4. Noches frías y Primroses

* Noches Frías - Katniss's POV*

He dormido del tirón y sin pesadillas, también sé que he dormido mucho por la cantidad de luz que entra en la habitación. Tardo unos segundos en recordar por qué estoy tan calmada y cuando veo los ojos cristalinos de Peeta devolverme la mirada, entiendo por qué.

- Buenos días –tengo que confesar que en un principio me ponía nerviosa saber que Peeta rondaba cerca, pero luego fue un alivio, porque así podía asegurarme de que estuviera bien. Él no se metía en mis asuntos ni yo en los suyos, pero ahora se ha metido en mi cama y no puedo hacer como si nada. No después de haber dormido juntos anoche.

- Buenos días –no entiendo nada. No sé cómo sentirme. Solo sé que Peeta parece haber vuelto a lo que una vez fue (o al menos una versión similar) y que ayer buscaba consuelo, y yo se lo di, porque yo también tenía miedo. También le pedí que durmiera conmigo, pero trato de no pensar mucho en ello, aunque él aceptó sin pensárselo demasiado. Supongo que hay algunas costumbres que no se olvidan…

- Voy a hacer el desayuno, intenta dormir un poco más –me dice en voz baja y se acerca a mi rostro. No me muevo porque no es la primera vez que se me acerca así (aunque sí desde que volvió) y me deposita un beso en la frente–. Duerme –me recuerda, aunque yo sigo demasiado aturdida como para poder hacerle caso. Me ha besado en la frente y es culpa mía, yo ayer le besé en la mejilla.

Que se me lleven los demonios, pero este beso me ha sentado de maravilla. Ha sido un pequeño toque cariñoso, una manera de mimarme y eso me ha hecho sentir como en casa, como cuando mi madre cuidaba de mí hace mucho, muchísimo tiempo. Con esto en mente consigo dormirme de nuevo.

La rutina prácticamente no se ve afectada a pesar de que hemos introducido los besos en la mejilla y las noches juntos a la ecuación. En realidad, es como si nada hubiera cambiado, solo estamos recuperando el terreno que habíamos perdido, pero nos tomamos nuestro tiempo en hacerlo, no hay prisas. Peeta solo me ha besado una vez más, y fue en la coronilla, cuando tuve una pesadilla, y solo nos abrazamos si nos despertamos gritando, sino normalmente cada uno tiene su propio espacio en la cama. Hay un equilibrio respetuoso. Aunque hay un poco de margen para un apretón de mano cariñoso y un leve toque en el brazo para cuando quieres llamar la atención al otro. Hemos roto la barrera del contacto, pero solo el contacto educado y nos sienta estupendamente porque esto es lo que necesitamos. Un poco de calor humano. Por fin somos amigos que han dejado de comportarse como fríos desconocidos en presencia del otro. Ahora hay calidez cuando estamos cerca. Un día hasta me dio un toquecito en la nariz a modo de regañina por haberme comido las galletas antes de tiempo y yo le curé las manos cuando se quemó con la bandeja recién sacada del horno.

Nos acercábamos a la primavera y empezaba a hacer buen tiempo, pero el clima seguía siendo demasiado volátil todavía y me desperté de madrugada no por una pesadilla ni por ningún ruido, sino por algo mucho más mundano; tenía frío. Me tapé con la sábana, pero no era suficiente. ¿Dónde estaba la manta? Aún estaba medio dormida y no quería levantarme, así que mi cuerpo buscó el calor en las proximidades, lo que más concretamente significa que automáticamente mi cuerpo buscó a Peeta. Él solía ser un pequeño horno en sí mismo así que, somnolienta como estaba, me aferré a él para buscar su calor. Pero Peeta estaba de espaldas a mí y yo seguía teniendo frío, necesitaba que él me envolviera con sus brazos así que le pasé por encima de forma torpe, creo que hasta dándole sin querer con la rodilla, y me puse justo delante de él, reclamando sus atenciones. Peeta dormía como un tronco, pero su cuerpo reaccionó solo al igual que lo había hecho el mío y me envolvió como yo había querido que hiciera. Su aliento me daba en la frente, pero por algún motivo no me disgustó, sino que me calmó y reconfortó, así de acostumbrada estaba a él. Me dormí sintiéndome calentita.

- ¿Qué? –le pregunto a los ojos curiosos de Peeta cuando los abro varias horas más tarde.

- ¿Qué haces aquí? –su pregunta podría sonar acusadora, pero es de genuina curiosidad. No está molesto, lo sé porque sigue abrazándome.

- ¿Qué hago dónde? –pregunto desconcertada– ¿Acaso no es esta mi casa? ¿Mi cama?

- Tú duermes en el otro lado –estoy intentando entender lo que me dice cuando de repente recuerdo lo que hice la noche anterior. Se me suben los colores.

- Oh –me deshago de los brazos de Peeta para levantarme–, tenía frío –digo rápido e intentando no darle demasiada importancia al asunto.

- ¿No tenemos una manta en el armario? –dice dando un largo bostezo.

- Quedaba demasiado lejos –eso hace que Peeta interrumpa su bostezo– Voy a desayunar –digo rápidamente para evitar que me pregunte nada más. Creo que por desgracia sabrá encontrarle el sentido a todo esto él solito. Qué vergüenza.

*Prim – Katniss's POV*

Cuando abro los ojos sé que algo no va bien. No necesito pensar mucho en ello para saber de qué se trata, conozco demasiado bien esta tristeza y oscuridad que todo lo traga y destruye. Lo que está mal es el mundo, porque mi adorada hermana no está en él.

Finjo dormir cuando Peeta se levanta. Él trata de ser silencioso para no despertarme pero, como de costumbre, oigo cada uno de los pasos que da primero hasta el armario y luego hasta al baño. Pasan los minutos y no me levanto. Pasan las horas y sigo sin moverme. Hasta pestañear me supone un gran esfuerzo. La luz ya baña la habitación en toda su plenitud pero yo sigo aquí, con los ojos puestos en la pared y mirando a la nada. Esta sensación me resulta demasiado conocida y natural como para intentar revertirla. De hecho, mucho he hecho no sintiéndome así estos días. Este vacío no sana, simplemente espera para volver a encerrarme cuando menos me lo espero. Sé lo que es y no me resisto. Nada funciona en estos casos ni tiene ningún tipo de sentido tratar de luchar para revertir esta situación. Mi hermana seguirá muerta haga lo que haga.

Peeta abre la puerta lentamente. Es raro que no se haya ido al pueblo ya. Supongo que viene a comprobar cómo estoy así que vuelvo a cerrar los ojos para hacerme la dormida y no tener que enfrontarme a él. Peeta da la vuelta a la cama y se arrodilla justo delante de mí.

- Katniss… –susurra.

Espero que se canse y me deje en paz, pero luego recuerdo que él sabe que he dormido esta noche, ya que la anterior tuve muchas pesadillas y no dormí, lo que hizo que ayer sí pudiera dormir por cansancio. Es decir, sabe que no es normal que siga aún aquí. Abro los ojos y espero que entienda que no quiero que me moleste. Él endurece la expresión; lo ha entendido. Me toca la mejilla y la frente, comprobando que no esté enferma y luego accede a dejarme tranquila.

- Estaré abajo por si me necesitas.

Aunque no puede evitar volver con un vaso de leche y las galletas que hizo hace un par de días. Me las deja en la mesita y se va.

Me entretengo viendo cómo flota una mota de polvo hasta que me entra hambre. Debe faltar poco para la hora de comer. Cuando me levanto me mareo y tengo que tomarme unos momentos antes de poder ser capaz de dar un mordisco a la galleta. Sé que es dulce y deliciosa, pero me sabe a papel. Dejo la galleta mordida y voy al baño. Cuando bajo descubro que Peeta se ha quedado en casa, seguramente preocupado por mí. Eso no me gusta porque me gustaría estar un rato sola. Medito la posibilidad de irme al bosque, pero aparte de que ya es tarde, no me siento con fuerzas. Peeta está cocinando algo bueno en la cocina porque me llega el olor y el sonido; el horno está puesto en marcha y sus pies van de un lado a otro. Por un momento me entra la curiosidad y las ganas de ver qué hace pero no, si me ve se interesará por mí, así que en su lugar me dejo caer en el sofá, desde donde puedo ver cómo flota otra mota de polvo y oír cómo trabaja. Debe pasar una hora o así cuando sale todo lleno de harina. Él tarda en darse cuenta que estoy aquí porque no me muevo ni hago ruido y cuando me ve se asusta. Es como si hubiera visto un fantasma, cuando es él quien parece uno tan blanco como va.

- ¿Tienes hambre? –nunca nos preguntamos si estamos bien, porque nosotros no estamos bien. Así que nos preguntamos otras cosas como si tenemos sueño o hambre. Somos demasiados complejos así que siempre empezamos por tratar de solucionar las necesidades básicas. Es lo que da más resultado, en realidad.

Niego lentamente con la cabeza.

- Pues espero que tengas dentro de exactamente cuarenta y cinco minutos, porque no podrás resistirte –y me guiña el ojo mientras señala con el pulgar la cocina por encima de su hombro. Me gustaría sonreírle por tener este detalle conmigo, pero no puedo. Sé que él no me lo tendrá en cuenta.

Peeta me deja en paz. Pasan los cuarenta y cinco minutos y Peeta vuelve a la cocina. Me obligará a comer así que me levanto y vuelvo a meterme en la cama que, para mi sorpresa, Peeta ya había arreglado. Deshago su trabajo y vuelvo a meterme dentro, aunque al cabo de un rato tengo que levantarme porque me pongo prácticamente histérica dando más y más vueltas. Se me hace todo un mundo salir a fuera, pero me ahogo, así que al final consigo abrir la puerta y salir. No hay nada que pueda calmarme ahora mismo porque yo lo que necesito es a mi hermana, pero está muerta. Doy la vuelta a la casa y las Prímulas me dan la bienvenida de inmediato. Hace mucho que no vengo por aquí y muchas flores ya se han abierto casi en su plenitud. Por un momento mi corazón late con fuerza al verlas. Es como si ella estuviera aquí. Sé que no, pero así lo siento, en cada pétalo, en cada hoja e incluso en su aroma. Me arrodillo y acaricio con cuidado infinito una de las flores.

No puedo cuidar de mi hermana, pero sí de estas flores.

Me levanto y voy a por la regadera que tenemos estratégicamente colocada al lado del grifo que da al jardín. También tenemos una manguera enrollada que parece una serpiente, pero escojo la regadera, quiero hacerlo despacio. Lleno la regadera hasta casi el tope y empiezo a darles de beber. Es reconfortante saber que aún puedes hacer algo, aunque sea solamente regar unas plantas. De repente recuerdo que nunca he sido buena con esto, que quizás las esté ahogando ahora mismo, así que decido no echarles mucha agua hasta no saber si Peeta las ha regado ya o no. Me siento en el suelo a contemplarlas.

De repente me siento idiota. Prim no querría verme así. Estaría muy decepcionada conmigo. ¿Pero qué hago? Sin ella no tengo energía ni fuerza para nada… Buttercup aparece de repente y se sienta a mi lado. Hace dos días que no le veía.

- ¿Dónde has estado? –él hace como si no me hubiera escuchado y se tumba mirando fijamente las flores. Estoy esperando que las destroce como le he visto hacer con las flores que plantaba mamá pero no lo hace. Se queda ahí quieto, mirándolas. No sé cómo lo sabe, pero lo sabe– ¿Tú también vienes aquí cuando la echas de menos? –me siento idiota y no solo por estar hablándole a un gato, sino por no haber venido aquí antes. Este estúpido gato es más listo que yo.

Muchas veces he deseado ser un animalillo del bosque. Un pájaro para volar lejos, un pez para hundirme en las profundidades o incluso un gato estúpido y gordinflón que no se entera de nada. Pero supongo que estaba equivocada, Buttercup me demuestra una vez más que tiene sentimientos. Le rasco entre les orejas. He descubierto mi homónimo en este endemoniado saco de pulgas.

Peeta finalmente me encuentra. O mejor dicho, viene a buscarme, porque lo he visto antes en la ventana. Supongo que ha estado vigilándome hasta que se ha decidido a venir a por mí. Yo ahora estoy jugando con el gato, o mejor dicho lo estoy molestando, pero él parece encantado de que alguien al fin le preste atención. No es exactamente hierba de gato pero Buttercup se entretiene igual con este palito que le pongo delante.

Peeta se sienta a mi lado y me quita a mi juguete, porque viene con un plato de leche y el gato rápidamente deja de prestarme atención para irse con él a comer.

- Hace días que no sabíamos nada de ti. Empezaba a estar preocupado –dice acariciándole el lomo.

Buttercup quiere a Peeta porque es amable con él y así le sirve de ejemplo para utilizarlo contra mí. Es como si dijera "mira, ¿ves qué bien me llevo con este humano? Él me quiere a mí y a ti no". Me gustaría decirle que Peeta haría otras muchas cosas conmigo que no haría con él por más que se pusiera a ronronear, pero no tengo forma de hacérselo saber. De repente, la idea me provoca risa, por la estupidez de lo que acabo de pensar. Peeta me mira, sorprendido por ese milagro.

- Solo estaba pensando en lo mucho que odio este gato –es la primera vez que hablo en todo el día y Peeta lo sabe, pero hace como si no tuviera importancia.

- Es un buen gato… si lo tratas bien –deja caer adrede. Decido picar el anzuelo.

- ¿Insinúas algo?

- Nada, pero atraes más moscas con miel que con vinagre... –está claro, él ha venido con un plato con leche mientras que yo le he chinchado con el palo.

- O con algún dulce –me mira sin entender–. No te hagas el loco, ¿qué has horneado esta vez? –está claro que Peeta utiliza la cocina para animarme. No es una mala estrategia, es fácil ganarse a alguien cuando antes te has ganado su estómago. Peeta entiende a lo que me refiero, lo que significa que utiliza la misma técnica con el gato que conmigo, pero no parece avergonzado, él solo se encoge de hombros.

- Cocinar me ayuda –se excusa y entonces recuerdo que eso forma parte de su propia terapia como lo es cazar para mí. Se me quita el buen humor y vuelvo la mirada a las prímulas. Peeta se queda a mi lado sin decir nada, aunque va acariciando a Buttercup de vez en cuando, porque le reclama sus atenciones.

- Ese gato te utiliza, lo sabes, ¿no? No le gusta nadie pero se hace el bueno solo para que lo mimes.

- Estoy familiarizado con ese comportamiento –tardo un rato en darme cuenta de que habla de mí. Otra vez me compara con esta estúpida alimaña. Me enfado.

- Gracias, eso es justo lo que necesitaba –quiero levantarme e irme, pero Peeta me pasa un brazo por encima de los hombros, anticipándoseme. Me retiene y me atrae hacia él.

- No seas así, hago todo lo que puedo, ¿sabes? –entonces apoya su mejilla en mi cabeza y añade en voz baja– y hoy estaba preocupado.

- No es la primera vez que pasa –digo resentida.

- Ni será la última –admite–, pero eso no quita que quiera ayudarte.

- No puedes –digo demasiado deprisa. ¿A caso no he encontrado hoy el consuelo en algo que él plantó?–. A propósito… –no sé cómo decírselo, desvío el tema– ¿las riegas todos los días?

- Sí –acaricio uno de los tallos con mis dedos.

- A partir de mañana lo haré yo.

- De acuerdo.

- Gracias –le he dado las gracias deprisa y no expresa ni de lejos lo que realmente siento, pero es lo máximo que puedo decir ahora sin echarme a llorar.

Le cojo de la mano con torpeza y él me devuelve el gesto, cogiéndomela con firmeza. No puedo evitar mirar de soslayo a Buttercup, ahora desatendido por Peeta. Él me mira molesto y yo le lanzo un mensaje dentro de nuestra conversación de miradas que mantenemos. "Soy su favorita". Debe pensar que he ganado la batalla pero no la guerra, porque el gato no quiere perder así que le toca la pierna con sus patitas mientras abre mucho esos ojos tan feos que tiene. Cuando Peeta utiliza su mano libre para ponérselo en el regazo me entran ganas de gritar. Hay atención de sobra para los dos. Siempre tan correcto. Estúpido Peeta. El gato roñoso mueve la cola mientras me mira victorioso y se me ocurre que podría besarle o algo así, hacer cualquier cosa para que suelte a ese dichoso gato y hacer inclinar la balanza a mi favor. Me detengo en el acto ante tal pensamiento.

Me suelto de su abrazo aún molesta por haber perdido contra un gato y también, para qué mentir, avergonzada, porque un estúpido gato me ha hecho sentir celosa y tener unos pensamientos muy poco adecuados. Peeta y yo no somos pareja, con mucho esfuerzo podría llegar a decirse que somos amigos, pero en realidad solo somos compañeros de piso. Es demasiado cansado tratar de averiguar qué siento por él, nunca he sabido entenderlo y ahora me apetece menos que nunca, pero la verdad es que hay algo. No sé bien el qué. Quizás confianza y eso es algo que no me había atrevido ni a desear. Decido que me esforzaré por mantener sea lo que sea que tengamos. Peeta deja a Buttercup en el suelo y me sigue hasta la casa, allí vuelve a cogerme de la mano para guiarme hasta la cocina, evitando que me escape.

- ¡Darán! –dice Peeta quitando el pañuelo con el que tapaba su última creación. Aunque no hacía falta esconderlo con el pañuelo porque ya había adivinado lo qué era nada más poner el pie en la cocina; su olor es inconfundible.

- Bollos de queso… –de repente doy un salto en el tiempo, cuando aún existía el Distrito 12 y mi hermana vivía, pero sobre todo recuerdo esos días tan preciados con Peeta y que tanto añoraba, cuando pasábamos tiempo juntos en el salón, pintando y comiendo.

- Son tus favoritos, ¿real o no real? –su optimismo tambalea. Si le dijera que no es real, seguramente le heriría profundamente. Por suerte si lo es.

- Real –Peeta recupera la sonrisa.

- Pues son todos tuyos. Debes estar famélica. Come tanto como quieras –no tiene que decírmelo dos veces y me los meto en la boca. Si el olor me recordó a esos días, comerlo literalmente me lleva a ellos.

Es un sabor que me gusta demasiado y que inevitablemente está unido al recuerdo de Peeta. Me lo como a toda prisa porque quiero seguir en ese recuerdo, no quiero irme. Me meto otro en la boca y aún con la boca llena, me pongo a llorar.

- Despacio –Peeta hasta tiene que darme unos golpecitos en la espalda porque me ahogo. Cuando recupero el aliento me tiro a su cuello y lo abrazo fuertemente.

- Te había echado de menos –se me escapa antes de que lo pueda impedir. Pasar la noche con él, que me cuide durante el día, que me prepare los bollos de queso… he evitado pensar en ello, pero la verdad es que siento como si Peeta hubiera regresado. Me había negado a tener esperanzas en ello pero ahora, después de comer los bollos, no puedo evitar sentir que ha vuelto. Él me rodea la cintura con su brazo mientras me acaricia el pelo con el otro, como solía hacer. Eso reafirma más esta sensación que tengo. Mi Peeta ha vuelto.

- No voy a moverme de aquí –si ha entendido o no a lo que me refería, no lo dice, pero no me suelta, que es justo lo que necesito. Y de repente me pasa como ese día en el tren. Sus labios en mi cuello hacen que no quiera separarme. Sé que no seré yo quien rompa este abrazo y no lo hago. Es Peeta quién, después de oír cómo me rugían las tripas, me guía hasta la silla para que me siente y pueda seguir comiendo.

No dejo de meterme bollos en la boca para distraer mi cabeza porque él no sabe lo que estoy pensando, o mejor dicho, sintiendo, porque hay algo cálido que brota por mis venas y me abruma y aturde fuertemente. Peeta me pone un mechón de pelo detrás de la oreja y siento un escalofrío. Él me cuida como entonces. ¿En qué momento ha recuperado su esencia? ¿Ha sido así de un día para otro? ¿Cómo no me he dado cuenta de la gran mejora que ha hecho? De repente quiero besarlo, quiero que su yo antiguo vuelva completamente conmigo.

- De haber sabido que te iban a gustar tanto los hubiera hecho antes –dice contento y satisfecho consigo mismo.

- Sí que has tardado mucho en hacerlos –digo sin poder quitarme de la cabeza que quiero besarlo. Es como si el cuerpo me ardiera y el suyo me estuviera atrayendo hacia él con un magnetismo al que me cuesta resistirme. Quiero tocarlo.

- No recuperé el recuerdo hasta hace poco. Además… a veces no me resulta fácil hornear –recuerdo cuando intentó hornear pan por primera vez desde su vuelta. Se frustraba e incluso entraba en cólera cuando no recordaba los pasos o algo le salía mal. Daba patadas y se tiraba del pelo. Sufría por no poder recuperar su antiguo talento. Mi Peeta está cerca de la recuperación pero aún está luchando por volver, no está completamente aquí y si yo actúo mal, puede que le pierda. Por primera vez veo cómo de grande ha sido mi egoísmo y mis ganas de besarle disminuyen hasta desaparecer. No soy la única que ha sufrido. De hecho… podría ser que él haya sufrido incluso más que yo.

- Poco a poco Peeta. Lo estás haciendo muy bien –le toco el brazo porque aunque haya entendido que no sería correcto besarle, no puedo evitar tocarlo. Él me lo agradece con una sonrisa.

- ¿Hay algo más que te guste especialmente? -me pregunta.

- Cualquier cosa que prepares, en realidad.

- ¿Había algo que me gustara a mí? –eso me hiere porque me recuerda su dolor, pero me reafirma su fuerte voluntad de seguir luchando.

- Cualquier cosa que llevara vainilla –sí, sigo sabiendo muchas cosas sobre Peeta.

Nota autora: Sigo actualizando! He recuperado la vieja rutina. Este capítulo son en realidad dos one shots unidos que me estoy esforzando para meter en esta historia (mi trabajo ahora es juntar pedazos de notas y apuntes que tengo guardados por ahí). Agradecería cualquier comentario que pudierais darme porque voy un poco a ciegas, pero creo que va saliendo bien (?) Gracias por leer!