Los acontecimientos de los primeros días del curso (el ataque del Dementor a Harry en el tren, la presentación de Remus Lupin, la noticia de que Hagrid era el nuevo profesor de cuidado de Criaturas Mágicas, las absurdas clases con la profesora de Adivinación Sybil Trelawney, Draco provocando a Buckbeak, uno de los hipogrifos que Hagrid les había enseñado en su clase; Buckbeak atacando a Draco, etcétera, que no detallaré por ser sobradamente conocidos) hicieron que Harry se olvidara inicialmente de contárselo todo a Ron y Hermione. Pero un día, cuando la profesora McGonagall les explicó en clase de Transfiguración algunas cosas sobre los Animagos, Harry se acordó de que Sirius era, evidentemente, uno de ellos, y si decía la verdad, Peter Pettigrew también lo era. De modo que decidió matar dos pájaros de un tiro y cuando la clase acabó, Harry pidió hablar a solas con la profesora.

—Se trata de Sirius Black. He oído algunas cosas sobre él que no me habían contado hasta ahora—le dijo.

McGonagall palideció. Claramente no se esperaba aquello.

—Y me gustaría que Ron y Hermione vinieran conmigo, esto también les concierne—añadió Harry.

McGonagall se quedó muy pensativa, claramente sopesando qué hacer. Finalmente, asintió.

—De acuerdo, Potter, vengan conmigo.

Se levantó y les hizo señas de que la siguieran. Poco después, estaban en su despacho. Les invitó a que se sentaran.

—Dispara, Potter—dijo.

Harry, entonces, le contó todo lo que Sirius le había dicho que supuestamente había pasado aquel fatídico día. McGonagall escuchó con interés, mientras que Ron puso unos ojos como platos en tanto que Hermione se puso a pensar.

—¿Que Scabbers es en realidad un Animago con forma de rata llamado Peter Pettigrew? ¡Eso es absurdo!—resopló.

—¿Cuántos años tiene Scabbers, Ron?—dijo Hermione, que tenía el ceño fruncido en esa expresión que solía adoptar cuando su mente estaba trabajando a toda máquina.

—Pues...doce—contó mentalmente Ron.

—El triple de la edad máxima normal de una rata—intervino McGonagall, dando señales de que consideraba posible aquella historia. —El caso es que, ahora que pienso en ello, recuerdo que Sirius Black, James Potter y Peter Pettigrew, a partir de su tercer año, mostraron un interés inusual por todo lo relativo a los Animagos.

—Pe...¡pero es imposible!¡No puede ser que haya estado viviendo doce años con nosotros y que no nos diéramos cuenta!—replicó Ron muy nervioso.

—A lo mejor por eso está durmiendo todo el rato, porque si hace de rata demasiado tiempo quizá se delataría. Y no olvides que estando en Hogwarts la mayor parte del tiempo no está contigo o antes con Percy—dijo Hermione, claramente muy interesada.

—Pero en cualquier caso, si estoy en lo cierto, ¿puede usted destransformarle?—inquirió Harry.

—¡Pues claro que puedo!—respondió McGonagall en el mismo tono en que un médico respondería si le preguntáramos si sabe usar el fonendoscopio. —Vigilen a esa rata y el próximo fin de semana tráiganla a la sala de profesores diciendo en voz alta que están convencidos de que Sirius Black es culpable para que no sospeche nada.

—¿Usted cree que Sirius es culpable, profesora?—preguntó Harry, ansioso.

—Es complicado, Potter—reconoció McGonagall. —Desde luego el Sirius Black que yo conocía antes del asesinato de tus padres de ninguna manera les habría traicionado, pero la gente a menudo no es lo que parece, y ocurre que esta historia que ha contado Black, incluso si los detalles cuadran con lo que sabemos, es demasiado extraña, y por otra parte, aun si admitimos que el Guardián de los Secretos no era él sino Pettigrew, sigue siendo posible que Black atacara a Peter Pettigrew por venganza.

—Pero por otra parte, Black pudo atacar a Harry cuando él huyó de su casa y nadie se habría dado cuenta, y además Harry ha estado hablando con él una y otra vez estos últimos días—objetó Hermione. —Sirius Black ha tenido muchísimas oportunidades para matar a Harry.

—Eso es una buena observación, Hermione—dijo Ron, que entonces puso cara de "¿realmente he dicho eso?". Hermione también parecía sorprendida.

—Estoy de acuerdo. Pero aun cuando sea inocente de complicidad en el asesinato de los padres de Potter, y créanme si les digo que lo espero de todo corazón, eso no prueba que sea inocente del asesinato de Peter Pettigrew. Necesitamos verle vivo para estar seguros.

—Eso significa que, si Scabbers resulta ser Peter, eso será prueba de que Sirius dice la verdad, ¿no?—dijo Harry, esperanzado.

—Así es—asintió McGonagall, que sonrió. —Nada me alegrará más que demostrar la inocencia de Sirius Black, créeme, Potter. Me aseguraré de que si Pettigrew resulta estar vivo el profesor Snape tenga preparado Veritasérum para hacerle hablar, y tendremos con nosotros a un Auror fiable para interrogarle y para que se lleve detenido a Pettigrew si hace falta. Buenos días.

Los días siguientes se le hicieron interminables a Harry. Una y otra vez dejaba volar su imaginación sobre lo que pasaría. Sobre todo, sobre lo que pasaría después. ¿Sirius sería rehabilitado? Sí, seguro que sí. ¿Podría vivir con él? Desde luego. Y se alegraba de pensar que dejaría atrás a los Dursleys. Aquello le alegraba mucho, y le alegraba aún más que Ron y Hermione también parecían muy complacidos ante esa posibilidad. Ron decía que cuando Harry viviera con Sirius podrían visitarse a menudo, y Hermione pareció muy interesada cuando Harry le reveló que Sirius, de joven, tenía mucho éxito con las chicas —esto, en cambio, no pareció gustar a Ron—.

Finalmente, llegó el gran día. Harry, Ron y Hermione se dirigieron a la sala de profesores, acompañados por Crookshanks, y con Scabbers en el bolsillo de Ron. La rata no parecía sospechar nada. Llamaron a la puerta, y les abrió McGonagall. Harry pudo ver que además de la profesora allí estaban Lupin, Snape —que tenía un frasquito en la mano—, Dumbledore y un hombre al que Harry no conocía, un hombre alto, calvo, corpulento, de piel oscura y vestido con una túnica verde que llevaba el emblema del Ministerio..

—Kingsley Shacklebolt, auror—se presentó el desconocido, —La profesora McGonagall me lo ha contado todo.

—No perdamos el tiempo—dijo Harry, que había advertido que Scabbers había empezado a agitarse en el bolsillo de Ron, posiblemente sospechando lo que iba a pasar. —Vamos a ello.

—Estoy de acuerdo—asintió Minerva McGonagall sacando la varita. —Pónganse a este lado. Weasley, deje la rata sobre esta mesa.

Ron obedeció. Cuando se vio libre, Scabbers echó a correr, pero no fue lo bastante rápida: McGonagall agitó su varita mientras pronunciaba un conjuro, y entonces ocurrió algo sorprendente: ¡Scabbers se transformó en un hombrecillo bajito, regordete y con poco pelo!

—Hola, Peter—dijo Remus Lupin muy serio.

—¡Remus! ¡Mi viejo amigo!—gritó Peter dándose la vuelta e incorporándose, y poniendo una sonrisa de lo más falso.

Entonces Pettigrew, pues obviamente era él, saltó de la mesa, claramente con intención de huir, pero Ron se puso en medio.

—De eso nada—dijo Ron severamente. —Vas a contarnos una o dos cosas, y te advierto que si intentas huir le diré a la profesora McGonagall que te transforme otra vez en rata—McGonagall alzó la varita— y yo mismo te meteré en la boca de ese horrible gato—señaló a Crookshanks, que gruñó y enseñó los dientes.

Pettigrew miró a su alrededor, visiblemente nervioso, claramente sin saber qué hacer. Pero entonces, Lupin y Shacklebolt le agarraron violentamente y le llevaron a rastras hasta un sillón. McGonagall conjuró mágicamente unas cuerdas que lo ataron a la silla, y Snape se acercó llevando en la mano el frasquito que Harry había advertido anteriormente.

—Veritaserum, es el equivalente mágico del suero de la verdad—le explicó Hermione.

—Ahora el nene va a ser bueno y va a abrir la boca para tomarse su medicina—dijo Snape mientras tanto, agarrando a Pettigrew de la túnica y tirando de ella hasta acercarle la cara a la mano en la que sostenía el frasquito.

Peter alzó las cejas y cerró la boca con fuerza. Pero no le sirvió de nada: Lupin y Shacklebolt se la abrieron a la fuerza tirándole de la mandíbula y Snape vertió en ella todo el contenido frasquito y luego se la cerró rápidamente para que no escupiera. Pettigrew empezó a agitarse violentamente.

—Si no quieres atragantarte, te sugiero que te la tragues—dijo Snape tranquilamente. Pettigrew tragó.

—Ahora vas a decirnos la verdad, Peter—dijo Lupin, visiblemente furioso. —¿VENDISTE A JAMES Y LILY A VOLDEMORT?

—N...n...n...n...—intentó decir Pettigrew, pero por algún motivo no podía.

—Será mejor que no intentes resistir a la acción del Veritasérum o será más doloroso—le advirtió Snape sin perder la calma o alzar la voz. —Me he ocupado de que ese Veritasérum que acabo de darte esté muy concentrado y le he añadido un par de toquecitos personales de modo que si intentas mentir sentirás que te arden las entrañas.

—¡SÍ!—gritó finalmente Pettigrew dando un suspiro de alivio. —¡Sí, fui yo, yo les entregué al Señor Oscuro!

Lupin dio un paso hacia él, varita en mano, claramente no con la intención de darle un abrazo, pero Dumbledore se interpuso.

—Ahora no, profesor. Primero tiene que contárnoslo todo—le advirtió.

De mala gana, Lupin se sentó.

—Interróguele, Shacklebolt—le invitó Dumbledore.

—Respóndame sí o no a cada pregunta, señor Pettigrew—dijo Kingsley Shacklebolt en tono profesional, sentándose ante Pettigrew, que seguía atado a la silla. —¿Fue usted quien le reveló al mago oscuro Tom Marvolo Riddle, conocido como lord Voldemort, la ubicación exacta del escondite de James y Lily Potter?

—Sí—bufó Peter.

—¿Le acompañó hasta allí?

—Sí.

—La tarde del día 1 de noviembre de 1981, ¿se batió usted en duelo con el mago Sirius Black?

—Sí.

—¿Lanzó usted en aquel momento una maldición explosiva de alto poder que destruyó buena parte de la calle y mató a trece muggles de golpe?

—Sí.

—¿Fingió usted su muerte cortándose un dedo y transformándose en rata, de modo que pareciera que la explosión le había despedazado?

—Sí.

—¿Lanzó usted esa maldición hacia atrás de modo que pareciera que la había lanzado Sirius Black?

—Sí.

Entonces, Kingsley remangó el antebrazo izquierdo de Peter Pettigrew, apuntó allí con su varita y murmuró un hechizo. La piel del antebrazo empezó a burbujear, y entonces apareció un curioso tatuaje que representaba una calavera de cuya boca salía una serpiente, y luego desapareció.

—Ya tengo todo lo que necesito saber. Señor Pettigrew, en nombre del Ministerio de Magia, le arresto por ser mortífago y como sospechoso del asesinato usando magia de trece muggles y como sospechoso de ser cómplice y cooperador necesario del asesinato de James y Lily Potter mediante la Maldición Avada Kedavra.

Snape agitó la varita mientras Kingsley sacaba un par de esposas de su bolsillo. Las cuerdas se aflojaron. Y entonces, Pettigrew se liberó bruscamente de ellas, saltó hacia adelante y golpeó con la cabeza el pecho de Kingsley, que se dobló hacia adelante. Luego le dio una patada a Crookshanks, que salió volando por los aires (pero aterrizó de pie, como todos los gatos) y antes de que nadie pudiera reaccionar, se transformó en rata y desapareció por un orificio cercano.

—¿Está usted bien, señor Shacklebolt?—dijo Dumbledore.

—Sí—respiró Kingsley, incorporándose.

—Maldito demonio astuto—bufó Remus. —Nos ha engañado a todos durante doce años y ahora se escapa delante de nuestras narices. Qué error cometimos al subestimarle.

Todos se quedaron en silencio. Fue finalmente Harry quien habló.

—Señor Shacklebolt—dijo con voz implorante. —¿Con esto que ha oído bastará para probar la inocencia de Sirius Black?

—Por desgracia, no, Potter—Kingsley negó con la cabeza. — Te prometo que haré todo lo que pueda, pero los del Ministerio no querrán reconocer así como así que cometieron un grave error judicial al mandarle a Azkaban sin juicio, y el ministro Fudge menos que nadie, sobre todo teniendo en cuenta que él estaba en el equipo que lo arrestó—respondió tristemente Kingsley.

—¡Pero es inocente, esto lo prueba!—protestó Harry.

—Por una vez y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con Potter—intervino Snape.

—¿Qué más pruebas necesita el Ministerio para revocar la sentencia contra Black, Shacklebolt?—dijo McGonagall, visiblemente furiosa.

—Si solo fuera cosa mía, ninguna. Pero desgraciadamente, no lo es, una revocación de una sentencia tiene que dictarla el Wizengamot y confirmarla el ministro. Además, no puedo interrogar oficialmente a Black porque si se entrega se le aplicaría inmediatamente la ley mágica que dice que todo fugado de Azkaban que sea recapturado debe ser sometido al Beso del Dementor.

—¿QUÉ?—gritó McGonagall visiblemente horrorizada. Harry no sabía qué era eso pero no podía ser bueno, desde luego. No a juzgar por las caras de espanto de Lupin, McGonagall, Dumbledore y hasta Snape (si bien en su caso la "cara de espanto" era únicamente un leve arqueo de cejas y un ceño fruncido).

—Así es, profesora.

—¡Harry puede contárselo todo, él habló con Sirius Black varias veces!—exclamó Hermione.

—Me temo que no—negó Kingsley. —Eso supondría implícitamente reconocer que Potter ha ayudado a ocultarse a un fugitivo de Azkaban, algo que también es un delito y supondría la expulsión de Hogwarts y la destrucción de su varita.

Dumbledore asintió con tristeza. Harry sintió que la tierra se abría bajo sus pies. Sus esperanzas, sus ilusiones, se estaban convirtiendo en humo. Casi había llegado a creer que Sirius sería rehabilitado, que ahora tendría no un padre pero sí un padrino, que además era íntimo amigo de sus padres, con quien quizá podría vivir lejos de los Dursley . y ahora ocurría esto esto. Pero entonces recordó el horrible trato que el pobre Hagrid había sufrido meses atrás a manos del Ministerio. Aquello no tenía nada de raro.

—¿Eso es todo?—bufó Ron, irritado. —¿Usted sabe que Black es inocente y sin embargo se va a quedar ahí parado sólo porque una estúpida ley y un estúpido ministro se lo impiden?

—No, no es todo—replicó Kingsley Shacklebolt muy serio. —Voy a revisar minuciosamente qué hay en los archivos del Ministerio sobre el asesinato de James y Lily Potter y sobre el asesinato de los trece muggles a la luz de lo que ahora sé, voy a interrogar a todos los funcionarios del Ministerio que participaron en la investigación, voy a presentarlo todo a la directora Amelia Bones y voy a hacer todo lo que pueda para probar su inocencia. No puedo prometer nada, pero te garantizo, Potter, que no me voy a quedar de brazos cruzados.

—Sé que no lo harás, Kingsley—dijo McGonagall con una sonrisa. —Te recuerdo muy bien de cuando estudiabas aquí y sé perfectamente de lo que eres capaz porque yo misma te avalé para tu ingreso en la Academia de Aurores. Buena suerte.

—Profesora McGonagall, profesor Snape, profesor Lupin, director Dumbledore, buenos días—se despidió Kingsley.