Katniss's POV*

Me pongo de muy malhumor cada vez que recuerdo esa risita de superioridad que Peeta traía. Sigue pensando que soy mejor que yo (aunque bueno, tiene razón), igualmente odio a todo aquél que intente burlarse de mí (aunque bueno, él puede hacer eso y más si quiere, al fin y al cabo, estoy aquí porque él impidió que me suicidara…). ¡BASTA! No puedo con estas dos personalidades dentro de mí: por un lado mi conciencia me recuerda que Peeta ha sufrido mucho y que me salvó y que debo tratar de ayudarle, mientras que por el otro lado hay mi dolor y mi resentimiento hacia él, que hace que le odie profundamente. Sobre todo me pone de mala uva que me esté esforzando por cazar y vivir día a día por su culpa. Le odio por seguir obligándome a vivir. Sí, se lo debería agradecer… ¡pero no! Es su culpa y lo odio.

Aunque da igual lo que sienta, cuando Sae me cuenta preocupada lo que le han contado los del pueblo, me entra un profundo desasosiego: Peeta, removiendo los escombros de su casa con desespero bajo un sol de justicia.

- ¿Cuándo fue eso?

- Ayer –muy en el fondo creo que Sae me está manipulando. Es su forma sutil de hacerme ver que debería acercarme a él y eso me da rabia… porque es lo que quiero hacer ahora mismo.

- Te dejo la comida aquí preparada. Nos vemos mañana –la despido con un leve movimiento de cabeza mientras no puedo dejar de pensar en Peeta. Sae se ha salido con la suya, porque me ha metido el miedo en el cuerpo y me ha plantado la necesidad de averiguar si está bien o no. Espero a que se haya ido del todo para que no sean tan obvias mis intenciones y luego salgo de casa.

No sé qué estoy haciendo en realidad, ni siquiera sé qué pretendo hacer, pero supongo que solo quiero echarle un vistazo… Me recuerdo que no interactuaré con él, que solo planeo observar desde fuera, quizás espiarlo un poquito por la ventana. Me recuerdo que, aunque le vea, estoy preparada para hablar con él. Esta es la consecuencia de haber estado estos días imaginándome un nuevo encuentro con él en el que yo le dejaba las cosas claras. He ensayado mentalmente mi discurso mil veces para que no me vuelva a pasar como la última vez que me quedé allí plantada como una tonta sin saber qué decir. Aunque eso es justamente lo que acabará pasando.

No había querido acercarme mucho, pero al ver la puerta abierta… ha sido como una invitación para que entrara. Entro con recelo y alerta, Peeta es muy ordenado y no es normal que se deje la puerta abierta así. ¿Aunque puede ser que haya salido un momento? No, algo me dice que le encontraré dentro, así que hago acopio de mis habilidades de cazadora y entro lo más silenciosamente que puedo. No tengo que andar mucho cuando veo un bulto tirado en el suelo del comedor. Avanzo rápido hacia él y tengo que poner todo mi empeño en no gritar al ver a Peeta ahí en el suelo. Está sucio y con la ropa rasgada, está jugando con un trozo de madera, al que le da vueltas en su mano. Tiene la vista clavada en el techo y yo me quedo clavada ahí también, sin saber qué hacer. Si Sae no me hubiera avisado habría pensado que había sufrido un ataque, aunque en realidad puede que lo haya sufrido también. No veo destrozos, pero su estado es igualmente alarmante.

- ¿Qué quieres? –su voz me sorprende y asusta, pero es su tono de enfado lo que me pone de malhumor. Encima que me preocupo y vengo a verle… aunque me alegra que esté consciente y pueda hablar. Un Peeta enfadado es mejor que uno de enfermo.

- He visto la puerta abierta… –he olvidado completamente todas esas respuestas ingeniosas que me había preparado. Recuerdo el día que me desmallé ahogada en mi propio dolor por la muerte de mi hermana. Ese día Buttercup vino a ayudarme, pero Peeta no tiene ni eso… bueno, me tiene… a… ¿mí?

- Vete –es todo cuanto dice, dando por terminada la conversación. No se ha dignado a mirarme ni una sola vez. Su desprecio me sabría mal si no fuera que acabo de recordar que ni siquiera somos amigos. "Él ya no te quiere" me recuerdo. "El Peeta que conocías murió". Ahora recuerdo de dónde me nace el odio.

Me voy cerrando la puerta tras de mí.

Peeta sabe cuidarse a sí mismo así que descarto completamente cualquier intento de volver a su casa. En su lugar voy a ver a Haymitch, porque pasan los días y estoy inquieta. Él rápidamente se da cuenta de que algo pasa.

- ¿Qué haces aquí?

- ¿No puedo venir a verte? –digo tratando de parecer ofendida.

- ¿Ha pasado algo con el chico? –pregunta directamente.

- No –pongo mi mejor cara de indiferencia. Él se ríe.

- Es una casualidad que justo venga el chico y a los pocos días tú. ¿Tenías celos o algo de que hubiéramos quedado sin ti? –frunzo el ceño. Eso me molesta. Ya somos mayorcitos como para que eso me importe, no es como esos días en el tren en el que sí me molestaba que Haymitch diera lecciones en secreto a Peeta. Todo eso es historia.

- Tú también tienes piernas, ¿sabes? Es lo mismo cruzar la calle en un sentido que en el otro –le acuso. Él no había venido a verme tampoco. Además, él es el adulto ¿no? Yo no quiero más niños que cuidar y él lo es, aunque tenga cuarenta años.

- Vale fiera, no te pongas así –da un largo suspiro– Ya recuerdo por qué no nos hablamos –sí, porque estamos tan rotos y hechos pedazos que juntos no sumamos ni uno. Pero claro, eso no le pasa con Peeta. Ellos dos se llevan bien, mientras que Haymitch y yo no podemos hacer otra cosa que lamentarnos por nuestra suerte.

Venir ha sido un error, no tengo nada que decirle. Y encima tiene razón, si Peeta no hubiera venido no sé si yo habría venido a verle tampoco.

- Te veo bien –dice al cabo de un rato.

- Ojalá pudiera decir lo mismo de ti.

- El chico me dijo que te habías convertido en una copia barata mía –así que no estaba equivocada, Peeta se había quedado efectivamente afectado por mi aspecto. Por eso me miró tanto ese día, estaba comparando mis looks. Me da rabia alegrarme por haberlo impresionado– ¿Bebes también?

- Oh, cállate –nos quedamos en silencio un rato. Nosotros no necesitamos hablar para entendernos. Cuando considero que es suficiente, me levanto.

- Katniss.

- ¿Qué? –se me queda mirando, cavilando. Es como ese día antes del Vasallaje, veo en su mirada que lo he decepcionado incluso antes de hacer nada.

- Sé que es difícil, pero después de todo lo que ha pasado… –hace una mueca– no quiero meterme, pero intentad no mataros al menos, ¿vale? –es su forma de pedirnos que nos llevemos bien.

- Puedes estar tranquilo –no matar a Peeta es lo único que se me da bien de verdad. Siempre he sido incapaz de acabar con su vida, y por muy peleados que estemos, seguiría dispuesta a dar la mía por la suya. Es una deuda que tengo con él.

"¿Es solamente eso?"

Salgo de su casa aún con esta idea rondándome la cabeza. Es un shock darme cuenta de que efectivamente sigo dispuesta a eso. Me digo que quizás se debe al hecho de que ya no me importa morir, por lo que me resultaría fácil, demasiado tentador incluso, aprovechar una excusa para deshacerme de mi vida… pero me temo que hay algo más. Aunque le odie, aunque pasaran mil y una cosas más, si me necesitara de verdad, ahí estaría para él. La muerte de Prim ha hecho que mueran mis ganas de seguir adelante, pero si Peeta o Haymitch verdaderamente necesitaran algo de mí… dejo de pensar en todo esto porque hiere. Saber que aún te quedan deudas por saldar es agobiante. Creía que al volver a este cementerio a morir quedaba libre de cualquier carga, pero nada más lejos de la realidad, al parecer. Creo que los tres somos el motivo por el cual cada uno sigue en pie, nos estamos obligando mutuamente a seguir adelante. Maldición.

Justo cuando creo que me estoy adaptando a esta rutina de pesadillas, bosque, siesta, pesadillas, aparece un elemento inesperado. Peeta llama a mi puerta. Me había permitido encerrarme en mi misma y seguir con mi vida solitaria e independiente junto a mi gato roñoso. No me disgustaba mucho, en realidad. Me gusta la calma y la oscuridad que me permite encerrarme en mi misma. Por eso odio los días soleados, es como si el mundo se burlara de mí. Esos días yo corro las cortinas. Pero bueno, a lo que vamos, Peeta está delante de mi casa con una bandeja. Casi había olvidado que lo tenía de vecino, casi.

Hoy no es un buen día, hace apenas una hora que me he levantado y ni siquiera me he peinado o duchado. Abro la puerta y el sol me da jaqueca de inmediato. Hoy no he ido al bosque después de la noche tan horrorosa que he pasado.

Peeta's POV*

Es un golpe duro a mi orgullo plantarme delante de su casa, pero tenía que hacerlo. Principalmente porque la eché con cajas destempladas cuando vino a verme el otro día, fui muy duro con ella por algo que no era culpa suya. Así que por desgracia ahora tengo que disculparme. Aunque para ser sinceros, lo he retrasado tanto como he podido hasta que no me ha dejado otro remedio que venir; ayer oí sus gritos. Siempre la oigo, pero lo de ayer fue sencillamente demasiado. Así que nada, aquí estoy.

- Te he traído unos dulces –no pude volver a dormir después de oír cómo la atacaban sus pesadillas así que llevo en la cocina desde esta madrugada. Ella me mira inexpresiva pero finalmente abre la puerta para dejarme pasar. Vuelve a estar muy desmejorada. Los altibajos es lo único constante en nuestras vidas–. ¿Tienes algo para comer? ¿Quieres que te prepare algo? –digo cuando veo la encimera vacía. He entrado a la cocina para dejar la bandeja con los postres. Tenemos una relación muy delicada, pero la verdad es que me muevo por su casa como si fuera la mía. En mi cabeza su casa, la de Haymitch y la mía son la misma cosa.

Katniss's POV*

- Sae dijo que estaría fuera unos días, pero aún me queda un poco de lo que preparó –la verdad es que escogió irse en un mal momento, ahora es cuando menos me apetece cocinar (y moverme en general). Peeta frunce el ceño y busca eso que se supone que aún tengo de Sae. Cuando encuentra la sartén y la destapa hace una mueca de desprecio.

- No vale –lo tira a la basura sin contemplaciones lo que hace que rápidamente salte hacia él.

- ¿Qué haces? –nosotros no tiramos comida. Jamás. Me crie comiendo desperdicios. Pero Peeta se mantiene firme.

- Se ha echado a perder. No puedes permitirte el lujo de enfermar –eso me hace fruncir el ceño y apretar los labios. ¿Tan débil me ve que no puedo "permitirme el lujo de enfermar"?

- Genial, me has dejado sin comida ¿y ahora qué? –tengo ganas de gritarle y arañarle la cara como hace Buttercup conmigo, pero me refreno.

- Ahora, esto –dice dejando la sartén en el fregadero y poniendo una olla limpia en la encimera–. Vete, yo me encargo –últimamente no deja de echarme de los sitios.

- Es mi casa, puedo estar donde quiera –digo enfadada.

- Muy bien –me da la espalda y empieza a cocinar. Me quedo ahí de pie hasta que me canso y me siento en la silla de la cocina. Es ciertamente incómodo, pero no quiero moverme de aquí, no después de haberle dicho eso. Como una de sus galletas para hacer tiempo y se me hace la boca agua al instante. Es un maldito genio para la repostería–. Eso es para luego, te quitará el hambre –no se ha girado para verme, lo ha oído.

- ¿Quieres que vaya yo a tu casa a darte órdenes? –él se encoge de hombros pero no se disculpa. Me como otra galleta para demostrarle quién manda, aunque en el fondo sé que tiene razón. Mi estómago se ha reducido tanto que se llena fácilmente.

Peeta no se gira para verme ni una sola vez, así que yo puedo mirarle a él a mis anchas. Me fijo que aún sigue bastante delgado, pero al menos no está esquelético como antes. Eso es una mejora pero echo en falta esa espalda ancha y esos músculos que se le marcaban en la camiseta. Peeta ha estado gravemente enfermo y es un milagro que siga siendo capaz de mantenerse de pie, pero no puedo evitar seguir comparándolo con su antiguo yo saludable. ¿Dónde está esa espalda ancha y esos firmes brazos? Junto a mi silueta esbelta, supongo. Perdidos para siempre.

Buttercup entra en la cocina, lo que me viene al pelo para así poder entretenerme con algo. Juego con él, aunque en verdad lo estoy molestando más que otra cosa. Buttercup termina por bufarme y enseñarme las garras antes de irse.

- Gato desagradecido…

Y entonces lo oigo, la risa de Peeta. Me giro hacia él y descubro que nos ha estado observando. No recuerdo cuando fue la última vez que le vi sonreír y me choca tanto que apenas recuerdo molestarme por haberse burlado de mí.

- Esto ya está –dice señalando la olla. Saca de la alacena un plato y empieza a verter un arroz con verduras que tiene una pinta deliciosa. Estoy esperando que saque otro plato cuando tapa la olla y me pone el arroz delante.

- ¿Solo has hecho una ración? –de repente me preocupa que me deje sola de nuevo.

- No, he hecho más para que tengas para cenar. Mañana te haré algo nuevo si Sae no ha vuelto todavía.

- ¿Y tú qué?

- Yo ya tengo en mi casa –así que ya está. Ha venido a devolverme el favor y se va ahora que ya está hecho.

Nos miramos durante un rato, midiendo nuestras palabras. Ninguno dirá nada demasiado comprometedor, solo lo estrictamente necesario y educado.

- Te veo mañana –dice al fin. Se me ocurre que debería darle las gracias pero no sé cómo expresarme, aún estoy sorprendida por el hecho de que haya vuelto al distrito, me haya cocinado, me haya hablado y haya sonreído. Sobre todo me choca lo de la sonrisa. Así que lo único que atino a hacer es despedirlo con un movimiento de cabeza.

Mientras como no dejo de intentar comprender esta nueva situación. ¿Cómo se supone que debería comportarme? Su cuerpo expulsó todo el veneno de rastreavíspula y ya se encuentra mejor, ya no quiere matarme (al menos de no de forma consciente). Pero no me atrevo a confiar en él, no todavía. Me recuerdo que Peeta murió. "Aunque eso no te importó cuando le besaste". Recuerdo cuando sufrió un ataque y lo besé para devolverle a la realidad. No, para devolverle conmigo. "Cuando nos volvamos a ver será en un mundo totalmente distinto" me dijo cuando creyó que iba a morir y yo le abracé y le di un beso en la mejilla. No hace tanto de eso. Bueno, sí, ahora todo parece que fue hace una eternidad, pero me refiero a que no fueron esos días de los juegos en los que fingíamos, sino que nos abrazamos después de la tortura, justo durante la guerra. En ese momento nos perdonamos, aunque luego todo se torció de nuevo, como siempre.

Nos hemos querido mucho. Quizás no en un sentido romántico, pero hay algo entre nosotros que no se puede negar. Lo hemos pasado tan mal, hemos luchado tantísimo para seguir juntos, que es un desperdicio que ahora nos llevemos así. La mañana siguiente cuando vuelve para prepararme la comida, yo ya he limpiado la casa y me he aseado, y le digo que se quede a comer conmigo.