El miedo se apoderó de Beth al instante mientras forcejeaba por zafarse de quien la tenía contra la pared. Como pudo, mordió la mano de su agresor y, de golpe, la tiró al suelo. Al elevar la mirada, se dio cuenta de que se trataba de un sujeto con el rostro cubierto por un pasamontañas. El terror la atrapó por completo cuando el hombre se abalanzó nuevamente sobre ella en el suelo.
—¡Ayuda! —alcanzó a gritar con todas sus fuerzas.
El hombre le inmovilizó ambas manos y hundió su cabeza en su cuello, como si le olfateara.
—¡Ayuda! —gritó otra vez, desesperada.
El sujeto saco una navaja y le tapó la boca, con la misma mano que sostenía la navaja, hizo una señal de silencio con su dedo. Los ojos de Beth se llenaron de angustia al ver que su vida peligraba. Cuando finalmente quitó la mano de su boca, Beth respiraba con dificultad, sin atreverse a gritar de nuevo. El hombre empezó a pasear su mano por su blusa, levantándola poco a poco. En ese momento, Beth sintió que estaba en otro mundo; lo que estaba viviendo parecía surrealista. Sin embargo, sintió como un peso se liberó de encima, escuchando de repente una voz fuerte que la sacó de su estado de paralización.
—¡Hijo de perra, déjala tranquila!—gritó Grant, irrumpiendo en la escena.
Grant tomó al sujeto por la espalda y lo aventó con fuerza hacia un lado. Intentó acercarse para golpearlo, pero el atacante, asustado, lo amenazó con la navaja. La ira de Grant hervía por dentro, dispuesto a iniciar una pelea.
—¡No, Grant! ¡Déjalo ir! —pidió Beth, temiendo por su vida al ver su determinación.
El enojo de Grant lo empujaba a un enfrentamiento, pero la voz aterrada de Beth lo hizo contenerse.
—¡Largo de aquí! —gritó al sujeto, que comenzó a alejarse corriendo.
Cuando vio pasar el peligro, Grant se acercó a Beth, que seguía sentada en el suelo, respirando con dificultad.
—¿Te encuentras bien? —preguntó.
Beth asintió, aún agitada.
—¿Te lastimó?
—No, solo...—los nervios no le permitían articular las palabras.
—Tranquila, tranquila —consoló Grant, situándose a su lado—. Ven, te ayudaré a levantarte.
La rodeó con los brazos para levantarla, pero Beth se quejó de dolor.
—¿Qué sucede? —preguntó Grant, con creciente preocupación.
—Es mi tobillo, me duele.
—¿Tienes una caja de primeros auxilios? —preguntó Grant, con determinación.
—Sí, en la oficina.
Grant ayudó a Beth a llegar a la oficina. La sentó en una de las sillas mientras él buscaba la caja de primeros auxilios que ella le había indicado. En la caja encontró vendas y gel analgésico antiinflamatorio, lo que sirvió para tratar su tobillo. La dedicación de Grant le ayudó a calmar la agitación que le había provocado la mala experiencia.
—Listo —dijo Grant, orgulloso de su trabajo—. De algo me ha servido ir a esa capacitación de primeros auxilios.
—¿Y bien, doctor? ¿Voy a vivir? —preguntó divertida, intentando aliviar la tensión.
Grant, que se encontraba arrodillado frente a ella, la miró con sus profundos ojos azules, esbozando la más hermosa de las sonrisas.
—Sí, lo hará. Está usted en manos de un experto —contestó, siguiendo el juego y generando una sonrisa en ella—. Bien, ¿ahora qué sigue?
Grant ayudó a Beth a cerrar el local y luego salieron por la puerta trasera. Solo eran ellos dos en la mitad de la noche. Grant estaba alerta por si el sujeto regresaba; Beth, por su parte, se sentía más segura con su compañía.
—Ya es todo —dijo Beth, asegurando la puerta trasera y metiendo las llaves en su bolso.
—Perfecto, es hora de ir a casa —dijo Grant, cargándola en sus brazos sin previo aviso.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Beth, sorprendida por la acción de Grant.
—Te llevaré a casa.
—No, no, ya has hecho demasiado por mí —replicó, pero su protesta fue débil.
—Elizabeth, no podrás conducir con el tobillo así. Permíteme ayudarte, no es problema para mí —dijo con un tono cordial mientras comenzaba a caminar—. Así que agárrate bien.
Beth trató de objetar, pero ningún argumento sería suficiente para ganar la razón.
—De acuerdo, pero cargarme de esta manera sí es demasiado.
—Lamento no haberte avisado antes de hacerlo, pero no dejaría que caminaras así hasta mi camioneta.
Hasta ese momento, Beth no había tenido un contacto tan cercano con Grant. Sus emociones formaban un nudo en su estómago. Estar cerca de él, rodear su cuello con sus manos, oler su perfume amaderado, sentir sus latidos y su respiración despertaba sensaciones que rara vez había experimentado con otros hombres.
Ella levantó la mirada con timidez. La luz de la luna iluminaba su rostro calmado, y Beth pensó que sus vibrantes ojos azules brillaban más esa noche. Luego miró sus finos labios y un deseo surgió en ella. Grant, al notar su atención, le regaló una sonrisa, provocando que ella desviara rápidamente la mirada, sintiendo cómo se le ruborizaban las mejillas.
—¿Va cómoda, señorita? —preguntó de manera cordial.
Beth solo asintió, rogando al cielo que no notara el mar de nervios que la inundaban al estar en sus brazos.
