Esa gran ola de llanto permitió a Beth aligerar sus cargas. A partir de ese día, comenzó a enfrentar una serie de retos junto a Grant en los meses siguientes. Entre crisis, intervenciones quirúrgicas, curas, exámenes y tratamientos, los días parecían transcurrir más lentamente de lo habitual. Sin embargo, Beth fue aprendiendo cada vez más sobre la condición de Grant. Escuchó las enseñanzas de las enfermeras y siguió todas sus indicaciones al pie de la letra.
Durante los meses que pasaron, la única imagen que Beth tenía de Grant era la de su cuerpo mutilado y cubierto de vendas. En el momento de las curas, el médico le pedía que se retirara del lugar, ya que resultaba demasiado traumático para ambos. Mientras esperaba afuera, los gemidos de dolor de Grant le daban una idea de la tortura que él estaba atravesando. Sin embargo, después de meses, finalmente llegó el momento de ver al hombre que se ocultaba tras las vendas.
David decidió acompañar a Beth en ese día tan importante, cuando ella finalmente vería cuánto había afectado el accidente la apariencia de Grant. Mientras el médico retiraba las vendas, Beth, de pie junto a David, le apretó la mano con fuerza; el suspenso la consumía por dentro. Cuando el doctor terminó de quitar las vendas, Beth sintió el impacto de la revelación y apretó aún más la mano de David, intentando mantener una postura serena en presencia de Grant.
Un ojo ausente, sin cabello, injertos de piel en el rostro, un poco de cartílago que completaba la nariz y un trozo de tejido donde antes había labios hacían que Grant luciera como una persona completamente diferente. El hombre que había entrado al café y cautivado a Beth con su atractivo rostro había desaparecido. Durante todo el tiempo que tomó revelar su semblante, y aun después, Grant no se atrevió a mirar a Beth; temía enfrentar la mirada de horror que creía ver reflejada en sus ojos al contemplar al monstruo en que pensaba haberse convertido.
Pasaron más meses junto a Grant, y su mirada evasiva y su silencio tortuoso se sentían como un castigo para Beth. Las enfermeras se ocupaban de sus cuidados, mientras Beth atendía aquellas tareas que no implicaban demasiada complejidad. Sin embargo, un día, Beth decidió intentar algo más al ver a una de las amables enfermeras aplicar un ungüento en la piel de su esposo.
—¿Cree que yo podría hacerlo? —preguntó, acercándose a ella.
La enfermera la miró con cierta duda.
—Seré cuidadosa, lo prometo —aseguró con sinceridad.
La enfermera accedió, le indicó a Beth que se desinfectara las manos y le cedió un par de guantes, tal como lo requería el procedimiento.
—Ven, acércate —le dijo la enfermera al notar la expresión confundida de Beth—. Tomarás un poco y lo aplicarás suavemente en toda el área. Repetirás la operación en las otras zonas hasta que no quede nada por cubrir, ¿entendido?
Ella asintió, un tanto nerviosa. Beth se acercó a Grant, quien desvió la mirada al instante de verla aproximarse. Sin embargo, Beth no se dejó intimidar. Tomó un poco de ungüento y, con delicadeza, comenzó a aplicarlo en los hombros, los brazos, el pecho y el cuello de su esposo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que lo tocaba de esta manera? La memoria de Beth voló hacia aquellas veces en la playa, donde le aplicaba el bloqueador solar a Grant en la espalda, y su corazón se llenó de nostalgia y amor. La intimidad del momento la envolvió, y por un instante, olvidó la triste realidad que los rodeaba.
Grant, por su parte, experimentaba una mezcla de estímulos. Los toques de su esposa le provocaban sensaciones intermitentes; en algunas zonas sentía la suave caricia, solo para que esa sensación desapareciera en la siguiente.
—Bueno creo que ya lo tienes bajo control, me retirare por un momento, si necesitas algo no dudes en llamar— dijo la enfermera, antes de alejarse de la habitación.
Beth asintió de nuevo y continuó afanosa en su tarea. Tomó un poco más de ungüento y posó su mano en la mejilla de Grant. Lo miró con amor, deseando ser su consuelo, queriendo que él supiera que siempre estaría a su lado, sin importar las circunstancias.
—Todo estará bien… estaremos bien —dijo Beth con dulzura.
Pero, a pesar de sus palabras, él no la miró. Acongojada, ella terminó de distribuir el ungüento por el rostro de él.
"No, Beth, no lo estaremos", pensó Grant. "¿Cómo puedes seguir aquí, tocándome, viéndome, cuidándome…? No merezco nada de esto", se cuestionaba en su mente.
Una vez finalizada la tarea, Beth se dirigió al baño para quitarse los guantes y desecharlos. Sin embargo, la papelera cerca de la camilla delataba su verdadera intención: solo iba allí a respirar profundamente. Beth levantó una plegaria al cielo, pidiendo fuerzas para seguir adelante.
—¡Hey, buenos días! —saludó David al entrar a la habitación—. ¿Beth?
Beth se recompuso y salió del baño con una sonrisa.
—Hola, David —dijo mientras se acercaba a abrazarlo—. Cariño, mira quién te ha venido a visitar.
—¡Hola, hermanito! —entonó David con alegría—. ¿No me vas a saludar?
Grant ni se molestó en voltear. David miró a Beth, quien simplemente se encogió de hombros, sin saber qué decir.
—Oye —dijo David acercándose a Grant—, te he traído un regalo —añadió mientras un hombre en uniforme metía unas cajas en la habitación.
Beth observaba aquella escena con creciente curiosidad. El hombre terminó de descargar las cajas y se retiró una vez que David firmó algunos papeles.
—¿Qué es eso? —preguntó Beth, intrigada.
—Ya lo verás —respondió David, con una expresión que denotaba emoción—. Les va a encantar
David abrió una de las cajas y de ella sacó una prótesis biónica. Beth levantó sus cejas sorprendida.
—Es... una prótesis —pronunció Beth sin salir de su sorpresa.
—Así es, no te parece fabuloso, dos brazos y dos piernas —informó orgulloso.
—¿Entonces, para eso eran las medidas de hace unas semanas? —preguntó Beth con curiosidad.
David asintió con un brillo de alegría en sus ojos. Beth tapó su boca, sintiendo que lloraría de la felicidad.
—David, eso debió costar una fortuna —dijo Beth mientras secaba algunas lágrimas de felicidad que se habían escapado.
—Tranquila, es parte de una cadena de favores, ya era hora de cobrar —bromeó David—. ¿Y tú hermanito? ¿Qué opinas? ¿Te gustan? No sé si podrás esquiar, pero al menos podrás caminar de nuevo —habló David con honesta alegría.
Pero nuevamente, solo hubo silencio. Un silencio que apagó la emotividad del momento.
—Grant... hermano —pronunció David con suavidad y tristeza en sus ojos, esperando todavía alguna respuesta.
—Gracias por esto, David, es lo mejor que nos ha pasado en mucho tiempo —intervino Beth al notar la desilusión de su cuñado.
David recordó la alegría que compartía con su hermano en la infancia, en Navidad, en su cumpleaños o en cualquier ocasión especial. Mientras él era más quisquilloso, Grant siempre amaba los regalos, sin importar su forma o tamaño; valoraba cualquier gesto, por pequeño que fuera. Ver a su hermano inerte ante un presente que creía que iluminaría su vida en medio de tanto caos le rompía el corazón.
—Beth, ¿podemos hablar un momento afuera? —dijo mientras regresaba la prótesis a la caja, cerrándola y saliendo de la habitación, con un semblante serio.
Se viene mas drama pero también vientos de cambio y una sorpresa.
Hago lo posible por mantenerme activa y publicar con frecuencia.
Y descuiden que si la voy a completar.
Muchas gracias por leer.
