En las semanas antes de preparar su próximo viaje al espacio, Grant decidió estar presente para Beth mientras lidiaba con su duelo. Siempre le había encantado pasar tiempo con su familia y disfrutar de sus actividades favoritas, pero ahora los momentos compartidos con Beth se habían vuelto una parte esencial de su rutina, llenando sus días de calidez y apoyo.

Ambos disfrutaban de la compañía del otro. El apoyo incondicional de Grant ayudaba a Beth a recuperar poco a poco su confianza. Sin embargo, la conexión entre ellos, que aún carecía de un nombre, comenzaba a hacerse evidente para quienes los rodeaban.

—¿Y cómo van las cosas con tu vaquero? —preguntó Alison mientras organizaba unos platos en la cocina.

—¿Disculpa? —Beth dirigió su atención hacia la mesera, que no tenía reparo en expresarse con franqueza.

—No es mi "vaquero" —aclaró Beth, mientras ayudaba a limpiar el mesón de trabajo.

—Bueno, cariño, si no es tu vaquero, está a punto de serlo —comentó Alison con picardía, provocando en Beth una mezcla de ofensa y vergüenza.

—Grant es mi amigo —replicó Beth, tratando de mantener la seriedad.

Alison rodó los ojos.

—Por favor, ¿me vas a decir que no sientes nada por él?

—Bueno... —Beth luchó por articular una respuesta—. Siento mucho cariño por él.

Alison volvió a rodar los ojos, claramente escéptica.

—Querida, al menos físicamente, debería atraerte. El tipo es guapísimo, tan solo imagina esos días en que viene vestido de manera casual, con sus vaqueros y una camisa a cuadros azul, todo perfectamente ajustado a su figura. Y esos brazos... ¡esos brazos fuertes! —dijo Alison, deteniéndose por un momento para soltar un suspiro de admiración—. Es como si fuera una obra de arte, viva y en movimiento.

Beth, que la observaba mientras hablaba, se había formado también esa imagen en su mente. A medida que escuchaba la descripción de su amiga sobre Grant, sintió cómo su interior se encendía. Al regresar a la realidad, se dio cuenta de que había apretado con fuerza el paño con el que limpiaba, y su rostro ardía de vergüenza. Intentó articular una frase, pero las palabras se le atascaban en la garganta.

—El... yo... yo no estoy pendiente de esas cosas —se defendió con un toque de torpeza.

—Bueno, cariño —dijo Alison acercándose a ella—, el color de tus mejillas me dice lo contrario —le guiñó un ojo con una sonrisa astuta antes de salir de la cocina—. Oh, y hablando del rey de Roma, deberías salir.

Beth soltó el paño con rapidez y su corazón comenzó a latir con fuerza, Se cubrió la cara con las manos, buscando calmarse, y respiró profundamente, después de un momento, salió a recibir a Grant, quien la esperaba sentado en la barra, cuando la vio salir, esbozó una sonrisa tan amplia y genuina que hizo que Beth se ruborizara de nuevo. Las palabras de Alison volvieron a resonar en su mente, y su interior ardía de una forma que no podía ignorar.

—¿Cómo estás? —preguntó Grant al verla acercarse.

—De maravilla —contestó ella de forma automática, casi sin aliento. Agitó un poco la cabeza para regresar a la realidad al notar que Grant la miraba con curiosidad—. No... no te esperaba por aquí. ¿No tenías que viajar hoy?

—Aún debo hacerlo, pero no quería irme sin verte primero.

Beth sintió que su corazón iba a explotar. Por alguna razón, escuchó un grito interno en su mente; ¿cómo era posible que unas simples palabras generaran sensaciones tan intensas en ella? La emoción se tradujo en una sonrisa tímida, y Grant no dudó en disfrutarla. Amaba verla sonreír, con esos hermosos hoyuelos marcados en sus mejillas que iluminaban su rostro de una manera especial.

—Ah, también vine para decirte algo —dijo Grant, apoyando sus brazos cruzados en la barra e inclinándose un poco hacia ella.

Beth, intrigada, esperaba que continuara. Él se tomó un momento para admirarla en silencio, lo que hizo que los nervios de Beth se agitaran aún más.

—¿Y bien? Me tienes en suspenso —apremió ella con curiosidad.

—El retorno está previsto para finales de año, en diciembre. Mi familia siempre hace una reunión de fin de año, y me encantaría que asistieras... claro, si tu apretada agenda te lo permite —concluyó, bromeando.

Beth se sorprendió por la propuesta. No era una persona muy social, pero conocer a la familia de Grant prometía ser una experiencia interesante. Meditó por un momento, con una expresión de picardía dibujada en su rostro. Una parte de ella se sentía emocionada ante la idea, y otra, un poco reacia, pero no podía negar que la invitación le despertaba una curiosidad inusual.

—Mmm... No lo sé, lo pensaré —contestó al fin, siguiendo el juego.

—Bueno, eso es todo. Ahora sí puedo marcharme tranquilo —dijo, levantándose del asiento—. Nos vemos en unos meses, princesa.

—Te estaré esperando —contestó ella, robándole una sonrisa a Grant.

Beth aguardaba con ansias el último mes del año, contando cada día que pasaba y deseando que el tiempo volara hasta llegar a aquel momento tan esperado. Finalmente, el día llegó.

Grant no pudo ir a buscarla debido a algunos compromisos familiares, así que le envió la dirección con confianza. A pesar de que Beth no era precisamente experta en orientarse, finalmente logró llegar a una encantadora casa de campo, situada a un corto trayecto de la ciudad.

Para muchos, el lenguaje del amor se expresa a través de la comida. Para Beth, la comida era una forma de arte que reflejaba emociones profundas. Sus postres eran su mejor manera de mostrar cariño; en este caso, un agradecimiento sincero. Así que sostenía en su mano una tarta de calabaza, que orgullosamente era su especialidad. Con la otra mano, se dispuso a tocar el timbre de aquella casa. Desde afuera, se podían escuchar risas y voces alegres que llenaban el aire.

La puerta se abrió después de unos minutos, revelando un ambiente cálido y festivo, y Beth sintió que una mezcla de nervios y emoción empezaba a burbujear en su estómago.

—Hola, perdona la tardanza, no soy muy buena con las direcciones. ¡Bienvenido de vuelta! —dijo amablemente, con una sonrisa nerviosa.

—¿Y tú eres…? —preguntó confundido.

Beth se extrañó al notar que Grant la miraba de una manera diferente.

—¿Es esta una de tus bromas? —inquirió Beth.

—No tengo idea de qué me hablas, señorita —respondió él, encogiéndose de hombros.

—¿Ahora no me conoces? —preguntó, arqueando una ceja.

—La verdad, no.

—Qué chistoso, Grant —dijo con sarcasmo.

—No soy Grant, soy David —se presentó él, sonriendo con una ligera risa, como si le resultara divertido.

Beth levantó ambas cejas, incrédula.

—Entonces, ¿Grant no es tu verdadero nombre? —replicó, con una expresión de asombro.

—Eh, no, no lo es —confirmó David, rascándose la nuca.

—Bien, si querías confundirme, lo has logrado —resopló, riendo suavemente.

—Igualmente —respondió David, encogiéndose de hombros de nuevo.

—David, ¿quién está a la puerta? —preguntó Grant al acercarse por detrás, al instante su rostro se ilumino al ver a quien tanto esperaba—. ¡Beth! —exclamó, con alegría.

—Oh —musitó ella, comprendiendo la situación de inmediato.

—¿David qué haces aquí? Mamá te necesita —le dijo Grant a su hermano, mirándolo con una mezcla de sorpresa y preocupación—. Yo me encargo desde aquí, muchas gracias —agregó, empujando de manera amistosa a David hacia el interior de la casa y ocupando su lugar.

Beth observó a Grant y luego a David, sintiéndose un poco desconcertada.

—Me habría encantado que me dijeras que tenías un hermano gemelo—dijo Beth aun digiriendo la sorpresa.

—¿No lo hice? —preguntó Grant, mirándola con curiosidad.

Beth negó, frunciendo los labios y arrugando la nariz.

—Bueno, ahora lo sabes. Ven, pasa; hace frío afuera —invitó Grant, haciendo un gesto con la mano y haciéndose a un lado. Beth entró, mientras él cerraba la puerta detrás de ella.

—He traído una tarta —dijo, levantando un poco el postre con orgullo.

—Sí, eso huelo. Se ve deliciosa —respondió Grant, tomando la tarta y colocándola sobre una mesa donde reposaban las llaves y algunos portaretratos familiares—. Permíteme tu abrigo —ofreció, acercándose con una mano extendida.

Grant la ayudó a quitarse el abrigo y lo colgó en el perchero. Luego se giró para contemplar el encantador atuendo de Beth: un vestido rojo de algodón con mangas que complementaba sus leggings negros y unas botas cómodas. Aquella tarde, Beth decidió soltar su cabello negro y ondulado, dejando que cayese libremente sobre sus hombros, y optó por un maquillaje modesto que realzaba su belleza natural.

—Wow, te ves... te ves increíble —halagó Grant con su voz llena de admiración.

El rubor invadió las mejillas de Beth; era inevitable sentirse así cada vez que escuchaba sus cumplidos.

—Gracias —respondió, desviando la mirada y sonriendo nerviosamente mientras se acomodaba el cabello detrás de la oreja.

—Bien —dijo Grant, juntando las manos en un aplauso—. ¡Es hora de presentarte a mi familia! —entonó entusiasmado, sosteniendo la tarta con una mano y colocando la otra en la espalda de Beth para guiarla hacia la sala.


Espero hayan disfrutado el capitulo, luego de estos recuerdos, vendrá mucho drama y estaré barajeando el final.

Muchas gracias por leer