5. Dibujos
Katniss' pov*
Me levanto inexplicablemente temprano. Estoy muy despierta y decidida a hacer algo hoy. Llevo demasiados días en casa lamentándome, necesito el bosque. Así que me levanto sin hacer ruido y me preparo para irme. Me llevo la cazadora por costumbre, aunque al mediodía hará calor. Cojo un poco de comida y en el último momento recuerdo dejarle una nota a Peeta. Él merece que al menos le avise de estas cosas. "Me voy al bosque, volveré a la hora de comer". Ni siquiera la firmo porque, ¿quién más podría decirle eso? Me pongo la arpillera al hombro y salgo de casa.
Estoy a punto de cruzar la alambrada cuando veo amanecer. Eso me carga las pilas y me prepara para un día de pesca y recolección. Cuando llego a casa lo hago con un gran botín. Estoy de tan buen humor que hasta entro saludando "¡Ya he vuelto!" pero nadie me responde. No me da tiempo a dar una vuelta por la casa para buscarlo que justo entra detrás de mí.
- ¿Dónde estabas?
- He ido a dar una vuelta y a ver a Haymitch –algo no va bien, Peeta está muy serio.
- ¿Has hablado con él?
- No, dormía –mira mi saco lleno– ¿todo esto has conseguido?
- Sí, podemos darnos un festín –él tuerce la boca.
- Lo siento, no tengo mucha hambre…
- Podemos guardarlo para cenar –él asiente y va hacia la cocina. Empieza a preparar la comida con movimientos de autómata, pero se detiene a medio encender el horno, como si no supiera qué estuviera haciendo. Sé que Peeta, su verdadero yo, sigue metido ahí dentro, luchando con las pesadillas que lo tienen preso, pero hay días mejores y días peores, y hoy me toca a mí cuidar de él–. ¿Por qué no descansas? –le animo– Yo me encargo de esto –parece un poco confundido así que aprovecho y lo llevo al sofá–. Te aviso cuando esté listo, ¿vale?
No se me da bien cocinar, pero preparo arroz con verduras y pongo en el honro el pescado junto a un poco de aceite y romero (he pasado mucho tiempo observando a Peeta, quiero creer que algo he aprendido). Desde la cocina miro a Peeta ignorar completamente a Buttercup. Eso me confirma que el bajón que está teniendo es fuerte.
Preparo la mesa y reservo un plato para Haymitch. Peeta come un par de cucharadas y deja el plato. Le digo que no pasa nada, que se lo guardo para luego. Él asiente y vuelve al comedor, esta vez se tumba en el sofá y cierra los ojos.
- Voy a llevarle esto a Haymitch –le digo no muy fuerte para no molestarlo, pero sabiendo que aún está despierto.
Cruzo la calle preguntándome qué podría hacer para animarle. Haymitch me recibe con un fuerte olor a alcohol, le dejo la comida y él frunce la nariz. No es que sea un mal plato, pero Peeta cocina mejor que esto.
- ¿No estaba inspirado el chico?
- La próxima vez no te traeré comida, ¿mejor así? –Haymitch empieza a comer y hace muecas de asco– no exageres, ¡no está tan mal! –y es verdad, creo que me ha salido bien, lo hace solo para molestarme.
- Lo has hecho tú, ¿no? –asiento un poco avergonzada. No puedo engañarle con esto y sé cuál es la siguiente pregunta– no está bien, ¿verdad? –niego levemente con la cabeza.
- A veces se le ve tan recuperado y a veces…
- Pues como tú –no se lo puedo negar, pero me duele. Yo siempre he sido malhumorada y terca, pero Peeta… antaño mi presencia bastaba para animarle. Ahora ya no.
- ¿Y qué puedo hacer?
- Estar con él para lo que necesite y esperar, como siempre.
- Eso ya lo sé pero… –me callo la continuación de la frase: "haber sobrevivido para malvivir así no tiene sentido alguno". Haymitch parece leerme la mente, o al menos, captar el tono de mis pensamientos, porque me mira seriamente durante unos instantes para luego relajar la expresión como diciendo "qué le vamos a hacer".
Me quedo un rato con él hasta que al final me decido a volver para no dejar a Peeta tanto rato solo. Se me ocurre que podría echarme con él en el sofá si aún sigue ahí, pero cuando llego no está. Empiezo a buscarlo y con alivio le descubro delante de un lienzo en el despacho.
- ¿Qué estás pintando? –pregunto alegre mientras me acerco. Me da igual que dibuje algo sangriento, la cuestión es que dibuje algo y se entretenga. Me pongo a su lado y veo el lienzo en blanco– ¿No te has decidido aún? –pregunto algo que no pienso en realidad, porque me huelo que el verdadero motivo es otro.
- Llevo más de media hora aquí, sin ser capaz de hacer nada –estoy pensando qué decir cuando le viene un ataque de ira y lanza el caballete y el lienzo al suelo. Yo no me muevo. Peeta les da una patada y luego clava las palmas de sus manos en la mesa, donde se queda quieto respirando con dificultad hasta que logra calmarse. Se pasa una mano por la cara, está sudado–. Lo siento –dice sin atreverse a mirarme. Está atormentado y frustrado. Y no seguramente solo por la pintura. La pongo una mano en el hombro y se lo presiono levemente intentado animarlo.
- No pasa nada, no todos los días se está inspirado para dibujar –le digo como si supiera lo que es eso, pero supongo que será verdad.
- Me agobia estar en frente de un lienzo blanco –me confiesa. Busco con la mirada algo en la sala que pueda ayudar. Me agacho al lado de una caja de cartón y arranco una de las extremidades.
- ¿Te sirve esto? –color distinto, textura rugosa… quizás ayude.
Sé que técnicamente Peeta no se estaba quejando del color, sino al vacío que suponía tener algo "en blanco" delante. Peeta me mira, dándome a entender que, efectivamente, ése no era el problema, pero toma el cartón de mi mano igualmente para no hacerme el feo y cuando veo que lo analiza detenidamente ambos nos damos cuenta que no ha sido tan mala idea al fin de cuentas. Pasa el pincel por encima y la tinta se corre porque no es exactamente de cartón, sino que está plastificado.
- No sirve –veo la frustración de nuevo, seguido del enfado que ya traía de por sí. Ha sido un buen intento pero inútil.
- ¿Es la superficie lo que tenemos que cambiar? –pregunto mirando a mi alrededor en busca de algo qué pintar– ¿las paredes te servirían? –primero se sorprende por el ofrecimiento, pero a mí sinceramente me dan igual las paredes. Como si quiere echarlas abajo, literalmente. Peeta niega con la cabeza, enfadado consigo mismo. Miro sus dedos manchados de pintura y recuerdo a los adictos de la morfilina pintándole flores en las mejillas– ¿me pintarías a mí?
- Katniss no puedo…
- No me refiero a que hagas un dibujo de mí, sino que pintes sobre mí –eso logra desconcertar a Peeta, que arruga mucho la frente e incluso hace una mueca fea con su boca. Creo que nunca le había visto tan desconcertado, y mira que tiene lagunas de memoria. Mi ofrecimiento es tan descabellado y fuera de lugar que he logrado romperle todos los esquemas.
- ¿Lo dices enserio?
- Claro –digo como si fuera lo más normal del mundo. Él sigue con su cara de haber visto a un cerdo volando, pero al final considera mi ofrecimiento seriamente. Si esto no funciona ya no voy a conseguir distraerlo con nada.
- ¿Estás segura? –pregunta al final.
- Sí –vuelvo a recordar a los adictos de la morfilina y dudo, quizás no le traiga buenos recuerdos–, pero solo si te parece bien, claro, quizás no haya sido una buena idea al fin y al cabo…
- No, no –dice para evitar que siga excusándome–. Podría funcionar… –dice con la boca pequeña, un poco avergonzado. Pero yo sonrío y me animo por los dos.
- Pues adelante, venga, ¿dónde me pongo? –digo sonriendo para que no dude. Él sigue mirándome confuso, pero al cabo de un rato de analizar la estancia me señala el escritorio.
- Siéntate aquí –dice tocando la mesa.
Yo me subo a ella con un cómico saltito y me siento tal y como dice. Me hecho el pelo para atrás y también me subo las mangas del jersey.
- Cuando quieras –Peeta coge el pincel y lo moja en tinta verde.
- ¿Segura? –él aún sigue con el ceño fruncido.
- Claro que sí, te lo he propuesto yo –Peeta se toma unos momentos más para reflexionar sobre el asunto, pero finalmente me coge la mano y empieza a pintar sobre ella unas hierbas que se me enredan entre los dedos.
El pincel me hace cosquillas y aunque tengo que confesar que al inicio era un poco raro, Peeta termina concentrándose, y cuando le veo pintar sobre mí con tanta seriedad y firmeza se me comprime el corazón. Esa cualidad que tanto le costó recuperar y que tanto me gustaba de él… la está utilizando en mí. Pronto termina con mi mano y empieza con la otra. Es increíble lo bien que se le da esto. Él no aparta los ojos de mi piel, pero yo no aparto mis ojos de él, aprovechando que lo tengo tan cerca, y me dedico a examinar su rostro centímetro a centímetro.
El fuego le lamió el cuello y parte de la mejilla izquierda. Por suerte sus rubias y largas pestañas quedaron intactas, aunque una parte de la ceja izquierda sí se quemó y tiene una fina línea en la que ya no le crecerá pelo. Tuvo suerte de conservar los ojos y me alegro genuinamente de que así fuera. Peeta puede sobrevivir sin una pierna, pero no creo que el artista que lleva dentro pudiera lograr lo mismo sin sus manos o sin su vista. Sigo recorriendo su rostro, reconociendo al viejo Peeta en cada rincón; en su respiración, en su entrecejo fruncido a modo de concentración, en su nariz ligeramente torcida, en sus labios…
Me doy cuenta que ha terminado cuando me suelta la mano y me mira. Casi había olvidado lo que estaba haciendo.
- ¿Qué te parece? –bajo la vista a mis manos y descubro puro arte en ellas.
- Es precioso, me encanta –de repente recuerdo a los tatuados del Capitolio y pienso que no me importaría ir tatuada si me lo hubiera pintado Peeta. Es un pensamiento raro, pero lo tengo. Y obviamente no lo comparto con él.
- ¿Puedo pintarte la cara? –dice un poco más animado y su optimismo es contagioso.
- Claro.
Intento poner una cara neutral y él empieza a pintar sobre mis mejillas, nariz y frente. En sus manos me siento como en las de Cinna; ellos tienen la capacidad de convertirme en arte. El problema es que esa especie de magnetismo que tengo con él, el que hace que mi cuerpo lo busque instintivamente sigue ahí, así que sentirle tan cerca, con su rostro a un palmo de distancia, hace que se me haga difícil respirar con normalidad. Cuando toca mis labios siento un escalofrío que me recorre la espinada.
Termina con mi cara y da un paso hacia atrás para verme.
- ¿Estoy guapa? –me atrevo a preguntar en tono de broma para intentar relajar el ambiente y hacer bajar mi temperatura.
- Un momento –se acerca de nuevo para retocarme lo que sea que me haya pintado sobre la ceja. Entonces baja hacia mi barbilla y yo levanto la cabeza, dejándole vía libre para que siga con mi cuello, pero se topa con mi jersey. Ya no hay más piel visible.
- ¿Te falta espacio? –me río.
- Aún hay un hueco en tu barbilla, a ver, levanta la cabeza un poco más –le obedezco. Su estado de ánimo ha mejorado favorablemente y eso me hace feliz–. Peeta se me cansa el cuello –digo entre risas porque esta postura es más que incómoda.
- Un momentito –da un par de pinceladas más–, ya puedes bajarla –Peeta no está avergonzado por esta proximidad, me he convertido en una pieza de su arte y su mente ahora mismo está muy lejos de mi agitada realidad. Me mira como a uno de sus cuadros. Vuelve a retocarme lo que sea que tenga pintado en la frente. Luego vuelve a mi cuello, arañando centímetros a mi ropa.
- Espera un momento –lo aparto y me planteo darme la vuelta, pero sería estúpido dado lo que planeo hacer. Me infundo valor y me quito la camiseta delante de él. Peeta tiene que hacer un gran esfuerzo para que los ojos no se le salgan de sus cuencas– ¿mejor así? –no podrá quejarse que no tiene espacio; solo llevo el sujetador.
- Er… –creo que le estoy provocando un cortocircuito. Me río por su inocencia. Así que así me veía yo en los Juegos cuando me negué a que se desnudara en el río... Decido animarle un poco.
- Así podrías taparme estas feas cicatrices –le digo con una sonrisa, aunque en realidad me doy cuenta que es la primera vez que él me ve los injertos de piel en esta zona. Quizás el shock que está teniendo se debe más a ver mi cuerpo herido que al hecho de verme medio desnuda.
- Mientras no te duelan a mí no me importan –dice ahora serio, y yo le sonrío levemente a modo de agradecimiento. Él también está lleno de cicatrices, no tendría sentido que se asustara por ello. Sin embargo, como no se decida pronto voy a tener que taparme con el jersey porque estoy empezando a sentirme muy estúpida y avergonzada. Estoy empezando a pensar que esto es una mala idea cuando se vuelve hacia sus pinturas, moja el pincel en el verde y vuelve a cogerme de la mano–. Estira el brazo así.
Peeta dibuja enredaderas con flores que suben hasta mi cuello, conectando el concepto de las manos con lo que sea que lleve pintado en la cara. Me bajo los tirantes del sostén para que eso no estropee su mosaico y veo cómo traga ante ese movimiento y hace un esfuerzo por seguir serio. En alguna parte de mi ser me complace su reacción. Además, que en algún momento del proceso empiezo a sentir esto como caricias. En un principio me hacía cosquillas, pero ahora que me he acostumbrado al tacto siento como si fueran sus dedos los que me acarician la piel. Me doy cuenta que ésta debe ser la cosa más íntima que hemos compartido jamás. Especialmente cuando termina la conexión de los brazos con la cara y centra su atención en mi escote. Me pregunto si frenará, pero veo determinación en sus ojos, está poseído por el don de la creatividad y, seguramente, por algo más. Cuando desliza el pincel por esta zona cierro los ojos. La pintura está fría, pero se me acelera el pulso. En todo momento está siendo respetuoso, no está tocando ninguna zona sensible, pero nadie lo diría por cómo se me eriza la piel. De repente me da un escalofrío y Peeta aparta rápido el pincel.
- ¿Tienes frío?
- Un poco –confieso. Intento abrazarme a mí misma, pero me da miedo estropear el dibujo.
- Espera –Peeta recoge mi jersey y me lo pone en los hombros, tapando mi espalda.
- ¿Qué tal si lo dejamos por hoy? –pregunto un poco avergonzada. Entonces mira por la ventana y sorprendido se da cuenta de que ya casi anochece. Hemos estado horas aquí. Vuelve a mirarme.
- Lo siento, no me he dado cuenta de la hora, debes estar congelada. Ve a darte una ducha de agua caliente –dice preocupado.
- ¿Qué? ¿Bromeas? ¿Después de las horas que has invertido en esto? –digo indignada y me levanto del escritorio buscando un espejo.
- Tampoco puedes llevarlo para siempre… –dice encogiéndose de hombros.
- O sí, si ya se ha secado podría dejármelo un tiempo.
Entonces alguien llama a la puerta y los dos nos miramos; nadie puede verme así.
- Voy a ver –dice Peeta desapareciendo por la puerta.
Espero en el despacho con la puerta abierta para saber quién es el invitado non grato. No me sorprende descubrir que es Haymitch. Peeta dice algo como que no es un bueno momento y yo me escaqueo al baño para verme. Cuando el reflejo me ofrece mi imagen se me cae al suelo el jersey, el shock que me produce verme así me deja petrificada.
- He conseguido que se fuera… –dice Peeta por el pasillo– oh… –está un poco desilusionado porque quería ver mi reacción al verme y se la ha perdido porque yo no le he esperado, pero como sigo en shock, digamos que no se ha perdido mucho; ésta ha sido mi cara durante los últimos minutos. Me giro temblando hacia él.
- ¿Cómo lo supiste? –le digo enfrentándome a él.
- ¿El qué?
- Esto –digo señalándome la cara. Peeta ha incluido prímulas y flores de Rue y Katniss por mis brazos y mejillas. Pero también hay algo más: dientes de león.
- ¿Las flores? –dice confuso– Son Katniss y Prímulas y… –le interrumpo porque eso ya lo había visto.
- ¡Los dientes de león! –digo empezando a temblar. Peeta no lo sabe, nunca se lo conté. O eso creo, ¿verdad?
- Ah, bueno, veo cómo los miras… pensaba que era tu flor favorita o algo así –dice encogiéndose de hombros. Así que no lo sabe. Yo vuelvo a girarme para verme en el espejo y cuando me veo pintada por la gracia de Peeta, decorada con las flores de las personas que más quiero y con los dientes de león, los soles que dan luz a mi vida, en la cúspide, no puedo evitar ponerme a llorar. Lo que me cabrea, porque eso borrará y desfigurará las flores de mis mejillas– ¿Qué pasa? ¿Te he ofendido? –dice muy preocupado. Yo niego con la cabeza. Vuelvo a girarme hacia él y lo abrazo, olvidando la pintura en mi pecho. Peeta se queda quieto unos instantes, pero luego me devuelve el abrazo.
- Los dientes de león son tú –digo como puedo entre tanto sollozo.
- ¿Qué?
- ¡Tú! Tú representas el diente de león –Peeta no me entiende. Doy un resoplido y me dispongo a contárselo lo más rápido posible para así quitármelo de encima–. La mañana siguiente de que tú me diera el pan yo quería agradecértelo en el colegio, pero no pude, cuando nos miramos agaché la mirada y vi un diente de león a mis pies. Eso me recordó que existen plantas comestibles y me dio la idea de ir al bosque a por comida. Nunca he podido romper la conexión entre el pan, tú, el diente de león y la vida –lo he dicho tan rápido que no sé si habrá podido seguir el hilo de lo que le he contado. Le dejo un momento para que lo procese.
- Oh Katniss… –susurra. Aparentemente sí ha entendido lo que le he dicho. Me aprieta más fuerte contra sí y yo hago lo mismo.
- Cómo puedes darte cuenta de todas estas cosas… –digo cuando consigo tranquilizarme. Peeta sabía que el diente de león era importante para mí aún sin saber el motivo.
- Paso mucho tiempo contigo –dice él simplemente. Me río. La verdad es que hay pocas cosas a hacer aquí en la Aldea.
- Y además soy un libro abierto, ¿no? –digo por fin dejando de llorar. Me giro para volver a verme en el espejo. Efectivamente se me ha borrado un poco la pintura de las mejillas y de los brazos por haber abrazado a Peeta. Maldita sea.
- Un poco, pero no dejas de sorprenderme. No me esperaba para nada pasar la tarde así –me mira a los ojos a través del espejo y me sonrojo. Sigo medio desnuda.
- La verdad, yo tampoco –y entonces me apoyo a su costado y él pasa un brazo por mi cintura. Al ir sin camiseta lo siento caliente sobre mi piel. Los dos nos permitimos mirarnos durante un buen rato.
- Te ha gustado la experiencia?
- Ha sido interesante… aunque he pasado frío y a ti se te ve cansado –él se ríe.
- Es que hemos estado mucho rato…
- Me sabe mal haberlo estropeado –digo tocándome las mejillas.
- No pasa nada, iba a quitarse tarde o temprano ¿no?
- Arte efímero –digo mirándome e intentando recordar esta imagen, soy consciente que no va a haber forma posible de mantener esta pintura y no quiero hacerme ninguna foto. Voy a tener que grabarme esta imagen en la retina.
- No pasa nada, sigues siendo preciosa estés como estés –eso me pilla de improvisto. Puedo estar "preciosa" en manos de artistas, ¿pero siendo yo misma? No lo veo. Empieza a hacerse un silencio cómplice y latente que lo interrumpe nuestro gran y único vecino. Peeta resopla.
- Le he dicho que se fuera…
- Déjale, que se quede a cenar, ahora bajaré yo –digo siendo consciente que voy a tener que quitarme la pintura.
- De acuerdo –lo dice pero no se mueve–. Pero espera, antes de eso déjame verte una vez más –me coge de las manos y me pone delante de él. No quiere verme a través de un espejo sino a través de sus propios ojos. Me mira y yo sonrío. Se está grabando mi imagen. Oímos a Haymitch refunfuñar desde abajo– ¡Un momento! –grita Peeta. Me echa un último vistazo y me da un beso en la mejilla– gracias por dejarme pintarte –se gira y cierra la puerta del baño al salir, le oigo por las escaleras– Katniss bajará en unos minutos…
Tienen que pasar unos segundos hasta que mi corazón deja de palpitar con tanta insistencia en el pecho. Vuelvo a mirarme en el espejo, sintiendo algo en el estómago que hacía tiempo que no sentía. Pero el agua fría y las voces de esos dos hablando en la cocina me devuelven a la realidad. El hechizo bajo el que hemos estado sometidos los dos durante toda la tarde ha empezado a desaparecer. Con todo el dolor de mi corazón empiezo a lavarme la cara y las manos, pero me detengo. Me pongo el jersey y decido borrar solo lo visible. Llevaré a Peeta en secreto conmigo un poco más. Bajo a cenar.
- Vaya, al final la princesa se ha dignado a honrarnos con su presencia –se mofa Haymitch, sentado en nuestra mesa, con Peeta terminando de preparar la cena.
- Oh cállate, ni que te murieras por verme –digo medio cabreada, porque solo dice estas cosas para chincharme y al fin al cabo él es el responsable de haber roto esa atmósfera que se había creado entre Peeta y yo. Aunque ahora que tengo la mente fría se lo medio agradezco.
Haymitch sigue hablando pero no le escucho. Empezamos a cenar y me sirvo un vaso de agua. Cuando lo hago la manga se me estira un poco hacia atrás y veo que Peeta identifica parte del dibujo en mi antebrazo. Me mira sorprendido y yo asiento levemente, él reprime una sonrisa que se le escapa por la comisura de los labios.
- Que sí Haymitch, lo que tú digas –digo sin haber escuchado ni una palabra de lo que me ha dicho, pero para así tener una excusa y poder desviar la atención de los ojos de Peeta.
Cuando terminamos de cenar estamos exhaustos, y nuestro mentor se apiada de nosotros y nos deja irnos a la cama temprano, aunque no sin ponérnoslo difícil, Peeta tiene que acompañarlo a su casa. Menos mal que vivimos cerca. Yo recojo todo y me voy directa a la habitación, sin si quiera cambiarme de ropa. Únicamente me lavo los dientes y me tumbo en la cama. Peeta llega unos minutos después y sonríe al verme aún con el jersey. Los dos sabemos lo que esconde debajo, pero ninguno lo comentamos. Va al baño y se une a mí poco después. Cierra las luces y me abraza.
- Gracias por lo de hoy –me susurra y me da un beso en el pelo.
- A ti por ser mi diente de león –digo en un susurro prácticamente inaudible.
Hello! Estoy tirando de biblioteca, porque esto lo escribí después de ver un fanart cuanto menos interesante de Andretries, así que a ella se lo dedico, aunque ya no pueda encontrarse dicho dibujo. Regresar al fandom es raro, porque la gente va y viene, aunque también es raro retomar contacto con los que se han quedado. Pero bueno, me apetecía esto y aquí estoy por Katniss y Peeta, y agradezco cualquier comentario/mensaje que queráis hacerme llegar. Muchas gracias por seguir leyendo! (Aún tengo otro oneshot que puedo hilar como parte de esta historia, después de eso voy a tener que ponerme creativa). Besos y cuidaos!
