Beth llegaba temprano al café; sus rutinas eran las mismas todos los días, la diferencia la marcaban los distintos clientes que visitaban el lugar, algunos más recurrentes que otros. La mayoría de los clientes, una vez que probaban su café o cualquier otra delicia preparada, siempre volvían por más.

—¿Beth? —Tessa se asomó a la puerta de la oficina que estaba abierta.

Beth estaba entregada a sus facturas, como usualmente lo hacía cuando estaba en la oficina. Ella llevó su atención a su empleada.

— ¿Sí, Tessa?

—¿Recuerdas el sujeto de hace unas noches? Está aquí de nuevo.

Un vapor subió a la cabeza de Beth; era muy tarde para buscar problemas.

—Quiere hablar contigo.

—¿Sobre qué? —preguntó, levantando una ceja mientras una ligera inquietud se apoderaba de ella.

Tessa se encogió de hombros. Beth, extrañada, se levantó rauda y dejó la oficina. Al salir, pensaba: ¿qué rayos querría el tal Jimmy con ella? y ¿por qué decidía darle de su tiempo? Sin embargo, para ella, era mejor enfrentarlo por su cuenta antes que dejar a una de sus meseras a merced de ese idiota.

Cuando finalmente se dirigía a la mesa, Beth no pudo evitar cambiar su enojo por sorpresa al ver unos ojos azules fijos en ella. Era él de nuevo, pero… ¿por qué?

Beth se acercó a la mesa, y él no apartó la mirada de ella ni un instante. Sus labios dibujaban una tenue sonrisa, cálida para esa noche fría.

—Buenas noches — dijo ella, esforzándose por mantener una expresión seria—. Una de mis meseras me mencionó que usted quería hablar conmigo.

—Así es, ¿puede tomar asiento? —Grant indicó el asiento del frente con un gesto amable.

—No, gracias, estoy bien así.

—Bien, entonces yo me levantaré.

Grant se levantó y se plantó frente a ella. Los nervios agitaron el corazón de Beth, y sintió cómo el calor le subía a las mejillas. Grant tenía una expresión cálida que apenas logró disfrazar su sorpresa al ver los rubores de Beth. Jimmy tenía razón; él generaba algo en ella.

—He venido a disculparme por lo de la otra noche.

—Usted no ha hecho nada — afirmó Beth, desconcertada.

—Lo sé, pero no me pareció apropiado el comportamiento de mi amigo, y sé que la hicimos pasar un mal rato, a ti y a la amable mesera. —expresó, con un ligero gesto de las manos, como si quisiera enfatizar su sinceridad.

Ella pudo percibir la honestidad en sus palabras, rasgo que valoraba en las personas.

—Voy a aceptar su disculpa, aunque debería ser su amigo quien debería estar aquí, no usted. No creo que tenga que tomar las responsabilidades de los actos de otros.

—Lo sé, lo sé; supongo que es una mala costumbre, —admitió Grant, con una leve risa nerviosa—. Pero, aunque no haya sido yo, sentí que venir aquí y dar la cara era lo correcto.

Beth sonrió con timidez, desviando la cara por un segundo para luego llevar su atención otra vez a él.

—¿Es todo lo que ha venido a decirme? — —preguntó, tratando de mantener la calma ante el aura de calidez que emanaba de Grant.

Grant entrecerró sus ojos con un aire pensativo.

—Sí, es todo —respondió, tomando aire como si se sintiera ligero tras su confesión.

—Muy bien, ¿se irá o va a ordenar algo? —inquirió, con un tono que insinuaba que estaba lista para dar por terminado el encuentro.

—Umh... —Grant titubeó, buscando una excusa para no marcharse.

—Le ofrezco un trozo de pie de calabaza —sugirió ella, con un destello de determinación en sus ojos.

—No, no se preocupe —negó apenado agitando ligeramente sus manos

—Descuide, la casa invita. Además, está delicioso; lo sé porque yo lo preparé —dijo Beth con confianza, sintiéndose orgullosa de su obra.

Grantno era fan de los dulces pero la amable invitación de la hermosa mujer que le había cautivado lo dejó sin más opción que aceptar.

—En ese caso, me encantaría probarlo —pronunció con un tono suave, alejando un poco la mirada por la timidez repentina.

—¡Tess! —se giró y llamó a la mesera—. Un trozo de tarta de calabaza para el señor... —desvió la mirada expectante hacia él, y Grant entendió tras un breve silencio.

—Oh, Capitán Grant Curly… bueno, Grant... Grant Curly. —dijo él, sonriendo como si se sintiera como un niño en su primer día de escuela.

Ella sonrió al verlo presentarse con un tono de inocencia.

—Un trozo de tarta para el Capitán Curly. —anunció Beth , sintiendo que la atmósfera se tornaba más cómoda.

—¡En seguida! —contestó la mesera con entusiasmo.

—Bueno, debo volver al trabajo; espero que la disfrute —dijo Beth, preparándose para marcharse.

—Espera —Grant la llamó al notar que Beth se marchaba. Ella se detuvo y se giró, con una expresión curiosa en su rostro.

—Dígame, capitán —dijo, con una ligera sonrisa que revelaba su interés.

—Su nombre… no me lo ha dicho- pronuncio Grant con genuina curiosidad.

Ella sonrió de manera contenida, cruzando los brazos mientras un leve rubor asomaba en sus mejillas. Titubeó antes de responder, como si estuviera sopesando la importancia de su respuesta.

—Elizabeth —dijo finalmente, dejando que su voz transmitiera un aire de confianza mientras mantenía la mirada en él.

El sonido suave y melodioso de su nombre hipnotizó a Grant por un instante. Finalmente conocía el nombre de aquella mujer que le despertaba emociones intrigantes que deseaba experimentar.

—Tenga un buen día, capitán —se despidió Beth, dejando a Grant con una sonrisa en el rostro.

Beth entró a la oficina con rapidez, se llevó la mano al corazón buscando controlar sus latidos. Sí, era un hombre apuesto, pero ¿cuántos hombres apuestos no había visto llegar al café? Lo intrigante era que ninguno le había descontrolado las emociones de esa manera.

Los esfuerzos de Beth por ignorar esas emociones se volvieron inútiles cuando Grant se volvió un cliente recurrente. El intercambio de miradas furtivas las veces que Beth salía a supervisar, los saludos efusivos acompañados de las más cálidas sonrisas, verlo interactuar con otros clientes como si los conociera de toda la vida, o simplemente verlo concentrado trabajando se volvieron parte de la rutina de Beth.

La ausencia de Grant debido a su trabajo provocaba en Beth un sentimiento de añoranza. Siempre lo imaginaba en su habitual lugar junto a la ventana. Para ella, esa sensación era desconcertante; sin embargo, para Grant, cada oportunidad de verla y conversar con ella resultaba un verdadero placer.

—¿Capitán Curly? —Beth palmeó con suavidad el hombro de Grant, que yacía dormido sobre la mesa—. ¿Capitán Curly? —llamó de nuevo.

Grant abrió sus ojos despacio y se reincorporó con pesadez; se pasó ambas manos por la cara, soltando un suspiro, luego miró a Beth con una expresión cansada.

—Lo siento, no sé en qué momento me quedé dormido —dijo, frotándose los ojos y sonriendo con inocencia.

Beth cubrió su boca para evitar sonreír por la ternura que le causaba verlo así.

—Descuide, le daré tiempo de recoger sus cosas mientras termino de organizar.

—Gracias —dijo Grant, aun con letargo por el sueño, agarrando su bolso para guardar sus cosas.

Beth, que siempre era la última en cerrar, se aseguraba de que todo quedara listo para el día siguiente. Una de las fases de luz conectaba a la caja eléctrica al lado de la puerta trasera. Beth salió, como todas las noches, a apagarla, pero antes, sin siquiera tocar el interruptor, sintió cómo una gran fuerza la inmovilizó; una mano cubrió su boca y, de un momento a otro, estaba pegada contra la pared.


Explorando mas el pasado de Beth y Grant

Muchas gracias por leer