significaba un sinfín de preguntas más tarde.
— ¿Son sus hijos, señor? —preguntó una chica de pelo café oscuro y corto, con los ojos brillándoles por la ternura que sentía al ver la foto.
—Soy su tutor —explicó sin más, pues no podía adelantarse a cosas cuando aun Hanji estaba decidiendo qué hacer con sus roles.
—Wuuooohh —dijeron dos o tres. Ciertamente no le importó, pues no miró para comprobarlo.
Levi contestó el mensaje con un simple "Bien hecho".
— ¿Y ella es la madre de los niños? —preguntó un chico de pelo rubio oscuro, puntiagudo y muy corto.
—Algo así —respondió sin interés, dando la vuelta al siguiente papel.
—Así que ella se quedó con la custodia de los niños, ¿eh? —preguntó uno de pelo negro con una sonrisa burlona.
Levi sintió molestia ante su intento de chiste. Miró de reojo al que hizo el comentario, atrapándolo en medio de su risa.
—Fuera como fuera, eso no es de tu incumbencia.
Todos se congelaron en sus lugares, conscientes de que habían hecho enojar a su jefe.
Levi sacó una hoja del folder y la extendió sobre la mesa, siendo recibida por Mike.
—Parece una foto familiar —comentó Teodoro con cautela, sonriendo amablemente hacia su capitán—. Entonces ninguno es su padre, ¿verdad?
—No —respondió Levi con calma, pues Teodoro le caía bien.
—Vaya, que difícil ha de ser el cuidar a tantos niños por si sola —comentó una chica del grupo.
Levi atinó a que se refería a Hanji.
—No me imagino cuán pesado debe ser. Tremendo problema en el que se metió.
—No te confundas. Por algo está cuidando de los once, no es tonta. Es una mujer muy fuerte, sabe lo que hace —comentó Levi, cerrando el folder y entregándoselo a Teodoro—. Me encargaré del correo de la página cinco, el resto es de ustedes.
—Sí señor —contestó Teodoro, tomándolo en sus manos—. Entonces su novia y usted cuidan de once niños, ¿es así?
—No es mi novia. Y sí, estamos intentándolo.
—Wow, ¡que hermoso! —dijo una chica de pelo naranja, juntando sus manos delante de su rostro— Unos amigos encargándose de niños desamparados, ¡que romántico!
Levi soltó una risa irónica, mientras sus amigos lo miraban apenados.
—Si le puedes llamar "amigos" a un matrimonio fallido, supongo que así es.
Uno.
Dos.
Tres.
Los ojos de todos los novatos se abrieron como platos y sus cuerpos fueron empujados entre ellos mientras Levi tomaba el pañuelo en su cuello y se limpiaba las manos, mirándolos mientras los jóvenes mostraban sus expresiones de incredulidad.
— ¡¿Matrimonio fallido?! —gritaron a coro.
— ¿No puedo tener ex-esposa, o qué?
